JESUS INSTITUYE LA EUCARISTIA
Esta noche todos traen sus mejores vestidos y lucen los puñales damasquinados y pequeños, en los preciosos cintos.
Simón Zelote se levanta para ir al cofre donde colocó su rico manto y toma dos espadas largas, ligeramente curvas.
Y se las lleva a Jesús diciendo:
– Pedro y yo nos hemos armado esta noche. Tenemos éstas.
Los demás traen solo el puñal corto.
Jesús toma las dos espadas. Las observa. Desenvaina una y prueba el filo sobre una uña. Es muy raro e impresionante, ver la feroz arma en las manos de Jesús… Mientras Jesús la contempla sin decir nada.
Judas pregunta cómo gato sobre ascuas:
– ¿Quién os la dio?
Simón replica:
– ¿Quién?… Te recuerdo que mi padre fue noble y rico.
Judas insiste:
– Pero Pedro…
Simón responde seco.
– ¡Y bien!… ¿Desde cuándo debo dar cuenta de los regalos que hago a mis amigos?
Jesús mete la espada en la vaina y la devuelve a Zelote. Levanta la cabeza y dice:
– Bueno. ¡Basta! Hiciste bien en traerlas. Pero ahora, antes de que bebamos la tercera copa, esperad un momento. Os dije que el que es el más grande, es igual al más pequeño. Y que Yo ahora parezco vuestro criado. Y os serviré. Hasta ahora os he distribuido la comida. Cosa necesaria y servicio para el cuerpo. Ahora os quiero dar un alimento para el espíritu. No es un plato del rito antiguo. Es del nuevo. Yo me bauticé primero, antes de ser el Maestro. Para esparcirla Palabra, basta ese bautismo. Ahora será esparcidala Sangre.Esnecesario que os lavéis otra vez, aun cuando hayáis sido purificados por el Bautista, en su tiempo y también hoy en el Templo. Pero no basta. Venid a que os purifique. Suspended la comida. Hay algo que es mucho más alto y necesario que el alimento con el que se llena el vientre, aun cuando sea un alimento santo, como es del Rito Pascual. Es un espíritu puro, pronto a recibir el Don del Cielo, que baja ya para hacerse un trono en vosotros y darosla Vida.Darla vida a quién está limpio.
Jesús se pone de pie. Y va hacia el arquibanco. Se quita el vestido púrpura. Lo dobla y se pone el manto, que ya había doblado antes. Se ciñe la cintura con una larga toalla. Después va a donde hay otra aljofaina, que está vacía y limpia. Echa agua. La lleva al centro de la habitación, cerca de la mesa. La pone sobre un banco.
Los apóstoles lo miran estupefactos…
Jesús interroga:
– ¿No me preguntáis porqué hago esto?
Pedro responde:
– No lo sabemos. Sólo te digo que ya estamos purificados.
Jesús contesta:
– Y Yo te repito que no importa. Mi purificación servirá para que el que ya esté puro, lo esté más.
Se arrodilla. Desata las sandalias a Judas de Keriot. Y le lava los dos pies. Es fácil hacerlo, porque los lechos-asiento están colocados de tal manera, que los pies dan hacia la parte exterior.
Judas está desconcertado, pero no replica.
Sólo cuando Jesús, antes de ponerle la sandalia en el pie izquierdo y levantarse; trata de besarle en el pie derecho que ya está calzado; Judas retrae violentamente su pie y pega con la suela en la boca divina… Lo hizo sin querer. No fue fuerte el golpe. Pero ha causado mucho dolor. Jesús sonríe al apóstol que está muy turbado.
Judas le pregunta:
– ¿Te hice daño? No era mi intención. Perdóname…
Jesús contesta:
– No amigo. Lo hiciste sin malicia… Y no hace mal.
Judas lo mira lleno de consternación; con una mirada que huye de todo…
Jesús sigue… lava a Tomás y luego a Felipe. Da la vuelta a la mesa y se acerca a su primo Santiago. Le lava los pies y al levantarse, lo besa en la frente. Llega con Andrés, que está rojo de vergüenza y se esfuerza por no llorar. Le lava los pies y lo acaricia como si fuera un niño. Luego es el turno de Santiago de Zebedeo, que solo dice en voz baja:
– ¡Oh, Maestro! ¡Maestro! ¡Maestro! ¡Te has rebajado, sublime Maestro mío!
Juan se ha aflojado ya las sandalias y mientras Jesús está inclinado, secándole los pies; se inclina también y le besa los cabellos.
¡Pero Pedro!… No es fácil persuadirlo de que debe sujetarse a este nuevo rito.
Pedro exclama:
– Tú, ¿Lavarme los pies a Mí? ¡Ni te lo imagines! Mientras esté vivo, no te lo permitiré. Soy un gusano y Tú Eres Dios. Cada quién debe estar en su lugar.
Jesús replica:
– Lo que hago no puedes comprenderlo por ahora. Algún día lo comprenderás. Déjame lavarte.
– Todo lo que quieras, Maestro. ¿Quieres cortarme el cuello? Hazlo. Pero lavarme los pies; no lo harás.
– ¡Oh, Simón mío! ¿No sabes que si no te lavo, no tendrás parte en mi Reino? ¡Simón, Simón! ¡Tienes necesidad de esta agua para tu alma y para el largo camino que tendrás que recorrer! ¿No quieres venir conmigo? Si no te lavo, ¡No vienes conmigo a mi Reino!
– ¡Oh, Señor mío Bendito! ¡Entonces lávame todo! ¡Pies, manos y cabeza!
– Quién se ha limpiado como vosotros no tiene necesidad de lavarse sino los pies. Porque está limpio… El hombre con los pies camina entre lo sucio. Los pies del hombre que tiene un corazón impuro, van a las crápulas. A la lujuria. A los tratos ilícitos. Al crimen… Por eso, entre los miembros del cuerpo; son los que tienen más necesidad de purificarse… ¡Oh, hombre que fuiste una creatura perfecta el primer día! ¡Y luego te has dejado corromper en tal forma del Seductor! ¡En ti no había malicia, ni pecado!… ¿Y ahora? ¡Eres todo Malicia y Pecado! Y no hay parte en ti, que no peque.
Jesús lava los pies a Pedro. Y se los besa. El apóstol llora y toma con sus grandes manos, las dos de Jesús. Se las pasa por los ojos y luego se las besa.
También Simón se quita las sandalias y sin decir nada, se deja lavar.
Pero cuando Jesús está por acercarse a Bartolomé, Simón se arrodilla y le besa los pies diciendo:
– Límpiame de la lepra del Pecado; así como me limpiaste de la del cuerpo. Para que no me vea confundido en la hora del Juicio, Salvador mío.
Jesús le dice:
– No tengas miedo, Simón. Llegarás a la ciudad celestial, blanco como la nieve.
Nathanael pregunta:
– ¿Y yo Señor? ¿Qué dices del viejo Bartolomé? Tú me viste bajo la sombra de la higuera y leíste en mi corazón.
– Tú tampoco temas. En aquella ocasión dije: ‘He ahí a un verdadero israelita, en quien no hay engaño.’ Ahora afirmo: ‘He aquí a un verdadero discípulo mío. Digno de Mí, el Mesías’ Y te veo sobre un trono eterno, vestido de púrpura. Siempre estaré contigo.
El turno es de Judas Tadeo…
Cuando ve a Jesús a sus pies; no puede contenerse. Inclina su cabeza sobre la mesa, apoyándola sobre el brazo y llora…
Jesús le dice:
– No llores, hermano. Te pareces al que deben arrancar un nervio y cree no poder soportarlo. Pero el dolor será breve. Y luego… ¡Oh! ¡Serás feliz! Porque me amas. Te llamas Judas. Eres como nuestro gran Judas. ¡Como un gigante! Eres el que protege. Tus hechos son como de león y como de cachorro de león, que ruge. Tú desanidarás a los impíos que ante ti retrocederán. Y los inicuos se llenarán de terror. Lo sé. Sé fuerte. Una unión eterna estrechará y hará perfecto nuestro parentesco, en el Cielo. –y lo besa también en la frente, como a su otro primo.
Jesús sigue adelante con los que le faltan…
Mateo protesta:
– Yo soy un pecador, Maestro. No a mí.
Jesús contesta con dulzura:
– Tú fuiste pecador, Mateo. Ahora eres apóstol. Eres una ‘voz’ mía. Te bendigo. Estos pies han caminado siempre para seguir adelante; para llegar a Dios… El alma los espoleaba y ellos han abandonado todo camino que no fuese el mío. Continúa. ¿Sabes dónde termina el sendero? En el seno de mi Padre y tuyo.
Jesús ha terminado.
Se quita la toalla. Se lava las manos en agua limpia. Se vuelve a poner su vestido púrpura. Regresa a su lugar y mientras se sienta, dice:
– Ahora estáis puros. Pero no todos. Sólo los que han tenido voluntad de estarlo.
Mira detenidamente a Judas de Keriot, que aparenta no oír. Finge estar ocupado explicando a Mateo; porqué su padre decidió mandarlo a Jerusalén. Una charla inútil que tiene por objeto dar a Judas, cierto aire de importancia. Aunque es audaz; no debe sentirse muy bien.
Jesús escancía vino por tercera vez, en la copa común. Bebe y ofrece a los demás, para que beban. Luego entona un cántico al que todos se unen. (Salmos 114-115-116-117)
– Amo porque oye el Señor, la voz de mis súplicas. Porque inclinó a Mí sus oídos. Lo invocaré toda mi vida. Me sorprendieron los lazos de la muerte. (Una pausa brevísima) Luego sigue cantando: tuve confianza por eso hablo. Pero me había encontrado en gran humillación. Habíame dicho en mi abatimiento: ‘Todos los hombres son engañosos’ -Mira fijamente a Judas. La voz cansada; toma aliento cuando exclama: ‘Es preciosa a los ojos de Dios, la muerte de los santos.’ y ‘Tú has roto mis cadenas.’… Y el cántico sigue…
Judas de Keriot canta tan desentonado, que dos veces Tomás le obliga a tomar el tono, con su fuerte voz de barítono. Y lo mira fijamente…
Los demás, también lo miran sorprendidos; porque generalmente entona bien y también se gloría de su voz, así como de sus otras dotes. ¡Pero esta noche! Ciertas frases lo turban y se detiene. Lo mismo que ciertas miradas de Jesús…
Cuando pone énfasis en determinadas frases como: “Es mejor confiar en el Señor que en el Hombre” y “No moriré, sino que viviré y contaré las obras del Señor …”
Las dos siguientes, parecen estrangular la garganta del Traidor: “La Piedra que los albañiles desecharon ha sido convertida en piedra angular.” Y “Bendito el que viene en el Nombre del Señor”
Terminado el salmo, mientras Jesús corta el cordero y lo reparte.
Mateo pregunta a Judas de Keriot:
– ¿Te sientes mal?
Judas replica áspero:
– No. Déjame en paz. No te metas conmigo.
Mateo se encoge de hombros.
Juan, que oyó lo que Jesús contestó, dice:
– Tampoco el Maestro está bien. ¿Qué te pasa, Jesús? Estás ronco. Como si estuvieras enfermo o hubieras llorado mucho.
Y le extiende los brazos y reclina la cabeza sobre su pecho.
Judas dice nervioso:
– No he hecho más que caminar y hablar. Estoy resfriado.
Jesús se dirige a Juan:
– Tú ya me conoces… y sabes qué es lo que me cansa.
Jesús come muy poco y bebe mucha agua. Está haciendo un esfuerzo supremo, para soportar cerca de Sí al Traidor. Tratándolo como a un amigo para que los demás no se den cuenta y evitar así un crimen. ¡El Cielo está cerrado y sólo Dios sabe, cuánto necesita el Hijo del Padre, en esta noche del jueves! Para el dominio de sí Mismo y el tolerarla Ofensa, que es la manifestación más sublime de la caridad. Y esto solo lo pueden conseguir, los que quieren que para su vida no haya otra ley, más que la Caridad.
Su alma agoniza por el doble esfuerzo al tratar de vencer los dos más grandes dolores que puede un hombre soportar: la despedida de una Madre sin igual y la proximidad del amigo infiel. Dos heridas que taladran su corazón. Una con su llanto. Y otra con su Odio.
Tan solo estas heridas son suficientes para hacerle agonizar. Pero Él tiene que expiar. Esla Víctima.ElCordero. Éste, antes de ser inmolado; sabe lo que duele la marca del hierro candente; los golpes; el trasquilo. Ser vendido al matancero, para sentir finalmente el frío del hierro que le corta la garganta. Debe dejar primero todo: su pastizal. Su madre que lo crió, que lo alimentó, le dio calor. Sus compañeros con quienes convivió. Todo esto lo conoció Jesús, el Cordero de Dios; para quitar el Pecado del Mundo.
Mira a Judas de Keriot que conversa animadamente con Tomás. Le observa… Se ve tan joven; tan elegante con su vestido amarillo y su faja roja.
Pensativo, inclina la cabeza… ¡Qué difícil es conocer lo que hay en su corazón y tener que amarlo así! Consiguió tener la bolsa, para poder acercarse a las mujeres; las dos cosas que ama desenfrenadamente, además de la tercera; que es la más importante: los puestos humanos junto con los honores del mundo…
Ya ha comenzado la agonía. Jesús tiene que vencer la tentación de no amar…
Durante treinta y tres años ha vivido en la Caridad y no se puede llegar a una perfección como la que es necesaria para perdonar y tolerar nuestro ofensor, si no se tiene el hábito de la Caridad. Él lo posee y tiene que vencer… En este drama inaudito que el demonio ha formado: Judas.
Judas tiene a Lucifer y Jesús lo tiene cerca. Judas en su corazón. Jesús frente a Él. Son los dos personajes principales en esta tragedia insólita. Y Satanás se ocupa personalmente de ambos. Después de haber empujado a Judas hasta el punto en que no hay retroceso; se ha vuelto contra Jesús. Y con Judas como instrumento, se burla de Él.
El cordero se ha terminado. Jesús que ha comido muy poco, en lugar del poquísimo vino que se sirvió, ha bebido mucha agua. Como si tuviera fiebre. Vuelve a tomar la palabra:
– Quiero que entendáis lo que acabo de hacer. Os dije que el primero es como el último y que os daré un alimento que no es corporal. Os di un alimento de humildad que es para vuestro espíritu. Vosotros me llamáis Señor y Maestro. Y decís bien porque lo Soy. Si Yo os he lavado los pies, también vosotros debéis hacerlo, el uno con el otro. Ejemplo os he dado, para que cómo Yo he obrado. Obréis. En verdad os digo: el siervo no es superior al patrón. Ni el enviado, al que envió. Tratad de comprender estas cosas. Si las comprendéis y las ponéis en práctica, seréis bienaventurados. Cosa que no todos lograréis. Os conozco. Conozco a quién he escogido. No me refiero a todos. Digo lo que es verdad. Por otra parte debe cumplirse lo que está escrito respecto a Mí: “El que come conmigo el pan, levantó su calcañal contra Mí.” Os digo todo antes de que suceda, para que no vayáis a dudar de Mí. Cuando todo se haya cumplido, creeréis con mayor firmeza, que Yo Soy. Quién me acoge, acoge a quién me ha enviado: al Padre Santo que está en los Cielos. Y quién recibe a los que Yo envíe, me recibirá a Mí Mismo. Porque Yo estoy con el Padre y vosotros conmigo… Ahora terminemos el rito.
Jesús vacía nuevamente vino en el cáliz común. Y antes de beber de él y de darlo a los demás, se pone de pie. Todos lo imitan y repiten de nuevo el Salmo 115 y luego el largo 118, cantando un trozo todos juntos y enseguida se turnan alternadamente, hasta terminarlo. Jesús se sienta y dice:
– Ahora que hemos cumplido con el rito antiguo, voy a celebrar el nuevo rito. Os prometí un milagro de Amor y ha llegado la hora de hacerlo. Por esto he deseado tanto esta Pascua. De hoy en adelante, esta esla Hostiaque será inmolada como un rito eterno de amor. Os he amado durante toda mi vida terrenal, amigos míos. Os he amado desde la eternidad, hijos míos. Y quiero amaros hasta el fin. No hay cosa mayor que ésta. Recordadlo. Me voy, pero quedaremos siempre unidos mediante el Milagro que voy a realizar.
Jesús toma un pan entero. Lo pone sobre la copa llena de vino. Bendice y ofrece ambos.
Luego parte el pan en trece pedazos y da uno a cada apóstol diciendo:
– Tomad y comed. Esto es mi Cuerpo. Haced esto en recuerdo de Mí, que me voy.
Toma el cáliz, lo da y dice:
– Tomad y bebed, esta es mi Sangre. Esto es el cáliz del Nuevo Pacto, sellado con mi Sangre y por mi Sangre, que será derramada por vosotros para que se os perdonen vuestros pecados y para darosla Vida.Hacedesto en recuerdo mío.
Jesús está tristísimo. En su rostro no se dibuja la sonrisa que lo caracteriza. Ha perdido el color. Parece un agonizante.
Los apóstoles lo miran afligidos.
Se pone de pie diciendo:
– No os mováis. Regreso pronto.
Toma el décimo tercer pedazo de pan; toma el cáliz y sale del Cenáculo.
Juan dice en voz baja:
– Va a donde está su Madre.
Judas Tadeo suspira:
– ¡Pobre mujer!
Pedro pregunta quedito:
– ¿Crees que estará enterada?
Santiago de Alfeo confirma:
– De todo lo está. Siempre lo ha sabido.
Todos hablan en voz baja, como si estuvieran en un funeral.
Tomás se niega a creerlo y pregunta:
– ¿Pero estáis seguros de que así es?…
Santiago de Zebedeo le responde:
– ¿Todavía dudas de ello? Es su Hora.
Zelote dice:
– Que Dios nos dé fuerza para serle fieles.
Y Pedro:
– ¡Oh! ¡Yo…!
Es interrumpido por Juan, que está alerta y dice:
– Psss. Regresa.
Jesús vuelve a entrar. Trae en la mano la copa vacía. En el fondo se ve apenas un rastro de vino, que bajo la luz del candil, en realidad parece sangre.
Judas de Keriot, que tiene delante de sí la copa que Jesús puso sobre la mesa, la mira como fascinado… Y luego aparta la vista, como si no la soportara.
¡A lo que puede llegar el Amor de un Dios que se hace alimento de los hombres! Jesús, Verdadero Dios como Hijo del Altísimo, ha obedecidola Leysegún el rito de Moisés. Al vivir en la tierra y ser un hombre entre los hombres, cumple su obligación para con Dios, obedeciendo su Ley, igual que todos los demás.
Jesús tiene literalmente, su corazón destrozado por el esfuerzo para dominarse a Sí Mismo y Tolerarla OfensaSuprema…
Sabiendo lo que hay en Judas. Lo que es Judas. Lo que está haciendo Judas; lo sigue tratando con amor. Se ha humillado ante él. Ha compartido la copa ritual, poniendo sus labios donde él ha puesto los suyos. Y ha tenido que hacer que María haga lo mismo. ¡Y se ha dado también a él!…
El Sacramento realiza lo que es, cuanto más digno se es de recibirlo.
El que ama trata de hacer feliz al Amado. Juan, que lo ama totalmente y que es puro y bueno, alcanzó del Sacramento la mayor transformación. Y desde ese momento comenzó a ser el águila que llega a lo alto del Cielo y fija su mirada en el Sol Eterno. Pero, ¡Ay de aquel que recibe el Sacramento sin haberse hecho digno! Que ha aumentado su iniquidad con culpas mortales… Porque entonces el Sacramento se convierte, no en semilla de preservación y Vida; sino en muerte para el espíritu y corrupción para la carne.
La muerte del profanador del Sacramento es siempre la de un desesperado y por esto no conoce el tranquilo tránsito del que está en Gracia. Ni el heroico de la víctima, que pese a los sufrimientos, mantiene sus ojos fijos en el Cielo y su alma en la serenidad de la paz.
La muerte del desesperado es presa de contorsiones y miedo. Es una convulsión horrible del alma, de la que se apoderó Satanás y la ahoga para arrancarla de la carne, matándola con su nauseabundo aliento. Y en espantosa caída, siente que se le arroja ala MuerteEterna.Y en un instante aterrador; se da cuenta de lo que quiso perder y que ya no puede recuperar…
Jesús mira a Judas y se estremece.
Juan, que está apoyado en su pecho, lo siente y le dice:
– ¡Dilo! Tiemblas…
Jesús contesta:
– No. No tiemblo porque tenga fiebre… Os he dicho todo. Y todo os he dado. No podía hacer más. Me he dado Yo Mismo…
El Nuevo Rito se ha realizado. Haced esto en memoria mía. Os lavé los pies para enseñaros a ser humildes y puros como lo es vuestro Maestro. Porque en verdad os digo que los discípulos deben ser como el Maestro. También cuando estéis en alto, recordadlo. El discípulo no es más que el Maestro. Sed puros para que seáis dignos de comer del Pan Vivo que ha descendido del Cielo, para que tengáis en vosotros y por Él, la fuerza para ser mis discípulos, en un mundo enemigo que os odiará por causa de mi Nombre.
Uno de vosotros no está puro. Uno de vosotros, el que me traicionará. Por eso estoy profundamente conturbado dentro de mi corazón. La mano del que me traicionará está en esta mesa. Ni mi Amor, ni mi Cuerpo, ni mi Sangre, ni mi Palabra, le han hecho cambiar su determinación; ni que se arrepienta. Lo perdonaría aún, muriendo por él.
Los discípulos lo miran aterrorizados. Se miran. Sospechan el uno del otro.
Pedro mira fijamente a Iscariote. Mostrando abiertamente sus sospechas.
Judas Tadeo se pone de pie violentamente, para mirar a Judas de Keriot, por encima de Mateo.
Pero Iscariote no da muestras de intranquilidad. Mira a su vez fijamente a Mateo, como si sospechase de él y luego a Jesús. Con habilidad quiere mostrar que está seguro de sí. Y con su audacia característica, para que la conversación no se interrumpa…
Sonriendo le pregunta:
– ¿Soy yo acaso?
Jesús responde:
– Tú lo has dicho, Judas de Simón, no Yo. Tú lo estás diciendo. No dije tu nombre. ¿Por qué te acusas? Interroga a tu consejero interno. A tu conciencia. A la que Dios Padre te ha dado para que te comportaras como un hombre. Y si te acusa, lo sabrás antes que todos. Pero si te tranquiliza. ¿Por qué dices una palabra y piensas en algo que es aún anatema decirlo o pensar por broma?
Jesús habla calmadamente. Parece un Maestro que explicara a sus discípulos una tesis.
La confusión es grande; pero la tranquilidad de Jesús la apacigua.
Tadeo, que sospecha de Iscariote; se calma al ver su fría y descarada desenvoltura.
Pedro, que es el que más sospecha, jala de la manga a Juan y le dice en voz baja:
– Pregúntale quién es.
Juan se recarga sobre Jesús y levanta la cabeza como si fuera a darle un beso… Y en voz bajísima le dice:
– Maestro, ¿Quién es?
Jesús, hace como si le besara el cabello y muy quedito le responde:
– Aquel a quién daré un pedazo de pan mojado.
Toma un pedazo de pan. No del que sirvió parala Eucaristía, sino de otro entero. Lo moja en la salsa de cordero que hay en la salsera, extiende su brazo y dice:
– Toma Judas. Esto te gusta.
Judas ríe contento:
– Gracias, Maestro. Me gusta, sí.
Y sin saber lo que significa aquel bocado, se lo come…
Mientras Juan cierra los ojos aterrorizado, para no ver la sonrisa diabólica de Iscariote, que muerde el trozo que lo delata…
Jesús dice a Judas:
– Bien. Ahora que he logrado contentarte, vete. Todo está terminado aquí. Lo que te falta hacer en otro lugar, hazlo pronto, Judas de Simón.
Iscariote responde:
– Obedezco inmediatamente, Maestro. Después me reuniré contigo en Getsemaní. Vas a ir a allá, ¿O no? ¿Como de costumbre?
– Voy a ir allá… Como de costumbre… De veras.
Pedro pregunta:
– ¿Qué va a hacer? ¿Va solo?
– No soy un niño. –se mofa Judas al ponerse el manto.
Jesús responde:
– Déjalo que se vaya. Yo y él sabemos lo que tiene que hacerse.
– Sí, Maestro. –Pedro no replica más.
Y apenado, se lleva la mano a la frente por haber faltado a la caridad al sospechar de un compañero.
Jesús estrecha hacia Sí a Juan y sobre su cabeza le dice en voz baja:
– Por ahora no le digas nada a Pedro. Inútilmente se provocaría un escándalo.
Iscariote se despide:
– Hasta pronto, Maestro. Hasta pronto, amigos.
Jesús responde:
– Hasta pronto.
Pedro dice con tono de disculpa:
– Te devuelvo el saludo, muchacho.
Juan, con la cabeza inclinada sobre las rodillas de Jesús, murmura:
– ¡Satanás!
Jesús es el único que lo oye y suspira profundamente.
Siguen unos minutos de absoluto silencio.
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