En la Puerta del Cielo, la voz del apóstol Pedro resuena triunfal:
“Jesús tuvo su trono terreno de Rey sobre la Cruz. Y sobre su cabeza gloriosa, fue escrita la causa de su muerte y su Insignia: “Jesucristo, Rey de los Judíos”
Los cristianos llevan el signo de Cristo humildemente esculpido también en la cima, como conviene a los hijos de estirpe real y súbdita del Reino Celestial. ¿En qué consiste el signo de la Cruz y donde está puesto? Está escrito con caracteres invisibles a los ojos humanos, en la frente y en la mano. Y son los hombres mismos con sus obras y durante la jornada terrenal, los que graban este signo que los hace dignos de ser salvados a la Vida. No es un signo material y no tiene nada que ver con el mundo material. Esplende con la luz gloriosa de Cristo en los espíritus vivos, en los que sirven a Dios y obedecen la Ley. El solo estar convencidos del deber de dar toda gloria y obediencia, lo graba en el alma haciéndola irradiar una luz más brillante que el sol y una cruz esplendorosa. Tanto más esplendorosa, cuanto más unidos están a Cristo. Esto explica porque los que se entregan a Dios de una manera total, se ven envueltos en las venganzas de Satanás y sus vidas se trastornan con un huracán de sufrimientos. Son las lámparas que no se pueden ocultar.
Los que llegan a ver el mundo espiritual tal como es, contemplan con asombro como estas almas parecen luciérnagas en una noche muy oscura. Y para el cristiano, el más triste y desolador espectáculo es despertarse en medio de una gran ciudad y comprobar con consternación que la oscuridad es total y que no hay luciérnagas alrededor. Esta es la más aterradora de las soledades. Todas las almas-víctimas llega un momento en que tienen que enfrentarse a esta pavorosa experiencia, que nos enseña que solo la voluntad firme, puede impedir que esta luz se apague e impide que regresen al espantoso cementerio del que han salido. También Hace que con más resolución se fijen con todas sus potencias en Dios. Ellas con su confesión de Fe o su negación de Dios. Un ‘sí’ o un ‘no’, marcan la diferencia entre mantener esta luz o perderla para siempre. Esto es lo que llaman nuestra necedad, nuestra obstinación y nuestra locura, los muertos espirituales.
Cuando se conoce lo que es la Verdadera Vida, la vida terrenal adquiere su verdadero significado y la muerte del cuerpo no es nada. A lo que se tiene verdadero terror, es a la muerte espiritual.
NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE.
SOLO EL AMOR PUEDE ALIMENTAR EL AMOR. El hombre necesita del Pan Vivo bajado del Cielo, para alimentar el hambre del corazón. Por eso Jesús se ha entregado en el Don Inestimable de la Eucaristía. Él se ha hecho presente en Ella para ser el alimento de nuestra vida espiritual y formar en el alma una verdadera capacidad de amor y ser Él en nosotros, con nosotros y por medio de nosotros.
Jesús Eucarístico es el Pan Vivo bajado del Cielo. El Alimento que hay que comer para no tener más hambre. El Agua que hay que beber para no tener más sed. Él libera de la esclavitud física, moral y espiritual. Y ayuda a regenerarnos en la verdadera dignidad de hijos de Dios, que resplandece en el que de Él se alimenta. Por eso la Eucaristía debe ser el centro de nuestra vida, de nuestra Oración, de nuestro culto y de nuestras reuniones. Porque conocemos y poseemos el Amor de Fusión y el de Coparticipación. Somos almas Eucarísticas.
(Milagro Eucarístico en la Misa celebrada por el Obispo Claudio Gatti en la Fiesta de Pentecostés del año 2000, en la Iglesia de Madre de la Eucaristía en Roma, Italia)
Eucaristía quiere decir tener a Dios en sí con su Divinidad y su Humanidad. Por eso cuanto más nos nutrimos de Él, más llegamos a ser hostias con Él. ¿Qué amor puede ser más grande que aquel que sabe amar sabiéndose odiado? Jesús nos ha amado así. Su Amor más que humano y plenamente Divino, se manifestó en la Ultima Cena. Antes de ser clavadas y traspasadas, sus manos lavaron los pies de los apóstoles, también el de aquel al que hubiera querido lavarle el corazón. Y han despedazado el Pan. Y se despedazó su Corazón con aquel Pan, en el cual al darlo, se dio Él Mismo. Porque sabía que estaba próximo su retorno al Cielo y no quería dejarnos solos. Porque sabía cómo el hombre es fácil para olvidar y quería vernos reunidos como hermanos alrededor de su Mesa, para decirnos uno al otro: ¡Seamos de Jesús!
“ESTE ES MI CUERPO…”
En las Bodas de Cana se realizó el primer milagro del Hombre-Dios y cambió el agua en vino. En este hecho se encuentra el germen del último milagro del Hombre-Dios:
La Eucaristía.
La Humanidad de Cristo, destinada a morir y padecer, era en un todo semejante los hombres. Después que fue destruida la Víctima por el Sacrificio, se produjo el primer milagro de Jesús-Dios-Hombre, cuando emergió su Cuerpo Glorificado con la Resurrección.
Jesús está en el Cielo, igual que como quiso estar en la Tierra. Es Él, Verdadero Dios y Verdadero Hombre, con su Divinidad, su alma, su Cuerpo y su Sangre. Infinito cual su Naturaleza Divina le corresponde. Contenido en un fragmento de Pan como su Amor y su Regia Voluntad lo quiso. Jesús trasmutó su cadáver en Viviente Eterno y dio a sus apóstoles el poder para transubstanciar las Especies del Pan y del Vino, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El Pan que los ángeles desean y por el cual suspiran.
En la Eucaristía, el Cordero que ya se inmolaba, se dio en Alimento Perpetuo a los hombres a fin de que su Sangre circulase en ellos para hacerles santos. Y la Carne Inmaculada fortificase su debilidad, mientras Dios Único y Trino habitan en ellos. Jesús dio la Eucaristía para que el hombre bebiese su propia Fuerza y fuese tan fuerte como Él y así ayudar al hombre a ser feliz, con su felicidad que es Eterna.
El Pan Eucarístico hace los mártires. De los hombres que antes de ser cristianos eran miedosos, débiles y viciosos; este Pan los convierte en héroes.
En la Mesa Eucarística están: la Sangre de Cristo que nos purifica y el Cuerpo de Cristo que nos santifica. La Sangre, de los pecadores hace justos. El Cuerpo, de los justos hace santos. Y el que se alimenta de Dios…
Jesús desciende a nosotros y se ha hecho nuestra comida, porque nosotros sin Él, morimos. Él es el Alimento para el espíritu y para el pensamiento. El espíritu se nutre de la Carne de Dios y el pensamiento se nutre de la Palabra, que es el Pensamiento de Dios. Amar a Jesús Eucarístico es hacer que se produzca en nosotros el milagro de la Encarnación Mística, para vivir en el Corazón de Dios y que Él viva en nosotros, en el éxtasis del Amor de Fusión. Por eso la Eucaristía es Vida.
El alma que se nutre de Dios, vive en Dios y su vida permanece más allá del tránsito que es la muerte del cuerpo. Es por esto que la principal preocupación de Satanás, es mantener al hombre apartado de la Eucaristía. El Amor que llevó a Jesús a la Cruz, es el mismo que lo mantiene prisionero en el Misterio Eucarístico. Su amor por los hombres es Infinito y supera la maldad e ingratitud humanas.
El Pan Eucarístico debe ser adorado como el Arca que contiene a Dios. Dios obedece al mandato de sus sacerdotes y desciende para hacerse Sangre para lavar el corazón y Carne para nutrir el espíritu. A este abismo de humildad se ha sometido Dios, por Amor, para vivir en medio de los hombres y no dejarnos solos, aunque esto represente el quedar a merced de su Enemigo.
El amor por la Eucaristía es el que hace que dé frutos el Océano de Potencia que es la Sangre de Jesús para las infinitas necesidades de las almas. Infundida con amor infinito produce milagros de Redención en donde encuentra amor; pero se vuelve condena sobre aquel que responde con ira y con odio al Sacrificio de un Dios. Porque la Sangre de Jesús que fue reclamada con ira sobre sí mismos; por los enemigos y acusadores de Jesús cuando iban a crucificarlo, no ha perdido su doble cualidad de Perdón y de Condena.
Y la Sangre de Jesús es la mejor defensa en la terrible lucha entre lo divino y lo demoníaco. Cristo ha vencido al mundo, a la muerte y al Demonio; al precio infinito de sus Sangre y Él la da como el arma más potentísima contra Lucifer y hay que venerarla con adoración. Cuando la Sangre de Jesús es amada, venerada, invocada y creída, mucho del mal que emana del Infierno es conjurado. Porque la Sangre de Jesús es Salvación.
Esta Sangre ha bañado al mundo redimiéndolo de las garras de Satanás y por eso no hay disculpa para los hombres que quieren seguir siendo malos, simplemente porque quieren serlo. La Gracia ha dado los medios para que el hombre ya no sea esclavo. Salvación o Condena… la respuesta la da cada alma en particular con la aplicación de la voluntad…
María fue el alma eucarística perfecta: sabía retener a Dios con un amor ardiente, una pureza súper angélica y una adoración continua. Ella vivía en Dios, con Dios y para Dios. Pedirle su ayuda para ser como Ella, es la única manera de obtener de la Eucaristía, todos los beneficios que ésta aporta. Porque el Cuerpo y la Sangre de Jesús fueron formados con el cuerpo y la sangre de su Madre Santísima. Y Ella, la Purísima, ayuda a que las almas puedan desprenderse de la humanidad, para que el espíritu sea el vencedor.
El sacerdote eleva el cáliz, ofreciéndolo por las necesidades del mundo. Y lo eleva colmado de la Sangre de Jesús y de las oraciones de los santos de la tierra, de sus padecimientos de amor para honrar a Dios. Porque toda santidad se alcanza a fuerza de sufrimientos y lucha contra las pasiones y tentaciones, contra los escarnios, las persecuciones, las enfermedades. He aquí el calvario de los santos. María es la única que ayuda a defendernos de las asechanzas y las venganzas de Satanás. Y Ella también, a través de la Eucaristía, por la unión que mantiene con Dios, nos llena de sus gracias para mantenernos fieles a Dios.
HERMANO EN CRISTO JESUS: