Archivos diarios: 16/09/12

40.- EL TRIÁNGULO DE MÁGDALA

Todos los apóstoles están alrededor de Jesús. Sentados sobre la hierba; bajo el fresco de las copas de los árboles; cerca de un río. Comen pan y queso. Y beben agua del río; que es fresca y clara.

Han recorrido un largo camino y han hecho una pausa; para recuperar fuerzas. En cuanto pasa la hora más calurosa, el Incansable Caminante, se pone de pie y dice:

–                 ¡Vámonos!

Avanzan hasta llegar a un crucero de caminos.

Y Jesús, toma decidido, el que va al noroeste.

Pedro pregunta:

–                 ¿Regresamos a Cafarnaúm?

Jesús contesta:

–                 No.

Pedro insiste, porque quiere saber:

–                 ¿Entonces a Tiberíades?

–                 Tampoco.

–                 Este camino va hacia el Mar de Galilea… Y allá está Tiberiádes… y Allí, Cafarnaúm…

Jesús lo mira con el rostro medio-serio; para calmar la curiosidad de Pedro:

–                 Y también está Mágdala.

Pedro se escandaliza…  Definitivamente el lugar tiene mala fama:

–                 ¡A Mágdala!… ¡Oh!…

Jesús confirma:

–                 A Mágdala. Sí. A ¡Mágdala! ¿Te sientes demasiado honesto para entrar? ¡Pedro!… ¡Pedro!… Por amor mío, deberás entrar no en una ciudad de diversión; sino en verdaderos lupanares.

Cristo no ha venido a salvar a los que ya están salvados. Sino a salvar a los perdidos… Y tú… tú serás ‘Piedra’ y no Simón… Y por esto, ‘Cefas’. ¿Tienes miedo de contaminarte? ¡NO! ¡Ni siquiera éste! –y señala al joven Juan- ¡Ni siquiera éste recibirá daño! Porque él no quiere… Como tú no quieres. Cómo no quiere tu hermano y el hermano de Juan… Cómo no quiere ninguno de vosotros por ahora. Mientras no se quiere, no viene el Mal.

Pero es necesario no querer; fuerte y constantemente. Fuerza y constancia se obtienen del Padre, si se ora con rectitud de propósito. No todos sabréis rogar siempre así… ¿Qué estás diciendo, Judas?…  No te fíes mucho de ti mismo…

Yo Soy el Mesías y ruego constantemente, para tener fuerzas contra Satanás. ¿Acaso puedes más tú que Yo? El orgullo es una rendija por donde Satanás penetra. Vigila y sé humilde, Judas…

Mateo, tú que eres muy práctico del lugar, dime: ¿Es mejor entrar por este camino o hay otro?

Mateo contesta:

–         Según, Maestro… Si quieres ir a la Mágdala de los pescadores y de los pobres, el camino es éste. Por aquí se entra al barrio. Pero como quiero darte una respuesta amplia; si quieres ir a donde están los ricos; hay que dejar este camino. Tomar otro que está como a cien metros de aquí, porque las casas de los ricos están casi a esta altura. Entonces hay que regresar…

Jesús confirma:

–                 Regresaremos. Porque es a la Mágdala de los ricos, a dónde quiero entrar. ¿Qué dijiste, Judas?…

Judas responde:

–                 ¡Nada, Maestro! Es la segunda vez que me lo preguntas en poco tiempo. Yo no he dicho nada.

–                 Con los labios, no. Has hablado dentro de tu corazón. Has platicado con tu huésped, en tu corazón. No es necesario tener a otra persona con quién hablar. Nos decimos a nosotros mismos, muchas palabras. Pero no hay que murmurar ni calumniar siquiera con nuestro propio ‘yo’.

El grupo sigue caminando, ahora en silencio.

La calle está pavimentada con piedras rectangulares. Las casas son ricas y bellas, rodeadas de huertos y bellos jardines. Es una ciudad de recreo. Los ricos palestinenses están mezclados con los romanos y gentes pudientes de otros lugares.

Son hermosas mansiones de funcionarios de la corte o comerciantes que envían a Roma las cosas más hermosas que produce Palestina.

Jesús se adentra, como quien sabe a dónde va. Costea el lago, en cuya ribera están las casas más lujosas y magníficas…

Gritos de llanto se oyen en una grandiosa villa. Son de niños y de mujeres.

Una angustiada voz femenina rompe el aire:

–                 ¡Hijo! ¡Hijo!

Jesús se vuelve y mira a sus discípulos. Judas se adelanta.

Jesús ordena:

–                 Tú, no. Tú Mateo. Ve a preguntar.

Mateo va y regresa rápido.

Dice jadeante:

–                 Una pelea, Maestro. Un hombre está agonizando… Es un judío. El que lo hirió, escapó. Era romano. Han acudido la madre y la esposa con los pequeños hijos. Está muriendo…

Jesús dice:

–                 Vamos.

Mateo previene a Jesús:

–                 Maestro… Esto ha sucedido en la casa de una mujer que no es la esposa.

–                 Vayamos.

Entran por un gran portón, hasta el atrium. Las columnas están cubiertas de plantas verdes que están en grandes macetas, con estatuas y objetos enchapados. Una fuente y un jardín que hacen una hermosa combinación de sol e invernadero.

En una habitación adyacente, hay mujeres que están llorando.

Jesús entra, pero no da su saludo.

Entre los hombres presentes hay un mercader que lo reconoce y al verlo, le dice:

–                 ¡El Rabí de Nazareth! –y se inclina profundamente, saludándolo con respeto.

Jesús le contesta:

–                 José, ¿Qué ha sucedido?

–           Maestro… una puñalada en el corazón. Se está muriendo…

Una mujer de cabello gris y despeinada, está arrodillada junto al moribundo. Le sostiene la mano con ojos enloquecidos por el dolor. Al oír a Jesús, se levanta y con su mano temblorosa, señalando hacia una esquina de la habitación; acusa gritando:

–                 ¡Por esa!… ¡Por esa!… me lo embrujó. Tenía madre. Tenía esposa. Tenía hijos… ¡El Infierno debe estar en ti, Satanás!

Jesús vuelve la cabeza y mira en la dirección señalada.

Y ve en el rincón, contra una pared de color rojo oscuro, a María de Mágdala, más provocativa que nunca… Y hermosísima…

Trae una fina falda en artísticos pliegues, de una gasa pesada y muy delicada, como de seda color marfil, que revela más que cubrir: unas piernas largas, blancas como de alabastro, que son como columnas exquisitamente torneadas.

Su breve cintura está ceñida, con un cinturón de filigrana de oro y piedras preciosas, rematado en una hebilla que parece una mariposa. De la cintura para arriba, lleva una especie de redecilla hexagonal, tejida con perlas y sostenida a su largo cuello, por una fina cadena de oro. Su delicado traje, realmente no deja nada a la imaginación…

Su cuerpo perfecto y magnífico, luce una belleza deslumbrante y seductora. Aún más que si estuviera totalmente desnuda.

Su larga y abundante cabellera rubia, está sostenida por un regio y elaborado peinado, con broches de perlas y rubíes.

Jesús la mira con severidad, pero no dice nada. La ignora totalmente como mujer.

María, humillada con la indiferencia; se yergue. Ella, que un momento antes parecía aniquilada, levanta su rostro hermoso y desafiante. Con sus bellísimos ojos negros, llenos de ardiente deseo y refulgentes de confianza en sí misma. Mira con inmensa coquetería a Jesús…

Admirando descaradamente su perfecta belleza masculina…

Y le sonríe con sus labios voluptuosos, en una silenciosa y apasionada invitación…

Jesús hace todavía más severa su mirada… Luego baja los ojos.

Y dice a la madre:

–                 Mujer, no maldigas. Respóndeme, ¿Por qué tu hijo estaba en esta casa?

–                 Ya te lo dije. Porque ella lo había vuelto loco. Esa…

–                 ¡Silencio!… También él estaba cometiendo un pecado de adulterio. Y era un padre indigno de estos inocentes…  Merece pues su castigo; en ésta y en la otra vida. No hay misericordia para quien no se arrepiente…  Tengo compasión de tu dolor, mujer. Y de estos inocentes. ¿Está lejos tu casa?

–                 A unos cien metros.

Jesús ordena:

–                 Levantadlo y llevadlo hacia allá.

José el mercader contesta:

–                 No es posible, Maestro. Está muriendo ya.

–                 Haz como dije.

Ponen una tabla debajo del cuerpo del moribundo y lentamente sale el cortejo. Atraviesan la calle y llegan hasta un jardín lleno de sombra.

Las mujeres siguen llorando.

En cuanto entran, Jesús se vuelve a la madre:

–                 ¿Puedes perdonar? Si tú perdonas, Dios perdona. Es necesario limpiar el corazón para obtener gracias. Éste pecó y volverá a pecar… Sería mejor para él morir; porque si vive, volverá a recaer en el pecado y deberá responder también de la ingratitud para con Dios que lo salva. Pero tú y estos inocentes, -señala a la esposa y a los niños- caerían en la desesperación. He venido a salvar y no a condenar…

Enseguida, Jesús se vuelve majestuoso y dice al herido:

–                 Hombre, Yo te lo mando. Levántate y queda sano.

El hombre vuelve a la vida. Abre los ojos. Ve a su madre, a sus hijos, a su esposa. Avergonzado, inclina la cabeza.

La anciana le dice:

–                 ¡Hijo! ¡Hijo! ¡Estarías muerto si Él no te hubiese salvado! Vuelve en ti. No delires por una…

Jesús interrumpe:

–                 ¡Cállate! Ten misericordia como se ha tenido para contigo…  Tu casa ha sido santificada con el milagro, que siempre es prueba de la Presencia de Dios. Por esto no pude hacerlo donde había pecado. Procura conservar tu casa así. Aun cuando éste no lo hará…  Ahora tened cuidado con él. Es justo que sufra un poco… Sé buena, mujer. Adiós niños.

Jesús pone su mano sobre las dos mujeres y los niños. Luego sale, pasando delante de la Magdalena, que siguió hasta el borde del camino al cortejo y estaba recargada contra un árbol.

Jesús camina despacio, como si esperara a los discípulos. Pero también parece esperar que ella le diga algo.

María no se mueve.

Los discípulos se reúnen con Jesús.

Y Pedro no puede contenerse de decir un epíteto apropiado a María:

–                 ¡Perra lujuriosa!…

Ésta responde con orgullo y una carcajada llena de desprecio, que es un triunfo muy mezquino.

Jesús, que oyó las palabras de Pedro, voltea severo y dice:

–                 Pedro. Yo no insulto. No debes insultar. Ruega por los pecadores. ¡No más!

María deja de reír. Baja la cabeza y huye como una gacela, a su casa.

Los apóstoles van comentando el milagro. Mientras el maestro se va severo y derecho hacia la zona en donde viven los pobres.

Se detienen en una casita paupérrima, de la que sale un niño retozón y detrás de él, su madre.

Jesús dice:

–                 Mujer, ¿Me permites entrar en tu huerto y estar un poco hasta que baje el sol?

Ella contesta muy amable:

–                 Entra, Señor. También a la cocina si quieres. Te traeré agua y algo más…

–                 No te afanes. Me basta con estar en la sombra de este huerto tranquilo.

Después que han entrado y se han acomodado, la mujer va y viene. Trata de decir algo, pero no se atreve. Se pone a arreglar sus hortalizas, pero no pierde de vista al Maestro y al niño con sus gritos, cuando atrapa una mariposa y con sus juegos.

Esto la pone nerviosa porque le impide oír lo que Jesús dice. Se pone de mal humor y le da un coscorrón al chiquillo, el cual grita mucho más fuerte.

Zelote había preguntado a Jesús:

–                 ¿Crees que María se haya conmovido con esto?

Jesús contesta:

–                 Más de lo que se deja ver…

Y al oír al niño, voltea y lo llama a Sí. El chiquillo corre a acabar de llorar sobre las rodillas de Jesús.

La mujer lo llama:

–           ¡Benjamín! Ven aquí y no perturbes…

Jesús le dice:

–                 ¡Déjalo! Déjalo. Se portará bien y te dejará en paz. –Luego dice al niño- No llores. Tu mamá no te hizo daño. Sólo te ha hecho obedecer. ¡Porqué gritabas cuando ella quería que no lo hicieras! Tal vez se siente mal y tus gritos la ponen nerviosa.

El niño rápido. Con esa franqueza infantil que tanto desespera a los mayores, dice:

–                 No. No se siente mal. Quería oír lo que Tú estabas diciendo, me lo dijo. Y yo que quería venir contigo, hacía ruido a propósito, para que Tú me mirases.

Todos ríen de buena gana y la mujer se ruboriza.

Jesús le dice:

–                 No te pongas colorada, mujer. Ven aquí. ¿Me querías oír hablar? ¿Por qué?

Ella contesta toda turbada:

–                 Porque eres el Mesías. Con el milagro que hiciste… y quería oírte. Casi nunca salgo de Mándala, porque mi marido es muy duro y tengo cinco niños. El más pequeño tiene cinco meses. Y Tú nunca vienes acá.

–                 He venido a tu casa. Míralo.

–                 Por esto quería oírte.

–                 ¿En dónde está tu marido?

–                 En el mar, Señor. Aquí si no se pesca, no se come. No tengo más que este huertecillo, ¿Crees que pueda alcanzar para siete personas? Y con todo, Miqueas querría que así fuese…

–                 Ten paciencia, mujer. Todos tienen su cruz.

–                 ¡Eh! ¡No! ¡Las desvergonzadas no hacen más que gozar! Viste lo que hacen ellas. Gozan y hacen sufrir. No se destrozan los riñones con tener hijos y con trabajar. No tienen ampollas de la pala, ni se desuellan lavando ropa. Siempre hermosas y frescas que están. Para ellas no existe la sentencia contra Eva. Al revés. Son nuestro castigo porque los hombres… tú me entiendes.

–                 Te entiendo. Pero ten en cuenta, que también ellas se han impuesto una cruz muy dura. La más dura y que no se ve. La de la conciencia que les reprocha. La del mundo, que se burla de ellas. La de su sangre que las rechaza. La de Dios, que las maldice…

No son felices, créemelo. No se destrozan los riñones en engendrar, ni en trabajar. No se les hacen callos en las manos por el trabajo. Pero da lo mismo: se sienten destrozadas y con vergüenza… Su corazón es una llaga completa. No envidies su apariencia, su frescura, su fingida serenidad.

Es un velo puesto sobre una ruina de muerte. Y que no da paz. No tengas envidia de su sueño; tú que eres una madre honrada, que sueñas con tus inocentes… Ellas no tienen más que pesadillas sobre su almohada. Y al día siguiente, en el día que se encuentren agonizantes o sean viejas; no tendrán más que remordimientos y pavor…

–                 Es verdad. Perdóname. ¿Me permites que me quede aquí?

–                 Quédate. Diremos una hermosa parábola a Benjamín. Y los que no son niños la aplicarán a sí mismos y a María de Mágdala…

Escuchad:

En vosotros existe la duda de que María se convierta al Bien. No se ve señal alguna en ella, en este sentido. Desvergonzada, descarada y sin pudor. Consciente de su posición y de su poder. Tuvo la osadía de desafiar a la gente e ir hasta el umbral de la casa donde lloran por su culpa…

Al reproche de Pedro, respondió con una risotada. A mi mirada que la invita, con una soberbia de desprecio. Algunos de vosotros habéis deseado que por amor a Lázaro o por amor a Mí, le hablase directamente; sujetándola con mi fuerza, mostrando mi poder de Mesías Salvador.

No. No es necesario. Lo dije hace poco, también por otra pecadora…  Las almas deben hacerse por sí mismas. Yo paso. Arrojo la semilla. Ésta trabaja secretamente. Se respeta al alma en este trabajo suyo. Si la primera semilla no sirve, se siembra otra. Otra y otra…  Y solo deja uno de hacerlo, cuando hay pruebas de que es inútil sembrar.

Se ruega. La plegaria es como rocío sobre los terrones: que los vuelve flojos y buenos. Y la semilla puede germinar. ¿No haces así, mujer; con tus verduras?

Escuchad ahora la parábola que os habla de lo que Dios trabaja en los corazones, para fundar su Reino…

Cada corazón es un reino pequeño de Dios en la tierra. Después de la muerte, todos estos pequeños reinos, se juntarán y formarán un solo Reino de los Cielos. Inmenso, santo, eterno. El Sembrador Divino crea el Reino de Dios, en los corazones. Viene a su posesión. El hombre es de Dios y por esto, cada hombre es inicialmente suyo. Y esparce su semilla. Luego pasa a otras posesiones, a otros corazones.

Los días pasan y con ellos las noches. Los días traen sol y lluvias; esto es, rayos de amor divino y efusión de la sabiduría divina, que habla al espíritu. Las noches traen estrellas y silencio, que da paz.

En nuestro caso, son los llamamientos luminosos de Dios y silencio para el espíritu, para que se recoja y medite.

La semilla, durante esta sucesión de providencias inadvertidas y poderosas; se hincha y se parte en dos. Echa raíces y arroja fuera las primeras hojitas. Crece. Todo esto, sin que el hombre la ayude. La tierra produce espontáneamente de la semilla, la plantita. Luego ésta se robustece; se yergue y brota la espiga.

Ésta se levanta, se hincha, se endurece. Toma el color dorado y se vuelve una señora espiga. Cuando está ya madura, regresa el sembrador. La siega. No podría hacerse de otro modo y por eso se le corta.

Mi Palabra realiza el mismo trabajo en los corazones.

Me refiero a los que aceptan la semilla. Pero el trabajo es lento. Es necesario no deteriorarlo con la premura. Cuando trabajosamente la pequeña semilla se parte en dos… y cuando difícilmente echa raíces en la tierra… También el corazón duro es indomable y agreste. Y el trabajo es fatigoso. Debe abrirse; dejarse buscar; aceptar cosas nuevas; cansarse para nutrirlas; aparecer diverso, porque ya no lo cubren como antes; pompas inútiles. Sino humildes y útiles, cosas que ya no lo hacen atrayente.

Debe contentarse con trabajar humildemente, sin llamar la atención; porque esto es útil a la Idea Divina. Se debe esforzar por todos los medios, por crecer y dar espiga. Se debe encandecer de amor, para convertirse en grano. Y cuando haya vencido los respetos humanos, (entiéndase mejor: ‘El qué dirán’) cosa muy dura; haya sufrido y se haya acostumbrado a su nueva vestidura; entonces debe despojarse de un tajo cruel… Dar todo para tenerlo todo…

Quedarse sin nada para ser revestido en el Cielo, con la estola de los santos. La vida del pecador que llega a ser santo, es la batalla más larga; heroica, gloriosa. Os lo aseguro…

Por lo que he dicho, podéis comprender que me comporte así con María, ¿Me porté de manera diferente contigo, Mateo?

El apóstol contesta:

–                 No, Señor mío.

–                 Y dime la verdad, ¿Qué te movió, más? ¿Mi paciencia o la sátira de los fariseos?

–         Tu paciencia. Tanto, que estoy aquí…  Los fariseos con sus desprecios y sus anatemas; me hacían desdeñoso y por desprecio; hacía más mal de cuanto había hecho hasta el presente. Así sucede. Cuando uno está en pecado, se insensibiliza. Mucho más cuando oye que se le trata de pecador.

Pero cuando en lugar de un insulto, recibimos una caricia, queda uno estupefacto. Después vienen las lágrimas. Y cuando éstas llegan, las costras del pecado se abren y caen… Queda uno desnudo ante la Bondad y se le pide con el corazón; que se digne vestirlo a uno consigo.

–                 Dijiste bien. Benjamín, ¿Te gusta lo que dije?…

El niño asiente con la cabeza.

–                 ¡Bravo! Y… ¿Dónde está la mamá?

Santiago de Alfeo contesta:

–                 Cuando estaba por terminarse la parábola, salió y se fue a la carrera, por aquel camino…

Tomás dice:

–                 Habrá ido al mar. A ver si ya viene su esposo.

El niño; que sigue apoyado en las rodillas de Jesús; dice:

–                 No. Fue a la casa de su mamá, a traer a mis hermanos. Mi mamá los lleva allá, para poder trabajar.

Bartolomé observa:

–                 ¿Y tú estás aquí, muchacho? Debes ser una buena viborita, para que te tenga solo.

–                 Yo soy el mayor y la ayudo…

Pedro le pregunta:

–                 A ganarse el Paraíso. Pobre mujer. ¿Cuántos años tienes?

El pequeño contesta con orgullo:

–                 Dentro de tres años, seré hijo de la Ley…

Tadeo le pregunta:

–                 ¿Sabes leer?

–                 Sí. Pero despacio. Porque el maestro me expulsa casi todos los días, afuera.

Bartolomé, murmura:

–                 ¡Ya lo decía yo!…

El niño explica:

–                 Pero lo hago así, porque el maestro es viejo y feo. Y dice siempre las mismas cosas que lo adormecen a uno. Si fuese como Él, -señala a Jesús- estaría contento. ¿Le pegas Tú a quien duerme o juega?

Jesús responde:

–                 Yo no le pego a nadie. Digo a mis estudiantes: ‘Estad atentos por vuestro bien y por amor mío’.

El niño aprueba:

–                 Muy bien. Por amor está bien. No por miedo.

–                 Pero si te portas bien; el maestro te va a querer.

La lógica infantil es intransigente:

–                 ¿Sólo quieres al que es bueno? Hace poco dijiste que habías sido paciente con éste que no había sido bueno.

Jesús ratifica:

–                 Soy Bueno con todos. Pero a quién se hace bueno; lo amo mucho, mucho. Y con éste, tal vez Yo soy muy bueno. Muy Bueno…

El niño piensa… levanta la cabeza y pregunta a Mateo:

–                 ¿Cómo hiciste para ser bueno?

Mateo sonríe y contesta:

–                 Lo amé.

El niño vuelve a pensar… mira a los doce…

Y dice a Jesús:

–                 ¿Todos estos son buenos?

Jesús confirma:

–                 Claro que lo son.

–                 ¿Estás seguro? Yo algunas veces finjo ser bueno; pero es cuando quiero hacer una pillada mucho mayor.

Todos se ríen a carcajadas. También el pilluelo…

Jesús ríe y lo estrecha contra su corazón… luego lo besa.

El niño siente que se ha hecho amigo de todos; quiere jugar y dice:

–                 ¡Ahorita te digo yo, quién es bueno!…

Empieza su selección. Mira a todos…  Y se va derecho con Juan y Andrés, que están juntos y dice:

–                 Tú y tú; venid, aquí.

Después escoge a los dos Santiagos y los junta con ellos. Luego sigue Tadeo. Se queda muy pensativo, ante Zelote y Bartolomé.

Y dice:

–                 Sois viejos; pero sois buenos. –Y los pone con los demás.

Mira atentamente a Pedro, que bajo el examen a que se le somete, no deja de hacerle burlas con los ojos. También dice que es bueno.

Igual suerte corren Mateo y Felipe.

A Tomás le dice:

–                 Tú ríes mucho. Yo lo estoy haciendo en serio. ¿No sabes que mi maestro dice que quien siempre ríe; se equivoca luego en la prueba?…

Pero a fin de cuentas, Tomás pasa… Con pocos puntos; pero pasa el examen.

El niño regresa a Jesús.

Judas de Keriot dice:

–                 ¡Ey! ¡Precioso!… También estoy yo. No soy una planta. Soy joven y hermoso. ¿Por qué a mí, no me sometes al examen?

El niño lo mira y dice muy serio:

–                 Porque no me gustas. Mi mamá dice que cuando una cosa no le gusta a uno; no se debe tocar…  Se le deja sobre la mesa; para que lo tomen a quienes les guste. Y también dice que si a uno le ofrecen algo que no le gusta; uno no debe decir: ‘No me gusta’ sino: ‘Gracias. No tengo hambre.’ Y yo no tengo hambre de ti.

–                 Pero, ¡Cómo!… Mira, si dices que soy bueno; te doy esta moneda.

–                 ¿Para qué la quiero?… ¿Qué puedo comprar con una mentira? Mi mamá dice que el dinero obtenido con engaño; se convierte en paja.

–                 ¿Por qué no crees que yo sea bueno? ¿Qué tengo? ¿Qué tengo?… ¿Torcido el pie?… ¿Soy feo?…

–                 No. ¡Pero me das miedo!…

Judas le pregunta acercándose:

–                 ¿De qué…?

El niño se pone a la defensiva:

–                 ¡No lo puedo decir! ¡Pero me das miedo!…

–                 ¿De qué cosa?…

–                 No lo sé. ¡Déjame! ¡No me toques o te rasguño!…

Judas dice con una sonrisa forzada…

–                 ¡Qué intratable! ¡Está loco!…

El niño grita:

–                 ¡No estoy loco! ¡Tú eres malo!….

Y el niño se refugia en Jesús… Que sin hablar lo acaricia…

Los apóstoles ríen de buena gana; con lo que le acaba de suceder a Iscariote…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA