13.- EL ORIGEN DEL DOLOR20 min read

La muerte y el dolor entraron en el mundo por envidia del Demonio. Pero Dios no es autor, ni de la muerte, ni del dolor. Y no se alegra con el dolor de los vivientes.

El Pecado destruyó la capacidad y la intensidad en el Amor. Y desde entonces el dolor existe en la Tierra y arranca lágrimas al hombre, por la depravación de su inteligencia que trata siempre de aumentarlo por todos los medios.

En su paso por la tierra, el hombre más que para sufrir, vive para hacer sufrir. ¡Cuántas lágrimas se acarrea el hombre por la instigación oculta de su amo: Satanás!

Nadie quiere sufrir, pero todos buscan que los demás sufran.

LA SOBERBIA Y LA EXCUSA.

“La serpiente   me engañó, dijo Eva. La mujer me presentó el fruto y comí de él, dijo Adán.” Y desde aquel momento la concupiscencia triple se apoderó de los tres reinos del hombre.

No hay más que la Gracia para desprenderse de las fuertes ataduras de este monstruo despiadado. Cometieron el primer acto contra el Amor, con la Soberbia, la Desobediencia, la Desconfianza, la Duda, la Rebelión, la Concupiscencia Espiritual y por último, la Concupiscencia Carnal.

También en las ofensas contra la Ley divina, el hombre pecó antes contra Dios, queriendo ser igual a Dios, ‘dios’ en el conocimiento del Bien y el Mal. Y en la absoluta y por lo mismo ilícita libertad de proceder a su placer y querer contra todo consejo, lo prohibido por Dios.

Después pecaron contra el Amor, amándose desordenadamente, negando a Dios el amor reverencial que le debían; metiendo el ‘yo, en el lugar de Dios; odiando a su prójimo futuro: su misma prole, a la cual le procuró la herencia de la culpa y de la condena; despojados de todo lo que Dios les había dado.

Por último, pecó contra su dignidad de criatura regia, que había tenido el don del perfecto dominio de los sentidos, rebajándose a sí mismo a un nivel inferior al de las bestias.

¡Bien conocieron después la Ciencia del Bien y del Mal! Con el conocimiento adquirido y la nueva vista por la cual supieron que estaban desnudos, los advirtió de la pérdida de la Gracia que los había hecho felices en su inteligente inocencia; hasta llegar a aquella hora, por la pérdida de la vida sobrenatural.

¡Desnudos! No tanto de vestidos, sino de los dones de Dios.

¡Pobres! Por haber querido ser como Dios.

¡Muertos! Con el espíritu muerto por el Pecado. Por haber temido morir con su especie, si no hubieran procedido directamente.

“Seréis como dioses, conocedores de todo, del Bien y del Mal.”

El apagado silbido de la serpiente, con su sonido cruzó el aire; encontró eco en el corazón del hombre y se fundió a su sangre; para entrar a lo más caro del alma, entronizándose en el altar de su espíritu. Y desde entonces vive perjudicándolo en cuerpo y alma, para obedecer al imperativo de la sangre envenenada por Satanás.

El hombre se equivoca al aplicar valor y significado a las cosas y a las palabras. Ser igual a Dios, ya había sido dado por dote por el Padre Creador. Con una semejanza en la cual no tienen nada que hacer, esto que es carne y sangre; sino en el espíritu. Porque Dios es Ser Espiritual y Perfecto. Y los había hecho grandes en el espíritu. Capaces de alcanzar la perfección mediante la Gracia plena en ellos y la ignorancia del Mal.

Jesús vino a poner las cosas y las palabras en la luz justa. Y con las palabras y los hechos demostró la verdadera grandeza, la verdadera riqueza, la verdadera sabiduría, la verdadera majestad, la verdadera deificación.

Y no son aquellas que el hombre cree.

LA SENTENCIA DIVINA.

Dios Padre alejó al hombre del jardín de sus delicias. Ya no podía confiar más en sus hijos. El hombre había querido ser el dueño de todo y se opuso a que Dios fuese el Único Creador. Se marchó a su destierro con su pecado. Era un rey humillado y despojado de sus dones. El Hombre del Paraíso se había convertido en un ser terrenal y mortal.

Su reino lo perdió en manos del que lo pervirtió.

Satanás lo despojó de lo que Dios le había dado. Y de amo se convirtió a sí mismo en esclavo de aquel que había sido destinado a obedecerlo. Y el dolor y la muerte entraron a formar parte de la vida humana. La herida de Eva engendró el sufrimiento, que no terminará hasta que muera la última pareja sobre la tierra.

EL CASTIGO. 

No desproporcionado, sino justo.

Para entenderlo se necesita considerar la perfección de Adán y Eva.

Considerando aquel vértice, se puede medir la magnitud de la caída en aquel abismo de degradación.

Dios respetó la voluntad humana.

El hombre perseveró en su estado de rebelión hacia su Divino Benefactor. Porque no se arrepintió del dolor causado a Dios y todavía mantenía su unión con la mentira. Soberbiamente salió del Edén, después de haber mentido y haber aducido pobres excusas a su pecado.

Se hicieron cinturones de hojas y testimoniaron que se avergonzaban; no por estar desnudos y aparecer tales ante Aquel que los había creado y conservado vestidos solo de Gracia e Inocencia, sino porque eran culpables y tenían miedo de comparecer delante de Dios.

Miedo, sí. Arrepentimiento, NO.

Entonces Dios, después de haberlos expulsado del Edén, protegió con Querubines los umbrales del mismo, para que los dos prevaricadores no regresaran fraudulentamente, para hacer botín de los frutos del Árbol de la Vida, nulificando una parte del justo castigo y defraudando todavía una vez más a Dios de su derecho: aquel de dar y de quitar la vida.

Dios es nuestro Rey y nuestro Padre. No un siervo y menos un esclavo.

Dios es Justo.

Cuando castigó al hombre, no le quitó la inteligencia, ni la fuerza moral, porque nunca ha dejado de amar al hombre, por más culpable que éste sea.También le dejó al hombre la voluntad soberana, para que éste pudiese llegar a ser dueño de sus pasiones y pudiera controlarlas.

El hombre debió obedecer. Los inocentes eran castos. Sabían amar verdaderamente, con aquella ternura virginal que está en el más ardiente amor materno o en el más ardiente amor filial. O sea, de aquellos dos amores que no tienen atracción sensual y son fortísimos.

Dios habría regulado el amor del hombre por las criaturas nacidas de su santo amor con Eva. Pero Adán y Eva no llegaron a este amor, porque el desorden había corrompido con su veneno, el santo amor de los Progenitores.

CONSECUENCIAS DEL PECADO.  

El Enemigo de Dios y del hombre por Odio, hirió mortalmente a la Humanidad y la infectó con el germen del Odio, de los Celos, de la Envidia. Y con esto puso la causa primaria de la división que enfrenta a los hombres el uno contra el otro.

De esta manera fue cosechado el segundo fruto de la maldad del Maligno: el fratricidio de Caín. Y desde entonces el virus de la violencia ha ido aumentando hasta alcanzar proporciones pavorosas, porque cada día crece más la semilla que Lucifer siembra en el corazón del hombre: EL ODIO.

Por un solo hombre entró el Pecado en este mundo y por el pecado, la muerte. Y pudieron penetrar entre las delicias del Edén, turbando el orden, la armonía, el amor; esparciendo su veneno. Corrompiendo el intelecto, voluntad, sentimientos, instintos. Suscitando apetitos culpables, destruyendo la Inocencia y la Gracia, afligiendo al Creador.

Haciendo de las criaturas bienaventuradas, dos infelices; condenados uno. a obtener fatigosamente su pan de la Tierra; que por haber sido maldecida, produce cardos y espinas. Y a la otra, a parir con dolor; a vivir en el dolor y la sujeción del hombre.

Condenados los dos a conocer el dolor del hijo muerto y la vergüenza de ser los padres de un fratricida. Y finalmente a conocer el dolor de morir.

Hasta aquel momento, el veredicto de Dios no había todavía fragmentado la rebelión del hombre, el cual con la fácil adaptación de los animales, se había adaptado rápido a su nuevo destino. No más fácil y alegre como el anterior; pero no privado de gozos humanos que compensaban sus dolores humanos.

Las pasiones de los sentidos se satisfacían en la carne compañera.

La alegría de crear por sí solos nuevas criaturas, -¡Oh, orgullo persistente!-. Ilusionándose con esto, que era el ser iguales a Dios Creador; el dominio sobre los animales, la satisfacción de la cosecha y del bastarse a sí mismos, sin tener que agradecer a nadie.

Alegrías sensuales, pero siempre alegrías. Cuánta oscuridad de vapores de orgullo y de niebla de concupiscencia, perduró obstinada en los dos protervos. La maternidad era obtenida con dolor, pero la alegría de los hijos compensaba aquel dolor. El alimento era obtenido con fatiga, pero el vientre se llenaba igualmente y la gula era satisfecha, porque la tierra estaba colmada de cosas buenas.

La enfermedad y la muerte estaban lejanas. Gozando los cuerpos creados perfectos, de una salud y una virilidad que hacía pensar en una larga vida, aunque no fuese eterna. Se amaban con ternura y con pasión; ya que por su elección al orden sobrenatural; fueron dotados para amar y ellos, sí sabían amar mucho.

Y la soberbia fermentante suscitaba el pensamiento burlón: ¿Dónde pues está el castigo de Dios? Nosotros somos felices también sin Él.

Pero un día, el verde de los campos en los cuales florecían las flores multicolores creadas por Dios, enrojeció con la primera sangre humana vertida sobre la tierra.

Y dio alaridos de dolor la madre del dulce Abel muerto.

Y el padre comprendió que no era vana la amenaza de aquella promesa:Volverás a la tierra de la cual fuiste sacado, porque eres polvo y al polvo volverás.”

Y Adán murió dos veces: por sí y por su hijo. Porque un padre muere la muerte de su hijo viéndolo agonizar.

Y Eva alumbró con desgarramiento, dando a la tierra el cuerpo exánime de su predilecto y comprendió que cosa era el parir en pecado.

La muerte de Abel hizo añicos el orgullo de Adán y las escorias expertas de Eva, en el más atroz alumbramiento a las tinieblas.

El alarido de Eva, también marcó el nacimiento del arrepentimiento.

En aquella hora señalada por la primera sangre humana, esparcida por criminal violencia, por la cual la tierra fue maldecida dos veces. Hora en la cual fulminaba, el castigo de Dios. Murió el orgullo y nacieron el arrepentimiento y la nueva vida; con los cuales los dos culpables iniciaron el ascenso hacia la justicia y ameritaron, después de una larga expiación, el Perdón Divino por los méritos de Cristo.

Este dolor llenó el mundo y se trasmitió de generación en generación y terminará hasta que tenga fin el mundo. Ha llenado con su alarido el lugar en donde Adán extrae el pan de los surcos, sobre los cuales goteaba su sudor.

Se ha esparcido por la Tierra, los horizontes, los cañones, los desiertos y las selvas. Toda la Creación lo ha sentido y lo ha trasmitido. Y como luz cegadora ha hecho ver a Adán y a Eva, la inmensidad de su Pecado. No cometido solamente contra Dios, sino contra ellos mismos, en su carne y en su sangre.

Todo este milenario dolor viene de un desorden creado por un rebelde en el Cielo y por el consentimiento al desorden propuesto por él, a los dos primeros habitantes de la Tierra.

La Gracia restaura, pero la Herida queda. La Gracia auxilia, pero los impulsos hacia el Mal, quedan. Porque desde el momento del Pecado, el Bien y el Mal, son. Y se combaten dentro y fuera del hombre.

La impureza es la raíz de las enfermedades del alma. Los males morales tienen otros nombres: orgullo, codicia y sensualidad. Cuando se alcanza la perfección con estas tres fieras que lo destrozan, – y aun así el hombre las busca con loca ansiedad, – el alma queda totalmente separada de Dios.

La muerte y el dolor entraron en el mundo por envidia del Demonio. Pero Dios no es autor, ni de la muerte, ni del dolor. Y no se alegra con el dolor de los vivientes.

El Pecado destruyó la capacidad y la intensidad en el Amor. Y desde entonces el dolor existe en la Tierra y arranca lágrimas al hombre, por la depravación de su inteligencia que trata siempre de aumentarlo por todos los medios.

En su paso por la tierra, el hombre más que para sufrir, vive para hacer sufrir. ¡Cuántas lágrimas se acarrea el hombre por la instigación oculta de su amo: Satanás!

Nadie quiere sufrir, pero todos buscan que los demás sufran.

LA EVOLUCION DEL PECADO.

Adán y Eva faltaron al primero de los Mandamientos dados por Dios y pecaron contra el Amor a Él, con la Desobediencia. Pero no pecaron contra el prójimo y en lugar de maldecir a Caín, lloraron por igual sobre el hijo muerto en la carne: Abel. Y sobre el hijo muerto en el espíritu por el fratricidio.

Así pues, continuaron siendo hijos de Dios, junto con sus descendientes venidos después de este dolor.

Caín pecó contra el amor a Dios y contra el amor al prójimo. Infringió por completo el amor. Dios le maldijo y Caín no se arrepintió. Por eso él y sus hijos, no fueron más que hijos del animal llamado hombre.

Si el primer pecado de Adán produjo tal decadencia en el hombre: ¿Qué grado de decadencia no habrá producido en el segundo, al que además acompañaba la maldición divina? ¿Qué variedad de formas de pecar no se habrán desatado en el corazón del hombre-animal, al estar totalmente privado de Dios y qué virulencia habrán alcanzado después de que Caín no solo escuchó el consejo del Maldito, sino que lo abrazó como dueño querido, asesinando por órdenes del mismo?

El desgaje de aquella rama, envenenada por la posesión diabólica, evolucionó de mil maneras.

En donde no está Dios, está Satanás. Cuando el hombre ya no tiene el alma viva, se transforma en un hombre-animal. EL BRUTO, AMA A LOS BRUTOS.

La lujuria carnal al estar aferrada y soliviantada por Satanás, le desata la avidez por todas las uniones, presentándole atractivo y seductor, lo que en realidad es horrendo como un íncubo. Lo lícito ya no le satisface, por parecerle muy poco. Y fuera de sí por la lujuria, busca lo ILÍCITO; llegando a tener monstruos por hijos e hijas.

Son los monstruos que por el poderío de sus formas, su salvaje belleza y su ardor bestial, frutos de la unión de Caín con los brutos y de los brutísimos hijos de Caín con las fieras, insaciables en su sensualidad al hallarse abrasados por el fuego de Satanás.

DE ELLOS SON LOS RASTROS SIMIESCOS, QUE LLAMAN LA ATENCIÓN DE LOS CIENTÍFICOS, INDUCIENDO AL ERROR.

El hombre desatina con las líneas somáticas y  los ángulos cigomáticos. Y no queriendo admitir a un Creador por ser excesivamente soberbio para reconocer haber sido hecho; admite la descendencia de los brutos para así poder decir: “Por nosotros mismos hemos evolucionado de animales a hombres. Es el esfuerzo de superación.”

Y así el hombre prefiere auto degradarse, por no querer humillarse ante Dios.

De este modo perdió el hombre la perfección de la belleza física y vino la variedad de las razas.

 En los tiempos de la primera corrupción, tuvo el aspecto de animal. Ahora ha adquirido esa apariencia en la mente y en el corazón.

Y en su alma, por su cada vez más profunda unión con el Mal; ha tomado en demasiados, el rostro de Satanás, borrando casi totalmente la semejanza con Dios y quedando solo el hombre-animal, guiado por los más bestiales instintos.

La prevaricación trastornó el orden con el más desconcertante desorden y destruyó el Plan Estupendo de Dios, cambiando totalmente la condición del hombre.

Satanás finalmente logró su objetivo y se apoderó del hombre, sobre el cual desahoga su odio, su veneno y sus desenfrenadas y desesperadas pasiones.

Al hombre rico, sabio, fuerte, feliz, inmortal y libre; lo convirtió en pobre, ignorante, débil, infeliz, mortal y esclavo, atormentado por su implacable verdugo.

A la felicidad del Paraíso Terrenal, siguió la infelicidad del exilio. A la Luz, siguieron las Tinieblas de la ignorancia, al grado de perder su propia identidad.

El Amor fue sustituido por el Odio. Al Bien para el que el hombre fue creado, se prefiere el Mal con toda su gama de manifestaciones. A la Vida Eterna, finalidad de la Creación, se prefiere la Muerte Eterna, en la abismal desesperación del Infierno. 

Dios, a cambio del Amor sin límites que ha dado al hombre, recibe un tremendo insulto: el desprecio absoluto por parte del ser humano, que en una monstruosa ingratitud se niega a reconocerlo y a amarlo.

La Humanidad ha pecado con el Deicidio, en el Pueblo Elegido, el Pueblo de Dios. El hombre se niega a reconocer al Salvador y lo mata, porque no le gusta lo que Él ha venido a decir. Y por no arrodillarse ante Dios hecho Hombre, negándole la Adoración que le corresponde; lo convierte en el Redentor; cumpliendo en esta forma el Plan Admirable de Dios.

Y después del Deicidio cometido por los sacerdotes de Israel; los fomes del mal  prosperaron cada vez más fuertes hasta que el hombre ha llegado a la perfección de la maldad y la perversión, en el más refinado satanismo.

La Noche de la Negación de Dios cubre ahora todo el mundo. Los corazones están endurecidos por el egoísmo y por el odio que prevalecen en todas partes. La inocencia de los niños es contaminada y profanada. 

El mundo se aleja cada vez más de Dios y se ha caído en el engañoso espejismo de creer poder prescindir de Él, construyendo una civilización materialista, que se niega a aceptar el pecado como un mal y haciendo al alma incapaz para el arrepentimiento, totalmente sordos a las voces del Cielo.

Satanás es el tirano que con las cadenas del pecado, arrastra al hombre hacia donde él quiere. Los impulsos del Pecado son el egoísmo y el odio, los dos enemigos acérrimos del Amor. Tientan con recompensas, amenazan con represalias, indagan, señalan y preparan asechanzas, para dañar al prójimo.

Así es como se realizan toda clase de crímenes. 

El hombre siempre se envilece cuando sirve al pecado. El alma corrompida empuja la carne a pecados obscenos, que envejecen y deforman. El vicioso jamás es verdaderamente feliz. Porque en las glotonerías y en el ocio, el cuerpo disfruta, pero el alma languidece.

Los culpables aunque lo nieguen, sufren; porque el pecado enferma el alma y hiere al espíritu. Y nadie puede herirse a sí mismo, sin causarse dolor. El pecador no conoce la paz en su corazón.

Todo pecado es una enfermedad y hay algunos que provocan la muerte inclusive física. Las bendiciones de Dios son destruidas por el pecado y la alegría se acaba. Toda acción mala, quita la paz. El alma pecadora siente cansancio y tedio, se aburre pronto de todo y no conoce el júbilo del verdadero amor, sintiendo dentro de sí un verdadero quebrantamiento.

El alma enferma por el pecado hace que muera el espíritu; el cual se convierte en instrumento de Satanás, para infligir daño a los demás, en la decadencia de un círculo perfecto de maldad y de odio. El pecado enferma al alma con un cáncer que carcome y destruye peor que la lepra. El cáncer del cuerpo se queda en la tierra, pero el pecado permanece por toda la eternidad.

El espíritu muerto por el pecado es totalmente dominado por Satanás. Quién toma ‘posesión espiritual’ del templo viviente que es el hombre, quién es lanzado a cometer verdaderas aberraciones que lo angustian y de las cuales quisiera verse libre.

Pero cada vez comprueba dolorosamente y muchas veces sin comprenderlo ¿Por qué no puede hacerlo?…

LA ESCLAVITUD DEL PECADO.

Entre los ángeles hay diferentes jerarquías: ángeles, arcángeles, etc. Entre los demonios también las hay. Jesús también especificó una distinción entre los demonios y los espíritus inmundos. Los demonios son los ángeles caídos que no supieron retener su condición. Los espíritus inmundos son generados por los pecados de los hombres. El pecado consumado y convertido en vicio, fortalece y vitaliza a estos espíritus generados por la maldad humana. Llegan a agigantarse a tal grado que toman un dominio total del hombre, hasta esclavizarlo de una manera absoluta.

El alma fue creada para volver a unirse con Dios. Y cuando la libre voluntad del hombre decide unirla al pecado, se produce un místico adulterio espiritual.

La lujuria de la mente es la soberbia. Fue el pecado de Satanás que se burló de Dios, llevándole a creerse superior a Él. La mente del soberbio fornica con Satanás, contra Dios y contra el Amor.

La lujuria del corazón es la ambición de las riquezas y del poder. Es la que odia a Jesús y a su Evangelio, porque Él ha acabado con ella en el corazón de los que aprenden a amar a Dios.

La lujuria carnal empuja al cuerpo a vivir esclavizado como un animal. Y sus instintos lo gobiernan en satánica tiranía, por infames placeres.

Esta es la triple concupiscencia que destruye al hombre manteniéndolo alejado de Dios. El alma muere si se le mantiene apartada de Dios.

Dios es Amor. Privada de su fuente, el Amor, el alma pierde la capacidad de amar y a pesar de todos los esfuerzos, la felicidad se vuelve más inaccesible cada día. El odio y la amargura envuelven al alma que busca inútilmente un alivio.

El hombre privado de Dios por una vida llena de pecado, lo que lleva a cabo es un suicidio espiritual, porque en un loco e insensato deseo de vivir para sí, en el egoísmo desenfrenado, se priva de lo que viene a ser su misma vida: el Amor. Y en el vacío resultante, la búsqueda incesante de paliativos, lo hunden en el vicio y en el error. 

Cuando se vive solamente para la materia, el cuerpo se vuelve lo más importante y por darle satisfacción a la carne, el hombre muere sin darse cuenta de que está muriendo en su parte más importante: la espiritual.

El que mata el amor, mata la paz. La inquietud resultante es la prueba de que las almas están moribundas, que languidecen por el hambre de Dios. Hambre que solo podrá ser saciada en la Fuente del Agua Viva: el Verbo Encarnado y en su Palabra: el Evangelio.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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