75.- LA ÚLTIMA LLAMADA…18 min read

Prócoro vaga por los jardines sin saber qué hacer, ni a donde ir. Se siente impotente, débil, viejo y enfermo. Tropieza con despojos humanos parcialmente quemados. Contra antorchas todavía encendidas, de las cuales brotan chispas.

Como animal acorralado mira hacia todos lados, con ojos extraviados.

Los jardines están casi totalmente en tinieblas. Sólo la luna ilumina y vuelve más macabros los cadáveres carbonizados.

Finalmente regresa a la fuente, al lado donde estuviera el poste que fuera el patíbulo de Mauro. Y allí se arrodilla llorando con profundo dolor.

Entonces siente que una mano le toca el hombro y al volverse ve a un desconocido, al que le pregunta aterrorizado:

–           ¿Quién eres tú?

El bondadoso anciano le contesta:

–           Pablo de Tarso.

El griego sollozando dice:

–           ¡Oh! ¡Eres tú!… ¡Estoy condenado! ¿Qué deseas?

El apóstol le contesta con inmensa compasión:

–           Salvarte.

Prócoro se apoyó contra un árbol y dijo completamente desconsolado:

–           Para mí ya no hay salvación.

–           ¿Acaso no has oído sobre el ladrón crucificado del que Jesús tuvo compasión?

Prócoro gritó llorando:

–           ¡Pero tú no sabes lo que yo hice!…

–           Fui testigo de tus sufrimientos. Y escuché la declaración de la verdad.

–           ¡Oh, Dios!…

–           Y si un siervo de Cristo, en la hora del martirio y de la muerte ha perdonado tus agravios, ¿Por qué no habrá de perdonarlos el Mismo Cristo?

Prócoro se tomó la cabeza con las manos, en un ademán desesperado y dijo:

–           ¡Oh! ¡Si Él quisiera perdonarme! ¡Perdón para mí!… ¡Perdón…! –y su llanto aumentó.

–           Nuestro Dios es un Dios de Amor y Misericordia. Su Infinita Bondad supera con su Gracia nuestros errores, cuando tenemos arrepentimiento.

Prócoro repitió asombrado y con inmenso dolor:

–           ¿Perdón para mí?

–           Apóyate en mí y acompáñame.

Pablo lo lleva consigo hasta una banca de mármol y se sientan envueltos por el silencio de la noche y el rumor del agua de la fuente.

El Apóstol repite:

–           Nuestro Dios es un Dios de Misericordia.  Si te pusieras a la orilla del mar a echar guijarros, ¿Podrías llegar a colmar sus profundidades? Pues en verdad te digo que la Misericordia de Dios es como el océano y en su Sangre Preciosísima se lavan nuestras culpas. Los delitos y los pecados de los hombres, Él los hunde como guijarros en el Mar de su Misericordia. Cristo es nuestro Salvador. Tú has sufrido y te arrepentiste al pie del patíbulo de Mauro. Cristo ha sido testigo de tu abatimiento. Y sin pensar en lo que te pudiera suceder, declaraste la verdad y Cristo no ha olvidado tus palabras.

Lo importante es el arrepentimiento. Cuando éste es verdadero, Dios perdona. Yo soy el hombre que aborrecía a Jesús y persiguió a sus seguidores. Yo también fui verdugo de los cristianos. A Jesús no le conocía y tampoco le amaba. Yo no creía en Él, hasta el día que se me manifestó en el Camino de Damasco, cuando iba decidido a destruir a sus elegidos. Desde ese bendito día, Él ha sido para mí la Misericordia. Ahora te está llamando a ti. Sí le odiaste, cuando Él te amaba. Si le perseguiste en los que Él amaba. Si le destruiste en sus confesores, Él te amaba y te sigue amando. Más ahora, porque con tu arrepentimiento, Él quiere perdonarte y salvarte.

Un inmenso dolor laceró hasta lo más profundo del alma y el corazón de Prócoro y al mismo tiempo renació la esperanza. ¡ÉL PODÍA SER PERDONADO! Él, que se siente culpable de la muerte de todos y cada uno de aquellos benditos mártires, que por una venganza estúpida, había crecido como una avalancha… ¡Destruyendo la vida de tantos millares de inocentes!

Y un sollozo que parece ahogarlo, agita el pecho de aquel infortunado ser humano que fue el instrumento perfecto para detonar la venganza de Satanás, el Verdadero Verdugo y Destructor de la Iglesia.

Pero Pablo sí pudo llegar a aquella alma. El arrepentimiento con sus lágrimas humildes, es el primer lavado de las almas. Pablo vio el dolor lacerante de aquel miserable  y recordó su propia y dolorosísima experiencia…

Después de un largo momento, dijo:

–           Cristo me acercó a ti. Él me ha ordenado que agrupe a las almas en nombre del Amor y yo estoy siempre a su servicio. Tú te consideras condenado, más yo te digo: cree en Él y te salvarás. Tú piensas que él te odia por tu gran pecado y por todos los demás pecados que ahora te abruman, pero yo te repito que en Él no hay otra cosa, más que Amor para ti EL TE AMA TAL COMO ERES EN ESTE MOMENTO. Antes de que yo le poseyera, en mí solo había maldad, la cual vivía en mi corazón y me impulsaba en mis obras. Ahora Jesucristo es para mí, todo. Y sólo en Él, está el refugio y el consuelo. Él solo ve tu pesar por el daño que has causado y tu aflicción inconsciente aunque tú no lo sepas, por el daño a tu propia alma. Haz a un lado tus temores y levanta tu cara. Si tú lo quieres, Jesucristo te perdona y te eleva hasta Sí.

–           ¡Sí! Si lo quiero. ¡Quiero su Perdón!…Quiero su perdón… –y Prócoro llora como un niño.

Pablo lo toma de la mano y lo conduce hasta la fuente, cuyos plateados raudales brillan  con sus reflejos a la luz de la luna, que como una pequeña cuña, apenas ilumina aquel lugar. Reina el silencio y los jardines están vacíos. Prócoro se arrodilla sin dejar de llorar, junto al lugar donde estuvo el poste donde Mauro fue martirizado.

Mientras tanto Pablo ora en silencio, con sus manos levantadas hacia el cielo estrellado. Y luego con el rostro radiante y como obedeciendo a una orden recibida, se dirige a la fuente. Bendice el agua y con el hueco de sus manos, toma un poco y la derrama sobre el viejo que llora inconsolable y dice con voz solemne:

–           ¡Prócoro, yo te bautizo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! Amén.

El griego levanta los brazos. Continúa arrodillado y ora por largo rato, en silencio y con el rostro bañado por sus lágrimas…

Enseguida pablo saca de entre sus ropas, una bolsa de precioso paño que contiene el Pan consagrado y partiendo un pedazo ora, la da al griego y pronuncia las palabras de la Comunión:

–          Este es el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, Dios que se hizo Hombre y murió para salvarte… Convirtiéndose en Alimento para sus confesores…

Prócoro levanta su cara bañada en llanto y recibiéndola en la boca contesta:

–          Bendito sea su Santo Nombre. Yo lo recibo… Amén

A continuación se postra con el rostro en tierra y ora en silencio.

Pasa el tiempo y se escucha el canto de los gallos.

Entonces Prócoro pregunta con voz trémula:

–           ¿Qué debo hacer antes de morir?

Pablo le contesta contundente:

–           Ten Fe y atestigua la Verdad.

El griego le toma la mano al apóstol y se la besa. Luego se levanta y los dos salen juntos. En el camino se separan y se van por diferentes rumbos.

Cuando Prócoro llega a su casa, antes de entrar, los pretorianos lo arrestan y lo llevan al palacio de Tiberio. El César se retiró a descansar, pero Tigelino lo está esperando…

Y al verlo sentenció:

–           Has cometido un crimen de lesa majestad. De esta traición, no podrás escapar al castigo. Pero si declaras mañana en el Anfiteatro, que estabas borracho y trastornado. Y que los autores de la conflagración fueron los cristianos, tu castigo se limitará a los azotes y al destierro. –concluye Tigelino con aire engañoso.

Prócoro contestó con serenidad:

–           No puedo hacer eso.

Tigelino se acercó a él con paso lento y su voz es contenida y aterradora:

–           ¿Cómo? ¡Maldito perro griego! ¿Dices que no puedes hacerlo? ¡Entonces no estabas borracho!… Y parece que no comprendes el castigo que te espera. ¡Mira!

Y señala en el extremo del atrium a cuatro fornidos esclavos que junto con los verdugos, lo esperan con los instrumentos del tormento en las manos.

Pero Prócoro contesta:

–           ¡No puedo!

La ira se apodera de Tigelino, pero se contiene. Y dice con una amenaza mortal:

–           Te llevaré a los calabozos de Calígula. ¿Recuerdas los tormentos de los primeros cristianos? Yo personalmente vigilaré tu tortura…

El viejo palidece, pero contesta con firmeza:

–           Yo también soy cristiano y Jesús es mi Señor y mi Dios.

Tigelino lo mira con asombro y exclama:

–           ¡Perro nauseabundo! ¡Te has vuelto loco de verdad!

Y  totalmente furioso, le toma de la barba con una mano y le amenaza:

–           ¡Te retractarás! ¡Te juro por Júpiter, que te retractarás! – y le arrojó al piso.

Prócoro contestó desde el piso:

–           ¡No puedo!

Totalmente lívido, temblando de rabia;  Tigelino ordenó a sus esbirros:

–           ¡Llevadle al tormento!

Ante esta sentencia, los tracios se apoderan del viejo y le arrastran hasta los sótanos del Palacio….

Después de haberlo atormentado, Tigelino vuelve a preguntarle:

–           ¿Te retractarás?

Prócoro insistió:

–           ¡No puedo!

Tigelino ordena suspender el tormento. Impotente, se pasea de un lado a otro de la estancia, con el rostro descompuesto por la ira. Y luego, con el semblante iluminado por una nueva idea y una diabólica sonrisa, ordenó:

–          ¡Arrancadle la lengua!

Y el tormento continuó…

Al principio, Haloto anunció que el César no asistiría, pero luego cambia de opinión ante los persuasivos argumentos del favorito.

Tigelino le manifestó:

–           Divinidad, después de lo ocurrido en los jardines, es más imperioso tu deber de presentarte ante el pueblo. Te aseguro que esta vez, el esclavo crucificado no te insultará.

Entonces se promueve otro banquete en los jardines imperiales.

Al día siguiente está atestada la casa de Tiberio. Los augustanos, senadores y los de la Orden Ecuestre, asisten todos. No solo por el espectáculo ofrecido, sino porque están deseosos de mostrar su adhesión al César y porque el protagonista es Prócoro, de quién está hablando Roma entera…

Y se rumora que después de la espectacular acusación del griego, se había apoderado de Nerón tal frenesí, que no había dormido… Y que es atormentado por visiones pavorosas y por eso ha anunciado su viaje a Acaya.

Pero otros afirman lo contrario y que ahora está decidido a desplegar mayor crueldad contra los cristianos.

Otros auguran que la acusación lanzada por Prócoro a la cara del César, podrá tener las más desastrosas consecuencias.

Y hay quienes también por humanidad ruegan a Tigelino, que ponga fin a las persecuciones.

Cornelio Flavio le dice:

–           Ved las repercusiones. Habéis querido desviar la cólera del pueblo y convencerle de que estabais castigando a los culpables. Y el resultado ha sido contraproducente.

Valerio Mesala confirmó:

–           ¡Cierto! Todos dicen ahora que los cristianos son inocentes. Y si a eso llamáis habilidad, Prócoro tuvo razón cuando afirmó que el cerebro de todos vosotros, cabía en la cáscara de una nuez.

Quinto Pomponio añadió:

–           Lo mejor es terminar con todo esto. Si dejáis en paz a los cristianos. Todo esto terminará por olvidarse.

Tigelino se volvió hacia ellos y dijo:

–           Cornelio Flavio, entre el pueblo se rumora también, que tu hija Priscilla ha sustraído a sus esclavos cristianos, a la justicia del César. Y lo mismo cuentan de tu esposa, Mesala.

Flavio replicó lleno de alarma:

–           ¡Eso no es cierto!

Valerio exclamó, no menos sobresaltado:

–           Vuestras mujeres divorciadas quieren perder a mi esposa.

Pero otros hablan de Prócoro Quironio.

Marcial preguntó:

–           ¿Qué le sucedió?  Él fue quien entregó a los cristianos en poder de Tigelino.

Lucano agregó:

–           De mendigo pasó a ser un hombre opulento. Hubiera podido terminar sus días en la mayor tranquilidad. ¡Es un hombre desconcertante!

Vitelio dijo:

–           También pudo contar con unos espléndidos funerales. ¡Pero no! ¡De repente abandona todo y decide perderse! ¡Definitivamente se ha vuelto loco!…

Tigelino respondió:

–           No está loco. Se convirtió en cristiano.

Plinio exclamó:

–           ¡Imposible!

Séneca sentenció:

–           ¡Os lo he dicho ya! Exterminad a los cristianos si queréis. Pero creedme: No podréis vencer a su Dios.

Trhaseas se impacientó:

–           ¡Después de lo que hemos visto!… ¡Por Cástor! ¿Acaso no comprendéis? Mirad lo que está sucediendo…

Marcial aconsejó:

–           Yo no he incendiado a Roma. Pero si el César lo permitiese ofrecería inmediatamente una hecatombe a esa Divinidad, para desagraviarlo.

Séneca añadió:

–           ¡Y todos deberíais hacer lo mismo! ¡Hemos visto su Poder! ¡Con ese Dios, no se juega!

Y Petronio concluyó:

–           Tigelino rió el otro día, cuando aseguré que estaban armándose.  Y ahora os afirmo: ¡Están triunfando!

Varias voces preguntaron al mismo tiempo:

–           ¡Qué! ¿Cómo es eso? ¿Por qué dices eso?

Petronio confirmó:

–           ¡Por Zeus! ¡Así es! Porque si un hombre como Prócoro no ha sido capaz de resistirles… ¿Quién lo hará? Si pensáis que después de cada uno de estos espectáculos, no aumentará el número de cristianos; mejor buscad otro oficio. Acaso entonces logréis informaros mejor de lo que piensa el pueblo y de lo que está pasando en la ciudad…

Varios exclaman al mismo tiempo:

–           ¡Por Pólux!

–           ¡Este Dios es Increíble!

–           ¡Muy poderoso entre los cristianos!

–           ¡Y también nos lo ha demostrado a nosotros!

–           ¡Están triunfando! ¡Petronio dice la verdad!

Y preguntan:

–           ¿Y qué opinas tú en conclusión?

Entonces Valerio Mesala se acercó a Petronio y le preguntó:

–           Sí. Dinos lo que piensas.

Petronio respondió:

–           Concluyo por donde habéis empezado vosotros. Creo que ya se ha derramado demasiada sangre.

Tigelino lo miró burlón y con una ironía cruel, le dijo:

–           ¡Eh!… ¡Todavía falta otra poca!…

Petronio le contestó con desdén:

–           Si tu cabeza no basta. Veo que en tu bastón hay más.

El Prefecto de los pretorianos miró con asombro su bastón de marfil y efectivamente, está manchado con la sangre del griego.

Pero la llegada del César interrumpió esta conversación. Y encabezó la comitiva en compañía de Pitágoras. Van hacia donde acondicionaron un escenario, para ver el espectáculo.

Inmediatamente después da principio la representación de un drama a la cual casi nadie presta atención porque el ánimo de los concurrentes, está expectante con Prócoro.

El público, familiarizado ya con la sangre y la tortura, se muestra fastidiado y empieza a silbar y a gritar frases poco halagadoras para la corte.

La obra se acelera y al fin llega el momento culminante: los esclavos llevan una cruz de madera tan baja, que un oso parado sobre sus patas traseras puede alcanzar fácilmente el pecho y la cabeza del ajusticiado.

Enseguida dos hombres arrastran a Prócoro, ya que no puede caminar; pues en la tortura le quebraron las piernas… Y lo enclavaron en la Cruz con rapidez.

Y solo hasta que la cruz quedó colocada en su sitio, fue que todos pudieron ver al augustano caído en desgracia…

Pero muy poco queda reconocible en aquel hombre torturado, del antiguo Prócoro. Su rostro está más blanco que la cera y su barba cana se ve ensangrentada, después que le arrancaran la lengua.

Aquel cuerpo delgado es un amasijo tumefacto, que por entre los desgarros de las costillas, muestra como respiran sus pulmones. Lo que está a la vista de todos, es el cuerpo desnudo de un anciano decrépito y agonizante.

La mirada del griego había sido muy desconfiada. En su rostro vigilante y receloso se veían siempre reflejadas, la incertidumbre y la alarma. Y ahora… Es un rostro luminoso como el de otros cristianos, que fueron sacrificados en el Circo…

Se han acondicionado dos vallados alrededor del escenario, que desde distintas direcciones confluyen al sitio en donde está el patíbulo del augustano en desgracia.

A través de ellos, primero sueltan un león y un minuto después a un tigre. Son fieras que llevan varios días sin comer y las cuales husmean el aire por el olor de la sangre. Pero de pronto y de manera inexplicable, los dos se dirigen hacia el ajusticiado y se echan a un lado de la cruz, como si fueran una inesperada guardia real.

Inmediatamente son soltados otro par de fieras. Un león Blanco que después de una escena similar. Levanta su impresionante cabeza y… ¡Bosteza!… Luego se echa del otro lado de la cruz aumentando el inusitado cortejo.

Y con la impresionante pantera, lo único que pasó fue que aumentó el número de fieras convertidas en mansos guardias.

El público contempla  impactado la increíble escena. Muchos miran con la boca abierta por el asombro más absoluto, sin poder comprender lo que está sucediendo. Entre ellos el mismo emperador.

Por último sueltan un oso que llega hasta el patíbulo de Prócoro y mueve de un lado a otro la cabeza sin levantarla del suelo, como si buscara algo. Y husmea el aire por el olor de la sangre… Es evidente que está muy hambriento y cuando ve la cruz y la presa que le espera en ella, se aproxima. Se alza sobre sus patas traseras… Y de repente se echa a los pies de la cruz, como un perro a los pies de su amo.

Séneca dijo:

–           ¡Si después de esto no admitís que este Dios no puede ser vencido! Nada os convencerá…

Cornelio Flavio:

–           ¡Después de lo que hemos visto!…

Marcial:

–           ¡Por Cástor! ¡Esto es imposible!

Valerio Mesala:

–           ¿Acaso no comprendéis?

Petronio:

–           ¡Vaya que están triunfando!

Lucano:

–           Mirad lo que está sucediendo…

Plinio:

–           ¡Este Dios es…!  ¡Indescriptible!

Marco Aurelio está dichosísimo; pues todos estos acontecimientos, están renovando su esperanza… ¡Jesús es el Dios de los Milagros!

Unos esclavos azuzaron al oso con sus gritos y una vara larga. El animal se levantó enfurecido y se paró frente a ellos. Abrió sus enormes fauces y lanzó un rugido aterrador. Por un momento pareció que se arrojaría sobre ellos…

Parado sobre sus patas traseras, miró desafiante a todos… Lanzó otro rugido impresionante y volviéndose a poner en cuatro patas regresó hacia la cruz, donde volvió a acomodarse como si la custodiara.

Tigelino se muerde los labios, furioso.

En Haloto puede más su crueldad que su asombro y piensa desesperado en el imprevisible desarrollo de una representación que no estaba planeada para esto…

El ánimo de los presentes se divide, aunque todos están pasmados por igual… Ver a las impresionantes fieras comportarse como si fueran animales amaestrados es algo difícil de asimilar…

Nerón está paralizado por el asombro, pero no está dispuesto a doblegarse…

Y todavía falta el desenlace de este drama tan singular…

En el semblante de Prócoro hay una expresión llena de paz y alegría. Sus ojos miran hacia el cielo y su cara está luminosa y radiante, porque sus ojos están mirando a un heraldo celestial… Que desciende y…

La multitud asombrada guarda silencio y una sonrisa se dibuja en el rostro del mártir. Luego abre su boca ensangrentada y todos pueden ver una oquedad sanguinolenta y sin lengua.

Y una voz retumbante y poderosa, que nadie reconoció como la suya, declaró:

–        El Señor Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero, Resucitó.

                                   Y Él vendrá con toda su Majestad como Rey Vencedor y como Sol de Justicia para todas las naciones de la Tierra.       

Y juzgará a los vivos y a los muertos.

Esperadle… ¡Bienaventurados los que estén preparados…!

 ÉSTA ES:

LA ÚLTIMA LLAMADA…

De los ojos de Prócoro se deslizan lágrimas de felicidad y de agradecimiento. Corren por sus pálidas mejillas y se mezclan con la sangre de su barba. Luego su cuerpo se estremece visiblemente con un estertor final… Y expiró.

Nerón se levanta colérico y se retira sin decir una sola palabra, acompañado de Pitágoras.

Todos los augustanos se quedan paralizados por unos momentos…Y luego se apresuran a seguir a su emperador.

Tigelino ordena la distribución de premios entre los del pueblo.

Y finalmente los arqueros mataron a las fieras, porque nadie se pudo acercar a retirar el cuerpo del griego, ya que los animales no se movieron de allí…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

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