35.- UN SUEÑO PARA REALIZAR13 min read

La carta de Marco Aurelio no tuvo contestación. El mismo día que Petronio la leyó, el César ordenó el regreso a Roma.

Helio, el liberto del emperador, anunció al Senado el regreso de Nerón. Pero habiéndose embarcado con su corte en Miceno, efectuó su viaje lentamente, haciendo escala en las ciudades costeras, con el fin de descansar o de exhibirse en los teatros. Permaneció alrededor de un mes en Minturno. Y hasta pensó en volver a Nápoles y esperar allí la primavera, porque en esa ciudad es más temprana y cálida.

Durante todo este tiempo, Marco Aurelio y Alexandra fueron madurando su amor en una entrega y de conocimiento mutuo. Mientras él, al mismo tiempo que sana de sus heridas: su alma renacida ha ido descubriendo los misterios y maravillas, de la poderosa Doctrina Cristiana. Sin que él mismo se percate, a la par que está conociendo a Jesucristo, ha empezado a amarlo y está poniendo en orden sus afectos. Se ha dado cuenta de que por el hecho de amar a Dios sobre todas las cosas, eso no disminuye su amor por Alexandra. Al contrario, conforme el verdadero Amor está penetrando en su corazón y transformando su alma; ama a Alexandra todavía más de lo que ya la amaba, pues ya empieza a amar con el Amor Perfecto.

Ni él mismo está consciente de la transformación que va madurando en su espíritu. Ve el mundo a través de los ojos de Dios. Y ve la Creación con la curiosidad y el asombro de los niños que empiezan a despertar a la vida.

Y también su vida ha cambiado por completo. Se ha dado cuenta de que ahora anhela las visitas de Pedro, aún más de lo que un día anhelara a Alexandra. Ansía escuchar de sus labios todos los relatos que a lo largo de tres años, el discípulo de Jesús vivió junto al Maestro: sus enseñanzas, sus ejemplos o parábolas, como las llama él.

Y ¡Los portentosos milagros de Jesús!… Como vio al Hombre-Dios dominar los elementos, transfigurarse, resucitar muertos, la pesca milagrosa, etc. Todo esto hace que el alma del joven patricio se estremezca de emoción y de alegría. Conocer y amar a Dios, es la experiencia más inefable y maravillosa.

Marco Aurelio bebe estos relatos, junto con las lecciones de Mauro y de Diana, que vienen tres veces por semana a su lecho de enfermo y esto ha hecho que estos días queden grabados en su memoria para siempre.

En su última visita, Mauro le dijo que ya casi está listo para empezar a moverse. Ya han transcurrido ocho semanas y si al levantarse hoy, el brazo y el costado no le duelen, es porque también las costillas han sanado y en dos semanas más, estará listo para desentablillar. En el fondo de su alma, Marco Aurelio desea que el tiempo se detenga. Se ha dado cuenta que ha aprendido a amar tanto a aquellas personas, como si fueran su propia familia.

Alexandra está tan feliz y agradecida con Dios, por el milagro realizado en aquella alma tan amada, de cuya transformación ha sido testigo día tras día… De aquel patricio violento que entró a raptarla de aquel hogar, ya no queda nada.

Ve la devoción con que la sigue con la mirada a dondequiera que ella va. Sus besos son tan dulces y llenos de ternura, que aunque son muy apasionados, también son muy diferentes de los que le diera en el banquete del Palatino. Su sabor es más delicioso aún… Y embriagador como el más exquisito de los licores.

El deseo se ha encendido más, pero con un fuego distinto que no queda solo en la piel. Cada día están más enamorados y su amor los llena de dicha con la promesa de un gozo más pleno, cuando su unión sea completa…

Marco Aurelio está sorprendido. Adora a su esposa; la respeta y la desea cada día más.  Pero es todo tan extraordinario… La felicidad y el deleite que saborea ahora, no tiene la más mínima comparación con lo que experimentara antes, con ninguna de las mujeres que antaño conociera. El placer que Alexandra le da, aún sin haberla hecho suya todavía… Saberse amado por ella y amarla con la fuerza que él mismo no sabía que tuviera; lo hacen sentirse el hombre más dichoso del mundo.

Su corazón está lleno de júbilo y siente deseos de gritarlo. Porque es precisamente Aquel Dios Desconocido que un día le pusiera tan celoso de Él, el que se la ha entregado. Y es el que le está dando la capacidad de amar, como jamás pensó que pudiera llegar a amarse. Alexandra es como es, por su amor a Cristo, que ahora ya no es el Dios Desconocido. Al contrario, entre más lo está conociendo, ha comenzado a adorarlo con todo su ser.

Ahora es cuando comprende por qué es el Dios del Amor…

Y se siente tan feliz, que desea compartir esa dicha con todos los seres que conoce. Solo Cristo puede transformar al mundo. Y amó más a Alexandra, porque por causa de ella, Cristo ha transformado su vida de una manera radical. Está aprendiendo a creer, a amar, a perdonar, a orar…

Cuando Alexandra le enseñó el ‘Pater Noster’ y meditó cada una de sus palabras, esa Oración Santa y sublime que Jesús enseñó, es un himno que su corazón canta con una alegría profunda y brota en palabras que salen de sus labios, estremeciendo su alma de júbilo y agradecimiento.

Todo el culto que rodea a esta Doctrina es un maravilloso descubrimiento…

Cuando llegó Mauro, con su ayuda se levantó del lecho, le llevó con suavidad poco a poco hasta el jardín y le preguntó:

–           ¿Ya no te duele?

Marco Aurelio le contestó:

–           Un poco… no sé… me siento muy raro. Pero creo que estoy bien.

Mauro declaró:

–          Perfecto. Entonces… -llamó a Alexandra y agregó- Te entrego en manos de tu esposa.

Marco Aurelio se apoyó en ella que lo mira llena de amor y alegría.

–          Ya puedes moverte del lecho y dar pequeños paseos. ¡Pero no te extralimites! ¡Eh! –añadió Mauro sonriendo- Todavía no te declaro sanado.

–           ¿Cuándo va a venir Pedro?

–          Posiblemente hoy o mañana. Isabel está preparando los pescados que trajo David. Bernabé está haciendo un guiso con verduras. Voy a ver en que los ayudo…

Y dejándolos solos se retiró al interior de la casa.

Alexandra llevó a Marco Aurelio hasta la banca que está  junto al muro.

–           Carísima. Sol de mi vida. Quisiera que esta dicha no terminase nunca. –dice él envolviéndola en una mirada llena de amor, de adoración y de ternura.

Ella le correspondió y le contestó enamorada:

–           No terminará, amor mío. Porque nuestro amor continuará más allá de la muerte, cuando estemos juntos en el Cielo, por toda la eternidad…

–          ¿Sabes? Un día pensé un poco fastidiado… Casi al principio de todo esto: ‘Solo piensan y hablan de Jesús’. Porque no los comprendía… Y ahora soy yo el que espero con ansia las visitas de Pedro. ¿De qué nos hablará ahora?

Alexandra sonríe y le dice con dulzura:

–          No lo sé. Lo sabremos cuando llegue. ¡Me siento tan feliz de que compartas conmigo este mismo anhelo!…  Tendremos muchas cosas que contar a nuestros hijos. ¿No crees?

–           ¡Nuestros hijos!…-exclama él y suspira- Quiero que el primero sea una niña tan hermosa como tú. ¡Ansío tenerla en mis brazos! ¡El fruto de nuestro amor!

Marco Aurelio está extasiado ante una imagen futura…

Y los dos conversan sobre el hogar y la familia que apenas empieza a formarse y que los llena de una ilusión sublime…

Mauro los mira desde la puerta y dice a Bernabé:

–           Quien viera ahora al orgulloso augustano que casi destrozas hermano.

Bernabé contesta casi compungido:

–          Del mal, Dios hace nacer el bien. Míralo ahora… Cuando veo como ama a mi señora, me siento dispuesto a servirlo también a él.

Felizmente Pedro llega en ese momento. La comida está casi lista. Y cuando todos están reunidos, oran y comparten los alimentos.

Dos semanas después…

Marco Aurelio pasea con Alexandra por el pequeño jardín. Le confiesa:

–         Intenté en vano olvidarte, porque mi amor creció y se adueñó de todo mí ser, desde el día en que te vi en la casa de Publio. Mientras las parcas devanaban el hilo de la existencia, el amor y la nostalgia estuvieron devanando el mío. Mis acciones fueron malas, pero estuvieron impulsadas por el amor. Pues me enamoré de ti de una manera fulminante y me di cuenta de que eras muy diferente a todas las mujeres de Roma. Solo te pareces en lo virtuosa a Fabiola, pero ahora ya sé por qué. Porque es la Presencia de Dios la que irradia esa maravillosa belleza interna que con el tiempo crece más y más y que en nuestro hogar será como un sagrado lumen…

Marco Aurelio se calló. Y la contempló como si en ella estuviera compendiada, toda la felicidad de su vida entera. Luego le preguntó cuáles eran sus impresiones respecto a él.

Alejandra se ruborizó y luego le miró a los ojos:

–          Te amé desde el día que nos encontramos por primera vez en la casa de Publio. Si tú me hubieras devuelto a ellos desde el Palatino. Yo les hubiera confesado mi amor y hubiera tratado de apaciguar la cólera que hacia ti debieran sentir.

Marco Aurelio dice:

–           Te juro, que ni siquiera había pasado por mi mente la idea de sacarte de la casa de los Quintiliano. Algún día te contará Petronio, como yo le confesé cuanto te amaba y que deseaba casarme contigo. Pero él ridiculizó mi propósito e insinuó al César la idea de pedirte como rehén que le pertenecía y de darte a mí. ¡Cuántas veces en medio de mi dolor, he maldecido el momento en que le hice caso! Más acaso el destino así lo dispuso. Pues de otra forma yo no habría conocido a los cristianos, ni llegado a comprenderte, preciosa mía…

Alexandra replicó:

–           Créeme amor mío, Cristo ha sido Quién con sus altos designios te atrajo a Sí. El Padre Celestial te llamó…

Marco Aurelio levantó la cara sorprendido:

–         ¡Cierto! Todo pareció combinarse de manera admirable, para que al buscarte, encontrase primero a los cristianos y luego a ti.

–          Sí… -contestó ella suspirando feliz.

Están delante de la glorieta cubierta de una espesa capa de hiedra y cerca del sitio donde Bernabé había matado a Atlante y donde después se enfrentó a Marco Aurelio. Éste dijo reflexivo:

–           Aquí habría perecido yo, si tú no hubieras intervenido.

–           Ya no hables más de eso. Y tampoco se lo recuerdes a Bernabé.

–          ¿Podría acaso haber tomado venganza en él, porque te defendió? Al contrario. Si él fuera esclavo le habría concedido la manumisión.

–           Si él fuera esclavo, Publio lo hubiera liberado hace mucho tiempo.

–          ¿Recuerdas que quise llevarte de nuevo a tu casa y tuviste miedo que llegara a saberlo César y tomara por ello venganza en Publio y en Fabiola? Pues bien; ahora podrás verlos cuando te plazca.

–           ¿Por qué dices eso Marco Aurelio?

–          Creo que ya no habrá para ti peligro alguno en verlos, porque cuando el César me pregunte qué hice del rehén que él me diera, le contestaré: ‘Me he unido a ella en matrimonio y ahora visita la casa de Publio con mi consentimiento.’ Te prometo que me ganaré de nuevo el favor de Publio y de Fabiola. ¡Oh, carísima! Sí, Alexandra mía. Te juro que jamás mujer alguna recibirá en el hogar de su esposo, homenajes comparables a los que yo te he de tributar.

Y siguieron paseando. Gozándose en la presencia el uno en el otro. Finalmente se detuvieron bajo el ciprés que está a un lado de la casa y donde principia el huerto.

Alexandra se apoyó en el pecho masculino y él la abrazó tiernamente con su brazo libre. Y le dijo con amorosa súplica:

–           Di a Bernabé que vaya a la casa de los Quintiliano a traer tu mobiliario y tus juguetes de niña.

Ella contestó ruborizada:

–           La costumbre ordena otra cosa.

–           Lo sé. De ordinario la prónuba (matrona romana que iniciaba a la novia en sus deberes de esposa) conduce esos objetos detrás de la novia. Pero tú querrás hacer esto por mí. Yo los llevaré a nuestra casa de campo en Anzio y serán otros tantos recuerdos que me hablen de ti. Sabes que se fueron de viaje y todavía falta mucho tiempo para que la familia regrese. –y tomándole la mano como un niño cuando solicita algo con insistencia- Concédeme esto diva. Concédemelo, Carísima.

–           Pero Fabiola hará como ella quiera. ¿Estás de acuerdo?

Se miraron a los ojos con una gran sonrisa y con el corazón acelerado. Se dieron un tierno y apasionado beso, enamorados totalmente el uno del otro. Embargados por una dicha que no puede ser más plena, pues su más hermoso sueño se está convirtiendo en realidad.

En ese momento la alta figura de Mauro, se recortó en el umbral del patio. Ha venido a desentablillar y a dar de alta al enfermo. Los tres entraron a la casa y los vendajes fueron retirados. Mauro con cuidado valoró a su paciente y satisfecho, comprobó cómo las fracturas han soldado, al igual que las costillas y ya no hay dolor.

Y dijo:

–           Bien hermano. Ya estás listo para regresar a tu vida normal. Solo te pido que esta semana ejercites el brazo con cuidado, antes de hacer esfuerzos de ninguna índole.

Marco Aurelio sonrió agradecido y contesta:

–           Gracias, hermano. ¿Va a venir Pedro?

Mientras guarda sus ungüentos, Mauro responde:

–           Sí. Un poco más tarde. Estaba en una misa de ordenación. Creo que hoy tendremos cien nuevos presbíteros. Dijo que al terminar vendría. Es temprano todavía. Después del mediodía estará aquí. En lo que llega, seguiremos con tu instrucción y les daré el tema de este día.

David se va a llamar a los catecúmenos que están siendo instruidos junto con Marco Aurelio. Y mientras llegan, éste pregunta a Alexandra:

–           ¿Cómo fue que Publio se convirtió en cristiano?

Alexandra lo mira radiante y contesta:

–           Fue en Jerusalén. Él era un tribuno muy joven y estaba en la Puerta de los Peces junto con dos soldados. Uno se llamaba Alejandro. Y ese día Jesús…

Y la voz de Alexandra es musical, mientras relata el primer encuentro de Publio Quintiliano con el Nazareno…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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