Archivos diarios: 31/05/12

72.- UN PLAN… ¿PERFECTO?

En la madrugada ya casi cerca del alba, Petronio y Marco Aurelio regresan a casa. Durante el trayecto estuvieron silenciosos, pues se encontraron con las carretas que del Spolarium están conduciendo, los sangrientos despojos de los cristianos…

Cuando están en la biblioteca, Petronio dice a Marco Aurelio:

–           ¿Has pensado en lo que te propuse?

–           Sí.

–           ¿Puedes creerme que para mí también esta cuestión, es ahora de vital importancia? Tenemos que liberarla a despecho del César y de Tigelino. Es una batalla que debo ganar aunque me cueste la vida. Y lo que pasó hoy, me ha confirmado en mi propósito.

Marco Aurelio exclama emocionado:

–           ¡Qué Cristo te lo pague con su Luz!

Petronio replica sin ocultar su preocupación:

–           Mejor dile que nos ayude…

En ese momento entra el mayordomo y dice:

–           Hay un joven que dice traer noticias de la amita.

Marco Aurelio responde anhelante:

–           ¡Pásalo aquí!

Cuando lo llevan, el joven se descubre la cabeza. Echa atrás la capucha de su capa, diciendo:

–           ¿Está aquí el noble Marco Aurelio Petronio?

Éste exclama al reconocer al hijo de Isabel:

–           ¡Oh, David! ¡Eres tú hermano mío! La paz sea contigo. ¿Qué deseas?

–           Y también contigo, hermano. Vengo de la prisión y traigo noticias de Alexandra.

.           El tribuno puso una mano en el hombro del joven. Lo miró a los ojos sin poder hablar. Pero David comprendió y dijo:

–           Ella vive todavía. Bernabé me manda a decirte que en su delirio, ella ora y repite tu nombre.

Marco Aurelio exclamó:

–           ¡Gracias a Dios! ¡Alabado sea Jesucristo!

David contestó:

–           Por los siglos de los siglos. Amén. La enfermedad la salvó de la violación y de la muerte. A ella no se la pudieron llevar con los jóvenes destinados a la diversión del César.

Marco Aurelio y Petronio intercambian una mirada de mutua comprensión al recordar los sucesos del frustrado banquete y el encuentro de Nerón con los jóvenes en el Circo. Y en las teas…

David continúa:

–           Los verdugos temen al contagio. Bernabé y Mauro el médico, velan día y noche a su lado.

Petronio pregunta:

–           ¿Tiene siempre los mismos guardianes?

–           Sí. Y está en el aposento de ellos. Todos los presos que estaban en el calabozo inferior del tullianum, murieron de hambre o de fiebre, a causa del aire infectado.

–           ¿Quién eres tú?

–           Soy el hijo de la viuda donde se hospedó Marco Aurelio y recuperó su salud.

–           Entonces también eres cristiano.

El joven contesta contundente:

–           Sí. Soy cristiano.

–           ¿Y cómo es que puedes entrar y salir libremente de la prisión?

David mira interrogante, primero al joven tribuno… Éste afirma con la cabeza y David contesta:

–           Me tomaron para la faena de transportar cadáveres y acepté el oficio porque así puedo ayudar a mis hermanos y llevarles noticias del exterior.

Petronio miró con más atención el rostro bien parecido del joven. Sus enormes y bellos  ojos azules y el rubio cabello abundante y ondulado.

–           ¿De qué país eres?

–           Soy Galileo de Palestina.

–           ¿Nos ayudarías a liberar a Alexandra?

–           Claro que sí. Aunque en ello me vaya la vida…

–           Di a los guardias que la coloquen entre los muertos.  Y sáquenla durante la noche. Cerca de las fosas pútridas habrá gente aguardando con una litera y se la entregarás a ellos.

–           Hay un hombre encargado de quemar con hierro candente, los cuerpos que sacamos de la prisión; a fin de comprobar que sí son cadáveres. Pero ese hombre puede ser sobornado y no quemará la cara de los muertos, ni tocará absolutamente el cuerpo.

Petronio aconsejó:

–           Prométele todo el oro que sea necesario. Y busca auxiliares seguros.

–           Así lo haré. En la prisión misma o en la ciudad, por dinero son capaces de todo.

Marco Aurelio pregunta:

–           ¿Podría ir contigo como un asalariado?

Pero Petronio objetó con fuerza:

–           ¡No! Eso no. Los pretorianos podrían reconocerte, aún con tu disfraz. Y entonces, todo estará perdido. Tú no debes ir a ningún lado. Es necesario que tanto el César como Tigelino estén convencidos de que ella ha muerto, pues de otra manera ordenarán su persecución inmediata. La única manera de alejar sus sospechas, es que después de que se la hayan llevado a los Montes Albanos o a Sicilia; nosotros permanezcamos aquí en Roma. Un mes después te enfermarás tú y llamarás al médico de Nerón, que te prescribirá un viaje a las montañas y entonces tú y ella se reunirán de nuevo. Y luego…- se detiene unos momentos meditando… y luego agregó con un ademán- ¿Quién puede conocer el futuro? Pueden venir otros tiempos…

Marco Aurelio exclamó:

–           ¡Petronio! ¡Tú estás hablando de Sicilia, mientras que ella está gravemente enferma y puede morir!

–           Dejémosla al principio, cerca de Roma. Bastará el aire puro para que se restablezca. Lo importante es que logremos sacarla de la prisión. ¿No tienes tú en las montañas algún administrador en el que puedas confiar?

–           Tengo uno cerca de Tívoli. Hay un hombre que me llevó en sus brazos cuando era niño y siempre me ha amado.

Petronio le pasó unas tablillas y dijo:

–           Escríbele que venga mañana. Enviaré un correo al punto. -Y llamó al mayordomo, para darle las órdenes oportunas.

Marco Aurelio dijo:

–           Quisiera que Bernabé la acompañase, así estaría yo más tranquilo.

Petronio objetó:

–           ¡No! Que él salga como pueda, pero no al mismo tiempo que ella, porque lo seguirán y terminarán por encontrarla. ¿Acaso quieres perderte y perderla? Os prohíbo que digáis a Bernabé, ni una palabra… ¡O no cuenten conmigo!

Marco Aurelio reconoció la cordura de estas palabras y guardó silencio.

David entonces, pidió permiso para retirarse y prometió volver al día siguiente.

El tribuno acompañó a David a la puerta y éste le dijo:

–           Voy a sobornar a uno de mis compañeros con los que sacamos los cadáveres. No revelaré a nadie nuestro plan. Sólo al apóstol Pedro, cuando vaya a nuestra casa.

–           Aquí puedes hablar libremente. Espérame… Iré contigo, hablaré personalmente con él y le pediré consejo.

Y ordenó que le trajeran un manto y una túnica de esclavo. Se despidió de Petronio diciéndole a donde iba. Y los dos salieron juntos.

Petronio se quedó solo en la biblioteca y exhaló un profundo suspiro, mientras se decía a sí mismo:

–           Y yo llegué a desear que ella muriera de la fiebre, porque era menos terrible para Marco Aurelio. Pero ahora, ¡Ah! ¡Enobarbo!… Tú has querido hacer de la angustia de un esposo, un espectáculo. Y tú Augusta, has tenido envidia de la hermosura de la doncella y quisieras devorarla viva, como el odio que te devora a ti porque ha muerto tu pequeño Rufio Crispino. ¡Oh, dioses! y… ¡Tú Tigelino, anhelas destruirla por tu rivalidad conmigo y quieres vengar en ella, tu enojo contra mí! Pero… ¡Ya lo veremos! Os digo a todos que en lo que de mí dependa: ¡No ganaréis! ¡No! ¡NO! Si ella no muere por esa fiebre, os la voy a arrancar de tal forma, como ni siquiera sospecháis. Y luego, cada que os encuentre me diré: “He aquí a estos imbéciles, a quienes ha burlado Tito Petronio Níger”

Y satisfecho con estos pensamientos, se dirigió al triclinium a comer con Aurora.

Afuera el viento arrastra pesadas nubes que se van agrupando. Y luego se desata una tempestad, en aquella tranquila tarde estival. A intervalos retumban los truenos entre las siete colinas.

Cuando regresó Marco Aurelio, Petronio fue a su encuentro:

–           ¿Qué pasó?

Marco Aurelio se arregló el cabello empapado por la lluvia y contestó:

–           David habló con los guardias y ya hablé con Pedro, quién me ha mandado que ore y tenga Fe.

–           Eso está muy bien. Si todo resulta como lo esperamos, la sacaremos mañana por la noche.

–           Octavio debe estar aquí al rayar el alba, acompañado de algunos hombres.

Petronio concluye:

–           El camino es corto. Ahora ve a descansar.

Pero el tribuno fue a su cubiculum solo para ponerse de rodillas y orar fervientemente.

Al amanecer, Octavio el administrador llegó trayendo consigo: mulas, una litera, un carro y cuatro hombres de confianza, elegidos entre sus esclavos de la Galia y quienes se han quedado en una posada del Transtíber.

Marco Aurelio, que ha velado toda la noche; fue al encuentro de Octavio. Éste, al ver a su joven amo, lo saludó cariñosamente, diciendo:

–           Amado mío, tú estás enfermo o los sufrimientos te están acabando. Estás tan demacrado que apenas si te puedo reconocer.

Marco Aurelio lo condujo por la galería y lo hizo partícipe de su secreto…

Octavio le escuchó con atención. Su enjuto y atezado semblante, se llenó de una emoción que no intentó ocultar:

–           ¡Entonces ella es cristiana! –exclamó con una interrogante implícita en su mirada anhelante.

Marco Aurelio contestó comprendiéndolo:

–           Yo también soy cristiano.

El anciano exclamó sin reprimir las lágrimas:

–           ¡Alabado sea Jesucristo!- Y orando en voz alta, agregó- Te doy gracias Señor, por haber dado la luz al alma que me es más cara en el mundo.

Y abrazando al joven tribuno, llorando de felicidad, lo besó en la frente.

Luego llegó David.

Después de los saludos, Octavio dijo a Petronio:

–           ¿Y tú noble patricio, también eres cristiano?

Petronio contestó sonriente:

–           Todavía no, Octavio. Pero lo estoy considerando…

Entonces David le dijo a Marco Aurelio:

–           ¡Traigo buenas noticias! El Señor te manda decir a través de Mauro el médico, que Alexandra vivirá; aun cuando tenga la misma fiebre que en el Tullianum está matando a los prisioneros. Que recuerdes que Dios es el Dueño de nuestra vida y es el Único que marca el fin de la misma. Lo de los guardias y el que supervisa los cuerpos, está arreglado. Artemio el ayudante, también aceptó. El único peligro es que ella pueda gemir o hablar, cuando pasemos junto a los pretorianos. Pero está muy débil y no ha abierto los ojos en toda la mañana. Además, le llevé un narcótico que Mauro me dio.

Mientras David dice todo esto, Marco Aurelio se puso pálido y Petronio preguntó:

–           ¿Sacarán otros cuerpos de la prisión?

–           Anoche murieron más de doce y antes de que termine el día, tendremos más cadáveres. Iremos con otros individuos; pero tenemos un plan para poder retrasarnos a cierta distancia y para que no se den cuenta, os la entregaremos. Ustedes nos esperarán en un punto determinado. ¡Quiera Dios que la noche esté lo suficientemente oscura!

Octavio dice:

–           ¡Lo estará! Aunque no estuviera nublado, la luna está muy tierna y Dios nos ayudará.

Marco Aurelio cuestionó:

–           ¿Iréis sin antorchas?

–           Las antorchas sólo las llevan los que van adelante. Transportamos los cadáveres, después del anochecer.

Petronio interviene:

–           Marco Aurelio y yo iremos con vosotros.

El tribuno exclama:

–           ¡Sí! ¡Sí! Yo tengo que estar ahí. Yo mismo la trasladaré a la litera.

Octavio agrega:

–           Yo la llevaré a Tívoli y allí la cuidaré con mi vida.

Petronio confirma:

–           Entonces hagámoslo.

Y cada quién se ocupa de lo suyo.

Octavio se fue a la posada a dar instrucciones a los suyos. David guardó la bolsa con oro bajo su túnica y se fue a la prisión. Y para Marco Aurelio comenzó un día de zozobra, angustia, sobreexcitación y esperanza…

Petronio dice esperanzado:

–           El proyecto debe dar buenos resultados porque ha sido bien estructurado. Es imposible inventar un procedimiento mejor. ¡Es un plan perfecto! ¿Qué podría fallar? Tú deberás arrostrar un dolor profundo y vestir de luto. No abandones el Anfiteatro. Es necesario que te vean allí. Todo está dispuesto de tal forma que no puede fracasar. Pero ¿Estás perfectamente seguro de tu administrador?

Marco Aurelio; totalmente seguro,  dijo por toda explicación:

–           Es cristiano.

Petronio contestó reflexivo:

–           Después de todo lo que he presenciado, lo que me extraña es que esta religión no se haya extendido a todo el imperio. Es mejor que descanses. Nos espera una jornada muy agitada.

Y los dos se retiran a descansar.

Más tarde se encuentran en el atrium y dice Petronio:

–           Fui a la casa de Tiberio. Fui expresamente a dejarme ver y jugué a los dados. Mañana piensan exhibir a los crucificados, aunque tal vez la lluvia lo impida. Pero tú no la verás en la Cruz. ¡La tendremos en Tívoli! Vamos. Come aunque solo sea un poco y luego nos iremos. Ya comenzó a llover y pronto será de noche. Tal vez esto sea favorable para nosotros.

–           No puedo comer nada. Mejor vámonos. Es posible que a causa de la lluvia, transporten los cadáveres más temprano.

–           Está bien. ¡Vámonos!

Y cubriéndose con sus mantos salen. Petronio lleva un largo puñal, para protegerse.

La ciudad está desierta en las calles a causa de la tempestad. Avanzan rápido y se reúnen con Octavio.

Buscaron refugio para protegerse del granizo, cuando la lluvia arrecia. La temperatura bajó y comienza a hacer frío. Llegaron al lugar convenido y esperaron…

Después de un rato, la tormenta se calma y…

–           Veo una luz a través de la neblina. Son tres antorchas… –dice Octavio.

Petronio exclama:

–           ¡Ya vienen! ¡Son ellos!

La procesión se fue acercando… Pasaron frente a ellos y siguieron su marcha.

No pueden creer lo que está sucediendo…

Lo que sucedió a continuación, fue como una bomba…Finalmente oyeron la dolorida voz de David:

–           Se la llevaron con Bernabé a la cárcel del Esquilino. La trasladaron al mediodía y cuando llegué, ya no estaban…

Cuando regresan a la casa, Petronio está tan triste que ni siquiera intenta consolar a su sobrino. Comprende que liberar a Alexandra de los calabozos del Esquilino, en el Palacio de Tiberio; es prácticamente imposible.

Es evidente que la sacaron del Tullianum, porque no quieren que muera allí y pueda escapar a la suerte que le han preparado en el Anfiteatro. Y ahora deben haber aumentado la vigilancia y la custodia sobre ella. La venganza de Popea continúa implacable…

Desde lo íntimo de su corazón lo siente por los dos. Todos sus esfuerzos han resultado infructuosos y el amargo sabor del fracaso lo invade con toda su plenitud. Es la primera vez que lo que más ha deseado, no alcanza el éxito.

Y en lo que él considera hasta hoy, que es el combate más importante de su vida, ha sido vencido.

–           ‘La fortuna parece abandonarme’ Se dijo a sí mismo.

Su ánimo está totalmente deprimido. Y al mirar a su sobrino, se quedó desconcertado…

Éste está totalmente sereno y no entiende porqué… entonces recordó a Joshua cuando estaba siendo torturado en la parrilla.

A su vez, Marco Aurelio dice firme y convencido:

–           Jesús me la devolverá. Pase lo que pase… Él me la regresará… –y una sonrisa de esperanza ilumina su semblante.

Sobre Roma se escuchan los últimos retumbos de la tempestad. Durante tres días, la lluvia azotó la ciudad sin interrupción. Hubo trombas y granizadas que interrumpieron los espectáculos programados. El pueblo comenzó a alarmarse y empezaron los rumores. Temen por la próxima vendimia. Un rayo fundió la estatua de Ceres en el Capitolio y se ordenó la ofrenda de sacrificios en el templo de Júpiter Capitolino.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA,CONOCELA