27.- CONTRA LA CORRIENTE16 min read

Al día siguiente, en el amanecer lleno de neblina por el frío invernal, Jesús pasea a lo largo del río. Se oye el trinar de los pájaros en busca de comida. A través del prado Juan llega hasta donde está su Maestro y le dice:

–                     ¿Te perturbo, Maestro?

Jesús contesta:

–                     No. ¿Qué quieres?

Juan anuncia muy contento:

–           Vine pronto a traerte una noticia que te puede dar consuelo. Y también quiero pedirte un consejo. Estaba barriendo los salones y vino Judas de Keriot y me dijo: ‘Te ayudo’. Quedé sorprendido, porque casi siempre hace de mala gana, estos quehaceres humildes. Y le dije: ‘¡Oh! ¡Gracias! Así terminaré más pronto y quedará mejor.’ Y él se puso a barrer y pronto terminamos.

Y luego me dijo: ‘Vayamos al bosque. Los viejos son siempre los que acarrean leña. No está bien. Vamos nosotros. Yo no sé cómo se hace. Pero si tú me enseñas…’

Y nos fuimos. Después, mientras estaba yo atando la leña, me dijo:

–           ‘Juan, te quiero decir una cosa…

–           Habla. –le dije pensando que sería una crítica.

Y fue al contrario. Me dijo:

–           Tú y yo, somos los más jóvenes. Sería conveniente que estuviésemos más unidos. Tú tienes casi miedo de mí y tienes razón; porque no soy bueno. Pero créeme… no lo hago a propósito. Hay veces que siento ganas de ser malo. Tal vez como yo era el único; no me educaron bien. Quiero hacerme bueno. Sé que los viejos no me miran con buenos ojos. Los primos de Jesús están sentidos porque… En realidad tienen razón. He faltado mucho contra ellos y contra su primo. Pero tú eres bueno y tienes paciencia. Quiéreme mucho. Haz de cuenta que soy hermano tuyo. Malo, sí. Pero a quién hay que amar, aunque sea así. El Maestro también dice que hay que obrar así.

Cuando veas que no obro bien, dímelo. Y por favor, ya no me dejes solo. Cuando voy al poblado, ven tú también conmigo. Me ayudarás a no hacer el mal. Ayer sufrí mucho… Jesús me habló y yo lo vi. Dentro de mi necio rencor, no me miraba ni a mí mismo, ni a los demás. Ayer lo comprobé. Tienen razón en decir que Jesús sufre… Y pienso sé que tengo algo de culpa en ello. Ya no quiero tenerla más. Ven conmigo… ¿Vendrás?… ¿Me ayudarás a ser menos malo?…

Así habló. Te confieso que el corazón me latía como le late a un pajarito, cuando se le coge. Me latía de gozo porque me gusta que sea bueno por Ti. Y me latía también con un poco de miedo… Porque no querría hacerme como Judas. Pero después me acordé de lo que dijiste cuando aceptaste a Judas y respondí:

–                     Si te ayudaré. Pero debo obedecer si tengo otras órdenes…

Pensaba: ‘Le diré al Maestro. Si Él quiere lo hago. Y si no quiere; haré que se me den órdenes de no alejarme de la casa.’

Jesús mira con infinito amor a su Predilecto y le dice:

–                     Oye, Juan. Puedes ir. Pero debes prometerme que si sientes que alguna cosa te turba, me lo dirás. Me has alegrado con esto. Mira, ahí viene Pedro con su pescado. Puedes irte, Juan.

El jovencito se va y Jesús se dirige a Pedro:

–                     ¿Buena pesca?

Pedro mueve la cabeza y responde:

–                     ¡Hummm! No muy buena… sólo son pescaditos. Pero todo sirve. Santiago está renegando porque algún animal rompió el lazo y se perdió una red. Le dije: ‘¿Él no debe comer? Ten compasión de un pobre animalito.’ Pero él no lo toma así… -Y Pedro suelta una carcajada.

Jesús dice muy serio:

–                     Es lo que Yo digo de uno que es hermano y eso no lo sabéis hacer.

–                     ¿Te refieres a Judas?

–                     Me refiero a él. Sufre. Tiene buenos deseos e inclinación perversa. Pero dime un poco tú; experto pescador. Cuando quisiese ir en barca por el Jordán, para llegar al lago de Nazareth; ¿Cómo debería hacer? ¿Lo lograría?…

–                     ¿Desde aquí?… ¡Eh! ¡Sería un trabajo enorme! Lo lograrías con lanchas planas. Cuesta trabajo, ¿Sabes? ¡Es lejos! Sería necesario medir siempre el fondo. Tener ojo en la ribera. En los remolinos, en los bosquecillos flotantes en la corriente. ¡Ufff! La vela en estos casos, estorba y no sirve. Pero, ¿Quieres regresar al lago siguiendo el río? Ten en cuenta que no le va a uno bien, ir contra la corriente. Es menester dividirse en muchas cosas, si no…

–                     Tú lo has dicho. Cuando alguien es vicioso, para ir al Bien; debe ir contra la corriente. Y no puede lograrlo por sí solo. Judas es uno de estos. Y vosotros no lo ayudáis. El pobre rema hacia arriba solo y se pega contra el fondo. Da contra remolinos; se mete en los bosquecillos flotantes y cae en una vorágine. Si quiere medir el fondo, no puede tener al mismo tiempo, el timón y el remo. ¿Por qué se le echa en cara si no avanza? Tenéis piedad de los extraños y de él; vuestro compañero, ¡¿No?!…

¡No es justo! ¿Ves ahí a Juan y a él, que van al poblado a traer pan y verduras? Él ha pedido que por favor no se le deje ir solo. Se lo pidió a Juan, porque no es tonto y sabe cómo pensáis los viejos de él.

–                     ¿Y Tú lo has mandado? ¿Y si Juan también se echa a perder?

Santiago ha llegado con la red que sacó de las varas y escuchó las últimas palabras. Pregunta:

–                     ¿Quién? ¿Mi hermano? ¿Por qué va a echarse a perder?

Jesús contesta:

–                     Porque Judas va con él.

–                     ¿Desde cuándo?

–                     Desde hoy. Yo le di permiso.

–                     Si Tú lo permites… Entonces…

–                     Aún más bien. Lo aconsejo a todos. Lo dejáis muy solo. No seáis sólo sus jueces. No es peor que otros. Está muy mal educado desde su infancia.

Santiago dice:

–                     Así será. Si hubiese tenido por padre y madre a Zebedeo y a Salomé, las cosas no serían así. Mis padres son buenos, pero estrictos. Se acuerdan que tienen un derecho y una obligación sobre sus hijos.

–                     Dijiste bien hoy hablaré exactamente sobre esto. Vámonos. Veo que empieza a parecer gente por los prados…

Pedro dice entre animado y fastidiado:

–                     No sé cómo vamos a hacer para vivir. Ya no hay tiempo para comer, orar, descansar… Y la gente aumenta siempre más.

Jesús responde:

–                     ¿Te desagrada? Es señal de que todavía hay quién busca a Dios.

–                     Sí, Maestro. Pero Tú sufres. Ayer te quedaste sin comer y esta noche sin más cobija que tu manto. ¡Si lo supiese tu Madre!

–                     ¡Bendeciría a Dios que me trae tantos fieles!

Llegan Felipe y Bartolomé diciendo:

–                     ¡Oh! ¡Maestro! ¿Qué hacemos?

–                     Es una verdadera peregrinación de enfermos, quejosos y pobres que vienen de lejos, sin medios.

Jesús contesta:

–                     Compraremos pan. Los ricos dan limosnas. Las emplearemos en ellos.

Felipe dice:

–                     Los días son breves. El cobertizo está lleno de gente que parece que va a pernoctar. Las noches son húmedas y frías.

–           Tienes razón, Felipe. Nos estrecharemos en un solo galerón. Podemos hacerlo y arreglaremos los otros, para quienes no puedan regresar a su casa en la misma tarde.

Pedro refunfuña:

–                     ¡Entendido! Dentro de poco tendremos que pedirles permiso a los huéspedes, para cambiarnos de ropa. Nos invadirán en tal forma, que nos arrojarán.

–                     Otras fugas verás, Pedro mío…  ¿Qué tiene esa mujer?

Han llegado a la era y Jesús la ve llorando.

Bartolomé contesta:

–                     Ayer también estuvo y también lloraba. Cuando hablabas con Mannaém intentó acercarse a Ti. Pero después se fue. Debe estar en el poblado, porque ha regresado y no parece enferma.

Al pasar junto a ella, Jesús le dice:

–                     La paz sea contigo, mujer.

Ella responde en voz baja:

–                     Y contigo.

Son por lo menos trescientas personas. Bajo el cobertizo hay ciegos, cojos, mudos. Uno que no hace más que temblar. Un jovencillo claramente hidrocéfalo, tomado de la mano por un hombre; no hace más que bufar, babear y sacudir su cabezota con expresión de estúpido.

Una mujer pregunta:

–                     ¿El Maestro, cura también los corazones?

Pedro la oye y dice a Jesús:

–                     Tal vez es una mujer traicionada.

Mientras Jesús va a donde están los enfermos, Bartolomé y Felipe van a bautizar a muchos peregrinos. La mujer llora en un rincón sin moverse.

Jesús no niega nadie el milagro.

Llega ante el jovencito y toma entre sus manos su cabezota y con su aliento le infunde la inteligencia. Todos se agolpan. También la mujer velada, que perdida entre la multitud; se atreve a acercarse más y se pone junto a la mujer que llora.

Jesús dice al tonto:

–                     Quiero en ti la luz de la inteligencia, para abrir paso a la Luz de Dios. Oye, di conmigo: Jesús. Dilo, lo quiero.

El tonto, que antes mugía como una bestia, masculla fatigosamente:

–                     ¡Jesiú!

–                     Otra vez. –dice Jesús, que continúa teniendo entre sus manos, la cabeza deforme y lo mira fijamente.

–                     ¡Jess-sús!

–                     ¡Otra vez!

–                     ¡Jesús! –dice finalmente.

En sus ojos ya hay una expresión y en su boca se dibuja una sonrisa diferente.

Jesús dice a su padre:

–                     Hombre, tuviste fe. Tu hijo está curado. Pregúntaselo. El Nombre de Jesús es milagro contra las enfermedades y las pasiones.

El hombre pregunta a su hijo:

–                     ¿Quién soy yo?

El muchacho contesta:

–                     Mi padre.

El hombre lo estrecha contra su pecho y dice:

–                     Así nació. Mi mujer murió en el parto. Y él tenía impedida la mente y el habla. Ahora ved. Tuve fe, sí. Vengo desde Joppe. ¿Qué debo hacer por Ti, Maestro?

–                     Ser bueno. También tu hijo. No más.

–                     ¡Y amarte! ¡Oh! ¡Vamos a decírselo a tu abuela! Fue ella la que me persuadió a venir. Que sea bendita.

Los dos se van felices. Del infortunio pasado no queda rastro. Sólo la cabeza grande del muchacho. La expresión del rostro y el habla son normales.

Varios quieren saber y preguntan a Jesús:

–                     ¿Se curó por voluntad tuya o por poder de tu Nombre?

–                     Por voluntad del Padre, siempre benigno con su Hijo. También mi Nombre es salvación. Vosotros sabéis que ‘Jesús’ quiere decir Salvador. La salvación es de las almas y de los cuerpos. Quién dice el Nombre de Jesús con verdadera devoción y fe; se levanta de las enfermedades y del Pecado. Porque en cada enfermedad espiritual y física; está la uña de Satanás; el cual produce las enfermedades físicas, para llevar a la rebelión y a la desesperación; al sentir los dolores de la carne. Y las morales y espirituales para conducir a la condenación eterna.

–                     Entonces según Tú, ¿En todas las cosas que afligen al hombre; no es un extraño Belcebú?

–                     No es un extraño. La enfermedad y la muerte entraron por él. E igualmente la corrupción y el delito. Cuando veáis algún atormentado por una desgracia; recordad que él también sufre por causa de Satanás. cuando veáis que alguien es causa de infortunio; pensad que es un instrumento de Satanás.

–                     Pero las enfermedades vienen de Dios.

–                     Las enfermedades son un desorden del Orden. Porque Dios creó al hombre sano y perfecto. El Desorden introducido por Satanás en el orden puesto por Dios; ha traído consigo la enfermedad en el cuerpo y las consecuencias de la misma. O sea; la muerte y también las herencias funestas. El hombre heredó de Adán y Eva, la mancha de Origen. Pero no solo esa. La Mancha se extiende cada vez más; comprendiendo las tres ramas del hombre: la carne siempre más viciosa y por lo tanto débil y enferma.

La parte moral, siempre más soberbia y por lo tanto, corrompida. El espíritu siempre más incrédulo; o sea, cada vez más idólatra. Por esto es necesario hacer como hice con el jovencito: enseñar el Nombre que ahuyenta a Satanás. grabarlo en la mente y en el corazón. Ponerlo sobre el ‘yo’, como un sello de propiedad.

–                     Pero, ¿Nos posees Tú? ¿Quién Eres que te crees tan gran cosa?

–                     ¡Si fuera así! Pero no lo es. Si os poseyese estaríais ya salvados. Sería mi derecho porque Soy el Salvador. Salvaré a los que tengan fe en Mí.

Uno de los curados que antes usaba muletas y ahora se mueve ágilmente, dice:

–                     Yo vengo de parte de Juan el Bautista. Me dijo: ‘Ve al que habla y bautiza cerca de Efraín y Jericó.  Él tiene el poder de atar y desatar. Mientras que yo solo puedo decirte que hagas penitencia para hacer tu alma ágil en conseguir la salvación.

Otro pregunta:

–                     ¿No siente el bautista que pierde gente?

Y el que acaba de hablar, responde:

–           ¿Sentirlo? A todos nos dice: ‘Id. Id. Yo soy el astro que se oculta. Él es el astro que sube y se queda fijo en su eterno resplandor. Para no permanecer en tinieblas, id a Él; la Luz Verdadera; antes de que se pague mi lamparilla.

–           ¡Los fariseos no dicen así! Están rabiosos porque atraes a las multitudes. ¿Lo sabías?

Jesús responde escueto:

–                     Lo sabía.

Se desata una disputa sobre la razón y modo de proceder de los fariseos.

Jesús la trunca con un:

–           ¡No critiquéis!  – que no admite réplica.

Bartolomé y Mateo regresan con los bautizados.

Jesús empieza a hablar…

Predica extensamente sobre el Cuarto Mandamiento. Cuando termina, quién debe partir se va pronto. Quién se queda, entra en el tercer galerón y come su pan o lo que los discípulos les ofrecen en el Nombre de Dios. Sobre rústicos trípodes se han puesto tablas y paja. Y allí podrán dormir los peregrinos.

La mujer velada se va de prisa. La otra que lloraba desde el principio y que ha seguido llorando, mientras Jesús hablaba. Incierta, da vueltas y luego se va…

Jesús entra en la cocina para tomar alimentos; pero apenas ha comenzado cuando se oye que llaman a la puerta. Se levanta Andrés, el más cercano a ella y sale al patio. Habla con ella…

Y Andrés regresa diciendo:

–                     Maestro, la mujer que lloraba te quiere ver. Dice que se va a ir; pero que debe hablarte.

Pedro grita:

–                     ¡Pero de este modo…! ¿Cómo y cuándo come el Maestro?

Felipe dice:

–                     Debías haberle dicho que viniese después.

Jesús ordena:

–                     ¡Silencio! Después comeré. Seguid vosotros.

Jesús sale para encontrase con ella, que le dice afligida:

–                     Maestro, una palabra… Tú dijiste… ¡Oh! ¡Ven detrás de la casa! Tengo pena en decirte mi dolor.

Jesús va con ella y le pregunta:

–                     ¿Qué quieres de Mí?…

–                     Maestro, te oí primero cuando hablabas entre nosotros… Y luego te oí cuando predicabas. Parece como si te hubieses dirigido a mí. Dijiste que en cada enfermedad física o moral, está Satanás… Tengo un hijo enfermo en el corazón. ¡Ojala te hubiese podido oír cuando hablabas de los padres!  Es mi tormento. Se ha desviado con malas amistades y es exactamente como Tú dices: … Ladrón… por ahora en la casa. Pero es difícil. Altanero; como es joven, se arruina con la lujuria y la embriaguez. Mi marido lo quiere expulsar. Yo… yo soy la madre y sufro lo increíble.

¿Ves cómo palpita mi pecho? Es el corazón que se me despedaza con tanto dolor. Desde ayer quería hablarte, porque espero en Ti, Dios mío. Pero no me atrevía a decir nada. Es muy doloroso para una madre decir: ‘¡Tengo un hijo que parece una fiera!’

La mujer llora y se inclina llena de dolor ante Jesús, que le dice:

–                     ¡No llores más! Curará de su mal.

–                     Si te pudiese oír. Pero no quiere. ¡Oh! ¡Nunca se curará!

–                     ¿Tienes fe por él? ¿Tienes voluntad por él?

–                     ¿Y me lo preguntas? ¡Vine de la Alta Perea para suplicarte por él!…

–                     Entonces vete. Cuando llegues a tu casa… tu hijo te saldrá al encuentro, arrepentido.

–                     ¿Cómo?

–                     ¿Cómo?  ¿Crees que Dios pueda hacer lo que Yo le pida? Tu hijo está allá. Yo estoy aquí… Pero Dios está donde quiera. Digo a Dios: ‘Padre, ten piedad de esta madre.’ Y Dios hará oír su fuerte llamado en el corazón de tu hijo. Vete mujer. Un día pasaré por tu pueblo y tú, orgullosa de tu hijo;  me saldrás al encuentro con él. Y cuando él de rodillas llorando te pida perdón y te cuente su misteriosa lucha de la que ha salido con un alma nueva y te pregunte cómo sucedió, dile: ‘Jesús ha sido la causa de que tú renacieses al Bien.’

Háblale de Mí. Haz que él sepa que debe pensar en Mí;  para que tenga consigo la fuerza que salva. Adiós. La paz sea con la madre que tuvo fe; con el hijo que retorna. Con el padre que está ya tranquilo. Con la familia que ha vuelto a unirse. ¡Vete!

La mujer se va en dirección al poblado y Jesús regresa a la cocina…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

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