CUARTO MISTERIO DE GOZO5 min read

JESÚS ES PRESENTADO EN EL TEMPLO

“Asimismo cuando llegó el día en que, de acuerdo con la Ley de Moisés, debían cumplir el rito de la Purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, tal y como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También ofrecieron el sacrificio que ordena la Ley del Señor: una pareja de tórtolas o dos pichones. Había entonces en Jerusalén un hombre muy piadoso y cumplidor a los ojos de Dios, llamado Simeón. Este hombre esperaba el día en que Dios atendiera a Israel y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no moriría antes de haber visto al Mesías del Señor.  El Espíritu también lo llevó al Templo en aquel momento.  Como los padres traían al niño Jesús para cumplir con él lo que mandaba la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios con estas palabras: ‘Ahora Señor ya puedes dejar que tu servidor muera en paz, como le has dicho. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, que has preparado y ofreces a todos los pueblos, luz que revelará a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel.’ Su padre y su madre estaban maravillados por todo lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: ‘Mira, este niño traerá a la gente de Israel caída o resurrección. Será una señal de contradicción, mientras a ti misma una espada te atravesará el alma. Por este medio sin embargo, saldrán a la luz los pensamientos íntimos de los hombres.’ Había también una profetisa muy anciana, llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Casada cuando joven, había quedado viuda después de siete años; hacía ya ochenta y cuatro años que servía a Dios día y noche con ayunos y oraciones y no se apartaba del Templo. Llegó en aquel momento y también comenzó a alabar a Dios, hablando del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. Una vez que cumplieron todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a Galilea a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se desarrollaba lleno de sabiduría y la Gracia de Dios permanecía con él. (Lucas 2, 22-40)

María revela:

“ Ya están por cumplirse cuarenta días del nacimiento del pequeño Rey Jesús, y el FIAT Divino nos llama al templo para cumplir la Ley de la Presentación de mi Hijo. Era la primera vez que salía junto con mi dulce Niño.

Una vena de dolor se abrió en mi Corazón: ¡Iba a ofrecerlo como Víctima por la salvación de todos! Si el Querer Divino no me hubiera sostenido Yo habría muerto al instante de puro dolor…

Sin embargo me dio vida para empezar a formar en Mí el REINO DE LOS DOLORES DEL REINO DE SU DIVINA VOLUNTAD.

“LLEVADO DEL ESPÍRITU SANTO”  dice el Evangelio. Es el Espíritu Santo el Amigo Perfecto, el Maestro que guía, fortalece y consuela con infinita sabiduría; porque Es la Sabiduría Misma cuando se derrama sobre el alma que lo invoca y reúne las condiciones que no alejan a este Amor de la Santísima Trinidad. Dios nunca niega la efusión de su Espíritu, al alma que se lo pide y que tiene un corazón despierto por la fe, la humildad, la obediencia, la pureza, el perdón, la caridad, la generosidad y… LA ORACIÓN.

LA ORACIÓN. Esa bendita comunicación del hombre con Dios, que nos vigoriza y nos dispone a pertenecerle cada vez más.

A través de la oración le había sido revelado a Simeón, que él vería al Mesías Prometido y el Espíritu Santo le llevó al Templo, el mismo día que nosotros fuimos a cumplir con el precepto de la consagración del primogénito.

A DIOS SE LE SIRVE MÁS AMANDO QUE CUMPLIENDO FORMALIDADES.

Si los sacerdotes sumergidos en sus ritos, hubiesen tenido el corazón despierto, hubiesen visto lo que Simeón vio: al Hijo de Dios, al Mesías, al Salvador en forma de niño que le sonreía.

Simeón llevó una vida honesta y piadosa. Los largos años transcurridos hasta el momento de encontrarnos en el Templo, estuvieron llenos de trabajos y de pruebas, que no disminuyeron su fe en el Señor, ni en sus promesas. Jamás dudó y su perseverancia obtuvo la sonrisa de Dios en los labios infantiles de Jesús.

No fue preciso que Simeón hablase para conocer mi destino. El futuro de la vida de Jesús, no tenía secretos para mí.

Y aunque esto era un tormento; era a la vez felicidad; porque nuestra Misión al hacer la voluntad de Dios era: Obtener la anulación de la culpa y redimir para unir con Dios a los hijos separados.  

Aumentar la gloria del Padre y devolver al hombre la grandeza caída, devolviéndole su dignidad perdida: hijo verdadero de Dios.

También las palabras de Ana consolaron mi corazón; porque Dios da siempre con la prueba, la fortaleza para resistirla. 

Y cuando salimos del Templo, tanto José como yo sabíamos que Dios junto con sus ángeles, velaba por nuestro Niño.  

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Oración:

Amado Padre Celestial: toma nuestro corazón y con tu infinita misericordia, lávalo de nuestros pecados en la Sangre Preciosa de tu amadísimo Hijo Jesucristo. Danos un corazón nuevo y despierto, para que también nosotros podamos contemplarte. Abre nuestros oídos y nuestros ojos, para que ya no seamos más ciegos y sordos a tu Palabra. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

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