EL SUEÑO IMPOSIBLE
Hasta ahora Popea Sabina ha dominado a Nerón en tal forma, que verdaderamente ella es el poder detrás del trono. Pero sabe perfectamente que cuando está de por medio su vanidad de cantante, auriga o poeta, es muy peligroso provocarlo. Y por eso llegó muy pronto.
Ataviada como el César, en traje de color amatista, lleva en su hermoso cuello una fabulosa gargantilla con esmeraldas. Su actitud es dulce y sus cabellos dorados.
Y aunque es divorciada de dos maridos, tiene en su hermoso rostro, la expresión inocente de una virgen.
Es recibida con aclamaciones de: “¡Divina Augusta!”
Alexandra no había visto jamás una mujer más linda…
Y casi no da crédito a sus ojos, porque sabe que Popea Sabina, es una de las mujeres más viles y peligrosas de la tierra. Fabiola le había contado como a causa de sus intrigas, Nerón asesinó a su propia madre y a su esposa. La conoce por los rasgos de su vida que han referido los huéspedes y los siervos en la casa de Publio. Sabe que las estatuas erigidas en su honor, han sido derribadas por la noche. Y a pesar de los castigos, aparecen inscripciones injuriosas en la muralla, gritándole su vileza.
Y sin embargo, a la vista de la famosa Popea Sabina, considerada por gran parte de los romanos como la encarnación de la maldad y el crimen; a Alexandra le pareció que su rostro era angelical.
Y la admiró en su belleza y en su porte de emperatriz. Al mirarla, le parece casi imposible conciliar lo que ha oído de ella.
Asombrada, exclama:
– ¡Ah! ¡Marco Aurelio! ¿Es posible?…
Pero él tribuno está alterado, mareado por el vino y muy impaciente por todo lo que ha sucedido y que rompió el encanto de su fascinación, alejándola de él…
Por lo mismo no la deja terminar de hablar y le dice:
– Sí. Es muy bella. Pero tú eres mil veces más hermosa que ella. Tú misma no lo sabes, ni estás consciente de ello o ya te hubiera pasado lo mismo que a Narciso… Ella se baña en leche de burras, pero ni así se puede comparar contigo. Tú no te conoces a ti misma, preciosa mía. Ya no la mires, vuelve a mí tus ojos, tesoro de mi vida. Ven junto a mí y bebe un poco de vino…
Y mientras le habla, se fue acercando siempre más a Alexandra…
Al mismo tiempo que ella se aparta, estrechándose más hacia Actea.
Pero en ese preciso momento, se hizo un silencio total.
Nerón está parado, apoyando sobre la mesa un laúd; con el cual empezó a tocar y a declamar, cantando rítmicamente su propio Himno a Venus.
Ni la voz un tanto aguda ni los versos, son tan malos.
A Alexandra le pareció que el himno también era hermoso y al mismo César que tenía en las sienes su corona de laurel y levantaba su mirada hacia arriba mientras canta, le vio un aspecto más noble y mucho más terrible…
Y no tan repulsivo como al principio de la fiesta.
Cuando terminó el canto, todos contestaron con aplausos estruendosos y gritos de:
– ¡Oh, divina voz! ¡Glorioso artista!
Lo aclama todo un público enajenado con su ídolo y ruidoso como una colmena.
Esporo lo mira arrobado… (El joven al que tratará como esposa en su viaje a Grecia)
Pitágoras, el joven griego de extraordinaria hermosura, está arrodillado a sus pies… (El mismo con quién después hará que lo casen, ordenando a los sacerdotes que hagan la ceremonia del matrimonio con los rituales completos y con Nerón vestido de novia)
Popea inclina su cabeza de dorados cabellos. Lleva sus labios a la mano de Nerón y la besa en silencio por largo tiempo.
Pero Nerón mira hacia Petronio cuyo elogio espera recibir, antes que el de cualquier otro cortesano…
Petronio comenta:
– Si se trata de la música, Orfeo debe estar en este momento tan verde de envidia como Marcial y Lucano; que están aquí presentes. Y en cuanto a los versos, lamento que no sean peores; si lo fueran podría encontrar las palabras precisas para hacer su elogio.
Los dos poetas no tomaron a mal el epíteto de envidiosos que les dio Petronio.
Al contrario, le dirigieron a éste una mirada de gratitud y aparentando mal humor, Marcial empezó a murmurar así:
– ¡Maldito destino que me obliga a ser contemporáneo de semejante poeta! Si no fuera así; Marco Valerio Marcial, podría encontrar un sitio en la memoria de los hombres y en el Parnaso.
Lucano, confirmó:
– Pero no. Ahora estamos destinados a apagarnos, como una vela ante la luz del sol.
Petronio, que tiene una memoria sorprendente, empezó a repetir extractos del himno y a encomiar y analizar las más bellas expresiones.
Marcial hizo como que se olvidaba de su envidia, ante los encantos de la poesía y unió su éxtasis al de Lucano, aprobando las palabras de Petronio.
En el semblante de Nerón, se refleja una enorme satisfacción y su insondable vanidad con la que está tan engolosinado es tanta, que no se da cuenta que rayan en la estupidez.
Luego les indicó los versos que él considera más hermosos y enseguida consoló a Marcial diciéndole:
– No pierdas el ánimo, porque cualquiera que sea la condición en que nace un hombre, el homenaje que las gentes rinden a Zeus, excluye el respeto a otras divinidades.- Y no se sonroja al compararse a sí mismo con el rey del Olimpo.
Después de esto se levantó para llevar a Popea a sus habitaciones, pues ella realmente se siente enferma y desea retirarse. Ordena a todos los presentes que ocupen sus lugares y que continúe la fiesta, prometiendo volver.
La suntuosidad de la corte lo llena todo de áureos reflejos y da a los objetos un inusitado esplendor. Igual que a los invitados, felices por estar sentados a la mesa del emperador y ansiosos de acercarse al dispensador de toda merced, riqueza o dominio… Una sola de cuyas miradas puede abatir hasta el suelo o exaltar más allá de toda previsión.
Y en efecto, un rato después regresa, para seguir disfrutando de otros espectáculos que el mismo Petronio o Tigelino, han preparado para el banquete.
En el centro del salón, sobre una plataforma, se presentan dos atletas que van a dar un espectáculo de pugilato.
Cuando empieza la lucha y aquellos poderosos cuerpos lustrosos parecen formar una sola masa, los huesos crujen entre sus brazos de hierro, aprietan las quijadas y rechinan los dientes. También se oyen los rápidos y sordos golpes que dan con los pies, sobre la plataforma cubierta de azafrán. Luego, de repente se quedan inmóviles y silenciosos, como si fueran estatuas de piedra. Enseguida vuelven a trabarse y destrabarse, con increíble habilidad.
Los ojos de los espectadores siguen con verdadero deleite los movimientos de incesante y tremendo esfuerzo, de aquellas espaldas, muslos y brazos. Es como una especie de danza malabarista, grotesca y fascinante a la vez. Pero la lucha no se prolonga demasiado…
Atlante es un maestro, fundador de la escuela de gladiadores que tiene bien fundamentada su fama de ser el hombre más fuerte del imperio.
La respiración de su oponente comienza a ser más agitada. Luego se oye salir de su garganta, algo como un estertor ronco y se le pone cianótico el semblante. Ha empezado a arrojar sangre por la boca y finalmente se desploma.
Una tempestad de aplausos, saludó el desenlace de esta lucha. Y Atlante pone el pie sobre el cuello del cadáver de su adversario. Luego pasea en el salón con el aire y la sonrisa del triunfador, una mirada de absoluta satisfacción.
Más versos, teatro, danza, canto.
Todo es un escenario creado para expresar con la danza, como si fuera un cuadro con una pintura viva y expresiva, en la que se revelan los secretos del amor, embelesante a la vez que impúdico.
Azuzado por Tigelino, Nerón decide probar la lealtad de su consejero favorito.
Totalmente ajeno; Petronio conversa gentil con la joven mujer que apoya su bella cabeza en su hombro derecho, con la intimidad de una amante que se sabe apreciada. Sylvia está casada con un político que viaja mucho. Es un secreto a voces entre los cortesanos que desde hace varios años sostiene una relación muy estrecha, con el Arbitro de la Elegancia. El tiempo ha atemperado la pasión del principio y solo ellos conocen lo que hay en su corazón.
Nerón tiene una sonrisa siniestra y con humor perverso dice a Petronio:
– ¿Tendrías inconveniente querido Petronio, en que Sylvia anime la parte más divertida de nuestra fiesta? –y su rostro tiene una expresión burlona y cruel.
Petronio, que lo conoce demasiado bien, esboza una sonrisa inescrutable y dice con displicencia:
– Silvia es una mujer libre que siempre hace su voluntad. ¿Quién soy yo para oponerme?
La mujer que descansaba su cabeza en el hombro de Petronio, sonríe gentilmente. Se endereza, hace una ligera inclinación y contesta:
– Tus deseos son órdenes, majestad.
Nerón la mira complacido y dice con cierto desgano:
– Quiero que seduzcas a Lucrecia. Aquí.-señala el triclinio vacío que está a un lado.
Por toda respuesta ella inclina más la cabeza; deja su copa sobre la mesa. Se levanta y camina hacia el triclinio donde está Vitelio. Se inclina sobre una mujer joven que está riendo por las gracejadas del intendente de placeres de Nerón. Lucrecia fue en otro tiempo, íntima amiga y amante de Popea Sabina.
Mientras la mira fijamente, Silvia toma una de sus manos llena de joyas y atrapándole un dedo entre los dientes, lo mordió con mucho cuidado; saboreándolo luego con toda la boca.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lucrecia que mira sorprendida a Sylvia.
Ésta le ha soltado el dedo y la toma por la nuca con suavidad, acercando su rostro, hasta casi besarla.
Luego comenzó a hablar con los labios apretados contra los de ella.
– Nerón desea realizar con nosotras una fantasía sexual. Si eres inteligente, será mejor que me correspondas con total abandono.
La vibración de sus palabras contra sus labios, resulta terriblemente erótica…
Lucrecia comprendió.
Abrió la boca y correspondió apasionadamente a la caricia femenina.
Luego poniéndose de pie, sonrió provocativa y recorrió con la mirada desde los pies hasta la cabeza, a la hermosa mujer que la espera.
Tanto vestida como desnuda… Es una persona fascinante…
Llevó su mano hacia el sedoso cabello rubio de Sylvia y dijo con coquetería:
– No será ningún sacrificio. Eres perfectamente hermosa querida. Y también deliciosa. –esta última palabra la dijo humedeciendo la comisura de su boca con un gesto sugestivo.
Las dos avanzaron hacia el sitio que Nerón indicara previamente.
Lucrecia es una mujer muy alta y delgada. Tiene unos ojos castaños, muy expresivos y grandes, en un rostro anguloso de facciones bellas y finas; su cabello castaño claro, está peinado y entrelazado con perlas.
Cuando llegan al triclinium, las dos actúan como si estuvieran en la intimidad de un dormitorio.
Se miran mutuamente, valorándose la una a la otra.
Después del escrutinio, les gusta lo que ven y deciden demostrárselo sin palabras.
Se acarician suavemente al principio y con premeditada lentitud.
Silvia le levanta el peplo y quedan al descubierto los senos pequeños y turgentes, que luego son acariciados con gran delicadeza. De pronto Lucrecia, voraz; posó su mano blanca y delicada sobre uno de los senos de Sylvia y juguetea con el pezón, a través de la tela que lo cubre, al tiempo que busca su boca hambrienta… Y se enfrascan en un duelo feroz.
El beso es apasionado y delirante; sus ropas se convierten en un impedimento insoportable. Con dedos temblorosos, ambas sueltan el broche de sus hombros y los peplos caen al suelo. Lo mismo sucede con las faldas…
Y pronto, ambas están desnudas y estrechamente enlazadas una a la otra. Se consumen con un deseo que crece como un incendio y tiene que ser saciado.
Quejidos, gemidos y suspiros, acompañan el desborde de caricias que las suspenden en el aire, excitadas e insatisfechas.
Sus labios se perfilan con leves mordiscos y suaves caricias con la lengua, electrizando todas sus terminaciones nerviosas, hasta que sus cuerpos exigen una satisfacción urgente que sorprende por su frenesí.
Apenas pueden respirar por lo intenso que es el placer.
Se acarician mutuamente con deleite; sorprendidas del poder intoxicante que pueden ejercer una sobre la otra. Sus bocas tiemblan por el erotismo salvaje de sus besos.
Sus cabezas retumban por el volumen de las sensaciones y sus corazones laten al ritmo de un tambor primitivo. Han olvidado completamente al libidinoso público que las observa.
Aminio Rebio siente una excitación sexual devastadora y su voz truena como un rugido al exclamar:
– Lucrecia es la única mujer que preserva mi gusto por los hombres.
Estas palabras son sorprendentes en un hombre que siempre ha manifestado abiertamente, su preferencia homosexual.
Y con un salto casi felino, se aproxima a la pareja que parece casi aislada del mundo y solo concentrada en su propio placer.
Con un movimiento ágil, se despoja de la toga y de la túnica. Y se dispone a explicar explícitamente, el porqué de semejante declaración.
Queda totalmente desnudo y con una gran erección.
Se coloca detrás de Lucrecia y la toma por la cintura, elevándola hacia él.
Ella tiene las caderas anchas y las piernas largas y muy bien torneadas. Cuando las poderosas manos masculinas se cierran sobre sus pechos menudos, con los pezones bien erectos ella casi no puede respirar; pues su placer se intensifica y al reconocerlo, apenas murmura:
– ¡Oh, gatito mío; has venido!
Aminio jadeó contra sus rizos castaños.
Ella levanta ligeramente las caderas y él la penetra por detrás. Lucrecia se arquea contra él, mientras oleadas de calor la invaden y hacen que sus movimientos sean rítmicos; en círculo, frotándose contra el cuerpo masculino, mientras él está dentro de ella. Entonces la lujuria explota en un alocado frenesí y su forma de aferrarla es tan poderosa como posesiva. Y en preciso instante, la mujer comenzó a contraerse interiormente hasta el clímax total… Se retuerce ardiendo de deseo y sus gemidos de placer, braman desde su interior incrementándose siempre más…
Treinta segundos después de penetrarla, ella alcanza el orgasmo.
Él permanece totalmente controlado y la lleva al clímax varias veces sin salir de ella; colmándola y haciéndola estremecerse en un ruidoso alivio. A Lucrecia la ha convertido en una hembra en celo y copula con ella como si fuera un animal salvaje…
Aquello no tiene nada que ver con el amor... Es solamente sexo.
Tigelino, queriendo humillar aún más a Petronio; se acerca al trío y se apodera de la mujer que piensa que es preciosa para su enemigo… Aparta a Sylvia con brusquedad y la acaricia con frenesí, con pasión llena de triunfo. Ella le sigue el juego y el trío se convierte en cuarteto.
Petronio mira todo aquello con fría calma. Sorprendido con la revelación de sus propios sentimientos, pues no está celoso. Sumido en sus pensamientos, reflexiona en el enorme vacío que siente dentro de sí y en el sabor amargo de los placeres efímeros. Siente un inmenso cansancio y tedio. ¿Qué es lo que le pasa? Tiene todo para ser feliz y sin embargo, le falta el júbilo del verdadero amor. Un dolor lo invade al cuestionarse porqué la felicidad es tan inaccesible.
Y sin comprenderlo totalmente: ¡Cómo anhela sentir un amor tan apasionado y vehemente, como el que manifestó Marco Aurelio, la mañana en que irrumpió en su biblioteca!
Lo que verdaderamente anhela en lo más profundo de su alma es encontrar una mujer que sea al mismo tiempo bellísima como un ensueño y virtuosa como una virgen, para convertirla en reina de su hogar y que ella a su vez lo adore tanto, que le de los hijos que completarían una familia feliz. Pero en este tiempo son perlas rarísimas y comprende que tal vez está soñando con un imposible. Las mujeres así ya no existen.
Un gran quebrantamiento lo envuelve y lo llena de amargura, sin encontrar ningún alivio.
Bebe un sorbo de la copa de vino y piensa: ‘¡Oh! Si tan sólo pudiera llegar a amar, deseando morir por el ser amado…’ -Suspira profundamente.
¡Algo muy similar a la envidia lo estremece, al volver su mirada hacia donde está su sobrino!…
HERMANO EN CRISTO JESUS: