43.- EL RICO EPULÓN17 min read

Naím es una población importante, encerrada dentro de un cinturón de murallas; sobre una hermosa colina que domina una llanura muy fértil.

Jesús se dirige a ella por el camino principal y detrás de Él, hay toda una procesión… Son los habitantes de Endor que caminan charlando. Y cuando atraviesan una puerta de la ciudad, Jesús que está hablando con los apóstoles y con el nuevo convertido; ve que viene entre un gran clamor de llantos, un cortejo fúnebre.

Los de Endor se adelantan a ver.

Jesús y los apóstoles también se acercan.

Judas de Keriot dice a Juan de Zebedeo:

–                 ¡Oh! ¡Se trata de un niño! ¡Mira cuantas flores y cintas hay sobre la camilla!

Juan le contesta:

–           O puede ser una doncella.

Bartolomé dice:

–                 No. Ciertamente debe ser un joven, por los colores que han puesto. Y faltan los mirtos…

La comitiva sale fuera de la muralla. Junto a la camilla en donde llevan el cuerpo, una mujer camina llorando; desgarrada por el dolor y dice:

–                 ¡Oh, no! ¡Despacio! Mi hijo sufrió tanto… -Y levanta una mano temblorosa, para acariciar el borde de la camilla…

Pedro dice afligido y con los ojos brillantes:

–                 Es la mamá…

Todos están conmovidos y a punto de llorar…

Judas de Keriot murmura:

–                 ¡Si fuese yo…! ¡Oh, pobre madre mía!…

Jesús, con una mirada de amor infinito, se dirige hacia la camilla.

La madre llora mucho más fuerte, porque el cortejo avanza hacia el sepulcro que ya está abierto, para recibir el cadáver.

Ella, con ojos de demente enloquecida por el dolor; al ver que Jesús trata de tocar la camilla, grita:

–                 ¡Es mío!…

Jesús dice con dulzura:

–                 Lo sé, madre. Es tuyo.

–                 Es mi hijo único. ¿Por qué la muerte? ¿A él que era bueno y amable? ¿A él que era la alegría mía; que soy viuda? ¿Por qué? –Las plañideras aumentan su llanto y ella continúa- ¿Por qué él y no yo? No es justo que quién ha engendrado vea perecer lo suyo. La semilla debe vivir, porque de otro modo, ¿De qué sirve que estas entrañas se desgarren para dar a luz a un hombre? –Y se pega en el vientre sin compasión.

–                 No hagas eso. No llores, madre. –Jesús le toma las manos y fuertemente se las estrecha con su mano izquierda, mientras con la derecha toca la camilla y dice a los cargadores- Deteneos y depositad la camilla en la tierra.

Ellos obedecen. Bajan la camilla que queda apoyada sobre cuatro patas.

Jesús toma la sábana que cubre al muerto y la hecha hacia atrás; descubriendo el cadáver.

La madre expresa todo su dolor al llamar a su hijo, con un grito:

–                 ¡Daniel!…

Jesús, sin soltar las manos de la mujer, se endereza. Su mirada despide imponente fulgor. Es la mirada de los grandes milagros… Baja la mano derecha y ordena con voz poderosa:

–                 Joven. Yo te lo mando, ¡Levántate!…

Después de unos segundos impactantes; el muerto envuelto en las vendas, se incorpora. Se sienta en la camilla y dice:

–                 ¡Mamá!… –es el grito de un niño aterrorizado.

Jesús, soltándole las manos, dice:

–                 Es tuyo, mujer. Te lo devuelvo en el Nombre de Dios. Ayúdale a quitarse el sudario. Sed felices.

Jesús trata de retirarse.

Pero no lo dejan. La multitud lo aprisiona junto a la camilla. A donde la madre se ha arrojado, gesticulando entre las vendas, para quitarlas lo más pronto posible.

Mientras se oye una y otra vez la voz implorante:

–                 ¡Mamá! ¡Mamá!…

Ella ha quitado el sudario y las vendas. Madre e hijo se abrazan, sin tomar en cuenta las capas de bálsamo que la madre retira de la cara, de las manos, con las mismas vendas. Luego se quita el manto y lo envuelve. Lo acaricia con inmenso amor…

Jesús los mira. Mira a esta pareja que se abraza llena de amor, estrechándose sobre la orilla de la camilla y viendo en el tiempo, contempla una escena similar y a la vez muy diferente… que sucederá en un futuro no muy lejano…

Y sus ojos se llenan de lágrimas.

Judas de Keriot ve este llanto y pregunta:

–                 ¿Por qué lloras, Señor?

Jesús voltea su rostro y dice:

–                 Pienso en mi Madre…

Esta breve conversación hace que la mujer se vuelva hacia su Bienhechor. Toma por la mano al hijo, lo levanta.

Ella se arrodilla y dice:

–                 También tú, hijo mío. Bendice a este Santo que te ha devuelto a la vida y a tu madre.

Y se inclina a besar la orla del vestido de Jesús; mientras que la multitud prorrumpe en hosannas a Dios y a su Mesías; porque los apóstoles y los vecinos de Endor, lo han propalado así.

Toda la multitud grita:

–                 ¡Sea Bendito el Dios de Israel! ¡Bendito el Mesías, su enviado! ¡Bendito Jesús, Hijo de David! ¡Un gran profeta ha nacido entre nosotros! ¡Dios ha visitado realmente a su Pueblo! ¡Aleluya! ¡Aleluya!…

Finalmente Jesús puede escabullirse y entra en la ciudad. La multitud lo sigue.

Le sale al paso un sacerdote que se inclina profundamente y lo saluda:

–                 Te ruego que te quedes en mi casa.

–                 No puedo. La Pascua me impide que me detenga fuera de lo establecido. Dentro de pocas horas llegará el atardecer y hoy es Viernes. Por esta razón debo llegar antes del crepúsculo a mi próxima etapa. Te doy las gracias como si me quedase. No me retengas.

–                 Soy el sinagogo.

–                 Hombre, hubiera bastado con que me tardase una hora, para que aquella mujer no hubiese recuperado a su hijo. Voy a donde otros infelices me están esperando. No retardes su alegría, por egoísmo. Otra vez regresaré y me hospedaré contigo en Naím, por algunos días. Te lo prometo. Ahora déjame ir.

El hombre no insiste más.  Se limita a decir:

–                 Lo has dicho. Te espero.

–                 Sí. La paz sea contigo. También a vosotros los de Endor. Regresad a vuestras casas. Dios os ha hablado a través del milagro. Haced que en todos vuestros corazones, por la fuerza del amor; haya otras tantas resurrecciones.

Y Jesús atraviesa diagonalmente la ciudad y sale hacia el Esdrelón.

Cuando están a la vista los campos de Yocana; el crepúsculo tiñe de un color anaranjado el cielo.

Jesús dice:

–                 Apresuremos el paso amigos, antes de que se meta el sol. Tú Pedro, ve con Andrés a avisar a nuestros amigos que están con Doras.

Los dos apóstoles obedecen.

Jesús continúa caminando ahora lentamente, hasta que por entre las ramas del viñedo se asoma la cara sudada de un campesino que corre a postrarse ante Jesús.

El Maestro lo mira y le dice:

–                 La paz sea contigo, Isaías.

El hombre lo mira sorprendido:

–                 ¡Oh! ¡Te acuerdas de mi nombre!

–                 Lo he escrito en mi corazón. Levántate. ¿Dónde están tus compañeros?

–                 Allá entre los manzanares. Ahorita les voy a avisar. Eres nuestro Huésped, ¿Verdad? No está el patrón y podemos hacer una fiesta. ¡Imagínate! Este año nos concedió el cordero y vamos a ir al Templo. Sólo nos dio seis días… Pero corriendo llegaremos. ¡Y todo gracias a Ti!… –El rostro del hombre rebosa de alegría; pues es la primera vez que lo tratan como humano y como israelita.

Jesús contesta sonriente:

–                 Que Yo sepa, no he hecho nada

–                 ¡Eh! ¡La hiciste! Doras… los campos de Doras… y ahora éstos al revés. ¡Tan hermosos este año! Yocana el Saduceo, se enteró de tu venida. No es tonto. ¡Tiene mucho miedo!…

–                 ¿De qué cosa?

–                 Miedo de que le suceda lo mismo que a Doras. De morirse y de perder todo. ¿Has visto los campos de Doras?

–                 Vengo de Naím.

–                 Entonces no los has visto…  Dan lástima. ¡Están todos destruidos! Nada de heno. Nada de pienso. Nada de fruta. Todos los árboles y los viñedos están secos. Muertos… ¡Todo muerto como en Sodoma y Gomorra!… Ven. Te los mostraré…

–                 No es necesario. Voy con aquellos trabajadores…

–                 ¡Ya no están!… ¿No lo sabías?… Doras el hijo de Doras; los ha regado o despedido. A los que dispersó por otros lugares de la campiña, les ha prohibido que hablen de Ti… so pena de latigazos… ¡Oh! ¡No hablar de Ti!… ¡Será difícil! También Yocana nos lo ha dicho…

–                 ¿Qué les dijo?

–                 Dijo: ‘Yo no soy tan necio como ese Doras. Y no les prohíbo que habléis del Nazareno. Sería inútil, porque de todos modos lo haréis y no quiero perderos; ni acabaros como animales brutos a latigazos. Yo de mi parte os digo: ‘Sed buenos como el Nazareno os enseña y decidle que os trato bien. Tampoco quiero ser yo maldecido.’ Él comprende qué bien están estos campos, después de que los bendijiste y lo que ha pasado con esos, que maldijiste…

Llegan Pedro y Andrés:

–                 ¡Oh, Maestro!

–                  ¡No hay nadie! Todos son caras nuevas.

–                 Y todo está asolado. En realidad sería mejor que ni hubiera trabajadores.

–                 Está peor que el valle de Sidim en el Mar Salado…

Jesús contesta:

–                 Lo sé. Me lo ha dicho Isaías.

–                 Pero ven a ver… ¡Qué espectáculo!…

Jesús quiere dar gusto a Pedro y dice a Isaías:

–                 Entonces me quedaré con vosotros. Dilo a tus compañeros. Pero no os molestéis. Yo tengo comida. Nos basta con un poco de heno, para acostarnos a dormir y vuestro cariño. Vengo pronto.

El espectáculo de los campos de Doras, es sencillamente devastador. Campos y pastizales secos y sin nada. Los viñedos, áridos. El follaje acabado.  Y la fruta de los árboles perforada con millares de animaluchos.

Cerca de la casa, el jardín que estaba lleno de árboles exuberantes, presenta el mismo aspecto desértico, de bosque aniquilado. Los trabajadores andan arrancando hierbas, pisoteando orugas, caracoles, lombrices.

Sacuden las ramas y debajo de ellas, en recipientes llenos de agua caen las mariposas y los parásitos que cubren las hojas y que están chupando las plantas hasta hacerlas morir.  Los viñedos se desbaratan al tocarlos y caen como si se les hubiese cortado desde la raíz.

El contraste con los campos de Yocana es clarísimo. La desolación de los campos maldecidos, parece más horrible cuando se le compara con la fertilidad de los otros.

Admirado, Zelote dice entre dientes:

–                 El Dios del Sinái tiene la mano pesada.

Jesús hace como si quisiera decir: ‘Aquí Estoy’ Pero no dice nada y solamente pregunta:

–                 ¿Cómo ha sucedido?

Un trabajador le responde:

–                 Topos, langostas, gusanos. Pero vete… El vigilante es fiel a Doras. No nos causes daño…

Jesús suspira profundamente y se vuelve para retirarse…

Otro campesino le dice:

–                 Iremos mañana a donde estás, cuando el vigilante se vaya a Yezrael para orar… Iremos a la casa de Miqueas…

Jesús los bendice con un ademán y se va.

Cuando regresa al crucero, ya se han reunido todos los trabajadores de Yocana. Muy felices rodean a su Mesías y lo llevan hasta sus casuchas.

Le preguntan:

–                 ¿Viste lo que hay allá?

Jesús contesta:

–                 Lo he visto. Mañana vendrán los labradores de Doras.

–                 ¡Claro!… Mientras las hienas están en oración. Cada sábado lo hacemos así.  Y hablamos de Ti, de lo que nos enseñó Jonás.

Al día siguiente…

En un viñedo que señala los límites de las posesiones de Yocana y cerca de un  pozo que siempre tiene agua; Jesús tiene todo preparado para esperar a los campesinos de Doras. Y rodeado de los campesinos de Yocana escucha a Isaías, cuando dice:

–                 ¿Ves? Yocana se peleó con Doras por esto. Yocana decía: ‘Es culpa de tu padre si todo esto es una ruina. Si no lo quería adorar, por lo menos debió haberlo temido… Y no debió provocarlo.’

Y Doras hijo aullaba de impotencia. Parecía un demonio. Y le contestó: ‘Tú has salvado tus tierras por este foso. Los animalejos no lo han pasado.’ Y Yocana le contestó: ‘Y entonces, ¿Porqué sobre ti tanta desolación, cuando antes tus campos eran los más bellos del Esdrelón? ¡Es el castigo de Dios! Créemelo. Habéis sobrepasado la medida. ¿Esta agua? Siempre ha estado y no es la que me ha salvado. La plaga no ha pasado los límites de mi propiedad.

Y Doras gritaba: ‘¡Esto prueba que Jesús es un demonio!’ Y Yocana le contestó contundente: ¡No! ¡Es un justo!

Y así continuaron mientras tuvieron aliento.

Después Yocana, con grandes gastos, trajo el agua del río y mandó excavar un gran número de canales entre los límites, para regar. Mandó hacer pozos más profundos y a nosotros nos dijo lo que te dijimos ayer… En el fondo, él está feliz con lo que ha sucedido. Tenía mucha envidia de Doras. Ahora espera comprar todo; porque Doras acabará por venderlo en unos cuantos céntimos.

Jesús escucha todas estas confidencias.

Luego llegan los campesinos de Doras y se postran ante Él.

Jesús les dice:

–                 La paz sea con vosotros, amigos. Venid. Hoy la sinagoga es aquí. Y Yo soy vuestro sinagogo. Pero primero quiero ser vuestro Padre de familia. Sentaos alrededor para que os de algo de comer. Hoy tenéis al Esposo y celebremos las Nupcias.

Jesús quita la tapadera de un canasto y saca panes que da a los estupefactos campesinos de Doras. Quesos, verduras cocidas y un cordero asado que reparte entre esos pobres. Luego les da vino en una copa grande.

–                 Pero, ¿Por qué? ¿Y ellos? –dicen los de Doras, señalando a los de Yocana.

Jesús les contesta:

–                 Ya tuvieron lo suyo.

–                 ¡Cuánto gasto! ¿Cómo lo has hecho?

–                 En Israel todavía hay buenas personas. –dice Jesús sonriendo.

–                 Pero hoy es sábado…

–                 Dad gracias a esta persona. –Jesús señala al hombre de Endor- él fue quien dio el corderito. Lo demás fue fácil obtenerlo.

Todos devoran la comida desconocida para ellos. Hay entre ellos un viejo que tiene a su lado a un niño. Come y llora.

Jesús le pregunta:

–                 ¿Por qué lloras, padre?…

–                 Porque eres muy Bueno.

Juan de Endor, con su voz gutural, añade:

–                 Es verdad… y hace llorar. Pero su llanto no tiene amargura.

El anciano dice:

–                 No la tiene. Es verdad y quisiera pedirte una cosa…

Jesús pregunta:

–                 ¿Qué deseas, padre?

–                 ¿Ves este niño?… Es mi nieto. Se ha quedado conmigo, después de la desgracia de este invierno. Ni siquiera Doras sabe que lo tengo; pues sólo el sábado lo veo. Si lo descubre, lo arrojará o lo pondrá a trabajar. Y sería peor que un animal de tiro, este pedazo de mi sangre… Es el hijo de mi hija.

–                 Puedes dármelo a Mí… No llores. Tengo muchos amigos que son buenos, santos y que no tienen hijos. Lo educarán santamente en mi Camino…

–                 ¡Oh, Señor! desde que supe de Ti, lo he deseado. Rogaba al santo Jonás. Él sabe lo que significa pertenecer a este patrón…  Que salvase a mi nieto de esta muerte…

Jesús pregunta:

–                 Muchacho, ¿Quieres venir conmigo?

–                 Sí, Señor mío. Y no te causaré molestias.

–                 Palabra dada.

Pedro jala a Jesús de una manga:

–                 Pero, ¿A quién se lo vas a dar? ¿También éste a Lázaro?…

–                 No, Simón. ¡Hay tantos sin hijos!…

En la cara de Pedro se dibuja el anhelo…

–                 También yo…

–                 Simón, ya te lo dije… Tú debes ser padre de todos los hijos que te daré en herencia. Pero no debes estar encadenado a ningún hijo tuyo. No te entristezcas…

El pobre Pedro hace un esfuerzo muy notable:

–                 Está bien, Señor. Que sea como Tú quieres. –Y es un héroe al aceptar la Voluntad de Jesús.

–                 Será el hijo de mi naciente Iglesia. ¿Te parece bien? De todos y de nadie. Nos seguirá y andará con nosotros, cuando lo permitan las distancias. ¿Cómo te llamas muchacho? Ven aquí.

El niño responde con aplomo.

–                 Yabé de Juan. Y soy de Judá.

El anciano confirma:

–                 Así es. Nosotros somos judíos. Yo trabajaba en tierras de Doras en Judea. Y mi hija se casó con uno de éstas regiones. Trabajaba en los bosques cercanos a Arimatea. Y en este invierno con la inundación, un deslizamiento de tierra …

–                 He visto la desgracia…

–                 El muchacho se salvó porque esa noche estaba en la casa de un pariente lejano.

–                 Y ahora que hemos satisfecho la necesidad del cuerpo y del alma, con un acto de amor por este niño; escuchad esta parábola:

Jesús abraza contra Sí al niño y empieza la parábola del rico Epulón…

La cual concluye diciendo… Aquí verdaderamente vivió conquistando la santidad, el nuevo Lázaro: mi Jonás; cuya gloria ante Dios es manifiesta por la protección que dispensa a quién espera en él. Jonás si puede venir a vosotros como protector y amigo, porque es un santo. Y Yo solo puedo ayudaros enseñándoles la gran sabiduría de la resignación; prometiéndoos el reino futuro…

No odiéis jamás por ningún motivo. El odio es poderoso en el mundo, pero siempre tiene sus límites. El amor no tiene límites. Ni en fuerza, ni en tiempo. Por lo tanto, amad, para poseerlo como defensa y consuelo sobre la tierra y como premio en el Cielo. Es mejor ser Lázaros que Epulones…  Creédmelo. Buscad la manera de creerlo y seréis felices.

No tengáis en los sufrimientos de estos campos, ni una palabra de odio… Aun cuando los hechos los justificaren. No interpretéis mal el milagro…  Soy el Amor y no habría castigado…  Pero al ver que el amor no podía doblegar al cruel Epulón; lo entregué a la Justicia.

Y ésta vengó al mártir Jonás y a sus hermanos. Vosotros lo sabéis por el milagro; que la Justicia siempre vigila, aunque parezca ausente. Y que Dios es el Dueño de todo lo creado.

Se puede servir para aplicarla; de los animales pequeños como las orugas y las hormigas; para morder el corazón del cruel y del ambicioso. Y hacerlo morir con un desbordamiento de veneno que estrangule, en un absurdo ataque de soberbia y de ira…

Os bendigo. A cada aurora rogaré por vosotros. Y tú padre; no te preocupes más por el corderito que me confías. Te lo traeré de vez en cuando, para que puedas regocijarte de verlo crecer en sabiduría y bondad; en el camino de Dios.

Será tu cordero de esta pobre Pascua. El más agradable de los corderos que se presentarán ante el altar de Yeové.

Yabé, despídete de tu abuelo y luego ven a tu Salvador, a tu Buen Pastor. ¡La paz sea con vosotros!

Los campesinos protestan:

–                 ¡Oh, Maestro! ¡Maestro Bueno! Dejarte…

–                 Sí. Es doloroso. Pero no sería bueno que el vigilante os encuentre. Vine a propósito hasta aquí para evitaros castigos. Obedeced por amor del Amor que os aconseja.

Los desventurados se levantan con lágrimas en los ojos y se van a su cruz…

Jesús nuevamente los bendice. Y luego, con la mano del niño en la suya y con el hombre de Endor en el otro lado; regresa a la casa de Miqueas. Lo alcanzan Andrés y Juan…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

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