34.- FOTINAÍ24 min read

Jesús está solo. Avanza rápido por el camino principal cercano a Nazareth. Y entra en la ciudad dirigiéndose hacia su casa. Cuando está cerca ve a su madre y a su primo, Simón de Alfeo, que cargando ramas secas, camina junto a ella.

Jesús le grita:

–                     ¡Mamá!

María se voltea exclamando:

–                     ¡Oh! ¡Hijo mío Bendito!

Y ambos corren a encontrarse, mientras simón deja en el suelo sus ramas, imita a María en ir al encuentro del primo a quien saluda cordialmente.

Jesús dice:

–                     Mamá. Heme aquí. ¿Estas contenta ahora?

–                     Mucho hijo mío. Pero si solo lo has hecho porque te lo supliqué, te digo que no me es lícito y no te es lícito seguir a la sangre, más que a tu misión.

–                     No, Mamá. Vine también por otras cosas.

–                     ¿Entonces es verdad, Hijo mío? Creía… Quería creer que eran tan solo palabras mentirosas y que no eras objeto de tanto odio…

Las lágrimas están en la voz y en los ojos de María.

Jesús le suplica:

–                     No llores, Mamá. No me causes esta pena. Tengo necesidad de tu sonrisa.

–                     Sí. Hijo, sí. Es verdad. Ves tantas caras duras de enemigo, que tienes necesidad de mucho amor y sonrisas. Pero aquí, ¿Ves? Hay quien te ama por todos…

María se apoya ligeramente sobre su Hijo, que la tiene abrazada por la espalda, camina lentamente hacia su casa y trata de sonreír para borrar cualquier dolor del corazón de Jesús.

Simón ha vuelto a tomar sus ramas y camina junto a Jesús.

Jesús dice:

–                     Estás pálida, Mamá. ¿Te han causado mucho dolor? ¿Has estado enferma? ¿Te has cansado mucho?

María contesta:

–                     No, Hijo mío. No tengo ningún dolor. La única pena que tengo es tenerte lejos y que no te amen. Acá conmigo, todos son muy buenos.

–                     Dios te bendiga Simón. Y también a José. Que todavía no me améis como a Mesías os lo  perdono… ¡Oh! ¡Vendréis a mi amor! Pero, ¿Cómo perdonaros si no la amarais a Ella?

Simón responde:

–                     Amar a María es justo y da paz, Jesús. Pero Tú también eres amado… sólo que nosotros tenemos mucho miedo por Ti.

–                     Sí. Me amáis humanamente. Querría un amor diverso.

María interviene:

–                     Pero también Tú Hijo mío. Estás pálido y flaco.

Simón añade:

–                     Es verdad. Pareces más viejo. También yo lo observo.

Entran en la casa y Simón deja su carga de leña en su lugar. Luego se retira discretamente.

María dice:

–                     Hijo, ahora que estamos solos, dime la verdad. Toda. ¿Por qué te han arrojado?- María teniendo sus manos sobre la espalda de Jesús, lo mira con su rostro enflaquecido.

Jesús sonríe dulce y con un dejo de cansancio.

Luego dice:

–                     Porque trataba de llevar al hombre a la honestidad, a la justicia, a la verdadera religión.

–                     Pero, ¿Quién te acusa? ¿El pueblo?

–                     No, Mamá. Los fariseos y los escribas. Pero ninguno de ellos que sea justo.

–                     ¿Qué hiciste para atraerte sus acusaciones?

–                     Mentiras. Las que sabes y otras más.

–                     Dilas a tu Mamá. Pon tu dolor en mi Corazón de Madre. Está acostumbrado al dolor. Y es feliz de beberlo completamente con la condición de arrancarlo del corazón del Hijo. Dame tu dolor Jesús. Ponlo aquí como cuando eras pequeño y aparta de Ti, tu amargura.

Jesús se sienta sobre un banquito, a los pies de su Madre y le cuenta todo lo sucedido en los meses pasados en Judea, sin rencor y sin veladuras.

María le acaricia los cabellos con una heroica sonrisa en los labios que lucha con el brillar de las lágrimas que están en sus ojos azules.

Jesús habla también de la necesidad de acercarse a las mujeres para redimirlas y su pena por no poderlo hacer debido a la malicia humana.

María, como si no estuviese presente decide:

–                     Hijo mío, no me debes negar cuanto yo quiero. De hoy en adelante vendré contigo a cualquier hora, a cualquier estación y a cualquier lugar. Cuando estés lejos te defenderé de la calumnia. Mi sola presencia hará caer el fango. También María de Alfeo vendrá conmigo. Tanto que lo desea. Cerca del santo y contra el Demonio y el Mundo, es necesario el corazón de las mamás.

Una semana después…

Jesús dice:

–                     Yo me detengo aquí. Id a la ciudad y comprad lo que sea necesario para la comida. Aquí comeremos.

–                     ¿Vamos todos?

–                     Sí, Juan. Está bien que vayáis en grupo.

–                     ¿Y Tú? Te vas a quedar solo. Son samaritanos.

–                     No serán los peores de entre los enemigos del Mesías. Id. Id. Oraré por vosotros y por ellos mientras espero.

Los discípulos se van de mala gana y voltean varias veces a mirar a Jesús, que se ha sentado sobre un muro pequeño que está cerca del brocal de un gran pozo y parece muy profundo.

En el verano lo cubrían con su sombra altos árboles, que ahora están sin hojas. Se queda observando unos pajarillos que pelean por un pedazo de pan que alguien dejó tirado cerca del pozo. Los pájaros levantan el vuelo al acercarse una mujer con un cántaro y que lo mira sorprendida.

Jesús la mira a su vez con una sonrisa. Es una hermosa mujer que tiene alrededor de treinta y cinco años. Alta, airosa, vestida con una tela de rayas de varios colores, ceñida a la breve cintura y adornada con pesados joyeles y muchos y muchos y muy hermosos brazaletes y anillos. Grandes aretes le llegan hasta el cuello y brillan bajo el fino velo.

Jesús dice:

–                     La paz sea contigo, mujer. ¿No me das agua para beber? He caminado mucho y tengo sed.

–                     ¿Pero no eres Tú judío? ¿Y me pides a mí samaritana, que dé de beber? ¿Qué ha pasado? ¿Nos hemos rehabilitado? ¿O acaso habéis sido derrotados? Ciertamente algo habrá sucedido, si un judío habla de esta manera tan cortés a una samaritana. Pero debería decirte: ‘No te doy nada para vengar en Ti, todas las injurias que los judíos durante tantos siglos, nos han hecho’

–                     Has dicho bien. Algo grande ha sucedido. Y por esto muchas cosas han cambiado y cambiarán otras. Dios ha hecho un gran regalo al mundo y por eso muchas cosas han sido cambiadas. Si tú conocieses el Don de Dios y Quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, probablemente tú misma se lo habrías pedido y Él te habría dado agua fresca.

La mujer contesta burlona y altiva:

–                     El agua fresca está en las venas de la tierra. En este pozo hay. Pero es nuestro.

–                     El agua es de Dios, así como la bondad es de Dios. Como la vida es de Dios. Todo es de un Dios Único. Todos los hombres vienen de Dios: tanto los samaritanos como los judíos. ¿Este pozo no es el de Jacob? ¿Y no es Jacob la cabeza de nuestra raza? Si luego un error nos dividió, esto no cambia el origen.

La mujer pregunta agresiva:

–                     ¿Error nuestro, verdad?

–                     No es ni nuestro, ni vuestro. Error de alguien que perdió de vista la caridad y la justicia. No te ofendo ni a ti, ni a tu raza. ¿Por qué eres tan ofensiva?

–                     Eres el primer judío que veo que habla así. Los otros… pero respecto al pozo, sí es de Jacob y tiene un agua tan abundante y clara, que nosotros los de Sicar la preferimos a la de otras fuentes. Pero es muy profundo. No tienes cántaro, ni odre. ¿Cómo podrías tener agua fresca para mí? ¿Eres más que Jacob, nuestro santo Patriarca que encontró esta abundante vena para sí, para sus hijos y ganados y la dejó en recuerdo suyo, como un regalo?

–                     Es así como tú lo has dicho. Pero quién bebe de esta agua tendrá otra vez sed. Yo por el contrario, dispongo de un agua que quien la bebiere no sentirá más sed. Pero es sólo mía y la daré a quien me la pida. En verdad que quién posea el agua que Yo le dé, para siempre estará fresco y no tendrá más sed. Porque el agua mía se convertirá en él, cual manantial seguro y eterno.

–                     ¿Cómo? No entiendo. ¿Eres un Mago? ¿Cómo puede el hombre convertirse en pozo? El camello bebe y hace provisión de agua en su vientre grande. Más después se le termina y no le dura toda la vida. ¿Y Tú dices que tu agua es para siempre?

–                     Aún más. Brotará hasta la vida eterna. En quién la bebe será como un surtidor que llegue hasta la vida eterna y de vida eterna producirá brotes, porque es una fuente de salvación.

–                     Dame de esta agua si es verdad que la tienes. Yo me canso en venir hasta aquí. Me la darás y no tendré más sed. Y no me enfermaré nunca, ni envejeceré.

–                     ¿Tan solo de esto te cansas? ¿De otra cosa no? ¿Sólo sientes necesidad de beber agua para tu miserable cuerpo? Piénsalo bien. Hay algo más que el cuerpo. Existe el alma. Jacob no dio solo el agua del suelo, para beber él y los suyos; sino que se preocupó de darse y de dar.  La santidad que es el Agua de Dios.

–                     Nos llamáis paganos… si es verdad lo que decís de nosotros, no podemos ser santos. – la mujer ya no habla con su tono petulante e irónico.

Y parece un tanto sumisa y confundida.

–                     También un pagano puede ser virtuoso. Y Dios que es justo lo premiará por el bien que hizo. No será un premio completo, pero yo te lo digo: entre un fiel en culpa grave y un pagano sin culpa; Dios mira con menos rigor al pagano. Y sí sabéis lo que sois, ¿Por qué no venís al Verdadero Dios? ¿Cómo te llamas?

–                     Fotinaí.

–                     Pues bien Fotinaí. Respóndeme, ¿Te produce dolor no poder aspirar a la santidad porque eres pagana como tú dices? O ¿Por qué estás en las tinieblas de un antiguo error como digo Yo?

–                     Sí. Me duele.

–                     Y ¿Entonces por qué no vives al menos como una pagana virtuosa?

–                     ¡Señor!…

–                     Sí. ¿Puedes negarlo? Ve a llamar a tu marido y regresa con él.

El turbamiento de la mujer aumenta al contestar:

–                     No tengo marido.

–                     Dijiste bien que no tienes marido. Has tenido cinco y el que está ahora contigo tampoco es tu marido. ¿Es necesario esto? Tu religión tampoco aconseja la deshonestidad. También tenéis el Decálogo. ¿Por qué entonces Fotinaí, vives así? ¿No te sientes cansada de esta fatiga de ser carne para otros y no la mujer honesta de uno solo? ¿No te causa temor alguno cuando llegue tu atardecer y te encuentres sola con los recuerdos, con amarguras, con temores? Sí…  Temor de Dios y de los espectros… ¿Dónde están tus criaturas?

La mujer baja la cabeza y no habla.

–                     No las tienes en la tierra. Pero sus pequeñitas almas a las que prohibiste ver la luz del día, te acusan siempre. Joyas, hermosos vestidos, casa rica, mesa bien colmada. Pero vacío, lágrimas y miseria interior. Eres una abandonada, Fotinaí. Y sólo con un sincero arrepentimiento por medio del Perdón de Dios y por consiguiente del perdón de tus criaturas, puedes volver a ser rica.

–                     Señor. Veo que eres un Profeta y tengo vergüenza…

–                     ¿Y del Padre que está en los Cielos no tenías vergüenza cuando hacías el mal? No llores de abatimiento ante el Hombre. Ven acá, Fotinái. Cerca de Mí. Te hablaré de Dios… Tal vez no lo conocías bien y por eso te has equivocado tanto. Si hubieses conocido bien al Verdadero Dios, no te habrías rebajado hasta tal punto. Te habría hablado y te haría ayudado a levantarte…

–                     Señor, nuestros padres adoraron sobre este monte. Vosotros decís que solo en Jerusalén se debe adorar. Tú dices que Dios es Uno Solo- ayúdame a comprender dónde y cómo debo de obrar…

–                     Mujer, créeme. Dentro de poco llegará la hora en que ni sobre este monte de Samaría, ni en Jerusalén, el Padre será adorado. Vosotros adoráis lo que no conocéis… Nosotros adoramos al que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.

Pero ya ha empezado la hora en que los verdaderos adoradores, adorarán al Padre en espíritu y en verdad; no con el rito antiguo, sino con el nuevo, en que no habrá sacrificios, ni hostias de animales consumados en el fuego; sino en el Sacrificio Eterno de la Hostia Inmaculada, consumida en el Fuego de la Caridad.

Culto Espiritual en el Reino espiritual. Y los que sepan adorarlo en espíritu y en verdad, lo comprenderán. Dios es Espíritu. Quienes lo adoren, deberán adorarlo espiritualmente.

–                     Tienes palabras santas. Yo sé. Pues nosotros también sabemos alguna cosa. Está por venir el Mesías. El que también es llamado el ‘Cristo’. Cuando Él venga, nos enseñará todo. Aquí cerca está el que dicen que es su Precursor. Muchos van a oírlo, pero es muy severo. Tú eres bueno y las pobres almas no tienen miedo de Ti. Me imagino que el Cristo será bueno. Lo llaman Rey de la Paz. ¿Falta mucho para que venga?

–                     Te dije que su tiempo es ya presente.

–                     ¿Cómo lo sabes? ¿Eres discípulo suyo? El Precursor tiene muchos. También el Mesías los tendrá.

–                     Soy el que te hablo. Jesucristo.

–                     ¡Tú!… ¡Oh!… – la mujer que se había sentado cerca de Jesús, se levanta y está por huir…

–                     ¿Por qué huyes, mujer?

–                     Porque tengo horror de estar cerca de Ti… Eres Santo…

–                     Soy el Salvador. He venido aquí… No era necesario. Pero sabía que tu alma  estaba cansada de andar errante. Que estás asqueada de tu comida. Vine a darte una comida nueva, que te quitará las náuseas y el cansancio. Ve, ahí están mis discípulos que regresan con mi pan. Pero Yo ya me he alimentado al darte las migajas iniciales de tu redención.

Los discípulos miran de reojo, más o menos prudentemente, a la mujer; pero nadie dice nada.

Ella se va, sin pensar más ni en el agua, ni en el cántaro.

Pedro dice:

–                     Aquí estamos Maestro. Nos trataron bien. Traemos queso, pan fresco, aceitunas y miel. Toma lo que quieras. Esa mujer hizo bien en haber dejado su cántaro. Terminaremos más pronto con él; que con nuestras pequeñas botijas. Beberemos y las llenaremos, sin tener que pedir otra cosa a los samaritanos. Ni siquiera acercarnos a sus fuentes. ¿No comes? Quería buscarte algo de pescado, pero no hubo. Tal vez te habría gustado más. Estás cansado y pálido.

–                     Tengo un alimento que no conocéis. Comeré de él. Me dará muchas fuerzas.

Los discípulos se miran con ojos interrogantes.

Jesús responde a su pregunta muda:

–                     Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado, para que realice la Obra que es su deseo que Yo haga. Cuando un sembrador arroja la semilla no puede decir que su obra está terminada. Solo descansa después de la cosecha… ved que los samaritanos vienen con Fotinaí. Tened caridad con ellos. Son almas que vienen a Dios…

Y efectivamente vienen hacia Jesús, un grupo de samaritanos guiados por Fotinaí, con sus principales ciudadanos…

El líder dice:

–                     Dios sea contigo, Rabí. La mujer nos ha dicho que eres un profeta y que no desdeñas hablar con nosotros. Te rogamos que te quedes y que no nos niegues tu Palabra; porque si es verdad que estamos separados de Judá; no está escrito que sólo Judá sea santo y que todo el pecado está en Samaría. También entre nosotros hay quién es justo.

–                     Dije lo mismo a ella. No me impongo, pero no me niego a quién me busca.

–                     Eres un justo. La mujer nos ha dicho que Eres el Mesías. ¿Es verdad? Respóndenos en el Nombre de Dios.

–                     Lo Soy. Ha llegado la Era Mesiánica. Israel ha sido reunido por su Rey. Y no sólo Israel…

–                     ¿Cómo es posible que el Eterno haya pensado en nosotros?

–                     Hijo. Porque Él es Amor.

–                     De este modo no se expresan los rabíes de Judá.

–                     Pero así os habla el Mesías del Señor.

–                     Dicho está que el Mesías nacería de una virgen de Judá. ¿Tú de quién y cómo naciste?

–                     En Belén Efratá. De María de la estirpe de David, por una concepción espiritual. Creedlo. – la hermosa voz de tenor de Jesús es un retintín de triunfo gozoso al proclamar la virginidad de su Madre.

–                     Tu rostro resplandece con una viva luz. No. Tú no puedes mentir. Los hijos de las tinieblas tienen una cara tenebrosa y ojos intranquilos. Tú eres luminoso. Claros como una mañana de Abril, son tus ojos. Y tu Palabra es buena. Entra en Sicar, te lo ruego. Y enseña a los hijos de este pueblo. Luego te podrás ir y recordaremos la Estrella que rieló en nuestro cielo… O ¿Tienes horror de entrar en nuestra casa para hablarnos de Dios?

–                     Tengo horror tan solo del Pecado.

–                     Entonces entra y descansa. Compartiremos el pan y luego nos darás la Palabra de Dios.

Jesús va con ellos, seguido por los discípulos.

Más tarde, Jesús habla desde el centro de una plaza llena de gente. Está subido sobre un banco de piedra que está cerca de la fuente. La gente lo rodea y escucha embelesada las palabras del Mesías. Cerca están los doce con caras… consternadas, aburridas o hasta en las que se dibuja el desprecio al sentir algún contacto.

Sobre todo Bartolomé y Judas de Keriot, muestran a las claras su malestar. Y para huir lo más posible de la cercanía de los samaritanos, Judas se sube a un árbol, donde se sienta a horcajadas, como si quisiese dominar la escena, mientras que Bartolomé se recarga sobre un portón que hay en el ángulo de la plaza.

El prejuicio es vivo y en todos se nota.

Por el contrario, Jesús parece que trata de no asustar con su majestad. Y al mismo tiempo la hace brillar, para quitar cualquier duda…

Cuando termina de hablar, acaricia a los niños; aconseja, responde a las preguntas y luego se despide:

–                     Os dejo, ciudadanos de Sicar que habéis sido buenos con el Mesías de Dios. Os dejo con mi paz.

Varios le dicen al mismo tiempo:

–                     ¡Quédate otro poco!

–                     Vuelve otra vez.

–                     Nadie nos volverá a hablar como Tú.

–                     ¡Que seas Bendito, Maestro Bueno!

Y todos le profesan su pesar y su deseo de que no se vaya. Lo acompañan hasta algunos centenares de metros, fuera de la ciudad. Luego se regresan.

Cuando quedan solos, Jesús y los discípulos…

Tomás dice:

–                     Nadie te pidió un milagro. Tienen una fe muy extraña en Ti.

Jesús contesta:

–                     ¿Y piensas Tomás que solo pedir milagros, es prueba de Fe? Te equivocas. Quien quiere un milagro para poder creer, señal es de que sin él, cual prueba tangible, no creería. Pero quién dice creo por palabra de otro, muestra la prueba máxima de Fe.

–                     ¡Luego los samaritanos son mejores que nosotros!

–                     No digo esto. Pero en su condición de abatimiento espiritual han demostrado capacidad de comprender a Dios, mucho mejor que los fieles de Palestina.

Santiago de Alfeo dice:

–                     Con todo, perdona Jesús si te lo digo. Me parece que con todo el odio que tienes en la espalda, te sea nocivo crearte nuevas acusaciones. Si los sanedristas supiesen que has tenido…

–                     Dilo claro… ‘Amor’ Porque esto es lo que he tenido y tengo, Santiago. Y tú que eres mi primo puedes comprender que no puedo tener otra cosa que amor. Te he mostrado que no tengo más que amor. Aún para quién me fue enemigo de entre los de mi sangre y de mi tierra.

¿Y no debería tener amor por estos que me han respetado sin haberme conocido? Los sanedristas pueden hacer todo el mal que quieran. Pero no será la consideración de este mal futuro, lo que cerrará los diques de mi amor omnipresente y omnipotente. Por lo demás, aunque lo hiciese; no impediría al Sanedrín de encontrar acusaciones en su odio.

Felipe cuestiona:

–                     Pero Maestro, pierdes tu tiempo en un país idólatra; mientras los lugares de Israel te esperan. Tú dices que cada hora es consagrada al Señor. ¿No son estas horas perdidas?

–                     No se ha perdido el día en recoger las ovejas esparcidas. No se ha perdido, Felipe. Hago misericordia y uso de mi poder que he tenido, al ofrecer mi trabajo a Dios. Estad tranquilos. Y por lo demás… quién de vosotros deseaba que me hubiesen pedido un milagro para convencerse que los de Sicar creen en Mí, he aquí que se les dará gusto. Aquel hombre hace tiempo que nos está siguiendo. Detengámonos…

El hombre que parece traer un gran peso sobre la espalda, ve que se detiene el grupo y también él lo hace.

Pedro exclama:

–                     Quiere hacernos algún mal. Se detuvo porque vio que nos hemos dado cuenta. ¡Oh! ¡Son samaritanos!

–                     ¿Estás seguro de ello, Pedro?

–                     ¡Seguro!

–                     Entonces quedaos aquí. Voy a su encuentro.

–                     Eso no, Señor. si Tú vas, yo voy contigo.

–                     Entonces ven.

Jesús se dirige hacia el hombre. Pedro trota a su lado, curioso y hostil al mismo tiempo. Cuando están a pocos metros el uno del otro,

Jesús pregunta:

–                     ¿Qué quieres, hombre? ¿Qué buscas?

–                     A Ti.

–                     ¿Y por qué no me buscaste en la ciudad?

–                     No me atreví… Si me hubieses rechazado delante de todos, me habría dolido mucho y me habría avergonzado.

–                     Podías haberme llamado apenas me encontré a solas con los míos.

–                     Esperaba verte cuando estuvieses solo, como con Fotinaí. También yo tengo un motivo grande para estar a solas contigo.

–                     ¿Qué quieres? ¿Qué traes sobre la espalda con tanto trabajo?

–                     A mi mujer. Un espíritu la ha poseído y ha hecho de ella un cuerpo muerto, con una inteligencia apagada. Debo darle de comer en la boca, vestirla y cargarla como si fuera una niña. Fue una cosa repentina, sin haber estado enferma… La llaman ‘la endemoniada’ Tengo mucha pena, dolor y gastos. Mira…

El hombre baja al suelo su carga de huesos inertes, envueltos en un manto como si fuese un saco y descubre un rostro de mujer todavía joven, pero que si no respirase se podría tomar por muerta. Los ojos cerrados. La boca cerrada. La cara de alguien que ha expirado, pero que está en coma.

Jesús se inclina sobre la infeliz que está en el suelo. La mira. Mira a su marido y dice:

–                     ¿Crees que Yo pueda sanarla? ¿Por qué lo crees?

–                     Porque eres el Mesías.

–                     Pero tú no has visto nada que lo pruebe.

–                     He oído tu palabra y eso me basta.

Pedro se siente muy perplejo:

–                     Pero, Maestro… Tú… Yo… Pero Tú…

–                     Sí, lo hago. Mira hombre… ¿Lo oyes Pedro? ¿Qué dices que deba hacer ante una fe tan buena?

Jesús toma de la  a la mujer y ordena:

–           ¡Vete de ella! Lo quiero.

La mujer que hasta ese momento estaba inerte, es asaltada por una terrible convulsión. Muda al principio, luego estalla en gritos y lamentos que terminan en un alarido escalofriante; durante el cual abre los ojos que hasta ahora habían estado cerrados.

Los abre desmesuradamente, como quién despierta de una pesadilla. Luego se calma y mira espantada a su alrededor; fijando primero sus ojos en Jesús, el Desconocido que le sonríe… mira el polvo del camino en el que está acostada. Mira con asombro todo lo que está a su alrededor y luego mira a su marido… él la mira ansioso y escudriña todos sus movimientos…

Una sonrisa se dibuja en los labios de ella… Luego se pone de pie de un brinco y se refugia en el pecho del hombre que la acaricia y la abraza llorando.

Ella dice:

–                     ¡Oh! ¿Cómo?… ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué?… ¿Quién es este hombre?

Su esposo le contesta:

–                     Es Jesús. El Mesías. Estabas enferma. Te ha curado. Dile que lo amas.

–                     ¡Oh, sí! ¡Gracias! ¿Pero qué tenía yo?… los niños… Simón… No recuerdo el día de ayer. Pero recuerdo que tengo niños…

Jesús dice:

–                     No es necesario que te acuerdes de ayer. Acuérdate siempre de hoy y procura ser buena. Adiós. Sed buenos y Dios estará con vosotros.

Ellos lo bendicen, mientras Jesús regresa ligero con los discípulos a quienes no dice nada y se dirige a Pedro:

–                     ¿Y ahora? Tú que estabas seguro de que aquel hombre quería hacerme el mal… ¿Qué dices?… ¡Simón! ¡Simón! Cuanto te falta todavía para ser perfecto. Cuanto os falta. Tenéis a excepción de una idolatría manifiesta; todos los pecados de ellos y además, la soberbia de juzgar. Tomemos nuestro alimento. No podemos llegar antes de que anochezca, a donde quería llegar.

Los Doce, con el sabor del regaño en el corazón se sientan sin hablar y toman sus alimentos.

De pronto, Santiago de Alfeo, dice a Judas Iscariote:

–                     Aquella que viene allá, ¿No es la mujer de Sicar?

Judas responde:

–                     Sí. Es ella. La reconozco por sus vestidos. ¿Qué querrá?

La mujer los alcanza y se postra a los pies de Jesús, sin decir palabra alguna.

Jesús le dice:

–                     Fotinaí. ¿Qué quieres de Mí?

–                     Tu ayuda, Señor. Soy muy débil. No quiero pecar más. Se lo dije al hombre con quién vivía. Pero ahora ya no soy pecadora. No soy nada. Ignoro el bien. ¿Qué debo hacer? Dímelo Tú. Soy fango. Pero también tus pies pisan el polvo del camino, para ir a las almas. Pisa mi fango, pero ven a mi alma con tu consejo.

Y llora amargamente.

–           No puedes venir sola tras de Mí, mujer. Si de veras no quieres pecar más y deseas conocer la ciencia de no pecar. Vuelve a tu casa con espíritu de penitencia y espera. Vendrá el día en que podrás estar cerca de tu Redentor y aprender la ciencia del Bien con otras mujeres redimidas como tú. Vete. No tengas miedo. Procura ser fiel a tu voluntad actual de no pecar. Adiós.

La mujer besa el polvo. Se levanta y se retira caminando de espaldas por algunos metros y luego toma su camino hacia Sicar.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

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