13.- EL AMOR ENTRE EL SUFRIMIENTO12 min read

Por una vereda entre campos segados, quemados y amarillentos; Jesús camina entre Leví y Juan. Detrás vienen José, Judas y Simón. Es de noche, pero no hay alivio. La tierra es un fuego que continúa quemando después del incendio del día.

Todos caminan en silencio, fatigados y acalorados.

Jesús sonríe y pregunta a Leví:

–           ¿Lo encontraremos?

El pastor contesta:

–            Ciertamente. Por este campo guarda la mies y todavía no ha empezado la recolección de frutas. Los campesinos por eso están ocupados en vigilar los viñedos y los árboles frutales, protegiéndolos de los ladrones. Sobre todo cuando los amos son aborrecidos, como el que tiene Jonás. Samaría está cercana y cuando ellos pueden… ¡Oh! Con gusto a nosotros los de Israel, nos causan daño. Aunque saben que luego a los criados se les apalea. Pero como nos odian tanto.

–            No tengas rencor, Leví.

–            No. Pero Tú mismo verás como por culpa suya, Jonás fue golpeado hace como cinco años. Desde entonces pasa la noche en guardia. El flagelo es un suplicio cruel…

–           ¿Todavía nos falta mucho para llegar?

–            No, Maestro. ¿Ves allá donde terminan estos campos y empieza aquel monte oscuro? Allá están las arboledas de Doras, el duro fariseo. Si me permites, me adelanto para que me oiga Jonás.

–            Ve.

Juan pregunta a Jesús:

–           Pero Señor mío. ¿Así son todos los fariseos? ¡Oh! ¡Yo jamás querría estar a su servicio! Prefiero la barca.

Jesús, un poco serio, pregunta a su vez:

–           ¿Es la barca tu predilecta?

Juan se apresura a contestar:

–           No. ¡Eres Tú! La barca lo era cuando ignoraba que el Amor estaba en la tierra.

Jesús ríe de su vehemencia y dice bromeando:

–           ¿No sabías que en la tierra estaba el Amor? Entonces ¿Cómo naciste, si tu padre no amaba a tu madre?

–           Ese amor es hermoso, pero no me seduce. Tú eres mi amor. Tú eres el Amor sobre la tierra para el pobre Juan.

El rostro de Jesús se ilumina y atrae al joven hacia Sí y dice:

–           Tenía deseos de oírlo decir. El Amor está sediento de amor. Y el hombre da y dará a su avidez siempre, gotas imperceptibles. Como éstas que caen del cielo y son tan pequeñitas, que se evaporan en el aire, al calor del estío. También las gotas de amor de los hombres se evaporarán en medio del aire, muertas al calor de tantas cosas. El corazón todavía las exprimirá… los intereses, los amores, los negocios, avaricia y tantas… tantas cosas humanas las consumirán. ¿Y qué subirá para Jesús?…

¡Oh! ¡Muy poca cosa! Los restos. Lo que queda de todos los latidos interesados de los hombres, para pedir, pedir, pedir cuando la necesidad apremia. Amarme sólo por amor, será una propiedad de pocos: de los Juanes. De los que quieran y aprendan a ser hostias…

Jesús suspira.

Han llegado al huerto y se detienen. El calor es tan fuerte, que sudan aún sin traer manto. En silencio, esperan. Del follaje espeso, apenas iluminado por la luna, emergen dos figuras. Una es Leví, que dice:

–           Maestro, Jonás está aquí.

Antes de que Jonás se acerque a Él, Jesús dice:

–           Mi paz llegue a ti.

Jonás no contesta. Corre y llorando se arroja a sus pies y los besa. Cuando puede hablar dice:

–           ¡Cuánto te he esperado! ¡Cuánto! ¡Qué desconsuelo al saber que la vida se iba, que venía la muerte y que tenía que decir: ‘Y no lo vi’ y sin embargo no moría toda la esperanza! Ni siquiera cuando estuve a punto de morir. Recordaba que Ella dijo: ‘Vosotros, una vez más le serviréis’ y Ella no podía decir algo que no fuese verdad. Es la Madre del Emmanuel. Por esto nadie más que Ella, tiene a Dios consigo. Y tiene a Dios y sabe lo que es Dios.

–           Levántate. Ella te saluda. La tienes cerca, muy cerca. Nazareth la hospeda.

–           Tú y Ella… ¿En Nazareth? ¡Oh! ¡Si lo hubiese sabido! Por la noche. En los meses fríos de invierno, cuando la campiña duerme y los malos no pueden causar daño a los agricultores, hubiese ido corriendo a besaros los pies. Y hubiera regresado con mi tesoro de estar en lo cierto. ¿Por qué no te manifestaste, Señor?

–           Porque no era la hora. Pero ya ha llegado. Es necesario saber esperar. Tú lo dijiste: ‘En los meses helados, cuando la campiña duerme’ y sin embargo ya ha sido sembrada, ¿No es verdad? Yo también era como el grano sembrado. Tú me viste cuando fui sembrado. Después desaparecí bajo un silencio obligatorio, para crecer y llegar al tiempo de la mies. Y resplandecer a los ojos de quienes me vieron recién nacido y a los ojos del mundo. Ese tiempo ha llegado. Ahora el recién nacido está listo para ser el Pan del Mundo. Ante todo, busco a mis fieles y les digo: ‘Venid. Saciaos conmigo’

Jonás lo escucha con una sonrisa radiante de felicidad y exclama:

–           ¡Oh! ¡Eres Tú! ¡Eres exactamente Tú!

Jesús le pregunta:

–           ¿Estuviste a punto de morir? ¿Cuándo?

–           Cuando me medio mataron porque a dos parras mías les habían robado. ¡Mira cuantos cardenales! –se baja el vestido y muestra la espalda, que es como una pintura de cicatrices caprichosas. Y agrega- me pegó con un cordel de hierro. Contó los racimos que se habían llevado y revisó donde las uvas fueron arrancadas. Y por cada una, me dio un golpe más… hasta que quedé medio muerto. Me socorrió María, la hija del administrador. Me curó. Y después de dos meses me alivié, porque con el calor las llagas se infectaron y tenía mucha fiebre.

Dije al Dios de Israel: ‘No importa. Haz que vea otra vez a tu Mesías y no importa lo que sufro. Tómalo como sacrificio. No tengo nada que ofrecerte. Soy esclavo de un hombre y eso Tú lo sabes. Ni siquiera se me permite ir a tu altar en Pascua. Tómame por hostia… pero permite que lo vea otra vez.

–           Y el Altísimo contestó: ‘Jonás, ¿Quieres servirme como tus compañeros lo hacen?

–           ¿Y en qué forma?

–           Como ellos lo hacen. Leví sabe y te dirá cuán sencillo es servirme. Quiero tan solo tu voluntad.

–           Ésa te la dí, desde que apenas habías nacido. Por Ella, todo lo he vencido. Tanto los desconsuelos como los odios. Sucede que aquí no se puede hablar.  El amo, en cierta ocasión me pegó porque yo insistía en que Tú ya estabas. Pero cuando él no estaba y a los que les podía tener confianza… ¡Oh! ¡Cómo les contaba el prodigio de aquella noche!

–           Pues bien. Hoy es el prodigio de encontrarnos. Casi a todos os he encontrado. Y a todos, fieles. ¿No es esto una maravilla? Tan sólo por haberme contemplado con fé y amor, os habéis hecho justos ante Dios y ante los hombres.

–           ¡Oh! ¡Y desde ahora tendré valor! ¡Mucha valentía! Porque sé que estás y puedo decir: Él está aquí. Id a donde está. Pero, ¿A dónde, Señor mío?

–           Por todo Israel. Hasta Septiembre, estaré en Galilea. Nazareth o Cafarnaúm, frecuentemente me hospedarán. Y allí se me podrá encontrar. Después… estaré por todas partes. He venido a reunir a las ovejas de Israel.

–           ¡Señor mío! Encontrarás muchos que no son ovejas. Desconfía de los grandes de Israel.

–           No me harán ningún daño hasta que no llegue la hora. Tú dí a los muertos, a los que duermen y a los vivos: ‘El Mesías está entre nosotros’

–           Señor, ¿A los muertos?

–           A los muertos en su corazón. Los demás, los muertos en el Señor; se regocijarán con la alegría cercana de verse liberados del Limbo. Dilo a los muertos. Yo Soy la Vida. Dilo a los que duermen: Soy el Sol que se levanta y quita el sueño. Dilo a los vivos: Yo Soy la Verdad que buscan ellos.

–           ¿Y curas también a los enfermos? Leví me contó lo que hiciste con Isaac. Tan solo para él hay un milagro porque es tu pastor, ¿O también para todos?

–           Para los buenos, hay milagro como premio justo y para empujarlos hacia la verdadera bondad. También para los malvados. Para sacudirlos y persuadirlos de que Yo Soy y que Dios está conmigo. El milagro es un regalo.

–           Señor, no te desdeñes de entrar en mi casa. Si me aseguras que en los terrenos no entra un ladrón; quiero hospedarte y llamar a tu alrededor a los pocos que te conocen a través de mi palabra. El patrón nos ha doblado y quebrado como tallos inútiles. No tenemos otra cosa, más que la esperanza de un premio eterno. Pero si te muestras a los corazones intimidados, renovarán su fortaleza.

–           Voy. No tengas miedo por los árboles, ni por los viñedos. Puedes creer que los ángeles harán guardia.

–           ¡Oh, Señor! Yo he visto a tus siervos celestiales. Creo y estoy seguro contigo. ¡Benditas estas plantas y estas viñas que tienen viento y canción de alas y de voces angelicales! ¡Bendito este suelo al que santifican tus pies! ¡Ven, Señor Jesús! ¡Oh! ¡Está con nosotros el Mesías!

Jonás está exultante de alegría. Y los lleva hacia su pobre choza.

Tres días después…

Jonás y los otros desgraciados campesinos como él, se despiden de Jesús. Es la hora de separarse.

Jonás pregunta:

–           ¿No te volveré a ver, Señor mío? Nos has traído la luz al corazón. Tu bondad ha hecho de estos días, una fiesta que durará toda la vida. Tú has visto cómo nos tratan. A las plantas se les cuida mejor que a nosotros, porque valen dinero. Nosotros somos tan solo máquinas que lo fabrican y se nos hace trabajar hasta morir por esta causa. Pero tus palabras nos han llenado de esperanza. Has compartido el pan con nosotros;  el pan que él ni siquiera da a sus perros. Vuelve Señor; para cualquier otro sería una ofensa ofrecer  un albergue y una comida que hasta los mendigos desdeñan. Pero Tú…

–           En ellos encuentro un aroma y un sabor celestial, porque hay en ellos fe y amor. Regresaré, Jonás.

–           Señor, cuando Tú nos amas, no se sufre. Antes no teníamos a nadie que nos amase. ¡Si al menos pudiese ver a tu Madre!

–           No te angusties. Cuando la estación sea más suave, vendré con Ella. No te expongas a castigos inhumanos, por el ansia de verla. Adiós a todos vosotros. Mi paz sea el escudo contra la dureza de quien os llena de temor. Adiós, Jonás. No llores. Con fe paciente has esperado tantos años. Te prometo ahora, que esperarás muy poco. No te dejaré solo. Tu bondad dio seguridad a mi llanto infantil.

–           Sí. Pero te vas y yo me quedo…

–           Jonás, amigo mío. No dejes que me vaya afligido por el peso de no poderte ayudar.

–           No lloro, Señor. ¿Pero cómo lograré vivir sin verte, ahora que sé que estás vivo?

Jesús vuelve a acariciar al viejo deshecho y luego se separa. Pero de pie, en los bordes de la miserable área, abre los brazos y bendice la campiña. Luego se pone en camino.

Simón nota el desacostumbrado ademán y pregunta:

–           ¿Qué haces, Maestro?

–           He puesto una señal en todas las cosas, para que Satanás no pueda dañarlas, dañando también a esos infelices.

–           Maestro, caminemos más aprisa. Te quiero decir una cosa que nadie más oiga.

Se separan del grupo y Simón dice:

–           Lázaro tiene órdenes de usar el dinero para socorrer a todos los que en el nombre de Jesús, lleguen a él. ¿No podríamos liberar a Jonás? Ese hombre solo tiene la alegría de tenerte. Hay que dársela. Acá, los más ricos de Israel, tienen tierras óptimas y los exprimen con cruel usura, exigiendo de sus trabajadores el ciento por uno. Lo sabía desde hace años. Maestro, si quieres, da órdenes y Lázaro lo hará.

–           Simón. Ya había comprendido porqué te despojabas de todo. No me es desconocido el pensamiento del hombre. También por esto te amé. Al hacer feliz a Jonás, haces feliz a Jesús. ¡Oh! ¡Cómo me angustia el ver sufrir a quién es bueno! Mi condición de pobre y despreciado del mundo, no me causa angustia alguna. Si Judas me oyese diría: ‘Pero ¿Acaso no eres Tú el Verbo de Dios? Manda y las piedras se convertirán en oro y en panes para los miserables’ y repetiría las asechanzas de Satanás. Deseo quitar el hambre a los que la tienen, pero no como Judas querría.

Todavía no estáis bien preparados para comprender la profundidad de lo que digo. Pero óyeme: si Dios proveyese a todo, haría un hurto a sus amigos. Los privaría de la facultad de ser misericordiosos y de obedecer con esto a su mandato del amor. La desgracia de otros, proporciona a mis amigos, la facultad de ejercitarla. ¿Has comprendido mi pensamiento?

–           Es profundo. Lo medito. Me humillo al comprender cuán obtuso sea yo y cuán grande es Dios, que nos quiere con todos sus atributos. Que seamos más benignos, para poder llamarnos hijos suyos…

Simón reflexiona y luego se unen con el grupo que continúa su viaje hasta Nazareth…

 HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

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