80.- CONVERSIÓN DEL ARBITER ELEGANTIARUM

En cuanto el César dio la señal de gracia, Octavio salió disparado del circo…

Luego Alexandra fue transportada en la litera a la casa de Petronio.  Marco Aurelio y Bernabé van a pie a su lado, haciendo apresurar la marcha, para poder llegar cuanto antes y entregarla en manos del médico griego que atiende a toda la familia.

Hicieron el camino en silencio. Sólo sonríen porque todavía no acaban de asimilar todo lo que les sucedió…

Marco Aurelio, demasiado feliz y asombrado por todo lo acontecido, va orando y dando gracias a Dios por el milagro recibido. De vez en cuando, se inclina hacia la litera y se asoma a ver aquel rostro tan amado que a la luz del atardecer, parece un ángel que está dormido. Le parece estar soñando por haberla recuperado.

Recuerda cuando la sacaron del Spolarium. Le aseguró un médico desconocido, que la joven aún estaba viva… Fue tanta la felicidad que lo inundó y su corazón latía tan rápido, que por un momento creyó que iba a desmayarse… Y se apoyó en el brazo de Bernabé.

El gigantesco parto lo sostuvo, llorando de felicidad y murmurando alabanzas al Maravilloso Dios Vivo y Resucitado, que ha hecho posible este inesperado desenlace en un drama que se alargado demasiado tiempo…

Petronio por su parte está embargado de sentimientos contradictorios…

Se siente demasiado impactado por todos los sucesos increíbles de este día tan peculiar… Ahora comprende perfectamente a Prócoro… Ya no puede negarse a reconocer la fuerza tan irresistible que lo atrae poderosamente, hacia el incomparable Dios de los cristianos…

Muchos pensamientos y sentimientos incomprensibles lo envuelven en una vorágine, que no entiende y no sabe cómo definir… Experimenta una alegría muy grande y la fuerza de atracción arrolladora, con un hambre desconocida y el deseo de saciarla… En su corazón aletea una esperanza que jamás había sentido y el deseo de rendirse al impulso de… ¡¿Qué?!… ¡¿De Quién?!…

Lo único que sabe es que anhela con una sed profunda, que los cristianos lo sacien en el conocimiento de su religión…

Y va caminando por las calles de Roma, sumido en profunda reflexión.

A lo largo del trayecto se encontraron grupos de personas coronadas con flores, cantando y bailando en los pórticos. Disfrutando de la noche estrellada y de la regocijada serie de fiestas que no se han interrumpido, desde el inicio de los juegos.

Y ya casi para llegar a la casa Bernabé habló en voz alta. Y sus palabras llegan muy claras a toda la pequeña comitiva encabezada por Petronio y los esclavos que se les acaban de unir para recibirlos…

El pequeño grupo de espectadores,   oyó al parto cuando le dijo a Marco Aurelio:

–           Fue Jesús quién la libró de la muerte. La permanencia en la prisión me había quitado las fuerzas… Y cuando yo la vi sujeta entre los cuernos del toro, oí claramente la voz del Señor Jesucristo que me dijo: ‘¡Defiéndela!’

Me quedé paralizado y pensé: ¡¡Cómo?!…  Luego lo vi a Él, con esa belleza maravillosa que desprende tanta luz de su corazón. Me bendijo y me sonreía animándome… Solo pude murmurar: ‘Ayúdame’… Es muy largo para platicarlo, pero todo sucedió en un instante…

Y enseguida me sentí impulsado como por una catapulta…

Y cuando corrí hacia el animal, sentí que no era yo, el que lo tenía tomado por los cuernos. ¡Era Jesús!…  Sentí su Presencia Santísima tan poderosa dentro de mí, que creí que iba a desmayarme de felicidad. Y fue Jesús el que derrotó al animalY también fue Él, el que movió el corazón de ese pueblo cruel con su misericordia, para que se pusiera de parte nuestra. Nuestro Señor Vivo y Resucitado luchó en la arena contra Satanás y la bestia que usó el emperador para destruirnos… Ha sido su bendito Poder el que nos salvó. ¡Glorificado sea su Nombre!

Marco Aurelio contestó emocionado:

–           ¡Alabado sea Jesucristo!  ¡Alabado sea el Altísimo!…

Y no pudo agregar más, porque el llanto de agradecimiento le anegó los ojos…

Y cuando llegaron a la casa, los sirvientes advertidos por un esclavo que había sido despachado por Octavio con anticipación, ya les estaban esperando…

Depositaron a Alexandra en una espléndida estancia, amueblada con exquisito gusto e iluminada por unas hermosas lámparas corintias. El aire está saturado de aromas florales.

Cuando regresó Octavio, acompañado de Pedro y de Diana, Petronio los recibió en el atrium. Y junto con Aurora, les llevaron hasta la cámara donde yace la joven enferma y desmejorada, por su permanencia en los calabozos de la prisión.

Marco Aurelio le miró sorprendido y agradecido.

Pedro les dijo:

–           A nuestro señor Jesucristo le gusta hacer las cosas perfectas y completas. Ven aquí…

Y tomando la mano del tribuno, la juntó con la de su esposa… Y tocando las cabezas de los dos: la de ella desfallecida en el lecho y la del joven arrodillado a su lado. Pedro oró…

Una conmoción y una ola de calor envolvieron a Marco Aurelio, durante unos segundos que parecieron demasiado largos y cargados de suspenso…

Y también se estremeció Alexandra… El tiempo pareció detenerse… Enseguida lanzó un profundo suspiro y luego abrió los ojos. Y se sentó en el lecho sorprendida, porque no supo donde se hallaba, ni qué había pasado.

Petronio y Aurora se quedaron pasmados…

¡Alexandra se ve igual de hermosa y saludable como cuando la conoció!

Adiós a la jovencita escuálida y agonizante de hace unos momentos.

Los cristianos exclaman con entusiasmo:

–           ¡Bendito y alabado sea nuestro Dios! ¡Gracias por su poder que nos salva y nos ama! ¡Alabado y glorificado sea eternamente! ¡Amén!

Alexandra sorprendida y un poco aturdida, mira a su alrededor…

Pregunta:

–           ¿Qué pasó?

Marco Aurelio besa a su esposa y dice:

–           Te lo contaremos en el triclinium. ¡Gracias a Dios que estás aquí!

Está demasiado emocionado para poder decir más… y luego mira a Bernabé. Éste le sonrió.

Luego el tribuno se volvió hacia Octavio que le dijo muy feliz:

–           Jesús me envió por ellos. Creo que es hora de hacer una fiesta… ¿No crees?

–           ¡Ya lo creo que sí!

Petronio dijo:

–           Ahora mismo daré las órdenes.

Marco Aurelio dijo a Pedro:

–           ¿Os quedaréis? Es por agradecimiento.

El apóstol contesta sonriendo:

–           Con mucho gusto. Cuando contemplamos la Gloria y el Poder de Dios es un motivo de fiesta. –Y añade- Creo que estos dos, tienen mucho que decirse…

Petronio dice:

–           Aurora amada, cuida de que le proporcionen ropa y todos los cuidados necesarios. Te espero en el triclinium con nuestros invitados…

Aurora recupera la voz y dice emocionada:

–           ¡Ahora mismo, mi señor!

Y salen todos al atrium.

Aurora da las órdenes pertinentes y va a buscar un vestido para Alexandra.

Cuando se quedan solos, Marco Aurelio abraza a su esposa llorando de felicidad. La joven también lo abraza y recibe una avalancha de besos y de frases entrecortadas, que ella corresponde a su vez, totalmente desconcertada…

Solo recuerda el momento en que la habían atado a los cuernos del toro encadenado y lo que sucedió después…

Fue llevada por su ángel guardián a una ciudad maravillosa, donde había un palacio cuyas paredes parecían hechas de luz y un inmenso jardín donde ¡Habló con el Padre Celestial!…

Él le dio un beso de bienvenida y también estaba Jesús… ¡Es tan bellísimo y sus llagas tan luminosas que parecen rubíes! ¡0h!…  Es un júbilo sublime e inenarrable, el poder contemplar a Dios y sentirse parte de su Gran Familia… El Paraíso Celestial es el verdadero hogar…

Cuando conversaron, el Señor le dijo que todavía no terminaba su misión en la tierra y que debía volver a dar testimonio de cuanto estaba experimentando, para fortalecer la fe de los cristianos.

Ella estaba muy sorprendida y conmovida… Luego le preguntó a Jesús:

–           Señor… ¿A mí no me quieres con la corona del martirio?

Jesús sonrió y dijo:

–           ¿Deseas otra más?

–           Es que me parece que yo no te he dado nada todavía…

El Padre Celestial la miró con un amor infinito, volvió a besarla y dijo sonriente:

–           Una segunda corona… ¡La tendrás!… Por ahora, debes regresar a consolar el corazón de Marco Aurelio y enseñar a conocerme y amarme, a toda la familia de tu esposo. También desearía que me ayudes a traer a muchos más de mis amadísimos niños que aún no saben qué existo…  ¿Querrías hacerlo?

Alexandra respondió conmovida:

–           ¡Oh! ¡Claro que sí, Abba Santísimo! Si tú nos ayudas te traeremos a muchos; muchos más…

Ella se arrodilló y el Señor le dio su bendición… Y se le escapó un suspiro de nostalgia, por tener que separarse de ellos.

Luego se sintió como si despertara de un profundo sueño…

Al principio, al ver sobre ella el rostro de Marco Aurelio iluminado por la lámpara se sintió un poco confundida, porque aún no logra asimilar en donde se encuentra…

Ahora que ha pasado la emoción de los primeros momentos, pregunta con voz dulce:

–           ¿Qué pasó?…  ¡Me siento muy bien! ¿En dónde estamos?

Marco Aurelio exclamó jubiloso:

–           ¡Cristo te ha salvado y te ha devuelto a mi amor! ¡También te ha sanado!… Alabado sea el Señor Altísimo. Estamos en la casa de Petronio, mi amor.

Aurora entra y dice a Marco Aurelio:

–           Necesitamos que aseen y arreglen a Alexandra. No se tardarán mucho… Sólo un baño rápido, para que ella pueda sentirse más cómoda.

Marco Aurelio la mira perdidamente enamorado, sin asimilar completamente que ahora ya nadie puede volver a arrebatársela y dice con inmensa ternura:

–           ¡Claro! Amor mío, te esperaré en el triclinium, junto con los demás –le da un beso y sale sonriente al atrium donde Petronio está platicando con Pedro.

El augustano mira a la doncella  que está junto al apóstol y dice:

–           Entonces, ¿Vendrá esta hermosa jovencita a enseñarnos tu Doctrina? Esta casa está a tu disposición y preguntaré cuantos de la familia quieren participar. Aquí en Roma tengo quinientos esclavos. ¿Cuándo podrían empezar?

Pedro mira interrogante a Diana.

Diana contesta feliz:

–           Cuando ustedes lo dispongan.

Petronio pregunta a Pedro:

–           ¿También tú vendrás?

El apóstol contesta sonriente:

–           Tengo que pastorear mis ovejas. Y aunque te cueste creerlo, aún me quedan bastantes…

Marco Aurelio no puede creer lo que oye…

Tener a Pedro aquí en la casa. Escuchándolo como en la casa de Isabel, ¡Será absolutamente maravilloso!…

Y decide intervenir.

–           Pedro, siempre serás bienvenido en esta casa. Esperaremos con ansia tus relatos sobre el Maestro.

Petronio dice apresuradamente:

–           Perdonen que tenga que retirarme ahora. Tengo dos motivos muy importantes: uno, no quiero irritar más a Nerón y dos: necesito saber lo que pasa en el Palacio… Pónganse de acuerdo con mi sobrino y estaré aquí para esperarlos.

Se despide de Aurora con un beso y dice a Marco Aurelio cuando éste le acompaña a la litera:

–           Barba de Bronce se quedó furioso. En cuanto me sea posible, me retiraré. Me alegro que todo haya salido bien. A mi regreso platicaremos…

Y se va velozmente…

El tribuno regresa al atrium. Octavio está contando a todos lo que pasó en el Circo. Y Bernabé les relata lo mismo que dijo a Marco Aurelio, sobre lo que sucedió en la arena.

Pedro, escucha feliz todas las hazañas del Señor y las victorias de los mártires.

Marco Aurelio afirma que lo que más le desconcierta, es el cambio en su tío…

Y Pedro le dice:

–           Dios ha permitido todo esto, para salvación de vuestras almas. Petronio está en los umbrales de la Luz. Sigan orando…

En ese momento hacen su aparición, Aurora y Alexandra.

Las dos, magníficas en su esplendorosa juventud…

Una rubia, ricamente ataviada, parece una diosa. La otra, con su cabello negro, sus ojos azul-mar, también luce un regio vestido y joyas que la hacen parecer como una reina.

No queda rastro alguno del sufrimiento padecido en los calabozos…

Marco Aurelio mira embelesado a Alexandra y dice:

–           ¡Alabado sea el Señor! Eres un milagro viviente.

–           ¡Amén! –contestan todos los cristianos.

Y se dirigen al triclinium a festejar lo sucedido en ese día increíble…

Mientras tanto; Petronio ha llegado a la Casa de Tiberio y ve a todos los augustanos en el atrium.

El anciano Galba, se acerca a preguntarle:

–           ¿Cómo están Marco Aurelio y Alexandra?

Petronio miró a su alrededor y contestó sorprendido:

–           Ella se recuperará. Está siendo atendida por un excelente Médico. Marco Aurelio está muy bien. Pero… ¿Por qué están todos aquí y no ha empezado el banquete?

–           Desde que regresamos del Circo, Nerón se encerró en su biblioteca y no quiere ver a nadie. Ordenó cancelar el banquete y como no nos ha dicho nada a nosotros, no nos hemos atrevido a retirarnos para no atraernos su cólera. Lo estamos esperando.

–           ¿Entonces él no se ha dado cuenta de que yo no estaba aquí?

–           No lo creo. Desde que salimos del Circo, ya no quiso saber nada de nosotros. Afortunadamente para mí, yo salgo mañana para España. –dijo Galba suspirando con alivio.

Al poco rato, el César se presentó en el atrium, con gesto adusto y el entrecejo contraído. Está muy encolerizado por haber terminado el espectáculo, de una manera contraria a su designio. Al principio, ni siquiera quiso mirar a Petronio.

Pero éste, sin perder su sangre fría y con tranquila seguridad en sí mismo; así como con toda la distinción que lo caracterizan, se acercó a él y le dijo:

–           ¿Sabes divinidad, lo que sería muy conveniente? Escribe tú un poema sobre la doncella que por orden del señor del mundo, fue liberada de los cuernos del toro salvaje y entregada a su amante. Los griegos son hombres de sentimientos refinados y ese poema les encantará.

César se sorprendió, pero esta idea le agradó a pesar de su indignación…

Y le agradó por dos razones: primero, porque es un excelente tema para un canto. Segundo, porque así podrá glorificarse a sí mismo en él y presentarse como el Magnánimo señor del mundo.

Así que después de pensarlo un poco, miró a Petronio y le dijo:

–           ¡Sí! Creo que tienes razón. Pero ¿Estará bien que yo mismo celebre mi magnanimidad?

–           No es necesario que figuren los nombres de las personas. En Roma todo el mundo sabrá de quienes se trata. Y de Roma se difundirá por todo el imperio.

–           ¿Pero tú estás seguro de que esto agradará a las gentes de Acaya?

Petronio afirmó contundente:

–           ¡Por Zeus! Ya lo creo.

–           Ahora mismo voy a trabajar en su composición. -dijo el César entusiasmado con su nuevo proyecto. Y ordenando a todos que se retiren, pospuso el viaje a Nápoles, para el siguiente mes.

Petronio se retiró satisfecho, porque está seguro de que Nerón, cuya vida no es otra cosa que una adaptación de sucesos reales a sus planes literarios, no va a desperdiciar esta oportunidad que alimentará su egolatría y con este simple hecho, quedan atadas las manos de Tigelino.

Al volver a casa, vio que estaban terminando de cenar y contento, se integró a la conversación.

Marco Aurelio le dijo:

–           Regresaste muy pronto.

Petronio contestó:

–           El banquete se canceló y yo tengo tres semanas libres. Nerón se va a encerrar a buscar la inspiración de las musas y yo quiero aprovechar el tiempo. ¿Podrás darme la instrucción que necesito en ese período? –preguntó Petronio, mirando a Pedro.

El apóstol se queda reflexionando un momento y luego, como obedeciendo a una voz interna, dice:

–           Te dejaré aquí a Diana y mañana te enviaré a Junías y a otro predicador, entre los tres te evangelizarán, junto con toda tu familia. Yo vendré dentro de dos semanas y tú habrás tomado la decisión que prefieras…

Petronio contestó:

–           Está bien. Lo haremos así.

Y mirando a Alexandra a quién Marco Aurelio tiene tiernamente abrazada. Al verla tan hermosa, exclama:

–           ¡Me parece estar soñando! Después de todo lo que hemos vivido los últimos meses… Y luego pensar que hace apenas unas cuantas horas, teníamos el corazón casi paralizado al ver a Bernabé en la arena. Y ahora… En el Palacio me preguntó Galba por ustedes. Mañana se va para España. Le dije que tú estabas bien y que Alexandra estaba siendo atendida por un Excelente médico…

Marco Aurelio contesta emocionado:

–           ¡El mejor de todos! ¡El Único! El Redentor me la devolvió.

Pedro dice:

–           Te la ha devuelto porque tuviste Fe, a fin de que no todos los labios que confiesan su Nombre, queden silenciosos.

Cuando la cena termina, Pedro se despide y Petronio ordena a su mayordomo que lo envíe en su litera, para que no vaya solo.

Pero el apóstol se opone diciendo que no es conveniente llamar la atención, pues a él también lo andan persiguiendo y todavía no llega su hora…

Entonces interviene Octavio y dice:

–           Yo lo acompañaré. –Y mirando a Marco Aurelio, agrega- ¿Me permites quedarme con mi comitiva, para participar en ese catecumenado y llevar nuevos granos de trigo a mi regreso a Tívoli?

El tribuno sonrió:

–           No solo eso. Mañana iremos al Pretor. Quiero darles a todos la libertad y que compartan nuestra felicidad.

Diana exclama:

–           El Amor actúa ya… ¡Bendita y alabada sea la Santísima Trinidad!

Los cristianos contestaron:

–           ¡Amén!

Entonces Pedro los bendijo a todos y luego se despidió:

–           La paz sea con ustedes.

Y se retiró con un Octavio y dos siervos más, que son cristianos y van maravillados, comentando todos los milagros realizados por un Dios que sigue Vivo y activo, como cuando caminaba en Palestina…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

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