12.- LA PRUEBA
En la Puerta del Cielo, en el recinto de las vírgenes; están todas reunidas en uno de los jardines, cuando llegan a avisar a Celina, que hay un mensajero de su casa esperándola en el atrium. Ella se levanta un tanto intrigada y dice a sus amigas:
– Enseguida regreso. Voy a ver qué sucede.
Cuando llega al atrium, la saluda un hombre de mediana edad y que la saluda amorosamente:
– La paz sea contigo amita. Eladio me mandó con esta carta para ti. Espero por la respuesta.
Celina toma la tablilla y dice:
– La paz sea contigo, Raymundo. Gracias. Cuando Recordarás que ya no soy tu ama. Tú eres mi hermano. Hace quince años que eres libre.
Raymundo le contesta:
– Tú siempre serás mi amita por el amor.
Celina sonríe y mueve la cabeza. Luego rompe el sello. Lee:
Eladio a Celina:
La paz sea contigo, mi niña.
Ha venido varias veces a buscarte, el noble Narciso Haloto. Y ayer, uno de los jardineros del Palatino, escuchó una conversación cuando estaba trabajando. El ministro de Nerón, estaba con su liberto de confianza y le estuvo dando instrucciones. Y de esta manera fue como se enteró del siniestro complot con el que pretende raptarte, para obligarte a que te cases con su hijo. Creyó oportuno avisarme, porque también él sabe que eres una virgen consagrada. Te lo ruego. Durante un buen tiempo, no regreses, ni vayas a ningún lugar donde él pueda encontrarte. Por lo que cuentan sus esclavos, sabemos que es un hombre infame y muy cruel. Solo a Raymundo con quién te envío esta carta, dile en donde podré encontrarte, para enviarte noticias. Cuídate mucho. Que el poder del Altísimo te siga protegiendo. Adiós.
Celina se queda pensativa… Recuerda todo el trabajo que tienen y dice a Raymundo:
– Dile que me quedaré aquí. Vete en paz hermano.
El hombre se retira y ella regresa nuevamente al jardín.
Diana al verla llegar, le pregunta:
– ¿Qué pasó?
Celina les lee la carta…
Ariadna dice:
– Te quedarás aquí.
Diana apoya:
– También yo me quedaré contigo.
Celina sonríe con dulzura, como si ningún peligro la amenazara. La conversación se generaliza. Y todas vuelven a su tema preferido: JESÚS.
Mientras tanto, en otro jardín de la misma mansión; sentados en una banca de mármol, junto al estanque; Leonardo conversa con Sofía. Sus grandes y expresivos ojos son muy diferentes. Reflejan una dulzura y veneración que antes no existían. Tomando las manos de Sofía, las lleva a los labios, las besa. La mira conmovido y agradecido…
Luego le suplica:
– Sofía… Amor mío. Por favor ¡Perdóname! Ahora comprendo. Quiero que tu Dios, sea mi Dios. Enséñame a amarlo como lo amas tú. Enséñame a conocerlo, como lo conoces tú. Enséñame sobre todo, a adorarlo y a servirlo, como lo haces tú. Yo quiero ser cristiano, como tú.
La sonrisa de Sofía se vuelve luminosa y tomándolo de la mano, se levanta y lo lleva hasta el Lararium.
Allí está la enorme cruz desnuda, con el sudario que pende de uno a otro de sus brazos. Hay un cirio encendido a cada lado. Y hermosos jarrones llenos de lirios y azucenas. Al frente, una balaustrada de mármol sirve como reclinatorio para arrodillarse. Sobre el arco superior, están grabadas estas palabras:
‘DIOS ES AMOR’
Bajo el arco de la pared izquierda, hay un letrero tanto en griego como en latín:
‘EN ESTA CASA APRENDERAS A CONOCERLO, A AMARLO, A ADORARLO Y A SERVIRLO.’
Bajo el arco de la pared derecha, igual se lee:
‘Para ser un verdadero hijo de Dios, aprende esta ciencia:
VIVIR MURIENDO
Y
MORIR AMANDO
Cuando la domines, alcanzarás la Gloria.
Después de meditar un largo rato en estas palabras, los dos se dirigen a un amplio salón, donde está reunido un grupo de más de doscientas personas. Leonardo se sienta en un banco junto a la pared. Y la armoniosa voz de Sofía proclama las palabras de la segunda lección para los nuevos cristianos:
LA PRUEBA
Cuando Dios creó a su Arcángel Predilecto, el Cielo entero enmudeció de admiración. Dios quiso a su lado a este maravilloso arcángel, cuando realizó la Creación del Universo. El más bello de todos los ángeles, espíritu perfecto inferior solamente a Dios, fue llenado de dones: segundo en belleza de todo cuanto existe, una inteligencia privilegiada y poder. Fue puesto al mando de la tercera parte de los Ejércitos Celestiales. Dirigía los coros angélicos. Y como intermediario entre Dios y los hombres, le fue dado el título de Dominador de las Naciones. En las misiones destinadas a los hombres, él hubiera sido el ejecutor del querer divino y por eso se llamó:
LUCIFER = PORTADOR DE LA LUZ.
En los ángeles también hay Libertad de Arbitrio. En el orden perfecto del Universo, Lucifer abusó de su libertad. En su ser luminoso nació un vapor de soberbia, que él no dispersó: al verse en Dios. Al verse a sí mismo y compararse con sus compañeros, porque Dios le envolvía con su Luz y se gozaba en el esplendor de su arcángel. Y porque los ángeles le veneraban como el espejo más acabado de Dios, se maravilló. Debía admirar solamente a Dios.
Más en todas las criaturas, se encuentran presentes todas las fuerzas buenas y malas que luchan entre sí, hasta que una de las dos partes vence para proporcionar bien o mal, del mismo modo que en la atmósfera se encuentran todos los elementos gaseosos por ser necesarios y es la manera de usarlos la que determina que sean buenos o nocivos.
Lucifer no era santo hasta el punto de ser todo amor. La medida del amor, Lucifer no quiso completarla y no rechazó la complacencia de sí mismo, que ocupaba en él un espacio en el que no podía haber amor. De haber sido todo amor, no habría habido sitio en él para la soberbia, a la que también es justo llamar: desorden del entendimiento. Vapor de soberbia que él no dispersó. Al contrario: lo condensó y lo cobijó. Y de esta incubación, nació el Mal.
Lucifer desarrolló la soberbia, la cultivó, la aumentó e hizo de ella, arma y seducción. Dios había creado a un ministro glorioso y bellísimo. Y la libre voluntad del ángel creó a SATANAS = ADVERSARIO.
La soberbia es la palanca que derriba los espíritus y los arranca de Dios. Lucifer quiso más de lo que era y de lo que tenía. Él, que ya era tanto; quiso todo. Y ésta fue la brecha por donde entró ruinosa, su depravación. Siendo ella la causa de que no pudiera comprender ni aceptar al CRISTO-AMOR, compendio del Infinito, Único y Trino Amor.
Y se negó a servir.
Al conocer las futuras maravillas de Dios, quiso ponerse él en su lugar. Con su mente turbada se vio a sí mismo al frente de los hombres futuros, adorado por ellos como poder supremo. Y conociendo el secreto de Dios y sus designios, decidió que él podía terminar lo que Dios había comenzado y apoderarse del reino que sería la herencia de Jesús. Sedujo a los menos reflexivos de entre sus compañeros, distrayéndolos de la contemplación de Dios como Suprema Belleza.
Y se rebeló contra Dios.
Los demás ángeles que estaban bajo su mando y que fueron débiles en el amor y la fidelidad hacia Dios, también se rebelaron. Y así quedó orquestado el primer golpe de estado de la Historia.
Así se consumó, el PECADO DE LOS ÁNGELES.
Y partir de ese momento, fue su nombre: SATÁN.
Nombre dado por Dios, al Adversario. Al Enemigo Implacable en que se convirtió, el que fuera el más grande de todos los ángeles.
Y una Gran Batalla estalló en el Cielo. Batalla de inteligencia y de voluntad, combatida en la Presencia de Dios y que determinó para la Eternidad, el futuro destino de los ángeles y de los hombres. Fue un hecho histórico de importancia primaria, que incluyó Cielo y Tierra, pues la Historia de la Humanidad está atada y condicionada, a este acontecimiento.
Y Lucifer y los demás soberbios y desobedientes, fueron arrojados para siempre del Paraíso Celestial, por San Miguel Arcángel y sus ángeles. Cuando los derrotados fueron castigados, Dios los congeló en su rebeldía y les quitó la capacidad de amar, (Dios se retiró de ellos para siempre) pero no la necesidad de ser amados. Y ésta se convirtió en ira. El amor y la belleza, (atributos de Dios) les fueron quitados y de esta forma quedaron convertidos en demonios horrorosos.
El gran amor que los animaba se convirtió en Odio y fueron precipitados en el Infierno para ser devorados por la concupiscencia del espíritu… en el Fuego del Rigor de Dios.
“Y creó Dios al hombre a su Imagen. A Imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó. Dios los bendijo diciéndoles: ‘Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la Tierra y sométanla.”
Dios no les prohibió a los hombres amarse. Solo que Él deseaba que su amor fuera perfecto y sin el desorden perjudicial de las pasiones desordenadas. El uno y la otra se complementaban a la perfección. Y fueron hechos para amarse. La perfección es amor. El amor es armonía. La armonía es orden. No hay armonía en donde es turbado el orden. No hay amor en donde es turbada la armonía. No hay perfección en donde falta el amor. Así sucede en todas las cosas y las obras. En las humanas y sobretodo en las sobrenaturales.
La única limitación al inmenso poseer del hombre, fue la prohibición de coger los frutos del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Esto era inútil e injustificado, porque el hombre tenía ya la Ciencia que le era necesaria y en una medida superior a la establecida por Dios, no podía más que causar daño.
LA PRUEBA DE LA OBEDIENCIA.
Se había dado Él, Dios Mismo ¿Y prohibía mirar un fruto? Había dado al polvo la Vida, infundiéndole su hálito divino en el hombre, ¿Y prohibía de coger un fruto? Había hecho al hombre Rey de todas las criaturas. Lo consideraba su propio hijo ¿Y prohibía comer un fruto?
Aunque este episodio pudiera parecer de una obstinación inexplicable, no es así.
El medio: el árbol y la manzana. Dos cosas pequeñas. Insignificantes si se las compara con las inmensas riquezas que Dios había concedido al hombre.
El árbol no era diferente de las otras plantas y como todo lo hecho por Dios, tenía sus frutos buenos, bellos y sabrosos. Pero era planta de Bien y Mal. Esto lo convertía según el comportamiento del hombre, no tanto por la planta, sino por la orden divina.
Obedecer es Bien. Desobedecer es Mal.
La manzana no era solo la realidad: fruto. Era también el símbolo: el símbolo del Derecho Divino y del Deber humano. Dios sabía que sobre aquel fruto andaría Satanás para tentar. Dios todo lo sabe. El malvado fruto era la palabra de Satanás, gustada por Eva. El peligro de acercarse al árbol, estaba en la desobediencia que haría que los Inocentes cayeran en la trampa tendida por Satanás.
LA DESOBEDIENCIA.
Eva fue al árbol. La curiosidad la arrastra para ver lo que había de especial en él. La imprudencia la empuja a no tener como útil, la Orden Divina, puesto que Ella es fuerte y pura. La Reina del Edén, en donde todas las cosas le obedecen y ninguna puede causarle mal. La presunción la llevó a la ruina. La presunción es el fermento de la soberbia. En el Árbol se encuentra al Seductor, el cual canta la Canción de la Mentira a su inexperiencia:
“¿Piensas que aquí hay algo de Mal? No. Dios te lo prohibió porque os quiere tener como esclavos de su Poder. ¿Creéis ser reyes? No sois ni siquiera libres, como lo es la fiera. Ella si puede amar de verdad. A ella se le ha permitido ser creadora como Dios. Ella engendrará hijos y los verá crecer y serán una familia feliz. Pero vosotros, no. A vosotros se os ha negado esta alegría. ¿A qué fin os ha hecho macho y hembra, si debéis vivir de este modo? ‘¿Sois dioses y no sabéis lo que es ser dos en una sola carne, que crea una tercera y muchas más? No creáis a las promesas de Dios de que tendréis una posteridad al ver que vuestros hijos procrean nuevas familias y dejan por ellas, padre y madre. Os dio una apariencia engañosa de la vida: la verdadera vida consiste en conocer las leyes de la vida. Entonces seréis semejantes a dioses y podréis decir a Dios: ¡Somos tus iguales!… Ven, acércate… Yo te enseñaré…”
Y la seducción continuó porque no había voluntad de rechazarla. Y lo que sí se quería, era conocer lo que no pertenecía al hombre.
Satanás sedujo a los hijos de Dios, con pensamientos de soberbia. Inoculó en los inocentes la sed de ser grandes de todas las grandezas: del poder, del saber y del poseer.
A la ciencia pura que Dios les había dado, Satanás inoculó su malicia impura, que pronto fermentó también en la carne. Pero antes corrompe el espíritu, haciéndolo rebelde y después el intelecto, haciéndolo astuto. Y con todo esto lo lleva al pecado contra el Amor: la soberbia de la mente y del corazón, por el cual el hombre inocente se volvió culpable. El tremendo pecado del ‘yo’ que quiere ser como Dios, cometido por Lucifer, el mismo con el cual después seduce al hombre, para convertirlo al igual que él, en un rebelde contra Dios.
Satanás robó la virginidad intelectual al hombre. Y con su lengua serpentina acarició los miembros y los ojos de Eva, suscitando reflejos y agudezas que antes no había, porque la malicia no los había intoxicado.
Eva quiso conocer lo que de manera tan atractiva le fue presentado. Lucifer la había seducido y ella deseó ardientemente, lo que solo Dios podía conocer sin peligro: La Ciencia del Bien y del Mal.
Y el Árbol Prohibido fue mortal. Porque de sus ramas pende el fruto del saber amargo que proviene de Satanás. Eva ‘vio’ y viendo quiso probar. La carne se había excitado. Y ‘comprendió’. La malicia bajó a morderle las entrañas. Vio con nuevos ojos y oyó con nuevos oídos los instintos y las voces de los animales. Y los anheló con loca ansiedad. Y la Mujer se convirtió en Hembra. Se corrompió en maldad y se volvió contra Dios con todos sus sentidos desordenados.
La Creación entera lloró amargamente la Inocencia de su Reina Profanada.
En lugar de arrepentirse y llamar al Señor, que la hubiera perdonado sin duda y le hubiera regenerado su pérdida, ella fue a seducir a su compañero. Y con el fermento satánico en el corazón, fue a corromper a Adán y le enseñó todo lo que había aprendido. De criatura se convirtió en creadora y al usar de este don indignamente, nada en el hombre quedó exento de culpa y todas las partes del ‘yo’ físico y moral, quedaron envenenadas con las tendencias al mal. Y con la voluntad cautiva para que fueran instrumentos para seguir pecando, convirtiéndolo así en esclavo de Satanás.
Eva inició sola el pecado. Lo llevó a término con su compañero. Llegada a este nivel la carne, corrompido lo moral, degradado lo espiritual, conocieron el dolor y la muerte del espíritu privado de la Gracia y de la carne privada de la Inmortalidad.
Y por esto sobre la mujer pesa una condena mayor. Porque por ella el hombre se volvió rebelde a Dios y conoció la lujuria y la muerte. Y es por causa de ella que el hombre ya no puede dominar sus tres reinos: el del espíritu, porque permitió que el espíritu desobedeciese a Dios y con el pecado le dio la muerte. El del alma, porque permitió que las pasiones lo dominaran. Y el del cuerpo porque lo sometió a las leyes instintivas de los brutos.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
11.- SATYRICÓN
Después que el general se marchara, Marco Aurelio, en rápida carrera se montó otra vez en el caballo y salió como un bólido de la casa. Y prácticamente voló en dirección a la domus de Petronio, dando a su paso empellones a todo lo que se cruzó por su camino.
Cuando llegó… El portero al verlo, no se atrevió a detenerlo.
Marco Aurelio entró hasta el atrium con la violencia de un huracán.
Y como le dijeron que el amo estaba en la biblioteca, se precipitó hacia allí con el mismo ímpetu. Encontró a Petronio escribiendo y furioso se lanzó contra él. Le arrebató el stylus, lo hizo pedazos y lo arrojó al suelo. Barrió con el brazo todo lo que había sobre la mesa de trabajo y temblando por la furia, le clavó los dedos en los hombros a Petronio. Levantando y acercando su rostro al de su tío, le preguntó con voz ronca:
– ¿¡Qué has hecho con ella!? ¿Dónde está?
De pronto sucedió una cosa sorprendente…
Aquel flexible y de tan refinado hasta cierto punto ‘delicado’ Petronio, cogió las manos con que el joven guerrero le oprimía los hombros. Y sujetándole las dos con una de las suyas; como si fuera de acero…
Le dijo gélidamente:
– Solo por las mañanas me encontrarás incapaz. Por la tarde tengo todo mi vigor.- y mirándolo con fijeza, añadió con seriedad- Intenta desprenderte. Algún tejedor debe haberte enseñado gimnástica y un gladiador modales.
Y su semblante no tenía el menor rastro de enojo, pero sus ojos destellaban con una energía tan intrépida, como nadie lo hubiera imaginado. Después de un momento dejó caer las manos de Marco Aurelio.
Éste se encontró ante él, abrumado por la ira y la vergüenza.
Y casi llorando dijo:
– Tienes unas manos de acero. Pero si me has traicionado, te juro por Marte que he de clavar un puñal en tu pecho, aunque te refugies en las habitaciones del César.
Petronio replicó:
– No te tengo miedo. Pero hablemos con calma. Como puedes ver, el acero es más fuerte que el hierro, aunque parezca más frágil. Aunque sé de lo que eres capaz… Por el contrario, no sabes cuánto me apena tu rudeza. Y lo que más me sorprende es tu ingratitud…
– ¡¿Dónde está Alexandra?!
– En un prostíbulo.
– ¡¡¡Petronio!!!
– Es decir, en la Domus Transitoria.
– ¡Oh no! ¡Por Pólux! ¡¿Cómo pudiste…?!
– Cálmate y siéntate. He pedido al César dos cosas que ha prometido concederme. Primero: sacar a Alexandra de la casa de Publio. Y segunda: dártela. ¿Traes algún puñal entre los pliegues de tu túnica? Creo que ya es tiempo de que me hieras. Solo que te advierto que esperes siquiera un par de días, porque serías llevado a una prisión… Y mientras tanto tu amada, se fastidiará sola en tu casa.
Se hizo un silencio total.
Marco Aurelio miró a Petronio con ojos atónitos. Y completamente apenado dijo:
– Perdóname. La amo tanto que me estoy volviendo loco.
Petronio se irguió aún más. Le sonrió y luego se pavoneó ante él:
– Admírame, Marco Aurelio. Anteayer dije al César: “Marco Aurelio el hijo de mi hermano Cayo, se ha enamorado a tal grado de una escuálida doncella que han criado los Quintiliano, que los suspiros tienen convertida la casa en un baño de vapor. Ni tú, ¡Oh, César! Ni yo; porque ambos sabemos lo que es la verdadera belleza, daríamos ni siquiera mil sestercios por ella. Pero ese muchacho ha sido siempre obtuso como un trípode, ahora acaba de perder el poco juicio que le quedaba y necesito ayudarlo”.
Casi se le desorbitaron los ojos a Marco Aurelio al exclamar:
– ¡¡¡Petronio!!!
– Si no alcanzas a comprender que todo esto lo dije para la mayor seguridad de Alexandra, voy a creer que dije al César la verdad.
Marco Aurelio inclinó la cabeza y reconoció:
– ¡Tienes razón! ¡Perdóname!
– Convencí a Barba de Bronce de que un hombre de su temperamento artístico y estético, no podría considerar bonita a esa muchachita. Y Nerón, que hasta ahora solo mira las cosas a través de mis ojos, no encontrará belleza en ella. Y al no encontrarla, no la deseará. Era necesario que nos pusiéramos en guardia contra ese monstruo. Ahora no será él quien aprecie la hermosura de tu princesa parta, sino Popea. Y ésta se esforzará por despedirla cuanto antes del palacio. Además, dije a Enobarbo: “Haz venir a Alexandra y entrégasela a Marco Aurelio. Tú tienes el derecho de hacerlo porque ella es un rehén. Y así, tú la guardarás causando una gran pena a Publio.” Y él convino en esto con mayor satisfacción, pues mi consejo le dio la oportunidad de mortificar a personas honorables.
– ¡Qué asco de hombre! Pero no voy a hablar mal de él, si gracias a eso me entrega a la mujer de mis sueños.
Petronio agregó con cinismo:
– Este es el mundo en que vivimos. Quién no aprende a vivir en él, termina siendo devorado. Así pues, te harán custodio oficial de ese rehén en especial y pondrán en tus manos a ese tesoro parto. El César, para salvar las apariencias, la guardará por unos días en su casa y enseguida te la enviará. ¡Hombre afortunado!
Marco Aurelio no puede disimular su inquietud:
– Entonces ¿Nada la amenaza en el Palatino?
– Si tuviera que permanecer allí, Popea emplearía a Locusta, la hechicera que le proporciona a Nerón sus venenos. Pero tratándose tan solo de unos cuantos días, no hay peligro. Moran diez mil individuos en esa casa. El César quizá ni siquiera llegue a verla.
– ¿Y qué piensas hacer mientras tanto?
– Enobarbo ha dejado a mi exclusivo arbitrio todo el asunto. Hace un momento estuvo aquí el centurión que acaba de conducirla al palacio y la ha confiado al cuidado de Actea. Es una buena mujer y yo dispuse que le fuera entregada la rehén. Es evidente que Fabiola comparte mi opinión, pues le escribió una carta a Actea recomendándole a Alexandra.
Marco Aurelio no puede contener una exhalación de profundo alivio.
– ¡¡¡Aaah!!! – Y pregunta ansioso- ¿Y luego qué vas a hacer? ¿Cuándo podré verla?
Petronio contesta complacido:
– Mañana habrá fiesta en el Palatino y he pedido para ti, un asiento junto a esa joven.
– Perdona Tito mi impaciencia. Creía que habías dado orden de llevarla para ti o para el César.
– Puedo perdonar tu impaciencia, pero me cuesta más trabajo perdonar tus modales groseros, tus exclamaciones vulgares y tus gritos de estibador. Necesitas pulirte. ¿Cómo fuiste capaz de pensar eso de mí?
– ¡Es que yo no sabía nada! ¡Pensé que tú también te habías enamorado de ella!…
Petronio aspira profundamente, antes de contestar:
– Debes saber que Tigelino es el encargado de los lenocinios cesáreos y que si yo quisiera a esa joven para mí, ahora mismo y mirándote de frente te diría: “¡Marco Aurelio! Te quito a Alexandra y me voy a quedar con ella hasta que me harte”. -y dijo esto clavando en su sobrino sus ojos grises acerados, con una mirada insolente y fría.
El joven tribuno se anonadó por completo y dijo:
– La falta es mía. Tú eres bueno y digno. Te lo agradezco con todo mi corazón. Solo dime: ¿Por qué no enviaste a Alexandra directamente a mi casa?
– Porque el César desea guardar las apariencias. En toda Roma se hablará de esto y ella permanecerá en palacio hasta que se aplaquen los comentarios. Con todas las cosas que ha hecho Enobarbo, no es conveniente alborotar más a quienes ya lo odian y lo desprecian profundamente. Después la enviaremos sin ruido hasta tu casa y todo habrá terminado.
– Tienes razón. Todavía hay comentarios por el regalo que hizo a Popea, cuando le mandó la cabeza de Octavia.
– Barba de bronce es un canalla cobarde. Yo creo que matar a su padre, a su madre, a su hermano y a su esposa, es digno de un reyezuelo asiático como Herodes y no de un emperador romano. Sin embargo él, después de cometer estos asesinatos, se ha tomado el trabajo de escribir al senado cartas de justificación.
– ¿Por qué? Se considera el Amo del Mundo y nadie se atreve a protestar por sus fechorías.
– Nerón las ha escrito porque quiere salvar las apariencias.
Marco Aurelio mueve la cabeza con perplejidad:
– No entiendo. ¿Por qué ese inútil esfuerzo de aparentar justicia en el crimen que se ha cometido y que se sabe que será impune?
Petronio contestó con indiferencia:
– Yo creo que es porque el crimen es algo feo y repugnante, en tanto que la virtud es siempre noble y bella. El verdadero esteta es por lo tanto, un hombre virtuoso. ¡Admírame!
Pero Marco Aurelio, como hombre realista que es, no quiso filosofar y contestó:
– ¡Mañana veré a mi Alexandra y lo más pronto posible la tendré en mi casa todos los días, junto a mí; hasta la muerte!
Petronio replicó:
– Tú tendrás a Alexandra para amarla y yo tendré a Publio Quintiliano sobre mi cabeza, como la espada de Damocles… Porque a mí me culpará y será mi enemigo para siempre… Estoy seguro de que él invocará en su auxilio y contra mí, la venganza de todas las divinidades, pidiendo que yo sufra la más espantosa de las muertes…
Marco Aurelio lo interrumpió:
– Publio estuvo en mi casa. He prometido darle noticias de Alexandra.
– Le quité Alexandra para dártela, porque te quiero como si fueras mi hijo. Escríbele que el deseo del divino César es la suprema ley y que a tu primer hijo le pondrás por nombre Publio. Es necesario dar algún consuelo a ese pobre viejo.
Y Marco Aurelio se puso a escribir la carta que le hará perder al general hasta el último resto de su esperanza…
Más tarde, cuando estaban en el triclinium, Petronio entregó a Marco Aurelio un hermoso tubo de plata labrada que contiene unos rollos. Y le dijo:
– He aquí un obsequio para ti.
Marco Aurelio lo toma y lee el título:
– “SATYRICÓN” (Sátiras). ¡Muchas Gracias Petronio!
Se siente muy feliz y una sonrisa luminosa vuelve a dibujarse en su semblante. Luego mira a Petronio con curiosidad y pregunta:
– ¿Es una obra nueva?
– Acabo de terminarla.
Marco Aurelio hojea el manuscrito como a la mitad, lo lee un poco y dice:
– Tú has dicho que no escribes versos. Pero aquí veo que la prosa alterna con ellos.
Petronio le responde:
– Cuando la leas fija tu atención en la “Fiesta de Trimalquión”. En cuanto a los versos, eran necesarios. Pero me han hastiado desde que he tenido que soportar a Nerón escribiendo un poema épico.
Incapaz de contener su entusiasmo, Marco Aurelio exclama:
– Lo poco que leí me encantó. Promete ser un libro muy interesante. Pero todo lo que escribes es genial, ya lo sé. Una vez más, muchas gracias, Petronio; yo también te amo como si fueras mi padre.
Petronio sonrió complacido y dijo:
– Me alegro mucho que te guste. Y también yo sé que lo disfrutarás.
Marco Aurelio suspiró ruidosamente antes de preguntar:
– ¿Me ayudarás a preparar todo para recibir a Alexandra en mi casa?
– ¿Qué quieres hacer?
– Verás…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
10.- UNA ORDEN IMPERIAL
Y en efecto, Petronio cumplió su promesa. Al día siguiente se fue al Palatino y tuvo con Nerón una entrevista privada.
Y al tercer día se apareció en la casa de Publio, un centurión al frente de una decuria de pretorianos.
En este tiempo de incertidumbre y de terror, los enviados de este género son por lo general, mensajeros de muerte. Cuando el centurión llegó a la casa de Publio Quintiliano y el vigilante del atrium anunció que había soldados allí, el espanto invadió toda la casa. La familia rodeó a su jefe, pues todos creyeron que venían por él.
Después de unos momentos de pánico, Publio restableció la calma, acallando el rumor que se había levantado por todas partes, dijo:
– Déjame marchar Fabiola. Si mi fin ha llegado tendremos tiempo para despedirnos.- Y la apartó suavemente a un lado.
Fabiola contestó:
– Permita Dios, ¡Oh, Publio amado! Que sean uno mismo, tu destino y el mío.
Y empezó a orar con la vehemencia que solo puede infundir el temor que se siente por la suerte del ser más querido.
Publio pasó enseguida al atrium donde lo esperaba el centurión.
Éste era el viejo Máximo, su antiguo y subordinado compañero de armas en Jerusalén.
– Salve general. –Dijo con respeto, al entregarle la tablilla con el sello imperial- Soy portador de una orden y de un saludo del César.
Publio replicó:
– Presenta mi agradecimiento al César por su saludo. Y en cuanto a la orden, estoy listo para cumplirla. Sé bienvenido Máximo y dime cuál es esa orden de la que eres portador.
– Publio Quintiliano, el César sabe que en tu casa vive la familia de Vardanes I, rey de Partia. La cual fue entregada como prenda de que las fronteras del imperio, jamás serían violadas por los partos. El divino Nerón te está agradecido, ¡Oh, general! Por la hospitalidad que les has dado estos años, pero hay un rehén que el César desea tomar bajo su custodia y la del senado. Y te ordena que me entregues dicha doncella en sus manos.
Publio es un soldado bastante disciplinado y demasiado veterano para permitirse manifestar ningún sentimiento, ni expresar palabras vanas o quejas, ante una orden tan perentoria. No obstante, una ligera arruga de súbita cólera y de dolor se dibujó en su frente y Máximo se dio cuenta. Pero a la vista de la orden está indefenso.
Permaneció por unos segundos mirando fijamente la tablilla de Nerón y murmurando como para sí mismo, dijo:
– Conque la hija menor, ¿He? –Y agregó con voz firme- Aguarda aquí. En breve te será entregado el rehén.
Después de decir esto se dirigió al otro extremo de la casa y llegó con Fabiola que estaba llena de zozobra y de temor.
Carraspeó un poco y aclarándose la voz declaró:
– La muerte a nadie amenaza. Tampoco el destierro a tierras lejanas. No obstante el mensajero del César, es un heraldo de infortunio. Se trata de Alexandra.
Un coro de voces repitió asombrado
– ¡¡De Alexandra!!
Publio ordenó a la aya:
– Llámala, Marcela. Y dile que venga inmediatamente.
Fabiola exclamó atónita:
– Pero ¿Alexandra?
– Precisamente de ella. –contestó muy serio Publio.
Y volviéndose a la doncella que acaba de llegar, agregó:
– Alexandra, has sido criada en esta casa como hija nuestra. Y como a tal, te amamos tanto Fabiola como yo. Pero la verdad es que eres un rehén entregado a Roma por tu pueblo y tu custodia corresponde al César. Así pues como propiedad de él, es el mismo César quién te arranca de nuestra casa y debemos obedecerlo. Tus hermanos permanecerán aquí, mientras no sea otra la voluntad del emperador.
El general dijo estas palabras con acento tranquilo, pero con una insólita y extraña inflexión en su voz.
Alexandra lo escuchó petrificada. Como si no comprendiera de lo que se trata.
Fabiola palideció intensamente. Y otro murmullo recorrió nuevamente la casa.
Publio confirmó:
– La voluntad del César debe ser cumplida.
Fabiola protestó:
– ¡Oh, no! -Y abrazando a Alexandra, como si quisiera protegerla- ¡Preferible para ella sería la muerte!
Alexandra gritó:
– ¡Oh no! ¡Madre! ¡Madre!- Y buscó refugio en Fabiola, estremecida por los sollozos.
De nuevo se dibujaron la ira y el dolor en el semblante de Publio.
Y dijo con impotencia:
– Hoy mismo veré al César y le imploraré que modifique su mandato. Ignoro sí mi súplica será escuchada. Mientras tanto, adiós Alexandra y debes saber que Fabiola y yo bendecimos el día en que llegaste a ocupar un lugar a nuestro lado, en esta casa.
Y al decir esto puso una mano en la cabeza de la joven e hizo un gran esfuerzo para conservar su calma habitual.
Pero cuando Alexandra lo miró con sus ojos llenos de lágrimas, tomando su mano la llevó a sus labios para besarla y se quebró la voz del anciano…
Con ternura paternal en una voz llena de dulzura, agregó:
– ¡Adiós, alegría nuestra! Eres la luz de nuestros ojos. –Y abrazándola, lloró con ella.
Con inmenso dolor, pero con voz serena, Fabiola dijo:
– La hora ha llegado. La casa del César es un antro de infamia, depravación y crimen. Pero nadie tenemos derecho de levantar la mano sobre nadie; ni siquiera sobre nosotros mismos, disponiendo de nuestra vida. No debemos cometer ninguna tontería.
Alexandra llorando, contestó:
– Me aflijo por ti, madre. Por mi padre y mis hermanos. Pero sé bien que la resistencia es inútil y que solo conduciría a la destrucción de todos nosotros. ¡Dios cuidará de nosotros! ¡Te amo!
Fabiola replicó afligida:
– Mientras arreglan tus cosas, vamos a que te despidas de todos. -Y la conduce suavemente a hacer lo que ha dicho.
Entonces un hombre muy alto y robusto llamado Bernabé, que había servido en otro tiempo a la reina y madre de Alexandra, se postró a los pies de Fabiola y dijo:
– ¡Oh, domina! Permíteme que siga a mi ama, la sirva y vele por ella en la casa del César.
Fabiola lo miró con cariño y dijo:
– Bernabé, tú no eres siervo nuestro, sino de Alexandra. Pero si no te permiten cruzar los umbrales del Palatino ¿Cómo podrás velar por ella?
Bernabé suplicó:
– No lo sé domina. Pero necesito ir con ella.
Entonces Margarita, la hermana mayor de Alejandra, intervino:
La angustia palpita en la voz temblorosa de Fabiola al contestar:
– ¡Dios mío! ¿Acaso también deberé agonizar por ti? Eres una virgen consagrada y tu belleza puede ser tu perdición. ¿No acabas de oír lo que he dicho sobre la Domus Transitoria? ¿Qué puedes hacer tú para proteger a Alexandra de los motivos que han impulsado a esta orden imperial? Hija mía, sólo eres una doncella tres años más grande que tu hermana… Por favor… – un sollozo le impide continuar.
Margarita replicó serenamente:
– Lo sé. Pero yo no he sido solicitada y confío ciegamente en que Jesús me defenderá de todo peligro. Yo también pienso que el poder del que se siente el amo del mundo, está sujeto a la Voluntad Divina de nuestro Señor. Además, iré como dama de compañía y creo que eso no me lo pueden impedir.
Fabiola admitió:
– Es verdad. ¡Sí! La Ley que nos gobierna es otra más grandiosa. Por ahora hay que ofrecer todo a Dios. Hay que esperar y confiar en Él, creyendo que existe un poder superior al de Nerón y una misericordia más grande que su cólera.
Publio intervino:
– Si han enviado por Alexandra como un rehén reclamado por César, están obligados a aceptar su séquito y el centurión no puede negarse a recibirlos.
Fabiola aceptó:
– Está bien. -Y volviéndose hacia la otra joven doncella, agregó- Margarita, prepara tus cosas. Marcela irá con ustedes. – y da las órdenes pertinentes, para que la aya las acompañe.
El general está consternado y preguntó:
– ¿Qué otra cosa podemos hacer además de orar?
– Mientras ellas se despiden yo le escribiré a Actea y ella sabrá qué hacer.
– Es una idea excelente. Yo también veré las opciones que nos quedan.
Y Fabiola enseguida escribió una carta a Actea, colocando a Alexandra bajo su custodia.
La liberta de Nerón es la única persona confiable en aquel palacio…
Cuando llegó el momento de partir, los pretorianos los condujeron al Palatino.
Mientras tanto, el viejo general dio orden de que le preparen su cisio y dijo a su esposa:
– Escúchame Fabiola. Iré a ver al César aun cuando sé que mi visita será inútil. Y aunque la palabra de Séneca ya nada significa para Nerón, iré a ver a Séneca. Ahora los que tienen más influencia son Petronio, Tigelino, Haloto y Vitelio. En cuanto al César, ni siquiera creo que le importe Alexandra. Creo que ‘alguien’ ha intervenido para que esto sucediera. Y creo que es fácil adivinar quién es.
Fabiola preguntó asombrada:
– ¿Petronio?…
Publio contestó con voz contenida:
– ¿Quién más? Él fue. ¿Ves las consecuencias que trae el admitir que gente sin conciencia, ni honor, traspasen el umbral de nuestro hogar? ¡Maldito el día en que Marco Aurelio estuvo en esta casa! Ha sido él quien trajo a Petronio. ¡Pobre Alexandra! ¡Estos hombres no buscan en ella un rehén, sino una concubina!
La voz del general está llena de ira impotente y de dolor, por la pérdida de su hija adoptiva. Con sus puños apretados exclama:
– ¿Por qué Dios permite que triunfe ese monstruo malvado y protervo llamado Nerón?
Fabiola contestó suavemente:
– Publio… Nerón es apenas un puñado de fango, ante la infinita majestad de Dios.
Pero Publio se siente muy humillado. Pesa sobre él, el poder de una mano que desprecia profundamente. Y su impotencia aumenta porque ante esto, él no puede hacer absolutamente nada. Cierra los ojos. Aspira profundo y ora en silencio.
Cuando logra dominar la cólera que lo invade dice:
– Creo que Petronio no nos la ha arrebatado para llevársela al César, pues estoy seguro que él no querría provocar la ira de Popea. La ha tomado para sí o para Marco Aurelio. Y eso, hoy mismo lo voy a averiguar.
Y dando un beso a Fabiola, salió y se dirigió al Palatino.
No se equivocó al pensar que no sería admitido a la presencia del emperador. Le dijeron que el César estaba ocupado en cantar con Terpnum, su director musical y un virtuoso del laúd. Que no recibe más que a las personas que él mismo ha citado. En otras palabras: que en lo sucesivo ni siquiera debe intentar que el César le de audiencia. Publio no está dispuesto a rendirse tan fácilmente. Y dio orden al auriga de que lo lleve a la casa de Séneca.
Séneca lo recibió con afecto y al enterarse del motivo de su visita, le dijo:
– A menudo es mejor olvidarse de un insulto, que vengarlo. Ella es sólo un rehén y sabes que es propiedad del emperador. El mejor servicio que puedo ofrecerte Publio, es no dejar que Nerón descubra que mi corazón te compadece. No se te ocurra buscar ayuda con Tigelino, Haloto o Vitelio. Aunque odian a Petronio y están más que dispuestos a aniquilarlo, pues buscan por todos los medios minar su influencia con Nerón; lo más seguro es que van a ir a contárselo al César. Y cuando él sepa cuánto te importa esa joven, la retendrá con más obstinación.
Publio le preguntó con angustia:
– ¿Entonces qué hago? ¿Cómo impido que se cometa esta infamia?
Séneca no pudo contener una respuesta llena de ironía:
– ¿Sabes cuál ha sido tu error? Publio, has permanecido mudo años enteros. Y César no quiere a los que callan. ¿Cómo te has atrevido a no entusiasmarte con su talento, su virtuosismo, su declamación, su canto, sus versos y su modo de guiar las cuadrigas? Además… ¡Tampoco lo has glorificado por la muerte de Claudio, de Británico, de Octavia y de Agripina!
– ¡No entiendo cómo lo soportas! Ese hombre es un monstruo de perversión…
Por unos instantes, el tiempo pareció detenerse. Luego, el filósofo agarró un vaso, lo llenó con agua del implovium… después de refrescar sus labios, mirándolo fijamente a los ojos, añadió:
– ¿Ves? Estoy convencido de que esta agua no está envenenada y la bebo con toda confianza. El vino es menos seguro. Si tienes sed, puedes beber de esta agua. Los acueductos la traen aquí desde la montaña y para envenenarla es preciso envenenar todas las fuentes de Roma.
– Por lo que veo, ya te has resignado a tu suerte.
– El primer arte que se aprende en el ejercicio del poder, es la capacidad para soportar el odio; porque incierto es el lugar en donde nos espera la muerte y por eso hay que estar preparados y esperarla en todo lugar.
– Con un desquiciado gobernándonos, ¿Quién puede estar seguro de nada? ¿Por qué permaneces junto a él?
– Nerón tiene un corazón agradecido.-ríe con sarcasmo y agrega – Te quiere porque has servido gloriosamente al imperio. A mí me quiere porque fui el maestro de su juventud… Y el amor de Nerón es lo más peligroso de este mundo. Agripina lo sabe mejor que nadie.
– ¿Cómo puedes vivir así?
– Vencer sin peligro es ganar sin gloria. Los que jugamos en esta arena no podemos salirnos voluntariamente.
– Bueno, fue tonto de mi parte preguntarte esto, cuando los militares y los cristianos es para lo primero que nos preparamos. ¿No es verdad? Tú eres un hombre muy sabio y un experto en política. Yo soy como Vespasiano y no sirvo para la diplomacia.
– En esta vida he recibido demasiado y ya es hora de retribuir. Yo no le tengo miedo a morir, me he preparado para todo… Lo único que me preocupa es irme, sin haber alcanzado el objetivo principal por el que Dios me tiene todavía aquí. Tú y yo sabemos muy bien cómo se deben administrar nuestros dones.
– Nerón no vacila para obtener lo que quiere, ni los medios usados para lograrlo. Eres uno de los hombres más ricos del imperio. Me sorprende que su codicia no te haya destruido todavía.
– Aun así, lo que Nerón no sabe es que he repartido en secreto todas mis riquezas y en su momento esta será una buena broma que no se esperan mis enemigos. ¿Sabías que se las ofrecí para que me dejara retirarme y las rechazó haciéndome profundas muestras de afecto? ¡Tú sabes lo que en realidad eso significa!… Pero cuando decidan mi muerte, ya no encontrarán nada. Yo estoy como Petronio…
Publio interrumpe estas amargas reflexiones:
– Precisamente noble Anneus, el autor de este traslado es Petronio. Dime qué debo hacer. ¿No puedes ayudarme?
Séneca lo miró con afecto y respondió:
– Petronio y yo jugamos en campos opuestos. Yo no conozco nada que puedas usar en contra suya. Y él no cede ante nada. Acaso con toda su depravación es el más digno de todos esos bribones que forman la camarilla de íntimos de Nerón. Pero intentar demostrar que lo que hizo es una mala acción, es perder el tiempo. Creo que lo único que te resta es orar… Cuando yo lo vea le diré: “Lo que hiciste es propio de delincuentes”. Si eso no logra avergonzarlo, ninguna otra cosa tendrá mayor poder. Espero que te sirva de algo.
Publio lo miró derrotado y una luz de esperanza brilló como una chispa en lo más profundo de sus ojos:
– Gracias también por eso. –Y se despidió de Séneca.
Enseguida ordenó que le condujeran a la casa de Marco Aurelio.
Lo encontró haciendo ejercicios de equitación.
Publio se estremeció de ira al verlo tan feliz y tranquilo, después de la vileza con que había perpetrado el ataque contra Alexandra. Y al verlo bajar del caballo y dirigirse despreocupadamente hacia él; esa ira estalló en un amargo torrente de reproches y de injurias.
Marco Aurelio se paralizó por el asombro, al saber que Alexandra había sido sacada de la casa de Publio y se puso tan pálido y descompuesto, que el general ya no pudo acusarlo de haber participado en la intriga para apoderarse de ella.
La frente del joven tribuno se cubrió de sudor y su rostro se sonrojó violentamente. Pareció como si su semblante tuviera una oleada de fuego. Sus ojos empezaron a despedir chispas y lanzó bruscas interrogantes incoherentes. Sus manos temblaron. Los celos y la cólera lo sacudían como una furiosa tempestad. En el huracán de sus sentimientos, le pareció que Alexandra una vez traspasados los dinteles de la Domus Transitoria, se hallaba completamente pérdida para él. Y lágrimas de rabia y de angustia descendieron por sus mejillas, sin poderlas contener.
Cuando Publio mencionó el nombre de Petronio, cruzó como un rayo por la mente de Marco Aurelio, la sospecha de que Petronio se había burlado de él y que intentaba guardarla para sí, porque estaba convencido de que ver a Alexandra y desearla, eran una misma cosa. La impetuosidad de su carácter lo arrastraba como a un potro indómito y estaba perdiendo el control.
Con voz muy alterada le dijo:
– General. Vuelve a tu casa y espérame. Debes saber que aun cuando Petronio fuera mi padre, en él habría de vengar el agravio hecho a Alexandra. Quédate tranquilo. Ella no será ni de Petronio, ni del César.
Enseguida se dirigió al lararium y con los puños cerrados, exclamó:
– ¡Por mis antepasados te juro que primero la mataría y me mato yo mismo que permitirlo!
Fue entonces cuando Publio se dio cuenta cuán enamorado estaba Marco Aurelio de Alexandra y no dudó un segundo de que haría lo que decía.
Y Publio admitió:
– Ya veo que tú no tuviste que ver nada en esta vileza. Yo también preferiría verla muerta que convertida en juguete de los caprichos del César.
– Voy a averiguar qué sucedió. Vuelve a tu casa y espérame. Yo solucionaré esto.
– Estaré aguardando tu informe.
Cuando el general se marchaba, le repitió de nuevo que lo esperase.
Y Publio regresó a su casa un poco más tranquilo.
Pensó ahora que si Petronio había inducido al César a que reclamara a Alexandra para darla a Marco Aurelio, éste la devolverá a su hogar.
Así pues, tranquilizó a Fabiola y la hizo participar de sus esperanzas. Y ambos se dispusieron a esperar las noticias de Marco Aurelio.
Muy avanzada la tarde, llegó un mensajero con una carta.
El general la recibió con manos temblorosas y la leyó con precipitación…
Inmediatamente se oscureció su semblante y extendiéndola a su esposa la invitó a que la leyera.
Fabiola la recibió y leyó:
Marco Aurelio Petronio a Publio Quintiliano:
Salve.
Lo ocurrido ha sido por la voluntad del César. Ante lo cual inclinad vuestras cabezas, tal como Petronio y yo inclinamos las nuestras. Adiós.
Después de esto, se hizo un dolorosísimo silencio.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA