74.- EL INCENDIARIO20 min read

Cuando regresó el buen tiempo, se anunció que los Juegos proseguirán. El día del espectáculo, millares de espectadores llenaron el Circo desde muy temprano. El César llegó pronto acompañado por sus cortesanos y las vestales. Para el inicio fue anunciado un combate entre cristianos, a los cuales ataviaron como gladiadores y provistos de toda clase de armas que usan los verdaderos gladiadores, tanto para atacar como para defenderse. Pero sucedió algo inesperado para los asistentes:

Los cristianos arrojaron al suelo de la arena, escudos, redes, tridentes y espadas. Se arrodillaron a orar y a cantar sus himnos. Y los del público se indignaron.

Entonces el César ordenó que soltaran los perros molosios y éstos los destrozaron muy rápido. Cuando los despojos que quedaron, fueron retirados de la arena y los animales saciados, también fueron sacados; el espectáculo tomó una faceta diferente.

Fue una serie de cuadros mitológicos, idea del propio César.

Y así la concurrencia pudo ver a Hércules cumpliendo con los Doce Trabajos y ardiendo con la túnica de Neso.

Marco Aurelio se estremeció ante el pensamiento de que hubiesen dado el papel de Hércules a Bernabé; pero fue evidente que lo tienen reservado para algo más impactante y aún no ha llegado el turno al fiel servidor de Alexandra; porque el que arde en la pira, es otro cristiano, desconocido para el joven tribuno.

A Prócoro, el César no le perdonó la asistencia y tuvo que ver a varios conocidos suyos en la siguiente representación. El anciano que diera a Prócoro el significado del signo del pescado y que le puso sobre la pista de Alexandra, representó a Dédalo y su hijo desempeñó el papel de Ícaro. Ambos fueron levantados por un ingenioso mecanismo y enseguida lanzados a la arena hasta una gran altura.

El joven cayó tan cerca del pódium del César, que la sangre salpicó no solo los adornos exteriores, sino también la púrpura que cubre el frontis del palco imperial. Prócoro cerró los ojos y no vio la caída; pero oyó el sordo golpe del cuerpo al rebotar en el suelo y cuando abrió los ojos vio que la sangre le había salpicado sus finas vestiduras. Y estuvo a punto de desmayarse otra vez.

Los cuadros cambian rápidamente: las sacerdotisas de Cibeles, Las Danaides, Dirce, Pasifae, etc. Son jovencitas muy tiernas todavía y la gente aplaude al verlas partidas por la mitad, destrozadas y descuartizadas por las bestias desbocadas.

La plebe aplaude delirante las nuevas ideas de Nerón, quién se siente muy ufano y feliz, con las aclamaciones que recibe. Y se recrea en su ingenio y su crueldad, disfrutando aquellas escenas sangrientas y las postreras convulsiones de sus víctimas. Luego se suceden otros cuadros, tomados de la historia de la ciudad.

Después del martirio de las vírgenes, representaron el espectáculo de Muscio Escévola cuya mano atada a un trípode sobre una hoguera todos vieron achicharrarse; pero Sergio permaneció sin dar un solo gemido, con el rostro levantado al cielo y extasiado en la Oración… No se dio cuenta cuando lo degollaron.

Luego arrastraron su cadáver al Spolarium y se dio la señal para el intermedio.

Y empezó el banquete. Bebidas refrescantes, carnes, dulces, vino, queso, aceitunas, pan y fruta. El pueblo devora y aclama la munificencia del César. Satisfecha el hambre y la sed, dio principio la distribución de billetes de lotería.

Y empezó una verdadera batalla campal. Entre la plebe se amontonan, se dan golpes y pisotones. Saltan sobre las graderías, se lanzan objetos, hay gritos, maldiciones, insultos y blasfemias. Lo cual se explica; porque el que resulte ser uno de los afortunados ganadores de un número privilegiado, pronto se convertirá en dueño de una casa con jardín, de un esclavo, de un espléndido y valioso traje, de una joya o de una fiera que se puede vender al Anfiteatro y se convierte así en un premio en efectivo.

A veces es tal el motín, que se hace necesaria la intervención de los pretorianos. Y sucede que tienen que sacar a personas con las piernas o los brazos fracturados. Y hasta hay quién ha llegado a morir, aplastado en medio de estos tumultos.

Nerón se divierte mucho con estas trifulcas.

Cuando comenzó el intermedio, también él pasó a un salón, donde le esperaba un espléndido banquete y lo disfrutó acompañado de sus cortesanos favoritos.

Mientras tanto una multitud de esclavos, empezó a cavar hoyos en hileras a corta distancia unos de otros, en la mitad de la extensión de la arena y los dispusieron de tal forma, que la última quedó a unos cuantos pasos del pódium imperial. En la otra mitad de la arena se dispuso que unos grupos de cristianos, fueran arrojados a los leones.

Los preparativos al nuevo suplicio se hacen con gran celeridad. Terminado el intermedio, se abrieron todas las puertas, hacen entrar a empellones y golpes de flagelo, a otros grupos de cristianos desnudos llevando cruces. Tanto éstas como las víctimas, están adornados con flores.

Los verdugos extienden a las víctimas y empiezan a clavar manos y pies. Se oye el resonar de los martillos, que repercuten por todo el Anfiteatro. Taladrando los maderos, los oídos y los corazones. Como éste es un martirio lento, en el que la muerte puede durar días; Nerón decretó que les quebrasen las piernas.

Entre las víctimas se encuentra Lautaro. Los leones no lo mataron la primera vez, así que éste es su segundo martirio: la Crucifixión.

Cuando supo el suplicio que los esperaba, había dicho a los cristianos:

–           ¡Demos gracias a nuestro Redentor, que nos ha concedido el privilegio de compartir sus tormentos de una manera total! ¡Alabemos al Padre que con esto nos convierte en sus verdaderos hijos!…

Y mientras los verdugos continúan clavando a sus indefensas víctimas, nuevamente el canto brota de aquellas criaturas martirizadas. Todos escuchan asombrados el himno que se levanta jubiloso:

¡Aleluya!

Aclamen al Señor, Tierra entera

Sirvan a Jesús con alegría

Lleguen a Él sus cantos de gozo.

Sepan que Jesús es Dios Todopoderoso

Él nos creó. A ÉL pertenecemos.

Somos su pueblo y ovejas de su aprisco.

Entren por sus puertas dando gracias

Avancen por sus atrios entre himnos

Denle gracias y bendigan el Nombre de Jesús.

Porque el señor es Bondadoso

Su amor dura por siempre

Y su fidelidad por todas las generaciones.

Mi alma suspira y se consume

Por estar en los atrios del Señor

Mi corazón y mi carne lanzan gritos

Con anhelo de ver al Dios Viviente.

Felices los que habitan en tu casa

Y te alaban sin cesar

Dichosos los que en Ti encuentran sus fuerzas

Y les gusta subir hasta tu Templo.

Dios es nuestra defensa y fortaleza

Él da Perdón y Gloria

¡Jesús, oh, Dios de los Cielos

Feliz el que en Ti pone su confianza!

Las risas y los gritos de la multitud se fueron callando al escuchar aquel coro insólito que los deja desconcertados y perplejos.

Ellos han venido para contemplar las agonías de una muerte en medio de un suplicio atroz. Y lo único que se oye además de los martillazos, es aquel himno glorioso…

Cuando todas las cruces han sido levantadas, el canto termina y solo queda un gran silencio. La gente no sabe cómo reaccionar ante lo que está presenciando.

Hasta el mismo César está un poco descontrolado y juguetea nervioso con su collar de rubíes, mientras su semblante no logra ocultar un aire de inquietud…

El crucificado que está frente a él, es Lautaro; que lo mira fija y severamente, mientras dice con voz fuerte y sonora:

–           Yo veo los Cielos abiertos, pero también está abierto el profundo Abismo Infernal… Al que serás arrojado por tu maldad. ¡Oh, Perverso! ¡Ay de ti!… ¡Arrepiéntete de tus crímenes! ¡Matricida! ¡Ay de ti!…

El César se estremeció.

Los augustanos, al escuchar esta injuria lanzada al rostro del ‘divino’ Amo del Mundo en presencia de millares de espectadores, contuvieron el aliento…

Y el público se paralizó.

Para desgracia de Nerón, Lautaro no había terminado y su voz aumentó su potencia:

–          ¡Ay de ti! ¡Asesino de tu padre, de tu esposa, de tu hermano! ¡Ay de ti, Anticristo! ¡El Abismo y los Infiernos están ya abiertos bajo tus pies! ¡Arrepiéntete! ¡Ay de ti, porque morirás temblando de terror, por no poder escoger tu propia muerte, pues tu propio pueblo te sentenciará con el suplicio de los parricidas y serás condenado por toda la eternidad!…

¡Ay de ti, genocida cruel! ¡Asesino perverso! ¡Has colmado la medida y también para ti ha llegado la hora de tu horrendo castigo! ¡Satanás te espera y pagarás tus crímenes y tu maldad contra los inocentes! Ya está sobre tu cabeza la espada de la justicia divina… ¡Perderás tu imperio más pronto de lo que imaginas!…

Una flecha silva en el aire y se clava en el pecho de Lautaro. Uno de los arqueros del emperador obedeció la orden de Tigelino, para callar la voz del sacerdote cristiano.

Lautaro dice:

–          Señor Jesús… Recibe mi espíritu… te…

Su cabeza cae sobre su pecho y el mártir expira…

Nerón se ha puesto de pie, temblando de indignación, hace una señal a Tigelino. Las fieras son soltadas y empieza una nueva carnicería.

Después de un largo silencio en el Pódium, que nadie se atreve a romper, Prócoro dice al César:

–           Señor. El mar es hermoso y apacible. Vámonos a Acaya. Allí te aguarda la gloria de Apolo. Las coronas y los triunfos te están esperando. El pueblo te adorará y los dioses te glorificarán como su igual, mientras que aquí, ¡Oh, señor!… –sus palabras se vuelven ininteligibles, porque un violento temblor lo invade y le impide continuar.

El emperador contestó:

–           Partiremos cuando hayan terminado los Juegos. Sé que aún hay muchos que piensan que los cristianos son víctimas inocentes y lo dicen. No puedo alejarme porque después todo mundo repetirá eso. ¿Qué es lo que temes?

Nerón dijo estas palabras frunciendo el ceño y mirando fijamente al griego. Pero su sangre fría es solo aparente. También a él le infundieron pavor las palabras de Lautaro. Y al regresar al Palatino, las recordará con vergüenza, con rabia y con miedo.

Babilo que es muy supersticioso y que ha escuchado este diálogo, miró a su alrededor y dijo con voz misteriosa:

–           Divinidad, escucha las palabras de este viejo. Hay algo peligroso en esos cristianos. Sus sacerdotes también son augures y la deidad que adoran les da una muerte extraordinaria, pero puede ser también una deidad vengativa y…

Nerón replicó al punto:

–           No he sido yo quién dispuso los Juegos, sino Tigelino.

Al escuchar la respuesta de Nerón, Tigelino dijo desafiante:

–           ¡Ciertamente! Yo fui. Y también Haloto. Y me río de todos los dioses cristianos. Babilo es una vejiga llena de supersticiones y este valiente griego, es capaz de morirse de miedo ante una gallina que erice las plumas en defensa de sus polluelos.

Nerón replicó con sequedad:

–           Así es en efecto. Pero de ahora en adelante, ordena que les corten la lengua a esos cristianos.

Haloto confirmó:

–           El fuego les pondrá restricción, ¡Oh, divinidad!

Prócoro gimió:

–           ¡Ay de mí!

Pero el César, a quien la insolente confianza de Tigelino le ha dado nuevos bríos, empezó a reír y dijo señalando al viejo griego:

–           ¡Mirad a este descendiente de Aquiles!

Y verdaderamente el aspecto de Prócoro es lamentable. Sus escasos cabellos se han vuelto completamente blancos. La expresión de su cara es de terror. Ha perdido el control y está como aturdido y fuera de sí. Se queda sin contestar a las preguntas que le hacen. Luego se encoleriza y se vuelve tan insolente, que los augustanos dejan de lanzarle puyas.

Finalmente grita desesperado:

–           ¡Haced de mí lo que queráis, pero yo no iré más a los Juegos!

Nerón lo miró un instante y volviéndose hacia Tigelino, le dijo:

–           Cuida de que este estoico, se halle cerca de mí en los jardines. Deseo ver qué impresión causan nuestras antorchas, en su ánimo.

Prócoro se llenó de terror ante la amenaza que palpita en la voz del emperador. Y dijo con un hilo de voz:

–           ¡Oh, señor! No podré observar nada, porque de noche no veo.

Nerón replicó con una sonrisa mordaz:

–           No te preocupes. Estará la noche tan clara, como el día. -Y volviéndose hacia los augustanos empezó a hablar de las carreras que piensa organizar cuando terminen los Juegos.

Petronio se acercó a Prócoro y dándole un golpecito en el hombro, con su bastoncito de marfil, le preguntó:

–           ¿Recuerdas que te dije que no resistirías?

En lugar de contestar, el griego miró al astrólogo…

–           Quiero beber. –dijo Prócoro alargando su mano temblorosa hacia un vaso de vino, pero no pudo llevarlo a los labios.

Entonces Babilo le tomó el vaso y mientras lo ayuda a que pueda beber, le pregunta al griego con curiosidad y temor:

–           ¿Acaso te están persiguiendo las Furias?

Prócoro dijo temblando:

–           No. Pero tengo delante de mí a la noche.

–           ¿Qué dices? ¿De qué noche estás hablando?

–           De unas tinieblas impenetrables que me envuelven, me arrastran y me llenan de pavor.

–           No te entiendo.

–           Jamás pensé que serían castigados con tanta crueldad.

–           ¿Lo sientes por ellos?

–           ¿Por qué derramar tanta sangre? ¿Acaso no oíste lo que dijo ése desde la Cruz? ¡Ay de nosotros!…

Babilo contestó en voz baja.

–           Sí, lo oí. ¡Pero ellos son incendiarios!

–           ¡No es verdad!

–           Y enemigos de la raza humana.

–           ¡No es verdad!

–           Y envenenadores del agua.

–           ¡No es verdad!

–           Y asesinos de infantes.

–           ¡No es verdad!

Babilo lo miró con asombro y exclamó:

–           ¿Cómo? ¡Tú mismo lo dijiste delante de todos! Los acusaste y los entregaste en manos de Tigelino.

–           Por eso es que ahora la noche me rodea y la muerte viene hacia mí. ¡MENTÍ! Por momentos creo que en realidad ya he muerto… Y también vosotros moriréis.

–           ¡No! Son ellos los que están muriendo. Nosotros estamos vivos. Pero dime ¿Qué es lo que ven al morir?

–           Ven a Cristo y ven el Cielo donde Él Reina.

–           Su Dios. ¿Cómo es su Dios?

Prócoro, en vez de contestar, le pregunta a su vez:

–           ¿Oíste las palabras del César? ¿Qué clase de antorchas van a arder en los jardines?

–           Esas antorchas se preparan envolviendo a las víctimas en ‘túnicas dolorosas’ empapadas en pez y atándolas a los postes a los cuales les prenden fuego. ¡Son antorchas humanas! Quiera el Dios de los cristianos no mandar nuevas desventuras sobre la ciudad.

–           ¡Oh, no! Es una pena terrible.

–           Oye. ¿Pero en dónde estabas tú? Hicieron eso el primer día de los Juegos.

–           Estuve enfermo. Prefiero presenciar ese castigo, pues en él parece que no hay tanta sangre.

Y Prócoro se estremece con violencia al recordar…

Mientras tanto, los demás augustanos también hablan de los cristianos…

Haloto dijo:

–           Son tantos, que bien podrían promover una guerra civil, si se llegaran a armar. Pero mueren como ovejas.

Tigelino replicó mordaz:

–           ¡Que intenten morir de otra manera!

Petronio replicó:

–           Os estáis engañando a vosotros mismos. Ellos están armados.

Haloto y Tigelino dijeron al mismo tiempo:

–           ¡Qué locura! ¿De qué?

–           De Paciencia.

Lucano preguntó:

–           ¿Es una nueva clase se arma?

Petronio los miró a todos y sentenció:

–           Ciertamente. Más ¿Podéis decir vosotros, que los cristianos mueren como vulgares delincuentes? ¡No! Mueren como si los criminales no fueran ellos, sino quienes los han condenado a muerte. Es decir: nosotros y todo el pueblo romano.

Tigelino respondió con desprecio.

–           ¡Qué desvarío!

Petronio le replicó:

–           ¡Hic Abdera! (El más tonto de los tontos)

Pero muchos, sorprendidos ante la justicia de esta observación, se miraron unos a otros con asombro y repitieron:

–           ¡Es verdad! ¡Petronio lo ha precisado perfectamente!

Trhaseas dijo:

–           ¡Hay algo tan maravilloso en su muerte! Todo es tan original…

Babilo exclamó:

–           ¡Os digo que ven a su Divinidad!

Entonces algunos augustanos se volvieron hacia Prócoro y le dijeron:

–           ¡Eh viejo, tú que los conoces bien! Dinos ¿Qué es lo que ven?…

El griego derramó el vino en su túnica, pues el vaso se le soltó. Y respondió azorado:

–           ¡La Resurrección!

Y comenzó a temblar de tal manera, que todos los que le rodean, soltaron la carcajada…

No había oscurecido aun cuando la gente empezó a acudir a los jardines.

Después de que terminó el espectáculo del Circo, el César llegó hasta la Gran Fuente que está en la entrada de los jardines y bajó de su carro con Tigelino de un lado y Prócoro del otro. Y haciendo una señal a toda su comitiva, se mezcló entre la multitud.

Fue acogido con aplausos y aclamaciones. Los pretorianos lo rodearon inmediatamente, formando en torno a él, un círculo que se llenó de animación, con sus cortesanos y con el pueblo.

El César decidió hacer su recorrido a pie y avanzó hacia donde ya habían empezado a arder, las antorchas humanas de ese día.

Deteniéndose delante de cada una de ellas, empezó a hacer algunas observaciones acerca de las víctimas. Y a burlarse del griego en cuyo semblante se refleja una desesperación sin límites.

Por último se detuvo frente a un poste decorado con hiedras, mirtos, rosas rojas y blancas.

Las llamaradas envuelven a la víctima y ondean con el suave viento de la noche. Luego, éste se hace más fuerte y deja al descubierto a un hombre de barba entrecana.

Al verlo, Prócoro lanza una exclamación de sorpresa, cae al suelo y se retuerce como una serpiente herida y luego se hace un ovillo. Finalmente escapa de su boca un grito desgarrador, que está lleno de terror y angustia:

–           ¡Mauro! ¡Mauro!

El hombre parece como si despertase de un ensueño…

Es Mauro el médico, quién al oírle le mira con infinita compasión, desde lo alto del mástil flameante. Frente a él está su verdugo: el hombre que le traicionó, le robó a su familia y le entregó en manos de sus asesinos. Y al que después de haberle perdonado todo esto, también lo entregó en manos de sus perseguidores.

La víctima arde en aquel poste embetunado.

El culpable de todos sus agravios y su verdugo, está a sus pies, llamándolo…

Prócoro volvió a gritar:

–           ¡Mauro! En el Nombre de Jesús, por favor te lo suplico: ¡Perdóname!

Se hizo el silencio alrededor.

Y un estremecimiento recorrió a todos los espectadores de esta dramática escena. Y todos los ojos se clavan expectantes en el mártir.

Mauro movió su cabeza asintiendo y dijo con voz resonante y fuerte:

–           Sí, Nicias. Yo te perdono y te bendigo… Y ruego a Dios que Él también te perdone… y te bendiga… Y te lleve a la Luz… ‘Pater Noster’…

Mauro regresa a su éxtasis, mientras repite la Oración Sublime…

Y su rostro vuelto hacia el cielo se vuelve radiante, con una luz más luminosa que la del fuego que lo rodea… Y las llamaradas lo envuelven nuevamente, escondiéndolo a las miradas fascinadas…

Prócoro cayó con el rostro en tierra y lloró con un llanto inconsolable. Después de unos momentos se levantó y su semblante se ha transformado. Alza su mano derecha y grita con una voz tan potente… Que casi todos los reunidos en aquel parque lo escuchan:

–           ¡Pueblo Romano! ¡Os juro por mi muerte!… ¡Que están pereciendo aquí, víctimas inocentes! ¡AHÍ TENÉIS AL INCENDIARIO!

Y señaló a Nerón…    

Sobrevino un silencio sepulcral y los cortesanos quedaron paralizados.

Prócoro siguió parado, firme y acusador…Todos los ojos se clavaron en el augustano erguido, con el brazo extendido y tembloroso. Y el dedo señalando al César…

Inmediatamente se sucedió un tumulto. El pueblo, con el ímpetu de un huracán, se precipitó hacia el viejo queriéndolo tocar y se oyeron distintos gritos simultáneos:

–           ¡Arréstenlo!

–           ¡Ay de nosotros! ¡El Dios de los cristianos se vengará!

–           ¡Matricida!

–           ¡Asesino!

–           ¡Incendiario!

–           ¡Que los dioses te castiguen!

Todo esto entre una tempestad de silbidos, gritos y maldiciones. Y airadas injurias repetidas y dirigidas al César.

Inmediatamente los pretorianos se apretuaron, formando una valla protectora alrededor de Nerón, mientras la multitud se precipitó sobre los demás integrantes del séquito imperial…

El desorden creció y todos corrieron hacia diferentes lados. Algunos de los postes que ya se habían quemado por completo, empezaron a caer esparciendo chispas alrededor y aumentando más la confusión…

Un turbión del pueblo arrastró a Prócoro hasta el fondo del jardín. Los postes consumidos siguieron cayendo en medio de humo, chispas y olor a madera y a carne quemados. Hasta que todo quedó sumido en la oscuridad.

La multitud alarmada, intranquila y sombría, empezó a retirarse.

Y la noticia corrió como reguero de pólvora, retorcida y exagerada…

Decían algunos que el César se había desmayado. Otros, que había confirmado la acusación del griego, cayendo en contradicciones y confesando todo. Otros, que cayó gravemente enfermo y otros, que lo habían sacado custodiado de los jardines, en carro y que estaba como muerto.

Y aquí y allá, empezó a haber voces de simpatía a favor de los cristianos:

–           Si no fueron ellos los incendiarios de Roma, ¿Por qué desplegaron en su contra, tanta injusticia y tanta crueldad?

–           ¿Por qué hacerlos víctimas de tan horrendas torturas y derramar tanta sangre?

–           ¿No se encargarán los dioses de vengar a los inocentes?

–           ¡Y cómo apaciguar la justa cólera del Dios de los cristianos!…

La compasión se desbordó hacia los niños que todos vieron morir con tan bárbara ferocidad y esta compasión se transformó en ultrajes al César, a Haloto y a Tigelino; los más crueles agentes de Nerón.

Y también se desató otra interrogante:

¿Quién es esa Divinidad que les da esa fortaleza tan increíble? ¿Cómo es ese Dios, que los hace enfrentar los tormentos de la forma que lo hacen? Y ¿Cómo le hacen para morir así? ¿De dónde sacan esa serenidad y esa alegría?

Y volvieron a sus casas sumergidos en una profunda reflexión…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA,CONOCELA

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: