41.- ARREPENTIMIENTO24 min read

En Nazareth, María está trabajando sosegadamente en una tela. Ya ha anochecido y las puertas están cerradas. Una lámpara con tres quemadores ilumina la pequeña habitación. Especialmente la mesa cercana, donde está la Virgen. Su vestido azul oscuro, parece como si saliese de un montón de nieve, por la tela en donde está trabajando y que le cae sobre las rodillas y sobre el banco, llegando hasta el suelo.

Está sola y cose diligente, con la cabeza inclinada sobre su trabajo. La luz ilumina su cabeza, con reflejos de oro pálido. Su rostro permanece en la penumbra.

En la ordenada habitación, reina un absoluto silencio. No hay ruido ni en la calle, ni en el huerto.

La pesada puerta que conduce al huerto, de la habitación en donde trabaja María; dónde suele tomar sus alimentos y recibir a los amigos; está cerrada e impide que se oiga aún el rumor de la fuentecita que brota en el estanque. María ora mentalmente; mientras sus manos trabajan ligeras.

Se oye que alguien llama quedamente a la puerta…

María levanta su cabeza y escucha…  Vuelven a tocar, un poco más fuerte.

María se levanta y pregunta:

–                 ¿Quién llama?

Responde una voz femenina, muy delicada:

María abre al punto; levantando la lámpara para conocer a la peregrina. Ve un montón de vestidos. Una envoltura que no deja traslucir nada. Que se inclina profundamente y dice:

–                 ¡Ave, Señora! –Y otra vez repite-  En el Nombre de Jesús, ten piedad de mí.

María responde:

–                 Entra y dime lo que quieres. No te conozco.

–                 Nadie…  Y muchos me conocen, Señora. Me conoce el vicio y me conoce la santidad. Pero tengo necesidad ahora de que la piedad, me abra sus brazos. Tú eres la Piedad…

Y se echa a llorar.

María insiste:

–                 Entra pues y dime… Has dicho suficiente para comprender que eres infeliz. Pero quién seas; todavía no lo sé… Dime tu nombre, hermana.

–                 ¡Oh, no! No, hermana. No te puedo llamar hermana. Tú eres la madre del Bien… y yo soy el Mal… – Y llora mucho bajo el manto que la oculta.

María deja la lámpara sobre una silla. Toma de la mano a la desconocida arrodillada en el umbral y la hace que se levante.

Ella se levanta apenas sin fuerzas… temblorosa. Sacudida por los sollozos y aun así no quiere entrar.

–                 Soy una pagana, Señora. Para vosotros los hebreos; suciedad aunque fuese santa. Doble suciedad; porque soy una prostituta.

–                 Si vienes a mí. Si buscas a mi Hijo por mi medio; no puedes ser sino un corazón que se arrepiente. Esta casa acoge a quién tiene el nombre de Dolor….

Y la jala hacia adentro. Cierra la puerta y pone la lámpara sobre la mesa. Le ofrece una silla y le dice:

–           Habla.

Pero ella no quiere sentarse. Inclinada, continúa llorando.

María está sentada junto a ella, dulce y majestuosa. Espera con súplicas, a que termine el llanto. Ora con todo su ser; aunque nada manifieste que lo haga. Tiene entre sus manos la pequeña mano de la mujer, que finalmente deja de llorar. Se seca las lágrimas con su velo y dice:

–                 Y sin embargo; no he venido de muy lejos, para ser una desconocida. Es la hora de mi Redención y debo desnudar mi alma, para… para mostrarte las heridas que esconde el corazón. Y tú eres… una madre. Su Madre… Tendrás pues… piedad de mí.

–                 Sí, hija.

Y el llanto de nuevo, cobra fuerzas.

María palidece de pena. Le pone su mano sobre la cabeza para consolarla…

–                 ¡Ya no tendré quién me llame hija!… yo tenía a mi mamá y la abandoné. Después me dijeron que había muerto de dolor. Tenía a mi papá y me maldijo. Y a los de esa ciudad, dice: ‘Ya no tengo hija’…

Y llora más fuerte y con mayor dolor.

María palidece de pena. Le pone la mano sobre la cabeza, para consolarla…

–                 ¡Ya no tendré quién me llame hija!… ¡Sí! Así…. Acaríciame así. Cómo hacía mi mamita; cuando yo era pura y buena… ¡Deja que te bese esta mano y que con ella, seque mis lágrimas!… Mi llanto no sólo me lava… ¡Cuánto he llorado desde que comprendí!… antes había llorado; porque es un horror ser una carne de la que se disfruta e insulta el hombre.

Más era llanto de una bestia maltratada, que odia y se revuelve contra quien la tortura. Y me ensuciaba a mí más; porque cambiaba de dueño, pero no de bestialidad… Hace ocho meses que lloro… Porque he comprendido… He comprendido, mi miseria… mi podredumbre… estoy cubierta de ella. Saturada de ella. Y tengo náuseas.

Pero mi llanto, siempre más consciente, no me lava todavía. Se mezcla con mi podredumbre y no la lava. ¡Oh, Madre! ¡Sécame el llanto! ¡Y así limpia; podré acercarme a mi Salvador!

–                 Sí. Hija mía. Siéntate aquí conmigo. Habla tranquilamente. Deja todo tu peso aquí; sobre estas rodillas mías de Madre.

Y María se sienta.

La mujer se echa a sus pies y empieza a relatarle su historia…

–           Soy de Siracusa. Tengo veintiséis años. Era la hija del procurador de un poderoso romano. Era hija única. Vivía feliz cerca de la playa, en una hermosa quinta, de la cual mi padre era el intendente…  De vez en cuando venía el dueño de la quinta o su mujer y sus hijos. Nos trataban bien y eran buenos conmigo. Yo jugaba con las niñas; mi mamá era feliz. Estaba orgullosa de mí. Yo era hermosa, inteligente… Todo me salía bien.

Pero amaba yo más las cosas frívolas, que las buenas. En Siracusa hay un teatro muy grande, hermoso y espacioso. Sirve para los juegos; para las comedias y para las tragedias; en las cuales emplean danzarinas. Con su danza muda, dan vida al significado de lo que canta el coro. Tú no lo sabes; pero también con las manos y con los movimientos del cuerpo; podemos expresar los sentimientos del hombre, agitado por alguna pasión.

Jóvenes de ambos sexos son educados, para ser danzantes en un escenario apropiado. Deben ser bellos como dioses y ágiles como mariposas. A mí me gustaba mucho ir a un lugar un poco alto; desde donde se dominaba el escenario y veía las danzas.

Luego las imitaba en los prados florecientes, en la arena rojiza de mi tierra o en el jardín de la quinta. Parecía yo una estatua de arte o un viento que pasaba volando. Porque podía tomar poses cual estatua o girar haciendo que pareciese, que no tocaba el suelo. Mis amigas ricas me admiraban… Y mi mamá se sentía orgullosa…

Los recuerdos traen un nuevo acceso de llanto. Los sollozos entrecortan el relato…

Un día… Era el mes de Mayo… toda Siracusa estaba en flor. Hacía poco que había terminado la fiesta y me había quedado admirando una danza que se había hecho. Los dueños me habían llevado con sus hijas. Tenía yo catorce años.

En aquella danza; las jóvenes que debían representar las ninfas; que corren a adorar a Ceres. Danzaban coronadas con rosas y vestidas con una red de hilos muy finos en los que estaban esparcidas más rosas… Las vestiduras eran las flores… Cuando danzaban parecían que estaban semi-aladas, por lo ligeras. Sus espléndidos cuerpos se dejaban ver detrás de las bandas que parecían alas. Practiqué esta danza día tras día…

Ella llora mucho más fuerte, interrumpiendo su relato.

Luego continúa:

–                 Era yo hermosa. Lo soy. ¡Mira!

Se pone de pie echando para atrás el velo y deja caer el manto. Y emerge la esplendorosa hermosura de Aglae; una verdadera y perfecta flor de carne. Realmente hermosísima. Más todavía en su espléndida belleza natural y sin afeites; pues no trae vestiduras provocativas, ni adornadas.

Con sus trenzas negras y peinado sin joyas. Bajo su sencilla túnica, se dibuja su figura estatuaria. Su piel muy blanca; su rostro de facciones armoniosas y perfectas, con ojos de terciopelo, llenos de fuego.

Vuelve a arrodillarse llorando ante María.

–                 Era yo hermosa para desgracia mía. Era yo una necia. Un día me puse unos velos. Me ayudaron las muchachas, las hijas de los dueños que querían verme danzar… Me vestí en el borde de una playa rojiza, que estaba desierta, frente al mar. Había flores selváticas blancas y amarillas, con perfumes penetrantes de almendros y de vainilla. De los limonares y de los rosales que enviaban oleadas de fragancia, sentí que me envolvían junto con la arena y el mar.

El sol traía de todas las cosas un perfume embriagador… Algo así como un pánico rodeó mi cabeza, me sentí como una ninfa y adoraba… ¿A qué? ¿A quién?… ¿A la tierra fecunda? ¿Al sol fecundador? No lo sé.

Yo, pagana como soy, entre paganos; pensé que adoraba al sentido. Mi rey déspota del que lo único que sabía es que era un dios poderoso. Me coroné con rosas que había tomado del jardín y comencé a danzar. Estaba ebria de luz, perfumes, del placer de ser joven, ágil, hermosa. Dancé… y fui vista…

Noté que me miraban, pero no me avergoncé de estar desnuda ante los ojos ávidos de un hombre. Al contrario, me complací en aumentar mis vuelos. La complacencia de ser admirada me ponía verdaderamente alas. Y esto fue mi ruina…

Tres días después me quedé sola, porque los dueños partieron para regresar a su casa de Roma. Pero no me quedé en casa. Aquellos dos ojos admiradores, habían despertado en mí, más que la danza… me despertaron la sensualidad y el sexo.

María hace un involuntario gesto de disgusto que nota Aglae…

–                 ¡Oh! ¡Tú eres Pura! Tal vez te repugno…

–                 Habla. Habla, hija. Mejor a María que a Él. María es un mar que lava…

–                 Sí. Mejor a ti. Me lo dije a mí misma; cuando supe que Él tenía una Madre. Porque al principio, al ver que es tan distinto de todos los hombres, cual si fuese solo espíritu… Porque ahora sé que existe el espíritu. Lo que es… No habría podido decir de qué está hecho tu Hijo, que pese a ser hombre, no muestra nada de sensualidad. Y pensaba dentro de mí que no habría tenido madre. Qué así había descendido del Cielo sobre la Tierra, para salvar a las horribles miserias, de la que soy la más grande…

Volví todos los días a aquel lugar, esperando volver a ver a aquel joven moreno, bello… y después de algún tiempo, volví a verlo. Me habló y me dijo: ‘Ven conmigo a Roma. Te llevaré a la corte imperial. Serás la perla de Roma’ le respondí: ‘Sí. Seré tu fiel mujer. Ven a hablar con mi padre.’ Se rió burlón; me besó y dijo: ‘No mi mujer. Tú eres una diosa y yo el sacerdote que te descubrirá a ti misma, los secretos de la vida y del placer.’

Era yo una necia. Era yo una niña. Más aunque jovencita, no ignoraba qué cosa es la vida. Era yo una taimada. Era yo una loca. Pero no estaba pervertida todavía y tuve asco de su propuesta. Me le escapé de los brazos y corrí a casa. No dije nada a mi mamá. Pero no supe resistir el deseo de volver a verlo. Sus besos me habían enloquecido más.

Y regresé… apenas había regresado yo a la desierta playa, cuando me abrazó y me besó con frenesí. Una lluvia de besos; de palabras de amor y de preguntas: ¿No te amo en realidad? ¿No es esto más dulce que un vínculo? ¿Qué otra cosa quieres? ¿Puedes vivir sin ello?

¡Oh, Madre!… huí aquella misma tarde con el asqueroso patricio. Y fui el andrajo que pisoteó bajo su animalidad. Nada de diosa, sino fango. No perla, sino estiércol. No se me reveló la vida; sino la suciedad de la vida, la infamia, la náusea, el dolor, la vergüenza; la infinita miseria de no pertenecerme más a mí…Y luego la caída total.

Después de seis meses de orgía, cansado de mí, encontró nuevos amores y me vi en la calle… Aproveché mi habilidad como danzarina…

Sabía que mi madre había muerto de dolor y que no tenía casa, ni padre. Un maestro de danza me recogió en su gimnasio, me perfeccionó, gozó de mí. Y me lanzó cual experta flor en todas las artes del sentido; en medio de la corrupción del patriciado romano.

La flor que estaba sucia, cayó en una cloaca. Hace ya diez años que he bajado al abismo y siempre bajo más. Luego me llevaron para alegrar los ratos libres de Herodes y nuevamente aquí tuve un dueño.

¡Oh! ¡No hay perro más encadenado que una de nosotras! Y no hay patrón de perros de caza más brutal que el hombre que posee a una mujer. ¡Madre! ¡Tiemblas! ¡Te causo horror!

María se ha llevado la mano al corazón, como si se sintiera herida.

Responde:

–                 ¡No! No tú. Me causa horror el Mal, que es muy dueño de la Tierra. Continúa, pobre criatura.

Aglae continúa:

–                 Me llevó a Hebrón. ¿Era yo libre? ¿Rica? Sí, porque no estaba en el cárcel y porque abundaba en joyas. Pero no podía tener derecho ni siquiera sobre mí misma.

Un día llegó a Hebrón un Hombre… Tu Hijo. Esa casa le era cara, lo supe y lo invité a entrar. Sciammai no estaba… Y por la ventana había oído palabras y visto un rostro que me inquietó el corazón.

Te juro, ¡Oh, Madre! que no fue la carne la que empujó hacia tu Jesús. Fue aquello que Él me reveló, lo que me hizo ir hasta el umbral, desafiando las burlas del vulgo, para decirle: ‘Entra’ fue entonces cuando supe que tenía alma. Él me dijo: ‘Mi Nombre quiere decir Salvador. Salvo a quién tiene voluntad de ser salvado. Salvo enseñando a ser puros. A amar el dolor más que el honor. El bien, más que cualquier otra cosa. Soy el que busca a los perdidos; el que da la Vida. Soy Pureza y Verdad.’

Me dijo que yo también tenía un alma y que la había matado con mi manera de vivir. Pero no me maldijo, ni me escarneció. ¡No me miró ni un solo instante!

Fue el primer hombre que no me comió con la mirada, porque parece maldición mía el que atraiga a los hombres… Me dijo que quién lo busca, lo encuentra, porque Él está donde hay necesidad de médico y de medicina. Y se fue, pero sus palabras estaban aquí, -y se señala el corazón- Y de aquí jamás se han ido.

Me decía a mí misma: ‘Su Nombre quiere decir Salvador, “Jesús

Me lo repetía una y otra vez y fue como si empezara a curarme. Se me habían quedado grabadas sus palabras y sus amigos pastores. Di un primer paso al darles una limosna a ellos y pidiéndoles una oración… Y luego huí…

¡Oh! ¡Santa huida! Huí del pecado en busca del Salvador.  Anduve buscándolo, segura de que lo encontraría, porque me lo había prometido. Me enviaron a un hombre que se llamaba Juan, como si él fuese. Pero no lo era…

Un hebreo me dijo que estaba en Aguas Hermosas. Vivía vendiendo el oro que poseía. Durante los meses que anduve errante, tuve que cubrirme siempre mi cara para que no me aprehendiesen y para que realmente Aglae quedara sepultada, bajo este velo.

Murió la antigua Aglae. Pero su alma estaba herida y sangraba. Buscaba al médico. Tuve que huir muchas veces, al sentir al hombre que me perseguía, aun así; hecha nada bajo mis vestidos. También uno de los amigos de tu Hijo, me acechaba…

En Aguas Hermosas, viví como un animal; pobre pero feliz. Los rocíos y el río no me lavaron tanto, como sus palabras. ¡Oh! No me perdí ni una de ellas. Una vez perdonó a un hombre asesino. Lo oí. Y estuve a punto de decirle: ‘Perdóname a mí también…’ Otra vez habló de la inocencia perdida, ¡Oh! ¡Cuántas lágrimas!… En otra ocasión curó a un leproso y estuve a punto de decirle: ‘Cúrame a mí también…’ ‘Límpiame de mi pecado…’

Cierto día curó a un demente y era romano. Y me hizo pensar que pasan las patrias, pero el Cielo permanece. Una tarde en que había tempestad, me acogió en su casa. Y luego hizo que me diera hospedaje el administrador y por medio de un niño me mandó decir: ‘No llores…’

¡Oh, Bondad la suya! ¡Oh, miseria mía! Ambas tan grandes que no me atreví a llevar mi miseria a sus pies. No obstante que uno de los suyos me hablase en la noche, de la infinita misericordia de tu Hijo. Y luego, el que andaba en acecho mío, porque consideraba pecado mi deseo de alma vuelta a nacer; desapareció…

Después, Jesús se fue y lo esperé… Pero también lo esperaba la venganza de quien es más indigno que yo de verlo. Porque yo como pagana he pecado contra mí misma; mientras que ellos pecan conociendo a Dios; contra el Hijo de Dios…

Y me pegaron. Y las piedras me hicieron menos daño, que sus acusaciones. Y menos que en la carne; me hirieron en mi pobre alma, arrojándola a la desesperación.

¡Oh, lucha tremenda contra mí misma!

Desgarrada, sangrando, herida, febril, sin tener más al Médico… sin techo, ni pan, miré atrás… Adelante… El pasado me decía: ‘Regresa…’ El presente: ‘Mátate’. El futuro: ‘Espera…’

He esperado. No me he matado. Lo haré si Él me arroja. Porque ya no quiero ser lo que era…

Me fui a una población a pedir refugio… Allí me reconocieron. He tenido que huir como una bestia acá, allá. Siempre perseguida, siempre escarnecida, siempre maldecida, porque quiero ser honesta…

Y porque desenmascaré a quienes por medio mío, quieren herir a tu Hijo. Siguiendo el río llegué hasta Galilea. Y luego hasta aquí… Tú no estabas…

Fui a Cafarnaúm. Apenas habías partido de allá. Me vio un viejo fariseo, uno de sus enemigos. Y me dijo que yo podía acusarle a Él, a tu Hijo. Y como me vio llorar, sin que le dijese nada. Agregó: ‘Todo podría cambiar para ti, si consientes en ser mi amante y mi cómplice al acusar al Rabí Nazareno. Basta con que digas delante de mis amigos que Él era tu amante…’

Huí como quién ve salir una serpiente de en medio de un manojo de flores. Así comprendí que no podía ir a sus pies y vine a los tuyos. Aquí estoy. Písame…. Soy lodo. Aquí estoy. Arrójame, porque soy pecadora. Llámame prostituta. Todo lo aceptaré de tu parte. Pero ten piedad, madre. Toma mi pobre alma sucia y llévasela a Él. En tus manos es un crimen poner mi lujuria…

Pero sólo en ellas estará protegida del mundo que la quiere… Y hará penitencia.

Dime qué debo hacer. Dime que medios debo emplear para no ser más Aglae. ¿Qué cosa debo mutilar en mí? ¿Qué debo arrancar de mí, para no ser más pecado, ni seducción? Para no tener miedo ni de mí misma, ni del hombre. ¿Me debo quemar los ojos? ¿Me debo quemar los labios? ¿Me debo cortar la lengua? Ojos, labios, lengua, me han ayudado al mal. Aborrezco el mal y estoy dispuesta a castigarme y a sacrificarlos.

¿O quieres que me arranque estas caderas que me empujaron a perversos amores? ¿O estas entrañas insaciables que tengo miedo de que se despierten? Dime…  Dime como se hace para hacer olvidar que una, es mujer. Y como se hace para hacer olvidar a los demás, que una lo es.

María está conturbada. Llora. Sufre. De su dolor, la única señal son las lágrimas que caen sobre la arrepentida.

Aglae continúa:

–                 Quiero morir perdonada. Quiero morir no recordando a otro que al Salvador. Quiero morir con su Sabiduría como amiga mía… Y no puedo acercarme porque el mundo lo asecha a Él y a mí, para acusarnos.

Aglae llora echada en tierra como un andrajo.

María se levanta y dice entre dientes:

–                 ¡Qué difícil es ser redentores!…

Casi está acongojada…

Aglae, que oye aquel murmullo e intuye, dice:

–                 ¿Lo ves? ¿Ves que también tú sientes asco? Me voy. ¡Todo se ha acabado!…

María objeta:

–                 ¡No, hija! No se ha acabado. Ahora empieza. Escucha, pobre alma… No lloro por ti; sino por el mundo cruel. No te dejo ir, sino que te recojo. Pobre golondrina a la que la tempestad ha arrojado contra mis paredes. Te llevaré a Jesús y Él te dirá que camino debes seguir para tu redención…

–                 Ya no tengo más esperanzas… El mundo tiene razón. No puedo ser perdonada.

–                 El mundo no te puede perdonar. Pero Dios sí. Deja que te hable en nombre del Amor Supremo que me dio un Hijo para que lo diese al Mundo. Ha nacido de la bienaventurada ignorancia de mi virginidad consagrada, para que el Mundo tuviese perdón.

Me ha sacado sangre, no en el parto; sino del corazón; al revelarme que mi Hijo es la Gran Víctima. Mírame, hija. En este corazón hay una gran herida. Hace más de treinta años que gime y crece cada vez más y me consume. ¿Sabes cómo se llama?…

–                 Dolor.

–                 No. Amor. Lo que me desangra es este amor que hace que no esté solo mi Hijo para salvar. Es Amor el que da fuego para que se purifique a los que no se atreven a ir a donde está mi Hijo. Es amor el que me da llanto para lavar a los pecadores…  Querías mis caricias; te doy mis lágrimas que te hacen más blanca, para que puedas mirar a mi Señor. No llores así. No eres la única pecadora que viene al Señor y regresa redimida. Hubo también otras y las habrá…

¿Dudas de que pueda perdonarte? Pero, ¿No ves en cada cosa de las que te han sucedido, un misterioso querer de su Bondad Divina? ¿Quién te llevó a Judea? ¿Quién a la casa de Juan? ¿Quién te puso a la ventana aquel día? ¿Quién encendió una luz para iluminarte sus palabras? ¿Quién te dio la capacidad de comprender que la caridad unida a la plegaria de quién recibe el beneficio, alcanza la ayuda divina? ¿Quién te dio fuerzas para huir de la casa de Sciammai? ¿Quién el de perseverar en los primeros días hasta su llegada? ¿Quién te trajo a su camino? ¿Quién te hizo capaz de vivir como penitente, para limpiar cada vez más tu alma? ¿Quién te dio alma de mártir, alma de creyente, alma de perseverante, alma de pura?…

No muevas la cabeza. ¿Crees que tan solo es puro el que no ha conocido el placer sensual? ¿Crees tú que el alma no puede hacerse más virgen y bella? ¡Oh, hija! Entre mi pureza que es una gracia del Señor y tu heroica ascensión de espaldas a la cima de tu pureza perdida, puedes pensar que es más grande la tuya. Tú la rehaces contra los sentidos, la necesidad y la costumbre. Para mí es una dote natural como el respiro. Tú debes truncar el pensamiento, los afectos, la carne, para no acordarte; para no apetecer; para no secundar.

Yo… ¡Oh!… ¿Puede una niñita recién nacida apetecer la carne? ¿Tiene mérito en no hacerlo? Así yo. No sé lo que significa esta trágica hambre que ha hecho de los hombres una víctima. No conozco otra cosa, más que el hambre santísima de Dios.

Tú, ésta no la conocías por ti misma. La has apresado. Y la otra, trágica y horrenda, la has entregado por amor de Dios. Que es ahora tu único amor.¡Sonríe, hija de la Misericordia Divina! Mi Hijo obra en ti, lo que te dijo en Hebrón. Ya lo ha hecho. Estás salvada, porque has tenido buena voluntad para salvarte. Porque has preferido la pureza, el dolor, el Bien.

El alma ha renacido. Sí, es necesario que Él te diga en Nombre de Dios: ‘Estás perdonada’ Esto yo no te lo puedo decir. Pero te doy mi beso como promesa; como principio del perdón…’

¡Oh, Espíritu Eterno! Siempre hay un poco de Ti en tu María. Deja que Ella te infunda, Espíritu santificador; sobre la criatura que llora y que espera. Por nuestro Hijo, ¡Oh, Dios de Amor! Salva a ésta que de Dios espera la salvación…

La gracia de la que el ángel me dijo que estaba yo llena, descanse por un milagro sobre ésta y la levante hasta Jesús, el Salvador Bendito. El Supremo Sacerdote que la absolverá en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…

Es noche, hija. Estás cansada y herida. Ven, descansa…  Mañana partirás. Te mandaré con una familia de personas buenas, porque son muchos los que vienen. Te daré un vestido igual al mío. Parecerás una hebrea. Y como veré a mi Hijo a solas en Judea, pues la pascua se aproxima y en la luna nueva de Abril estaremos en Betanía, le hablaré de ti… Ven a la casa de Simón Zelote. Me encontrarás y te llevaré a Él.

Aglae todavía llora, pero con sosiego. Se ha sentado sobre la tierra.

También María vuelve a sentarse. Aglae reclina la cabeza sobre sus rodillas y besa la mano de María…

Luego gime:

–                 Me reconocerán.

–                 ¡Oh, no! No tengas miedo… Tu vestido era muy atractivo. Yo te prepararé para este viaje tuyo al Perdón y serás como la doncella que va a las nupcias.

Diversa y desconocida a la gente que no sabe qué va a casarse. Ven, tengo una habitación pequeña, que está junto a la mía. Santos y peregrinos se han alojado ahí, deseosos de ir a Dios. Tú también estarás ahí.

Aglae trata de recoger el manto y el velo.

María dice:

–                 Déjalos. Son los vestidos de la pobre Aglae extraviada. Ella no existe más… Y ni siquiera los vestidos deben permanecer. Han experimentado mucho odio… Y el odio hace tanto mal como el pecado.

Salen al huerto oscuro y entran en la habitación que era de José.

María toma la lamparita que está sobre una mesa. Acaricia nuevamente a la joven mujer. Cierra la puerta. Y con su lamparita de tres mecheros, va a donde va a llevar el manto desgarrado de Aglae, para que ningún visitante lo vea al día siguiente…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

Una respuesta

  1. SANTA AGLAE!!!
    CREO QUE EN EL SANTORAL CATOLICO
    FIGURA EL 25 DE FEBRERO,
    PERO SE LA CONOCE MUY POCO, Y ES UNA PENA, PUES ELLA INTERCEDE POR TANTAS MUJERES Y JOVENCITAS QUE CAEN EN UNA VIDA DE PROSTITUCION!
    GRACIAS HERMANOS Y BENDITO DIA DE TODOS LOS SANTOS!

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