SEGUNDO MISTERIO DE GLORIA27 min read

LA ASCENCIÓN DE JESÚS AL CIELO

La aurora ha surgido completamente. Ya el sol está alto y se escuchan las voces de los apóstoles. Es una señal para Jesús y María. Se detienen. Se miran, el Uno enfrente de la Otra y luego Jesús abre los brazos y recibe en su pecho a su Madre…  El amor rebosa en una lluvia de besos a su Madre amadísima. El amor cubre de besos al Hijo amadísimo. Parece que no puedan separarse.

Luego la Mujer como criatura, se arrodilla a los pies de su Dios, que es su Hijo; y el Hijo, que es Dios, impone las manos sobre la cabeza de la Madre Virgen, de la eterna Amada y la bendice en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… Luego se inclina y la levanta, depositando  un último beso en la blanca frente como pétalo de azucena bajo el oro de los cabellos. ¡Todavía muy juveniles!

Regresan hacia la casa y Pedro les sale al encuentro diciendo:

–           ¡Señor! Afuera entre el monte y Betania, están todos los que querías bendecir hoy.

Jesús contesta:

–          Bien. Ahora vamos donde ellos. Pero antes venid. Quiero compartir con vosotros una vez más el pan.

María se retira y se quedan Jesús con sus once apóstoles en el comedor. En la mesa hay carne asada, pequeños quesos y aceitunas pequeñas y negras; un ánfora de vino y otra más grande de agua. Y panes anchos.

Jesús ofrece y divide. Está en el centro, entre Pedro y Santiago de Alfeo. Los ha llamado Él a estos lugares. Juan, Judas de Alfeo y Santiago están frente a Él; Tomás, Felipe y Mateo, a un lado; Andrés, Bartolomé y el Zelote, al otro lado. Así, todos pueden ver a su Jesús…

Una comida de breve duración, y silenciosa.

Los apóstoles, llegado el último día de cercanía de Jesús, y a pesar de las sucesivas apariciones, colectivas o individuales, desde la Resurrección, apariciones llenas de amor, no han perdido ni un momento esa devotísima compostura que ha caracterizado sus encuentros con Jesús Resucitado.

La comida ha terminado. Jesús abre las manos por encima de la mesa y dice:

–           Bien… Ha llegado la hora en que debo dejaros para volver al Padre mío. Escuchad las últimas palabras de vuestro Maestro.

No os alejéis de Jerusalén en estos días. Lázaro, con el cual he hablado, se ha preocupado una vez más de hacer realidad los deseos de su Maestro y os cede la casa de la última Cena, para que dispongáis de una casa donde recoger a la asamblea y recogeros en oración. Estad dentro de esta casa en estos días y orad asiduamente para prepararos a la venida del Espíritu Santo, que os completará para vuestra misión. Recordad que Yo -y era Dios- me preparé con una severa penitencia a mi ministerio evangelizador. Vuestra preparación será siempre más fácil y más breve. Pero no exijo más de vosotros. Me basta con que oréis con asiduidad, en unión con los setenta y dos y bajo la guía de mi Madre, la cual os confío con solicitud filial. Ella será para vosotros Madre y Maestra, de amor y sabiduría perfectos.

Habría podido enviaros a otro lugar para prepararos a recibir al Espíritu Santo. Pero no. Quiero que permanezcáis aquí.

Porque es Jerusalén, la que negó, es Jerusalén la que debe admirarse por la continuación de los prodigios divinos, dados en respuesta a sus negaciones. Después el Espíritu Santo os hará comprender la necesidad de que la Iglesia surja justamente en esta ciudad la cual, juzgando humanamente, es la más indigna de tener a la Iglesia. Pero Jerusalén sigue siendo Jerusalén, a pesar de estar henchida de pecado y a pesar de que aquí se haya verificado el deicidio. Nada la beneficiará. Está condenada.

Pero, aunque ella esté condenada, no todos sus habitantes lo están. Permaneced aquí por los pocos justos que tiene en su seno; permaneced aquí porque ésta es la ciudad regia y la ciudad del Templo, y porque, como predijeron los profetas, aquí, donde ha sido ungido, aclamado y exaltado el Rey Mesías, aquí debe comenzar su soberanía en el mundo y aquí, en este lugar en que Dios ha dado libelo de repudio a la sinagoga a causa de sus demasiado horrendos delitos, debe surgir el Templo nuevo al que acudirán gentes de todas las naciones.

Leed a los profetas (Isaías 2, 1-5; 49, 5-6; 55, 4-5; 60; Miqueas 4, 1-2; Zacarías 8, 20-23). Todo está en ellos predicho.

Primero mi Madre, después el Espíritu Paráclito, os harán comprender las palabras que los profetas dijeron para este tiempo.

Permaneced aquí hasta que Jerusalén os repudie a vosotros como me ha repudiado a mí; hasta que odie a mi Iglesia como me ha odiado a mí y maquine planes para exterminarla. Entonces llevad la sede de esta amada Iglesia mía a otro lugar, porque no debe perecer. Os digo que ni siquiera el Infierno prevalecerá contra ella. Pero si Dios os asegura su protección, no por ello tentéis al Cielo exigiendo todo del Cielo. Id a Efraím, como fue vuestro Maestro porque no era la hora de que fuera capturado por los enemigos. Os digo Efraím para deciros tierra de ídolos y paganos. Pero no será la Efraím de Palestina la que deberéis elegir como sede de mi Iglesia. Desde el corazón del hombre, la sangre se propaga a todos los miembros. Desde el corazón del mundo, el cristianismo se debe propagar a toda la Tierra.

Por ahora mi Iglesia es como una criatura ya concebida pero que todavía se está formando en la matriz. Jerusalén es su matriz y en su interior el corazón aún pequeño, en torno al cual se congregan los pocos miembros de la Iglesia naciente, envía sus pequeñas ondas de sangre a estos miembros.

Está para venir el Espíritu Santo, el Santificador, y vosotros quedaréis henchidos de Él. Mirad que estéis puros, como todo lo que debe acercarse al Señor. Yo también era el Señor como Él. Pero había revestido mi Divinidad con un velo para poder estar entre vosotros, y no sólo para adoctrinaros y redimiros con los órganos y la sangre de este velo, sino también para que el Santo de los Santos estuviera entre los hombres, eliminando la barrera, para todos los hombres, incluso para los impuros, de no poder depositar la mirada en Aquel al que temen mirar los serafines. Pero el Espíritu Santo vendrá sin velo de carne y se posará sobre vosotros y descenderá a vosotros con sus siete dones y os aconsejará. Ahora bien, el consejo de Dios es una cosa tan sublime, que es necesario prepararse para él con la voluntad heroica de una perfección, que os haga semejantes al Padre vuestro y a vuestro Jesús, y a vuestro Jesús en su relación con el Padre y con el Espíritu Santo. Así pues, caridad y pureza perfectas para poder comprender al Amor y recibirlo en el trono del corazón.

Sumíos en el vórtice de la contemplación. Esforzaos en olvidar que sois hombres y en transformaros en serafines. Lanzaos al horno, a las llamas de la contemplación. La contemplación de Dios es semejante a chispa que salta del choque de la piedra contra el eslabón y produce fuego y luz. Es purificación el fuego que consume la materia opaca y siempre impura y la transforma en llama luminosa y pura.

No tendréis el Reino de Dios en vosotros si no tenéis el amor. Porque el Reino de Dios es el Amor, y aparece con el Amor, y por el Amor se instaura en vuestros corazones en medio de los resplandores de una luz inmensa que penetra y fecunda, disuelve la ignorancia, comunica la sabiduría, devora al hombre y crea al dios, al hijo de Dios, a mi hermano, al rey del trono que Dios ha preparado para aquellos que se dan a Dios para tener a Dios, a Dios, a Dios, a Dios sólo. Sed, pues, puros y santos por la oración ardiente que santifica al hombre porque le sumerge en el fuego de Dios, que es la caridad.

¿Os acordáis de mis palabras de la última Cena? Os prometí el Espíritu Santo. Pues bien, está para llegar, para bautizaros no ya con agua, como hizo con vosotros Juan preparándoos para mí, sino con el fuego, para prepararos a que sirváis al Señor tal y como Él quiere que vosotros lo sirváis. Mirad, Él estará aquí dentro de no muchos días. Después de su venida vuestras capacidades aumentarán sin medida, y seréis capaces de comprender las palabras de vuestro Rey y hacer las obras que Él ha dicho que se hagan, para extender su Reino sobre la Tierra.

–           ¿Entonces vas a reconstruir, después de la venida del Espíritu Santo, el Reino de Israel? – le preguntan interrumpiéndole.

–           Ya no existirá el Reino de Israel, sino mi Reino, que se verá cumplido cuando el Padre ha dicho. No os corresponde a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre se ha reservado en su poder. Pero vosotros, entretanto, recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá a vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en Judea y en Samaria y hasta los confines de la Tierra, fundando las asambleas en los lugares en que estén reunidas personas en mi Nombre; bautizando a las gentes en el Nombre Stmo. del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, como os he dicho, para que tengan la Gracia y vivan en el Señor; predicando el Evangelio a todas las criaturas; enseñando lo que os he enseñado; haciendo lo que os he mandado hacer. Y Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Otra cosa quiero. Que la asamblea de Jerusalén la presida Santiago, mi hermano. Pedro, como jefe de toda la Iglesia, deberá emprender a menudo viajes apostólicos, porque todos los neófitos desearán conocer al Pontífice jefe supremo de la Iglesia. Pero grande será el predicamento que, ante los fieles de la naciente Iglesia, tendrá mi hermano. Los hombres son siempre hombres y ven las cosas como, hombres. A ellos les parecerá que Santiago sea una continuación de mí, por el simple hecho de ser hermano mío. En verdad digo que es más grande y más semejante al Cristo por la sabiduría que por el parentesco.

Pero, así es; los hombres, que no me buscaban mientras estaba en medio de ellos, ahora me buscarán en aquel que es pariente mío. Tú, Simón Pedro… tú estás destinado a otros honores…

Pedro dice:

–           Que no merezco, Señor. Te lo dije cuando te me apareciste, y te lo digo, en presencia de todos, una vez más. Tú eres bueno, divinamente bueno, además de sabio, y cabal ha sido tu juicio sobre mí. Yo renegué de ti en esta ciudad. Cabalmente has juzgado que no reúno las condiciones para ser su jefe espiritual. Quieres evitarme muchos vituperios justos…

Santiago de Alfeo se inclina rindiendo homenaje a Pedro y contesta:

–           Todos fuimos iguales, menos dos, Simón. Yo también huí. No es por esto, sino por las razones que ha expresado, por lo que el Señor me ha destinado a mí a este puesto; pero tú eres mi Jefe, Simón de Jonás, y como tal te reconozco. En la presencia del Señor y de todos los compañeros, te profeso obediencia. Te daré lo que pueda para ayudarte en tu ministerio, pero, te lo ruego, dame tus órdenes, porque tú eres el Jefe y yo el súbdito. Cuando el Señor me ha recordado una conversación ya lejana, he agachado la cabeza diciendo: “Hágase lo que Tú quieres”. Esto mismo te diré a ti a partir del momento en que, habiéndonos dejado el Señor, tú seas su Representante en la Tierra. Y nos querremos ayudándonos en el ministerio sacerdotal.

Jesús confirma:

–           Sí. Quereos unos a otros, ayudándoos recíprocamente, porque éste es el mandamiento nuevo y la señal de que sois verdaderamente de Cristo.

No os turbéis por ninguna razón. Dios está con vosotros. Podéis hacer lo que quiero de vosotros. No os impondría cosas que no pudierais hacer, porque no quiero vuestra perdición sino vuestra gloria. Mirad, voy a preparar vuestro lugar junto a mi trono. Estad unidos a mí y al Padre en el amor. Perdonad al mundo que os odia. Llamad hijos y hermanos a los que se acerquen a vosotros, o a los que ya están con vosotros por amor a mí.

Tened la paz de saber que siempre estoy preparado para ayudaros a llevar vuestra cruz. Yo estaré con vosotros en las fatigas de vuestro ministerio y en la hora de las persecuciones y no pereceréis, no sucumbiréis, aunque lo parezca a los que ven las cosas con los ojos del mundo. Sentiréis peso, aflicción, cansancio, seréis torturados, pero mi gozo estará en vosotros, porque os ayudaré en todo. En verdad os digo que, cuando tengáis como Amigo al Amor, comprenderéis que todas las cosas sufridas y vividas por amor a mí se hacen ligeras, aun las duras torturas del mundo. Porque para aquel que reviste todas sus acciones -voluntarias o impuestas- de amor, el yugo de la vida y del mundo se le transforman en yugo recibido de Dios, recibido de mí. Y os repito que mi carga está siempre proporcionada a vuestras fuerzas y que mi yugo es ligero, porque Yo os ayudo a llevarlo.

Sabéis que el mundo no sabe amar. Pero vosotros, de ahora en adelante, amad al mundo con amor sobrenatural, para enseñarle a amar. Y si os dicen, al veros perseguidos: “¿Así os ama Dios?, ¿haciéndoos sufrir?, ¿dándoos dolor? Entonces no merece la pena ser de Dios”, responded: “El dolor no viene de Dios. Pero Dios lo permite. Nosotros sabemos el motivo de ello y nos gloriamos de tener la parte que tuvo Jesús Salvador, Hijo de Dios”. Responded: “Nos gloriamos si nos clavan en la cruz, nos gloriamos de continuar la Pasión de nuestro Jesús”. Responded con las palabras de la Sabiduría (Sabiduría 2, 23-24): “La muerte y el dolor entraron en el mundo por envidia del demonio. Pero Dios no es autor de la muerte ni del dolor, ni se goza del dolor de los vivientes. Todas sus cosas son vida y todas son salutíferas”. Responded: “Al presente parecemos perseguidos y vencidos, pero en el día de Dios, cambiadas las tornas, nosotros, justos, perseguidos en la Tierra, estaremos gloriosos frente a los que nos vejaron y despreciaron”. Pero decidles también: “¡Venid a nosotros! Venid a la Vida y a la Paz. Nuestro Señor no quiere vuestra perdición, sino vuestra salvación. Por esto ha entregado a su Hijo predilecto, para la salvación de todos vosotros”.

Y alegraos de participar en mis padecimientos para poder estar después conmigo en la gloria. “Yo seré vuestra desmesurada recompensa” promete en Abraham (Génesis 15, 1) el Señor a todos sus siervos fieles. Sabéis cómo se conquista el Reino de los Cielos: con la fuerza; y a él se llega a través de muchas tribulaciones. Pero el que persevere como Yo he perseverado estará donde estoy Yo.

Ya os he dicho cuál es el camino y la puerta que llevan al Reino de los Cielos, y Yo he sido el primero en caminar por ese camino y en volver al Padre por esa puerta. Si existieran otros os los habría mostrado, porque siento compasión de vuestra debilidad de hombres. Pero no existen otros… Al señalároslos como único camino y única puerta, también os digo, os repito, cuál es la medicina que da fuerza para recorrerlo y entrar. Es el amor. Siempre el amor. Todo se hace posible cuando en nosotros está el amor. Y el Amor, que os ama, os dará todo el amor, si pedís en mi Nombre tanto amor como para haceros atletas en la santidad. Ahora vamos a darnos el beso de despedida, amigos míos queridísimos.

Se pone en pie para abrazarlos. Todos hacen lo mismo. Pero, mientras que Jesús tiene una sonrisa pacífica de una hermosura verdaderamente divina ellos lloran, llenos de turbación.

Juan, echándose sobre el pecho de Jesús, en medio de los fuertes espasmos a causa de los sollozos solicita por todos, intuyendo el deseo de todos:

–           ¡Danos al menos tu Pan! ¡Qué nos fortalezca en este momento!

Jesús le responde:

–           ¡Así sea!

Entonces toma un pan, lo parte después de haberlo ofrecido y bendecido y repite las palabras rituales. Y lo mismo hace con el vino, repitiendo después:

–           Haced esto en memoria mía – añadiendo- De mí que os he dejado esta arra de mi amor para seguir estando y estar siempre con vosotros hasta que vosotros estéis conmigo en el Cielo.

Los bendice y dice:

–           Y ahora vamos.

Salen de la habitación, de la casa…

Jonás, María y Marco están afuera. Se arrodillan y adoran a Jesús.

Jesús los bendice al pasar y dice:

–           La paz permanezca con vosotros, y el Señor os compense de todo lo que me habéis dado.

Marcos se alza y dice:

–           Señor, los olivares que hay a lo largo del camino de Betania están llenos de discípulos que te esperan.

–           Ve a decirles que se dirijan al Campo de los Galileos.

Marcos se echa a correr con toda la velocidad de sus jóvenes piernas.

Los apóstoles dicen entre sí:

–           Entonces, han venido todos.

Más allá, sentada entre Margziam y María Cleofás, está la Madre del Señor. Y viéndolo acercarse, se levanta y lo adora con todo el impulso de su corazón de Madre y de fiel.

Jesús las invita:

–           Ven, Madre, y también tú, María… – al verlas paradas, paralizadas por su majestad que es tan  resplandeciente y emana como en la mañana de la Resurrección.

Jesús no quiere apabullar con esta majestad suya, así que afablemente, pregunta a María de Alfeo:

–           ¿Estás sola?

María de Alfeo contesta:

–           Las otras… las otras están adelante… con los pastores y… con Lázaro y toda su familia… Pero nos han dejado a nosotras aquí, porque… ¡oh, Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!… ¿Cómo soportaré el no verte, Jesús bendito, Dios mío, yo que te quise incluso antes de que nacieras y que tanto lloré por ti cuando no sabía dónde estabas después de la matanza… yo que tenía mi sol y todo mi bien en tu sonrisa desde que volviste?… ¡Oh, cuánto bien! ¡Cuánto bien me has dado!… ¡Ahora sí que voy a ser verdaderamente pobre, viuda, ahora sí que voy a estar verdaderamente sola!… ¡Estando Tú, teníamos todo!… Aquella tarde creí conocer todo el dolor… Pero el propio dolor, todo aquel dolor de aquel día, me había ofuscado y… sí, era menos fuerte que ahora… Y además… estaba el hecho de que ibas a resucitar. Me parecía no creerlo, pero ahora me doy cuenta de que sí lo creía, porque no sentía lo que siento ahora… – y jadea ahogándose por el llanto.

Jesús llama a los pastores, a Lázaro, a José, a Nicodemo, a Manahén, a Maximino y a los otros de los setenta y dos discípulos. Les dice que se acerquen, pero quiere tener especialmente cerca a los pastores. Dice a éstos:

–           Venid aquí. Vosotros, que estuvisteis junto al Señor cuando vino del Cielo y que os inclinasteis ante su anonadamiento; estad ahora cerca del Señor cuando vuelve al Cielo, exultando en vuestro espíritu por su glorificación. Habéis merecido este puesto porque habéis sabido creer contra toda circunstancia desfavorable y habéis sabido sufrir por vuestra fe. Os doy las gracias por vuestro amor fiel.

A todos os doy las gracias. A ti, Lázaro amigo. A ti, José, y a ti. Nicodemo, compasivos con el Cristo cuando serlo podía significar un gran peligro. A ti Manahén, que por ir por mi camino has sabido despreciar los sucios favores de un inmundo. A ti Esteban, florida corona de justicia, que has dejado lo imperfecto por lo perfecto y serás coronado con una corona que todavía no conoces pero que te será anunciada por los ángeles. A ti Juan, por breve tiempo hermano mío en el pecho purísimo y venido a la Luz más que a la vista. A ti Nicolái, que siendo prosélito, has sabido consolarme por el dolor de los hijos de esta nación. Y a vosotras discípulas buenas y más fuertes que Judit, sin que por ello dejan de ser dulces.

Y a ti Margziam niño mío, qué tomarás a partir de ahora el nombre de Marcial, en memoria del niño romano matado en el camino y puesto delante del cancel de Lázaro con el rótulo de desafío: “Y ahora di al Galileo que te resucite, si es el Cristo y si ha resucitado”…  Último de los inocentes que en Palestina perdieron la vida por servirme a Mí aun inconscientemente y primero de los inocentes de todas las naciones; de los inocentes que por haberse acercado a Cristo, serán odiados y recibirán prematura muerte, como capullos de flores arrancados de su tallo antes de abrirse. Que este nombre, Marcial, te señale tu destino futuro: sé apóstol en tierras bárbaras y conquístalas para tu Señor, como mi amor conquistó al niño romano para el Cielo.

A todos…  A todos os bendigo en este adiós, invocando al Padre, invocando para vosotros la recompensa de los que han consolado el doloroso camino del Hijo del hombre. Bendita sea la Humanidad en esa porción selecta suya, que está en los judíos y está en los gentiles y que se ha manifestado en el amor que ha tenido hacia mí.

Bendita sea la Tierra con sus hierbas y sus flores; benditos sus frutos, que me procuraron delicia y alimento muchas veces. Bendita sea la Tierra con sus aguas y con su calor, por las aves y los animales, que muchas veces superaron al hombre en confortar al Hijo del hombre. Bendito seas tú, Sol, bendito seas tú, mar, benditos seáis vosotros, montes, colinas, llanuras; benditas vosotras, estrellas que me habéis acompañado en la nocturna oración y en el dolor. Y tú, Luna, que has sido luz para mis pasos durante mi peregrinaje de Evangelizador. Benditas seáis todas las  criaturas obras del Padre mío, compañeras mías en este tiempo mortal, amigas de Aquel que había dejado el Cielo para quitar a la atribulada Humanidad las espinas de la Culpa que separa de Dios. (Con su última bendición – dirá la Madre Santísima – Jesús devolvió bondad y santidad a todas las cosas de la Creación) ¡Benditos seáis también vosotros  instrumentos inocentes de mi tortura: espinas, metales, madera, cuerdas trenzadas, porque me habéis ayudado a cumplir la Voluntad del Padre mío!

¡Qué voz tan resonante tiene Jesús! Se expande por el aire templado y sereno como voz de bronce golpeado; se propaga en ondas sobre el mar de rostros que lo miran desde todas las direcciones. Rodeándolo mientras sube con aquellos a quienes más quiere hacia la cima del Monte de los Olivos. Al llegar al principio del Campo de los Galileos, despoblado de tiendas en este período situado entre las dos fiestas, Jesús ordena a los discípulos:

–           Detened a la gente donde está. Luego seguidme.

Y sigue subiendo hasta la cima junto con su Madre, los apóstoles, Lázaro, los pastores y Marcial.

Jesús luego se sube sobre un gran peñasco albeante entre la hierba verde de un claro. El sol incide en Él, haciendo blanquear cual si fuera nieve su túnica; relucir cual si fueran de oro, sus cabellos. Y sus ojos centellean con luz divina.

Abre los brazos en ademán de abrazar: parece querer estrechar contra su pecho a todas las multitudes de la Tierra, que su espíritu ve representadas en esa muchedumbre.

Su inolvidable, inimitable voz da la última orden:

–           ¡Id! Id en mi Nombre, a evangelizar a las gentes hasta los extremos confines de la Tierra. Dios esté con vosotros. Que su amor os conforte, su luz os guíe, su paz more en vosotros hasta la vida eterna.

Se transfigura en belleza. ¡Hermoso! Tanto y más hermoso que en el Tabor.

Caen todos de rodillas, adorando. Él, elevándose ya de la piedra en que se apoyaba, busca una vez más el rostro de su Madre y su sonrisa alcanza una potencia que nadie podrá jamás representar… Es su último adiós a su Madre.

Sube, sube… El Sol, aún más libre para besarlo -ahora que no hay frondas, ni siquiera sutiles, que intercepten el camino de sus rayos-, incide con sus resplandores sobre el Dios-Hombre que asciende con su Cuerpo santísimo al Cielo y evidencia sus Llagas gloriosas, que resplandecen como rubíes vivos. El resto es un perlado sonreír de luces. Es verdaderamente la Luz que se manifiesta en lo que es, en este último instante como en la noche natalicia.

Centellea la Creación con la luz del Cristo que asciende. Una luz que supera a la del Sol. Una luz sobrehumana y beatísima. Una luz que desciende del Cielo al encuentro de la Luz que asciende… Y Jesucristo, el Verbo de Dios, desaparece para la vista de los hombres en este océano de esplendores…

En la tierra, dos únicos ruidos en el silencio profundo de la muchedumbre extática: el grito de María cuando El desaparece: « ¡Jesús!», y el llanto de Isaac.

Los demás están enmudecidos por religioso estupor y permanecen allí como en espera de algo, hasta que dos luces angélicas en forma mortal, aparecen y dicen las palabras recogidas en el primer capítulo de los Hechos Apostólicos:

–           Hombres de Galilea, ¿por qué estáis mirando al Cielo? Este Jesús, que os ha sido ahora arrebatado y que ha sido elevado al Cielo, su eterna morada, vendrá del Cielo, en su debido tiempo, tal y como ahora se ha marchado.

DICE MARÍA:

Supone generosidad ofrecerse víctima por el mundo y es grande y santa esta generosidad; porque os hace semejantes a mi Jesús, Víctima Inocente, Santa, Aniquilada por el Amor. Pero se da otra generosidad, aún más excelsa: La Generosidad Heroíca.

Se da la Suprema heroicidad en el Sacrificio, cuando una creatura lleva su amor hasta saber renunciar al consuelo de contar con la ayuda y la Presencia sensible de Dios.

Yo la probé. Yo puedo enseñaros porque soy Maestra en esta Ciencia del Sacrificio; quién a este punto llega, deja de ser alumno y se convierte en maestro. SABER RENUNCIAR a la Libertad, a la salud, a la maternidad, al amor y por último: AL CONSUELO DE DIOS. Que es el que hace soportables todas las renuncias, las endulza y las hace deseables.

Entonces es cuando se apura el acíbar que bebió mi Hijo y se hace comprensible la soledad que envolvió mi corazón, desde la mañana de la Ascensión, hasta mi Asunción.  Esta es la perfección del sufrimiento.

Con todo yo era feliz dentro de mi sufrir; porque no había egoísmo, sino encendida caridad.

Como supe dar cumplimiento en grados ascendentes, a todas las ofrendas y todas las separaciones; teniendo siempre presente en mi espíritu, que cuando lo traspasaban, era conforme a la Voluntad de Dios, mi Señor y aumentaban su Gloria.  Me preparé a estos dolores y supe separarme poco a poco: primero a la preparación de su Misión; a su Predicación; a su Captura; a su Muerte y Sepultura. Supe sonreír y bendecirlo, sin tener en cuenta las lágrimas del corazón.

Al rayar el alba del cuadragésimo día de su Vida Gloriosa; cuando sin testigos como en la mañana de su Resurrección, vino a darme su beso, antes de ascender al Cielo. Había convivido con los apóstoles y había completado las enseñanzas con las que daba vida a la Naciente Iglesia. Me la entregaba para que la tutelase, mientras se fortalecía lo suficiente para caminar solita.

Yo Madre, perdía al Hijo que con su Presencia me proporcionaba el gozo inefable. Pero Yo, también su Primera Creyente; sabía que terminaba para ÉL, su estancia en este mundo, que por más que ya no podía dañarlo; no por eso dejaba de serle hostil.

Se abrieron los Cielos para recibir en la Gloria, al Hijo que tornaba al Padre tras el Dolor. De nuevo se juntó el Amor Trino sin más separaciones. El que llegase a faltarme la Luz y la respiración al no estar ya mi Jesús en el Mundo; el que faltase en el aire su aliento que lo santificara; el que EL, tras haber sido el Hijo del Hombre y volviese a ser el Hijo de Dios, revestido para siempre de su Gloria Divina; fue mi último FIAT  en la Tierra, no menos pronto y generoso que el de Nazaret.

Siempre FIAT a los Quereres de Dios. Ya venga a unirse con nosotros o se nos aleje para prepararnos la mansión en su Reino. Y vivir sin que disminuya un solo grado el amor, por más que ya no esté visible con nosotros.

Se ha de ofrecer esta renuncia para su gloria y por los hermanos,  a fin de que nuestra soledad se cambie para ellos en Divina Compañía y el silencio que ahora nos produce decaimiento; se cambie en Palabra para tantos que se encuentran en necesidad de ser Evangelizados por el Verbo.

*******

Oración.

Amado Padre Celestial: Por tu Infinita Bondad, enséñanos y ayúdanos a ser generosos en la pobreza de espíritu. Ayúdanos a desprendernos de todo y a no aferrarnos a nada que no seas Tú. Danos la humildad y la docilidad que necesitamos, para hacer de Ti el centro de nuestra vida y la razón de nuestra existencia. Ayúdanos a decirte como nuestra Madrecita del Cielo, siempre SÍ a todo lo que nos pidas. Pero también ayúdanos a darte, todo lo que nos vas a pedir. Gracias ABBA Santísimo, seas Bendito y Alabado por los infinitos siglos de los siglos. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

3 comentarios

  1. Todo es muy hermoso.

  2. EN QUE PARTE DE LA BIBLIA HABLA DE LA RESURECCION DE MARIA Y SU ASCENCION AL CIELO?

    1. Jesús Ascendió al Cielo por Sí Mismo. Asuncion es ser llevado a los cielos por Dios mismo o por los ángeles. La tradición de la Santa Iglesia Apostólica nos dice que La Santísima Virgen María, la Madre de Dios fue asunta al Cielo por os ángeles.
      Las personas pueden ser asuntas a los cielos como María. Fue antes el caso de Enoc.
      Las tradiciones de la Iglesia deben atenderse, es mandato bíblico: Por lo tanto, hermanos, manténganse firmes y guarden fielmente las tradiciones que les enseñamos de palabra o por carta, 2 Tes 2, 15.
      Los dogmas de fe son decretos que deben creerse sin discusión, simplemente, no tienen medio de prueba científica. La Asunción de María es un dogma que se formula así: “La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo.” (Constitución Munificentisimus Deus)
      La Asunción no está en la Biblia en forma expresa, pero sí se concluye de la Biblia en forma necesaria. No hay que olvidar que la Biblia debe leerse como un todo.
      María es la Nueva Arca de la Alianza, la cual debía subir al cielo
      El Señor debía entrar en el reposo, y con El el arca:
      ¡Levántate Señor y ven a tu reposo, tú y el Arca de tu fuerza!, Sal 132,8
      Que María es la Nueva Arca se sigue de Apocalipsis 11, 19 y el texto subsiguiente. Dice San Juan que se abrió el Santuario de Dios en los cielos y vio el Arca de la Alianza. ¿Y qué es lo que ve exactamente San Juan? La mujer vestida de sol, María.
      Apareció en el cielo una señal grandiosa: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza, Ap 12, 1

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