Archivos diarios: 25/06/20

CARISMA DE MILAGROS 1

IMITAR AL MAESTRO, ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Acaba de suceder el asesinato de San Juan Bautista en Maqueronte.

Ya es de noche cuando Jesús regresa a la casa. Entra sin hacer ruido. Sube la escalera.

En la gran habitación de arriba, están todos. Nadie habla y nadie duerme.

Jesús entra despacio y Tomás es el primero que lo ve.

Pega un brinco y dice:

–     ¡Oh, Maestro!

Todos se acercan y Jesús con voz cansada, como de quién ha sufrido mucho; responde a las condolencias que le muestran:

–      Lo comprendo. Pero solo quien no cree, puede sentirse desolado ante la muerte. Nosotros sabemos y creemos.

Juan no se ha separado de nosotros. Ahora, él está cerca de Mí. ¿Ya cenasteis?

Pedro dice:

–       No, Maestro. Te estábamos esperando. Ya estábamos preocupados por tu retraso.

–      ¡Ea! Preparad la cena, porque luego iremos a otras partes. Tengo necesidad de aislarme entre mis amigos. Y mañana, si nos quedamos aquí, nos veremos rodeados de gente.

–       Yo te juro que no lo soportaría. Y mucho menos a esas almas viperinas de los fariseos. ¡Y sería muy duro que se les escapase una sonrisa en la sinagoga al vernos!

–      Bien Simón. También pensé en esto y por eso vine para llevaros.

Rodeado de los suyos, ofrece y distribuye el parco alimento que comen sin ganas. La cena termina en unos minutos.

Jesús dice para animarlos:

–       Contadme qué habéis hecho.

Pedro comenta:

–      Estuve con Felipe en la campiña de Betsaida. Predicamos el Evangelio y curamos a un niño.

Felipe, que no quiere apropiarse de una gloria que no le pertenece, aclara:

–       Fue Simón quién lo curó.

Pedro agrega:

–      ¡Oh, Señor! No sé cómo lo hice. Rogué mucho con todo el corazón. Sentí mucha compasión por el niño. Lo ungí con el aceite y lo froté con mis manos ásperas… Y se curó.

Cuando ví que el color volvía a su carita y abrió sus ojitos. Que revivía, en una palabra; casi hasta tuve miedo.

Jesús le pone la mano en la cabeza, sin decir nada.

Tomás explica:

–      Juan llamó la atención, porque arrojó a un demonio. Pero a mí me tocó hablar.

Mateo añade:

–     También lo hizo tu hermano Judas Tadeo.

Santiago de Alfeo agrega:

–      Pues también Andrés. 

Recuerden esto, cuando los lleven a misionar con el Coronavirus…

Bartolomé relata:

–      Simón Zelote curó a un leproso. ¡Oh! ¡No tuvo miedo de tocarlo! A mí me dijo después: ‘No tengas miedo.

A nosotros no se nos pega ningún mal físico, por voluntad de Dios.’

Jesús confirma:

–       Dijiste bien, Simón. ¿Y vosotros dos?

Santiago de Zebedeo estaba hablando con los tres pastores, discípulos del Bautista.

Y Judas está solo y con la cara mustia.

Santiago de Zebedeo:

–      ¡Oh! Yo no hice nada. Pero Judas hizo grandes milagros: curó a un ciego, un paralítico y un endemoniado. A mí me pareció que era un lunático. Pero la gente así lo afirmó…

Pedro pregunta:

–      ¿Y por qué estás con esa cara, si Dios te ayudó?

Judas responde con altanería:

–       También sé ser humilde.

Santiago continúa:

–       Hasta fuimos huéspedes de un fariseo. Yo me sentí mal. Pero como Judas tiene mucho tacto, se adaptó y le quitó los humos.

El primer día estaba muy soberbio. Pero luego… Todo cambió… ¿Verdad Judas?

Éste asiente sin decir una palabra.  

Jesús dice:

–        Muy bien. y lo haréis siempre mejor. La próxima semana, estaremos juntos. Simón, ve con Santiago a preparar las barcas.

Pedro objeta:

–      ¿Para todos, Maestro? No cabemos.

–     ¿No puedes conseguir otra?

–      Si se la pido a mi cuñado, sí. Voy a verlo.

–      Ve. No le des muchas explicaciones.

Parten los cuatro pescadores. Los demás bajan a tomar sus alforjas y mantos.

Mannaém es el hermano de leche, de Herodes Antipas. 

Se queda solo Mannaém con Jesús.

Mannaém pregunta:

–      ¿Maestro, vas lejos?

Jesús contesta:

–      Están cansado y afligidos. También Yo. Pensaba ir a Tariquea. Por los campos, para aislarme en medio de la paz…

–      Traigo caballo, Maestro. Si me permites, te seguiré a lo largo del lago. ¿Estarás mucho tiempo fuera?

–      Una semana. No más.

–      Entonces regresaré, Maestro. Bendíceme esta vez que es la primera en que nos despedimos. Quítame un peso del corazón.

–      ¿Cuál Mannaém?

–      El remordimiento de haber abandonado a Juan. Tal vez si hubiera estado…

–      No. Era su hora. Yo sé que él estuvo contento al ver que venías a verme. No tengas este peso.

Más bien trata de librarte pronto del único peso que tienes: el gusto de ser hombre. Hazte espíritu Mannaém. Lo puedes. Tienes la capacidad para hacerlo…

Hasta pronto, Mannaém. Mi Paz sea contigo.

Mannaém se arrodilla y Jesús lo bendice. Lo levanta y lo besa.

Vuelven a entrar los demás y regresan los pescadores.

–        Está arreglado, Maestro. Podemos irnos.

–        Está bien. despídanse de Mannaém que se queda aquí, hasta mañana por la tarde.

Recoged los alimentos y el agua para el camino y vámonos. No hagáis ruido.

Todos se despiden de Mannaém que se queda en el umbral y se van por la calle solitaria, bañada por la luna.

Se dirigen al lago y suben a las barcas…

Varios días después…

Cuando Jesús pone pie en la ribera del Jordán, cerca de Tariquea.

Mucha gente lo está esperando. Y le vienen al encuentro sus primos, con Simón Zelote.

Éste dice:

–      Maestro, las barcas nos denunciaron… tal vez Mannaém fue también una señal.

Mannaém se excusa:

–      Maestro, partí de noche para que nadie me viera y no hablé con nadie. Créemelo. Cuando me preguntaron que donde estabas, siempre respondí: ‘Ya partió’

Creo que la culpa la tiene un pescador, que dijo que te había dado su barca…

Pedro grita:

–      ¡Ése imbécil de mí cuñado! ¡Y se lo dije que no hablase! ¡Le dije que íbamos a Betsaida y que si hablaba le arrancaba la barba!

¡Y lo voy a hacer! ¡Oh, que si se la arranco! ¿Y ahora? ¡Adiós paz, aislamiento y descanso!…

Jesús declara:

–       Está bien Simón. Nosotros ya tuvimos nuestros días de paz. Además, parte de lo que me proponía lo obtuve:

adoctrinaros, consolaros y tranquilizaros; para impedir ofensas y choques con los fariseos de Cafarnaúm.

Ahora vamos con esas personas que nos aguardan. Vamos a premiar su Fe y su amor. ¿Y acaso no es este amor, algo que consuela? Sufrimos por el odio. Aquí hay amor y por lo tanto, gozo.

Pedro se calma como un viento que se apacigua en un instante.

Jesús va hacia el grupo de enfermos que lo esperan con el deseo clavado en su rostro. Cura a uno por uno con amor y con mansedumbre. 

Incluyendo al hijo de un escriba que le dice:

–       ¿Lo ves? Huyes. Pero es inútil hacerlo. Odio y amor son sagaces en encontrar. Aquí te encontró el amor, como se dice en el Cántico.

Para muchos, eres ya el Esposo del Cántico. Se acerca uno a Ti como la Sulamita; desafiando los guardias de ronda y las cuadrigas de Aminadaf.

Jesús lo mira con dolor, porque con el Don de leer corazones y que para nosotros SERÁ IMPRESCINDIBLE, en estos tiempos…

Le pregunta:

–      ¿Por qué dices esto? ¿Por qué?

–      Porque es verdad. Venir es peligroso, pues eres odiado. ¿No sabes que Roma te espía y que el Templo te aborrece?

–     ¿Por qué me tientas? Pones trampas en tus palabras para trasmitir al Templo y a Roma, mis respuestas. No te curé a tu hijo con trampas…

El escriba, al oír el suave reproche; avergonzado baja la cabeza  y confiesa:

–      Veo que realmente lees en los corazones de los hombres. Perdóname.

Veo que realmente eres santo. Perdóname. Vine trayendo dentro de mí el fermento que otros me pusieron…

–      Y que encontró un  lugar propicio…

–      Así es. Es la verdad. Pero ahora regreso sin este fermento. Esto es, me voy con uno nuevo.

–      Lo sé. Y no te guardo rencor. Muchos son culpables por su voluntad. Otros por la ajena. Diferente será la medida con que Dios los juzgará.

Tú escriba, trata de ser justo y de no corromperte en lo futuro, como eras antes.

Cuando el mundo te presione mira la gracia viviente que es tu pequeño hijo, que fue salvado de la muerte… Y sé agradecido con Dios.  

Jesús Dios Encarnado se considera humanamente un siervo y esto no debemos olvidarlo, con la euforia que nos produce el vernos a nosotros mismos «milagreando»

Se le atribuye el don de la bilocacion. Sin salir de Lima, fue visto en México, en África, en China y en Japón, animando a los misioneros que se encontraban en dificultad o curando enfermos. Mientras permanecía encerrado en su celda, lo vieron llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos o curarlos. Muchos lo vieron entrar y salir de recintos, estando las puertas cerradas. En ocasiones salía del convento, a atender a un enfermo grave y volvía luego a entrar sin tener llave de la puerta y sin que nadie le abriera. Preguntado cómo lo hacía, siempre respondía: ‘yo tengo mis modos de entrar y salir.

¡Mucho CUIDADO con Satanás!

El escriba reafirma:

–      Y contigo. 

Jesús corrige con firmeza:

–      Con Dios. A Él se le dé toda gloria y alabanza. Soy su Mesías y Soy el primero en alabarlo y glorificarlo. El primero en obedecerlo.

Pues el hombre no se envilece honrando y sirviendo a Dios en verdad. Se envilece sirviendo al pecado.

–       Dices bien. ¿Siempre hablas así? ¿Para todos?

–       Para todos. La verdad es sólo una.

–       Habla entonces. Porque todos estamos aquí, mendigos de una palabra tuya o de una gracia tuya. Y una vez más…  Perdóname.

Era sincero en mis convicciones. Creía servir a Dios combatiéndote.

–       Eres sincero y por esto mereces comprender a Dios, que no es mentira. Pero tus convicciones no han muerto todavía. Yo te lo digo.

Son como la grama que se quema. Por arriba parece muerta, pues el fuego es duro. Pero las raíces están vivas.

Si no vigilas te verás nuevamente invadido por la grama. ¡Israel es duro para morir!

–      ¿Por qué debe morir Israel? ¿Es una planta mala?

–       Debe morir para resucitar.

–       ¿A una reencarnación espiritual?

–        A una evolución espiritual. No hay reencarnaciones de ninguna clase.

LA MENTIRA QUE IMPIDE LA BÚSQUEDA DE LA SANTIDAD Y ESPOLEA LA IDEA DE LA IMPUNIDAD ANTE EL CASTIGO.

Especialmente los Saduceos…

–      Hay quienes creen en esto.

–      Están en un error.

–      El helenismo nos ha traído también estas creencias. Y los doctos se alimentan de ellas y se glorían como de un alimento delicadísimo.

–      Contradicción absurda en que incurren los que lanzan el anatema, a los que no observan los seiscientos trece preceptos menores.

–       Es verdad. Pero las cosas son así. Agrada imitar lo que más se odia.

–       Entonces imitadme, pues me odiáis. Y será mejor para vosotros.

El escriba no puede evitar sonreír ante esta inesperada salida de Jesús.

La gente los escucha con la boca abierta.

–        Pero Tú en confianza dime, ¿Qué crees que sea la reencarnación?

–        Un error. Ya te lo dije.

LA FALACIA DE LA REENCARNACIÓN

–      Hay quienes dicen que los vivos nacen de los muertos. Y los muertos de los vivos porque lo que existe no se destruye.

–      Lo que es eterno, en realidad no se destruye. Pero dime según tú, ¿El Creador conoce límites?

–      No, Maestro. ¡Ni pensarlo!

–      Dijiste bien. ¿Puede entonces imaginarse que Él permitiría que un espíritu se reencarne porque no puede haber otros espíritus?

–      No se debería pensar en esto y con todo, hay quién lo piensa así.

–      Y lo que es peor: En Israel se piensa en ello. El pensamiento en la inmortalidad del alma, debería ser perfecto en un israelita.

El espíritu no trasmigra sino del Creador a la existencia y de ésta, al Creador… Ante quién se presenta después de la vida, para que se le juzgue digno de vida o muerte.

Ésta es la verdad. Y a donde se le envía, allí se queda para siempre.

–       ¿No admites el Purgatorio?

–       Sí. ¿Por qué lo preguntas?

En el Purgatorio tenemos que APRENDER a AMAR HASTA ALCANZAR LA SANTIDAD, completamente SOLOS, sin la ayuda Divina…

–       Porque dijiste: ‘A donde se le envía, allí se queda’ El Purgatorio es temporal.

–       Exactamente. Al decir vida eterna, lo introduzco en este pensamiento. El Purgatorio es ya vida. Amortecida pero vital…  

Después de la estadía temporal en el Purgatorio, el espíritu conquista la vida perfecta. La alcanza sin límites.

Dos cosas quedarán: El Cielo y El Abismo. El Paraíso y El Infierno.

Dos categorías: los Bienaventurados y los condenados.

Pero de los tres reinos que ahora existen, ningún espíritu volverá a revestirse de carne; sino hasta que llegue la Resurrección Final

que terminará para siempre con la encarnación de los espíritus en los cuerpos, de lo inmortal en lo mortal.

–       De lo eterno, ¿No?

–       Eterno es Dios. La eternidad consiste en no tener ni principio, ni fin. Y esto es Dios.

La inmortalidad consiste en seguir viviendo, desde el momento en que se empezó a vivir. Y esto es el espíritu del hombre. He aquí la diferencia.

–       ¿Y Tú?

–       Yo viviré, porque también Soy Hombre y al espíritu divino uní el alma del Cristo en cuerpo humano.

–      Dios es llamado ‘El que vive’.

–      Y así es. No conoce la muerte. Él es vida. Vida inagotable. No vida de Dios, sino Vida. Sólo esto. Son minucias, ¡Oh, escriba!

Pero es en las minucias donde se esconde sabiduría y verdad.

–      ¿Así hablas  a los gentiles?

–      No así. No entenderían. Les muestro el sol, como lo mostraría a un niño que ha sido ciego y corto de inteligencia. Y que curado milagrosamente, recibe también una gran capacidad intelectual. 

Pero vosotros de Israel no sois ciegos, ni cortos de inteligencia. Hace siglos que el dedo de Dios os abrió los ojos y despejó vuestra mente…

–      Es verdad, Maestro. Y sin embargo somos ciegos y cortos de inteligencia.

–      Os habéis hecho así. No queréis el milagro que os ama.

–      Maestro…

–      Es verdad, escriba.

Éste baja la cabeza y calla.

Jesús lo deja y sigue avanzando. Al pasar cerca de Marziam y del hijo del escriba que juegan con unas piedras de colores, los acaricia.

Horas más tarde los rayos del sol se filtran a través de los árboles, tiñéndolos con el tinte grisáceo del atardecer.

Los apóstoles se lo hacen notar a Jesús, que continúa adoctrinando.

–      Maestro, ya es tarde.

–      El lugar es solitario y no hay caseríos o poblados.

–      Dí al pueblo que se vaya a Tariquea o a los poblados, para que compre alimentos y busque alojamiento.

Jesús responde:

–       No es necesario que se vayan. Dadles de comer. Pueden dormir igual que como lo hicieron por esperarme.

–       No quedan sino cinco panes y dos pescados, Maestro. Lo sabes.

–       Traédmelos.

Andrés va a buscar a Marziam que es el que trae la bolsa. Lo encuentra jugando con otros niños.

Y le dice:

–       Ven, Marziam. ¡El Maestro te necesita!

Marziam deja plantados a sus amiguitos y rápido va.

Los otros niños lo siguen y pronto, Jesús se ve rodeado del grupo de pequeñuelos.

Los acaricia mientras Felipe saca de la bolsa un envoltorio con pan y dos gruesos pescados asados.

Le presentan al Maestro estos alimentos que son insuficientes para los dieciocho que forman la comitiva apostólica. .

Enseguida Jesús ordena:

–      Está bien. Traedme cestos. Diecisiete. Cuantos sois vosotros. Marziam dará comida a los niños…

Jesús mira detenidamente al escriba que no se separa de Él y le pregunta:

–      ¿Quieres también tú dar comida, a los que tienen hambre?

–       Lo querría, pero ni yo mismo la tengo.

–       Dales de la mía. Te lo permito.

–       Pero… ¿Piensas dar de comer a cinco mil hombres; además de las mujeres y los niños con dos pescados y esos cinco panes?

O cinco millones, ¿Quién puede ponerle límites a Dios? Al romper las leyes matemáticas, MULTIPLICAREMOS las veces que sea necesario…

PORQUE EL CORONAVIRUS TRAE UNA ESTELA DE HAMBRUNA…

Jesús confirma:

–       Sin duda. No seas incrédulo. Quién cree, verá realizarse el milagro.

–       ¡Oh! ¡Entonces yo también quiero distribuir la comida!

–       Bien. Haz que te den un canasto.

Regresan los apóstoles con canastos de todos tamaños. Grandes y pequeños.

–       Está bien. Poned todo delante. Haced sentar a la gente en orden, en líneas regulares, lo más que se pueda.

Y mientras hacen esto, Jesús levanta el pan con los pescados encima.

Los ofrece, ora y los bendice.

El escriba no le quita los ojos de encima, ni un instante.

Enseguida Jesús despedaza en dieciocho partes, los cinco panes y  los dos pescados.

ORACIÓN + FE = MILAGROS

Pone uno de cada cosa en cada cesto.  

Y dice:

–       Tomadla hora y dad cuanto quieran. Id. Marziam, vete a dar a tus compañeritos.

El niño levanta el cesto que le correspondió y se lo lleva a los otros niños.

Y exclama:

–      ¡Oh, qué pesado! –Y camina penosamente como si llevase una carga muy pesada.

Los apóstoles, los discípulos, Mannaém, el escriba; miran dudosos su andar…

Luego toman sus canastos y moviendo la cabeza, se dicen mutuamente:

–       ¡El niño se burla!

–       ¡No pesa más que antes!

Aun así se dirigen todos hacia la gente y empiezan a distribuir.

Dan. Dan. Dan.

Y de vez en cuando se vuelven sorprendidos, siempre avanzando más lejos.

Y miran a Jesús que con los brazos abiertos, apoyado en un árbol, sonríe de su admiración.

La distribución es larga y abundante.

El  único que no muestra sorpresa es Marziam.

Que feliz regresa y dice a Jesús:

–        Dí mucho, mucho, mucho… Porque sé lo que es el hambre.

Jesús le sonríe y lo acaricia.

Y el niño se poya en Él.

Poco a poco regresan todos los apóstoles y los discípulos; mudos por el estupor.

El último, es el escriba que no dice una sola palabra; pero que hace algo que es más elocuente que un discurso:

Se arrodilla y besa la orla del vestido de Jesús…

Que sonriente dice:

–       Tomad vuestra parte y dadme un poco. Comamos la comida de Dios.

Comen pan y pescado.

Cada uno según su apetito.

Entre tanto la gente, que ya está harta; cambia impresiones.

Los que están alrededor de Jesús, se atreven a hablar al ver que Marziam, después de que terminó su pescado, se pone a charlar con sus compañeritos.

LA FE EN ACCIÓN

El escriba pregunta:

–      Maestro, ¿Por qué el niño experimentó al punto el peso y nosotros no? Yo hasta lo registré por dentro y vi que eran los mismos.

Comencé a sentir el peso cuando me dirigí a la multitud. Pero si hubiese pesado lo que di, hubiese sido necesario un par de mulas, para que lo cargasen.

Y hubiese sido necesario no un canasto, sino un carro grande, lleno de comida.

Al principio me mostré parco, pero luego me puse a dar mucho y para no ser injusto, volví a pasar por los primeros

, para darles otra vez; porque a ellos les había dado poco y sin embargo bastó.

Juan dice:

–      También yo experimenté que pesaba mucho el cesto, cuando empecé a caminar. Y al punto di mucho, porque comprendí que era un milagro.

Mannaén por su parte:

–      Yo por el contrario. Me detuve y me senté para echar en el manto el peso y ver…

Y ví panes, panes y más panes. Y muchos pescados…

Entonces me fui a repartir, dando gracias a Dios… ¡Me sentí tan feliz!…

Bartolomé comenta:

–       También yo los conté porque no quería hacer el ridículo. Eran cincuenta pedacitos de pan.

Me dije: ‘Le daré a cincuenta personas’ conté. Pero al llegar a cincuenta, el peso era el mismo.

Miré adentro y todavía había panes y pescados.

Seguí adelante y di a cien más. Pero jamás disminuían y seguí dando, dando y dando…

Recuerden que la LUJURIA MATA LA FE. Y ser castos incluye la masturbación. ¡Pídanle SU PUREZA a Jesús!

Tomás suspira, avergonzado inclina la cabeza y dice:

–      Yo  dije: ‘¿Y para qué sirven?’ ¡Jesús ha querido jugarnos una broma!…

Y los miraba… Y los miraba, oculto detrás de un árbol.

Con la esperanza y desesperanza, de ver que aumentasen…

¡Pero siempre eran los mismos!

Iba a regresar, cuando pasó Mateo diciendo:

–      ¿No has visto qué hermosos son?

Pregunté desconcertado:

–      ¿Qué?…

–      Los panes y los pescados.

–      ¿Estás loco? Yo veo siempre los mismos pedazos…

Mateo sonrió y me dijo:

–      Ve a distribuirlos con Fe y verás…

Eché en el cesto los pedazos y me fui a regañadientes.

Y luego… ¡Perdóname Jesús, porque soy un pecador!

Jesús objeta:

–       No. Eres un hombre con el espíritu del mundo. Y razonas como el mundo…

Judas de Keriot confiesa:

–      Entonces también yo, Señor. Hasta pensé en dar una moneda junto con el pan, diciendo dentro de mí: ‘Comerán en otra parte.’

Esperaba ayudarte para que hicieses un buen papel. Pues… ¿Qué cosa soy yo? ¿Cómo Tomás o peor que Tomás?

Jesús lo mira fijamente y dice serio:

–     Más que Tomás, ‘Tú eres Mundo’… 

–     ¡Pero pensé en hacer una limosna para ser ‘Cielo’! Se trataba de dinero mío, personal…

–     Limosna para ti mismo. Para tu orgullo. Limosna para Dios, el cual no tiene necesidad de ella.

Y la limosna para tu orgullo es culpa; no mérito.

Judas baja la cabeza y calla.

Entonces Pedro pregunta a los primos de Jesús:

–       ¡Y ustedes?

Tadeo dice con gravedad:

–       Nos acordamos de Caná…

Y Santiago de Alfeo complementa:

–     Y no dudamos.

El escriba se guarda un mendrugo.

Pedro pregunta:

–      ¿Para qué lo quieres?

–      Para… recuerdo.

–      También yo tengo uno. –dice Pedro. 

Y agrega:

–      Lo meteré en una bolsita que colgaré al cuello de Marziam.

Juan dice:

–      Yo llevaré uno a nuestra mamá.

Los demás dicen apenados:

–      ¿Y nosotros?

–       Nos comimos todo…

Jesús dice:

–      Levantaos. Id nuevamente con los canastos y recoged lo que haya sobrado.

De entre la gente, escoged a los pobres y traedlos aquí.

Despediré a la gente; después de que haya provisto con más a los pobres. Luego nos iremos a las barcas.

Los apóstoles obedecen y regresan con doce canastos llenos de restos sobrantes y una treintena de personas…

7 EL «SIGNO» DE LA GUERRA

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