DRAMA EN EL GETSEMANÍ III11 min read

Y no obstante, un esplendor más vivo se forma sobre su cabeza, suspendido como a un metro de Él aproximadamente. Una luminosidad  tan viva, que incluso el Postrado lo ve filtrarse entre sus cabellos ondulados  y ya densos, tras el velo que la sangre pone en sus ojos.

Levanta la cabeza… Resplandece la Luna sobre esta pobre faz y aún más resplandece la luz angélica; semejante a la del diamante blanco-azul de la estrella Venus.

Y aparece toda la tremenda agonía en la sangre que rezuma a través de los poros: las pestañas, el cabello, el bigote, la barba están asperjados y rociados de sangre. Sangre rezuma en las sienes; sangre brota de las venas del cuello; gotas de sangre caen de las manos y cuando tiende las manos hacia la luz angélica y las anchas mangas se deslizan hacia los codos; aparecen sus antebrazos también llenos de sudor de sangre.

En la cara sólo las lágrimas forman dos líneas nítidas sobre la máscara roja.

Se quita otra vez el manto y se seca las manos, la cara, el cuello, los antebrazos. Pero el sudor continúa. Él presiona varias veces la tela contra la cara y la mantiene apretada con las manos y cada vez que cambia el sitio aparecen nítidamente en la tela de color rojo oscuro las señales; las cuales, estando húmedas, parecen negras. La hierba del suelo está roja de sangre.

Jesús parece próximo al desfallecimiento. Se desata la túnica en el cuello, como si sintiera ahogarse. Se lleva la mano al corazón y luego a la cabeza y la agita delante de la cara como para darse aire, manteniendo entreabierta la boca. Arrastrándose se pega a la roca y apoya la espalda contra la piedra, de tal forma que parece como si estuviera ya muerto.  Los brazos le cuelgan paralelos al cuerpo y la cabeza contra el pecho. Ya no se mueve.

La luz angélica va decreciendo poco a poco, hasta que se absorbe en esplendor de los rayos de la luna…

Después de un rato,  Jesús abre sus ojos de nuevo. Con esfuerzo levanta la cabeza. Mira a su alrededor.  Está solo, pero menos angustiado. Alarga una mano y tomando su manto que había dejado abandonado en la hierba, vuelve a secarse el sudor de su terrible  baño de sangre. Coge una hoja ancha, empapada de rocío y con ella termina de limpiarse mojándose la cara y las manos y luego secándose de nuevo todo. Y repite lo mismo con otras hojas, hasta que borra las huellas de su tremendo sudor. Sólo la túnica, especialmente en los hombros y en los pliegues de los codos, en el cuello y la cintura, en las rodillas, está manchada.

La mira y menea la cabeza. Mira también el manto y lo ve demasiado manchado. Lo dobla y lo pone encima de la piedra, junto a las florecillas. Por su extrema debilidad, con mucho esfuerzo se vuelve y se pone de rodillas.  Ora apoyando la cabeza en las manos que están sobre el manto. Luego eleva su cara palidísima…

Pero ya no tiene expresión turbada. Es una faz llena de divina belleza, a pesar de aparecer más exangüe y triste que nunca.

Luego, apoyándose sobre la roca se levanta y todavía tambaleándose ligeramente, va hacia donde están los discípulos…

Los tres duermen profundamente, arropados en sus mantos, junto a la hoguera apagada. Se les oye respirar profundamente e incluso con un sonoro ronquido.

Jesús los llama…  Es inútil. Debe agacharse y dar un buen zarandeo a Pedro.

El apóstol desenvuelve su manto verde oscuro, se asusta y pregunta:

–          ¿Qué sucede? ¿Quién viene a arrestarme?

Jesús dice suavemente:

–           Nadie. Te llamo Yo.

–           ¿Es ya por la mañana?

–           No. Ha terminado casi la segunda vigilia.

Pedro está todo entumecido.

Jesús da unos meneos a Juan, que emite un grito de terror al ver inclinado hacia él un rostro que de tan marmóreo como se ve, parece el de un fantasma.

Juan exclama asustado:

–           ¡Oh… me pareces un muerto!

Luego se acerca a Santiago, lo mueve y el apóstol, creyendo que lo llama su hermano, dice:

–           ¿Apresaron al Maestro?

Jesús responde:

–           Todavía no, Santiago…  Pero, levantaos ya. Vamos. El que me traiciona está cerca.

Los tres todavía pasmados, se levantan. Miran a su alrededor… Olivos, luna, ruiseñores, leve viento, paz… Nada más. Pero siguen a Jesús sin hablar.

Llegan a donde están los otros ocho, igualmente dormidos alrededor del fuego ya apagado.

Jesús dice con voz potente:

–           ¡Levantaos! ¡Mientras viene Satanás, mostrad al insomne y a sus hijos que los hijos de Dios no duermen!

Todos dicen al mismo tiempo:

–           ¡Sí, Maestro!

–           ¡Dónde está, Maestro?

–           Jesús, yo…

–           ¿Pero ¿qué ha sucedido?

Y entre preguntas y respuestas enredadas, se ponen los mantos…

En el preciso momento en que aparece la chusma de esbirros del Templo, capitaneada por Judas; que irrumpe en el quieto solar y lo ilumina bruscamente con muchas antorchas encendidas.

 

Satanás quería vencerme con la desesperación, para convertirme en su esclavo…

 Sentí el sabor de la muerte, cuando decidí daros la vida…

Y cubierto con la lepra de vuestros pecados, siendo solamente el hombre culpable a los ojos de Dios; ACEPTÉ SER EL MALDITO Y CON ELLO, ACEPTÉ TAMBIÉN EL CASTIGO.

vencí la desesperación y a Satanás, para servir a Dios y daros a vosotros la Vida… 

Pero saboreé la Muerte. No la muerte física del Crucificado, (No fue tan dolorosa)

Sino la Muerte Total…

La Muerte Consciente… 

La Muerte que cae después de haber triunfado, con un corazón destrozado…

Con una sangre que se pierde por la herida de un esfuerzo muy superior a la fuerza humana. 

Y sudé sangre. ¡Sí, la sudé!… 

Para ser fiel a la Voluntad de Dios.

El espíritu venció la Tentación Espiritual. 

Con la Oración lo vencí: ‘¡ABBA, PADRE! Todo es posible para Ti; aparta de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como quieras TÚ…’

No tengo más que recordar esta Hora para llamaros hermanos. 

¿Puedo Yo que he probado; no comprender vuestra degradación y no amaros porque estáis degradados?… Os amo por esto.

Porque en aquella Hora no era el Verbo de Dios…

Era el Hombre Culpable. 

Mi mejilla arde por el beso de los traidores… 

Curádmela con el beso de la Fidelidad. ¡Convertíos y amad!

Para que el Padre os pueda llamar: ¡Hijos!

El Ángel que me acompañó en mi dolor, me habló de la esperanza de todos los que se salvarían con mi Sacrificio y fue el bálsamo para mi agonía…

Mi mirada se extendió a través de los siglos…

Y OS MIRÉ….

Y FUE CADA UNO DE VUESTROS NOMBRES como una inyección de fortaleza, para las horas dolorosísimas que se aproximaban…  

Fuisteis mi consuelo cuando vi que os salvaríais… 

QUE ÉRAIS DIGNOS DEL SACRIFICIO DE UN DIOS.

Y desde aquel momento os he llevado en mi Corazón…

Y cuando sonó el momento de que vinieseis a la tierra, quise estar presente a vuestra llegada, regocijándome al pensar que una nueva flor de amor había brotado en el mundo y que viviría para Mí…

¡Oh, benditos míos!.. ¡Consuelo mío cuando agonizaba!.. Mi Madre, mi Apóstol, las mujeres piadosas…

Pero también TÚ…

Tú que estás leyendo esto y a quién mi Madre ha guiado hasta aquí…

MIS OJOS AGONIZANTES TE MIRARON A TRAVÉS DE LOS SIGLOS…

Junto al rostro adolorido de mi Madre…

Y los cerré gozoso porque vi que te salvarías al corresponder a mi llamado a la Conversión y al Amor…

Y corrí al encuentro de mi Martirio, que se inició con un beso… 

EL BESO DE LA TRAICIÓN.

Al momento justo en que aparece la chusma de esbirros del Templo, capitaneada por Judas; que irrumpe en el quieto solar y lo ilumina bruscamente con muchas antorchas encendidas.

Son una horda de bandidos disfrazados de soldados, caras de la peor calaña afeadas por sonrisas maliciosas y demoníacas. Vienen también algunos representantes del Templo.

Los apóstoles, súbitamente se hacen a un lado. Pedro delante y  detrás de él, los demás.

Jesús se queda quieto.

Judas se acerca resistiendo a la mirada de Jesús, que ha vuelto a ser esa mirada centelleante de sus mejores días. Y aun así, el apóstol infiel no baja la cara… Al contrario, se acerca con una sonrisa de hiena y lo besa en la mejilla derecha.

Jesús dice serenamente:

–           Amigo, ¿y qué has venido a hacer? ¿Con un beso me traicionas?

Judas agacha un instante la cabeza; pero luego vuelve a levantarla… Muerto a la reprensión y a cualquier invitación al arrepentimiento.

Jesús, después de las primeras palabras, dichas todavía con la solemnidad del Maestro, adquiere el tono afligido de quien se resigna a una desventura.

La chusma, con un clamor hecho de gritos, se acerca con cuerdas y palos y trata de prender a Jesús y a los demás apóstoles.

Jesús pregunta tranquilo y solemne:

–          ¿A quién buscáis?

El encargado del Templo contesta:

–           A Jesús Nazareno.

La Voz es un trueno al responder:

–           Soy Yo.

Ante el mundo asesino y el inocente, ante la naturaleza y las estrellas, Jesús da de Sí, casi con un cierto júbilo; este testimonio abierto, leal, seguro…

¡Ah!, pero si de Él hubiera emanado un rayo no habría hecho más efecto: como un haz de espigas segadas, todos caen al suelo.

Permanecen en pie sólo Judas, Jesús y los apóstoles; los cuales, ante el espectáculo de los soldados derribados; se recuperan tanto, que se acercan a Jesús y con amenazas tan claras contra Judas; que éste súbitamente huye al otro lado del Cedrón y se adentra en la negrura de una callejuela…

Justo a tiempo para  evitar el golpe maestro de la espada de Simón Zelote y seguido en vano por una lluvia de piedras y palos que le lanzan los apóstoles que no estaban armados…

Jesús dice tranquilo:

–           Levantaos. ¿A quién buscáis?, vuelvo a preguntaros.

El mismo hombre vuelve a contestar:

-A Jesús Nazareno.

Jesús responde con dulzura:

-Os he dicho que soy Yo

Y Sí: con dulzura, vuelve a decir:

–           Dejad, pues, libres a estos otros. Yo voy. Guardad las espadas y los palos. No soy un bandolero. Estaba siempre entre vosotros. ¿Por qué no me habéis arrestado entonces? Pero ésta es vuestra hora y la de Satanás…

Mientras Él habla, Pedro se acerca al hombre que está extendiendo las cuerdas para atar a Jesús y descarga un golpe de espada desmañado. Si la hubiera usado de punta, lo habría degollado como a un carnero. Así, lo único que hace es arrancarle casi una oreja, que queda colgando en medio de un gran flujo de sangre.

El hombre grita que lo han matado.

Se produce confusión entre aquellos que quieren arremeter y los que al ver lucir espadas y puñales tienen miedo.

Jesús dice sereno:

-Guardad esas armas. Os lo ordeno. Si quisiera, tendría como defensores a los ángeles del Padre. –Y volviéndose hacia el herido, agrega- Y tú, queda sano. En el alma primero, si puedes…

Y antes de ofrecer sus manos para las cuerdas, toca la oreja y la cura.

De una manera incomprensible, para quien no tiene el espíritu ‘vivo’ y no saben lo que sucede a nivel espiritual, los apóstoles le gritan alterados:

–          « ¡Nos has traicionado!» « ¡Pero ha perdido la razón!» « ¿Quién puede creerte?».

Y el que no grita huye…

Y Jesús se queda solo…          Él y los esbirros…       Y empieza el camino de la Cruz…

Yo he vencido a la Muerte. Yo. No Satanás. La Muerte se vence aceptando la muerte.

Te había prometido un gran regalo. Como he concedido a pocos. Te lo he dado.

Has conocido la extrema tentación de tu Jesús. Ya te la había desvelado. Pero todavía no tenías madurez para conocerla plenamente. Ahora lo puedes hacer.

¿Ves que tengo razón al decir que no habría sido comprendida y admitida por aquellos pequeños cristianos que son larvas de cristianos y no cristianos formados?

Vete en paz, que Yo estoy contigo”.

*******

Oración:

Amado Padre Celestial: Llénanos el corazón de arrepentimiento y amor, para ser Agradecidos al Amor tan incomprendido en su profundidad y plenitud, que sólo un Dios Único y Trino, infinitamente maravilloso como TÚ, podías manifestar como lo hiciste por nosotros los hombres. Ayúdanos a conocerte y amarte, adorarte y servirte. Porque no bastarían un millón de vidas de adoración y sacrificio, para corresponderte aunque solo fuera un poquito, de lo mucho que te debemos. Gracias ABBA. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

 

 

 

 

Deja un comentario

Descubre más desde cronicadeunatraicion

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo