SEGUNDO MISTERIO DE DOLOR16 min read

LA FLAGELACIÓN DE JESÚS

(JN. 18, 28-40 y 19, 1-13)

(Describe María Valtorta, en  el Poema del Hombre-Dios)

Cuando Jesús era el Pastor Perseguido y ya se había dictado la orden de aprehensión por parte del Sanedrín. En Efraím se desarrolla la siguiente escena:

María está llena de dulzura aunque siente despedazarse…

Jesús dice:

–           Voy a subir a la terraza a despedir y a bendecir a la gente.

Pedro pregunta:

–           ¿Dónde está Marziam? He visto a todos los discípulos, menos a él.

Salomé de Zebedeo responde:

–           Marziam no vino.

Pedro se angustia:

–           ¿No vino? ¿Por qué? ¿Está enfermo?

–           Está bien. También tu mujer. Porfiria no lo dejó venir.

–           ¡Mujer tonta! Dentro de un mes será la Pascua y él debe venir…

Jesús interviene:

–           Juan, Simón de Jonás, tú, Lázaro y Simón Zelote, venid conmigo. Vosotros esperad aquí hasta que haya despedido a la gente y llame a los discípulos.

Y Jesús sale con ellos y cierra la puerta.  Pedro va refunfuñando. Cuando llegan a la escalera, Jesús pone una mano sobre su espalda y le dice:

–           Escúchame Simón Pedro y deja de acusar a Porfiria. Ella es inocente. Obedece mis órdenes. Antes de la Fiesta de los Tabernáculos, le ordené que no dejara venir a Marziam a Judea. Yo no quiero que se contamine. Procura obedecer como ellos. Celebraremos juntos la Segunda Pascua, el catorce del siguiente mes. Y entonces seremos felices. Te lo prometo.

Pedro mueve la cabeza como diciendo: ‘Resignémonos’

Zelote dice:

–           Es mejor que no sigas contando a los que no irán a la ciudad para la Pascua.

Pedro contesta:

–           No tengo ganas de contar. Esto me da escalofríos. ¿Puedo decirlo a los demás?…

Jesús responde:

–           No. Por eso os llamé aparte.

–           Entonces tengo que pedir algo a Lázaro.

Lázaro contesta rápido:

–           Dime. Si puedo lo haré con mucho gusto.

Pedro contesta muy serio:

–           Quiero que vayas a ver a Pilatos y averigües lo que piensa hacer por Jesús o contra Jesús. ¡Porque se andan diciendo tantas cosas que…!

–           lo haré tan pronto llegue a Jerusalén. Quédate tranquilo. Haré lo mejor que pueda.

Jesús dice:

–           Y perderás tu tiempo inútilmente, amigo mío. Tú lo sabes cómo hombre y Yo como Dios, que Poncio Pilatos no es más que una caña que se dobla con el vendaval, tratando de evitarlo. Jamás es falso. Porque está convencido siempre de querer hacer lo que en ese momento dice y hace. Pero al oír el aullido del huracán que viene del lado contrario se olvida. ¡Oh! No es que falte a sus promesas y voluntad. Olvida, todo lo que quería antes. Lo olvida porque el aullido de una voluntad más fuerte que la suya, le quita la memoria. Le manda muy lejos todos sus pensamientos que otro ventarrón le había metido y le introduce otros nuevos. Y después de todos esos miles de aullidos, se agrega el de su mujer, pues Claudia lo amenaza con separarse de él, si no hace lo que ella quiera. Y así él pierde toda fuerza, toda protección contra el ‘divino’ César, como dicen. Aunque están convencidos de que César es un ser más abyecto que ellos… Pero César es la patria y es grande por aquello que representa.

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Sobre el grito de Claudia, está el de su ‘yo’ pequeño, lleno de ambición y orgullo, que quiere reinar para ser grande. Quieren reinar para llenarse de dinero. Quieren reinar para dominar sobre las espaldas encorvadas. El odio está por debajo, cosa que no ve el pequeño César llamado Pilatos, nuestro pequeño César… él sólo ve las espaldas encorvadas que fingen respeto y que tiemblan ante él. Y a causa de esta voz tempestuosa del ‘yo’ está dispuesto a todo. Repito: ‘A todo’  con tal de seguir siendo Poncio Pilatos, el Procónsul. El siervo de César y gobernador de una de las tantas provincias del imperio.  Y por todo esto, si ahora es mi defensor; mañana será mi juez inexorable. El pensamiento del hombre es siempre incierto. Pero es inciertísimo, cuando éste se llama Poncio Pilatos. Pero tú Lázaro, da contento a Pedro, si esto lo consuela.

Lázaro está con la boca abierta… Totalmente pasmado.

Pedro dice:

–           Consolar no. Pero sí me daría tranquilidad.

Lázaro dice admirado:

–           Iré, Maestro. Pero has pintado al Procónsul, como ningún historiador o filósofo lo hubiera logrado hacer. ¡Un Perfecto Retrato!

Jesús dice:

–           Podría igualmente pintar a cada hombre, con su verdadera cara, con su carácter. Pero ahora vamos con aquellos que están haciendo mucho ruido.

Suben la escalera y se presentan ante la multitud…

La siguiente luna llena… (JN. 18, 28-40 y 19, 1-13)

Dice JESÚS:

  Era la hora del Odio Satánico.

            Multitudes de Demonios había sobre la tierra para seducir a los corazones, para ayudarlos a decidir mi Muerte.  Cada sinedrista tenía el suyo, lo mismo que Herodes, Pilatos y todos los judíos que pidieron mi Sangre. También los tenían los apóstoles para adormecerlos y prepararlos a ser cobardes.

            Cuando hube salido de la casa de Caifás, me llevaron al Pretorio. Dice el Evangelio: ·Era de madrugada. Ellos no entraron en el Pretorio para no contaminarse y poder así comer de la Pascua.” La hipocresía no fue prerrogativa de los judíos que me condenaron. La ley determina que cualquiera que cometa un crimen en la Pascua, debe ser castigado con la muerte. Pero ellos que eran tan observantes, decidieron pasar por alto también este precepto; porque su Odio contra mí era más poderoso que su conciencia y su afán de parecer piadosos ante el mundo los inclinó a guardar las apariencias en el Pretorio. Ellos no creyeron poder contaminarse al cometer un crimen y celebrar la Pascua después. Pero sí observaron el rito de no pisar la casa de un gentil y no quisieron entrar a la casa del Gobernador romano. También ahora muchos en su interior, maquinan el mal y MUESTRAN UNA FACHADA DE PIEDAD Y RESPETO POR LA RELIGIÓN. 

En la proporción  de uno a doce, una de vosotros me traiciona. Cada traición es más penosa que una lanzada.

            Como los judíos no entraron, salió Pilatos. Y como tenía experiencia en el Gobierno y en el juzgar, le bastó una sola mirada para caer en la cuenta de que no era yo reo, sino aquel pueblo cargado de Odio. Nuestro encuentro provocó un acercamiento. Yo tuve piedad de él por ser un hombre débil. Él sintió piedad de Mí, por ser Inocente. Trató de salvarme desde el primer momento. Y cómo Roma era la única que tenía el derecho de ejercer justicia contra los malhechores, trata de salvarme diciendo: ‘Juzgadle, según vuestra Ley’. Nuevamente hipócritas, los judíos no quisieron condenarme. Me odiaban y me temían. No querían reconocerme como Mesías; pero decidieron matarme por si lo era. Y me acusaron de alborotapueblos contra el poder romano, para conseguir que Roma me condenase.

            Pilatos vuelve a entrar al Pretorio y me llama. Me interroga. Había oído hablar de Mí. Entre sus centuriones, había quienes repetían mi Nombre con gratitud, con lágrimas en los ojos y sonrisa en el corazón. El Domingo anterior me había visto entrar a Jerusalén, cabalgando sobre una borriquilla; sin armas, rodeado de mujeres y de niños, bendiciendo. Está seguro de que Yo no soy un peligro para Roma. Quiere saber si soy rey. En medio de su escepticismo pagano, quería burlarse un poco de esta realeza que cabalga sobre un asno, que tiene por cortesanos a niños descalzos y mujeres sonrientes.

Pilatos, sentado en su silla me escudriña, porque soy para él un enigma que no logra comprender. Si su alma no hubiese estado cegada por las preocupaciones humanas, la soberbia de su cargo, el error del paganismo; hubiera comprendido Quién era Yo. ¿Pero cómo penetrar la Luz en donde tantas cosas le impiden la entrada?

            Pilatos no puede comprender en qué consiste mi Reino y lo más triste: no pide que se lo explique. Al invitarle a que conozca la Verdad, paganamente responde: ¿Qué cosa es la Verdad? Con un levantamiento de hombros, vuelve  a donde están los judíos y en los umbrales del crimen, trata de salvarme una vez más. Su debilidad y su ambición; pues temió perder su puesto, lo llevan a una cruel transacción: LA FLAGELACIÓN.

            Mirad la humanidad de vuestro Redentor: de la cabeza a los pies es toda una herida.

            LA FLAGELACIÓN hace horrorizar a quién la medita y agonizar a quién la prueba. Pero fue tortura de una hora.  Vosotros que me traicionáis, me flageláis el corazón y son siglos que lo hacéis.

No meditáis nunca en lo que me costasteis y no reflexionáis en las torturas que os dieron la salvación. Ningún dolor se me perdonó: ni en la carne, ni en la mente, ni en el corazón, ni en el espíritu. Los probé todos. De todos me abrevé hasta morir.

La mano que Dios dio al hombre, para distinguirlo de los animales. La mano que Dios enseñó a usar al hombre como instrumento de la inteligencia humana para acariciar, bendecir y trabajar; se convirtió en instrumento de tortura contra el Hijo de Dios: le dio de bofetadas; se convirtió en tenazas para arrancarle los cabellos y tomó el flagelo y los clavos e hirió a su Dios y Creador.

La mentira y la blasfemia me rodearon… Y de los mismos labios que habían brotado los hosannas, surgió después el crucifige.

Cuando Pilatos me miró, tuvo compasión de Mí. Espera que la Plebe también la tenga… Pero ante sus amenazas y su dureza, le faltó valor…

-Que se le flagele – ordena Pilato a un centurión.

-¿Cuánto?

-Lo que te parezca… ¡No hay más que hacer! Yo estoy aburrido.  Ve…

Con esta cruel transacción Pilatos espera calmar a la plebe y salvar a Jesús. Y lo único que consigue es hacer que sea mayor su sufrimiento. ¿Acaso no sabe que la plebe se embrutece al beber sangre? Pero Jesús debe ser quebrantado para expiar nuestros pecados…

Cuatro soldados llevan a Jesús al patio enlozado con mármoles de color, más allá del atrio. En medio hay una columna alta semejante a las del pórtico. A unos tres metros del suelo, tiene una varilla de hierro sobresaliente por lo menos un metro, que termina en una argolla. Hacen que se quite los calzoncillos y Jesús se queda solamente con los calzoncillos cortos de lino y las sandalias. Las manos las atan juntas alrededor de las muñecas y se las amarran a la argolla, sobre la cabeza. De modo que aun cuando es muy alto, apenas si toca el suelo con la punta de los pies. Esta posisión en sí, ya es muy dolorosa.

Dos verdugos se colocan, uno delante de Él y otro detrás. Están armados con un flagelo de siete correas de nervios durísimos,  unidas a un mango y que terminan en la punta con bolas de plomo. Alternada y rítmicamente, como si estuvieran haciendo un ejercicio, se ponen a dar golpes. Uno, delante; el otro, detrás. De esta forma, el tronco de Jesús queda apretado entre estos instrumentos de dolor.

Los cuatro soldados a quienes se había entregado al Prisionero, sin preocuparse mayormente del asunto, se ponen a jugar a los dados con otros tres que acaban de llegar.

Las voces de los jugadores se mezclan con el golpe de los flagelos, que silban como serpientes  y luego suenan como piedras arrojadas contra la piel tensa de un tambor; azotando el grácil cuerpo de color marfil viejo, que al principio toma el color cebrado, vivo de una rosa; luego el violeta llenándose de relieves de color añil, muy hinchados. Y después el rojinegro;  para terminar rompiéndose y arrojando sangre por todas partes. Aunque sus golpes los dirigen sobre todo al tórax y al abdomen, tampoco faltan los golpes en las piernas, los brazos y hasta en la cabeza, para que no quede ningún miembro sin dolor.

¡Cuánto sufrimiento!… ¡Y no se escucha ni un lamento!…

Si la cuerda no lo sostuviera caería al suelo.  Solo la cabeza se le mueve y cae sobre el pecho, una y otra vez, entre golpe y golpe. . En su cuerpo no queda un lugar que no haya sido golpeado. Ningún dolor se le perdonó.

Sus órganos internos, magullados y contusos, tienen grandes sufrimientos. Sofocaciones y tos convulsiva por los pulmones. La anemia consecutiva a toda la sangre que ha esparcido desde el Getsemaní. El hígado, el bazo y los riñones magullados, inflamados y congestionados. Junto con el corazón exangüe y exhausto. Enfermo por la bárbara Flagelación y por los dolores morales que le han precedido y que harán más penosas las próximas horas…

Los riñones que casi han sido despedazados por los flagelos, ya han dejado de funcionar. Incapaces de filtrar más, la urea se irá acumulando y se esparcirá por todo su Cuerpo, torturando con el sufrimiento de la intoxicación urémica…

Un soldado grita:

–           ¡Eh! ¡Deteneos que lo matáis!  – y agrega tono de mofa.-  Necesita estar vivo, para que puedan matarlo.

Los dos verdugos se paran y se secan el sudor.

Uno dice:

–           ¡No podemos más! Pensé que os habíais olvidado…

Y el otro:

–           Pagadnos. Porque nos vamos a saciar la sed con un vaso de vino. La flagelación de los esclavos es más pesada… Deberían pagarnos más…

El decurión les arroja una moneda grande a cada uno, mientras les dice:

–           ¡La horca os mandaría! tened…

Otro soldado les dice:

–           Habéis trabajado a conciencia. Parece un mosaico.

Luego que los verdugos se van. Otro soldado dice:

–           ¡Oye Tito, dinos! ¿No era éste al que amaba Alejandro?

El aludido responde:

–           Sí.

–           Le daremos la noticia para que cumpla el luto. Hay que desatarlo.

Lo desatan, y Jesús cae al suelo como muerto. Lo dejan ahí. De vez en cuando lo mueven con el pie calzado con las cáligas, para ver si se lamenta. Pero Jesús ni siquiera gime.

Pasan unos minutos y los soldados comentan:

–           ¿Acaso habrá  muerto?

–           Es posible.

–           Es joven y artesano.  Eso me han dicho.

–           A mí me dijeron que es como una vestal y parece una delicada doncella…

–           ¡Déjenmelo a mí!

Y el último que habló, va y lo sienta contra la columna. Donde antes estuviera Jesús tirado, se ven los grumos de sangre.

El soldado, va a una pequeña fuente que gorgotea bajo el pórtico. Llena un cubo de agua y se lo arroja sobre la cabeza y el cuerpo de Jesús. Mientras dice:

–           ¡Así! ¡A las flores les gusta el agua!

Jesús suspira profundamente. Trata de levantarse. Pero sigue con los ojos cerrados. Varias voces dicen al mismo tiempo:

–           ¡Eso es! ¡Bien! ¡Arriba, Adonis! ¡Qué te espera la dama!…

Pero Jesús inútilmente apoya en el suelo los puños intentando erguirse…

Otro soldado con sonrisa mordaz le grita:

–           ¡Arriba! ¡Rápido! ¿Te sientes débil? Con esto te vas a reponer.

Y con el asta de su lanza descarga un golpe en el Rostro de Jesús, dándole entre el pómulo derecho y la nariz, que al punto empieza a sangrar.

Jesús abre los ojos y mira a su alrededor.  Es una mirada perdida… Mira fijamente al soldado que lo ha golpeado. Se enjuga la sangre con la mano. Y con un gran esfuerzo, se pone de pie.

Los militares se burlan:

–           ¡Vístete! ¡Es una indecencia estar así! ¡Impúdico!

Y todos sueltan la carcajada.

Jesús obedece sin decir nada. Sólo ÉL sabe lo que sufre al inclinarse, por las heridas que tiene, pues al moverse, su piel se abre y la sangre vuelve a brotar. Pero no hay ninguna piedad. Empiezan a jugar con ÉL cruelmente.

Un soldado da una patada a sus vestidos  y los dispersa cada vez que Jesús quiere alcanzarlos, balanceándose penosamente. Otro soldado los arroja al lado contrario. Y cada vez que Jesús tambaleándose llega a donde ha caído su ropa, otro soldado la arroja lejos en otra dirección. Mientras hacen esto le dicen obscenidades y se burlan de él. Y Jesús sufriendo agudamente, sigue a la ropa, sin decir una palabra.

Finalmente y en silencio todavía, Jesús logra tomar sus vestidos. Antes de ponerse la túnica blanca interior corta, que estaba apartada en un rincón y mojada, se limpia con ella la cara del polvo, la sangre, los escupitajos y los excrementos. Parece como si quisiera ocultar su vestido rojo que ayer mismo era tan hermoso y ahora está sucio de porquerías y manchado por la sangre que sudó en Getsemaní. Pero termina de vestirse con él. Luego se compone los cabellos y la barba, llevado por un instinto natural, de limpieza y orden en su persona.  Y la pobre y santa faz aparece limpia, sólo marcada por los moretones y las pequeñas heridas.

Y luego se acerca a que le dé el sol, pues está temblando por los escalofríos… La fiebre ha comenzado a apoderarse de ÉL, debido a la pérdida de sangre, al ayuno y a la larga caminata…

 

Oración.

Amado Padre Celestial: En los méritos de tu Hijo Santísimo hemos sido perdonados y sanados. Toma todo nuestro ser y conforme a tu infinita Misericordia, bendícenos sanando nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro cuerpo. Danos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Llena nuestros labios, para cantar tus alabanzas y fortalece y guía nuestra miseria y nuestra debilidad. Seas Bendito y Alabado por siempre, por toda tu Creación. Gracias ABBA. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

 

  

 

 

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