Archivos diarios: 10/09/12

30.- ODIO, VENGANZA Y MIEDO

Días después…

Jesús ha curado a un romano que estaba poseso.

–                 ¡Salve, Maestro! Que el Dios verdadero te guarde.

Los dos romanos se van y llaman a los siervos, para que traigan el carro.

–                 ¡Y ni siquiera sabían que tenían alma! –murmura un anciano.

Jesús contesta:

–                 Sí, padre. Pero han sabido aceptar mi Palabra, mejor que muchos en Israel. Ahora que han dado una limosna tan grande, daremos más a los pobres de Dios. Y que los pobres rueguen por estos benefactores; más pobres que ellos mismos. Para que lleguen a la verdadera y única riqueza que existe: ‘Conocer y amar a Dios.’

La mujer velada llora y se escuchan sus sollozos.

Pedro dice:

–                 Esa mujer llora. Tal vez se le acabó el dinero. ¿Se lo damos?

Jesús dice:

–             No llora por eso. Pero ve a decirle estas palabras: ‘Las patrias pasan pero queda el Cielo. Y es de quién sabe tener fe. Dios es Bondad y por eso ama también a los pecadores. Y te hace beneficios para persuadirte de que vayas a Él.’ Ve. Así dile. Y déjala que llore. Es veneno que sale.

Pedro va hasta donde está la mujer que ya se dirigía al campo. La llama y ella regresa. Cumple el encargo y vuelve a Jesús. Le dice:

–                 Se puso a llorar mucho más. Creí que la iba a consolar.

–                 Sí se ha consolado. También llora de alegría.

–                 ¡Uhmm! ¿Estaré contento cuando le vea la cara? ¿Se la veré alguna vez?

–                 En el día del Juicio.

–                 ¡Válgame Dios! ¡Para entonces ya habré muerto! ¿Y qué sacaré con verla? Entonces miraré sólo al Eterno.

–                 Hazlo desde ahora. Es la única cosa útil.

–                 Sí. Pero, Maestro. ¿Quién es?…

Todos sueltan la risa.

Y Jesús dice:

–                 Me lo preguntas otra vez y nos iremos al punto. Así la olvidarás.

–                 No, Maestro.

–                 Esa mujer es un beneficio y una primicia. –contesta Jesús muy sonriente.

–                 ¿Qué quieres decir? No te entiendo.

Jesús lo deja plantado y se va.

Andrés explica:

–           Ve a la casa de Zacarías. Tiene a su mujer agonizando. Me mandó a que te lo dijera.

Pedro se desahoga contra su hermano, porque Jesús no le dijo nada:

–                 ¡Me haces enojar! Sabes todo. Haces todo. Y no me dices nada.

Andrés responde tranquilo:

–           Hermano, no te enojes. Vamos a sacar las redes del agua. Ven.

Al día siguiente…

Mateo exclama:

–                 ¡Cuanta gente!

Y Pedro añade:

–           ¡Eh, mira! ¡También hay galileos! Y… ¡Ay! ¡Ay! ¡Digámoslo al Maestro! Son tres honorables desvergonzados.

–           Tal vez vienen por causa mía. Hasta aquí nos persiguen…

–           No, Mateo. No te equivoques. El tiburón no come pescaditos. El hombre quiere una buena presa. Tan solo si no lo encuentra, se atraganta con un pez grande. Yo, tú y los demás; somos pececitos… una insignificancia.

–           ¿Lo dices por el Maestro?

–           Y entonces, ¿Por quién? ¿No ves cómo miran por todas partes? Parecen fieras que husmean los rastros de la gacela.

–           Voy a decírselo.

–           ¡Espera!… ¡Vamos a decírselo a los hijos de Alfeo! Él es muy bueno. Una Bondad inerme cuando cae en esas fauces.

–           Tienes razón.

Van hacia el río, a llamar a Santiago y a Judas Tadeo. Cuando llegan a donde se encuentran ellos, les informan:

Pedro:

–                 Venid. Hay unos tipejos… buenos para el suplicio.

Mateo:

–                 Que ciertamente han venido para molestar al Maestro.

Santiago:

–                 Vamos. ¿Dónde está Él?

Mateo:

–                 Ahorita, en la cocina.

Pedro:

–                 Vamos pronto; porque si se da cuenta; no va a querer.

Santiago:

–                 Sí. Y le hace daño.

Tadeo

–                 También yo digo lo mismo.

Se acercan como casualmente y oyen:

–                 … Las palabras deben apoyarse en los hechos.

–                 ¡Y Él así lo hace! ¡Ayer curó a un romano endemoniado! –dice un campesino.

Sadoc:

–                 ¡Horror! ¡Curar a un pagano! ¡Escándalo! ¿Lo oyes, Elí?

Elí responde:

–                 Hay toda clase de culpas en Él: amistad con publicanos y prostitutas. Trato con paganos y…

Tadeo contesta:

–           Y paciencia con los que maldicen. También esto es una culpa. A mis ojos la más grave. Pero ya que Él no sabe y no quiere defenderse a Sí Mismo. Hablad conmigo. Soy hermano y mayor que Él. Y éste otro también es su hermano y mucho mayor. Hablad.

Calascebona:

–           Pero, ¿Porque te sulfuras? ¿Crees que entre nosotros se habla mal del Maestro? ¡Oh, no! Venimos desde lejos, atraídos por su fama. Lo estábamos diciendo a éstos…

Es tan notoria la hipocresía y la falsedad, que éstas resaltan de manera repugnante y Tadeo exclama:

–                 ¡Mentirosos!… me causas tanto asco, que te vuelvo la espalda.

Y Tadeo prefiere irse para no faltar a la caridad para con el enemigo.

Sadoc:

–           ¿Acaso no es verdad? ¡Decidlo vosotros!…

Los otros no quieren mentir y no se atreven a desmentir. Prefieren guardar silencio.

El Fariseo Elí el galileo dice con fingida inocencia:

–                 Ni siquiera sabemos cómo se llama.

Entonces Mateo le pregunta con ironía:

–                 ¿No lo insultaste en mi casa? ¿O una enfermedad te ha hecho perder la memoria?

Los tres se van sin responder.

Pedro le grita:

–                 ¡Bribón!

–                 Querían decir pestes de Él. –explica un hombre- Pero nosotros sabemos cómo son los fariseos.

Después de que Jesús ha hablado, curado a los enfermos y los discípulos han terminado de bautizar y socorrer a los pobres, están cenando en la cocina. Tienen las lámparas prendidas y un viento frío, obliga a tener todo cerrado. Entonces se oye la voz de Juan que saluda lleno de felicidad.  Los demás ayudan a los tres recién llegados a quitarse las alforjas de la espalda, mientras los saludan con amor.

Hay una confusión alegre, familiar, por el gozo de estar de nuevo juntos.

Jesús dice:

–                 Os saludo, amigos. Tuvísteis días serenos gracias a Dios.

Judas de Keriot contesta:

–                 Sí, Maestro. Pero no noticias serenas. Lo preveía.

La curiosidad se despierta y varios preguntan:

–                 ¿Qué hay?

–                 ¿De qué hablas?

–                 ¿Qué pasa?

Jesús dice:

–                 Primero dejad que se repongan un poco.

Simón dice:

–                 No, Maestro. Primero te daremos lo que traemos para Ti y para los demás.

Le entregan a Jesús una carta de María.

Mientras todos con ojos alegres y exclamaciones felices; extraen de las alforjas los paquetes con los vestidos, sandalias, miel y alimentos que han enviado las mamás y las esposas.

Jesús está triste y distraído. Lee y vuelve a leer la carta de su Madre. Se ha arrinconado con una lamparita en la esquina más retirada de la mesa. Con una mano hace sombra para sus ojos y parece que medita; pero la verdad es que sufre…

María, entre otras muchas cosas, le escribe:

“A Jesús mi dulce Hijo y Señor, paz y bendición. A hace casi un año que no estás conmigo, Luz mía y Luz del mundo. Será la primera vez que me diga, mi Niño cumple un año más y yo no tengo a mi Niño. Pero Tú cumples con tu misión y yo con la mía. Y ambos hacemos la voluntad del Padre y trabajamos para la Gloria de Dios. Esto enjuga mis lágrimas…

Querido hijo, me entero de lo que haces, por lo que se me cuenta…

Como las olas de un mar abierto llevan las voces del inmenso océano a una solitaria y encerrada bahía. De igual modo el eco de tu santo trabajo, llega hasta nuestra quieta casita. A tu Mamá que se regocija y tiembla, porque si todos hablan de Ti; no todos lo hacen con igual corazón. Vienen amigos que han recibido beneficios de Ti para decirme: ¡Sea bendito el fruto de tu vientre!…

Y también vienen tus enemigos a herir mi corazón, diciéndome: ‘Que Dios lo maldiga’  Yo ruego por éstos; porque son más infelices que los paganos que vienen a preguntarme: ‘En donde está el Mago’…

Ruego por los que vienen a buscar salud para lo que muere, a fin de que encuentren salud para el espíritu eterno… te ruego que no te aflijas por mi dolor.  Se me compensa con la alegría que me dan los curados en el cuerpo y en el alma. José de Alfeo quiere que sepas que en un viaje reciente que hizo a Jerusalén por razón de negocios; fue detenido y amenazado por causa tuya.

Eran unos hombres del Gran Consejo. Te digo esto para obedecer a María y quisiera estar contigo para darte consuelo. Simón estaba a punto de ir contigo; porque se nos dijo como una amenaza que Tú ya no puedes permanecer en donde estás… en Aguas Hermosas, peligras…

¡Hijo mío! ¡Adorado y santo Hijo mío! Estoy con los brazos levantados como Moisés los tuvo en el monte para rezar por Tí, en la batalla contra los enemigos de Dios y tuyos. Jesús mío a quién el mundo no ama…

Jesús les lee éste párrafo a los apóstoles.

Pedro ruge:

–                 ¡Hasta esa casa llegan estos desvergonzados!

Tadeo exclama:

–                 Mi hermano José… ¡Pudo haberse guardado esa noticia en su pecho! ¡Pero gozó en darla!

Felipe sentencia:

–                 Gritos de hiena, no infunden temor a los vivos.

Judas dice:

–                 Lo malo es que no son hienas, sino tigres. Buscan una presa viva. –y volviéndose a Zelote, agrega- dí todo lo que hemos sabido.

Simón responde:

–                 Sí, Maestro. Judas tenía razón en temer. Fuimos a casa de José de Arimatea y de Lázaro. Les urge que vayas pronto; durante estas fiestas. Que es por tu bien. Luego Judas y yo; como si hubiese sido un amigo de su infancia; fuimos a casa de algunos amigos suyos y dijeron: ‘.Mira que ya está decidido el ir a sorprenderlo, para acusarlo. Exactamente en estos días de fiesta en que no hay gente Que se retire por algún tiempo para engañar a estas víboras. La muerte de Doras ha llenado de cólera, su veneno y su miedo. El miedo les hace ver lo que no hay. Y el odio los hace decir hasta mentiras.

Judas explota:

–                 ¡Todo lo nuestro lo saben! ¡Es una casa odiosa! ¡Y todo lo alteran! Lo que no es, lo inventan. Tengo náuseas y me siento desquebrajado. Quisiera desterrarme. ¡Irme lejos!… No sé… Lejos de Israel… Allí todo es un pecado…

Judas está totalmente deprimido.

Jesús dice:

–                 ¡Ea! ¡Ea! No fáciles entusiasmos en los triunfos. Y no fáciles abatimientos en las derrotas.

Judas responde:

–                 Bueno… pero vete de aquí. Nosotros no somos todavía fuertes para enfrentar al Sanedrín. Yo los conozco y sí les tengo miedo… los demás, no sé. Creo que sería una imprudencia el probarlo.

Todos opinan:

–                 Sí, Maestro. Es lo mejor.

–                 Es prudente.

–                 Judas tiene razón.

–                 Ves que también tu Madre y familiares…

–                 Y Lázaro y José de Arimatea…

–                 Hagamos que vengan en balde.

Jesús abre los brazos y dice:

–                 Sea como queréis. Pero luego regresaremos aquí. Véis cuantos vienen. No fuerzo y no tiento a vuestra alma. Sé que todavía no está preparada. Rehaced los bultos y poned todo en su lugar. No es la hora de que seamos capturados. Y no lo seremos a media noche, a la luz de la luna. Iremos a Betania. No avisaremos a nadie y así, nadie podrá mentir diciendo que no sabe en dónde estamos. Si a vosotros os interesa no ser perseguidos; a Mí, el no dar molestias a Lázaro.

Andrés se acerca a Jesús y dice:

–                 ¿Y aquella mujer?

                       

–                 Ve a decirle que regresaremos dentro de algunos días y que no olvide nuestras palabras… Ve. Hazlo pronto y que nadie te vea. En realidad en este mundo de malos. Los inocentes deben tomar la apariencia de pérfidos…

La mañana del último día en Aguas Hermosas, antes de que llegaran Judas, Juan y Simón de Jerusalén; Jesús dijo a Pedro:

–                 Vamos al pueblo. Tengo una limosna secreta. Un anillo que quiero vender. ¿Sabes cómo lo obtuve? Me llegó una piedra a los pies, mientras oraba junto a ese peñasco. En la piedra venía un pequeño envoltorio con un pedazo de pergamino. Dentro del envoltorio estaba el anillo. En el pergamino la palabra: ‘Caridad’

Pedro indaga:

–                 ¿Me dejas verlo?

Jesús se lo entrega y Pedro dice:

–                 ¡Oh! ¡Es muy hermoso! De mujer. ¡Qué dedo tan pequeño! Cuanto oro. ¡Y es una esmeralda!…

–                 Ahora tú vas a venderlo. Yo no sé cómo hacer eso. El fondista compra oro. Lo sé. Te espero cerca del horno. Vé, Pedro.

–                 Pero, ¿Y si no lo hago bien? Yo y el oro… Yo no entiendo de joyería…

–                 Piensa que es pan para el que sufre hambre y haz lo mejor que puedas. Hasta pronto.

Y los dos van al poblado.

Por la noche, después de que toman la decisión de salir de Aguas Hermosas…

En los primeros albores de un triste amanecer invernal, entran en el pueblo de Docco y preguntan a un campesino la dirección de la mujer que está muriendo.

El hombre le da las instrucciones y Jesús se dirige allá. Los apóstoles lo siguen…

Jesús llega hasta la casucha más pobre del poblado y llama al portón- sale una niña como de diez años. Pálida y despeinada.

El Maestro dice con dulzura:

–                 ¿Eres la nieta de Mariana? Dile a la anciana que Jesús está aquí.

La niña corre a avisar. Y regresa con una anciana seguida por seis niños. Ella exclama:

–                 ¡Oh! ¡Has venido! ¡Hijos, venerad al Mesías! Llegas oportunamente a mi pobre casa. Mi hija se está muriendo. No lloréis, niños. Que no oiga. ¡Pobres criaturas!… no lloréis. Tenemos a Jesús.

Jesús confirma:

–                 Sí. No lloréis. La mamá se curará. El papá regresará. No tendréis muchos gastos y ya no pasaréis hambre. ¿Son éstos los dos últimos?

–                 La pobre criatura ha dado a luz por tres veces gemelos… Y está enferma del pecho.

Pedro rezonga entre dientes:

–                 ¡A unos mucho y a otros nada! –Y tomando a un pequeñín, le da una manzana para hacerlo callar. Inmediatamente lo rodean los demás.

Y mientras Pedro reparte fruta; la anciana Mariana lleva a Jesús a la habitación en donde llora una mujer muy joven que es un esqueleto.

La anciana dice:

–                 Yerusa. Es el Mesías. Ahora ya no sufrirás. ¿Ves que ha venido? Isaac jamás miente. Lo dijo. Creo que así como vino, Él te puede sanar.

–                 Sí, buena madre. Sí, señor mío. Pero si no me puedes curar, has al menos que me muera. Las bocas de mis hijos a los que alimenté con dulce leche, han hecho de mis pechos, fuego y amargura. Sufro mucho, Señor. ¡Cuesto mucho! Mi marido se ha ido lejos en busca de pan. Mi madre se está acabando y yo me muero. ¿Con quién quedarán mis  hijos cuando yo haya muerto de la enfermedad?

–                 Dios cuida de los pájaros y también de los niños. No morirás. ¿Te duele mucho aquí? –y Jesús intenta poner su mano en el seno cubierto de vendas.

La enferma grita:

–                 ¡No me toques! ¡Me lastimaría y me aumentaría el dolor!

Pero Jesús pone con delicadeza su larga mano, sobre los pechos enfermos.

Y dice:

–                 Realmente tienes dentro el fuego, pobre Yerusa. El amor maternal se te convirtió en fuego. Pero no detestas a tu esposo, ni a tus hijos, ¿Verdad?

–                 ¡Oh! ¿Por qué habría de hacerlo? Él es bueno y siempre me ha amado… ¡Ellos!… me angustia dejarlos, pero… ¡Señor! ¡El fuego cesa! ¡Madre! ¡Madre! Es como si un ángel soplara aire del cielo sobre mi tormento… ¡Oh, que consuelo!… No quites tu mano, Señor mío. Antes bien, ¡Oprime!… ¡Oh! ¡Qué fuerza! ¡Qué alegría! ¡Mis hijos! ¡Quiero a mis hijos! ¡Venid!… ¡No muere más la mamá! ¡Oh!…

Y la joven madre llora de alegría. La anciana cae de rodillas, entonando el cántico de Azharías en el horno ardiente, con voz temblorosa por la emoción.

Luego dice:

–           ¡Ah! Señor, ¿Qué puedo hacer? No tengo nada para honrarte…

Jesús la levanta y le dice:

–                 Sólo déjame descansar, porque estoy fatigado. Y no digas nada. El mundo no me ama. Debo irme por un poco de tiempo. Te pido fidelidad a dios y silencio. A tí, a ella y a los niños.

–                 ¡Oh! No temas. Nadie viene a la casa del pobre. Puedes estar aquí, sin temor de ser visto. Los fariseos… ¿Eh?… Pero, ¿Y para comer?… sólo tengo un poco de pan…

Jesús dice a la curada:

–                 Quítate las vendas. Levántate y ayuda a tu madre. ¡Y alégrate! Dios te ha concedido este favor, por tus virtudes de esposa. Juntos compartiremos el pan. Porque hoy el Altísimo está en tu casa y conviene celebrarlo con una buena fiesta.

Jesús sale y llama a Judas de Keriot. Le ordena:

–                 Toma dinero y ve a comprar lo que sea necesario. Comeremos y descansaremos hasta la tarde, en casa de estas buenas personas. Ve y guarda silencio. No te midas en comprar. Compra mucho para que tengan para toda la semana. Nada nos faltará en la casa de Lázaro.

–                 Sí, Maestro. Y si me permites, tengo dinero mío… Hice voto de ofrecerlo porque te veas a salvo de tus enemigos. Lo cambiaré por pan. Es mejor emplearlo con estos hermanos, que en las gargantas insaciables del templo…

¿Me lo permites? El oro ha sido siempre mi serpiente. No quiero que me siga fascinando más. Pues me encuentro muy bien ahora que soy bueno. Me siento libre y soy feliz.

–                 Haz como quieras, Judas. Y que el Señor te de la paz.

Judas se va con Juan, para hacer las compras.

Jesús regresa con los discípulos y le dice a Pedro que entregue a Mariana el producto de la venta del anillo.

Y en aquella casa, hubo una gran   fiesta…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA