PRINCIPIO DEL DESASTRE
Mientras tanto en Roma, los cristianos advertidos por el Espíritu Santo; algunos abandonaron la ciudad y se fueron a la Puerta del Cielo o a otros lugares más lejanos, donde tenían parientes. Otros, también siguiendo las instrucciones del Divino Espíritu, solo cambiaron de barrio o se refugiaron en casas de otros cristianos.
En la Puerta del Cielo, ante millares de cristianos reunidos, se oyó fuerte y clara la voz apacible e inconfundible:
– ¡Qué la Paz sea con todos vosotros!
Es el apóstol Pedro que extendiendo sus manos dice tranquilamente:
– ¿Por qué perturba el temor vuestros corazones? ¿Quién de vosotros podría decir lo que va a suceder, antes de que llegue la hora? Si el castigo de Babilonia es el fuego de su Indignación Santa que ha permitido que esto sucediera, no debéis olvidar que su Misericordia se extenderá a todos los que han sido purificados con el Bautismo y vosotros, cuyos pecados han sido redimidos con la Sangre del Cordero moriréis con su Nombre Santísimo en vuestros labios. Creo que es necesario que Pablo os recuerde, una lección que ya habéis escuchado antes de vuestro Bautismo, cuando fuisteis catecúmenos.
Pedro se hace a un lado y la voz de Pablo resuena fuerte como una campana en aquel lugar. Cada corazón bebe ansioso sus palabras:
“Nos gloríamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce paciencia. La paciencia, una virtud probada: la esperanza. Y la esperanza no quedará confundida pues el Amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones, por virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado. Porque si somos hijos, también somos herederos. Herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con Él, para ser también con Él glorificados.”
EL SUFRIMIENTO ES LA PARTE ESENCIAL DEL DOLOR. El padecimiento toca al cuerpo y el sufrimiento toca el alma. Los dos constituyen la esencia de la Cruz, preparan al alma para la contemplación y son apoyos indispensables para la Oración. Porque sin sufrimiento no existe la vida espiritual ni se puede llegar a la perfección. Pues la regeneración del alma es dolorosa. El sufrimiento es medio, no solo útil, sino necesario para la purificación, la transformación y divinización del alma. El que se niega a purificarse en su camino por la Tierra y no aprende a amar de verdad, deberá hacerlo de una manera mucho más tremenda en el Purgatorio, donde la ausencia de Dios es el más terrible de los tormentos.
En nuestra jornada terrenal, Jesús dosifica el sufrimiento y nos ayuda a soportarlo, con su Amor. Él nos imprime su Semejanza de tal forma que se llega a amar el sufrimiento y lo pedimos como una Gracia. El alma que ama desea sufrir y el sufrimiento aumenta el amor. El amor y el sufrimiento, unen al alma con Dios hasta fundirla en una misma cosa con Él.
La comodidad y el placer son los peores enemigos del sufrimiento y cuando son apoyados por el amor propio, el alma huye del Dolor y por lo tanto de la Cruz. El que huye de la Cruz, huye de la Luz. Se ama en la medida que se sufre. Y el que huye del sufrimiento, huye del amor. No se puede orar; no se puede aceptar el sufrimiento, si no se cree y no se ama.
Amor es paciencia y perdón. Paciencia en las tribulaciones. Porque el mal lo hereda el hombre de Satanás, Príncipe del Mal y Monstruo devorador e insaciable, de Odio Eterno y viviente. El mundo es de los malos y el Paraíso de los buenos. Esta es la verdad y la promesa. El mundo pasa, el Paraíso, no. Y si es así, ¿Por qué perturbarse por lo que hacen los malos?
¿Por qué son felices los que obran mal? Son los eternos lamentos de quién es bueno y oprimido. Porque la carne gime, cosa que no debería ser. Y cuanto más pisoteada, tanto más debería levantar, las alas del alma en el júbilo del Señor. La Tierra es un lugar de exilio. La Humanidad entera está en marcha hacia la Eternidad. La vida es una prueba para amar y expiar.
El sufrimiento que el hombre se procura al estar lejos de Dios y por desobedecer sus Leyes, es un cáliz amarguísimo y un sufrimiento inútil. Al no beber en las fuentes de la Sabiduría, el hombre carece de la Fuerza de Dios, que podría consolarlo.
El hombre se cree siempre capaz de todo y trata de ser autosuficiente. Frecuentemente olvida que necesita a Dios y en ese empeño se va a la ruina. El sufrimiento hace que el hombre recuerde que sin la ayuda Divina, somos causantes del mismo sufrimiento que nos aflige. Las desventuras manifiestan la locura y necedad humana y la existencia del Poder y la Bondad de Dios.
Cuando la soberbia más refinada de un alma llega hasta el punto de creerse buena, se cree que no se merece sufrir tanto y se autoproclama que no hay culpas que expiar. Cuando se piensa así, es porque se es un monstruo perfecto.
Es entonces cuando hay que mirar atrás en el pasado: ‘no he robado’, ‘no he matado’.
No son sólo éstas las culpas que merecen pena. No roba solamente el asaltante que hace uso de la violencia y sabe ocultarse para que no lo identifiquen. Se roba de muchos modos y se roban muchas cosas que no son solo bienes materiales. Además del dinero, joyas, bienes; se roba honor, pureza, estima, salud, beneficios. Y hacia Dios, respeto, culto de verdadera obediencia, agradecimiento, amor auténtico, etc.
Y esto lo hacen aparentemente las personas más honestas. ¿Aquel que lleva a alguien a desesperarse, no mata; aunque el desesperado no se suicide? Sí. Mata la parte más selecta: el espíritu, que desesperado se aleja de Dios y muere, cuando el odio se apodera del alma.
El que con obras y palabras siembra la incredulidad y la idolatría en sí mismo o en los demás, comete el pecado de Deicidio, porque al matar la Fe imposibilita al alma para salvarse y además le roba a Dios el alma que le pertenece por justicia. El que quita la paz y el honor a una mujer y niega la paternidad y el amor al bastardo que engendró, comete uno de los robos más graves y maldecidos por Dios… Y…
Nadie está sin culpas que expiar. Meditando las cosas de esta forma, debemos llegar a la conclusión de que la vida más dolorosa es un castigo de amor muy leve, dado por un Dios Amorosísimo, que no quiere castigar eternamente…
EL SUFRIMIENTO Y EL AMOR.
Nunca la caridad va separada del sufrimiento, porque al ser cosa santa, desencadena las iras del Enemigo y Satanás es experto en infligir tormento. Y nunca el sufrimiento va separado de la gloria, porque Dios es justo y da a quién da.
Los propósitos del Amor, son constantemente atacados por el Demonio, el Mundo, la Carne. Y no hay flagelo más duro que los hombres mismos. Ellos proporcionan el fuego y la purificación con la que el alma se prueba y se acrisola como el oro y la plata. La sabiduría de la Resignación y las promesas del mundo futuro, preservan del Odio.
El Odio es poderoso en el mundo pero tiene sus límites. El Amor no tiene límites, ni en fuerza, ni en tiempo. El amor se convierte en defensa y consuelo sobre la tierra y premio en el Cielo. La justicia de Dios, siempre vigila aunque parezca ausente. Y el sufrimiento nunca debe conducir al odio, aunque los hechos parezcan justificarlo.
Dios nunca retira la Gracia que da. Si el hombre permanece sin pecar, su sufrimiento lo lleva a la santidad.
Quien cree en Él, no debe estar triste y sin esperanza, como los que no lo conocen. No es pecado estar triste, si los momentos son dolorosos. Es pecado ceder más allá de la tristeza y caer en la inercia y la desesperación.
La Oración y la Palabra son el lenitivo para los sufrimientos. Solo se debe buscar el Amor de Dios para consolarnos. Y en el corazón solo debe existir un amor absoluto por Dios, sin apoyarse en nadie más. A Dios no le agrada hacer sufrir al hombre, porque lo ama. Por ese mismo amor que lo indujo a Él para salvar, Él sabe que no hay otro camino que el de la Cruz.
Nunca impone sufrimientos que estén por encima de los que la creatura pueda soportar. Cuando el dolor aumenta, también es aumentada la capacidad de sufrimiento y el Espíritu santo comunica la fortaleza necesaria, para que la voluntad del hombre siga siendo heroica y crezca la tolerancia y el amor. Y puedan cumplir la misión delicada y santa de ser víctimas que salven.
No importa el camino por el que se le llama, siempre será el amor. El alma aprende a amar hasta consumirse en una llama de amor, porque han comprendido la Fuerza Poderosa del Dolor.
Y el Amor hace que el sufrimiento sea dulzura y la dulzura sufrimiento.En la misma proporción en que se ama, Dios ayuda a triunfar. Las almas-víctimas aman de una manera total y triunfan de una manera absoluta.
El viento de las contrariedades aviva a los que son verdaderas llamas en el amor. Arden y se consuman a sí mismas en una oblación constante. Los dolores más amargos son proporcionados por los más amados de los suyos. Los sufrimientos mayores vienen de los propios familiares. Son la corona de espinas de los elegidos.
Dios siempre sabe en qué medida debe probarlos. Cuando el sufrimiento aumenta, también aumenta la Gracia para soportarlo. Cuanto más fuerte es la Prueba, tanto más debemos confiar en Él. Algunas veces es tan dolorosa que nos asalta el deseo de renunciar y el pensamiento de que era mejor no haber conocido el Camino, jamás.
La voluntad de entrega y el amor que clama al Señor, es lo único que fortalece para salir adelante.
Cuanto se es mejor, tanto más se sufre. El sufrimiento es amor activo que trabaja más que cualquier otra cosa a favor de las almas y principalmente en la salvación de los familiares, que son los primeros que hay obligación de salvar. Cuanto más se sufre, más se redime. El sufrimiento es amor ofrecido en sacrificio a Dios y sirve para obtener gracias para los demás.
Nada se pierde en la economía santa del Amor Universal. En el sufrimiento está la perfección del Amor. Dar afecto y recibir indiferencia y odio. Dar obras y verlas rechazadas, supera en acerbidad a los tormentos que solo torturan el cuerpo. La indiferencia, la ingratitud y el odio, hieren al alma y convulsionan el espíritu.
Por eso Jesús debe ser el único amor de nuestro corazón, dulce tormento de nuestra alma y agradable martirio de nuestro cuerpo. Debemos ser víctimas de su Corazón, por medio de un amargo disgusto que no sea Él. Víctimas de su alma, por todas las angustias que la nuestra sea capaz de soportar. Víctimas de su Cuerpo, con el alejamiento de todo lo que satisface al nuestro y por el sometimiento total de una carne criminal y maldita.
Él nos quiere conscientes de nuestro papel dentro del Cuerpo Místico. Nos quiere vivos, vibrantes de Gracia, de Fe, de amor y por tanto de sufrimientos. Nos quiere totalmente consagrados a Él, trabajando por sus intereses, sin perdonar esfuerzos, ni sufrimientos.
“En vuestro Nombre Señor obraré y sé que seré poderoso.” Esta es la Oración que hemos hecho nosotros los apóstoles, pobres e ignorantes ante el mundo, pero ricos y sabios con Cristo. Él, lo único que nos pide son tres cosas:
1- REPARACIÓN. Sabiendo cuantas almas le ofenden, debemos trabajar con Él, reparando con nuestras oraciones, trabajos y penitencias.
2- AMOR. Intimidad con Aquel que es todo Amor y que se pone al nivel de sus creaturas para amarlas y enseñarlas a amarlo. Estrechando nuestra unión con Él. Reparando, redimiendo y salvando con el Salvador Divino. Trabajando por Él, con Él y en Él, en íntima unión con sus sentimientos y sus deseos.
3- CONFIANZA. Debemos estar seguros de Aquel que es Bondad y Misericordia, estando en contacto con Él, las veinticuatro horas del día. Viviendo con Él, que nos conoce y al cual conocemos. Sabiendo que nos ama con locura, porque somos sus almas escogidas, para que viviendo en Él y conociendo su Corazón, lo esperemos todo de Él.
Este es el llamado que Jesús hace como invitación al alma que ha elegido y que siente estremecer su corazón ante este maravilloso privilegio. Pero…
EL HAMBRE DEL ESPIRITU, CONTRA LA RESISTENCIA DE LA CARNE.
Jesús tuvo necesidad de un Ángel Confortador que lo exhortara a sufrir en el Huerto de Getsemani. Porque si para Él, era algo precioso el hacer la Voluntad del Padre, con su espíritu encendido por la Caridad, sin embargo no estaba privado de los terrores y las rebeliones de la carne delante del sufrimiento.
Los pequeños Jesús también experimentan este dualismo entre el espíritu y la Carne. El espíritu que grita: ‘! Inmolación para tener salvación!’ Y la carne que gime: ‘! Piedad! Quiero vivir y no sufrir’ Cuando esto sucede, Dios viene y auxilia fortificando la carne al Dolor, con su Palabra. Él tiene piedad de nuestra carne, porque en las almas víctimas, es instrumento de Redención, cuando el Espíritu de Dios la posee y la mueve a su placer, como la hierba que el viento besa; conocerá la gloria del Reino de Dios.
Jesús santificó también la carne, redimiéndola con su Doctrina y con la Sangre. Es la vestidura del altar del corazón en el espíritu que se inmola en una carne pura, sacrificada, hecha preciosa por el Dolor. No se debe esperar comprensión y gratitud del mundo. El mundo los tratará como trató a Jesús: el mundo no las conoce porque ya no son del mundo. Ellas se inmolan por el mundo y el mundo las mira sacudiendo la cabeza, cubriéndolas de escarnio y golpeándolas con sus armas más perversas. También el mundo llega a matarlas y Dios les dará doble vida, porque serán mártires dos veces: del Mundo y del Amor.
No hay que cansarse de ser víctimas. Las injurias y los golpes del mundo, no obstante que son como golpes de ariete contra frágiles carruajes, no deben apartarnos fuera de la Vía Purpúrea del Sacrificio, que se injerta en la Vía Regia que conduce al espíritu hacia Dios.
Hay que seguir a Jesús por la senda del Sufrimiento comprendido, aceptado, amado y vivido sólo por Él, como humilde respuesta a lo que nos pide el Señor. Cuando las tribulaciones y el sufrimiento se hacen más agudos, hay que cuidarse del Desaliento, arma infernal usada por Satanás, para atrofiarnos toda actividad interior. Es entonces cuando hay que encuadrar los sufrimientos, dentro de la real visión de la vida entendida como Prueba. No hay que decir: ‘Todo es inútil’ cuando parece que la semilla haya caído en terrenos áridos. Con el llanto se riega y con el holocausto total, todo se convierte en tierra fecunda. Y con la Oración y una inteligencia despierta al Amor, las derrotas se vuelven las más rotundas victorias.
El sufrimiento es el oro puro del amor del Alma-víctima, sangre del corazón de la mística Comunión de los Santos y que con Cristo a la cabeza, resucita a los muertos en el espíritu. Resurrección mucho más preciosa que la de la carne. El sufrimiento ofrecido a Dios con amor y con alegría, abandonándose completamente a la Voluntad de Dios, se convierte en un don precioso. Y Él corresponde con su ayuda y su consuelo.
Él Mismo ayuda a sufrir. Y el auxilio de María es invaluable, con su dulzura maternal. Ella también nos forma y nos ayuda a extendernos sobre la Cruz, en la alegría de ofrecerse a Dios por los hermanos, igual que Jesús se entregó a nosotros. Y es entonces cuando la Cruz se lleva con alegría y no pesa. El sufrimiento se vuelve dulce y conduce a la verdadera paz del corazón, porque en la Oración está el lenitivo y la fuerza para seguir siempre adelante, ofreciendo siempre a Dios todos:
Los sufrimientos interiores. Humillan mucho porque provienen de la experiencia de sus limitaciones, de sus defectos, de sus numerosos apegos. Lo procuran, el desarrollo de las circunstancias que nos rodean y que la providencia de Dios permite para sus misteriosos designios, que siempre están llenos de Amor.
Los sufrimientos exteriores. Son los que con frecuencia nos procura Satanás, cuando nos ataca con toda su rabia y su furor, tratando de destruirnos para hacernos desistir de seguir a Jesús. A todos nos atormenta con todo género de tentaciones. Con la Duda y la Desconfianza, con la Aridez y el Cansancio, con la Crítica, la Ironía y la Calumnia. Y a veces con palizas que físicamente nos dejan fuera de combate por breve tiempo, pero que con la Oración son vencidas y ampliamente recompensadas. También aquí entran los que provienen de las persecuciones que terminan con el martirio cruento.
EL SUFRIMIENTO EXPIATORIO.
El hombre peca con demasiadas maldiciones y para que Dios no acabe exterminándolo, porque además hace la tremenda acusación a Dios de las desesperaciones que son fruto natural de una vida sin Fe y alejada de Dios. Y que se procuran a sí mismos con las consecuencias de sus actos. Y para que no finalicen condenados eternamente, es necesario que las víctimas amen, sufran, rueguen, bendigan, crean, esperen, adoren, sufran. Sufrir, sufrir y sufrir, para que purifiquen a los que van a la muerte del espíritu. El sufrimiento de las víctimas, es el que mantiene a raya a Satanás, que se ha vuelto poderoso por las demasiadas maldiciones que lo hacen permanecer haciendo el Mal.
El sufrimiento expiatorio convierte a las almas en salvadoras. ¡Salvar! Para salvar a la humanidad, Jesús dejó el Cielo y conoció la Muerte. Salvar es la más grande de las caridades. Y convierte a las almas víctimas en salvadoras iguales a Cristo. Para salvar al mundo de la desesperación las víctimas son torturadas con todas las desesperaciones y nunca cesan de sufrir. Las calumnias y las murmuraciones del mundo, son su pan de cada día.
¿POR QUÉ SUFREN?
Porque un alma necesita su agonía para volver a Dios.
Dios toma su ardor para calentar a otras almas y ellas se quedan frías; sufriendo la gélida aridez espiritual. Sintiendo que no aman a Dios y con un dolor punzante por lo mismo. Pero mantienen su fidelidad y esto detiene el Brazo de la Justicia Divina, para que no descargue su cólera sobre los pecadores. Un solo acto de amor, cuando se sienten desamparadas, repara las ingratitudes de muchas almas. Y cuando están insensibles y con su voluntad heroica, repiten su amor y su fidelidad y se entregan con docilidad, para seguir crucificadas, siendo un bálsamo precioso y un consuelo para el corazón de Dios.
Y beben su amargura voluntariamente, para expiar convencidos de que Dios trabaja con su sufrimiento, cuyos resultados solo verán cuando hayan regresado a Él. Y con el llanto bañándoles las mejillas, lloran sobre el Corazón de Dios su Dolor y su tristeza, porque sobre Él es dulce amar y es dulce sufrir. Y le entregan todo su dolor y su tristeza. Y Jesús es el Sol que ilumina con una sonrisa, en medio de la tempestad. Y sus brazos son el consuelo que rodea su soledad. El sufrimiento de las víctimas suple el segundo martirio que el Padre ya no quiere que Jesús cumpla. Y por eso, a cada alma que se inmola, le es concedido expiar y salvar. Los sufrimientos del alma-víctima, obtienen de Dios Luz, para que las almas puedan reconocerlo.
Siempre sufrirán los inocentes y los santos, porque ellos expían por todos. Su dolor y su sufrimiento redime y salva. Víctimas puras a las que consuma el amor, junto a la Gran Víctima, en el Sacrificio Perpetuo: La Eucaristía.
HERMANO EN CRISTO JESUS: