73.- POBREZA DE ESPÍRITU22 min read

En la Puerta del Cielo, están acelerando la preparación de los catecúmenos. Regina habla a un grupo de más de quinientos. Su voz argentina resuena hasta el último rincón de aquel salón:

LA RIQUEZA.

Dios creó el oro y lo dejó en las entrañas de la Tierra, porque quería que fuese útil al hombre con sus sales y para que sirviese de adorno para sus templos. Pero Satanás ha mordido el corazón del hombre y le inyectó la maldita hambre del oro y la sed de poder. Arrastrándolo con esto a los sentimientos más abyectos. Y sembrando mucho mal con su fascinante e inútil esplendor, de este metal que no tiene la culpa.

La mujer por tenerlo se hace coqueta y se entrega a la lujuria… El hombre por su causa se hace ladrón, usurpador y homicida. Duro para con su prójimo y para consigo mismo, porque despoja a su alma de su verdadera herencia, para proporcionarse algo efímero. Y se pierde por unas pocas piedras relumbrosas que a la hora de la muerte tiene que abandonar.

El hombre se desvela más por el oro, que por otras cosas. Los avaros y los codiciosos se ríen que hay un premio y un castigo, para las acciones que se realizan durante la vida. No reflexionan que por este pecado pierden la protección de Dios, la Vida Eterna, la alegría y que a cambio, lo único que obtienen son remordimientos, maldiciones en el corazón; miedo de estar acompañados, miedo a los castigos humanos. Miedo que Satanás les inyecta, para no dejarlos disfrutar lo que con sus delitos y su amor al dinero, perjudicaron al prójimo.

Pues lo que se obtiene con delito, se convierte en maldición. Los espera un fin terrible a los que a este punto llevan sus crímenes. Un fin terrible porque es eterno.

La otra vida no es el abismo muerto y sin recuerdos del pasado vivido. La otra vida es gloria para los justos; espera paciente para los que penan; tormento terrible para los que esperan en la certeza de una maldición eterna. El ansia por las riquezas los hunde en tan tenebroso destino.

No solo se es rico de dinero. Quién logra despojarse de todas las vanidades y se afana por poseer la verdadera sabiduría, logrando desprenderse de los tentáculos de las pobres posesiones terrenas, emprende el vuelo de las elevadas cumbres espirituales.

Jesús dijo que no se puede servir a Dios y al dios dinero, ¡Porque la raíz de todos los males es el afán del dinero y algunos por dejarse dominar por él, se extravían en la Fe y se atormentan con muchos dolores!

Hay otros todavía más duros. No trabajan pero hacen trabajar. Y acumulan riquezas con el sudor de los demás. Despilfarran los bienes maliciosamente y fertilizan con el sudor ajeno. Los que obran así, tienen su hora terrena de triunfo, pero atraen sobre sí la Justicia Divina que vengará a los oprimidos.

Los viciosos no pueden vivir en la pobreza. La codicia empuja al robo. El avaro nunca está satisfecho y siempre desea más. El dinero es la cosa más peligrosa sobre la Tierra. Porque muy pocos saben hacer uso de él. No sirve sino para la materia, el crimen y el Infierno. Muy raras veces el hombre lo emplea para el bien.

Es muy raro encontrar a un rico que no sea injusto y es más fácil desarrollar las virtudes en medio de la pobreza. El dinero o las mercancías obtenidas con la injusticia, no enriquecen ni sacian. La amargura de la perversidad humana crea odio en los miserables contra los poderosos.

La fiebre satánica de los delirios por las riquezas, conducen a ricos y pobres a su destrucción. El rico que vive para su dinero, el ídolo más infame de su espíritu en ruinas. Y el pobre que vive odiando al que envidia y le desea toda clase de  males. No basta no hacer el Mal. Es menester no desearlo, para no acarrearse daño espiritual.

La vida, la gloria y el poder, son como una burbuja de agua sucia, en la superficie de un desagüe de lavadero: iridiscente pero sucia. Una sola cosa es necesaria: poseer la sabiduría aún a costa de la vida. La pobreza es un freno en el pecar.

Entre ustedes, los que sean ricos, no deben ser altaneros, ni poner su esperanza en lo inseguro de las riquezas; sino en Dios que nos provee espléndidamente de todo, para que lo disfrutemos, para que practiquen el bien y que se enriquezcan de buenas obras.

Den con generosidad y con liberalidad, de esta forma, estarán atesorando para el futuro, un excelente fondo con el que podrán adquirir la vida verdadera. Porque donde está tu tesoro, está tu corazón”

Tanto en el bueno como en el malvado, el corazón (o sea, el impulso vital de todas nuestras acciones) está donde está el tesoro que más se quiere. Cuando se ama a Dios sobre todas las cosas, Él se vuelve el tesoro más precioso y se hace todo por llegar a poseerlo.

Los que tienen la obligación de enseñar la sabiduría a los pobres con su conducta, son los ricos que despojados del afecto por las riquezas materiales, compran para sí el Reino por medio de las Obras de Misericordia para los pequeños y despreciados: los menos afortunados, despojándolos de su abatimiento. La miseria, al mismo tiempo que envilece al hombre, lo lleva a que pierda la Fe en la providencia que es necesaria, para resistir las pruebas de la vida.

El despego de las riquezas es una escalera que lleva a poseer las riquezas eternas. Dios no descuida al que deja todo por la verdadera riqueza y felicidad: la de servir a Dios hasta la muerte. Las cosas que tenemos no nos pertenecen. Porque Dios nos las concede para administrarlas por un pequeño espacio de tiempo.

Los hombres son los administradores de las migajas de la Gran Creación, pero el Verdadero Dueño es el Padre de los vivientes.

Los ricos son solo los depositarios de estas riquezas que Dios les ha concedido con el fin de que sean distribuidores de ellas para con quien sufre. Es un honor que Dios hace al hacerlos partícipes de su providencia a favor de los pobres, enfermos, viudas, huérfanos. Dios no hizo llover comida, vestidos, etc. Sobre el camino de los pobres, porque entonces quitaría al rico el mérito de la caridad para con sus hermanos.

No todos los ricos pueden ser doctos, pero sí pueden ser buenos. Pobre es quién le falta lo necesario para vivir. Todos pueden compartir lo que tienen con el que muere de cansancio, de hambre, de frío. No deben olvidar que en cada ser humano, hay un Cristo pobre o crucificado, que espera la misericordia del que posee más.  

LA POBREZA.

LA POBREZA ES UNA REINA VESTIDA DE HARAPOS. A la vista espanta a la naturaleza, pero el que se abraza a ella, disfruta de la paz y la alegría que solamente Dios puede dar. Porque a unas manos vacías las llena el Señor, al cual le agrada dar al que no tiene y reconoce que lo que tiene es de Él y se lo devuelve.

Los que tienen la pobreza material, la llevan con toda clase de molestias. La Providencia existe y los ricos del mundo son sus ministros porque Dios les concede el honor de ser el único medio para hacer que las riquezas no sean un peligro.

El que logra ver a Cristo que sufre en los necesitados, hace de las riquezas la moneda con la que compra el Cielo.

Los pobres están en Dios. Por eso Jesús quiso nacer pobre y permaneció pobre, a pesar de los ríos de dinero que los óbolos de los ricos le ofrendaron, porque los pobres le aman con todas sus fuerzas. Los ricos tienen muchas cosas. Los pobres tienen solo a Dios. Los ricos tienen amigos. Los pobres están solos. Los ricos tienen muchas consolaciones, los pobres carecen de ellas. Los ricos tienen diversiones. Los pobres no tienen más que trabajo. A los ricos se les facilita todo con dinero.

Los pobres tienen además el miedo a la enfermedad y a la carestía, porque es su fin la muerte y la indigencia. Pero tienen a Dios que es su Amigo y su Consolador. El que los distrae de su penosa vida actual, con esperanzas celestiales.

El rico poco se acerca a Dios, porque piensa que nada le hace falta y todo lo puede con su riqueza. La pobreza hace al alma humilde al decir: ‘Padre, socórrenos con tu Misericordia.’

Los pobres conservan en su corazón, las joyas de la palabra de Dios: son su Tesoro, su única riqueza y la cuidan como tal. En el Cielo, muchos asientos los ocuparán los que en la Tierra fueron despreciados como nada y pisoteados como polvo.

La Buena Nueva está destinada principalmente a los pobres, para que tengan un consuelo sobrenatural en la esperanza de una vida gloriosa, después de soportar la triste jornada de la vida humana.

LA POBREZA DE ESPIRITU.

Las cosas que hacen rico al hombre son: el oro como riqueza material y los afectos como riqueza moral. Los bienes hacen acaudalada una vida. En los afectos se cuentan los lazos de sangre o por matrimonio; las amistades, la capacidad intelectual, los cargos públicos.

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.”

Para ser un pobre de espíritu, es necesario poseer la libertad de las riquezas. Es decir: ser un rico pobre. Estar satisfecho con lo que se tiene, sin envidiar a nadie, ni codiciar nada.

Porque aún el más miserable pordiosero puede ser pecaminosamente rico en espíritu, por la desmoderada afición a algo o a alguien, convirtiéndolo en pecado.

Porque incluso el amor puede llegar a ser un mal, cuando convertimos en ídolos a la persona amada.

La santa Pobreza de espíritu se despoja de todo, para poder conquistar más libremente a Dios, que es la Suprema Riqueza.

El pobre de espíritu si es rico en bienes materiales, no peca porque tenga dinero, ya que lo emplea para ser santo. Todos le aman y lo bendicen porque es como los oasis en los desiertos que salvan la vida. Sin avaricia alguna dan con alegría, para aliviar la desesperación de los demás.

Si es pobre, se alegra en su pobreza. Come su pan con la alegría del que desconoce el ansia por el dinero y duerme tranquilamente sin pesadillas. Descansado se levanta a su trabajo, que se le hace más llevadero, porque lo lleva a cabo sin ambición ni envidia.

El que llega a la verdadera sabiduría, no busca lo mejor para el cuerpo que perece, sino más bien le da lo peor. Reservando todos los derechos para el espíritu. Porque Dios no confía las verdaderas riquezas a quién en la Prueba Terrena, mostró no saber usar las riquezas materiales.

La Pobreza de espíritu es una de las verdades menos comprendidas. Para la superficialidad humana, los que se burlan creyéndose sabios piensan que es una estupidez. El alma entregada a Dios, sabe como guardar el equilibrio justo y pone el espíritu como rey de cuanto hay en el hombre. Con todas sus dotes físicas y morales, sujetas como siervas a este rey.

Cuando el hombre no es espiritual, ni está entregado a Dios, sobrevienen las idolatrías y las esclavas se convierten en reinas, quitan de su trono al espíritu y producen una anarquía que lleva a la ruina y a la destrucción.

La Pobreza de espíritu consiste en tener esa libertad soberana de todas las cosas que son la delicia del hombre y por las que se llega al impune delito material y moral que frecuentemente escapa a la ley humana y que hace numerosas víctimas que tienen consecuencias trágicas, para la inmensa mayoría de los que lo sufren.

EL POBRE DE ESPIRITU DEJA DE SER ESCLAVO DE LAS RIQUEZAS.

Si no se despoja de ellas y de toda comodidad, sabe usarlas con frugalidad, que es un doble sacrificio y se vuelve pródigo con los pobres. El que comprende las palabras:

‘Haceos amigos con las riquezas injustas’ convierte en su siervo al dinero.

Lo que de otra manera lo conduciría a la lujuria, la prepotencia y la falta de caridad, lo hace que le sirva para allanarle el camino al Cielo. Camino tapizado con mortificaciones y obras de misericordia para ayudar a sus semejantes; reparando y curando las numerosas injusticias que se llevan a cabo en un mundo que carece de amor y se encuentra plagado de injusticias sociales.

¿Cuántas veces hace esto el generoso que aunque no nade en las riquezas, es capaz de sacrificar ‘sus dos céntimos’, para aliviar una necesidad?

Son ‘Pobres de espíritu’ los que perdiendo lo mucho o lo poco que poseen, saben conservar la paz y la esperanza y no maldicen, ni odian a nadie. No reniegan de Dios, ni se rebelan contra los hombres.

Pobreza de espíritu es también la humildad que no se hincha y no se ensoberbece proclamándose ‘superhombre’, sino que reconocen el Don de Dios y le agradece por su misericordia al haberlo otorgado. Conservan la sencillez y admiran al Espíritu, verdadero Autor de la Sabiduría.

Es también generosidad que sabe despojarse aún de los afectos más legítimos y a veces de la misma vida; las riquezas más estimadas por el hombre, para seguir a Dios. Saben ser mártires para ser generosos en el sentido más completo, porque su espíritu sabe hacerse pobre, para ser rico con la única riqueza eterna: Dios.

Las riquezas se deben amar como un don de la Providencia Divina. Pero nunca se deben amar por sobre el Dador de ellas y de su Voluntad. Saber desprenderse de ellas y no maldecir a Dios, si alguien las arrebata.

Zaqueo es la figura evangélica que comprendió perfectamente esto y supo dar su justo valor a la riqueza, para hacerse pobre de espíritu. El alma que empieza a crecer en el Amor, corta todos los tentáculos que la esclavizan a la tierra.

Y al hacer de Dios su tesoro, el poder de la recta intención, hace germinar el deseo justo que empuja a un mayor conocimiento del Bien y a buscar a Dios continuamente para alcanzarlo con un arrepentimiento sincero y justo que le da el valor a la renuncia.

Ser pobre de espíritu no es ser estúpido y bobo. El estafador tal vez se considere muy listo, abusando del que le pone la otra mejilla y le entrega también el manto. Pero el cristiano que lo hace, es porque comprende que el espíritu está sobre la inteligencia: es el rey de todo cuanto hay en el hombre.

Se está ejerciendo ya la santa Pobreza de Espíritu, cuando somos capaces de conformarnos con lo que poseemos y nos sentimos muy dichosos y afortunados porque nuestra riqueza infinita es Dios. Y cuando podemos sentir la maravillosa libertad que se encierra en las siguientes palabras:  «Yo necesito poco para vivir mi existencia y lo poco que necesito, lo necesito poco…»

Todas las dotes físicas y morales le deben estar sujetas y ser siervas de este rey. La criatura filialmente entregada a Dios, sabe tener las cosas en su punto justo, destruyendo todas las idolatrías.

El hombre entiende la pobreza como la falta de dinero, de tierras, de palacios, de joyas. Son cosas que ama y que le cuesta sacrificio renunciar a ellas y dolor al perderlas. Pero por una vocación de amor, también sabe despojarse de ellas.

Cuantas mujeres no dejan todo para mantener al esposo o al amante y lo que es peor… Continúan con ellos, por una vocación de amor humano. Otros, por una idea lo dejan todo: soldados, científicos, políticos, dirigentes de nuevas doctrinas sociales, más o menos justas. Y se inmolan todos los días por su ideal, vendiendo la vida por la belleza de un ideal y haciéndose pobres por alcanzar ese ideal.

Así también los seguidores de Jesús. Saben renunciar a las riquezas de la vida, ofreciéndosela a Él, por su amor y por el prójimo. Renuncia mucho más grande  que aquella de las riquezas materiales.

La gente del mundo se afana y se aflige por proveerse de objetos que no pueden gozar. Para practicar la Pobreza de espíritu, se deben desprender de todos los bienes; dando a los familiares lo que les pertenece y lo propio para hacer caridad.

Se debe sacrificar la riqueza de los afectos. Es el oro más puro y valioso que cualquier otro: saber renunciar a la familia, por amor a Dios. Es fabricar perlas con llanto y rubíes con la sangre que mana por la herida del corazón que es desgarrado por la separación del padre, de la esposa y de los hijos.

EL DESPOJO TOTAL DE LA POBREZA. 

El despojo total de la pobreza se efectúa en ‘NO TENER’ y es similar del ‘NO PERTENECERSE’.

El que decide ser pobre dice: “Me doy. Me entrego. Me vacío. Me nulifico. Todo lo entrego. De todo me despojo: entrego todas las personas, todos los afectos. Devuelvo al Señor todo cuanto de Él he recibido, con todos sus dones y sus gracias: te doy mi cuerpo, mi alma, mi vida, mis sentidos, mis potencias, mis sentimientos, mis esperanzas, mi inteligencia, mi espíritu y todo mi ser. Con todas sus palpitaciones hasta mi eternidad.’

Esto es el Despojo de la Pobreza. En el desprecio de todo adorno y comodidad, hasta llegar a despreciarse a sí mismo, desnudándose de todo olor mundano y vistiéndose solo de Jesús. Es así como cada día se encuentran más las verdaderas riquezas y se hallan los encantos de la pobreza.

La pobreza y la Obediencia tienen el aroma de lo divino.

El alma unida a Dios, es muy rica con las riquezas y los tesoros que Él siempre tiene consigo. Pero es totalmente pobre y vacía en sí misma. Es decir: todo lo tiene, sin tenerlo. Y se queda con su pobreza, aunque esté vestida de perlas. Porque los pobres de espíritu son los que devuelven los dones al dador de ellos. Los que se renuncian totalmente y mueren a su propia voluntad, para vivir solamente de la Voluntad Divina.

Al alma creada que se da, se le da a ella un Dios Increado, proporcionándole una dicha desconocida por el mundo.

Dios dio al hombre los afectos humanos buenos, para que sean un alivio que lo levante en medio de las fatigas de la vida. Muchas raíces están trabadas en el ser humano y deben ser separadas. Y a veces, definitivamente cortadas.

Dios llama y pasa. Con libertad espiritual se viene al servicio de Dios.

Nada debe impedir a quién se entrega. Dios es tan exigente, como es infinitamente generoso en premiar. El hombre debe amar a sus seres queridos con el amor perfecto que se obtiene a través del amor a Dios, que sublima todos los amores.

Cuando le amamos a Él sobre todas las cosas, le pertenecemos por entero. Y Él tiene derecho de posesión total: por Creación y por Redención. Nadie es más grande  que Él en tener derecho sobre los afectos.

Al cumplir la Voluntad divina con perfección, implica hasta el sacrificio total de cualquier querer o voz de sangre y de afecto. La riqueza de los afectos, es la que está más ligada al espíritu y arrancarla causa más dolor, que rasgarse la carne.

Los afectos son una riqueza casi viva. Sin embargo, por amor a Dios, es necesario dejarlos también a ellos, porque por ese mismo dolor, se expía para salvarlos. Dios no condena los afectos. Él los ha bendecido con la Ley y los Sacramentos, pero deben ser dejados sobre la Tierra, para conquistar el Cielo, que es la morada verdadera.

Todo cuanto Dios ha creado para el hombre, debe mirarse a través de la lente celestial. Cuanto Dios ha dado debe ser tomado con reconocimiento, pero devuelto con prontitud a su requerimiento.

Cuando el hombre muere, deja todo lo terrenal, incluyendo a los seres queridos y queda totalmente solo frente a Dios, para enfrentar el destino que Él mismo se procuró.

El que decide ser discípulo y dejarlo todo, debe ‘morir’ a las cosas de la Tierra en una muerte mística, pero real. Es una experiencia desgarradora. Pero igualmente el alma se queda totalmente sola ante Dios y ‘vive muriendo’. Haciendo solamente su Voluntad, en la misión que todavía debe cumplir en los días que le es concedido vivir, en el resto de su jornada terrena.

Dios no destruye la riqueza afectiva. La levanta de la Tierra para trasplantarla en el Cielo. Allá serán reconstruidas eternamente las santas convivencias familiares, las amistades, toda aquella forma de afecto honesto y bendito que Jesús quiso para Sí Mismo y que sabe que preciosas son.

Pero nunca serán más preciosas que Dios y que la vida Eterna. El amor de la sangre nunca debe hacernos salir del camino de la justicia. Porque sobre Dios no hay nadie. Los lazos de sangre se subliman porque con nuestras lágrimas, damos a nuestros familiares la ayuda definitiva para atraerlos hacia el Cielo y hacia Dios, por el camino del sacrificio de los afectos.

Renunciar a la riqueza de un afecto por seguir la voluntad de Dios sin pesares humanos, es la perfección de la renuncia aconsejada al joven del Evangelio.

Dios no destruye los lazos familiares. Él los santifica y enseña a amarlos con un amor sobrenatural. Y ¿Cuál amor más alto que tener caridad por las almas enfermas de nuestros familiares? Se recibe mucha ingratitud; pero también ésta es necesaria para que trabaje el amor que las redime. Y los de casa son los primeros.

No hay que llorar por la carne y la sangre que sufren al sentir que a quién engendramos, nos rechazan. Nuestro sufrimiento trabaja más que cualquier otra cosa a favor de nuestra alma y la de ellos.

No hay que formarse remordimientos por haber querido ser más de Dios, que de nuestra familia. Porque más que ella es Dios. Así podemos sentir como nuestros amores se van transformando y se han concentrado en uno solo: Dios.

Con nuestro sufrimiento desgarrador engendramos hijos para Dios.

El alma-victima prueba todos los suplicios: el de la renuncia a los afectos, a las comodidades, a los intereses. Satanás arrebata todo. Después vendrá algo mucho más grande y que ciñe con una corona inmortal. Hay que ser como columnas y permanecer firmes y fieles.

Nunca se debe mirar a lo que hemos dejado para seguir a Jesús. El pasado, los afectos y todo lo que se abandona para caminar por el Camino de la Cruz, son un peligroso lastre que puede arrollarnos en la rebeldía, si volvemos la vista y el dolor nos desgarra. Así no se puede trabajar en ningún apostolado.

Porque todas estas cosas impiden que el fuego del amor se encienda en nuestro espíritu y son un estorbo para cumplir la misión.

Se debe vigilar porque el corazón viva en una sumisión completa a la Voluntad de Dios que se manifiesta en la suerte que vivimos. Soportando pacientemente, sin permitir al pensamiento la libertad de un juicio que no sea benévolo con Él.

En otras palabras: no se debe reflexionar en el estado que se tiene, para que no haya rebeliones que matan el amor. Y Dios dará la fortaleza como Don del Espíritu Santo, que es la renuncia a los que se ama.

La riqueza más grande que el oro y más preciosa que la misma existencia, es la riqueza intelectual: el propio pensamiento. Los escritores lo donan a las muchedumbres, más ellos lo hacen elástico para acomodarlo a su público. Pero lo hacen por lucro y su verdadero pensamiento no lo dicen nunca.

Dicen aquello que sirve para su tesis, pero su intimidad la guardan celosamente en lo más profundo de su mente, porque son pensamientos de dolor, por penas íntimas o reproches de la conciencia, que es la lejana voz de Dios.

Y esta es la renuncia más grande: la renuncia a la propia manera de pensar, para adquirir la de Dios. Arrodillando la razón en amorosa sumisión a la Voluntad Divina.

Regina calla…

Ella no sabe cuán pronto deberá dar el más grandioso y estremecedor testimonio de todo cuanto acaba de enseñar… 

Una de las cosas que más asombraron al mundo pagano y hacían nuevos y siempre más numerosos prosélitos para la Iglesia; era la calma, la serenidad, la fortaleza de los mártires, durante la hora del martirio. Solo de Dios puede venir esta inmutable y serena paz.

Pero el martirio del corazón no es menos atroz que el de la carne. Y solo Dios puede comunicar a los desgarrados del corazón, el heroísmo de una resignación que es verdaderamente la cuarta frase del ‘Pater’ vivida con toda la carne y con toda el alma, la inteligencia y el espíritu.

El mundo ciego cambiará esta calma heroica, don del Espíritu Santo, por indiferencia y desamor.

El mundo ensucia todo cuanto toca. Pero lo sucio no penetra en un bloque de diamante. Se posa encima y después cae con la más pequeña lluvia. Hay que dejar que los ciegos del mundo no vean. Los demás para los cuales el Espíritu es Luz, leen el Nombre de Dios en el coraje del mártir y…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

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