JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ
En la campiña de Caná, hay una hermosa casa situada en medio de huertos de higueras y manzanos. Los campos están cubiertos con espigas sin madurar y sobre las terrazas están las vides llenas de sarmientos. Dos mujeres se acercan a la entrada. Una es anciana como de 50años y la otra parece tener unos treinta y cinco. Su vestido es color amarillo pálido y su manto azul. Es muy bella, esbelta y tiene un aire majestuoso, aunque es muy gentil. Su piel es muy blanca, sus cabellos rubios y sus ojos azules como el cielo despejado que está sobre ellas. Cuando sonríe, se ilumina la cara de la Virgen María.
Cuando están a punto de entrar, salen a recibirlas muchos hombres y mujeres con trajes de fiesta y le rinden muchos homenajes.
El anciano anfitrión las acompaña y las dirige por la amplia escalinata exterior hasta el piso superior donde entran a un salón muy grande que está adornado con esteras, mesas, guirnaldas y vajillas, para la recepción de una boda. En el centro hay una mesa bien provista con jarras, viandas, manjares y platos llenos de frutas. Platones con quesos, tortas con miel y variados dulces. En el suelo cerca de la pared, hay seis grandes tinajas con asas de metal.
María escucha atenta todo lo que le dicen y luego se quita el manto y ayuda a terminar de preparar la presentación de la mesa principal.
Se oye el rumor de instrumentos musicales y todos menos María corren a recibir al cortejo nupcial. Rodeados por sus padres y amigos, entran los novios lujosamente ataviados y con una alegre algarabía general se distribuyen a lo largo y ancho del amplio salón.
Mientras tanto en el camino que lleva al poblado, Jesús vestido con una túnica blanca y un manto azul marino, está conversando con Juan y su primo, Judas Tadeo. Al oír la música, Jesús amplía su sonrisa y les dice a sus compañeros:
– Vamos a hacer feliz a mi Madre.
Y se dirige a través de los campos hacia la casa donde se encuentra María.
Cuando llegan, los anfitriones y el novio, junto con María; bajan a recibir a Jesús y lo saludan muy respetuosos. María pone su pequeña mano blanca en la espalda de su Hijo y le compone acariciándole por detrás su cabellera rubia. Es una caricia de enamorada pudorosa.
Jesús sube al lado de su Madre, seguido por sus discípulos y los demás que acudieron a recibirlo. Y entra en la sala del banquete, donde las mujeres se apresuran a poner asientos y platos en la mesa principal para los recién llegados.
Jesús saluda con su voz sonora y llena de majestad:
– La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con todos vosotros.
Domina a todos con su presencia y con su estatura, pareciera el rey del banquete, a pesar de su humildad y su mansedumbre. Jesús se sienta junto a los novios y María frente a ÉL. Los discípulos quedan junto a María.
Jesús tiene a su espalda la pared donde están los enormes jarrones y la alacena y no ve el afanarse del mayordomo, ni los siervos que llevan los platones con la carne y que les son entregados a través de una puerta que está junto a la alacena.
Fuera de las respectivas madres de los novios y de María que está junto a la novia y frente a Jesús, ninguna otra mujer está sentada en la mesa principal. Las mujeres están todas reunidas en otra mesa aparte y se les sirve después que han sido atendidos los invitados de la mesa principal y los huéspedes de honor.
Empieza el banquete y los únicos que comen y beben poco, son Jesús y su Madre, que también habla muy poco. Jesús aunque es parco en el hablar, es muy cortés. Si le hablan, muestra interés, expone su parecer y siempre es gentil y sonriente.
Más tarde, María se da cuenta que los siervos discuten con el mayordomo y que éste se siente muy molesto. Comprendiendo la situación, se inclina sobre la mesa y llama la atención de Jesús diciéndole despacio:
– Hijo, no tienen más vino.
Jesús sonríe aún con más dulzura y dice:
– Mujer, ¿Qué más hay entre tú y Yo? –y deja entrever en esta frase una intención, un secreto de alegría que todos los demás ignoran. Y que María ha comprendido en el asentimiento de sus ojos sonrientes.
María ordena a los sirvientes:
– Haced lo que Él os diga.
Jesús ordena:
– Llenad de agua los jarrones.
Los siervos obedecen. Corren al pozo y con el cubo los llenan lo más rápido que pueden.
Jesús observa todo con atención, mientras ora mentalmente. Cuando las tinajas están llenas, desde su asiento Jesús hace una imperceptible señal de bendición con la mano derecha sobre las tinajas y mueve ligeramente su cabeza, dando un asentimiento al mayordomo. Este se acerca al primer jarrón y mira pasmado lo que hay en la tinaja. Enseguida mira en las otras cinco y su asombro crece…
Luego el sorprendido mayordomo, revuelve un poco de aquel líquido y lo prueba… Todavía más impactado, lo saborea y habla con el dueño de la casa y con el novio que estaban cerca.
María mira a su Hijo y sonríe. Después, correspondida con una amorosísima sonrisa de Él, baja la cabeza con un ligero sonrojo. Es feliz. Por la sala corre un murmullo y todas las cabezas se vuelven hacia Jesús y María. Algunos se levantan para ver mejor, otros van a los jarrones y después de un asombrado silencio, en coro alaban a Jesús.
Él se levanta y dice:
– Agradeced a María.
Y se retira del banquete. Los discípulos lo siguen. En el umbral se detiene y se vuelve repitiendo:
– La Paz sea en esta casa y la bendición de Dios con vosotros. –Y añade- Madre, te saludo.
Dice Jesús:
Aquel ‘más’ que muchos traductores omiten, es la clave de la frase y le da su verdadero significado. Yo era el Hijo sujeto a la Madre hasta el momento en que la voluntad del Padre me indicó que había llegado la hora de ser el Maestro. Desde el momento en que mi misión comenzó, ya no era el Hijo sujeto a la Madre, sino el Siervo de Dios. Rotas las ligaduras morales hacia la que me había engendrado, se transformaron en otras más altas, se refugiaron todas en el espíritu, el cual llamaba siempre “Mamá” a María, mi Santa. El amor no conoció detenciones, ni enfriamiento, más bien habría que decir que jamás fue tan perfecto como cuando, separado de Ella como por una segunda filiación, Ella me dio al mundo para el mundo, como Mesías, como Evangelizador. Y su tercera sublime y mística maternidad se realizó en el patíbulo del Gólgota al darme a la Cruz, haciéndome Redentor del Mundo.
¿Qué más hay entre tú y Yo? Antes era tuyo, únicamente tuyo. Tú me mandabas y yo te obedecía. Te estaba sometido. Ahora pertenezco a la Misión. ¿No lo he dicho? “Quién pone la mano en el arado y vuelve atrás, a ver lo que queda, no es apto para el Reino de los Cielos.” Yo había puesto la mano en el arado para abrir con la reja, no terrones sino corazones y sembrar entre los hombres la Palabra de Dios. Quité de allí la mano, tan sólo cuando me la quitaron para enclavármela en la Cruz y abrir el Corazón de mi Padre, con el clavo que me atormentaba, haciendo salir de Él el perdón para el género humano.
Aquel ‘más’ que muchos olvidan, quería decir esto: Tú has sido todo para Mí Madre, mientras que fui tan solo Jesús el de María de Nazareth y eres todo para mi alma; pero desde el momento en que Soy el Mesías Esperado, pertenezco a mi Padre. Espera un poco más y terminada mi misión, seré nuevamente todo tuyo; me tendrás nuevamente entre los brazos, como cuando era pequeño y nadie te disputará este Hijo tuyo, considerado un oprobio del género humano, que te arrojará sus despojos para cubrirte de oprobio por haber sido la madre de un criminal. Y después me volverás a tener para siempre triunfante, en el Cielo. Pero ahora pertenezco a todos los hombres. Pertenezco al Padre que me ha enviado a ellos.
Ahí tenéis lo que quiere decir ese pequeño más.
Cuando dije a los discípulos: “Vayamos a hacer feliz a mi Madre” había dado a mis palabras un sentido más alto que el que parecían tener. No se trataba de la felicidad de verme, sino de ser Ella la iniciadora de mi actividad de milagros y la primera benefactora del género humano. No lo olviden nunca. Mi primer milagro se hizo por María.
El primero como prueba de que María es la Llave del Milagro. Yo no niego nada a mi Madre y por su plegaria anticipo también el tiempo de la Gracia. Conozco a mi Madre, cuya Bondad sólo Dios supera. Sé que el haceros un bien, es lo mismo que hacerla feliz, porque Ella es todo amor. Por esto dije: “Vayamos a hacer feliz a mi Madre.”
Por otra parte, quise manifestar al mundo su poder junto con su deseo y el mío. Destinada para estar unida conmigo en la carne, pues fuimos una carne; Yo en Ella y Ella en torno mío… Como pétalos de un lirio, alrededor del pistilo perfumado y lleno de vida. Unida a Mí por el Dolor, porque los dos estuvimos en la Cruz, Yo en Carne y Ella en el alma; así como el Lirio perfuma con su corola y con la esencia que de ella se saca, era justo que también estuviese unida a Mí en el Poder…
Digo a vosotros lo que dije a los convidados: “Agradeced a María…”
Por Ella habéis recibido al Dueño del Milagro. Por Ella tenéis mi gracia y sobre todo, la de mi Perdón…
Quedaos en mi Paz. Estoy con vosotros….
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Oración:
Amado Padre Celestial: Así como realizaste el Primer milagro en las Bodas de Caná, para hacer feliz a Maria; sigue realizando los milagros que necesitamos para hacerla feliz a Ella y a Ti; para nostros poder alcanzar la felicidad eterna que Eres Tú y recupera todos los hijos perdidos para que TODOS podamos ser felices, unidos a Ti en el Cielo, adorándote por los infinitos siglos de los siglos. Amen
PADRE NUESTRO…
DIEZ AVE MARÍA…
GLORIA…
INVOCACIÓN DE FÁTIMA…
CANTO DE ALABANZA…