58.- LA VENGANZA DE POPEA

Al principio no solo nadie pone en duda que fueran los cristianos, los autores de la tragedia. Tampoco nadie quiere dudarlo puesto que el castigo de los acusados va a proporcionar al populacho un espléndido entretenimiento.

El grito: ¡Cristianos a los leones! Sigue propagándose por toda la ciudad.

Sin embargo también hay la opinión de que la catástrofe alcanzó tan tremendas dimensiones, por la cólera de los dioses. Y por esta razón empezaron a ofrecer en los templos, sacrificios expiatorios purificadores.

Previa consulta de los libros Sibilinos, el senado dispuso celebrar solemnidades a Vulcano, Proserpina y Ceres. Las matronas hacen ofrendas a Juno y hubo una procesión para llevar agua del mar con qué aspergear la estatua de la diosa. Y así toda Roma fue purificándose de sus culpas y haciendo sacrificios para aplacar la cólera de los dioses inmortales.

Y comenzaron la reconstrucción de la ciudad.

Se abrieron calles nuevas, anchas y magníficas. Colocaron los cimientos para casas majestuosas, palacios y templos. Pero ante todo construyeron con admirable rapidez, un enorme Anfiteatro en el cual van a ser sacrificados los cristianos.

Inmediatamente después del consejo celebrado se dio orden a los cónsules para que procuren un nuevo suministro de bestias feroces. Para ello, Haloto vació los vivares de todas las ciudades italianas y mandó traer elefantes y tigres de Asia. Cocodrilos e hipopótamos del Nilo. Leones del Atlas. Lobos y osos de los Pirineos. Sabuesos feroces de Hibernya. Perros molosios del Epiro. Bisontes y gigantescos uros salvajes de Germania. En África organizaron grandes cacerías, en las cuales obligaron a participar a todos los habitantes de todas las poblaciones de cada región.

A causa del número extraordinario de presos, los juegos van a sobrepasar en grandeza a todos lo que hasta entonces se han conocido.

César quiere borrar de la memoria de todos,  el recuerdo del incendio y embriagar de sangre a toda Roma. Y por eso reunió todos los elementos para la cruenta hecatombe y darle las proporciones jamás imaginadas.

El pueblo ayuda a los pretorianos en la caza de cristianos, que se dejan arrestar sin oponer la más mínima resistencia. Pero con su mansedumbre, lo único que logran es que aumente la rabia del populacho y una especie de locura que se ha apoderado de los perseguidores…

En el silencio de la noche aumentan los bramidos y rugidos que dan las fieras y que resuenan por todas partes como un eco siniestro y aterrador.

Y no hay piedad. Las prisiones rebosan de víctimas…

Toda la gente parece que lo único que sabe articular en un salvaje frenesí, es el furibundo alarido: ¡Los cristianos a los leones!

Y hasta el clima se ha vuelto extremo, con días de calor extraordinario y noches más sofocantes que nunca. Pareciera que hasta el aire también está impregnado del olor a sangre locura y crimen.

Y a esa desbordada crueldad, corresponde en igual proporción, el anhelo por el martirio…  

Es perfectamente sabido en el Palatino, que entre los confesores de Cristo, hay personajes importantes, patricios de familias muy distinguidas, nobles y de linajes reconocidos.

Pero el César teme que el pueblo no crea que semejantes personas hubiesen podido incendiar Roma y puesto que lo importante es que todos estén plenamente convencidos de que los incendiarios son los cristianos; el castigo de esos patricios y la venganza contra ellos, decide aplazarlas un poco…

Otros opinan equivocadamente, que la momentánea salvación de los quirites se debe a Actea.

Lo cierto es que Petronio, después de separarse de Marco Aurelio se entrevistó con Actea para buscar su cooperación a favor de Alexandra; pero ella solo pudo ofrecerle sus oraciones, pues vive en medio del sufrimiento y el olvido… Se le tolera con la condición de que se mantenga invisible… tanto para Popea, como para el César.

Entonces Actea visitó a Alexandra en la cárcel. Le llevó ropa, alimentos y la protegió de posibles ultrajes por parte de los guardianes de su prisión, quienes ya habían sido muy bien remunerados por Marco Aurelio.

Petronio se siente responsable por la tragedia que están viviendo Marco Aurelio y Alexandra, pues todo comenzó cuando él cometió el error de sacarla de la casa de los Quintiliano. A raíz de ello, ella está ahora en la cárcel. Por eso ha decidido emplear todos los recursos para remediar lo sucedido.

–           Los caminos de Dios, no son nuestros caminos…

Esta enigmática respuesta de Actea, no significó nada para Petronio.

Enseguida fue a visitar a Séneca. Éste le mostró su solidaridad y su comprensión, pues él también está incierto de su propio futuro. Plinio y Marcial le dijeron que estando Popea de por medio, mejor se olvidara del asunto. Terpnum y Menecrato movieron la cabeza y no hicieron nada. Haloto y Julia Mesalina, no le aseguraron el favor de Popea. El bello Pitágoras, Paris, Esporo y Alituro, a quienes nada negaba el César, le dijeron que no había nada que hacer. Vitelio contó al César que había intentado sobornarlo. Y la guardia sobre Alexandra fue reforzada…

Solamente Alituro que al principio había estado hostil hacia los cristianos, se movió a compasión a favor de ellos y tuvo el valor suficiente para mencionar el asunto al César y buscar su favor implorando gracia por la doncella encarcelada, pero lo único que obtuvo fue esta respuesta:

–           ¿Consideras acaso que tengo un espíritu  inferior al de Bruto, quién no perdonó ni a sus propios hijos tratándose de la salud de Roma?

La sentencia ha sido confirmada… Y lo lamentó por Marco Aurelio.

Éste le comentó a su tío que pensaba ir a postrarse a los pies de Nerón para suplicarle clemencia, pero Petronio al escucharlo le dijo:

–           Te aconsejo que abandones esa idea. Si te responde con una negativa, una burla o una vergonzosa amenaza ¿Qué harás?…  Porque lo único que lograrás es cerrarte cualquier posibilidad de salvación. Tienes derecho de provocar tu propia ruina, pero no la de ella. Recuerda lo que le pasó a la hija de Sejano antes de morir…

Marco Aurelio sintió que está viviendo una pesadilla…

La Venganza de Popea lo está golpeando con toda su crueldad…

La inexorable destrucción de su esposa le produce un dolor insoportable. El rugido de las fieras, el golpe de las hachas al cortar la madera para la construcción del nuevo circo, las prisiones rebosantes de cristianos vinieron a confirmar su dolorosa realidad…

Y por un momento sintió que se quebrantaba su fe en Cristo. Y este quebrantamiento es una nueva tortura para su alma… La más horrenda de todas…

Pero su voluntad prevaleció:

–           ¡No!…¡No!… ¡No! Yo soy cristiano. Yo sé lo que tengo que hacer…

Y fortaleció su decisión al recordar las palabras de Jesús: Pase lo que pase, confía en Mí’ y también las de Pedro: ‘No caerá uno solo de tus cabellos. Ten Fe.’

Se aferró a esta esperanza y a partir de ese momento pasó noches enteras con Bernabé, a la puerta de la celda de Alexandra. Y cuando ella le obliga a que se vaya a descansar, vuelve a la casa de Petronio y pasa horas en su cubículum postrado en tierra o de rodillas, con los brazos levantados, implorando al Cielo; pidiéndole a Dios un milagro…

Porque solo un milagro puede salvarla… Y con su frente pegada a las baldosas, recordando a Jesús en el Huerto, ora fervientemente…

Mientras el tiempo transcurre, llegó la terrible noticia: el Anfiteatro ha sido terminado y los Juegos van a dar comienzo…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

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