Archivos diarios: 4/05/12

46.- LA FE VERDADERA Y SOBRENATURAL I

Séneca no podía disimular lo divertido que estaba. Ni marcial la admiración que le despertaron los cristianos. Tanto Ethan como Acacio, no solo son sabios, sino ingeniosos. Y esa combinación les encantó a los demás. Todos se quedaron reflexionando, en lo que acaban de escuchar con el debate.

Minutos después, Trhaseas dijo:

–         A mí me gustaría saber cómo se construye una fe. Si nuestras creencias son vanas, entonces nos quedamos sin nada

            Lucano confirmó:

            –           Yo quisiera creer igual que ustedes.

            Y el poeta Marcial, preguntó a todos y a ninguno:

–           ¿Cómo se puede llegar a tener Fe?

Leonardo se levanta como impulsado por un resorte y dice con alegría:

–           Tomemos el ejemplo de los templos. Esos edificios sagrados verdaderamente bellos que tienen un solo defecto y es que están dedicados a la nada. Dios estaba presente en el genio del hombre que hizo y que decoró el Partenón. Porque Él está dondequiera que hay vida o manifestación de ella. Ya sea mineral, vegetal o animal.

Él, el Creador del Universo y de todos los hombres, aunque no lo reconozcan, ni lo amen. Está en los astros, en los mares, en los vientos. En los vuelos de las águilas, en los zumbidos del mosquito. En todo está el Altísimo Creador. Dios Único y Trino.

Si la Fe se construye como se construyen los Templos, hay que buscar el espacio para que quede libre y en alto. Esto se hace, queriendo creer.

Cuando nuestra voluntad está inclinada a querer creer, el siguiente paso es muy simple: la Fe es una virtud que Dios nos regala como un don; para que podamos creer en Él y amarlo.

Cuando Dios se vislumbra y se desea conocerlo. ¡Simplemente hay que decirlo!:  ‘Señor, enséñame a conocerte y a amarte.’ Y Él se encargará de traer nuestras almas a la Luz, por medio de la Fe.

La voz de Leonardo, está llena de emoción al continuar:

¿QUÉ ES LA FE?

El hombre experimenta una necesidad instintiva por buscar la Verdad. Esta necesidad es un acicate del alma que vive y está presente en todos los hombres aunque sean paganos; pero sufre en ellos, porque tiene hambre en su nostalgia del Dios Verdadero. El alma lo recuerda en el cuerpo que habita y al que gobierna una mente pagana. Pues el hombre no es solo carne y el cuerpo perecedero, está unido al alma que es inmortal.

LA NECESIDAD DE CREER ES MÁS IMPERIOSA, QUE LA DE RESPIRAR. Aún quién dice que no cree en nada. En alguna cosa cree. Tan solo el hecho de decir: ‘No creo en Dios’ presupone otra Fe. Tal vez en sí mismo o en su inteligencia soberbia.

Aunque el hombre se niegue a reconocerlo, el alma sufre porque recuerda a Dios. Su inteligencia desea al Dios Verdadero de quién viene y tiene hambre de Él. Y trata de acercarse a Él cuando lo percibe.

LA FE ES LA QUE CONSAGRA EL ALTAR DEL CORAZÓN A DIOS.

LA Fe Verdadera y las virtudes, hacen del hombre un hijo de Dios al deificar el alma. Y por eso hay que buscar la ciencia que no yerra y que está contenida en la Doctrina Cristiana. Ella es la que nos guía y nos vuelve capaces de conquistar el Cielo.

La Fe, es el fundamento de la santidad. Una luz especial del Cielo con la que el alma ‘ve a Dios’ en este mundo. Es un rayo de luz que hiriendo el rostro de Dios, lo hace visible para el alma. Es la vida y fortaleza del espíritu. Es el sol que lo calienta y lo ilumina, haciéndolo crecer siempre más en perfección y santidad.

La Fe es fruto del Espíritu Santo. Es una luz oscura que arrastra al hombre hacia Dios por medio de la humildad y es indispensable para la salvación. La Fe, es la prueba que Dios exige a la soberbia y a la inteligencia del hombre, el cual para caminar por ella, debe postrar su orgullo y su propio juicio.

La Fe es el farol luminoso que alumbra el camino oscuro del espíritu y es un caos donde el soberbio se hunde y el orgulloso se estrella…

LA FE ES EL PRECIO DEL CIELO. Desata las manos del Omnipotente. Aplaca la Justicia Divina. Arranca gracias al Eterno. La Fe santifica y salva. Da valor a los actos más sencillos y los lleva sobrenaturalizados a Dios. La Fe es la confianza ciega y el lazo de luz que une al Cielo con la Tierra, porque es un lazo de comunicación que une al hombre con el Cielo y con Dios.

Solamente con ella, el hombre puede caminar firme en medio de los escollos y las espinas de la vida de perfección. Consiste esta luz, en traspasarlo todo, fijando la mirada en un solo punto: Dios. Y jamás separarse de Él en ninguna circunstancia de la vida, ni de la muerte.

La Fe sana el cuerpo, el alma y el corazón, porque el espíritu se acerca a Dios y deja de odiar para aprender a amar. El alma nace de nuevo y la paz y el gozo la acompañan siempre. Son necesarias la Fe y la humildad, para reconocer a Dios. La fortaleza da el poder para conservar la Fe que lo ha encontrado. La fortaleza impide que las asechanzas del demonio aplasten la Fe. Quién se instruye en la Verdad encuentra a Dios y la fe llena de vigor a la perseverancia que es indispensable para no decaer en el camino de la Cruz.

Ahora podemos tener el Reino de Dios, porque Jesús lo consiguió con su muerte. Él nos ha comprado con sus dolores y nadie debe pisotear la Gracia que es el Precio de la Vida y la Sangre de Dios.

Solo el que ama como un niño, cree y espera como un niño. Los párvulos aman sencilla y escuetamente. Dios ama a los niños porque tienen aquella Fe, fidelidad y confianza propia de ellos, que cree con tenacidad. Cree sin titubear. Creen a pesar de las pruebas tremendas, porque aman con la mente, con el corazón, con todas las fuerzas, al Señor su Dios. Los niños eran la alegría del Hombre-Dios. Para el Maestro que tenía en ellos su alivio alegre sobre la Tierra, tan llena de amargura para Él.

Eran las flores llenas de pureza, amorosos y sin malicia. El Reino de los Cielos es para quién sabe tener el alma de niño y acoger la Verdad, con la confianza y la presteza de los niños. Creen con simplicidad, porque tienen su alma virgen de racionalismo, de desconfianza y de soberbia de la mente. Los niños tienen la virginidad del espíritu.

Creer no quiere decir ser crédulos. Creer es aceptar y comprender, siguiendo la luz de la inteligencia, cuanto ha sido dicho por los patriarcas y los santos de Dios. Creer es entender a la luz de la Gracia, cuanto todavía queda oscuro a la inteligencia. Creer es amar. La credulidad es estupidez. El creer es santo, porque es tener el espíritu obediente a los misterios del Señor. La fe Verdadera es la que hace resurgir como hijos del Altísimo.

EL PODER DE LA FE.

La belleza, la potencia, la fuerza de la Fe, son tales; que la plenitud de la misma, solo podrá ser entendida en el Cielo. Aquí no es más que un pálido reflejo, aún en las almas más penetradas de Fe. Pero este reflejo es tan poderoso, que basta para dar orientación a toda una vida y conducirla directo hacia Dios.

¿Qué aseguraba la fe de los antiguos antepasados? La llegada del Mesías.

Hecho que bastaba por sí solo para tener la seguridad en un Dios, Padre del Género Humano. Aseguraba la Vida Eterna a todos aquellos que mueren en el Señor. Y anunciaba el eterno castigo a los trasgresores a su Ley. Aseguraba la Trinidad de Dios. Aseguraba la existencia del Espíritu Santo, del cual vienen todas las luces espiritualmente sobrenaturales.

¿Qué asegura la Fe de los cristianos? Las mismas cosas.

Jesús no modificó la Fe. Al contrario. La ha confirmado y la ha construido alrededor de una roca fuerte: su Iglesia, depositaria de la Verdad por Jesús Mismo. Para los que dicen que el mundo evoluciona y debe cambiar, debiera ser más fácil creer; porque la ciencia está comprobando las verdades aseveradas por Dios.

La alegría más grande de Dios, se la damos cuando lo dejamos salvar nuestra alma a través de la Fe. Y el dolor más grande es cuando el hombre quiere perder su alma, al rechazar su Don de Salvación. La Fe verdadera se encuentra en la Doctrina Cristiana, tal y como Jesús la ha dado. La Fe no es solamente esperanza de cosas creídas. La fe es realidad de vida. Vida que comienza aquí, en esta quimera de la vida humana y terrenal y que se completa en el más allá. En el vivir eterno que nos está esperando.

El hombre quiere hacerlo todo por sí mismo. Le cuesta mucho depender de Dios y por eso es hombre de poca fe. Porque el que cree de verdad, se abandona sin cuestionarse nada más. No hay que desconfiar de Dios. No hay que tener miedo del mañana. Dios siempre provee lo necesario. La gente del mundo siempre se afana por atesorar objetos de los que no puede gozar. La única preocupación debe ser siempre el Reino de Dios y su Justicia. Las añadiduras las provee el Padre Celestial que ama a sus hijos y no los desampara nunca.

Muchos rechazan creer. ¡Y no quieren creer porque tienen pavor de hacerlo!Implica un cambio radical que no están dispuestos a hacer. No hay que olvidar que Dios mira las obras de los hombres y no sus palabras. El que rehúsa aceptar a Jesús como Salvador, deberá aceptarlo forzosamente como Juez.

Hay que consumir el viejo ‘yo’ en el fuego del Dolor, para que la Fe pueda ser traducida, concretada y actuada en la vida diaria. La Fe debe bañar todas nuestras acciones y solo entonces se vuelve práctica. La Fe sin obras es vana y las obras sin Fe, no sirven para nada. La verdadera Fe, cree ciegamente que Jesús es Dios, el Salvador. Que su Palabra dice la verdad y ama obedeciéndola.

Cree firmemente en la esperanza de alcanzar la vida Eterna y ama a Dios a través de los velos de la Fe. Dios regala esta virtud a las almas y es de una fuerza tal, que el hombre no puede arrancarla de su corazón. Muchas almas la enlodan, la ensucian, la pisan, la desprecian; pero en el fondo se convierte en un tormento para los malos y les repite que hay un Dios justo. Y nunca pueden callar esta voz dulce para los buenos y terrible para los pecadores obstinados.

Vivir sin creer es imposible. Quién no cree en Dios, en el Dios Verdadero; creerá por fuerza en otros dioses.  Quién no cree en ningún dios, creerá en los ídolos: los placeres, el dinero o la fuerza de las armas. Pero sin creer en nada, no pueden estar. Peor que la oscuridad que envuelve al ciego, es la oscuridad del alma que no tiene fe en ninguna cosa humana o sobrehumana. No les queda más que matar al alma y al cuerpo con la muerte violenta.

Cuando Judas dejó de creer en Jesús, en la satisfacción del dinero, en la ambición del poder y en la protección humana, se suicidó. No fue por el remordimiento de su delito. Después de su traición, todo quedó claro ante sus ojos y se dio cuenta de que nada de esto lo hacía feliz. De la oscuridad de su desesperación que lo tenía en la nada, se arrojó en la oscuridad del Infierno.

EL ABSOLUTISMO DE LA FE.

Se cree o no se cree.

Porque no es posible creer a medias. La esencia de la Fe es un círculo maravilloso que no conoce interrupción y ciñe con un abrazo vital. Creer es aceptar con simplicidad de párvulos, lo que la bondad divina dice que hay que creer. Por eso es necesaria la Fe Absoluta, pues basta rechazar una parte de la Verdad, para hacer un caos en el alma. Basta con acoger una verdad de menos en la Doctrina Cristiana, para hacer tambalear todo el edificio de la Fe.

Se cree todo o no se cree nada. Se acepta todo o no se acepta nada. Jesús lo dijo más conciso:el que no está conmigo, está contra Mí. Por eso es necesario ser fieles, aceptando su Palabra sin quererla censurar. Y en donde nuestra debilidad no pueda entenderla, ¡Hay que preguntarle al Maestro que las dijo! Él es la Luz del Mundo y ama enseñar al que con humildad y amor le pide ser aceptado como discípulo. Él no quiere nuestra ruina, sino nuestra salvación.

Un ejemplo de fe limitada y las consecuencias de esto, lo tenemos en Pedro. Pedro en su pesantez humana, no tenía todavía al Espíritu Santo con la plenitud de Pentecostés. Era un hombre bueno que no quería aceptar totalmente la Palabra de Jesús, en lo que era inconcebible para él: la Pasión de su Maestro. Su mismo gran amor por Jesús, lo lleva a rechazar aquella verdad sangrienta que Él anunciaba que le estaba reservada. ‘Señor, que esto no suceda nunca.’ Había dicho una vez. Y después de la reprensión de Jesús, no lo volvió a repetir.

Pero en el interior de su corazón se rebelaba ante la idea de que a su Señor le esperaba una suerte tan horrenda.

Juan por el contrario, aceptaba todo. Su corazón de niño se trituraba con las palabras que oía decir a quién amaba y sabía que era la Verdad Absoluta. Juan, el puro y amoroso creyente, permaneció fiel al pie de la Cruz. Pedro, que quiso acoger de la Verdad, aquellas verdades que lo seducían… lo renegó…

Y su culpa de aquella hora, fue una falta de valor; pero más que nada, una falta de Fe. Si hubiera creído en Jesús con absoluta fidelidad, hubiera entendido que Jesús nunca fue más Rey, Maestro y Señor, que en aquella hora en que parecía un vulgar delincuente.

Fue precisamente en aquel momento, en que las enseñanzas del Maestro dejaron de ser una teoría, para convertirse en hechos verdaderos.

Fue entonces cuando Jesús afirmó el Reino para todos aquellos que habían de compartirlo, asumiendo con Él la púrpura y la corona, que más espléndidos no podían ser. Porque la primera era dada por la sangre de un Dios y la segunda era el testimonio de la potencia que alcanza el amor de Dios por los hombres. De un Dios que sufrió la Muerte con el Martirio, para elevar mártires eternos de entre los hombres…  Ha sido entonces cuando Jesús ha recuperado plena y completa, su Vestidura de Señor del Cielo y de la Tierra.

Los que tienen una fe limitada, pretenden de Dios, bienes de bienestar terreno que Jesús nunca prometió dar, porque Él dirige hacia el Cielo y no a las cosas del mundo. Todo lo que Él da de felicidad terrena, es algo extra que no merecemos y no podemos exigir… Cuando se tiene una Fe Absoluta, no se tienta a Dios, pidiéndole pruebas para creer…

Los Tomases se procuran los tormentos de Tomás, que sufrió más días que los demás; por no creer en la Resurrección desde el primer momento. Y después sufrió más días, por no haber creído a los que lo habían constatado. Y su arrepentimiento y su dolor aumentaron ante Aquel Dios que le tomó la mano, para introducirlas en sus heridas…

 

LA FE DE ABRAHAM

Abraham fue el Padre de todos los creyentes. O sea, de todos los que sienten  resonar en su espíritu, la voz espiritual del Dios Altísimo. Y saben comprender las palabras que esta voz inefable les dice: y creen y le obedecen a sus mandatos. Pero Abraham era hombre que amaba al Dios Verdadero, su razón no era soberbia y reconocía a Dios en todas las cosas. Se sentía su creatura. Doblegaba su pensamiento en reverencial sujeción delante del Altísimo, cuyas manifestaciones veía en toda su Creación. Y su espíritu era justo; conservándolo puro de toda suerte de idolatrías.

Justo era también su cuerpo, obediente a los mandatos que Dios había dado a Adán. Trabajaba el campo para arrancarle su alimento. Y le era preciosa la fatiga que encontraba gusto en el trabajo, por más que le fuese penoso. Le parecía justo que su pan tuviese como condimento la sal de su sudor y justa también la muerte que convertiría su carne en polvo. Humilde delante del Altísimo, se consideraba un granillo de polvo. Polvo. Polvo frente al Inmenso, el Infinito, el Potentísimo. Y como un grano de polvo, se dejaba transportar por la Voluntad del Señor, sin adherirse a cosa alguna por preciosa que fuera, considerándolas transitorias solamente.

Creyente en Dios. Confiado en la Bondad de Dios. Obediente a Dios. Tenía todos los requisitos para sentir resonar en su espíritu, la Voz de Dios. Y comprender sus palabras. Y obedecer lo que Dios le ordenaba. Abraham creyó y esperó contra toda esperanza. Cuando ya tenía la certeza de que Saray no tendría descendencia y andaba prófugo fuera de su Tierra y lejos de su parentela. En las condiciones menos favorables para creer que el Señor haría de él una gran nación y que a su estirpe le sería dada aquella tierra, que después fue la Palestina y con una descendencia que Dios multiplicaría como el polvo de la tierra.

¿Cómo puede haber posteridad y multiplicación? Abraham no tenía la semilla: el heredero.

En el regazo estéril de Saray, no florecía semilla de posteridad. Y aún así…  no obstante todo, Abraham creyó que Dios le concedería el heredero.

Recibió la promesa y pasaron los años. Su Fe se afianzaba con el pasar del tiempo, sin que tuviera cumplimiento la promesa de Dios. Abraham seguía esperando y confiando en Él. Por fin, cuando tenía cien años y ya ni su cuerpo, ni el de su esposa podían ya dar vida, Dios da el plazo de un año para que tuviera cumplimiento lo que le había prometido.

Este anuncio hizo que su Fe cobrara más vigor. Después, cuando fue padre de Isaac, le es pedido el hijo para sacrificarlo. En lugar de sentirse traicionado en su Fe, amó más a Dios que a su hijo y no se lo negó. Su amor y su lealtad fueron premiados…

 Y Dios tomó en cuenta esa Fe para hacerlo santo.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA