37.- EL CAPRICHO DE POPEA SABINA17 min read

Los augustanos abandonan el Palatino. Al caminar por la inmensa galería porticada, Petronio miró a Marco Aurelio y dijo:

–           Barba de Bronce renuncia a su viaje por el momento. Está irritado y aburrido. ¡Esta combinación es muy peligrosa! En la fiesta se entregará a un desenfreno absoluto, tratando de aliviar su frustración y su tedio. ¡Ojalá no tengamos sorpresas desagradables!

Marco Aurelio sonrió y contestó:

–           Afortunadamente yo tengo mejores cosas de qué ocuparme y a ti te dejo los cambios de humor del César.

Petronio se detiene y advierte:

–           Fuiste invitado y ni siquiera se te ocurra pensar que puedes evitar asistir.

El tribuno movió la cabeza y fastidiado replicó:

–           Lo que a mí me sorprende es que a ti no te haya dominado el aburrimiento de cuanto te rodea.

–           ¿Quién te ha dicho lo contrario? Desde hace mucho tiempo me domina. Pero yo no tengo tus años. Y tampoco tengo alternativa. Al emperador nadie le abandona sin consecuencias…

–           Lo sé. Y según parece, tampoco se pueden desairar sus invitaciones. Definitivamente no envidio tus privilegios.

–           Además, amo los libros, la poesía y me encantan las obras de arte. Me agrada mi hogar y la belleza de las obras maestras con que lo he adornado. Tengo todo lo más exquisito y perfecto. Sé que no he de encontrar ya nada superior a lo que actualmente poseo. Y no tengo ganas de desprenderme de nada de esto por ahora.  

–           Perder el favor imperial es una gran desgracia. Y un lujo que al parecer,  nadie se puede permitir voluntariamente sin perder también la vida…

–           He disfrutado lo mejor y la vida me deleita, mientras pueda darme el placer que necesito y pueda conservarla… porque no se sabe… –finaliza dando un profundo suspiro.

Marco Aurelio está tan contrariado, que mejor se queda callado.

Petronio lo observa desconcertado, pero tampoco le dice nada.

Después de un largo silencio, Petronio agrega.

–           ¿Sabes cuál es la última noticia? Tigelino, para las fiestas, ha preparado los lupanares con las mujeres más nobles de Roma. Habrá doncellas que hagan su presentación como ninfas.

¿Eso te parece apetecible? ¡Convertir a las jóvenes patricias en prostitutas! ¿Tan hastiados están que lo execrable ya no es vergonzoso?

Petronio mira sorprendido a su sobrino y finalmente explota:

–           ¡Éste es nuestro mundo neroniano en Roma! ¡Creo que has arruinado tu vida haciéndote cristiano! ¡Por Pólux que no te comprendo! Nuestras locuras tienen cierto juicio, pero tú… Desprecio a Enobarbo, porque es un bufón griego. ¡Si al menos fuese romano!  ¡Hufff!…

–           La barbarie es barbarie en cualquier lugar. Ya no hay valores, ni honor. No veo de qué te sorprendes. Y sobre este asunto podría enseñarte cosas grandiosas que he aprendido…

–           No empieces con tus cosas cristianas.  No quiero saber nada de eso…

–           Está bien. Tienes razón. Todavía no es el momento en que podrías comprenderlas… Tal vez algún día anheles también aprenderlas.

Petronio agrega sin hacerle caso:

–           No cabe duda de que vamos de mal en peor… Pero este es el mundo que me ha tocado vivir ¡Y hay que tomarlo como es! Prepárate para ir al Fiesta Flotante en la Piscina de Agripa. Y será mejor que nos dispongamos para disfrutarlo…

Al día siguiente…

El buen gusto y refinamiento de Petronio, le han ganado el título de ‘Arbiter Elegantiarum’. Y por esas mismas cualidades, su genial dirección es indispensable para el desarrollo del artista que palpita en el emperador. Comparándolo con el Prefecto de los Pretorianos, Petronio lo supera infinitamente en cultura, intelecto, conocimiento del Arte, refinamiento y buen juicio. Y en la conversación, su ingenio conoce la mejor manera de entretener al César.

Y lo que hasta ahora ha sido el mejor talento de Petronio para ser el consejero favorito del emperador, como un arma de doble filo se está volviendo contra él…Y él ni siquiera imagina porqué…

Tigelino posee bastante buen sentido, para conocer sus propias deficiencias. Y sabe que no puede competir con Petronio, Plinio, Séneca, Trhaseas u otros de los augustanos que se distinguen por su elegancia y su alcurnia, sus talentos o su ciencia. Y ha decidido eclipsarlos por medio de una flexibilidad inagotablemente previsora en sus servicios y sobre todo por una magnificencia, capaz de sorprender aún la exaltada imaginación de Nerón.

Porque  conoce bien a Nerón y sabe por dónde llegarle, ha cultivado secretamente las debilidades de su personalidad para prevenirle en contra de su peor enemigo. Esto ha logrado que la influencia de Tigelino aumente día con día. Y no es porque Nerón le quiera más que a los demás; sino porque el Prefecto de los Pretorianos ha encontrado la manera de hacerse cada vez más indispensable para el emperador.

Arbiter Elegantiarum, esto mortifica la vanidad de Nerón ¿Cómo es posible que alguien lleve delante de él, semejante calificativo? Y además, hay que agregar el  terrible complejo que siente entre su obesa y grotesca figura y la innegable belleza varonil de su asesor artístico. La indiscutible superioridad en todos los aspectos de la poderosa personalidad de Petronio, ahora constituye su desgracia, pues esto ha despertado la envidia de Nerón y siente agobio por cada uno de sus triunfos… En cambio con Tigelino, César se siente a sus anchas; pues comparte con él su misma crueldad, sus bajezas y su ruindad.

¿Quién prevalecerá? ¿El artista o el monstruo?… La guerra y la competencia están muy reñidas…

En un suceso sin precedentes en la ciudad, los pretorianos han rodeado las arboledas que están alrededor de un lago mediano y es conocido como la gran piscina de Agripa; para que nadie se acerque a molestar al César y a sus huéspedes, que constituyen cuanto hay en Roma de notable por su riqueza, hermosura y talento.

Tigelino quiere compensar al César la contrariedad sufrida, al diferir su viaje a Acaya y al mismo tiempo mostrarle a todos que no tiene rival para alegrarle la vida al emperador. Para este objeto mandó traer desde las más remotas regiones del imperio: fieras, pájaros exóticos, peces raros, plantas, flores, etc. Y todos los detalles más insólitos que puedan realzar el esplendor de la magnífica fiesta.

Los impuestos de provincias enteras se consumen en la realización de los más insensatos proyectos…  Más el poderoso favorito no siente la menor vacilación al efectuarlos, con tal de asombrar a Nerón y complacer hasta el más mínimo de sus caprichos. Esto es lo que hace que su influencia aumente día con día y Nerón lo considere casi indispensable…

Y por eso ha dispuesto dar la fiesta en gigantescas balsas, construidas con vigas doradas, cuyos bordes fueron decorados con magníficas conchas marinas. Adornó las orillas  de la piscina con palmeras, lotos y rosales. También instaló jardines flotantes y alrededor de la piscina, a intervalos regulares, fuentes con aguas perfumadas, altares con estatuas de dioses y quemadores de incienso. Hay muchas  jaulas de oro y plata, con aves exóticas y multicolores…

En el centro de la balsa principal; está el pabellón de una tienda teñido de púrpura fenicia, que es sostenido en columnas de plata. Debajo, las mesas están preparadas para recibir a los invitados con cristalería de Alejandría y vajillas de inestimable valor; botín recogido de Grecia, Asia Menor e Italia. La balsa está adornada con tantas plantas, que semeja una isla flotante. Y hay amarrados con cuerdas de púrpura y oro; botes con forma de cisnes, delfines, aves y peces que son bogados por jóvenes de ambos sexos; cuyas caras y cuerpos están desnudos, adornados con joyas y han sido elegidos por su gran hermosura.

Cuando Nerón llegó a la balsa seguido por Popea y los augustanos, se sentaron en los triclinios. Entonces los remos hendieron el agua y se pusieron en movimiento junto con los botes; describiendo círculos alrededor de la piscina. Le rodean las otras balsas de menor tamaño; en una de las cuales van los músicos tocando sus instrumentos, resonando cantos melodiosos que llenan el ambiente de alegría.

El César con Popea a un lado, está gratamente sorprendido. Especialmente al ver surgir entre los botes, hermosos jóvenes de ambos sexos, ataviados como sirenas y  tritones, con mallas glaucas que simulan escamas. Y ejecutan una hermosa danza acuática en honor de Poseidón. Verdaderamente emocionado, Nerón aplaudió y alabó al organizador de la fiesta.

Pero al mismo tiempo y por fuerza del hábito, dirigió la vista hacia Petronio, deseando conocer su opinión. Y se mostró más entusiasmado aún, al ver que el ‘Árbitro’ sonreía complacido, mostrando su aprobación con un gran aplauso carente de envidia. Pues  realmente el espectáculo es magnífico.

La Fiesta Flotante agradó mucho al César, por su novedad. Se sirvieron tan exquisitos manjares y vinos de tantas clases, que el más exigente sibarita no habría podido objetar nada. Luego las mujeres se sentaron en la mesa de los augustanos; entre los cuales Marco Aurelio sobresale por su gallardía y juventud.

Anteriormente tanto su cuerpo como su rostro, denotaban con demasiado relieve al soldado profesional. Pero ahora la enfermedad le ha adelgazado y se ve más alto y estilizado. Sus facciones se ven como cinceladas con una varonil hermosura perfecta. Su piel morena clara y sus enormes ojos castaños, mantienen una expresión soñadora. Su porte es distinguido: a la vez flexible y soberbiamente magnífico. Parece un dios griego tan bizarro y apuesto como Petronio. Éste había afirmado como hombre de experiencia, que las damas de la corte se rendirían a sus encantos. Y en efecto, todos le miran con admiración sin exceptuar a Popea, ni a Rubria; la virgen vestal a quién César ha llamado a la fiesta.

Los vinos empezaron a llevar calor a los corazones y a los cuerpos. Y la enorme balsa prosiguió su evolución, circulando lentamente con su carga de invitados que gradualmente se van entregando a una alegre y estrepitosa embriaguez. La fiesta no había llegado ni a la mitad de su curso, cuando Nerón se levantó y le ordenó a Marco Aurelio que le deje su lugar… Quiere estar al lado de Rubria, a la que desea con violenta pasión y le empezó a hablar al oído.

Fue de este modo que Marco Aurelio quedó junto a Popea, quién extendió el brazo hacia el joven oficial y le pidió que le asegurara el brazalete que se le había desprendido y que nadie notó que ella misma lo había soltado. Al hacerlo gentilmente Marco Aurelio, con su mano un tanto temblorosa, rozó la piel de seda de la emperatriz.

Popea le miró fingidamente pudorosa y con un destello de deseo…

La fiesta prosiguió. El sol comenzó a ocultarse. La mayor parte de los invitados ya están ebrios. La gran balsa hace círculos cada vez más amplios, hasta casi llegar a la orilla. Con la penumbra del anochecer, se encendieron millares de lámparas y nuevos grupos de mujeres formados por todas las invitadas de la fiesta, que se han despojado de sus ricas vestiduras y han quedado desnudas; con voces y ademanes seductores llaman a los hombres para que se reúnan con ellas.

Entonces la balsa se aproxima a la orilla. Todos, incluido el César quién atrae consigo a Rubria riendo y haciendo pícaros comentarios, desaparecen entre la arboleda. Se diseminaron entre el bosque y las grutas artificiales, además de los muchos lugares próximos a las fuentes y manantiales y que han sido especialmente dispuestos para este fin.

Y empezó la orgía…

La lujuria y la locura se apoderaron de todos. No se puede distinguir nada en medio de la oscuridad. Ni donde está el César, ni quién está con quién. Los sátiros y los faunos dan caza a las ninfas y apagan las lámparas que les estorban. Solo la luz de la luna llena, es mudo testigo del rumor de risas, gritos, suspiros y coloquios íntimos; además de los gemidos de placer.

Marco Aurelio no está ebrio, como el día de la fiesta en el Palatino, cuando estaba con Alexandra… Y sabe perfectamente lo que está pasando a su alrededor. Y decidió irse, pensando que a estas alturas, a nadie le importará un invitado menos. Por primera vez siente náuseas…

Y recordando a Alexandra, se dijo a sí mismo:

–           La amo y le juré fidelidad. Debo regresar a casa a preparar la boda, en lugar de permanecer en este bacanal.

Y dando media vuelta se precipitó a través del bosque.

Un grupo de doncellas ataviadas con sutiles velos y bellas flores, le interceptaron el paso y danzaron a su alrededor, incitándolo a correr tras ellas…  Después de provocarlo, huyeron pudorosas y coquetas. Pero él se quedó enclavado en aquel sitio pensando en su esposa.

Jamás la había visto más hermosa, más pura, ni más digna de adoración, que al ver aquel bosque convertido en un santuario de placer y a todas aquellas jovencitas lascivas y desnudas. Y el amor y el anhelo por Alexandra, invadieron todo su ser con un poder avasallador. Simultáneamente se sintió lleno de disgusto y de una repugnancia como nunca antes la experimentara. Descubrió que le asfixiaba aquel ambiente de infamia y deseando respirar aire puro, se apresuró a huir de allí.

Más apenas había dado un paso, cuando notó que una figura velada, se alzaba delante de él. Le puso las manos sobre los hombros y le dijo al oído:

–           ¡Te deseo! ¡Te amaré y te haré dichoso! ¡Ven! Nadie nos reconocerá. ¡Apresúrate!

Un gemido de deleite, un suspiro entrecortado y un beso desquiciante acarició el lóbulo de su oreja; mientras Marco Aurelio sentía en su rostro como una oleada de fuego, su aliento perfumado.

Ella prosiguió anhelante:

–           ¡Eres bello como Apolo! Y tan delicioso, ¡Oh! Si tan solo…

La voz susurrante fue como si lo despertara de un sueño. Entonces tomando dominio de sí, preguntó:

–           ¿Quién eres?

Ella se reclinó seductora en su pecho y siguió insistiendo:

–          Qué importancia tiene eso…  ¡Pronto! ¡Ya no perdamos más el tiempo! ¡Esta noche es perfecta! ¡Y yo quiero poseerte! ¡Ven! ¡Amémonos!

Marco Aurelio insistió:

–           ¿Quién eres?

–           ¡Adivina!

Y al decir esto tomó entre sus delicadas manos el rostro del joven patricio y a través del finísimo velo, lo besó ardorosamente hasta que le faltó el aliento…

Luego se apartó provocativa, diciendo:

–           ¡Noche de amor! ¡Noche de locura! –Aspirando el aire ansiosamente, agregó- ¡Hoy estamos aquí y somos libres! ¡Hoy puedes tenerme! ¡Hoy soy tuya! ¡Y yo quiero que seas mío!

Marco Aurelio la empujó suavemente hacia atrás y dijo:

–           Lamento no poder complacerte. Estoy enamorado de una mujer incomparable. Le pertenezco y ahora voy hacia ella.

–           Quítame el velo. –dijo ella inclinando hacia él la cabeza.

Y en ese preciso momento se oyó un leve roce entre las hojas de mirto…

Y ella se separó rápidamente y desapareció como si fuese una visión. Pero a la distancia se oyó su risa extraña, estridente, ominosa…

Petronio llegó junto a Marco Aurelio. Lo tomó del brazo y empujándolo, lo instó:

–           He oído y he visto. Alejémonos rápido de aquí.

Así lo hicieron.

Cuando llegaron hasta los cisios, Petronio le dijo:

–           Yo te acompañaré.

Y subieron los dos al carruaje de Marco Aurelio. Todo el camino, lo recorrieron en silencio. Hasta que se hallaron en el atrium de la casa del joven tribuno…

Petronio preguntó:

–           ¿Sabes quién era ella?

Marco Aurelio se sintió profundamente disgustado ante la idea de que Rubria fuese una vestal y tuviese ese comportamiento tan impúdico. Y sin disimular su desprecio contestó:

–          ¿Rubria…?

–           No.

–           ¿Entonces quién?

Petronio bajó la voz y dijo:

–          El fuego de Vesta ha sido profanado porque Rubria estuvo con el César. Pero la que se acercó a ti… -y aquí su voz bajó hasta hacerse casi imperceptible- Fue la divina Augusta.

Siguió un silencio tan denso que casi se podía tocar…

Luego Petronio continuó:

–          César no pudo ocultar a Popea, su inclinación hacia Rubria y tal vez por eso, ella quiso tomar venganza. Pero llegué yo a estorbarlo. Si tú la hubieras reconocido… al rehusar su solicitud, sería irremediable tu ruina. Habrías arrastrado en ella a Alexandra y también me habrías comprometido a mí.

Marco Aurelio comprendió la magnitud de la revelación y casi se ahogó por el asombro… El tiempo pareció detenerse… Mil ideas cruzaron por su mente como relámpagos y se reflejaron en su gran perturbación…

Luego explotó:

–           ¡Estoy harto de Roma! ¡Del César, de sus fiestas, de Tigelino, de la Augusta y de todos vosotros!… ¡Me estoy asfixiando! ¡Yo no puedo seguir viviendo así! ¡No puedo! ¡Oh Dios mío! ¡No lo soporto más! ¿Me entiendes?

Petronio lo mira desconcertado y exclama:

–           ¡Marco Aurelio! Estás perdiendo el sentido del juicio, la moderación. ¿Qué te pasa?

Marco Aurelio replicó colérico:

–          Lo único que quiero es a Alexandra. Vine a prepararlo todo para mi boda y no me interesa otro amor, ni deseo a ninguna otra mujer. No quiero vuestra vida y no me interesan sus fiestas. No soporto sus obscenidades y sus crímenes. ¡Soy cristiano! ¿Lo oyes? ¡Soy cristiano! ¡Y no sabes cuánto me alegro de serlo!

Petronio lo mira asombrado. Es evidente que entre él y Marco Aurelio ya no pueden entenderse y que sus almas se han separado por completo. Hubo un tiempo en que Petronio ejercía una gran influencia en el joven militar. Había sido para él un modelo en todo y con frecuencia unas cuantas palabras irónicas suyas, bastaban para frenarlo o para inducirlo a una resolución cualquiera.

Pero ahora ya no queda nada de aquello. Y tan trascendental es el cambio, que Petronio ni siquiera intentó poner en práctica sus antiguos métodos. Porque comprendió que su ironía y su ingenio, habrán de estrellarse contra el nuevo hombre en que se ha convertido el Marco Aurelio que está ante sus ojos y al que apenas si reconoce. Después de reflexionar un momento, se encogió de hombros y se fue para su casa muy disgustado.

El veterano escéptico al ver a Marco Aurelio entendió que es un hombre tan diferente, que ya ni siquiera comprende sus reacciones. Y este conocimiento lo llenó de contrariedad y hasta de un poco de temor. Éste último llegó a su colmo, al meditar en los acontecimientos de esa noche…

Y piensa:

–           Si de parte de Popea esto no fue sólo un fugaz devaneo, sino un deseo más duradero, van a suceder una de estas dos cosas: Marco Aurelio no se le resistirá y en este caso, le vendrá la ruina por algún ‘accidente’, lo que parece poco probable por su actual estado de ánimo. O se le resiste. Y entonces sí será segura su ruina y acaso también la mía… Precisamente porque soy su pariente y porque la Augusta terminará envolviendo en su odio a la familia entera y pondrá del lado de Tigelino todo el peso de su influencia. –moviendo la cabeza, concluye-

Petronio es un hombre valiente y no le teme a la muerte. Pero tampoco tiene el menor deseo de atraerla tan pronto. La Augusta ignora si ha sido reconocida por Marco Aurelio. Si ella piensa que no ha sido descubierta, su vanidad no sufrirá gran cosa.

Pero esta situación es muy precaria, podría modificarse en el futuro y es urgente neutralizar este gran peligro.

La cuestión es: ¿Cómo va a lograrlo?…  

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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