Archivos diarios: 28/04/12

39.- UNA TRAMPA MORTAL

Al día siguiente de la Fiesta Flotante, Nerón decidió irse a Anzio y declaró que al tercer día se iría sin falta. Y dio a los augustanos la lista de los invitados.

Petronio está por ir a la casa de Marco Aurelio, cuando le avisan que llegó un cisio y una invitación. Al leerla frunció el ceño con preocupación y luego dijo a Aurora que se arregle, porque van a ir juntos a un evento muy importante.

En realidad lo único que ella hizo, fue cambiar su túnica por una de gran gala y adornarse con joyas más apropiadas, pues como todo en la casa de Petronio, siempre está preciosa y engalanada como una gran señora.

Cuando llegan a la casa de su sobrino, pocos minutos después llega el carruaje adornado y con la novia. Marco Aurelio está más elegante que nunca… Y espera a la entrada de la casa, bajo un arco adornado con mirtos y rosas blancas.

Ayudan a bajar a Actea que trae un hermoso vestido color malva y luce llena de joyas en las que resplandecen amatistas y diamantes.

Luego sigue la novia. Alexandra trae un vestido adornado con una greca recamada con hilos de plata y perlas. Blanco sobre blanco. Sus joyas hacen juego con una diadema cuajada de zafiros y esmeraldas, que realzan aún más su deslumbrante belleza. Un finísimo velo blanco, bordado en plata y que parece de seda, le pende de la cabeza hasta los pies. Realmente parece una reina.

Marco Aurelio la admira embelesado. Avanza hasta situarse frente a ella y le da la mano. El cortejo entra en la casa, que ha sido adornada espléndidamente. Adelante los novios. Le siguen Actea y unas doncellas. Luego Petronio y Aurora. Pedro y Bernabé, Mauro y otros cristianos. La ceremonia es más bien íntima, porque los invitados no son muchos. Hay música, cantos, danzas, ceremonia de saludos y aspersiones. Se paran frente al Lararium.

Los dos se dan la mano y dicen la frase ritual: “Donde estés tú Cayo, allí estoy yo, Caya.” Luego continúan caminando alrededor del atrium y recorren los nichos de los antepasados de Marco Aurelio.

Siguen pasando bajo arcos adornados a lo largo de toda la casa. Marco Aurelio preside como si fuera un sacerdote. En el umbral ofrecen dones: una roca y un huso que les da Actea. En el jardín posterior están todos los siervos, que les dan la bienvenida y se inclinan ante ella, en señal de sumisión. Llegan hasta el triclinium y empieza el banquete.

Alexandra sonríe a su esposo, que le habla y que la mira con amor. Exquisitas viandas son servidas y escanciados finos licores. Los sirvientes se esmeran en que todos estén cómodos y bien atendidos. Los novios están radiantes.

Marco Aurelio les platica el  incidente que tuvo con sus esclavos el día de su regreso a su casa y finaliza diciendo:

–           Ahora todos son libres. Y algo me ha llamado la atención: el perdón que les otorgué no solo no los volvió insolentes, sino que ni siquiera perturbó la disciplina. Y he comprobado una cosa: Que jamás el terror les hizo prestar el servicio más esmerado que ha seguido a la gratitud. Ahora no solo me sirven bien, sino que parecen rivalizar entre ellos para ver quién adivina primero mis deseos.

Actea y Pedro platican animadamente.

Petronio, contra su costumbre está callado y pensativo…

Marco Aurelio lo nota y le dice:

–           ¿No estás feliz por mi boda? ¿Por qué estás tan preocupado?…

Petronio lo observa con una mirada inescrutable…

–           Te lo diré más tarde. –contesta dándole un trago a su copa de vino.

Hacia el atardecer, los músicos descansan un rato.

Y Marco Aurelio le pide a Petronio que le diga el motivo de su preocupación. Agrega:

–           Puedes hablar con libertad. Todas las personas presentes aquí, son de mi absoluta confianza.

Petronio le alarga la lista de los invitados al viaje a Anzio y dice:

–           Partiremos mañana muy temprano.

Marco Aurelio se la devuelve diciendo:

–          Mi nombre figura en ella y también el tuyo. Hoy la trajeron también aquí.

–           Si yo no estuviera entre los invitados, eso significaría que llegó mi hora de morir, pero parece que aún le soy útil a Nerón. Apenas acabamos de llegar a Roma y ya nos vemos obligados a irnos de nuevo, ahora hacia Anzio.

Actea interviene:

–           Pero es necesario ir. Esa no es una invitación. Es una orden.

Marco Aurelio pregunta con un tono casi desafiante:

–           ¿Y qué pasaría si alguien se negase a obedecer?

Actea concluye lacónica:

–           Se le invitaría a hacer un viaje notablemente más largo y del cual no hay regreso.

Marco Aurelio lleva sus manos hacia su cabeza, con un gesto de desesperación y dice:

–           Tendré que ir a Anzio… ¡Ahora! –Suspira con impotencia- ¡Considerad que tiempos vivimos y cuán viles esclavos somos!

Petronio interviene:

–           ¿Hasta ahora te das cuenta? Yo he dicho en el Palatino que estás enfermo, imposibilitado para salir de casa y sin embargo te están convocando. Esto prueba que en el Palacio alguien no da crédito a mis palabras y está tomando participación directa para solicitarte. A Nerón le importa muy poco, puesto que solo eres un soldado sin nociones de poesía o de música y con quién a lo sumo, hablaría de las carreras en el circo. Lo más probable es que sea Popea la que ha puesto allí tu nombre. Y eso significa…

Petronio calla con un silencio más que significativo.

Pero Marco Aurelio comprende… Él para ella ahora es un capricho y persiste en hacer su conquista. Moviendo la cabeza de un lado para otro, piensa: “¡Vaya, vaya! ¡Intrépida la Augusta!”…

Actea declara:

–           Significa  que Alexandra está en peligro. Popea es maligna y vengativa.

Marco Aurelio dice preocupado:

–           Yo no puedo arriesgarla.

Pedro aconseja con calma:

–           Ve a ese viaje. No desafíes al César y no te preocupes por Alexandra. La llevaremos a casa de Acacio, el obispo. Tú no temas al César, pues en verdad te digo, que no ha de caer un solo cabello de tu cabeza.

Marco Aurelio contesta con ansiedad:

–           En Anzio yo tengo una casa de campo. Está muy cerca de la de Nerón. Yo quiero terminar mi instrucción. Pedro, esa casa está a tu disposición. Ya no podré ir a la escuela de Apolonio, ni a la Puerta del Cielo. Enviaré la mayor parte de mi ‘familia’ para allá y yo quiero recibir el Bautismo. ¿Cómo le hago?

–           Hay unos obispos que viajarán a Grecia y a Cartago. Te enviaré a Acacio y a Lucano el médico, para que prosigan con tu enseñanza. Todo estará bien. Ya lo verás…

Marco Aurelio mira a Alexandra con absoluto desconsuelo:

–           ¡Ay, amor mío! Entonces… -Y luego se vuelve hacia Bernabé- Guárdala como la luz de tus ojos, pues ella es mi domina igual que la tuya. – luego toma la mano de su esposa. La besa y le dice.- Reina mía, necesito protegerte. Volveré. Volveré para ti, te lo prometo. -Enseguida, llama a Demetrio, el mayordomo y le dice- Enviarás a las prisiones rurales, una orden de indulto general. Que caigan los grilletes a los pies de los presos. Les darás suficiente alimento y cuando estén listos, reintégralos al servicio. Hoy es para mí un día de felicidad. Y quiero que vibre la alegría en nuestra casa. Los llevarás luego al Pretor y les darás a ellos, lo mismo que has recibido. Les dirás también que es el regalo de mi esposa y la reina de esta casa.

Más tarde la fiesta termina y los invitados se retiran. Alexandra y Marco Aurelio se reúnen unos minutos en la biblioteca, para despedirse en la intimidad. Y cuando salen, la novia aún con su vestido nupcial; se retira en otro carruaje con Pedro, Isabel y Mauro.

Actea regresa al Palatino.

Marco Aurelio, con Petronio y Aurora, se quedan solos en la biblioteca.

Petronio comenta:

–           Barba de Bronce está ronco y maldice a Roma. Está desesperado y reniega de todo lo que le rodea. Ayer se empecinó en igualar a Paris como danzante y se puso a bailar las aventuras de Leda. Durante el baile sudó y luego se resfrió. ¿Puedes imaginar a nuestro Arlequín imperial tratando de ser cisne, con su gran abdomen y sus piernas delgadas y tambaleantes? ¡Y ahora quiere representar en Anzio semejante pantomima!

Marco Aurelio exclama:

–           Ya con haber cantado en público, escandalizó a mucha gente. ¡Pensar que ahora tenemos que aguantar a un César romano actuando como mimo!

–           Querido mío. Roma todo lo soporta. Ya verás como el Senado también aplaudirá al ‘Padre de la Patria’.

–           Y veremos a la plebe engreída, al ver al César convertido en bufón. Petronio                                 dime tú mismo, ¿Acaso es posible llegar a un mayor envilecimiento?

–           Como tú vives en otro mundo, con Alexandra y los cristianos, es evidente que no sabes la última noticia: Nerón se vistió de novia y se unió públicamente en matrimonio con Pitágoras. Esto parecería rebasar los límites de la locura ¿Verdad? Pues bien. Llamó a los flamines (sacerdotes), quienes celebraron la ceremonia con toda la solemnidad y Nerón la presidió.  Soy de mucho aguante y estuve presente en ella. Sin embargo pensé que si los dioses existiesen, algo debiera suceder. Pues lo que no prohíben las leyes, lo prohíbe la honestidad. Pero no, nada sucedió. El César no cree en los dioses; se siente totalmente impune y… pareciera que tiene razón.

Marco Aurelio dijo con una sonrisa llena de ironía:

–           De manera que Nerón es entonces y en la misma persona: sumo sacerdote, dios y ateo.

Petronio soltó la carcajada y dijo riendo:

–           ¡Vaya! Es verdad. No había pensado en eso. Pero es una combinación como no se ha visto otra igual en el mundo.

Siguió un largo momento de silencio.

Luego Petronio agregó:

–           ¿Sabes que es lo más gracioso? Este sumo sacerdote que no cree en los dioses. Y este dios que los desdeña; siendo ateo, les teme.

Marco Aurelio confirmó:

–           Y prueba de ello es lo que sucedió en el Templo de Vesta.

Y Petronio exclamó con asombro:

–           ¡Y aun así profanó a Rubria!

–           Por eso la invitó a la ‘Fiesta Flotante’ y cambió su lugar por el mío…

Éste último comentario, provocó un silencio lleno de remembranzas… y los dos llegaron a la misma conclusión.

Luego, el tribuno agregó en voz alta:

–           Es audaz la Augusta.

Petronio responde sumamente preocupado:

–           Lo es realmente. Porque ello puede ser causa de su propia ruina. Sin embargo, espero que Afrodita le inspire cuanto antes otro amor. Pero entre tanto, puesto que la emperatriz te desea, debes actuar con la mayor cautela. Barba de bronce ha empezado a cansarse de ella: prefiere a Esporo o a Pitágoras. Pero por consideración a sí mismo, bien podría descargar sobre otros, la más terrible de las venganzas.

–           Cuando estábamos bajo aquellos árboles, yo no supe quién me hablaba. Pero tú alcanzaste a escuchar nuestra conversación. Yo le dije que amaba a otra y por eso no le podía corresponder.

Si hubieras herido su vanidad, no habría salvación para ti. ¡Por Zeus! Si llegas a ofender a Popea, te puede estar reservada una muerte terrible. En otro tiempo me era más fácil conversar contigo y convencerte. En esta emergencia ¿Qué puede haber de malo en que le sigas ligeramente el juego a la Augusta? ¿Acaso esta aventura podría ocasionarte alguna clase de pérdida o privarte de seguir amando a Alexandra? Ten presente además, que Popea la vio en el Palatino y ya sabe por quién la rechazaste. Va a ser capaz de buscarla hasta por debajo de las piedras y serás el causante no solo de tu propia destrucción, sino también de la ruina de Alexandra. ¿Entiendes la gravedad de la situación?

Marco Aurelio reflexiona… Comprende… Intenta decir algo… Está paralizado por el asombro, pero de su boca no sale un sonido…

Luego palidece y se toma la cabeza entre las manos.

Enseguida  dice con angustia:

–           Si acepto a Popea, Nerón me condenará. Si la rechazo, Popea nos arruinará. ¡Oh!…

Está cazado en una trampa mortal. Y no hay salida…

Siguió un silencio muy denso que fue interrumpido por Petronio:

–           ¿Sabes por qué estoy doblemente preocupado? Temo que lo de Popea no sea solo un capricho pasajero. Verás… Hace tiempo que Nerón no le hace caso. El secreto mejor guardado del emperador es éste: mandó castrar a Esporo y está intentando cambiarlo en mujer…  Cuando se harta de sus libertinajes, se entrega a su liberto Doríforo, a quién sirve de mujer, tal como Esporo le sirve a él mismo. Y en estos casos imita la voz y los gemidos de una doncella que sufre la violencia de una violación… Es su última fantasía.

Y ahora lo de Rubria… Ese sacrilegio, Vesta lo vengará. Todos esos excesos le van a cobrar factura.

Marco Aurelio exclama asqueado:

–           ¡Qué sociedad!

Petronio sentencia:

–           A tal sociedad, tal César.

–           Me iré contigo para que mañana salgamos juntos.

–           ¡Vámonos! –confirma Petronio.

Y Marco Aurelio prepara todo para irse con él.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA