56.- ORACIÓN DE UNA MADRE27 min read

El camino es bastante cómodo, no obstante esté tallado entre los montes  y los panoramas que cambian constantemente, disminuyen el cansancio. El crepúsculo asoma cuando Betsur aparece sobre una colina y se encuentran en el camino con los pastores, que los saludan con gran alegría y los invitan a quedarse con ellos. Después de una apetitosa cena que comparten con mucho amor…

María le pregunta:

–                     ¿Conocéis a Elisa, esposa de Abraham de Samuel?

Elías contesta:

–                     Sí. Está en su casa de Betsur. Pero Abraham murió y el año pasado murieron sus hijos. El mayor estuvo enfermo unas cuantas horas y nunca se supo de qué murió… El otro, durante un tiempo estuvo enfermo y nadie fue capaz de detenerle el mal.

María exclama:

–                     ¡Pobre amiga mía! Me quería mucho en el Templo… ¡Oh! ¡Es necesario que vaya a consolarla! Vamos Jesús con Elías. El dolor exige respeto a su alrededor.

Jesús ordena a todos los demás:

–                     Esperadnos en la plaza. Buscad un lugar para pasar la noche. Hasta pronto.

Cuando llegan a la casa guiados por Elías, éste llama a la puerta con su bastón. Una criada saca la cabeza por la ventana, preguntando quién es.

María se adelanta y dice:

–                     María de Joaquín y su Hijo de Nazareth, dilo a tu dueña.

–                     Es inútil. No quiere ver a nadie. No hace más que llorar.

–                     Ve si es posible.

–                     No. Sé por experiencia como me arroja si trato de distraerla. No quiere ver a nadie, ni hablar con nadie. Habla solo con el recuerdo de sus hijos.

–                     Ve, mujer. Te lo ordeno. Dile: ‘Ha llegado la pequeña maría de Nazareth, la que en el Templo era para ti como una hija’ Verás que me querrá ver.

La mujer se va sacudiendo la cabeza. María explica a Jesús y a Elías:

–                     Elisa era mucho mayor que yo. Estuvo esperando en el Templo, hasta que regresase su prometido, que había ido a Egipto por razón de herencia y se quedó ahí, hasta una edad que no se acostumbra. Es como diez años más grande que yo. Las maestras acostumbraban dar a las menores, compañeras mayores para que las guiasen. Y ella fue mi compañera y maestra. Era buena y…

La criada llega presurosa y sorprendida.

Abre el gran portón diciendo:

–                     Entra. Entra. Bendita tú que la haces salir de su habitación.

Elías se despide y entra María con Jesús.

La criada objeta:

–                     Pero este hombre, de veras… ¡Piedad! Tiene la edad de Leví…

–                     Déjalo entrar. Es mi Hijo y la consolará mejor que yo.

La mujer se encoge de hombros y los guía por el largo vestíbulo de una casa grande y hermosa, pero triste…

Dos días después…

La noticia de que Elisa ha salido de su trágica melancolía se ha extendido por todo el poblado, pues cuando Jesús lo atraviesa con todos sus apóstoles, la gente lo mira con curiosidad y preguntan quién es y qué medicina dio a Elisa, para sacarla de la oscuridad de la locura, tan pronto como estuvo en su casa.

Cuando los pastores les dicen Quién Es, lo invitan a hablarles y Jesús los complace. Cuando termina y salen de Betsur, en el camino…

En un grupo donde están María de Alfeo, María Salomé, Andrés y Tomás; con gran ironía, Judas de Keriot dice:

–                     Pero no creo que queráis hacer una peregrinación a todos los lugares famosos de Israel.

María Salomé pregunta:

–                     ¿Por qué no? ¿Quién nos lo prohíbe?

–                     Pero yo… Mi madre hace tiempo que me espera…

Salomé contesta:

–                     Vete con tu madre. Te alcanzaremos después. -con un tono que parece agregar: ‘Nadie se afligirá por tu ausencia’

–                     ¡No tanto! Voy con el Maestro. Ya no está su Madre como estaba determinado. Y esto no me gusta, porque había prometido que iría.

María de Alfeo contesta:

–                     Se quedó en Betsur por una obra buena. Esa mujer era muy infeliz.

Judas dice fastidiado:

–                     Jesús la hubiera podido curar al punto, sin necesidad de hacer que vuelva en sí, poco a poco. No sé por qué no prefiera más los milagros impresionantes.

Andrés dice muy tranquilo:

–                     Si ha obrado así, sus razones habrá tenido.

–                     ¡Está bien! Y así pierde prosélitos. La permanencia en Jerusalén, ¡Qué desilusión! Cuanto más hacen falta las cosas resonantes, tanto más Él se agazapa en la sombra. Cuantas ilusiones me había hecho de ver, combatir…

Tomás interroga:

–                     Perdona la pregunta: ¿Qué querías ver y qué combatir?

–                     ¿Qué cosa? ¿Quién? ¡Ver sus obras milagrosas! Y luego tener cara con qué enfrentarme con quién dice que es un falso profeta o un endemoniado. ¿Comprendes porqué se dice esto? Dicen que si Belzebú no lo sostiene, Él es un pobre hombre.

Y teniendo en cuenta que el caprichoso humor de Belzebú es conocido y se sabe que se deleita con tomar y dejar, como hace el leopardo con su presa y que los hechos justifican este pensamiento; me intranquilizo al pensar que no se haga nada. ¡Bonita facha que hacemos! Los apóstoles de un Maestro… Todo doctrina, esto es innegable. Pero no más…

El que Judas se haya detenido bruscamente, después de la palabra ‘Maestro’; hace pensar que iba a decir algo mucho peor.

Las mujeres están aterrorizadas.

María de Alfeo como pariente de Jesús, dice claro:

–                     ¡No me admiro de esto, sino de que Él te soporte, muchacho!

Andrés. El siempre manso Andrés, pierde la paciencia y rojo, encolerizado igual que su hermano Pedro, en sus peores momentos, lo mira fijamente…

Y grita:

–                     Pero, ¡Lárgate! ¡Y no hagas mala facha por culpa del Maestro! ¿Quién te ha llamado? A nosotros, Él nos llamó. A ti no… Tuviste que insistir muchas veces para que te aceptara. Tú te le impusiste. No sé qué me detiene para no contarlo a los demás…

Judas dice altanero:

–                     Con vosotros no se puede hablar. Tiene razón en llamarnos peleoneros e ignorantes…

Para apartar la tempestad que se avecina, Tomás dice burlón:

–                     Pues bien, tampoco yo comprendo donde encuentras que el Maestro esté equivocado… Yo nunca había oído hablar de estos humores caprichosos del Demonio. Pareciera que lo conoces muy bien. ¡Pobrecito! Me imagino que debe ser estrambótico. Si hubiera sido inteligente, no se hubiera rebelado contra Dios…  Pero lo tendré en cuenta.

–                     No te burles, que no estoy bromeando. ¿Puedes decir que en Jerusalén llamó la atención? Hasta Lázaro lo dijo…

Las carcajadas de Tomás son rimbombantes. Después, sin dejar de reír, cosa que desorienta a Iscariote, dice:

–                     ¿Qué no hizo nada? Ve a preguntárselo a los leprosos de Siloán y de Hinnóm. Mejor. En Hinnóm no encontrarás a nadie, porque todos fueron curados. Si tú no estabas era porque tenías mucha prisa en irte con… tus… amigos. Y por eso lo ignoras. Pero esto no quita que los valles de Jerusalén y otros muchos, resuenen con los gritos de hosanna de los curados. –concluye serio Tomás.

Judas se queda callado.

Tomás continúa enérgico:

–                     Tú estás enfermo de bilis amigo. Y todo te sabe amargo y verde por todas partes. La amargura debe ser una enfermedad que se encuentra en ti. Y creo que es poco agradable convivir con alguien como tú. ¡Corrígete! No diré nada a nadie. Y si estas buenas mujeres me escuchan, se callarán como yo y como lo hará Andrés. Pero corrígete. No te creas desilusionado porque no hay razón. No te creas necesario, porque el maestro sabe obrar por Sí.

No quieras ser tú el maestro del Maestro. Si Él se comportó de ese modo con la pobre Elisa, señal es de qué estaba bien el proceder así. Deja que las serpientes silben y arrojen su veneno como les venga en gana. No te tomes el trabajo de ser intermediario entre Él y ellos. Y tampoco pienses que te envileciste al estar con Él.

Aunque no curase ni siquiera un resfrío, siempre será Poderoso… Su Palabra es un continuo milagro.Y aplácate. No tenemos detrás a los arqueros.

Llegaremos a convencer al mundo de que Jesús es Jesús. Tranquilízate también; si María prometió ir a la casa de tu madre, irá. Entre tanto, nosotros peregrinamos por estas hermosas tierras.

Es nuestro trabajo y contentemos también a las discípulas al ir a ver la tumba de Abraham y… ¿Qué otra cosa dijisteis?

María de Alfeo, dice:

–                     Cuentan que es el lugar donde vivó Adán y donde fue muerto Abel.

Judas refuta implacable:

–                     Las acostumbradas leyendas sin sentido…

Tomás replica:

–                     Dentro de un siglo se dirá que fue leyenda la gruta de Belén y otras cosas similares. Además, ¡Perdona! Tú quisiste ir a aquella hedionda cueva de Endor que no era de un ciclo santo. ¿No te parece? Endor nos trajo a Juan y quién sabe…

Iscariote se mofa:

–                     ¡Hermosa conquista! ¡Juan!

–                     En su cara no lo será. Pero en su alma, puede serlo más que nosotros.

–                     Y luego, ¡Con ese pasado!…

–                     ¡Cállate! El Maestro dijo que no debíamos recordarlo y menos mencionarlo.

–                     ¡Cómodo! Quisiera ver si yo hiciese algo  semejante, ¡Si también lo olvidarían!

–                     Adiós Judas. Es mejor que estés solo. Eres muy inquieto. ¡Si al menos yo supiese que es lo que tienes!

Judas replica furioso:

–                     ¿Qué tengo, Tomás? Tengo que ver cómo se nos hace a un lado, cuando somos de los primeros discípulos. Tengo que ver que todos son preferidos a mí. Tengo que ver cómo se aguarda la ocasión de que no esté yo, para que se enseñe a orar. ¿Y quieres que me gusten todas estas cosas?

–                     No agradan. Pero te debo recordar que si hubieses estado con nosotros para la cena pascual, habrías también estado con nosotros, cuando el Maestro nos enseñó la Oración.  No entiendo a qué te refieres al decir que nos ha hecho a un lado… ¿Te refieres al inocente Marziam? ¿O porque está aquel infeliz de Juan?

–                     Al uno y al otro. Jesús casi no nos habla. Míralo todavía ahora… Está ahí habla y habla con el niño. No lo entiendo… Tiene que esperar mucho tiempo antes de que pueda colocarlo entre los discípulos y el otro, nunca lo será… Muy soberbio, culto, endurecido y con malas inclinaciones.  Y sin embargo: ‘Juan aquí, Juan allá…’

Tomás exclama:

–                     Padre Abraham, ¡Sostenme la paciencia!… ¿Y en qué te parece que el Maestro prefiera a otros que a ti?

–                     ¿Pero qué no lo ves? ¿Cuando llegó la hora de partir de Betsur, a quién deja con su Madre? ¿A mí? ¿A ti?… ¡No! Deja a Simón. A un viejo que casi no habla…

–                     Pero lo poco que dice, siempre lo dice bien. –replica Tomás que es el único que ha quedado, porque las mujeres y Andrés, ya se fueron.

Los dos apóstoles están tan concentrados en su discusión y tan acalorados, que no sienten cuando se acerca Jesús. Pero si Él no hace ruido, ellos si han subido el tono de su voz.

Jesús dice:

–                     Dijiste bien Tomás. Simón habla poco, pero lo poco que dice, lo dice siempre bien. Es una mente equilibrada y un corazón honesto. Sobre todo, es una gran voluntad. Por esto lo dejé con mi Madre…  Es un caballero y además, uno que sabe vivir. Que ha sufrido y que es de edad. Por esto era el más apropiado.

No podía Judas, permitir que mi Madre permaneciese sola con una mujer todavía enferma y Ella terminará la obra que empecé… Preferí a Simón porque es un hombre maduro y no le recordará a la mujer, a los hijos muertos. Vosotros jóvenes, se los habríais recordado con vuestra juventud…

Podría haber escogido a Bartolomé, pero nunca ha estado en Judea. Simón la conoce bien y sabrá guiar a  mi madre a Keriot. A tu casa de campo o a la de la ciudad y no se…

Judas exclama atónito:

–                     Pero… ¡Maestro! ¿Tu madre vendrá de veras a la casa de la mía?

La voz de Jesús es muy dulce:

–                     Dicho está. Y cuando una cosa se dice, se hace. Iremos lentamente. Deteniéndonos a evangelizar en estas regiones. ¿O no quieres que evangelice tu Judea?

–                     ¡Oh! ¡Sí, Maestro! Creía… pensaba…

–                     Más que todo te creas sufrimiento con las quimeras que sueñas contigo… ¿No dices nada más? ¿Por qué casi quieres llorar, caprichoso niñote? ¿De qué te sirve envenenarte con las sombras?… ¿Tienes todavía motivo para estar intranquilo? ¡Ánimo! ¡Habla!…

–                     Soy malo y Tú eres Bueno. Tu bondad me hiere siempre, porque es siempre tan fresca, tan nueva. Yo… yo no sé qué decir cuando la encuentro en mi camino.

–                     Dijiste bien. no lo puedes saber. Pero no es porque sea fresca, ni nueva. Es Omnipresente, Judas… ¡Oh! Ya llegamos a las cercanías de Hebrón y María Salomé, nos está haciendo muchas señas. ¡Vamos!…

Días después…

En el interior de la sinagoga de Keriot. En el mismo lugar en donde Saúl murió, después de haber visto la gloria futura del Mesías; Jesús y  Judas; los dos más altos que sobresalen entre el grupo, ambos con el rostro resplandeciente. Uno porque ama y el otro por la alegría de ver que su ciudad ha sido fiel al Maestro y que recibe honra con lo fastuoso de los honores, pues están los principales de Keriot y la sinagoga está, llena con los habitantes del pueblo.

Y apenas si se puede respirar, pese a que las puertas están abiertas. Y para honrar y escuchar al Maestro, terminan creando una confusión tan grande y un ruido tal, que no se escucha nada.

Jesús soporta y calla.

Judas sabe lo que debe hacerse. Sube a un banco alto y hace chocar las lámparas, que penden cual racimo entre sí. El metal resuena y las cadenas chocan como si fueran instrumentos musicales.

La gente se calma y finalmente puede oírse la Voz de Jesús:

–                     En la ciudad de mi queridísimo discípulo no tendré las acostumbradas palabras de enseñanza. Estaremos aquí por algunos días y quiero que sea él quién os las trasmita. Porque quiero que desde este lugar empiece el contacto directo, entre los apóstoles y el pueblo. Lo harán bien y me ayudarán a cubrir las necesidades de la gente. Y porque es justo que los aguiluchos dejen su nido y den los primeros vuelos, mientras el sol está con ellos y las alas robustas del que las dirige.

Por esta razón, durante unos días seré vuestro amigo y vuestro auxilio. Ellos serán la Palabra e irán esparciendo la semilla que les he dado. No enseñaré públicamente pero os concederé algo que es un privilegio: una Profecía.

Os ruego que la recordéis cuando lleguen aquellos días; cuando el evento más horrible que haya presenciado el género humano habrá oscurecido el sol y en las tinieblas de los corazones, podrán ser arrastrados a cometer juicios erróneos.

No quiero que seáis inculpados, vosotros que desde el primer momento fuisteis buenos conmigo. No quiero que el mundo vaya a decir que Keriot fue enemigo del Mesías. Sería contra la caridad afirmar que por causa de un hijo o ciudadano malo, toda la familia o toda la ciudad sea anatema.

Y así como os amo en tal forma que quiero defenderos de una acusación injusta; así también vosotros trataréis de amar a los inocentes. Siempre. Cualesquiera que sean. Cualquiera que sea el lazo que los una con los culpables. Oíd. Llegará el día en que en Israel habrá delatores, dispuestos a vender su propia conciencia.

En verdad os digo que quién arrebató lugar y confianza mediante un astuto juego. Entregará por dinero en manos de los enemigos al Sumo Sacerdote, al Verdadero Sacerdote.

Cogido engañosamente con protestas de afecto, señalándolo a sus verdugos con un acto de amor; será matado sin ningún respeto a la Justicia.

¿Qué acusaciones harán en contra del Mesías?… Pues es de Mí de quien estoy hablando; ¿Para justificar el derecho de matarlo? ¿Qué suerte les estará reservada a los que hagan esto? Una inmediata y horrenda justicia.  Un destino no solo individual, sino colectivo, del que participarán los cómplices del traidor.

Una suerte más horrible tocará a aquel hombre, a quién el remordimiento empujará a coronar su corazón de demonio, cometiendo el último crimen contra sí mismo.

Aquello sucederá en un momento. Este último castigo será largo, tremendo. La casta sacerdotal será castigada en sus hijos, además de los ejecutores. La maldición de Dios será pronunciada contra un Pueblo que no supo tutelar el Don del Cielo.

Porque sí es verdad que vine a redimir… ¡Ay de aquellos que serán los asesinos y no los redimidos, de este pueblo que tiene por primera redención mi Palabra!

He terminado. Acordaos de esto. Y cuando oigáis decir que soy un malhechor, decid: “¡No! ¡Él lo había dicho! Esta es la señal que se cumple y Él es la Víctima muerta, por los pecados del Mundo.” 

La sinagoga se vacía.

Todos hablan y discuten acerca de la profecía y de la estima que Jesús tiene por Judas.

Los de Keriot están entusiasmados por la honra que les dio el Mesías, al escoger su poblado para empezar el magisterio apostólico.

Los que se quedaron pasan al jardincito que hay entre la sinagoga y la casa del sinagogo. Judas está sentado y llora.

Tadeo pregunta:

–                     ¿Por qué lloras? No veo el motivo.

Pedro dice:

–                     Casi siento ganas de hacer lo mismo que Él, ¿Oísteis? Es necesario que hablemos…

Andrés agrega:

–                     Yo creo que Dios me ayudará cuando llegue la ocasión de hablar. Trataré de repetir tus palabras Maestro, lo mejor que pueda. Pero mi hermano tiene miedo y Judas llora…

Jesús le pregunta a Judas:

–                     ¿Lloras? ¿Por qué?

Judas responde:

–                     Porque verdaderamente he pecado. Andrés y Tomás lo pueden decir. Hablé mal de Ti y Tú me tratas con el título de: “Queridísimo discípulo…”y quieres que la haga de maestro aquí ¡Cuánto amor!… 

–                     Pero, ¿No sabías que te amo?

–                     Sí, pero… Gracias, Maestro. Jamás murmuraré, porque en realidad yo soy las tinieblas y tú Eres la Luz.

El sinagogo los invita a pasar a su casa y mientras van caminando dice:

–                     Pienso en tus palabras. Si he entendido bien; así como en Keriot encontraste un predilecto, a nuestro Judas de Simón. Has profetizado que encontrarás a un indigno. Esto me aflige. Menos mal que Judas compensará al otro.

Judas ha recuperado todo su control y responde:

–                     Con todo mi ser.

Jesús no habla. Los ve a ambos y abre sus brazos como diciendo: “Así es”.

Al día siguiente, Jesús está para ir a comer en la hermosa casa de Judas con todos los suyos. María de simón, la Madre de Judas ha venido de la casa de campo para darle un hospedaje digno.

Jesús le dice:

–                     No, madre. Tú también debes estar con nosotros. Somos como una familia, no se trata de un banquete frío y de etiqueta, dado a huéspedes. Te he tomado un hijo y quiero que tú me tomes como hijo tuyo; así como Yo te tomo como una madre, porque eres digna de ello.  ¿No es verdad amigos, que así nos sentiremos todos más contentos y más a nuestras anchas?

Los apóstoles y las dos Marías dicen que sí, con mucho gusto.

La madre de Judas, con una gran perla en las pupilas, debe sentarse entre su hijo y el Maestro; que tiene enfrente a las dos marías y a Marziam al centro.

La criada trae viandas porque en esto, la madre de Judas ha sido inflexible.

Jesús ofrece, bendice y reparte.

Y comienza por ella, cosa que la conmueve más. Esto enorgullece a Judas, al mismo tiempo que lo hace que se avergüence.

La conversación gira sobre diversos tópicos.

Jesús trata de que la madre de Judas tome parte en ellos y de que trabe relaciones amistosas con las dos discípulas. A esto ayuda mucho Marziam, el cual afirma que quiere mucho a la madre de Judas: “Porque se llama María, como todas las mujeres que son buenas.” 

Luego Judas cuenta lo que ha hecho durante el día, llevando como compañero a Andrés y añade:

–                     Mañana me gustaría que vinieseis todos. No quiero brillar yo solo. Iremos si es posible un judío y un Galileo. Yo con Juan, por ejemplo. Y Simón con Tomás. Y así… He dicho que Nathanael es un rabí que ha venido en seguimiento del Maestro. Es algo que impresiona. ¡Ah! Luego nos alternaremos, porque quiero que todos os conozcan… -Judas está rebosante de entusiasmo. Y agrega- Hablé sobre el Decálogo, Maestro. Tratando de poner relieve sobre todo los lugares en donde hace falta más…

Jesús advierte:

–                     No tengas la mano pesada, Judas. Te lo ruego. Ten siempre presente que alcanza más la dulzura, que la intransigencia. Y que también tú eres humano. Por esto, examínate y reflexiona cuán fácil es que también caigas… Y cómo te irritas cuando se te dice algo claro.

La madre de Judas baja la cabeza, encendida de vergüenza.

–                     No te preocupes, Maestro. Me esfuerzo en imitarte en todo. Pero en el poblado hay un enfermo que quiere curarse. No se le puede transportar. ¿Podrías ir conmigo?

–                     Mañana, Judas. Mañana por la mañana, sin falta. Y si hay otros enfermos, decídmelo o traédmelos.

–                     ¿De veras quieres hacer favores a mi patria, Maestro?

–                     Sí. Para que no se diga que he sido injusto con quién no me ha hecho ningún mal. ¡Hago bien, aún a los malos! ¿Por qué no a los buenos de Keriot? Quiero dejar un recuerdo indeleble de Mí…

–                     Pero, ¡Cómo! ¿No volveremos más aquí?…

–                     Volveremos otra vez, pero…

Marziam grita interrumpiendo:

–                     ¡Allá viene maría con Simón!

Todos se ponen de pie y van al encuentro de los dos que llegan. Hay alboroto de exclamaciones, saludos, sillas que se mueven. Nada hace que María deje de saludar primero a Jesús y luego a la madre de Judas que se ha inclinado profundamente.

María la levanta y la abraza como si fuera una querida amiga, a quien vuelve a ver, después de una larga ausencia. Regresan a la habitación y María de Simón ordena que se traigan alimentos a los que acaban de llegar…

Al día siguiente…

La Virgen María y María de Simón, madre de Judas; están solas, sentadas en la terraza de la casa de campo.

Los apóstoles se han ido con Jesús. Las discípulas están en el huerto de manzanos y se oyen sus voces junto con el ruido de la ropa al ser restregada en los lavaderos. El niño juega…

La madre de Judas, sentada al lado de María, bajo la sombra del emparrado, le dice:

–                     Estos días de paz serán como un sueño. ¡Muy breves!… Si pudiese detener el tiempo e ir con ustedes… Pero no puedo. No tengo parientes más que mi hijo y debo cuidar nuestras propiedades…

María le contesta:

–                     Comprendo… te duele separarte de tu Hijo. Nosotras las madres, quisiéramos tener siempre a nuestros hijos. Los entregamos por un motivo muy grande y no los perdemos.

María de Simón pregunta despacio:

–                     ¿Qué cosa es Señora, tu Hijo para ti?

María contesta:

–                     Es mi alegría.

–                     ¡Tú alegría!…  –Se oye una explosión de llanto y se dobla sobre sí misma,  tocando con la frente sus rodillas, agobiada.

 

–                     ¿Por qué lloras, pobre amiga mía? ¿Por qué? Dímelo… Soy feliz en mi maternidad, pero sé comprender también a las madres que no lo son… -dice María con dulzura.

–                     Sí. Que no lo son. Y yo soy una de ellas. Tu hijo es tu alegría… y el mío es mi dolor. Al menos lo ha sido. Desde que está con tu Hijo, me causa menos aflicción. ¡Oh! Entre todos los que ruegan por tu santo Hijo, para que le vaya bien y triunfe; no hay nadie después de ti, ¡Bienaventurada! ¡Qué ruegue tanto como esta infeliz que te está hablando!… dime la verdad.

¿Qué piensas de mi hijo? Somos dos madres. La una, frente a la otra. Entre nosotras está Dios y hablamos de nuestros hijos. A ti te debe ser muy fácil hablar de tu Hijo. Yoyo debo hacerme fuerza a mí misma, para hablar de él. Pero también, ¡Cuánto bien o cuanto dolor, me puede venir al hablar de esto! Y aunque me sea doloroso, me servirá de alivio el haber hablado…

Aquella mujer de Betsur casi enloqueció por la muerte de sus hijos, ¿No es verdad? Pero yo te juro que he pensado a veces… Y pienso al ver a mi Judas, que es bello e inteligente; pero que no es bueno, ni virtuoso, ni de corazón recto; ni de sentimientos limpios;…

Preferiría llorarlo muerto; a saber que Dios no lo quiere. ¡Tú dime!, ¿Qué piensas de mi hijo? Sé franca. Hace más de un año que me quema el corazón esta pregunta. Pero… ¿A quién preguntársela?

¿A los ciudadanos? Ellos ignoraban todavía que fuese el Mesías y que Judas quería ir con Él.

Yo lo sabía… Me lo dijo después de la Pascua. Cuando vino exaltado… Violento;  como siempre que se apodera de él un capricho. Y como siempre; sin hacer caso de los consejos de su madre

¿A sus amigos de Jerusalén? Me detenía una santa prudencia y una piadosa esperanza.

No les podía decir a esos, a los que no puedo amar porque son todo; menos santos: ‘¿Judas sigue con el Mesías?’ 

Y esperaba que su capricho se le pasase como otros tantos. Como todos, aunque costase lágrimas y tristezas. Como lo han sido más de una jovencilla que aquí y muchas en otras partes… A las que ha enamorado y luego, no se ha casado¿Sabes que hay lugares a donde no puede ir; porque podría encontrar un castigo justo?

Aún el pertenecer al Templo fue un capricho. No tiene la devoción de un verdadero sacerdote creyente. Tampoco tiene la fe necesaria, para servir verdaderamente a Dios. No se sabe lo que quiere, jamás.

Su padre, Dios lo perdone; lo echó a perder. Jamás tuvo valor mi voz, en estos hombres míos. Tan solo he llorado y reparado con humillaciones de toda clase.

Cuando murió Juana y aunque nadie lo diga; sé que murió de dolor cuando después de haber esperado toda su juventud, Judas dijo claro que no quería casarse. Entretanto que era cosa conocida en Jerusalén, que había mandado amigos suyos a pedir la mano de una mujer rica, hasta Chipre.

Yo tuve que llorar mucho por los reproches de la madre de la joven muerta; como si yo hubiese sido cómplice de mi hijo.

¡No! ¡No lo soy! Y tampoco valgo nada ante sus ojos. El machismo equivocado y una ignorancia bestial, lo han convertido en un semental…

Y desprecia a las mujeres; pues está convencido, que por el solo hecho de serlo; somos las causantes de todas las desgracias que agobian a nuestro pueblo. Esa fue la verdadera herencia de Simón, el sacerdote de Keriot; para nuestra ruina…

El año pasado cuando estuvo aquí el Maestro, comprendí que Él se había dado cuenta… Y quise hablarle… pero es doloroso…

Mucho muy doloroso para una madre tener que decir: “No te confíes de mi hijo. Es un avaro, duro de corazón, ambicioso, soberbio, lujurioso y vicioso; como todos los amigos con los que se junta… Prepotente, mentiroso, cínico; malicioso,  muy egoísta, mimado; caprichoso, celoso, envidioso, cruel; inconstante y voluble.” Y es todo esto… y más.

Yo… yo pido un milagro. Tu Hijo es el Mesías. Nuestro Dios Encarnado. Yo ruego porque tu Hijo que hace tantos milagros; haga uno en mi hijo Judas…

Pero tú…tú… tú, dime: ¿Qué piensas de él?…

María, que ha estado siempre callada y con expresión de un dolor comprensivo ante estas quejas maternales, a las que no puede menos que dar razón, dice despacio:

–                     ¡Pobre madre!… ¿Qué pienso?…  Ciertamente tu hijo no es el alma limpia de Juan; ni la dulce de Andrés; ni la firme de Mateo, que quiso cambiar y ha cambiado. Es… inconstante, sí.

¡Es así! Pero rogaremos mucho por él… Tú y yo. No llores. Tal vez llevada por tu amor de madre; quisieras poder enorgullecerte de tu hijo y lo ves más deforme de cómo es…

María de Simón replica convencida:

–                     ¡No!…  ¡Oh, no, no!…  Estoy en lo cierto y tengo mucho miedo…

El aire se llena con los gemidos de la madre de Judas.

Y en la penumbra se distingue el blanco rostro de María más pálido que nunca; ante esta confesión materna, que confirma todos sus temores…

Pero se domina…  Y atrae a sí, a la infeliz madre.

Mientras ésta, rotos todos los diques del control; cuenta confusa y angustiosamente; todas y cada una de las durezas, exigencias y violencias de Judas….

Y termina diciendo:

–                     Me avergüenzo de él, cuando tu hijo me da muestras de amor. No se las pido. Estoy segura que además de su Bondad; las hace para decir con ellas a Judas: “Acuérdate que de este modo, es como se trata a una madre.”

Ahora parece muy bueno… ¡Oh! ¡Si fuese verdad! Ayúdame con tus oraciones, tú que eres santa, para que mi hijo no sea indigno de la gracia inmensa, que Dios le ha concedido.

Si no me quiere amar, ni sabe ser agradecido conmigo que lo dí a  luz y lo alimenté; no me importa.

Pero quiero que realmente sepa amar a Jesús, que sepa servirle con fidelidad y reconocimiento. Si esto no sucediese, entonces… entonces que Dios le quite la vida. Prefiero tenerlo en el sepulcro…

Finalmente lo tendría; porque desde que tuvo uso de razón, ha sido muy poco mío. Es mejor muerto, antes que un mal apóstol.¿Puedo pedir a Dios así? ¿Tú que dices?…

María la mira con una infinita compasión…

Y le dice:

–                     Ruega al señor que haga lo mejor. No llores más. He visto prostitutas y gentiles a los pies de mi Hijo. Y con éstos, a publicanos y pecadores… Todos se han convertido en corderos por su Gracia. Espera, María. Ten confianza. Las penas de las madres, salvan a los hijos. ¿No lo sabías?…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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