EL DRAMA DEL CALVARIO III13 min read

Por un momento, Jesús suelta el cuerpo hacia delante y hacia abajo, como si ya estuviese muerto.  No jadea. La cabeza le cae inerte…

La Virgenlanza un trágico grito:

–                       ¡Ha muerto!

Jesús parece realmente muerto. Las mujeres hacen eco a María y hay una pequeña confusión. La luz es tan débil que parece que todos estuvieran envueltos en una nube de ceniza volcánica.

Los sacerdotes gritan:

–                       ¡No es posible! ¡Es un pretexto para que nos vayamos! Soldado, pícale con la lanza. Es un buen remedio para devolverle la voz.

Y como los soldados no les hacen caso. Una descarga de piedras vuelan haciala Cruz.Pegándolea Jesús y cayendo sobre las corazas romanas. I

Irónicamente el remedio produce su efecto. Una piedra dio en el blanco y Jesús lanza un gemido doloroso y vuelve en Sí. El tórax vuelve a respirar fatigosamente. Con gran esfuerzo, Jesús se apoya una vez más, sobre sus pies torturados; encontrando fuerza solo en su voluntad.

Superando con la fuerza de su voluntad de héroe; con el ansia de su alma angustiada, el impedimento de sus mandíbulas tiesas, su lengua abultada y el edema de su garganta; Jesús emite un fuerte grito:

–                       ¡Eloí, Eloí, lamma scebactani!

Siente morirse en medio de un completo abandono del Cielo y lo declara abiertamente. Este supremo tormento espiritual, que tortura a los condenados en el Infierno, provoca el lamento de cómo su Padre lo trata.

La chusma ríe y lo befa. Lo insulta:

–                       ¡Dios no sabe qué hacer contigo! ¡Él maldice a los demonios! ¡Veamos si Elías al que ha invocado, viene a salvarlo! Dadle un poco de vinagre para que se limpie la garganta. Sirve para limpiar la voz. Elías o Dios; porque no se sabe lo que ese loco quiere; están lejos… ¡Grita más para que te oigan!…

Y se carcajean como hienas endemoniadas.

Pero ningún soldado le da vinagre y nadie baja del Cielo para consolarlo. Es la agonía solitaria… Total… Cruel…  Hasta sobrenaturalmente cruel de Jesús-Víctima.

Torna el alud de dolor sin consuelo que en Getsemaní lo aplastó.

Tornan las olas de los pecados de todo el Mundo. Torna la avalancha de acusaciones de Satanás, que hace que se sienta convencido de ser un condenado y de estar separado de Dios para siempre. Es el Hombre Culpable. El Océano de culpas lo sumerge en su amargura. Torna sobre todo la sensación más dura que la misma Cruz. Más cruel que cualquier tormento; de que Dios lo ha abandonado y de que su plegaria no llega a Él…

Es el tormento extremo, el que apresura la muerte; porque exprime las últimas gotas de sangre de los poros. Porque machaca las restantes fibras del corazón. Porque acaba con el que el saberse abandonado había empezado: La Muerte.

Esta fue la primera causa de la muerte de Jesús.

¡Oh, Dos mío que lo castigaste por nosotros! Después de tu abandono… Por causa de él, ¿Qué es el hombre? O un loco o un muerto. Jesús no podía enloquecer, porque su inteligencia es divina. Y espiritual como es; la inteligencia se sobrepone al golpe recibido de Dios. Muere pues, el Inocente. El Santo muere. Muere El que Es la Vida.  Matado por el Abandono de Dios y por nuestros pecados.

La oscuridad es más densa. Jerusalén desaparece. El mismo Calvario parece como si no tuviera faldas. Solo la cima es visible. Como si las tinieblas la conservasen arriba para dejar pasar la última luz, ofreciéndola como un regalo con su trofeo divino y sobre un lago de ónix líquido, para que el odio y el amor la vean.

Entre la oscuridad se oye la voz lastimera de Jesús:

–                       ¡Tengo sed!

Se siente en verdad un viento que produce sed aún en los sanos. Un viento que se ha vuelto violento, lleno de polvo, frío. Un viento pavoroso. Que contribuye a torturar aún más al Agonizante.

Un soldado toma un vaso donde los verdugos echaron vinagre con hiel para que su amargor aumente la salivación de los condenados al suplicio. Toma la esponja que estaba dentro de la bebida; la pone sobre una caña delgada y la ofrece a Jesús, que la espera con ansia. Parece un niño hambriento que busca el seno materno.

María ve esto, llora y apoyándose en Juan, dice:

–                       ¡Oh! ¡Y yo ni siquiera le puedo dar una gota de llanto!… ¡Oh, seno mío que no tienes leche! ¡Oh, Dios! ¿Por qué, por qué nos abandonas? ¡Haz un milagro a favor de tu Hijo! ¿Quién me levanta para calmarle su sed con mi sangre, pues ya no tengo leche?…

Jesús que ha succionado ávidamente la agria y amarga bebida; tuerce su cabeza ante el desagradable sabor, que ha sido como un corrosivo en sus labios heridos y abiertos. Se retrae. Se encoge. Se suelta…

De las caderas para arriba está separado del palo y así se queda. La respiración se hace más jadeante y más parece un estertor que un respiro. De vez en cuando tose… y con la tos aparece en sus labios una espuma rojiza. La separación entre cada respiración se hace cada vez mayor. El abdomen no tiene movimientos. Sólo el tórax los tiene; pero fatigosos y separados. La parálisis pulmonar se acentúa mucho.

Y cada vez más débil, vuelve a repetir su lamento infantil:

–                       ¡Mamá!

María contesta:

–                       Aquí estoy tesoro mío.

Y cuando la vista se le nubla:

–                       ¡Mamá! ¿Dónde estás? Ya no te veo. ¿También tú me abandonas?

Su voz es un murmullo que María oye más con el corazón que con los oídos de quien recoge cada suspiro del Agonizante…

Ella responde:

–                       ¡No, no, Hijo! ¡No te abandono! Óyeme querido mío… Mamá está aquí… Aquí está… Sólo sufre por no poder llegar a donde estás…

Es un desgarro del alma… Juan llora abiertamente.

Jesús oye ese llanto, pero no habla…

Longinos ha tomado la actitud, como si estuviese junto al trono imperial. En sus ojos hay un brillo de lágrimas que controla la disciplina militar. Los otros soldados que estaban jugando a los dados, dejan el juego y se han puesto de pie. Todos están como estatuas.

Y se yergue como si estuviese sano. Alza su rostro, mirando con ojos bien abiertos, el Mundo extendido a sus pies… Piensa… Recuerda lo que le dijo su ángel en el Huerto de Getsemaní y  una luminosa sonrisa se dibuja en sus labios tan heridos… Cierra los ojos y los vuelve a abrir. Se queda mirando a lo lejos…

Y murmura con una voz casi inaudible:

+ “Mi mirada se internó a través de los siglos y os ví. Desde aquella hora os bendije… Desde aquellos momentos os he llevado en mi Corazón y cuando sonó el momento de que vinieseis a la tierra… Quise estar presente a vuestra llegada. Regocijándome al pensar que una nueva flor de amor había brotado en el mundo y que viviría para Mí…

¡Oh benditos míos! ¡Consuelo mío en mi agonía!… Mi Madre, mi apóstol, mis amigos pastores… Las mujeres piadosas que me acompañaron en mi amargura y mi Infinito Dolor… Todos los que están presentes y me aman, sabiendo que voy a morir… Pero también tú… Mis ojos agonizantes te miraron a través de los tiempos; junto con el rostro adolorido de mi Madre… Y los cerré gozoso porque había visto que os salvaríais… Que eres digno del Sacrificio de un Dios.”  +

Luego mira a  la ciudad que apenas se distingue toda blanca;  en medio de la lobreguez, que ha dejado la luz que ha huido. Y hacia el cielo negro cerrado. Que parece una laja de pizarra…

El silencio es absoluto.

Luego resuenan en la oscuridad completa, las palabras:

–                       ¡Todo se ha cumplido!

Pasa el tiempo…

Entre estertores que se van espaciando cada vez más. Luego se oye a Jesús que ora con infinita dulzura:

–                       ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!…

Y se viene la última contracción de Jesús. Una convulsión atroz que parece querer arrancar el cuerpo enclavado. Por tres veces empieza de los pies a la cabeza. Recorre los nervios torturados. Levanta el abdomen de un modo anormal. Es un arco tenso, vibrante y luego un grito fuerte con la primera sílaba de la palabra: ¡Ma-má!…

Y luego… Nada. La cabeza cae sobre el pecho. El cuerpo está hacia delante. El respiro termina…  Ha muerto.

Pasan unos segundos impactantes…

Y la tierra responde al grito del que acaba de morir, con un poderoso bramido… parece como si miles de gigantescas trompetas arrojasen un solo sonido y en este tenebroso acorde, se escuchan las notas separadas de los  relámpagos que rasgan el Cielo en todas direcciones, cayendo sobre la ciudad, sobre el Templo. Sobre la gente… Los rayos son la única luz intermitente que permite ver algo…

Y de repente, junto con las descargas fulmíneas, la tierra se sacude violentamente. Al terremoto le sigue un ciclón y se juntan para dar un castigo apocalíptico a los blasfemos. La cima del Gólgota se balancea y se mueve, como un plato en la mano de un loco. Las cruces danzan en tal forma que parece que van a saltar.

Todos se agarran de donde pueden para no caer.

Los soldados se refugian en el centro de la explanada. Para que los peñascos no los arrojen hacia abajo.

Los ladrones aúllan de terror.  La multitud igual y tratan de escapar, pero no pueden.

Caen unos sobre otros y se pisotean. Mientras que otros se precipitan por las hendiduras del terreno.

Por tres veces se sucede el terremoto y el ciclón…

Luego, todo queda inmóvil y en silencio.

Es impactante ver cómo relámpagos sin trueno, corren por el firmamento iluminando a los judíos que huyen enloquecidos por el terror.

Poco a poco la oscuridad disminuye y así es posible ver que hay muchos que fueron fulminados y yacen tirados en el suelo. Así como también, muchas casas están ardiendo.

Las llamas se elevan y son un punto rojo, en el verde ceniciento de la atmósfera.

María levanta su cabeza del pecho de Juan y mira a su Hijo. No lo distingue bien por la poca luz y porque sus ojos están anegados en lágrimas. Lo llama:

–                       ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!…

Es la primera vez que lo llama por su Nombre desde que está en la Cimadel Calvario.

Finalmente, al resplandor de un relámpago que refulge como una corona sobre la cresta del Gólgota, lo ve inmóvil, pendiente hacia delante. Con la cabeza inclinada en tal forma…

Que comprende y tiende sus brazos y sus manos temblorosas hacia la Cruz…  gime:

–                       ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! ¡Hijo mío!…

Luego escucha…tiene la boca abierta, por el estupor. No puede creer que su Hijo haya muerto…

Juan, que ha comprendido que todo ha acabado, la abraza y le dice:

–                       Ya no sufre.

Ella grita:

–                       ¡No tengo más Hijo!  -y caería desvanecida si Juan no la sostuviera…

Las mujeres acuden llorando para auxiliarla…

Los soldados hablan entre sí…

–                       ¿Has visto a los judíos?

–                       ¡Ahora sí estaba aterrorizados!

–                       Y se golpeaban el pecho.

–                       Los más espantados eran los sacerdotes.

–                       ¡Qué miedo! He sentido otros terremotos. Pero como este… ¡Jamás!

–                       ¡Mira! La tierra está llena de hendiduras.

–                       Allí se ve el hundimiento del camino ancho.

–                       Hay muchos cuerpos…

–                       ¡Déjalos! Mientras menos sierpes, mejor.

–                       ¡Oh! ¡Hay otro incendio en la campiña!…

–                       Pero, es muy pronto. ¿De veras ha muerto?

–                       Y ¡No lo estás viendo!…

–                       ¿Todavía dudas?

Por detrás de la roca, se asoman José y Nicodemo. Se refugiaron detrás del baluarte del monte, para librarse de los rayos.

Se acercan a Longinos y le dicen:

–                       Queremos el cadáver.

Longinos contesta:

–                       Sólo el Procónsul lo concede. Id aprisa porque he oído que los judíos van a ir al Pretorio para pedir el crurifragio. No quisiera que a Él le rompan las piernas.

Nicodemo:

–                       ¿Cómo lo sabes?

–                       Informes del alférez. Id. Os espero.

Los dos corren camino abajo, por la abrupta pendiente. Desaparecen tras un enorme peñasco…

Ahora es Longinos el que se acerca a Juan y le dice algo en secreto.

Juan asiente con la cabeza…

Longinos pide a un legionario una lanza. Mira a las mujeres que están atendiendo a María que poco a poco recupera sus fuerzas.

Longinos pide a un legionario una lanza. Mira a las mujeres que están atendiendo a María que poco a poco recupera sus fuerzas.

Longinos se pone frente al Crucificado. Estudia bien el golpe y arroja la larga lanza, que penetra profundamente de abajo para arriba. De derecha a izquierda.

Juan, que se encuentra entre el deseo y el horror de ver, vuelve por un instante sus ojos…

Longinos dice:

–                       Está hecho, Amigo.  –y mirando a Juan concluye-  Es mejor así. Como a un valiente. Y sin romperle los huesos… ¡Era en realidad un hombre justo!

De la herida gotea mucha agua y un hilito insignificante de sangre, que tiende a coagularse.

Mientras que en el calvario no hay más que tragedia, José y Nicodemo bajan por una vereda que acorta mucho el camino al Pretorio y tratan de llegar más pronto. Están casi en la falda, cuando se encuentran con Gamaliel, que al parecer va a usar la vereda con el mismo propósito, pero hacia arriba…

Viene despeinado, sin capucho, sin manto. Con su vestidura que siempre está impecable y ahora está sucia de tierra, rasgada por las espinas de las zarzas del camino.

Un Gamaliel muy diferente del estirado de siempre. Un Gamaliel que corre subiendo jadeante. Con la manos en los cabellos ralos y muy canosos, propios de su avanzada edad. Conversan por unos momentos…

José y Nicodemo dicen asombrados:

–                       ¡Gamaliel! ¿Tú?

Gamaliel:

–                       ¿Y tú José? ¿Lo abandonas?

José:

–                       Yo no. Pero, ¿Por qué tú por aquí? ¿Y así?

Gamaliel exclama:

–                       ¡Cosas horribles! ¡Estaba yo en el Templo! ¡La señal…! ¡Los quicios de las Puertas del Templo abiertos! El velo de color púrpura y jacinto, está colgando, desgarrado de arriba abajo. ¡El Sancta Santorum al descubierto! ¡Anatema sobre nosotros!…

Ha hablado corriendo como loco hacia la cima; impresionado por la prueba de la que fue testigo…

Los dos lo miran irse… Se miran entre sí. Y dicen al mismo tiempo:

–                       “¡Estas piedras se estremecerán con mis últimas palabras…!”   ¡Se lo había prometido!…

Y continúan con su carrera…

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FATIMA…

CANTO DE ALABANZA…

Deja un comentario

Descubre más desde cronicadeunatraicion

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo