Archivos del mes: 31 octubre 2012

99.- JUEGO DE LA NIGROMANCIA

Pedro va caminando con Jesús y los demás en grupo lo siguen. Sólo faltan Tomás y Judas.

Pedro dice:

–                     Por lo que a mí toca, me basta con estar contigo y verte menos triste. Y… no tengo ninguna prisa por encontrarme con Judas de Simón. ¡Ojala que ya no lo encontrásemos!… ¡Hemos estado tan bien ahora!

Jesús amonesta:

–                     ¡Simón! ¡Simón! ¿Es ésta tu caridad fraterna?

–                     Señor, ¡Esto es lo que pienso!

Pedro lo ha dicho con tanta vehemencia que Jesús apenas puede contener la risa. ¿Cómo se puede contradecir a un hombre franco y leal? Jesús prefiere guardar silencio y admirar el panorama que los rodea.

Después de un tiempo, Pedro pregunta:

–                     ¿No vamos a Nazareth?

–                     Sí que iremos. Mi madre estará contenta de enterarse del viaje de Juan y de Síntica.

–                     Al menos a Ella, ¿La habrán dejado en paz?…

–                     Lo sabremos.

–                     ¿Por qué están tan enfurecidos? Hay tantos como Juan en Judea y sin embargo… Aún más; por desprecio a Roma son protegidos y ocultados.

–                     Ten en cuenta que no es por Juan; sino porque se trata de una acusación contra Mí. Por esto lo hacen.

–                     ¡Nunca lo encontrarán! ¡Hiciste bien en mandarnos solos por mar!… Una barca por varias millas y luego el barco. ¡Oh, todo estuvo bien! ¡Espero que se lleven un buen chasco!

–                     Se lo llevarán.

–                     Tengo deseos de ver a Judas de Keriot; para estudiarlo como se estudia el cielo, en que soplan los vientos. Para ver si…

–                     ¡En resumidas cuentas!…

Pedro se pega en la frente y dice:

–                     Tienes razón. Es un clavo que tengo dentro.

Para distraerlo, Jesús llama a todos los demás y hace notar los daños causados por el granizo y el frío, cuando ya casi el invierno se va.

Todos creen ver en ello una señal del castigo divino; contra la proterva Palestina, que se niega a acoger al Señor. Los más doctos citan hechos semejantes, que los más jóvenes escuchan admirados.

Jesús dice:

–                     Es efecto de la luna y de lejanos vientos. En las regiones hiperbóreas se ha producido un fenómeno, cuyas consecuencias padecen regiones enteras.

Juan pregunta:

–                     ¿Entonces por qué hay campos tan hermosos?

–                     El granizo es así.

Felipe comenta:

–                     ¿No será un castigo para los peores?

–                     Podría serlo, pero de hecho no lo es. ¡Ay, si lo fuese!

Andrés pregunta:

–                     Se quedaría seca y destruida casi toda nuestra patria. ¿Verdad Señor?

Bartolomé contesta:

–                     En las profecías está dicho por medio de símbolos, que vendrá el mal a quién no acoja al Mesías. ¿Acaso pueden mentir los profetas?

Jesús dice:

–                     No, Bartolomé. Lo que se dijo, sucederá. Pero el Altísimo es tan infinitamente Bueno, que espera todavía mucho más; antes de castigar. Sed buenos también vosotros sin desear castigo alguno para los duros de corazón o de mente. Desead su conversión; no su castigo. Vamos a contemplar el mar desde ese montículo…

Unos días después el cielo está despejado en el Valle del Kisón. Un viento helado cabalga a través de las colinas septentrionales y hace mucho frío. Los ocho apóstoles van bien envueltos en sus mantos que solo dejan ver un pedazo de nariz y los ojos entumecidos.

Santiago de Zebedeo pregunta:

–                     ¡Oh! ¿Qué le pasa a Simón de Jonás, que va corriendo y gritando como un desesperado en día de tempestad? –señalando a Pedro, que dejando a Jesús, corre por el camino, gritando y diciendo algo que el viento no deja percibir.

Apresuran el paso y ven que Pedro va por una vereda que viene de Séforis y por la que vienen a lo lejos dos viajeros que al acercarse más descubren que son Tomás y Judas.

Varios apóstoles dicen:

–                     ¿Qué hacen por estos rumbos?

Alcanzan a Jesús que está tan pálido, que Juan le pregunta:

–                     ¿Te sientes mal?

Jesús le sonríe y mueve la cabeza negando; mientras saluda a los dos recién llegados.

Abraza primero a Tomás, que alegre y contento como siempre le dice:

–                     Solo me hiciste falta Tú, para ser completamente feliz. Mis padres te agradecen que me hayas enviado por algún tiempo. Mi padre estaba un poco enfermo y tuve que trabajar. Estuve en casa de mi hermana gemela y vi a mi sobrinito. Luego llegó Judas y me ha hecho dar vueltas como una tórtola en tiempo de amores, de arriba a abajo. Él te lo contará porque ha trabajado por diez y merece que lo escuches.

El turno es ahora de Judas, que pacientemente ha esperado y que se acerca triunfante y muy alegre.

Jesús lo atraviesa con su mirada de zafiro; lo besa y Judas también lo besa.

Jesús le dice:

–                     ¿Y tu madre se sintió feliz de que estuvieses con ella? ¿Está bien esa santa mujer?

Judas contesta muy contento:

–                     Sí, Maestro. Te bendice porque le enviaste a su Judas. Quería mandarte unos regalos, ¿Pero cómo iba a poder traértelos, si andaba de un lado para otro, por montes y valles? Puedes estar tranquilo, Maestro. Todos los grupos de discípulos que visité, trabajan santamente. La idea se propaga cada vez más. Personalmente quise informarme de su repercusión entre los más poderosos escribas y fariseos.

A muchos  ya los conocía y a muchos los he conocido ahora por amor a Tí. Fui a ver a los Saduceos, Herodianos… ¡Oh! ¡Te aseguro que mi dignidad ha sido pisoteada!… ¡Pero por amor a Ti, esto y más haré! Muchos me han rechazado y anatematizado.

Pero también logré suscitar simpatías en algunos que tenían prejuicios contra Ti. No quiero que me alabes. Me basta haber cumplido con mi deber y agradezco al Eterno por haberme ayudado siempre. Tuve que hacer algunos milagros en determinados casos. Me dolió, porque merecían rayos y no bendiciones. Pero dices que hay que amar y ser pacientes…

Lo hice para honra y gloria de Dios y para alegría tuya. Espero que muchos obstáculos desaparecerán para siempre, tanto más que di mi palabra de honor, de que ya no estaban contigo aquellos dos que te hacen tanta sombra. Después me vino el escrúpulo de haber afirmado lo que no sabía con certeza. Entonces quise informarme por mí mismo, para no caer en mentira; cosa que por otra parte me hubiera indispuesto con los que se pueden convertir.

¡Imagínate! ¡También hablé con Annás y Caifás!… ¡Oh! ¡Quisieron reducirme a cenizas con sus reproches!… Pero me porté tan humilde. Emplee mi elocuencia de tal forma que terminaron diciéndome: “Bueno, si la cosas son así. Nosotros las conocíamos de otro modo. Los Jefes del Sanedrín que podían saberlas bien, no las han contado al revés y…

Zelote lo interrumpe con energía:

–                     No estarás insinuando que José y Nicodemo han sido unos mentirosos…

Judas replica:

–                     ¿Y quién lo está diciendo? Antes bien; José me vio cuando salía de la casa de Annás y me preguntó: “¿Por qué estás tan cambiado?” Le conté todo y como siguiendo su consejo y el de Nicodemo; tú Maestro, habías alejado de Ti al galeote y a la griega.

Porque lo hiciste, ¿No es verdad? –pregunta Judas mirando fijamente a Jesús, con sus ojos brillantes, fosfóricos y oscurecidos.

Parece como si quisiera leer lo que Jesús ha hecho…

Jesús, que lo tiene frente a Sí; muy cerca, responde:

–                     Te ruego que prosigas tu relato, que me interesa mucho. Es una relación exacta que puede servir de mucho.

–                     Bien. Decía yo que Annás y Caifás, han creído. Lo que es mucho para nosotros, ¿No es verdad? Y luego, ¡Oh! ¡Ahora los voy a hacer reír! ¿No sabéis que los rabinos me tomaron y me hicieron pasar otro examen, como el que hace un menor para convertirse en mayor de edad?… ¡Qué examen!… ¡Bien! Los persuadí y me dejaron ir.

Entonces vino la sospecha y el temor de haber afirmado algo que no es verdad. Pensé en ir a traer a Tomás y en volver a recorrer los lugares donde estaban los discípulos y donde era posible que estuvieran Juan y la griega. Estuve en casa de Lázaro, de Mannaém; en el palacio de Cusa; en los jardines de Juana, en Aguas Hermosas; en casa de Nicodemo; de José de Arimatea…

–                     Pero no los viste, ¿Verdad?…

–                     No. Me convencí de que no los encontraría. Pero, ¿Sabes? Quería estar seguro. En una palabra: inspeccioné todos los lugares en donde podrían estar. Y cuando no los encontraba en un lugar. –Tomás es testigo-  Yo decía: “Sean dadas las gracias al Señor, ¡Oh, Eterno! ¡Haz que jamás los encuentre!” ¡De veras! Y mi alma suspiraba… El último lugar fue Esdrelón… ¡Ah! ¡A propósito!… Ismael ben Fabi, que está en su palacio de la campiña de Meggido, tiene deseos de que seas su huésped. Pero si yo fuera tú, no iría.

–                     ¿Por qué? Sin duda alguna que iré. También yo tengo deseos de verlo. En lugar de ir a Séforis, iremos a Esdrelón. Y pasado mañana, que es la vigilia del sábado, a Meggido y de allí, a la casa de Ismael.

–                     ¡No Señor! ¿Por qué? ¿Crees que te quiere?

–                     Pero si fuiste a verlo hiciste que se pasara a mi lado… ¿Por qué no quieres que vaya?

–                     No fui a verlo. Estaba en sus campos y me reconoció. Yo… ¿No es verdad Tomás? Yo quise huir cuando lo vi. Pero no pude porque me llamó por mi nombre. Yo… yo no puedo menos que aconsejarte que no vayas, por ningún motivo a casa de algún fariseo, escriba o bichos semejantes. No sacas nada a tu favor. Estemos entre nosotros, solos con el pueblo y basta.

También Lázaro, Nicodemo y José… Será un sacrificio… Es mejor hacer así para no crear celos, envidias, críticas… Se habla en las sobremesas y ellos tienen todas tus palabras. Volvamos a Juan… Ahora iba a Sicaminón; aun cuando Isaac a quién encontré en los confines de Samaría, me juró que no lo ha visto desde Octubre.

Jesús dice serio:

–                     E Isaac te dijo la pura verdad. Pero lo que me aconsejas acerca de escribas y fariseos, contradice lo que dijiste antes. Tú me has defendido, ¿No es verdad? Has dicho: “Muchos obstáculos que había contra Ti, han sido abatidos.” ¿No es así?

Judas confirma:

–                     Sí, Maestro.

–                     Entonces, ¿Por qué no puedo terminar por defenderme a Mí Mismo? Así pues, iremos a casa de Ismael ben Fabi. Tú regresa y se lo avisas. Irán contigo Andrés, Simón Zelote y Bartolomé. En cuanto a Sicaminón, te aseguramos que Juan de Endor no está en ningún lugar a donde pensabas ir. Ni entre los discípulos, ni en ninguna casa conocida.

Jesús ha hablado con tono tranquilo… natural.

Pero tal vez hay algo en ese tono, que turba a Judas y qué le hace cambiar por un momento de color.

Jesús lo abraza como para besarlo.

Y mientras lo tiene así, en voz baja le dice:

–                     ¡Infeliz! ¡Qué has hecho de tu alma!…

Judas se turba:

–                     ¡Maestro!… yo…

–                     ¡Vete! ¡Hueles más a Infierno que el mismo Satanás!… ¡Cállate!… Y arrepiéntete, si puedes…

Judas…

Cualquiera hubiera escapado por donde hubiera podido, ante la mirada y el tono divino…

Pero él, aunque siente un  escalofrío de terror; se yergue más alto y desvergonzadamente dice en voz alta:

–                     Gracias, Maestro. Te ruego que antes de que vaya; me escuches dos palabras en secreto.

Todos se retiran unos cuantos metros.

Con tono falso y dolorido, Judas reclama:

–                     ¿Por qué señor, me has dicho esas palabras? Me has causado un gran dolor.

–                     Porque son verdad. Quien comercia con Satanás, toma su olor…

–                     ¡Ah!… ¿Es por lo de la nigromancia? ¡Qué susto me diste! ¡Fue solo un juego! ¡Sólo una travesura de niño curioso! Me sirvió para ir a ver algunos saduceos y para perder las ganas de ella. Puedes ver que puedes absolverme tranquilamente. Son cosas inútiles cuando se tiene tu poder. Tenías razón. ¡Ea! ¡Maestro! ¡Mi pecado es tan pequeño!… Y Tu Sabiduría es tan grande. Pero, ¿Quién te lo dijo?

Jesús lo mira severo pero no le responde.

A Judas lo recorre un escalofrío de terror…

Y pregunta un poco atemorizado:

–                     ¿De veras has visto en mi corazón el pecado?…

Pero una sombra cruza por su mirada y una sonrisa burlona y diabólica, distorsiona la belleza de su rostro.

Se sobrepone al miedo y mira a Jesús con una falaz expresión de inocencia…

Jesús lo mira con dolor y le dice:

–                     ¡Y me has dado asco! ¡Vete y no hables más!

Le vuelve la espalda y va a donde están los discípulos a quienes ordena cambiar de ruta. Se despide de Bartolomé, Simón y Andrés, que se unen a Judas.

Y todos quedan ignorantes de lo que ha pasado.

Jesús con los restantes, avanza hacia el Esdrelón…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

98.- LAS DERROTAS DEL MESÍAS

Jesús y los apóstoles salen hacia la campiña… Y luego caminan por una región montañosa. Van en silencio, por el fondo de un valle.

Santiago de Zebedeo suspira y dice, como terminando un razonamiento:

–                     ¡Derrotas y más derrotas! Parece como si estuviéramos malditos…

Jesús le pone la mano en el hombro:

–                     ¿No sabes que es la suerte de los mejores?

–                     ¡Bah! Lo sé desde que estoy contigo. Pero de vez en cuando, es necesario cambiar. Antes lo teníamos. Para aliviar el corazón. Para sostener la fe.

La voz del Maestro es trémula al responder:

–                     ¿Dudas de Mí, Santiago?

–                     ¡No! –el ‘no’ es rotundo.

–                     Si no dudas de Mí, ¿De qué entonces? ¿No me amas como antes? ¿Te ha arrebatado el amor el verme arrojado? ¿Qué se burlen de Mí o que no me tomen en consideración en estos lugares fenicios?

Aun cuando no se ve una lágrima en los ojos de Jesús. Su voz es tan triste. Es su alma la que llora.

–                     Eso no, Señor mío! Antes bien, mi amor aumenta cuanto más veo que no se te comprende. Que no se te ama. Cuanto más te veo afligido. Humillado. Por no verte así. Para poder cambiar el corazón de los hombres, estaría dispuesto a dar mi vida. Créemelo.

Todos los apóstoles apoyan las palabras de Santiago y Él con un rostro luminoso de amor, los estrecha diciendo:

–                     ¿No sabéis que si no tuviese otra cosa, más que la alegría de hacer la Voluntad de mi Padre y vuestro amor; aun cuando todos me abofeteasen, sería feliz? Me siento triste, no por Mí, ni por mis derrotas, como las llamáis. Sino por compasión a las almas que rechazan la vida. Bueno. ¡Niños grandulones! ¡Ánimo! Id a pedir en Nombre de Dios, un poco de leche a aquellos pastores que ordeñan sus cabras.

Al ver la expresión desolada de sus apóstoles, agrega:

–                     No tengáis miedo. Obedeced con fe. Os darán leche y no pedradas. Aun cuando se trate de un fenicio.

Van. Jesús se queda en el camino, orando. Está triste… regresan los apóstoles con una jarrita de leche y dicen:

–                     Dijo aquel hombre que vayas allá; porque tiene algo que decirte. Pero que no puede dejar sus cabras a los pequeños pastores.

Van todos al lugar escarpado donde andan las cabras.

Jesús dice:

–                     Muchas gracias por la leche. ¿Qué se te ofrece?

–                     ¿Eres el Nazareno, verdad? ¿El que hace milagros?

–                     Soy el que predica la salvación eterna. Soy el Camino para ir al Dios Verdadero. La Verdad que se entrega. La Vida que da salud. No soy un hechicero que haga milagros. Éstos son manifestación de mi bondad y de vuestra debilidad, que necesita pruebas para creer. ¿Qué se te ofrece?

–                     ¿Fue hace dos días que estuviste en Alejandroscene?

–                     Sí. ¿Por qué?

–                     También estaba yo con mis cabras. Y cuando vi que se armaba la trifulca, me escapé. Porque es costumbre provocarlas para robar en el mercado. Yo soy prosélito y por la tarde, al salir de la ciudad, me encontré con una mujer que lloraba, llevando una niña entre sus brazos. Había caminado mucho para ir a verte. Le pregunté qué le pasaba. Es una prosélita que oyó hablar de Ti y la esperanza brotó en su corazón. Pero Tú comprendes que cuando se carga algo, se camina despacio. Y cuando llegó; Tú ya no estabas. Y supo que te habían arrojado. Como yo también soy padre, le dije que yo estaría en el crucero por donde pasarías; ya sea que fueras a Tiro o regresaras a Galilea. Le prometí decírtelo y te lo he contado.

–                     Que Dios te lo pague. Iré a donde está la mujer.

–                     Voy para Aczib. Podemos caminar juntos si no sientes desprecio hacia un pastor.

–                     No desdeño a nadie. ¿Por qué vas a Aczib?

–                     Porque tengo allá unos corderos… A no ser que ya no los tenga.

–                     ¿Por qué?

–                     Porque hay como una peste. No sé si sea brujería… mi ganado se enfermó. Y por eso me traje a estas cabras que todavía están sanas, para que no estén con las ovejas. Las dejaré con mis hijos y yo voy para allá a ver morir… a mis hermosas ovejas lanudas. –y el hombre lanza un suspiro. Mira a Jesús y agrega- Hablarte a ti de estas cosas cuando estás tan afligido por la manera en que te tratan. Pero las ovejas son cariño y también dinero. ¿Comprendes? Y nosotros…

–                     Comprendo. Se curarán.

–                     Los que saben me han dicho: ‘Mátalas y vende sus pieles. No hay otra cosa que hacer’ Hasta me han amenazado para que no las saque. Tienen miedo de que las suyas se les contaminen. Las tengo encerradas y cada vez mueren más. ¿Nada más éstos son tus discípulos?

–                     Tengo otros.

–                     ¿Te abandonaron?

–                     Ningún discípulo lo ha hecho.

–                     Me habían dicho que Tú… Que los Fariseos… En una palabra, que los discípulos te habían abandonado por miedo y porque eres un…

–                     Demonio. Dilo. Lo sé. Doble mérito hay en ti que pese a esto, crees.

–                     Y por este mérito, ¿No podrías…? Tal vez te pida una cosa sacrílega.

–                     Dila. Si es mala, te lo digo.

El pastor dice con ansiedad:

–                     ¿No podrías al pasar, bendecir mi ganado?

–                     Bendeciré tu ganado. Éste… -levanta la mano bendiciéndolas- y también tus ovejas. ¿Crees que mi bendición las cure?

–                     Como curas a los hombres de sus enfermedades, así podrás salvar a mis animales. Dicen que eres hijo de Dios. Y Dios creó las ovejas. Y por eso también son suyas. Yo no sabía si era respetuoso pedírtelo. Pero si se puede hazlo, Señor. Y yo llevaré al Templo, muchas ofrendas de alabanza. ¡Mejor no! Te daré a Ti algo para tus pobres y será mejor.

Jesús sonríe, pero no dice nada. Siguen caminando. Y se hospedan por la noche en la casa de Jonás, un campesino amigo del pastor. Un verdadero israelita.

Al día siguiente, al amanecer, Jonás pregunta a Tadeo:

–                     ¿Está el Maestro contigo?

–                     Habrá ido a orar. Sale frecuentemente con el alba, para estar solo. Regresará dentro de poco. ¿Para qué lo quieres?

–                     Hay una mujer con mi esposa. Es una fenicia. No sé cómo supo que el Maestro está aquí y quiere hablarle.

–                     Está bien. Él  espera a una mujer con su hija enferma. Tal vez sea ella.

–                     No. Está sola. No trae a nadie. La conozco porque nuestros poblados están cercanos y el valle es de todos. Yo pienso que no hay que ser duros con los vecinos, aunque sean fenicios y se sirva al Señor. tal vez me equivoque…

–                     El Maestro enseña siempre que hay que ser compasivos con todos.

–                     Él lo es. ¿No es así?

–                     Sí.

–                     Me contó Annás el pastor que lo han tratado mal. ¡Mal, siempre mal!… ¡En Judea como en Galilea! ¡Por todas partes! ¿Por qué Israel es tan malo con su Mesías? Quiero decir, los grandes entre nosotros, porque el pueblo si lo ama.

–                     ¿Cómo sabes estas cosas?

–                     ¡Oh! Vivo aquí, lejos. Pero soy  un fiel israelita. Basta ir a las fiestas de precepto al Templo, para saber todo el bien y todo el mal. El bien se sabe menos que el mal. Porque el bien es humilde y por sí mismo no se alaba. Deberían ser los que reciben favores de Él, quienes deberían alabarlo; pero pocos son los agradecidos. El hombre acepta el favor y luego se olvida de él…

El mal por el contrario, hace sonar fuerte sus trompetas. Hace oír sus palabras aún a los que no quieren oírlas. Vosotros que sois sus discípulos, ¿No sabéis cuanto se habla y se acusa en el Templo al Mesías? Las lecciones de los escribas solo tratan de esto. Creo que se han convertido en un librillo de acusaciones y de pruebas contra Él. Es necesario tener la conciencia muy recta y firme; libre,  para poder resistir y juzgar cuerdamente. ¿Él conoce estas intrigas?

–                     Lo sabe todo. También nosotros, más o menos las sabemos. Pero Él no se preocupa. Continúa su obra. Discípulos y fieles, aumentan cada día.

–                     Dios quiera que lo sean  hasta el fin. El hombre es de pensamiento voluble, débil…

Jesús llega. Jonás dice:

–                     Entra Maestro. El aire es frío esta mañana y en el bosque mucho más. Hay leche caliente para todos.

Desayunan leche con pan.

Y Jesús dice:

–                     Tenemos que irnos pronto para llegar al monte Aczib, antes de que oscurezca. Esta tarde empieza el sábado.

Annás el pastor dice:

¿Y mis ovejas?

Jesús sonríe y responde:

–                     Estarán curadas después de ser bendecidas.

–                     Pero yo vivo al oriente del monte y Tú vas en dirección contraria, para encontrarte con la mujer.

–                     Deja todo en manos de Dios. Él proveerá.

Terminan su desayuno, toman sus alforjas y se disponen a salir.

–                     Maestro. ¿No quisieras hablar con esa mujer que está allí?

–                     No tengo tiempo, Jonás. El camino es largo y por lo demás, vine para las ovejas de Israel. Adiós Jonás. Que Dios premie tu caridad. Mi bendición sea sobre ti y tu familia. ¡Vámonos!

Salen y empiezan a caminar.

La mujer se adelanta llorando, agachada, alcanza al grupo y grita:

–                     ¡Ten piedad de mí! ¡Oh, Señor! ¡Hijo de David! mi hija está muy atormentada por el demonio, que la hace cometer cosas vergonzosas. Ten piedad porque sufro mucho y todos se burlan de mí por ello. Como si mi hija fuera responsable de lo que hace… ¡Ten piedad, Señor! ¡Tú todo lo puedes! Levanta tu voz y tu mano y mándale al espíritu inmundo que salga de Palma. Solo la tengo a ella. Soy viuda… ¡Oh, no te vayas! ¡Ten piedad!…

Jesús camina sin hacerle caso y ella sigue suplicando:

–                     Yo te oí ayer cuando pasabas el arroyo. Y oí que te llamaban ‘Maestro’ Te seguí entre los matorrales. Oí lo que estos hablaron. Comprendí que Eres Dios… Y esta mañana me vine aquí, cuando todavía estaba oscuro. Me quedé en el dintel como una perrita, hasta que se levantó Sara y me dejó entrar. ¡Oh, Señor! ¡Ten piedad y compasión de una madre y de una niña!

Pero Jesús se va ligero sin escuchar a la viuda.

Jonás le dice:

–                     Resígnate. No quiere escucharte. Ha dicho que vino para los de Israel…

Pero ella se levanta desolada y al mismo tiempo llena de Fe. Y responde:

–                     ¡No! Le suplicaré tanto que me escuchará.

Y sigue al Maestro repitiendo sus súplicas, que hacen que la gente se asome a sus puertas. Y se une a ella la familia de Jonás; que quiere ver en que terminan las cosas.

Los apóstoles se miran sorprendidos y en voz baja comentan:

–                     ¿Cómo es posible que haga esto? ¡Jamás lo había hecho!…

Juan dice:

–                     En Alejandroscene curó a aquellos dos…

Tadeo replica:

–                     ¡Eran prosélitos!

–                     Y ésta, ¿A quién quiere curar?

El pastor Annás contesta:

–                     También es prosélita.

–                     ¡Oh! Pero cuantas veces ha curado a gentiles o  paganos. ¿Y la niña romana?… –dice Andrés preocupado, porque no puede comprender la dureza de Jesús para con la mujer cananea.

Santiago de Zebedeo dice:

–                     Yo os diré la razón. El Maestro está airado. Su paciencia se acaba con tantos golpes de la ingratitud humana. ¿No veis cómo ha cambiado? Tiene razón. De hoy en adelante se dedicará sólo a quién conozca bien y según yo; creo que será lo mejor.

Mateo refunfuña:

–                     Así será. Pero entretanto, ésta viene gritando y un buen grupo de gente la sigue. Si quería pasar inadvertido, ha encontrado el mejor modo para llamar la atención aún de las plantas.

Tadeo dice secamente:

–                     Vamos a decirle que la despida… ¿Ya vieron el cortejo que nos viene siguiendo? ¿Y cuando lleguemos a la vía consular?… ¡Vamos a traer a todo el poblado detrás de nosotros!

Santiago de Zebedeo le grita:

–                     ¡Cállate y vete!

Y varios apóstoles hacen lo mismo. Pero la mujer no hace caso ni a las amenazas, ni a las órdenes.

Y sigue suplicando.

Mateo dice:

–                     Vamos a decirle al Maestro que la despida si no quiere escucharla. Esto no puede continuar así.

Andrés dice:

–                     ¡Pobrecilla!

Juan está desconcertado:

–                     ¡No comprendo!…  ¡No comprendo!

Acelerando el paso, alcanzan al Maestro, que camina tan ligero como si lo persiguieran…

Y le dicen:

–                     ¡Maestro, dile a esa mujer que se vaya! ¡Es un escándalo! Viene gritando detrás de nosotros. La gente aumenta cada vez más… Muchos vienen detrás de ella, ¡Dile que se vaya!

–                     Decídselo vosotros. Yo ya le respondí.

–                     No nos hace caso. Mira, díselo Tú. Y con severidad.

Jesús se detiene y se voltea. La mujer cree que es señal de que va a recibir el favor. Acelera el paso, levanta más la voz.

Jesús le ordena:

–                     ¡Cállate mujer! Regresa a tu casa. Ya lo he dicho: ‘He venido para la ovejas de Israel’ Para curar a las enfermas y buscar a las que anden perdidas. Tú no eres de Israel.

Pero la mujer se arroja a sus pies. Se los besa, adorándolo. Se abraza a sus rodillas como un náufrago que ha encontrado un pedazo de madera y gime:

–                     ¡Señor ayúdame! ¡Tú lo puedes! ¡Tú Eres Dios! Ordena al demonio. Tú que eres Santo… ¡Señor! ¡Señor! ¡Tú eres el Dueño de todo! tanto de la gracia como del mundo. Todo te está sujeto, Señor. Lo sé. Toma tu poder y empléalo en favor de mi hija.

–                     No está bien tomar el pan de los hijos de la casa y arrojarlo a los perros del camino.

–                     Yo creo en Ti. Al creer me he convertido de perra de la calle, en perra de la casa. Te lo dije. Llegué antes del alba a acurrucarme en el dintel de la casa donde estuviste. Y si hubieras salido te habrías tropezado conmigo. Pero Tú saliste por la otra parte y no me viste. No viste a esta perra destrozada. Hambrienta de tu favor. Que esperaba poder entrar arrastrándose hasta dónde estabas, para besarte los pies pidiéndote que no me arrojaras…

Jesús repite:

–                     No está bien arrojar el pan de los hijos, a los perros.

La mujer replica:

–                     Pero los perros entran en donde está su dueño comiendo con sus hijos. Y comen de lo que cae de la mesa o de los desperdicios que les dan de lo que no sirve. No te pido que me trates como hija y que me sientes a la mesa. Dame al menos las migajas…

El rostro de Jesús se transfigura con una sonrisa de júbilo, ¡Una sonrisa llena de amor! Todos lo miran admirados, presintiendo que algo va a pasar…

Y Jesús le responde:

–                     ¡Oh, mujer! ¡Grande es tu Fe! Con ella consuelas mi corazón. Vete y hágase cómo quieres. El demonio ha salido desde este momento de tu hija. Vete en paz y si como perra callejera has sabido convertirte en perra de la casa. De igual modo en el futuro, sé hija y siéntate a la mesa del Padre. ¡Adiós!

–                     ¡Oh, Señor! ¡Señor! quisiera correr para ir a ver a mi amada Palma… ¡Quisiera estar contigo y seguirte! ¡Bendito! ¡Santo!

Y se nota su angustia pues desea las dos cosas con igual fervor.

Jesús le dice:

–                     Vete, mujer. Vete en paz.

Jesús emprende su camino, mientras que la cananea corre veloz, seguida por la gente que curiosa, quiere ver el milagro.

Santiago de Zebedeo pregunta:

–                     Maestro, ¿Para qué la hiciste suplicar tanto, para después hacer lo que te pedía?

–                     Por causa tuya y de todos vosotros. Esto no es una derrota, Santiago. Aquí no me arrojaron fuera, ni se burlaron de Mí, ni me maldijeron… Que esto levante vuestro corazón abatido. He gustado de una comida sabrosísima. Bendigo a Dios por ello. Ahora  vamos a donde está la otra; que sabe creer y que espera con fe segura.

–                     ¿Y mis ovejas Señor? Dentro de poco nuestros caminos se separan. Y yo tengo que ir a mi aprisco.

Jesús sonríe pero no responde.

Caminan todos ligeros y alegres con una nueva sonrisa en el rostro. Cuando llegan al crucero, Annás dice un poco avergonzado:

–                     Aquí debo dejarte… También yo tengo fe y soy prosélito. ¿Me prometes que vendrás después del sábado, para curar a mis ovejas?

–                     ¡Oh, Annás! ¿No has comprendido todavía que tus ovejas están curadas, desde que bendije a las otras? Vete tú también a ver el milagro y a bendecir al Señor.

El pastor palidece. Se queda paralizado y luego se arrodilla diciendo:

–                     ¡Bendito seas! ¡Eres Bueno! ¡Eres santo! Te prometí mucho dinero y aquí no traigo… ven a mi casa.

–                     Iré pero no por el dinero. Sino para bendecirte una vez más. ¡Hasta pronto Annás! ¡La paz sea contigo!

Se separan. Jesús dice a los apóstoles:

–                     ¡Y también esto no es una derrota, amigos míos! Tampoco aquí se han burlado de Mí, ni me han insultado o arrojado… ¡Ea! ¡Vamos rápidos! Hay una madre que hace días que está esperando…

Continúan la marcha. Después de un reposo breve junto a un arroyo; comen un poco de pan, queso y beben agua. El sol está en su cenit, cuando llegan a una bifurcación del camino.

Mateo exclama:

–                     ¡Allá está la escalera de Tiro! – feliz al pensar que han recorrido más de la mitad del camino.

Reclinada sobre la mojonera romana, hay una mujer con una niña de siete años de edad.

Andrés pregunta:

–                     ¡Ahí está la mujer! ¿En dónde habrá dormido estos días?

La mujer levanta sus ojos y mira la sonrisa de Jesús. Se inclina. Toma en brazos a su niña y la trae como si fuera una ofrenda a Dios. Llega hasta los pies de Jesús y se arrodilla, alzando o más que puede a la niña, que extática mira el bellísimo rostro de Jesús. La mujer no dice ni una palabra, ¿Qué puede decir cuando toda su actitud es ya una súplica?

Jesús pronuncia solo una palabra breve; pero llena de alegría, mientras pone su mano sobre el pecho de la niña:

–                     Sí.

–                     ¡Mamá! –grita la niña feliz.

Se sienta inmediatamente. Se pone de pie y abraza a su madre que está a punto de caer; por el contraste de los sentimientos que la embargan. Por el cansancio que ha soportado. Por el esfuerzo que ha soportado su corazón.

Jesús la ayuda mientras lágrimas de agradecimiento bajan por su cara cansada y dichosa al mismo tiempo.

–                     ¡Gracias, Señor mío! Gracias y bendiciones. Mi esperanza se ha visto colmada… ¡Tanto te había esperado!…

Y se arrodilla y adora a Jesús…

Después de unos momentos dice.

–                     Hace dos años que empezó a secársele un hueso en la espina dorsal. La había paralizado y ya la llevaba a la muerte, con grandes dolores. La vieron los médicos de Antioquia, Tiro, Sidón, Cesárea, Panéades… para curarla, vendimos casi todas las propiedades, ¡Y nada! Me enteré de lo que haces en otras partes. Te vi y tuve esperanzas de que me ayudarías… Y lo he conseguido. Ahora regreso pronto a mi casa y daré esta alegría a mis esposo.

Jesús acaricia sus cabellos y dice:

–                     Idos y sed siempre fieles al Señor. Que Él esté con vosotras. Os doy mi paz.

Ellas se van dichosas y Jesús continúa caminando por la senda que va a Ptolemaide.

–                     Y también esto no es una derrota amigos. Tampoco aquí me arrojaron fuera, ni se burlaron de Mí, ni me maldijeron.

Llegan a una casa.

El herrero los saluda.

Y Jesús le dice:

–                     ¿Me permites que me esté aquí un ratito, para comer mi pan?

–                     Sí, Rabí. Mi mujer, Esther. Es hebrea. Yo soy romano. Ella deseaba conocerte. Te vi en Alejandroscenne…

–                     Llámala pues.

Una mujer de unos cuarenta años, un poco avergonzada, sale y se acerca.

Jesús está sentado en la banca que está contra a la pared; mientras Santiago de Zebedeo distribuye pan y queso.

Jesús la saluda:

–                     La paz sea contigo Esther. ¿Tenías deseos de conocerme? ¿Por qué?

–                     Por lo que dijiste… Los rabinos nos desprecian a las casadas con un romano. Pero yo he llevado a todos mis hijos al Templo. Y todos mis varoncitos están circuncisos. Lo dije de antemano a Tito cuando me pretendía. Es bueno… Me deja que haga lo que quiera con mis hijos. Aquí todas las costumbres son hebreas. Lo mismo que los ritos. Pero los rabinos, los arquisinagogos, nos maldicen. En cambio tú no. Tú compadeciste…

¡Oh! ¿Sabes lo que significa esto? Es como volver a poner el pie en la casa abandonada y no sentirse extraña en ella. Tito es bueno. Cuando se celebran nuestras fiestas, cierra la herrería con mucha pérdida de dinero. Y me acompaña con los niños al Templo, porque dice que sin religión no se puede vivir. Él dice que la suya es la familia y el  trabajo; como antes lo era el ser soldado.

Pero yo Señor, quiero decirte una cosa… Tú dijiste que los seguidores del Verdadero Dios, deben quitar un poco del fermento santo y ponerlo en la harina buena para que fermente santamente. Lo he hecho con mi esposo. Durante veinte años hemos estado juntos. He procurado trabajarle su alma que es buena, con el fermento de Israel, pero él nunca se decide. Ya está viejo y yo quiero tenerlo conmigo en la otra vida… Unidos en la Fe, como lo estamos en el amor. No te pido riquezas, bienestar, salud. Con lo que tenemos es suficiente, ¡Bendito sea Dios! Pero quisiera esto… Ruega por mi esposo, para que pertenezca al Dios Verdadero.

–                     Lo será. Puedes estar segura. Pides una cosa santa y la alcanzarás. Has comprendido los deberes de la esposa para con Dios y para con el marido. ¡Si así fueran todas las casadas! Te digo que muchas deberían imitarte. Sigue este mismo camino y tendrás la alegría de tener a Tito a tu lado en la Oración y en el Cielo. Enséñame a tus hijos.

La mujer llama a los niños:

–                     Santiago, Judas, Leví, María, Juan, Ana, Elisa, Marcos. –Entra a la casa y sale con otros dos, uno que apenas puede caminar y otro de tres meses de edad- Éste es Isaac y la pequeñuela Judith. –dice presentándolos a todos.

Santiago de Zebedeo comenta sonriente:

–                      ¡Demasiados!

Tadeo exclama:

–                     ¡Seis varones y todos circuncisos!

Bartolomé y Felipe :

–                     ¡Y con nombres judíos!

–                     ¡Eres brava mujer!

La mujer se siente feliz. Hace elogios de Santiago, Judas y Leví, que ayudan a su padre todos los días, menos el sábado. Día en que Tito trabaja solo, poniendo las herraduras hechas. Elogia a María y a Ana que son el auxilio de la mamá. Pero no deja de alabar a los cuatro más pequeños, que son buenos y nada de caprichudos.

–                     Tito me ayuda a educarlos. Él que fue un soldado valiente y disciplinado. –dice mirando con ojos cariñosos a su marido. Que apoyado sobre el dintel ha escuchado todo lo que ha dicho su mujer con una gran sonrisa en su cara. Y se pone colorado al oír que recuerdan sus méritos como soldado.

Jesús dice:

–                     Muy bien. La disciplina militar no es contraria a Dios, cuando el soldado cumple su deber como se debe. Lo que conviene es obrar siempre honestamente en cualquier cosa y así ser virtuosos. Esta disciplina tuya que trasmites a tus hijos; debe prepararte para entrar en un servicio superior: en el de Dios. Ya es hora de despedirnos. Apenas tengo tiempo para llegar a Aczib antes de la puesta de sol. La paz sea contigo Esther y con toda tu casa. Lo más pronto procurad pertenecer al Señor.

Todos se arrodillan mientras Jesús levanta su mano para bendecir.

Y Tito hace algo sorprendente: ¡Mirando a Jesús; como si fuera aún un soldado de Roma, hace el saludo militar ante su emperador!

van. Después de avanzar algunos metros, Jesús pone la mano sobre el hombro de Santiago:

–                     Esta es la cuarta vez del día que te lo hago notar. No se trata de una derrota. No me arrojaron fuera. No me maldijeron, ni se burlaron de Mí… ¿Qué dices ahora?

–                     Que soy un tonto, Señor.

–                     No es eso. Tú como todos vosotros, sois todavía muy humanos. Tenéis el modo de pensar humano. El espíritu cuando es soberano, no se altera por cualquier soplo de viento, que no puede ser siempre una brisa perfumada… Podrá sufrir, pero no se altera.

Yo ruego siempre para qué lleguéis a esta independencia del espíritu. Pero debéis ayudarme con vuestros esfuerzos. Pues bien, el viaje ha terminado. He sembrado en él, todo lo que era necesario para prepararos, para cuando vosotros seáis los evangelizadores. Ahora podemos tomar el descanso sabático, con la conciencia de haber cumplido nuestro deber.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

97.- REY DE LOS JUDÍOS

La gente que lo encuentra, mira con curiosidad al grupo galileo, que es verdaderamente extraño en estas partes.

Mateo dice señalando el promontorio que cae al mar:

–           Este debe ser el peñón de la tempestad, del que habló el pescador…

Santiago de Zebedeo extiende el brazo y dice:

–           Ved allí el poblado que nos dijeron.

Jesús observa:

–           Desde la cima podremos ver Alejandroscene…

Juan contesta:

–           Dentro de poco anochecerá. ¿Dónde nos quedaremos?

–           En Alejandroscene. Iremos por aquel camino que baja hacia allá…

Andrés pregunta:

–           Es la ciudad de la mujer de Antigonia. ¿Cómo podríamos hacer para alegrarla?

Juan explica:

–           Maestro, ella nos dijo: ‘Id a Alejandroscene. Mis hermanos tienen allí negocios y son prosélitos. Procurad que se enteren del Maestro. Nosotros también somos hijos de Dios…’ Y lloraba porque su matrimonio no es bien visto. Sus hermanos jamás van a visitarla y ella no sabe nada de ellos.

Jesús dice:

–           Buscaremos a sus hermanos. Si nos acogen como a peregrinos, le daremos una alegría…

–           Pero ¿Cómo vamos a decirle que la vimos?

–           Trabaja en las posesiones de Lázaro y nosotros somos sus amigos.

–           Es verdad. Tú tomarás la palabra…

Cómo queráis. Pero démonos prisa, para que encontremos la casa. ¿Sabéis dónde está?

–           Cerca del campamento. Tienen relaciones con  los romanos, pues les venden muchas cosas.

–           Está bien.

Caminan rápidos por el camino consular. Alejandroscenne, que es una estratégica ciudad militar, extendida entre dos promontorios; sobre el mar. Ahora ya pueden distinguirse las torres que forman una cadena con las de la llanura y que hacen formidable el imponente campamento.

Llegan a las tiendas de los hermanos de Hermione y ven a los compradores saliendo y llevando sus mercancías: telas, utensilios, granos, heno, aceite, vinos y alimentos. El aire huele a cuero, especias, paja y lana. Es un vasto patio que semeja una plaza y en cuyos pórticos están las diversas bodegas.

Un hombre los recibe y les pregunta:

–           ¿Qué se os ofrece? ¿Alimentos?

Jesús contesta:

–           Sí. Y también hospedaje… Si es que no te desagrada hospedar a peregrinos. venimos de lejos y nunca hemos estado aquí. Danos hospedaje en el Nombre del señor…

El hombre mira atentamente a Jesús y lo escudriña… Luego dice:

–           En realidad no acostumbro hospedar a nadie; pero Tú me caes bien. Eres galileo ¿Verdad? Mejor los galileos que los judíos. Son demasiado orgullosos y no nos perdonan que tengamos sangre impura. sería mejor que ellos tuvieran el alma pura. Ven entra aquí. Regreso pronto. Voy a cerrar porque ya atardeció…

De hecho el crepúsculo va dejando lugar a la oscuridad que desciende sobre el patio que domina el majestuoso campamento.

Todos entran en la habitación señalada y se sientan. Regresa el hombre con otras dos personas y dice:

–           Ahí los tenéis. ¿Qué os parece? A mí me parecieron gente buena…

El hombre mayor dice al hermano:

–           Hiciste bien. – y volviéndose hacia Jesús le pregunta- ¿Cómo os llamáis?

Jesús hace las presentaciones:

–           Jesús de Nazareth. Santiago y judas también de Nazareth. Santiago, Juan y Andrés de Betsaida y Mateo de Cafarnaúm…

–           ¿Por qué habéis venido aquí? ¿Sois perseguidos?

–           No. Evangelizamos. Hemos recorrido más de una vez la Palestina, desde Galilea hasta Judea; de mar a mar. También hemos estado en Transjordania y en la Aurinítide y ahora hemos venido aquí. A enseñar…

–           Pero, ¿Aquí un Rabbí? ¡Nos sorprende! Felipe, Elías, ¡Esto no es posible!

Elías apoya:

–           Mucho. ¿De qué casta eres?

–           De ninguna. Soy de Dios. Los buenos del mundo creen en Mí. Soy pobre y amo a los pobres. Con todo, no desprecio a los ricos a quienes enseño el amor, la misericordia y a no amar las riquezas. Así cómo también enseño a los pobres a amar su pobreza, confiando en Dios que no deja que alguien se pierda. Entre mis ricos amigos y discípulos se encuentra Lázaro de Bethania…

–           ¿Lázaro? Una de nuestras hermanas está casada con uno de sus trabajadores…

–           Lo sé. También por esta razón he venido. Para deciros que os manda saludos y os ama.

–           ¿La viste?

–                      Yo no. Pero éstos que me acompañan, sí. Lázaro los envió a Antigonia.

–                      ¡Oh! ¡Hablad! ¿Cómo está Hermione? ¿Está feliz?

Tadeo responde:

–           Su esposo y su suegra la aman mucho. Su suegro la respeta…

–           Pero no le perdonan su sangre maternal. Dilo…

–           Se la perdonarán. Se expresó de ella muy bien. Tiene cuatro niños bellos y muy buenos. Esto la hace feliz. Pero siempre os recuerda y nos pidió que os trajéramos al Maestro…

–           ¿Pero cómo? ¿Eres a quien llaman el Mesías? ¿Tú?

–           Yo Soy.

–           Eres verdaderamente Él… Nos dijeron en Jerusalén que te llaman el Verbo de Dios…  ¿Es verdad?

–           Sí.

–           Pero, ¿Lo Eres sólo para los de allá o para todos?

–           Para todos. ¿Podéis creer que sea Yo lo que habéis dicho?

–           Creer no cuesta nada. Tanto más cuanto se espera que lo que se cree, pueda arrancar lo que nos hace sufrir.

–           Es verdad, Elías. Pero no hables de este modo. Es un pensamiento muy impuro. mucho más que la sangre mezclada. Alégrate no con la esperanza de que desaparezca lo que es la causa de desprecio de los demás. Más bien alégrate con la esperanza de conquistar el Reino de los Cielos.

–           Tienes razón, Señor. Soy medio pagano.

–           No te preocupes. También te amo a ti. Y también por ti he venido.

Felipe dice:

–           Han de estar cansados. Elías, deja las cosas como están. Vamos a cenar… Aquí no hay criadas. Ninguna israelita nos ha querido. Perdona si la casa te parece fría y sin arreglar…

–           Vuestro corazón la hará caliente y acogedora.

–           ¿Cuánto tiempo vas a estar?

–           No más de un día. Voy a ir en dirección a Tiro y a Sidón. Y necesito estar en Aczib antes del sábado…

–           ¡Sidón está muy lejos!

–           Mañana quisiera hablar aquí…

Nuestra casa parece un puerto. Sin que salgas de ella tendrás oyentes de muchos lugares. Y mañana es día de mercado.

–           Vamos pues. Y el Señor os pague vuestra caridad…

Al día siguiente, en el patio de los tres hermanos que está iluminado en más de la mitad por el sol, está lleno de gente que va y viene haciendo compras y vendiendo. Los soldados romanos, imperiosos y conquistadores; vigilan el orden en todo este barullo. Tambien Jesús, junto con los apóstoles, pasea por el inmenso patio que se ha convertido en una gran plaza de mercado. Muchos comentan mirando al grupo apostólico; reconociendo al Mesías y esperando a que hable.

Una niña acompaña a un viejo semiciego y suplica:

–           Dejad paso libre al viejo Marcos. ¡Por favor decidnos dónde está el Mesías!

Alguien contesta:

–           Si queréis ver al Rabbí, vedlo. Allá está parado, hablando con los pordioseros…

Y los dos se apresuran a llegar al lugar indicado…

Hay numerosos soldados y al verlo, dos de ellos comentan:

–                     Debe ser al que persiguen los judíos, Escipión. Son unos buenos canallas. Basta con verlo para darse cuenta que es mejor que todos ellos.

–                     ¡Por esto les da fastidio, Cayo!

–                     Vamos a decirlo al oficial. Son órdenes.

–                     ¡Esto es muy tonto, Cayo! Roma toma precauciones de los corderos y soporta la caricia de los Tigres.

–                     ¡No me parece como piensas, Escipión! ¡A Poncio no le cuesta matar!

–                     Cierto. Pero no cierra la puerta a las hienas que lo adulan.

–                     ¡Política, Escipión! ¡Política!

–                     ¡Cobardía, Cayo! Y ¡Estupidez! Debería hacerse amigo de este Hombre; para tener una ayuda pronta contra esta gente asiática. Poncio no favorece los intereses de Roma, en hacer a un lado a este Hombre Bueno. Y en adular a los malvados.

–                     No critiques al Procónsul. Nosotros somos soldados. Y el jefe es sagrado como un dios. Hemos jurado obediencia al divino César. Y el Procónsul es su representante…

–                     Eso está bien por lo que se refiere al deber con la Patria, sagrada e inmortal. Pero para nuestro fuero interno…

–                     El obedecer supone juzgar. Si tu juicio se rebela contra una orden y la crítica; no puedes obedecer como se debe. Roma se apoya en nuestra obediencia ciega; para proteger sus conquistas.

–                     Pareces un tribuno y dices bien. pero quiero decirte que si Roma es reina; nosotros no somos esclavos, sino súbditos. Y Roma no debe tener súbditos esclavos. Y por eso afirmo que mi razón juzga que Poncio hace mal, en no preocuparse de este israelita. Llámalo Mesías; Santo, Profeta, Rabí o cómo te dé la gana. Y puedo decirlo porque con ello no disminuye mi amor por Roma. Yo estoy convencido de que Él, al enseñar el respeto a las leyes y a los cónsules, como lo hace; coopera para el bienestar de Roma.

–                     Eres un hombre culto, Escipión. Llegarás a ser algo. Pero mira… hay gente alrededor de Él… Vamos a decirlo a los jefes…

De hecho, una multitud rodea a Jesús.

Luego se oye un grito y algunos se separan del grupo y corren…

Cayo pregunta:

–                     ¿Qué ha pasado?

–                     ¡El Hombre de Israel ha curado al viejo Marcos!

–                     ¡El velo de sus ojos ha desaparecido!

Un limosnero se arrastra apoyado en unos bastones, pues tiene las piernas torcidas y flacuchas. Con voz fuerte, grita sin descansar:

–                     ¡Santo! ¡Santo! ¡Mesías!… ¡Rabí! ¡Ten piedad de mí!

Los hebreos le gritan:

–                     Deja de gritar. Marcos es hebreo y tú no.

Un hebreo grita:

–                     Hace favores a los verdaderos israelitas, ¡No a los nacidos de una perra!

–                     Mi madre era hebrea…

–                     Y Dios la castigó. ¡Haciendo que nacieras como naciste! Por su pecado. ¡Lárgate, hijo de loba! ¡Vuelve a tu lugar; lodo que has de ser!

El pobre hombre se apoya contra la pared… Acobardado, humillado, espantado al ver los puños levantados de los hebreos puros.

Jesús se detiene. Se vuelve y ordena.

–                     ¡Oye! ¡Ven aquí!

El hombre lo mira… Mira a los que lo amenazan… No se atreve a avanzar.

Jesús se abre paso entre la gente y se le acerca.

Le pone la mano sobre el hombro y le dice:

–                     No tengas miedo. Ven conmigo. –y mirando a los que no tuvieron compasión… Con tono severo agrega- Dios es de todos los hombres que lo buscan y que son misericordiosos.

Los otros comprenden y ya no se mueven.

Jesús los ve avergonzados y a punto de irse y les dice:

–                     No. Venid también vosotros. Y fortaleced vuestra alma, así como éste que supo tener fe. Yo lo mando. Vete libre desde ahora de tu enfermedad.

Quita su mano del hombro del hombre que se estremece. Éste se levanta. Arroja los bastones acabados por el uso y grita:

–                     ¡Me ha curado! ¡Alabado sea el Dios de mi madre!  -y se postra adorando y besando la orla del vestido de Jesús.

El tumulto aumenta y llega hasta las murallas del campamento romano. Los soldados creen que hay riña. Un pelotón corre, abriéndose paso y preguntando qué sucede:

–                     ¡Un milagro! ¡Un milagro! ¡Jonás el chueco!…  ¡El Paralítico, está curado! ¡Vedlo junto al Galileo!

Los soldados se miran entre sí…

–                     ¡El oficial nos ordenó que vigilásemos!

Escipión responde:

–                     ¿A quién? ¿A Él? Si se trata de Él, podemos ir a tomarnos una jarra de vino.

–                     Por mi parte yo diría que Él es quién debe ser protegido. ¿Lo veis allá? Entre nuestros dioses no hay uno que sea tan Bueno y con un aspecto tan viril. Esos no son dignos de Él. Los que no son dignos, es porque son malos. Quedémonos por si hay que defenderlo. Por lo menos podremos cuidarle la espalda. Y acariciar las de esos sinvergüenzas…  -dice con sarcasmo y admiración uno de los soldados.

–                     Has dicho bien Pudente. Voy a llamar a Prócoro que siempre ve complots contra Roma, donde no hay. En lo único que piensa es en que se le promueva y aquí se convencerá…

–                     No viene Prócoro. Mandó al triario, Aquila…

Los soldados lo aclaman y él pregunta:

–                     ¿Qué pasa?

–                     Que hay que vigilar a este hombre alto y rubio.

–                     Perfectamente. Pero, ¿Quién es?

–                     Lo llaman el Mesías. Su Nombre es Jesús de Nazareth. Es el mismo por quién se dieron las órdenes… Dicen que quiere hacerse rey y hacer a un lado a Roma. El Sanedrín; los Fariseos, Saduceos, Herodianos; se lo dijeron así a Poncio. Bien sabes que los hebreos son un poco especiales. Y que de cuando en cuando, creen tener un rey…

–                     Bien, bien… ¡Pero si es por Ese!… De todos modos escuchemos lo que dice. Parece que va a hablar…

–                     Publio Quintiliano dice que es un filósofo divino. Las damas imperiales lo admiran. –dice otro soldado muy joven.

–                     ¡No lo dudo! ¡Lo mismo me parecería si yo fuera mujer; pues me encantaría ir a la cama con Él!… –dice riendo de buena gana, otro soldado.

–                     ¡Cállate desvergonzado! ¡La lujuria te sigue por todas partes!

–                     ¿Y tú no, Fabio? ¿Qué me dice de Anna, Sira, Alba…?

–                     ¡Silencio, Sabino! Empieza a hablar y quiero escucharlo. –ordena el Triario. Y todos guardan silencio.

Jesús, subido sobre una caja. Apoyada contra una pared, de forma que todos puedan verlo. Dice:

–                     Paz a todos vosotros… Hijos de un solo Creador…

La gente escucha atenta el mensaje evangélico… La sabiduría, el amor y la parábola de los trabajadores y la viña…

Los vendedores de la plaza protestan diciendo que por su culpa perdieron los clientes. Los romanos desde su lugar gritan:

–                     ¡Por Júpiter! ¡Qué bien habla!

La gente se divide en dos bandos. Y llueven injurias, alabanzas, bendiciones, maldiciones, amenazas…

Jesús cruza sus brazos y los mira con tristeza; pero con dignidad.

Los soldados intervienen diciendo:

–                     ¡Qué va a ser Éste un revoltoso! ¡Él es el atacado!

Y con las astas dispersan a la multitud. El centurión se acerca violento e increpa con ira al viejo Aquila:

–                     ¿Es de este modo como velas por Roma? ¿Dejando que se dé el título de Rey en tierras que nos están sujetas?

El viejo soldado saluda militarmente y responde:

–                     Enseñaba el respeto y la obediencia. Hablaba de un Reino que no es de esta tierra. Por eso lo odian. Porque es Bueno y respetuoso. No encontré motivo para hacerlo callar. No contravenía nuestras leyes.

El centurión se calma y refunfuña:

–                     Entonces se trata de una nueva sedición de esa apestosa gentuza. Bien decidle que se vaya lo más pronto posible. No quiero molestias aquí. Cumplid mis órdenes y escoltadlo hasta fuera de la ciudad, tan pronto esté libre el camino. Que se vaya a donde mejor le parezca. A los infiernos si quiere; pero que salga de mi jurisdicción. ¿Entendieron?

–                     Así lo haremos.

El centurión les da la espalda, que resplandece con la coraza que trae puesta. Ondea su manto de púrpura. Y se va sin siquiera mirar a Jesús.

Los soldados comentan:

–                     ¿Podrán amarnos a nosotros sí odian a ese que no les hace ningún mal?

–                     No solo eso. Hasta les hace milagros.

–                     ¡Por Hércules! ¿Quién fue el que dijo que teníamos que vigilarlo?…

–                     Cayo.

–                     ¡El celoso! Por su culpa hemos perdido la comida…

El triario va a donde está Jesús y lo mira sin saber que decirle. Jesús le sonríe para darle ánimos. El soldado no sabe qué hacer.

Pero se acerca y Jesús le dice señalando sus cicatrices:

–                     Eres un héroe y un soldado fiel.

Aquila se pone colorado por la alabanza.

–                     Has sufrido mucho por amor a tu patria y a tu emperador. ¿No quisieras sufrir algo por una patria mayor: el Cielo? ¿por un emperador eterno, que es Dios?

El soldado mueve la cabeza afirmando y responde:

–                     Soy un pobre pagano. Llegaría yo al atardecer. ¿Pero quién me va a instruir? Lo estás viendo. Te arrojan fuera. Y esto sí que son heridas que hacen mal. ¡No las mías! Por lo menos yo también herí a mis enemigos. ¿Pero Tú a quién hieres? ¿Qué das?…

–                     Perdón, soldado. Perdón y amor.

–                     Tengo razón. ¡Es necio que sospechen de Tí! ¡Adiós Galileo!

–                     ¡Adiós romano!

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

96.- EL LEÓN Y EL CORDERO

Jesús está sobre la cima de un monte. Tiene su rostro enflaquecido y pálido. Con una tristeza que deja ver su intenso sufrimiento. Desde el punto donde está, observa tres caminos que convergen en el que va al poblado más cercano. Tiene los cabellos despeinados y conservan el recuerdo de donde estuvieron; pues hojitas secas y pedacitos de ramas, se adhirieron a él.

¡Cuánto habrá padecido! Se ve que ha sufrido más, que cuando ayunó en el desierto. Entonces estaba pálido, pero era todavía joven y se veía muy gallardo. Ahora tiene la barba más larga de lo acostumbrado. Y se le ve enjuto; como si sus fuerzas físicas y morales,  se le hubieran acabado. Su mirada es muy triste… Con una tristeza dulce y severa al mismo tiempo. Su vestido… y el manto llenos de polvo, arrugados. Denuncian  que estuvo en un lugar donde no encontró ninguna comodidad.

Jesús mira…

El sol de mediodía le brinda su calor. de pronto, su Rostro se ilumina con una sonrisa, al ver a sus queridos apóstoles, que suben hacia el poblado. Y exclama lleno de alegría:

–                     ¡Ahí están los míos!

Y rápido baja por la vereda, al encuentro de sus discípulos. Lleno de alegría, en medio de la primavera que se asoma.

Ellos escuchan su grito. Y lo ven en un claro del bosque, iluminado por el sol y con los brazos extendidos. Prontos para abrazarlos.

Un grito repercute:

–                     ¡¡El Maestro!!

Y todos corren como pueden. Y tanta es la alegría que los embarga, que el peso de las alforjas les parece ligero. Los primeros en llegar son los más jóvenes y más ágiles: los dos hijos de Alfeo, acostumbrados a caminar entre las colinas.

Luego Juan y Andrés que corren como dos cervatillos, con una sonrisa de felicidad en su rostro. Y caen a los pies de Jesús, llenos de amor y de reverencia.

Enseguida llega Santiago de Zebedeo y casi al mismo tiempo, los tres menos acostumbrados a correr por los montes: Mateo, Zelote y finalmente Pedro.

Saludos llenos de júbilo y de amor se entrecruzan en el regreso  de los ocho apóstoles, que caen a sus pies llenos de reverencia. Felices, besan los vestidos y las manos del Maestro…

Cuando Pedro ve lo delgado de su rostro, de un brinco se pone de pie y grita:

–                     ¡Maestro! ¿Qué es lo que te ha pasado?

Jesús contesta:

–                     Nada, amigo.

–                     ¡No es posible! ¡O has estado enfermo o te han perseguido! Tengo buenos ojos…

–                     También yo. Y veo que has adelgazado y envejecido. ¿Por qué?…

–                     Sufrí. Y no lo niego. ¿Crees que haya sido una cosa alegre haber visto tanto dolor?

–                     ¡Tú lo has dicho! También Yo he sufrido por el mismo motivo…

Compadecido y cariñoso, Judas Tadeo pregunta:

–                     Jesús… ¿Sólo por esto?

–                     Así es, hermano mío. Por el dolor que experimenté por tener que enviarlos…

–                     Y por el dolor que tuviste al verte obligado por…

–                     ¡Por favor! ¡Silencio!… Prefiero el silencio sobre mi herida, que cualquier palabra que quiera consolarme. Diciendo que he sufrido… Por otra parte, he sufrido por muchas cosas. No solo por esa.

Jesús dice esto con un poco de severidad y los apóstoles no replican.

Después Pedro pregunta:

–                     ¿Dónde has estado Maestro? ¿Qué has hecho?

–                     Estuve en una gruta. Orando. Meditando. Fortificando mi espíritu, para conseguir fuerzas para vosotros, en vuestra misión. Para Juan y Síntica en su sufrimiento.

–                     ¿En dónde?… ¿Sin vestidos y sin dinero?

–                     En una gruta, no necesitaba nada. ¿Tenéis algo que comer?

–                     Sí. Presentía que te íbamos a encontrar con mucha hambre y compré algo en el camino. Traigo pan y carne frita. Leche, queso y manzanas y la cantimplora llena con un excelente vino. Y huevos que espero que no se hayan roto…

–                     Entonces sentémonos aquí, bajo la sombra de esos árboles. Comamos y cuéntenme todo lo que les pasó…

Pedro abre su alforja y dice:

–                     ¡Todo está a salvo! ¡También la miel de Antigonia! – Y saca todos sus tesoros para dárselos a Jesús.

Los apóstoles también sacan de sus alforjas las provisiones que les diera Filipo. Y todos comen alegremente comentando las peripecias del viaje…

Juan pregunta:

–                     Maestro, ¿Hiciste penitencia por nosotros?

–                     Sí. Os seguí con el corazón. Sentí vuestros peligros y vuestras penas. Os ayudé como pude…

–                     ¡Ah! Yo lo sentí y les dije…

Andrés pregunta:

–                     ¿Ayunaste Señor?

Pedro contesta rápido:

–                      ¡Necesariamente! Aun cuando hubiera querido comer, ¿Cómo habría podido hacerlo en una gruta y sin dinero?

Santiago de Alfeo dice:

–                     ¡Oh! ¡Y por culpa nuestra! ¡Lo siento mucho Jesús!

–                     ¡Oh, no! ¡No os aflijáis! No fue solo por vosotros… También por muchas otras cosas. Cómo hice cuando empecé mi vida apostólica. En aquellos días los ángeles me ayudaron y ahora fuisteis vosotros. Creedme que mi alegría es doble, porque para los ángeles el servir es algo suyo; mientras que en los hombres, la cosa no es tan fácil.

Vosotros fuisteis caritativos y siendo hombres os convertisteis en ángeles; porque quisisteis ser santos contra cualquier circunstancia. Por esto hacéis que sea Yo tan feliz como Dios y como Hombre-Dios. Me dais lo que es de Dios: la Caridad. Y me dais lo que es propio del Redentor: vuestra elevación a la perfección.

Esto proviene de vosotros y para Mí es más nutritivo que cualquier otro alimento. allá en el desierto también me alimenté del Amor, después del ayuno. Y me sentí bien. También ahora. Todos hemos sufrido. Yo y vosotros. pero nuestro sufrimiento no ha sido inútil. Sé que os ha servido mejor que un año de adiestramiento. El Dolor… El reflexionar en lo que un hombre puede hacer de mal a su semejante; la compasión, la fe, la esperanza  y la caridad que ejercitasteis y solos, os ha convertido en adultos…

Pedro suspira:

–                     Por lo que a mi toca; me he hecho viejo. No volveré a ser el Simón de Jonás que era antes de ir a Antioquía. Porque he comprendido cuan dolorosa y fatigosa, dentro de su belleza; sea nuestra misión…

–                     Bueno. Estamos aquí juntos… Contad lo que os sucedió…

Pedro dice a Zelote:

–                     Habla tú Simón. sabes hacerlo mejor que yo…

Simón replica:

–                     No. Tú fuiste un buen Jefe. ¡Cuéntalo como puedas!

–                     Pero ayúdadme… –Y cuenta lo que sucedió en viaje hasta Antioquía. Luego agrega- Todos sufrían, ¿Sabes? Jamás olvidaré las palabras de los dos… – Pedro se limpia las lágrimas con el dorso de sus mano.- Me parecieron los últimos gritos de dos que se estuvieran ahogando…

Y se cubre el rostro con las manos, llorando incontenible, como si fuese un niño pequeño…

Simón Zelote, prosigue:

–                     Por un largo momento, ninguno de nosotros habló… Sentíamos que la garganta nos molestaba con el ansia de querer llorar… Y sin embargo no pudimos hacerlo, porque si alguno de nosotros hubiera empezado, todo se hubiera acabado. Tomé las riendas porque Simón de Jonás, para ocultar lo que sufría; se metió hasta el fondo de la carreta, entre las alforjas…

Salimos veloces de Antioquía y nos detuvimos en un pequeño poblado que está antes de llegar a Seleucia. Y allí nos detuvimos, porque aunque la luna iluminaba todo, no podíamos continuar porque no conocíamos el camino. Y allí pasamos el resto de la noche, entre nuestras cosas… No comimos, porque no podíamos hacerlo… Sólo pensábamos en los dos que habíamos dejado atrás…

En cuanto el alba despuntó, pasamos el puente y llegamos antes de las nueve a Seleucia. Devolvimos la carreta y el caballo al fondero. ¡Qué hombre tan bueno! Nos ayudó a escoger la nave para el regreso… Nos dijo: ‘Voy con vosotros al puerto. Allí me conocen y yo los conozco a todos.’ Encontró tres navíos que partían para estos lugares…

Pero en uno de ellos había ciertos tipos, que ninguno de nosotros hubiera querido tener cerca… Esto lo supimos porque el dueño de la nave se lo dijo al fondero. Otra era de Ascalón y no quiso hacer escala en tiro sólo por nosotros. Pidió una cantidad de dinero que ya no teníamos. La tercera era una embarcación muy pobre, que traía madera. Tenía muy poca tripulación y los hombres se veían realmente pobres. Por esta razón y porque iba a llegar a Cesárea, consintió en detenerse en Tiro, con la condición de que le pagásemos los gastos de un día y el salario para la tripulación.

Nos pareció que era algo justo. Por lo que se refiere a mí y a Mateo; ambos teníamos desconfianza, porque es la temporada de las tormentas y con lo que nos pasó en el viaje de ida… Pero Simón-Pedro dijo: “No pasará nada.”

Y todos nos subimos. Parecía como si los ángeles fueran las velas de la barca… Tan suave y ligera se deslizaba veloz, que en menos de la mitad del tiempo, finalmente llegamos a Tiro. El duño se portó tan bien, que nos ayudó a remolcar la barca que dejamos anclada hasta Ptolemaide.

Bajaron Pedro, Andrés y Juan, que son los entendidos en las maniobras marinas…  Y todo se desarrolló tan simple y tan diferente de cuando nos fuimos… Y estábamos tan contentos que le dimos más dinero de lo pactado, antes de bajar a la barca donde ya estaban todas nuestras cosas. Nos detuvimos un día en Ptolemaide y luego nos vinimos para acá… Pero nunca olvidaremos lo que sufrimos. Simón de Jonás tiene razón…

Varios dicen:

–                     ¿Teníamos razón en decir que fue el Demonio el que nos estaba obstaculizando?

Jesús responde:

–                     La teníais. Así fue. Escuchadme ahora. Vuestra misión ha terminado. Regresaremos a Yiftael para esperar a Felipe y a Nathanael. Tenemos que darnos prisa. los demás llegarán después… Entre tanto evangelizaremos aquí, en los confines de Fenicia y en la misma Fenicia. Lo que pasó, que quede sepultado para siempre en el fondo de vuestros corazones. A ninguna pregunta sobre ello se le dará respuesta…

–                     ¿Ni siquiera a Felipe y a Nathanael? Ellos saben que vinimos contigo…

–                     Esto me toca a Mí. He sufrido mucho, amigos míos y lo estáis viendo. Mis sufrimientos pagaron la tranquilidad de que ahora gozan Juan y Síntica. Procurad que no sean inútiles mis sufrimientos y no hagáis más pesada mi carga… El peso sobre mi espalda aumenta diariamente… Solamente decid a Nathanael y a Felipe que he sufrido y que no lo negué. No será necesario decir nada más…

Jesús habla como un hombre muy cansado…

Los ocho, lo miran muy afligidos y Pedro se atreve a acariciarlo en la cabeza, acercándosele para consolarlo.

Jesús levanta su cabeza y mira a su buen Simón-Pedro con una sonrisa de amorosa tristeza…

Pedro exclama:

–                     ¡Oh! ¡No puedo verte así! Me parece como si la alegría de habernos encontrado, se hubiese acabado y que no quede otra cosa más que la santidad. ¡Bueno! Vayámonos a Aczib. Allí te cambiarás de vestidos, te rasuras y te peinas… ¡Así cómo estás no es posible! ¡No puedo soportar verte en esta forma! Me pareces uno que se hubiese escapado de sus verdugos y que está casi muerto de agotamiento… Un abatido y aniquilado por completo… Te pareces a Abel de Belén de Galilea, cuando se vio libre de los que querían ajusticiarlo…

–                     Tienes razón, Pedro. El Corazón de tu Maestro se siente tan atormentado, que ya no sentirá ningún consuelo… Cada vez, será siempre más herido. Vámonos…

Juan lanza un suspiro y dice:

–                     Me desagrada mucho… Yo quería contarle a Tomás, que quiere muchísimo a tu Madre, lo de la canción y lo del ungüento.

–                     Se lo contarás algún día… Pero ahora no.  Llegará un día en que lo diréis todo. Yo Mismo os diré: ‘Id y hablad de todo lo que sabéis.’ Entretanto, procurad ver en el milagro la verdad. Esto es lo que significa el Poder de la Fe. Tanto juan cómo Síntica, hicieron que se calmara el mar; que se curara el marinero, no por sus palabras, ni por el ungüento; sino por la Fe con que invocaron el Nombre de María.

Y también porque junto a la Fe de ellos, estaba la vuestra junto con vuestra caridad. Caridad para el herido, caridad para con el cretense. A aquel le quisisteis conservar la vida y a éste, comunicarle la fe. Pero si es fácil curar los cuerpos, es muy difícil curar los corazones… No hay enfermedad más difícil que  la espiritual… –Y Jesús lanza un fuerte suspiro.

Cuando llegan a Aczib, Pedro y Mateo van a buscar alojamiento y los demás los siguen rodeando a su Maestro. El sol se hunde rápidamente en su ocaso…

Al día siguiente cuando salen de la posada, Jesús ha recuperado su apariencia limpia y ordenada que acostumbra y recupera su sencillez humilde y majestuosa, que son innatas en Él. Sus apóstoles lucen descansados, arreglados y contentos.

Pedro dice:

–                     Señor, por la noche estuve pensando… ¿Para qué ir tan lejos, hasta los confines fenicios? Déjame ir con otro. Venderé a Antonio… Me desagrada, pero no nos sirve más… Y podría llamar la atención. Iré a buscar a Felipe y a Bartolomé. puedes estar seguro de que no diré una palabra imprudente… Yo no quiero causarte pena alguna… Mientras tanto, te quedas aquí con los demás y descansas. Y también regresaremos más pronto…

Jesús responde:

–                     Es una buena idea. Puedes hacerlo. Llévate el compañero que quieras.

–                     Me llevo a Simón. Bendícenos, Señor.

Jesús los abraza diciendo:

–                     Os doy mi beso. Podéis iros. –Y los mira irse ligeros hacia la llanura.

Tadeo comenta:

–                     ¡Qué bueno es Simón de Jonás! En estos días he comprendido lo que vale; cosa que no había reflexionado antes.

Mateo confirma:

–                     También digo lo mismo. Nunca se portó soberbio, egoísta, ni duro.

Santiago de Alfeo añade:

–                     Nunca se aprovechó de su puesto de jefe. ¡Al contrario! Siempre pareció ser el último de nosotros y conservó su lugar.

Santiago de Zebedeo opina:

–                     A nosotros no nos causa ninguna admiración. Hace años que lo conocemos. Es muy fogoso y todo corazón. ¡Y además justo!

Andrés explica:

–                     Mi hermano es bueno, aunque un poco áspero. Desde que está con Jesús se ha hecho mejor. Mi carácter es diferente del suyo y por eso a veces se ponía de mal humor. La razón era que comprendía que me desagradaba su manera de ser. Lo hacía por mi bien. Cuando se lo comprende, cualquiera puede ser su amigo.

Juan agrega:

–                     En estos días nos hemos comprendido todos y hemos sido un solo corazón.

Santiago de Alfeo monologa:

–                     Lo mismo noté yo. Durante toda la luna y aún en los momentos agitados, nunca nos pusimos de mal humor. Mientras que otras veces… No sé por qué…

Tadeo replica:

–                     ¿Por qué? Es muy fácil de comprenderse. Nuestras intenciones fueron rectas. Tal vez no fueron perfectas. Por eso aceptamos lo bueno que alguien proponía o nos apartamos de lo que podía ser malo. ¿Por qué? ¿Es fácil decirlo!: Porque los ocho teníamos un solo pensamiento: Hacer las cosas de modo que Jesús estuviera contento con ellas. Y esa es la razón.

Andrés dice:

–                     Es verdad. No creo que los demás piensen de manera diferente.

–                     No. Claro que Felipe, no. Ni Bartolomé; aunque esté ya viejo y sea muy Israel… tampoco Tomás, aun cuando es muy humano…

Jesús lo mira con una advertencia y aunque Tadeo trata de refrenarse:

–                     ¡Jesús! ¡Tienes razón! ¡Perdóname! –finalmente sus palabras brotan con gran energía.- Pero si supieses lo que significa para mí el verte sufrir. ¡Y por causa de ése! Soy tu discípulo igual que todos los demás; pero ante todo, soy tu pariente y amigo… ¡Y la ardiente sangre de Alfeo bulle en mí! Jesús no me mires con esos ojos duros y tristes al mismo tiempo. Tú eres el Cordero y yo… Yo soy el león…

Tadeo mira fijamente a Jesús y continúa implacable- ¡Bien sabes lo que me esfuerzo para no dar el zarpazo, contra las redes de calumnias que te envuelven! ¡Y no destruir el parapeto detrás del cual se oculta el verdadero enemigo! Me gustaría ver su apariencia espiritual a la que puedo darle un nombre… Conocerlo verdaderamente… Tal vez cometo una calumnia al hablar así… Pero si lograra conocerlo lo mejor posible, le pondría una señal y le quitaría para siempre las ganas de dañarte…

Santiago de Zebedeo interviene:

–                     Tendrías que poner de un lado a la mitad de Israel. Jesús continuará siendo el mismo. Tú mismo has visto que nadie puede oponérsele. ¿Qué hacemos ahora Maestro? ¿Has predicado aquí?

–                     No. Ayer llegué a estos lugares y dormí en la selva.

–                     ¿No quisieron darte hospedaje?

–                     No tenían ganas de aceptar a un peregrino. Y cómo no tenía dinero.

–                     ¡Tienen corazón de piedra! ¿Qué podían temer de Ti?

–                     Que fuese un ladrón… Pero no importa. El Padre que está en los Cielos hizo que encontrase una cabra perdida. venid que os la voy a enseñar. Está allá en lo tupido con su cabrito. No huyó cuando me le acerqué y me dejó ordeñarla… Dormí cerca de ella, con el cabrito sobre mi  pecho… ¡Dios es bueno con su Verbo!

Llegan hasta un lugar tupido de vegetación y espinoso. Junto a una vieja encina, está pastando la cabra con su cabrito y al ver a la gente se pone a la defensiva. Pero al reconocer a Jesús, se tranquiliza. Le arrojan unos pedazos de pan y se van.

Jesús dice:

–                      Allí dormí y allí me hubiera estado si no hubierais llegado. De veras que tenía mucha hambre. El motivo del ayuno había terminado… No era necesario seguir insistiendo en cosas que no pueden cambiarse…

Nuevamente la tristeza invade a Jesús. Y los seis se miran entre sí, pero no hacen ninguna pregunta.

Cuando regresan al camino, Tadeo pregunta:

–                     ¿A dónde vamos ahora?

Jesús contesta:

–                     Por ahora nos quedamos aquí. Mañana bajaremos a predicar por el camino a Ptolemaide y luego iremos hacia los confines de Fenicia, para regresar aquí el día anterior al Sábado.

Y caminando lentamente y conversando, se van hacia el poblado…

Al día siguiente…

Los romanos son excelentes ingenieros y buenos constructores… El camino que viene de Fenicia a Ptolemaide es muy cómodo; pasa derecho entre la llanura, el mar y los montes. En los cruces hay casas que tienen pozos y herrerías. Jesús y los suyos se detienen cerca de un puente y junto a una casa donde están terminando de poner herraduras a los caballos de un carro militar romano.

Cuando los soldados se despiden se oyen sus gritos:

–           ¡Salve Tito! ¡Qué la pases bien!

Mateo comenta:

–           Los herreros a lo largo del camino, casi todos son romanos. Soldados que se han quedado después de su servicio. ¡Y que ganan bastante bien! Jamás encuentran obstáculos para curar a los animales… Un asno o un caballo, pueden perder su herradura cuando el sol ya se pone y es sábado, o cuando son las Encenias… ¡Y ellos siguen trabajando como si nada!

Juan dice:

–           El que le puso las herraduras a Antonio, está casado con una hebrea.

Santiago de Zebedeo observa punzante:

–           Hay más mujeres necias que inteligentes.

Andrés pregunta:

–           ¿Y de quién son los hijos? ¿De Dios o del paganismo?

Mateo contesta:

–           Generalmente son del que es más fuerte. Si la mujer no es una apóstata, los hijos son hebreos, porque ellos no se preocupan más que de amarlos. No son demasiado fanáticos, ni siquiera cuando se trata de su Olimpo. Creo que lo único que les importa es ganar dinero y están llenos de hijos.

Tadeo objeta:

–           Y con todo, esos hombres son dignos de desprecio. sin fe, sin patria y odiados por todos los que han sometido…

–           Te equivocas. Roma no los desprecia. Más bien los ayuda. Son más útiles así, que cuando llevan las armas. Entran en nosotros corrompiéndonos más con su maldad que con la violencia. Quien sufre más, son la primera generación. luego se desparraman y el mundo olvida…

Jesús, que había estado callado escuchando; interviene:

–           Tienes razón. Son los hijos los que sufren. Pero también las mujeres hebreas casadas con ellos. Sufren por sí y por sus hijos. Les tengo mucha compasión. Todos los desprecian y nadie les habla de Dios. Pero esto ya no sucederá más adelante. No existirán más estas separaciones de hombres y de naciones; porque las almas estarán unidas en una sola patria: la mía.

Juan exclama:

–           ¡Pero para entonces habrán muerto!…

–           No. Se habrán acogido a mi Nombre. No habrá más romanos, libios o griegos. iberos, galos, egipcios o hebreos; sino almas de Jesús. ¡Ay de aquellos que traten de hacer distinciones entre las almas, considerando los hombres inferiores o superiores; basándose tan solo en el lugar en que nacieron! Yo las quiero igualmente a todas, por las que he sufrido y sufriré. el que obrare así, demostrará que no ha comprendido la caridad, que es universal…

Los apóstoles comprenden la velada reprensión y bajan la cabeza…

Los golpes sobre el yunque van cesando poco a poco. Los golpes sobre la pezuña del asno van terminando y Jesús aprovecha para levantar su maravillosa voz… Parece como si continuara hablando a los discípulos, pero en realidad se dirige a todos los que pueden escucharlo…

Jesús habla un largo y minucioso discurso sobre la Paternidad Amorosa de Dios y la igualdad de todos los seres humanos. De cómo no se cambia la sangre de un hijo por su comportamiento o su paganismo. Y se extiende ampliamente sobre la Ley del Amor…

Todos sus admirados oyentes están absortos escuchándolo y cuando termina los múltiples comentarios se cruzan:

–           ¿Quién es ese?

–           ¿Quién es?

–           Un Rabbí.

–           Un Rabbí de Israel.

–           ¿Por estas partes? ¿En los confines de la fenicia?

–           ¡Es la primera vez que esto se ve?

–           ¡Qué Palabras!

–           Y sin embargo lo estás viendo. Aser me dijo que lo llaman el Santo.

–           ¡Entonces se refugia entre nosotros, porque allá lo persiguen!

–           ¡Oh! ¡Esas víboras!

–           ¡Qué bueno que vino entre nosotros!

–           Obrará muchos milagros…

Y mientras ellos hablan de este modo, Jesús se aleja por una vereda que atraviesa los campos y que a través de la campiña sigue por la llanura hasta las colinas del litoral…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

95.- TESTIMONIO APOSTOLICO

El sábado en la casona de Antioquía, se han reunido toda la familia de Filipo y los siervos; junto con todos los habitantes de Antigonia, Síntica y Juan de Endor.

Filipo ha pedido a los apóstoles que antes de irse les dirijan el Mensaje del Maestro de Nazareth y el primero que empieza a hablar es Pedro:

–           Me dijisteis que en la Pascua oísteis que algunos hablaban con fe y otros con desprecio de Maestro. Y también me dijisteis que por la gran fidelidad que sentís por la casa de Lázaro pudisteis resistir a la mala impresión que os trataron de causar los grandes de Israel.

Pero ser docto, no quiere decir ser santo, ni poseer la verdad. Y la Verdad es ésta: Jesús de Nazareth es el Mesías Prometido. El Salvador de quién hablan los Profetas, el último de los cuales duerme en el seno de Abraham, después del glorioso martirio que sufrió por causa de la justicia. Juan Bautista dijo y aquí hay algunos que lo oyeron: “He aquí al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”

Entre los más humildes, como los que están aquí presentes y que oyeron sus palabras, creyeron en ellas; porque la humildad sirve para llegar a la Fe. Pero difícilmente los soberbios son capaces de desprenderse de los fardos que cargan y aunque oigan, no escuchan y aunque vean, no reconocen. Dios siempre premia el saber creer, aun contra todas las apariencias. Os exhorto pues a ser humildes y a tener un fe pronta, para que forméis parte del ejército del Señor que conquistaréis el Reino de los Cielos…

Pedro hace una señal a Simón Zelote y éste continúa:

–           No hemos venido aquí a juzgar a Jerusalén; nos lo prohíbe la caridad, que es la virtud principal. No miremos los corazones de los demás; sino el nuestro y llenémoslo de esa fe de la que habló Simón Pedro. Y vistámonos de fiesta, porque en el Mesías está consumada nuestra esperanza. El Mesías, el Santo de Dios está verdaderamente entre nosotros, para que nuestras tierras y nuestros valles canten un hosanna al Hijo de David, al Altísimo que ha enviado a su Verbo, como lo había prometido a los patriarcas y a los profetas.

Yo que os hablo era un leproso condenado a morir en una muerte cruel; rodeado por la soledad, cual si fuera una fiera.  Alguien me dijo: “Ve al Rabbi de Nazareth y te curarás”  Tuve fe y fui. Me curé no solo en el cuerpo, sino tambien en el corazón. De este modo, no me veo más separado de los hombres y al no odiar, tampoco de Dios.

De proscrito, rebelde y enfermo; me convertí en siervo del Mesías con un corazón nuevo. Me llamó a la misión de ir entre los hombres, para que los amara en su Nombre y para que los instruyese en lo único que es necesario saber: Que Jesús de Nazareth es el Salvador y que son bienaventurados los que crean en Él.

Zelote voltea y mira a Santiago de Alfeo y éste prosigue:

–           Soy pariente del Nazareno. Mi padre y el suyo fueron hermanos carnales. Pero no puedo llamarme hermano, sino siervo; porque la paternidad de José el hermano de mi padre, fue una paternidad espiritual nacida del corazón.

Y os digo que en verdad, el Verdadero Padre de Jesús nuestro Maestro, es el Altísimo a quién adoramos.

Él ha querido que su divinidad una y trina, se encarnase en la Segunda Persona y viniera a la Tierra a encarnarse en el seno purísimo de la Virgen de Israel; permaneciendo siempre unida a los que viven en el Cielo.

Porque Dios, el Infinitamente Poderoso puede hacerlo y lo hace por el amor que tiene para sus creaturas.

Jesús de Nazareth es nuestro hermano, porque nació de una mujer y es como uno de nosotros. Es nuestro Maestro, porque es el sabio por excelencia. Es la Palabra misma de Dios que ha venido a hablarnos, para que pertenezcamos a Dios. Es nuestro Dios, siendo una sola cosa con el Padre y el Espíritu Santo con quienes siempre está unido por el Amor, por el Poder y por la Naturaleza Divina.

Estas cosas que el Justo José  que fue mi pariente pudo conocer, sean vuestra herencia. Cuando el mundo trate de arrebatárselos al decir que “Es un hombre cualquiera”, contestad: ‘¡No! Es Dios el Hijo de Dios. Es el Retoño del tronco de Jesé.

Es la Estrella de Jacob.  Es la Vara que se yergue en Israel. Es el Dominador.”  No permitáis que os hagan cambiar de opinión. Esto es la fe.

Santiago mira a Andrés y con un gesto le cede la palabra.

El siempre tímido Andrés parece convertirse en un gigante, cuando su cara se ilumina y sus palabras resuenan vigorosas como una campana…

Andrés confirma y dice:

–           Efectivamente, esto es la Fe. Yo soy un pobre pescador del lago de Galilea. En las noches silenciosas cuando pescaba, monologaba así: ‘¿Cuándo vendrá? ¿Viviré todavía? Según la profecía faltan muchos años…’ Para el hombre, unas cuantas decenas de años son siglos. Y me preguntaba a mí mismo: ‘¿Cómo vendrá? ¿A dónde llegará? ¿De quién?’ Mi ignorancia humana me hacía imaginar gloria de reyes, palacios regios, cortejos, trompetas, poder y majestad.  Y me decía: ‘¿Quién podrá mirar a este gran  Rey?’ Me lo imaginaba más formidable que el Mismo Yeové en el Sinaí…

Me decía yo: “Los hebreos vieron que en el monte había truenos y relámpagos. Y no quedaron reducidos a ceniza, porque el Eterno estaba detrás de las nubes. Pero nosotros lo miraremos con nuestros ojos mortales y moriremos…”

Yo era discípulo del Bautista. Cuando no tenía que pescar, iba a verlo con otros compañeros. Era un día como éste con su luna… Las riberas del Jordán rebosaban de gente que se  estremecía bajo las palabras del Bautista.  Yo había visto a un hermoso joven, pausado que venía por un sendero. Su vestidura era sencilla y su mirada dulce. Parecía como si pidiera amor, como si lo diera. Por un instante sus ojos azules se posaron en mí y experimenté algo inaudito. Algo así, como si acariciaran mi alma. Fue como si un ángel me hubiese tocado y por un momento me sentí tan lejano de la tierra y tan diverso que dije: ¡Voy a morir! ¡Dios está llamando mi alma!

Pero no morí y me quedé extático, contemplando a aquel joven desconocido que había puesto sus ojos sobre el Bautista. Y que cuando Juan lo sintió, se volvió, corrió hacia Él. Hablaron entre sí y como la voz de Juan era un continuo retemblar, pudimos comprender lo que decía, pues deseábamos con todo el ansia saberlo.

Mi corazón me decía que no era igual que todos los demás. Entre sí se dijeron: ‘Debes bautizarme’… ‘Por ahora hagamos así. Hay que cumplir con todo lo prescrito…’

Juan había dicho antes: “Vendrá quién no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias.” Y también había dicho: “En medio de vosotros. En medio de Israel; hay alguien a quien no conocéis. Tiene en sus manos el ventilador. Limpiará su era y quemará las pajas con un fuego que jamás se apaga.”

Tenía ante mí a un bello joven del pueblo; de aspecto suave y humilde. Y con todo sentí que era Él, a Quien ni el Santo de Israel, el último Profeta, el Precursor, era digno de desatar su calzado. Pensé que Era a quién no conocíamos. Pero no sentí miedo.

Más bien, cuando Juan después del trueno terrible de Dios; después del grandísimo resplandor de la Luz en forma de una hermosa paloma, dijo: “He aquí al Cordero de Dios…” Y yo grité en medio de mi corazón que rebosaba de alegría al contemplar a ese joven de dulce y humilde aspecto: “¡CREO!” Y por esta Fe soy su siervo… Si la tuviereis, tendréis paz y consuelo…

Andrés mira a Mateo y con su mirada le dice: “¡Mateo, ahora te toca a ti proclamar las maravillas del Señor!”

Y Mateo dice:

–           Yo no puedo hablar como Andrés. Él siempre ha sido un hombre recto y yo era un pecador. Por esto mis palabras no resuenan con el tímpano de la alegría, pero sí tienen la esperanza de un Salmo.

Yo era realmente un gran pecador.  Mi vida transcurría en medio del error. La corteza de mi insensibilidad había aumentado y con ella me sentía contento. Sólo cuando algún fariseo o el sinagogo, me echaban en cara mis errores y me decían que algún día me presentaría ante el Juez Inexorable, sentía un poco de temor… Pero tornaba a decirme: “¡Qué importa! ¡Ya estoy condenado! Démosle rienda suelta a todo lo que queramos… ¡Oh, cuerpo mío!” Y cada vez me hundía más en el abismo del pecado.

Hace dos primaveras que un Desconocido llegó a Cafarnaúm. Y para mí también lo era, cómo para todos los que ignoraban su misión. Pocos lo conocían. Éstos a quienes estáis viendo y otros pocos. Me atrajo su aspecto viril y al mismo tiempo casto. Esto último fue lo que más me impresionó. Veía que era un hombre austero, pero que siempre estaba pronto a hacer caso a los niños. Algo así como las abejas que van en busca de las flores. En los juegos de los niños encontraba su placer… También me llamó la atención su poder. Hacía milagros y me dije: “Es un exorcista. Un santo”  Pero me sentía muy avergonzado ante Él… Y trataba de huir de su Presencia…

Él me buscaba. O al menos así me lo parecía. No pasó ni una vez cerca de mi banco, sin que me mirara con esa mirada dulce y en cierto punto hasta triste. Y cada vez mi conciencia se estremecía y sentía que despertaba de su sopor.

Cómo la gente alababa mucho sus palabras, tuve deseos de oírlo. Y un día me escondí detrás de la esquina de una casa y oí que hablaba de que la caridad, atrae el perdón de nuestros pecados y desde aquella tarde, en mi corazón nació el deseo de que Dios perdonara mis pecados. Yo hacía cosas en secreto… Pero Él sabía que era yo, porque Él como Dios, lo sabe todo. Otra vez, lo oí explicar el capítulo 52 de Isaías y decía que en su reino, en la Jerusalén Celestial, no habrá inmundos, ni incircuncisos del corazón. Y prometió que esta ciudad celestial, de la que habló tantas bellezas, que sentí nostalgia de ella; sería para todo el que a Él viniera.

Y la siguiente vez, su mirada ya no fue de tristeza, sino de llamamiento y de orden. Me atravesó el corazón y vi el estado de mi alma. La cauterizó. Tomó en su puño mi pobre alma enferma. La taladró con su amor que no espera… Y me encontré de repente con un alma nueva. Y fui a Él arrepentido y confiado… No esperó a que yo le dijese: ¡Señor, ten piedad!  Se me quedó mirando y me dijo: ¡Sígueme!…

Él venció a Satanás, dentro de mi corazón de pecador. Que lo sepa todo aquel que se sienta turbado dentro de su corazón. Él es el Salvador al que no hay que esquivar. Al contrario, entre más pecadores nos sintamos, tanto más hay que acudir a Él con humildad. Con arrepentimiento…

Santiago de Zebedeo, ahora es tu turno…

Santiago dice:

–           También Yo estuve con Andrés en el Jordán. Pero yo lo vi, hasta que las palabras del Bautista nos lo señalaron. Al punto creí y cuando se fue, después de su maravillosa manifestación, me quedé como quién después de haber contemplado el sol en su zenit, se le encierra dentro de una oscura cárcel. Me moría por encontrar el sol. El mundo estaba sin luz, después que apareció la Luz de Dios y se me había desaparecido.

Estaba solo entre los hombres. Cuando comía me sentía con hambre. Nada me atraía, ni dinero, ni cariños, ni trabajo. Todo me parecía vacío, opaco, oscuro sin Él. Y lloraba como el niño que ha perdido a su madre. Mi alma suplicaba: ¡Regresa, Cordero del Señor! ¡Oh, Altísimo, así como enviaste a Rafael para que guiase a Tobías, manda a tu ángel para que me lleve a encontrarle…!

Pasaron muchos días que para mí fueron como siglos… Apresaron a Juan y lo vi venir un día por el camino que viene del desierto. No lo reconocí al punto.

Simón de Jonás, ha dicho que son necesarias la fe y la humildad para reconocerlo. Simón Zelote ha confirmado la absoluta necesidad de la Fe, para reconocer en Jesús de Nazareth, al que está en el Cielo y en la Tierra. Simón Zelote tuvo necesidad de una gran fe, dado el estado miserable de su penosa enfermedad. Por eso ha afirmado que la Fe y la esperanza son indispensables, para alcanzar al hijo de Dios.

Santiago el hermano del Señor, ha mencionado el poder de la fortaleza para conservar lo que se ha encontrado. La fortaleza que impide que las asechanzas del demonio y de Satanás, aplasten nuestra fe.

Andrés ha dicho que es necesario conjugar la Fe con una santa sed de justicia, tratando de conocer y retener la verdad, defendiéndola; no por orgullo humano de ser doctos, sino por el deseo de conocer y amar a Dios. Quien se instruye en la Verdad, encuentra a Dios.

Mateo, en otro tiempo pecador. Nos ha mostrado cómo es necesario despojarse de los sentidos por un reflejo de Dios que es Pureza Infinita. Lo que más llamó la atención a Mateo, cuando todavía estaba envuelto por el pecado, fue la ‘casta virilidad’ del Desconocido que se había presentado en Cafarnaúm. Como primer paso se abstuvo de todo lo que no estaba bien. Y de este modo limpió el camino para llegar a Dios y a la resurrección de la virtud en su corazón. De la continencia, pasó a la misericordia y de ésta a la contrición. Cuando Dios le dijo: ‘Sígueme’ él dijo ‘Voy’ pero ya su corazón había dicho primero ‘Voy’ y el Salvador lo había estado llamando desde la primera vez que la virtud del Maestro llamó su atención.

Imitad para evitar el mal y encontrar el Bien. Por mi parte les digo que cuanto más el hombre se esfuerza en vivir para el espíritu, se prepara mejor para reconocer al Señor; para lo cual la vida angelical sirve muchísimo.

Entre nosotros los discípulos, Juan fue el que lo reconoció inmediatamente, pese a la ausencia y por la virtud con la que se encuentra dotado. Aun cuando Jesús había hecho una gran penitencia y su rostro estaba demacrado, lo reconoció mejor que Andrés. Por lo cual yo os digo: ‘Sed castos, para que podáis reconocerlo’

Santiago mira a Judas Tadeo y el apóstol sonríe…

Tadeo prosigue:

–           Sí. Sed castos para poder reconocerlo; pero también para poderlo conservar en vosotros con su sabiduría y con su amor.  Isaias dijo: “No toquéis lo que es impuro… Purificaos vosotros, quienes cargáis los vasos del Señor.” En realidad cualquier alma que se hace discípulo, es semejante a un vaso lleno del Señor y el cuerpo en el que está, es cómo el que carga el vaso sagrado. Y no puede estar Dios dónde hay impureza.

Mateo dijo cómo el Señor ha dicho que nada inmundo o profano habrá en la Jerusalén Celestial. Es menester no ser inmundos acá abajo, ni alejarse de Dios; para poder entrar. Infelices los que dejan todo para la última hora en que esperan arrepentirse. No siempre tendrán tiempo de hacerlo. Así como los que ahora lo calumnian, no tendrán tiempo de crearse un corazón propio para el momento de su triunfo y no gozarán de sus frutos.

Tanto los que esperan, como los que temen ver en el Rey santo y humilde a un monarca terrenal, no estarán preparados para aquella hora. Se verán envueltos en el engaño, desilusionados por lo que se habían imaginado, pues Dios no piensa como ellos.

La humillación de ser Hombre, pesa sobre Él. Esto debemos recordarlo. Isaías dice que todos nuestros pecados pesan sobre la Persona Divina que se ha revestido de carne humana. Cuando pienso que el Verbo de Dios tiene junto a Sí, como una costra sucia, toda la miseria del Género Humano; siento una gran compasión y trato de comprender el sufrimiento que debe padecer su alma sin culpa.

Es como el asco que una persona sana sentiría al verse cubierta de todo lo sucio, de todo lo inmundo, de un leproso.

Verdaderamente que es el traspasado por nuestros pecados; el llagado con todas las concupiscencias del hombre. Su alma que vive entre nosotros, debe estremecerse ante toda la miseria que contempla. Y sin embargo Él no dice nada. No abre su boca para decir: “Me causáis asco”

La abre sólo para decir: “Venid a Mí, para que os quite vuestras culpas” Es el Salvador. Llevado de su infinita bondad ha querido ocultar su belleza, la que según dijo Andrés, si se hubiera aparecido tal como está en el Cielo, no habría convertido en cenizas. Más ahora se ha hecho atractiva, como la de un manso cordero, para que todos puedan acercarse a Él. Para que todos puedan salvarse.

Su estado de humillación durará hasta que cumplido su término de vivir entre los hombres pecadores, sea levantado sobre la multitud de los rescatados, en el triunfo de su santa realeza. ¡Un Dios que saborea la muerte, para salvarnos a la vida!

Que estas consideraciones os ayuden a amarlo sobre todas las cosas. Él es el Santo, puedo afirmarlo como Santiago también, pues crecimos junto con Él. Y afirmo que estaré siempre pronto a dar mi vida por proclamar esta fe, para que los hombres crean en Él y tengan la vida eterna.

Juan de Zebedeo, sólo faltas tú. Te toca hablar…

El joven Juan. El discípulo predilecto de Jesús, toma la palabra y dice:

–           ¡Qué bellos son sobre los montes, los pies del mensajero que anuncia la felicidad y predica la salud! Del que dice a Sión: “Reinará tu Dios”

Hace dos años que estos pies caminan incansables por los montes de Israel llamando a sus ovejas para que formen la grey de Dios, confortando, sanando, perdonando, dando paz… Su Paz.

En verdad que me quedo asombrado de que los collados no revienten de alegría y cómo las aguas de nuestra patria no se estremezcan, al sentir la caricia de sus pies. Pero lo que más me asombra es el ver que no griten de alegría los corazones y que llevados por el júbilo no canten: ¡Sea Alabado el Señor! ¡El Esperado ha llegado! ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor! El que derrama Gracias y bendiciones, paz y salud. Y llama a su Reino abriendo el camino, derramando amor con sus acciones, con su palabra, con su mirada, con su aliento.

¿Qué le pasa a este mundo para que esté ciego a la Luz que vive entre nosotros? ¿Qué lastres impiden a las almas que no vean esta Luz? ¿Qué montañas de pecado tiene sobre sí, para que esté tan oprimido, aplastado, ciego, encadenado, paralizado,  de modo que queda inerte el Salvador?

¿Qué cosa es el Salvador?  Es la Luz fundida con el Amor. Mis hermanos han alabado al Señor.  Han traído a la memoria sus obras, han señalado las virtudes para poder llegar a Él.

Yo os digo: Amad. No hay virtud mayor, ni más semejante a su Naturaleza.  Si amáis podréis practicar todas las virtudes sin fatiga; comenzando por la castidad. No será gravoso ser castos, porque amando a Jesús, a ningún otro ser amaréis inmoderadamente. Seréis humildes porque veréis en Él sus infinitas perfecciones. Creeréis, porque siempre se le cree al ser amado y sentiréis el dolor que salva: el arrepentimiento por los dolores causados y que Él no merecía. Y seréis fuertes. ¡Oh, sí! ¡El que está unido con Jesús es fuerte contra cualquier cosa! Os veréis llenos de Esperanza, porque no dudaréis de su Corazón que os ama, como sólo Él lo hace. Seréis sabios.

Amadle a Él, que anuncia la verdadera felicidad, que predica la salvación y que es incansable en reunir a sus ovejas, por sus senderos llenos de paz.

Existe su Reino que no es de este mundo, como en realidad existe Dios. Dejad cualquier camino que no sea el suyo y caminad hacia la Luz. No seáis como el mundo que no quiere verla. Que no quiere reconocerla y la rechaza. Dirigíos a vuestro Padre que es el Padre de las Luces; que es Luz ilimitada, por medio de su Hijo que es la Luz del mundo; para que podáis saber lo que es Dios en el abrazo del Paráclito, que es el brillar de luces en una sola beatitud de Amor, que une los Tres en Uno.

¡Oh, Infinito océano de Amor en donde la tempestad no existe y dónde no hay Tinieblas! ¡Acógenos! ¡A todos! ¡Tanto a los inocentes como a los que se han convertido! ¡En tu Paz! ¡Por toda la eternidad! ¡Para la gloria eterna de nuestro Señor Jesús, Salvador que ama al hombre, hasta el sublime aniquilamiento de Sí Mismo!

Juan, con los brazos abiertos,  entrega a Dios a todas las ovejas que lo están escuchando…

Después de un prolongado silencio, donde los oyentes han quedado arrebatados junto con Juan que subiendo en las alas del Amor llevó su apasionamiento en la Oración…

Filipo pregunta:

–           ¿Y Juan el Pedagogo, no va a hablar?

Pedro contesta:

–           Os hablará siempre, cuando nosotros ya no estemos. Dejadlo que goce de su paz. Y dejadnos a nosotros, unos minutos para despedirnos de él…

Salen todos los demás y vuelven a quedar solos los diez… Reina un profundo silencio y todos están pálidos. Los apóstoles, porque saben lo que va a suceder y los discípulos porque lo presienten.

Pedro dice:

–           Oremos… –Recita despacio el Pater Noster y luego pone las manos sobre las dos cabezas inclinadas de Síntica y Juan de Endor. Y agrega- Ha llegado el momento de despedirnos, hijos… ¿Qué queréis que diga al Señor en vuestro nombre? Pues Él estará ansioso de saber cómo os encontráis…

Síntica cae de rodillas, cubriéndose la cara con las manos y Juan de Endor la imita.

Pedro los acaricia y se muerde los labios intentando contenerse para no llorar…

Juan levanta su cara destrozada por un dolor desgarrador y dice sollozando:

–           Comunicarás al Maestro que hacemos su Voluntad…

Y Síntica agrega:

–           Y que nos ayude a realizarla hasta el final…

El llanto les impide decir nada más.

Pedro dice:

–           Está bien. Démonos el beso de despedida. Este momento tenía que llegar… –Pedro no dice nada más, porque brota el llanto incontenible…

Síntica suplica:

–           Bendícenos.

–           No. Yo no. Mejor uno de los hermanos de Jesús.

–           No. Tú eres el jefe. Los bendeciremos dándoles el beso.

Tadeo se arrodilla y dice:

–           Bendícenos a todos.  Tanto a los que partimos, como a los que se quedan.

Y los demás apóstoles también se arrodillan.

Pedro tiene la voz ronca por el llanto  y pronuncia la Bendición Mosaica sobre todos los arrodillados. Luego se inclina y besa en la frente a Síntica, como si fuese su hermana. Levanta y abraza y besa a Juan de Endor y sale de la habitación mientras los demás se despiden de los discípulos que se quedan…

Afuera, ya los está esperando el carro.

Y Filipo los acompaña y los despide.

Dice a Pedro:

–           Comunicarás al patrón que no se preocupe por los dos recomendados.

Berenice la esposa de Filipo, en voz baja dice a Zelote:

–           Dile a María que me ha parecido sentir la paz de Euqueria desde que se hizo discípula. –Y añade en voz alta- Decid al Maestro, a María y a todos que los amamos…

Y se cruzan los saludos:

–           ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Oh, no los veremos más! ¡Adiós hermanos! ¡Adiós!…

La carreta parte veloz y en el pavimento se oyen los cascos del caballo. Los dos discípulos corren hacia el camino. Pero la carreta ha dado la vuelta en la curva y ya no la ven… Ha desaparecido…

Dos gritos angustiados se cruzan en los dos que se miran con los ojos llenos de lágrimas:

–           ¡Síntica!

–           ¡Juan!

–           ¡Estamos solos!

¡Dios está con nosotros!… Ven pobre Juan.  El sol desciende y te puede hacer daño permanecer afuera. Ven. El viento está muy frío…

–           El sol se me ha ocultado para siempre… Sólo en el Cielo volverá a levantarse…

Síntica lo abraza estrechamente, como si fuera una mamá amorosa. Entran a la sala donde estaban antes. Se sientan junto a una mesa y lloran con un llanto desgarrado y desconsolador…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

 

 

 

94.- PEDAGOGOS DE ANTIGONIA

Al amanecer del día siguiente, el sol ilumina la belleza de Antioquía, que se despierta alegre y entusiasta en todos sus habitantes.  Los diez ya están listos para continuar su viaje…

Y el fondero dice a Pedro:

–           En el mercado podréis encontrar alguna carreta; pero si queréis la mía, os la doy en recuerdo de Teófilo. Lo que soy y lo que tengo ahora, se lo debo a él. Me defendió, porque era un hombre de corazón recto y hay cosas que no pueden olvidarse.

Pedro contesta:

–           Sucede que por varios días tendríamos que usar tu carro… Y ¿Quién lo va a guiar? Apenas si puedo arrear una carreta tirada por un asno… ¡Pero caballos!

–           ¡Es lo mismo, hombre! No te voy a dar un potranco indómito, sino un sesudo caballo de tiro, bueno y manso como un cordero.  Así llegaréis pronto y sin fatigaros. Si partís después del desayuno, a eso de las tres de la tarde estaréis en Antioquía.  Tanto más que el caballo conoce el camino muy bien.

Cuando ya no lo necesites, me lo devuelves y no te cobraré nada; pues yo estoy muy agradecido con el hijo de Teófilo, al que le dirás lo mucho que lo recuerdo y que todavía me considero siervo suyo…

–           Bueno. Está bien. Acepto.

–           Te la presto con mucho gusto. Espérame. Voy a preparar la carreta.

El fondero se va y Pedro desahoga sus más íntimos pensamientos:

–           ¡Qué doloroso es todo esto! ¡Qué doloroso! Cómo quisiera encontrar la manera de aliviar tanto sufrimiento…  Pero en cuanto consiga saber quién es la causa de todo este dolor, dejo de llamarme Simón de Jonás si no le retuerzo el pescuezo… Bien. No lo mataré, Pero le haré pagar todo el sufrimiento que está causando al arrebatarles la vida a estos pobrecitos…

Santiago de Alfeo objeta:

–           Estoy de acuerdo contigo. Es un gran dolor; pero Jesús dice que se deben perdonar las ofensas…

–           Si me las hubieran hecho a mí las tendría que perdonar y podría. Estoy sano y soy fuerte. Si alguien me ofende, tengo fuerzas para reaccionar, aun al dolor. Pero ¡Ese pobrecito de Juan! No. No puedo perdonar la ofensa que le hicieron a él; a quién ha redimido el Señor. A él que va muriendo, presa de tanta aflicción…

Andrés dice con mucha tristeza:

–           Yo me pongo a pensar en la hora en que lo tendremos que dejar…

Mateo confirma:

–           Igual yo. Es algo que no se me quita de la cabeza y aumenta conforme se acerca el momento…

Pedro decide:

–           Hagámoslo lo más pronto posible.

Zelote dice calmado:

–           No, Simón. Perdona si te digo que estás equivocado. Tu amor por el prójimo se está desviando y esto no debe suceder. –Le pone una mano sobre la espalda.

–           ¿Por qué me dices eso, Simón? Tú eres culto y eres bueno. Muéstrame dónde estoy equivocado y si logro ver mi error, te daré la razón.

–           Tu amor se está desviando porque se está convirtiendo en egoísmo.

–           ¿Cómo? ¿Me duele la suerte de ellos y soy egoísta?

–           sí, hermano. Porque por exceso de amor.- Y todo exceso es un desorden que lleva al pecado y es algo despreciable-  No quieres sufrir tú, por no ver sufrir… Y esto es egoísmo…

Pedro inclina la cabeza y reconoce:

–           ¡Es verdad! ¡Tienes razón! Te agradezco que me lo hayas advertido. Está bien, no tendré prisa. ¿Y qué hacemos?

Propongo algo. Vamos con ellos hasta la casa de Filipo y nos quedamos allí. Luego los acompañamos hasta Antigonia. Es un lugar bueno y muy bello… Los acompañamos y cuando se hayan adaptado, nos venimos. Será algo doloroso, pero procuraremos apoyarnos mutuamente. A menos que Jesús te haya dado otras órdenes…

–           ¡Oh, no! Él me dijo: ‘Haz bien todo, con amor. Sin negligencia y sin prisa. Y haz cómo mejor te parezca.’ Hasta ahora me parece haberlo hecho, sólo me identifiqué un poco, cuando le dije a Nicomedes que era pescador, pero si no lo hubiera hecho, no me hubiera dejado permanecer en el puente…

Tadeo trata de consolarlo:

–           No te hagas escrúpulos tontos, Simón. Son tentaciones el Demonio para quitarte la paz.

Juan el apóstol confirma:

–           ¡Oh, sí! ¡De veras que es así! Creo que está cerca de nosotros como nunca; poniéndonos obstáculos y miedos para que perdamos el valor en el obrar. –Y en voz baja concluye- Creo que ha estado tratando de arrastrarlos a la desesperación, al retenerlos en Palestina… Y ahora que escapan a sus asechanzas, se venga en nosotros… Lo siento a nuestro alrededor cual serpiente escondida entre la hierba. Desde hace meses que lo siento así… Pero ved al fondero que ya viene trayendo consigo a Juan y a Síntica. Luego os diré el resto, si os interesa…

En el patio viene una gran carreta tirada por un robusto y hermoso caballo al que guía el fondero acompañado por los dos discípulos.

Síntica pregunta:

–           ¿Ya es hora de partir?

Pedro contesta:

–           Sí. ¿Estás mejor Juan? ¿Vienes bien abrigado?

Juan de Endor dice:

–           Sí. Me envolví bien y el bálsamo me hizo sentir mucho mejor.

–           Entonces vámonos.

Despues de subir el cargamento y a Juan y a Síntica. Pedro se apresta para guiar al caballo, que en realidad es muy dócil… Y salen por el ancho portón.  Siguiendo las instrucciones recibidas del fondero, atraviesan por una hermosa plaza y toman el camino que va  a lo largo de los muros, flanqueando un canal profundo y siguiendo el curso del río que está bordeado de altísimos árboles y arbustos llenos de flores…

Síntica exclama:

–           ¡Cuantos mirtos!

Y Mateo:

–           Y laureles.

Juan de Endor declara:

–           Cerca de Antioquía hay un santuario dedicado a Apolo. Y es un bosque que tiene jardines bellísimos.

Tadeo contesta:

–           Tal vez los vientos trajeron las semillas hasta acá.

Zelote confirma:

–           Tal vez fue así. Pues es un lugar que tiene una gran variedad de bellas plantas…

Juan de Endor pregunta:

–           Tú que has estado aquí, ¿Crees que pasaremos cerca de Dafne?

–           Sí. Y veréis uno de los valles más hermosos del mundo. Haciendo a un lado el culto obsceno, que degenera en orgías sin nombres, es un valle paradisíaco. ¡Oh, cuánto bien podréis hacer aquí! Os deseo que así cómo es fértil este suelo, también  lo sean los corazones… –Zelote trata de consolar a los dos perseguidos…

Juan baja la cabeza y Síntica suspira… El caballo ha tomado su paso y Pedro no habla mirando al caballo que en realidad conoce muy bien el camino. De esta forma llegan hasta un puente, donde hay una arboleda y deciden detenerse allí, para comer y descansar. Es ya el mediodía  y ¡Qué hermoso es todo lo que les rodea!…

Pedro dice:

–           Por mi parte prefiero este lugar al mar…

Zelote dice:

–           ¡Qué tempestad!

Juan apóstol sonríe y dice:

–           El Señor rogó por nosotros. Yo lo sentí junto a nosotros, cuando orábamos en la cubierta del barco…

Varios dicen al mismo tiempo:

–           ¿Dónde estará?

–           No puedo quitarme la idea de la cabeza, de que no se llevó nada…

–           Ni vestidos, ni alforja, ni dinero, ni comida…

–           Si se moja, ¿Con qué se cambiará?

–           ¿Qué comerá?

–           ¡Es muy capaz de ayunar!…

Santiago de Alfeo dice sin vacilar:

–           Y puedes estar seguro de que lo hace por ayudarnos…

Tadeo confirma:

–           Y también por alguien más… Desde hace tiempo nuestro hermano está muy preocupado y creo que se mortifica continuamente para vencer al mundo…

Santiago de Zebedeo dice:

–           Querrás decir al demonio que está en el mundo…

–           Es lo mismo…

Andrés comenta:

–           Pero no lo logrará. Anidan en mi corazón miles de temores…

Juan de Endor comenta con amargura:

–           ¡Oh! Ahora que estemos lejos, todo mejorará…

Tadeo replica inmediatamente:

–           No te lo creas. Tú y ella no son nada en comparación de ‘los grandes errores’ que según los poderosos de Israel, ha cometido el mesías.

Juan de Endor lo mira con angustia:

–           ¿Estás seguro? En medio de mis sufrimientos, tengo tambien este dolor clavado.  El que haya sido participante de causar algún mal a Jesús porque me aceptó.  Si estuviese seguro que no es así, sufriría yo menos.

Tadeo lo mira fijamente y le pregunta:

–           ¿Me tienes confianza, Juan?

–           ¡Qué si te tengo!

–           Entonces en Nombre de Dios, bajo mi palabra te aseguro que tú no has causado ningún dolor a Jesús, salvo de haber tenido que enviarte acá, para ser su misionero. Tú nada tienes que ver con sus dolores pasados, presentes o futuros.

Después de muchos días oscuros,  una primera sonrisa ilumina el rostro macilento de Juan de Endor que dice:

–           ¡Cómo me siento aliviado! El día me parece más luminoso; más soportable mi desgracia y más tranquilo el corazón.  ¡Gracias, Judas de Alfeo! ¡Gracias!

Vuelven a subir a la carreta. Pasan el puente y retoman el camino a Antioquía que atraviesa fertilísimos campos. Pedro toma confianza al ver que puede ser un hábil auriga y que el caballo es muy dócil, bajo el mando de su rienda…

Simón Zelote extiende el brazo y señalando exclama:

–           ¡Ved allí! Ahí está Dafne con su templo y sus bosques. Y en aquella explanada está Antioquía, con sus torres y sus murallas. Entraremos por la puerta que está cerca del río. La casa de Lázaro no está lejos de allí. Las mejores propiedades fueron vendidas y esa es la única que queda. En un tiempo fue el lugar donde se quedaban los siervos y los clientes de Teófilo, con sus grandes caballerizas y graneros. Ahora vive allí Filipo. Es un buen viejo,  muy fiel a Lázaro. Os gustará mucho el lugar. Iremos juntos a Antigonia, donde vivía Euqueria con sus hijos cuando eran pequeñuelos.

Pedro pregunta:

–           La ciudad está muy fortificada, ¿Verdad?

–           así es. Sus murallas son muy altas y anchas. Tienen más de cien torres, que como gigantes se levantan sobre los muros y tienen fosos profundos que no pueden atravesarse. Ved. Ahí está la puerta por donde entraremos. Pedro, es mejor que te pares y que entres teniendo al caballo por el freno. Yo te guío porque conozco el camino…

Pasan la puerta que está custodiada por los romanos.

Juan el apóstol dice:

–           Aquí mandaron a aquel soldado Alejandro, el de la Puerta de los Peces… Jesús se pondría muy contento si lo encontráramos…

Pedro contesta:

–           Lo buscaremos. Pero por ahora date prisa…

Juan obedece y tan solo mira con atención a cada uno de los soldados romanos.  Siguen caminando y pronto llegan a una gran muralla que tiene un enorme portón….

Zelote ordena:

–           ¡Espera! Detente.

Pedro dice:

–           Simón, hazme el favor de ser tú el que hable ahora.

–           Lo haré si asi lo quieres…

Zelote llama al portón y se hace reconocer, diciendo que es un enviado de Lázaro. Entra solo y más tarde regresa con un anciano alto y majestuoso que no deja de hacer inclinaciones y que ordena a un siervo que abra el portón para que entre el carruaje y toda la comitiva apostólica.

En un extenso patio rodeado por un pórtico de columnas de mármol, la carreta se detiene. En los ángulos del patio hay enormes árboles de plátanos y otros en el centro, que protegen y dan sombra a un pozo y a un estanque en el que calman la sed los caballos.

El anciano dice al siervo:

–           Cuida del caballo y llévalo al establo.  –Y volviéndose a los recién llegados agrega- Por favor entrad y que sea bendito el Señor que me envía a sus siervos y a los amigos de mi dueño. Dad órdenes que yo vuestro siervo os escucho para obedecerlas.

Pedro se ruboriza porque el anciano se dirigió a él y ante él se inclinó. Y no sabe qué responder…

Zelote viene en su ayuda:

–           Los discípulos del Mesías de Israel, de quién te habla Lázaro de Teófilo y quienes desde hoy, estarán en tu casa para servir al Señor, sólo necesitan descanso… ¿Quisieras por favor mostrarnos, en donde podremos quedarnos?

–           ¡Oh! Siempre hay habitaciones preparadas para los peregrinos, como acostumbraba mi señora Euqueria. Venid…

Y se encaminan por un corredor que llega hasta el interior de la Casa Grande, lugar donde habita siempre la familia. Hay otro pequeño y hermoso patio, lo atraviesan y llegan hasta una escalinata que sube y llega a otra galería porticada, donde hay habitaciones a ambos lados.

El anciano se detiene y dice:

–           Aquí podréis quedaros. ¡Ojalá os brinde un buen descanso! Voy a dar órdenes para que os traigan agua y todo lo necesario para estéis cómodos. Que Dios esté con vosotros…

El hombre se va y ellos abren las habitaciones que escogen. Por la ventana aparecen las murallas y las torres de Antioquía y los hermosos jardines que rodean la casa. Allá bajo, desde el patio, por donde suben los rosales trepadores y que debido a la estación ahorita no están tan orgullosos de sus flores…

Y todos se tumban agradecidos a Dios, en unos acogedores lechos que los harán reponer sus fuerzas para ver lo que les traerá el nuevo día…

Al día siguiente después de haberse aseado todos; están reunidos, felices y descansados en el comedor, para degustar un delicioso desayuno…

Mientras sirven la leche caliente y unas tortas de miel y mantequilla, Filipo el anciano dice:

–           Mi hijo Tolmai ha venido a la ciudad a hacer sus compras de la semana. Hoy a eso de  las doce, regresará a Antigonia. El día es tibio; ¿Queréis ir con él, según deseabais?

Pedro contesta:

–           Iremos sin duda alguna. ¿Cuándo dijiste?

–           A eso de las doce. Podréis regresar mañana, si os parece. O bien, la tarde anterior al sábado, que es cuando todos los siervos hebreos o prosélitos que han abrazado la fe, llegan para las ceremonias del sábado.

–           Así haremos. Nadie impide que el lugar les sirva a éstos para evangelizar.

–           No me desagrada. Aun cuando los pierda, pues es un lugar magnífico. Podréis hacer mucho bien entre los siervos, algunos de los cuales son los que dejó el patrón Teófilo. Otros son una muestra del buen corazón de la patrona Euqueria, que los rescató de un dueño cruel. Ésta es la razón por la que no todos son israelitas; pero tampoco paganos.

Pero tampoco aseguro que todos estén circuncidados. No tengáis repugnancia de ellos… Están todavía muy lejos de la justicia de Israel. Los santos del Templo se escandalizarían de esto… Ellos que son los perfectos…

Pedro dice:

–           ¡Bueno! ¡Bueno!… Ahora podrán adelantar en sabiduría y bondad, al aspirar el aroma de los enviados del Señor… – Pedro se vuelve hacia Síntica y hacia Juan de Endor. Y agrega- ¿Habéis oído lo que tenéis que hacer?

Síntica promete:

–           Lo haremos. No desilusionaremos al Maestro.  Voy a prepararlo todo… Y consagraremos esas almas…

Juan de Endor pregunta a Filipo:

–           ¿Crees que en Antigonia puedo hacer algún bien, enseñando cómo pedagogo?

–           Y mucho. Hace tres lunas que murió el viejo Plauto y los niños gentiles no tienen escuela. Por lo que toca a los hebreos, no tienen maestro, porque todos los nuestros huyen de ese lugar, porque está muy cerca de Dafne. Y todos tenemos una gran necesidad de encontrar uno que… Bueno, que sea como Teófilo,…  Sin ser severo con los paganos… Por… Por…

Pedro concluye:

–           Esto es… Sin farisaísmo…

–           Bueno, así es… No quiero criticar… Pero tampoco vale la pena maldecir… Es mejor ayudar… Como hacia la patrona  Euqueria, que llevaba la Ley con su sonrisa y mejor que cualquier rabí…

Juan de Endor exclama entusiasmado:

–           ¡Para esto me envió el Maestro! Yo soy quien tiene todos los requisitos… ¡Oh! ¡Cumpliré su voluntad hasta el último momento de mi vida! Ahora creo que al haberme escogido para esto, es una prueba de predilección… ¡Oh, Síntica! Me siento muy feliz… ¡Creo que debemos quedarnos y anunciar la Buena Nueva del Evangelio de Jesús! Tenemos mucho trabajo aquí…

Pedro exclama aliviado:

–           ¡Señor Altísimo, te alabo, te doy gracias y te bendigo! Sufrirá todavía, pero no como antes… ¡Oh!, ¡Qué alivio!… – Luego, en pocas palabras, le explica a Filipo la razón de todo esto y de su alegría… Y agrega-  Debes saber que Juan ha sido objeto de persecución por parte de ‘Los severos de Israel’ cómo los has llamado…

Filipo sonríe y responde:

–           ¡Oh, comprendo! Un político perseguido cómo… cómo… –y mira a Zelote.

Simón confirma:

–          Sí. Cómo yo y peor todavía. Porque además de que no es de la misma raza, él es partidario del Mesías. Por esto te digo que tanto él como ella, confían en tu palabra… ¿Comprendes?

–           Lo comprendo. Procuraré ser sensato…

–           ¿Cómo los vas a presentar ante los demás?

–           Cómo a dos pedagogos que Lázaro el hijo de Teófilo recomendó para la educación de los niños y de las niñas.  He visto que Síntica trae unos bordados tan primorosos… Se hacen muchas labores en Antioquía y se venden bien; pero no son tan finas… Ayer le vi un magnífico trabajo que me recordó la maestría de mi patrona Euqueria… Y sé que muchos buscarán estas labores…

Pedro exclama jubiloso:

–           ¡Una vez más! ¡Bendito y alabado sea el Señor!

Tadeo interviene diciendo:

–           Sí. Esto nos calma el dolor que sentíamos al tener que partir…

–           ¡Cómo! ¿Tan pronto vais a partir?

–           Tenemos que hacerlo. La Tempestad nos estorbó. En los primeros días de Scebat, tenemos que estar con el Maestro. Nos está esperando.

En ese preciso momento, la mujer de Filipo lo llama y los apóstoles se retiran a la terraza a sentir un poco el sol de la mañana y hacer plan para el viaje de regreso…

Santiago de Alfeo dice a Pedro:

–           Podemos partir el día siguiente al sábado.  ¿Qué os parece?

Pedro contesta:

–           Por mi parte, ¡Ni hablar! Todos los días estoy pensando solo en Jesús y en que no tiene vestidos con qué cambiarse, pues nosotros traemos s alforja. Y lo mismo me pasa cuando voy a dormir… Tengo esta preocupación constante… Es algo que me inquieta el alma…

Andrés dice:

–           ¡Oigan! ¿Sabría esto el Maestro? Hace días que me pregunto, cómo sabía que encontraríamos al cretense. Y ¡Cómo ha proveído para que Juan y Síntica encontraran una ilusión en un trabajo que los estaba esperando precisamente a ellos! Qué cómo… cómo… En una palabra, hay cosas que no me puedo explicar…

Zelote explica:

–           Estoy convencido de que el cretense se detendrá algún tiempo en Seleucia. Tal vez Lázaro se lo dijo a Jesús y por esto se decidió que partiese sin esperar a la Pascua…

Santiago de Alfeo pregunta:

–           ¡Exacto! ¿Y cómo hará Juan para la Pascua?

Mateo responde:

–           Como todos los demás israelitas.

–           No. Sería lo mismo que entrar en la boca del lobo…

–           ¡No, hombre! ¿Quién va a encontrarlo en medio de tanta gente?

A Pedro se le escapa:

–           Iscar… –Pero se detiene- ¡Oh! ¿Pero qué he dicho?- Y se aflige y se pone colorado- No os fijéis en ello. Es una burla mía…

Tadeo le pone una mano en el hombro y con una sonrisa un poco seria le dice:

–           ¡No te preocupes! Todos pensamos lo mismo, aunque no lo digamos a nadie.  Bendigamos al Eterno que ha quitado este pensamiento de la cabeza de Juan…

Todos se quedan callados. Pero para todos, que son verdaderos israelitas, es una preocupación el pensar cómo podrá Juan de Endor celebrar la Pascua en Jerusalén  y vuelven sobre lo mismo…

Mateo dice:

–           Pienso que Jesús tomará sus providencias. Tal vez Juan no lo sepa. No tenemos más que preguntárselo…

Juan el apóstol suplica:

–           No lo hagáis. No pongamos preocupaciones y espinas en donde apenas ha vuelto la paz.

Santiago de Alfeo propone:

–           Lo mejor será preguntárselo al Maestro.

Andrés pregunta:

–           ¿Qué os parece? ¿Cuándo lo veremos?

Santiago de Zebedeo contesta:

–           ¡Oh! Si partimos al día siguiente al sábado, cuando la luna esté por desaparecer sin duda estaremos en Ptolemaide…

Tadeo dice:

–           Si encontramos la nave.

Y su hermano confirma:

–           Y si no hay tempestad…

Zelote pregunta a Pedro:

–           Por lo que se refiere a naves, siempre hay alguna que esté partiendo para Palestina. Pagando, podemos bajar en Ptolemaide, aun cuando la nave vaya a Yoppe. ¿Tenemos todavía dinero, Simón?

Pedro contesta:

–           Sí. Aunque el cretense me juró no cobrar más de lo justo, teniendo en cuenta que le debía favores a Lázaro. Sólo me falta pagar lo de la barca y el establo de Antonio. No toco el dinero de Juan y Síntica, aun cuando ya no tengamos para comer.

Haces bien. Juan está muy enfermo y cree que puede trabajar como profesor. Pero por mi parte creo que está tan enfermo, que no lo podrá hacer…

Santiago de Zebedeo dice:

–           También soy del mismo parecer. Más que hacer labores, Síntica va a tener que hacer ungüentos…

Juan dice:

–           ¡Oh! ¡Pero ese ungüento es maravilloso!… Curó al marinero griego y Síntica me dijo que lo usará para penetrar en las familias de acá…

Mateo proclama:

–           ¡Muy buena idea! Un enfermo curado significa nuevos discípulos junto con sus familiares… El ungüento de María será motivo para nuevos milagros…

Pedro exclama:

–           ¡Ah, eso no!

Andrés y los demás protestan:

–           ¿Por qué no? ¿Acaso no has visto cómo los milagros llevan al Señor?

–           ¡Sois unos tontuelos! ¡Parece que caéis de las nubes! ¿Acaso no veis lo que le hacen a Jesús? ¿Se ha convertido el corazón de Elí de Cafarnaúm, después del milagro de su nieto? ¡Doras!… (Tanto en Bien como en mal) ¿Oseas de Corozaím? ¿Melquías de Betsaida? Y perdonadme vosotros de Nazareth, ¿Acaso se convirtió vuestra ciudad con los milagros hechos y con el de vuestro sobrino, el hijo de Simón cuando fue curado?

Nadie se atreve a replicar. La verdad es muy amarga…

Después de un largo silencio, Juan dice:

–           Todavía no hemos encontrado a Alejandro, el soldado romano.  Jesús le había dicho…

Zelote responde:

–           Lo diremos a los que se quedan y hasta les servirá de acicate en la vida…

En ese momento entra Filipo diciendo:

–           Mi hijo está listo. Hizo todo pronto y prepara los regalos para los sobrinos, junto con la madre de ellos…

Pedro dice:

–           Tu nuera es buena, ¿Verdad?

–           Muy buena. Es mi consuelo, después que perdí a mi José. Es como una hija. Era la esclava de Euqueria y ella la había educado. Es una gran señora. Antes de vuestra partida, pasad al comedor para comer algo… Los demás ya lo están haciendo.

–           Iremos inmediatamente. Gracias Filipo por tu gentileza…

Más tarde llegan a Antigonia. La ciudad que está resguardada con sus hermosos jardines, de las corrientes de aire por los montes que la rodean…

Los jardines de Lázaro están al sur y se llega a ellos por una vereda que por ahora no tiene muchas flores y a cuya vera están las casitas de los jardineros. En sus umbrales se asoman las caras sonrientes de mujeres curiosas y de niños, que manifiestan la diversidad de diferentes razas y culturas.

Tolmai el nieto de Filipo, hace con su fuete una especie de señal, porque todos los moradores empiezan a salir de sus casas y siguen por el sendero a las dos carretas que avanzan hasta detenerse en una plazuela de la cual parten muchos senderos, como si fueran los rayos de una rueda hacia los diferentes campos y plantíos llenos de árboles de preciosas maderas o resinas orientales de inapreciable valor.

Verdor de aceites y aromas exquisitos, balsámicos y resinosos. Por todas partes hay colmenas, estanques de regadío y muchas palomas. Las gallinas rascan el suelo, cuidadas por algunas niñas.

Tolmai sigue haciendo chasquidos con el fuete, hasta que se reúnen todos los súbditos de aquel pequeño reino familiar. Cuando han llegado todos a la confluencia de las veredas, empieza a hablar:

–           Filipo nuestro jefe y padre de mi padre; manda y recomienda a estos santos de Israel, que han venido acá por voluntad de nuestro amo y señor, Lázaro de Bethania, ¡Qué Dios esté siempre con él y con su casa! Mucho nos quejábamos de que nos hacían falta las voces de los rabíes. Y he aquí que Dios y nuestro amo, nos han proporcionado por lo que suspiraba nuestro corazón. En Israel se ha levantado el Prometido de las Naciones. Ya lo sabíamos por las fiestas que se celebran en el Templo y en la casa de Lázaro. Pero ahora nos ha llegado verdaderamente el tiempo de la Gracia, porque el Rey de Israel ha pensado en sus pequeños siervos y ha mandado a sus ministros para traernos su mensaje.  Estos son sus discípulos y dos de ellos se van a quedar aquí entre nosotros, para enseñarnos la sabiduría con la cual aprenderemos a ir al cielo y también la necesaria para estar aquí en la tierra.

Juan, maestro y discípulo de Cristo enseñará a nuestros hijos todo lo necesario para llegar a Dios. Síntica, discípula y maestra de la aguja; enseñará la ciencia del Amor de Dios  y el arte del trabajo femenil a nuestras niñas.  Aceptadlos como una bendición del Cielo y amadlos, como los ama Lázaro y Euqueria y las hijas de Teófilo, nuestras amadas dueñas

Martha y María, discípulas de Jesús de Nazareth, el Prometido Rey de Israel.

Todo el grupo lo ha escuchado absorto, luego se escucha un murmullo y finalmente, todos se inclinan profundamente.

Tolmai hace las presentaciones:

–           Simón de Jonás, el jefe de los enviados del Señor. Simón el Cananeo, amigo de nuestro patrón. Santiago y Judas, hermanos del Señor. Santiago y Juan. Andrés y Mateo. -Y luego dirigiéndose a los apóstoles-  Ana mi mujer, de la tribu de Judá, cómo lo fue tambien, mi madre. José mi hijo, consagrado al Señor… Teoqueria, que es muy inteligente y ama a Dios como una verdadera israelita. Nicolás y Dositeo, el tercer hijo que está casado con Hermione desde hace varios años. Ven  aquí mujer…

Se acerca una joven morena con un niño en los brazos…

Tolmai dice:

–           Ésta es hija de un prosélito y de una griega. Mi hijo la conoció en Alejandroscene de Fenicia, un día que fue por negocios… Se enamoró de ella y Lázaro no se opuso. Hasta dijo: ‘Mejor así. Que no algo peor’ Y no lo es. Yo quería sangre de Israel…

La pobre Hermione, como una acusada baja la cabeza. Dositeo y Ana, madre y suegra, la miran con ojos compasivos…

Juan, aunque es el más joven; cree que hay que cambiar y trata de animar a los presentes:

–           En el reino del Señor no hay griegos, romanos o fenicios. Sino sólo los hijos de Dios. Cuando por medio de éstos dos, -Señala a Síntica y a Juan de Endor- Hayan conocido la Palabra de Dios, su corazón se abrirá a las nuevas luces. Y esta mujer, dejará de ser una extranjera, para convertirse en discípula de nuestro Señor  Jesucristo, cómo lo somos todos, inclusive yo.

Hermione levanta la cabeza y sonríe a Juan y en las caras de Dositeo y de toda la familia, se pinta una expresión de gratitud.

Tolmai continúa:

–           Y que así sea. Porque fuera de su raza, no tengo nada que reprochar mi nuera. El niño que tiene en sus brazos se llama Alfeo, en recuerdo de su abuelo que fue prosélito. Y esa pequeñuela con ojos de cielo y guedejas de ébano, es Mírtica. Tiene el nombre de la madre de Hermione. Y éste niño se llama Lázaro, es el primogénito porque así lo quiso nuestro patrón y aquel que es mi hijo, también se llama Hermas.

Y el quinto será llamado Tolmai y la sexta Anna; para decir al Señor y al mundo; que nuestro corazón se ha abierto a las nuevas ideas.

Tolmai baja la cabeza y calla.

Luego de un lapso continúa:

–           Aquí tenéis prosélitos romanos, que la caridad de Euqueria arrebató del yugo cruel y del gentilismo: Lucio, Marcelo y Solón, hijo del Elateo.

Síntica observa:

–          Ese es un nombre griego.

–          De Tesalónica. Esclavo de un siervo de Roma. – Y es notorio el desprecio con qué lo dice- Euqueria  lo aceptó junto con su padre que estaba moribundo. Eran días terribles. El padre de Solón murió pagano. Pero él se ha hecho prosélito…. Priscila, preséntate con tus hijos…

Una  mujer alta y delgada, de aspecto aquilino avanza, empujando a una niña y a un niño… La soberbia inherente a todos los seres humanos, se manifiesta en cuanto se presenta la mínima oportunidad…

Tolmai explica:

–          Esta es la mujer de Solón. Es liberta de una mujer romana que hace tiempo murió. Priscila es experta en perfumes y junto con ella, hay un buen grupo de prosélitos romanos. Tecla es la mujer de Marcelo y su único pesar es ser estéril. También ella es hija de prosélitos. Y ella  los niños lo son…  Todos estos son como colonos y aquí viven, ayudando junto con los jardineros…  Venid…

Y lleva  a los apóstoles recorriendo las extensas posesiones. Los jardineros les explican sus trabajos y sus cultivos.

Las niñas regresan a donde están las gallinas.

Y Tolmai dice:

–     Las tenemos aquí, para que se coman los gusanos, antes de que se siembre.

Juan de Endor sonríe, al ver a las gallinas y dice:

–          Se parecen a las que yo tenía en otros tiempos…

Se inclina y les echa pedazos de pan, que ha sacado de su alforja. Y lo sigue haciendo hasta que una gallina le arrebata el pedazo de pan, de sus manos.

Pedro sonríe al ver que Juan de Endor se está divirtiendo con las gallinas. Le da a Mateo un codazo y…

Juan dice:

–          Se parecen a las que yo tenía en otros tiempos.

Pedro contesta:

–     Menos mal.

Mientras Juan sigue divirtiéndose con los pollos y Síntica está hablando en griego, con Solón y Hermione.

Cuando regresan a la casa de Tolmai, éste les dice:

–           Éste es el lugar. Si queréis enseñar,  hay mucho trabajo. Quedaos aquí…

Juan de Endor suplica dulcemente a la griega, como un niño:

–           ¡Sí, Síntica! ¡Aquí!…  ¡Es mucho más hermoso! Antioquía me mata con sus recuerdos…

Síntica asiente:

–           ¡Claro que sí! ¡Cómo quieras!… Con tal de que te sientas bien y estés contento… Para mí todo es igual y nunca miro para atrás…  Sólo hacia adelante.  ¡Está bien Juan! ¡Nos quedaremos aquí!… Hay niños, flores, palomas y gallinas; para nosotros, pobres seres.  Y para nuestra alma existe la alegría de servir al Señor. – Se vuelve hacia los apóstoles y pregunta- ¿Qué os parece a vosotros?

Juan dice:

–           Pensamos como tú.

Pedro ratifica:

–           Entonces todo está decidido.

Juan de Endor, palidece:

–           ¡Oh! ¡No partáis! ¡No os veré más! ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué?…

–           No nos vamos a ir ahora.  Estaremos hasta… Hasta que estés… – Pedro no termina la frase… Y para disimular su llanto; abraza a Juan para consolarlo…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

93.- LA TEMPESTAD

En el mar Mediterráneo se levantan las olas en poderosas crestas llenas de espuma. Ya no hay neblina, ni obscuridad. Las poderosas olas se levantan y se estrellan sobre el puente de la nave, pasando de un lugar al otro y rompiéndose en una cascada, que moja todo lo que toca.

El navío sube y baja, balanceándose a merced del mar, desde el fondo hasta la punta de sus mástiles, cruje la madera golpeada por este mar embravecido. A excepción de los que tienen que gobernar la nave, no hay nadie en el puente de mando.

Las escotillas atrancadas no permiten ver lo que pasa bajo la cubierta. Pero indudablemente la mayoría de los navegantes están rezando a sus dioses favoritos, para escapar de la furia de la naturaleza desatada con todo su furor. El rugido del viento y los golpes de las olas, de un mar que parece poderoso e implacable…

Pedro saca la cabeza enmarañada por el viento que lo golpea sin piedad, mira atentamente y vuelve a cerrar, justo antes de que un torrente de agua se le eche encima. Vuelve a abrir y se asoma. Cierra rápido y logra saltar antes de que la siguiente ola lo atrape. Se ase de donde puede y contempla ese mar que es literalmente un infierno donde ruge el viento, el agua y la madera golpeada por las olas. Por todo comentario, se limita a silbar.

Nicomedes está desnudo en la cubierta, girando órdenes a diestra y siniestra.

Y cuando lo ve, le grita:

–           ¡Largo de aquí! ¡Largo! Cierra esa portezuela. Si la nave se llena de agua nos iremos a pique, hasta el fondo. Agradece que todavía no ha echado la carga al fondo… ¡Jamás había visto una tempestad igual! ¡Lárgate de aquí! ¡Te lo ordeno! No quiero hombres de tierra sobre la cubierta, en este terrible momento… Éste no es lugar para jardineros…

Y no sigue con su invectiva, porque una ola se estrella sobre el puente y cubre todo amenazando con arrastrarlos hacia el océano embravecido…

Nicomedes está amarrado con una cuerda en su cintura y grita:

–           ¿Lo has visto?

Pedro bañado como una sopa, contesta:

–           Lo estoy viendo. No sólo soy capaz de guardar jardines. Nací sobre el agua, sobre un lago de verdad… Fui pescador…

Pedro está inspirado y no muestra ninguna emoción. Hace ritmo con sus piernas cortas y encorvadas, siguiendo el movimiento del navío.

El cretense lo mira fijamente mientras se le acerca y le pregunta:

–           ¿No tienes miedo?

–           ¡Ni en sueños!

–           ¿Y los demás?

–           Tres de ellos son pescadores, cómo yo. Mejor dicho, lo fueron. Los demás a excepción del enfermo son fuertes.

–           ¿También la mujer? ¡Pon atención! ¡Fíjate! ¡Agárrate!

Una ola gigantesca se ha estrellado sobre el puente.

Pedro espera a que pase y dice:

–           ¡Qué bien me hubiera sabido esta bañada en los días calurosos! ¡Paciencia!…  ¿Decías algo sobre la mujer? Ruega… Y no estaría mal que también lo hicieras tú…. ¿Dónde nos encontramos? ¿En el canal de Chipre?…

¡Ojalá fuera así! Me acercaría a la isla en espera de la calma… Apenas estamos a la altura de la colonia Julia o Berito, si lo prefieres. Ahora viene lo peor… Aquellas son las montañas del Líbano.

–           ¿No podríamos anclar en aquella población que se ve a lo lejos?

–           el puerto es malo y tiene muchos escollos… ¡Ten cuidado!

Otro torrente y un tronco de árbol que hiere a un hombre y no lo arrastra la marejada porque es detenido por un obstáculo…

El cretense grita:

–           ¡Lo estás viendo! ¡Es muy peligroso estar aquí! ¡Vete abajo! ¡Lo estás viendo!

–           Lo veo. Pero ese hombre…

–           Si no está muerto, volverá en sí. Yo no puedo hacer nada. No puedo curarlo. Lo ves… Estoy tratando de gobernar la nave, hasta que salgamos de esto…

No cabe duda que el cretense está al tanto de todo…

Pedro le dice:

–           Dámelo. Lo curará la mujer que viene con nosotros…

¡Haz lo que quieras! ¡Pero ya lárgate a tu camarote y cierra bien!

Pedro se arrastra hasta el lugar en donde está el marino herido y tira de él por un pie. Lo ve… Silba y dice:

–           Tiene la cabeza abierta como una granada…  Aquí hace falta el Señor… ¡Oh! ¡Si estuviera Él! Señor Jesús, Maestro mío, ¿Por qué nos has dejado? –y el dolor repercute en su voz.

Se echa al herido sobre la espalda y la túnica se le mancha de sangre.  Y se dirige hacia la portezuela del camarote…

El cretense le grita:

–           ¡Es inútil todo! ¡Míralo bien! ¡Es un hombre muerto!…

Pedro, con su carga encima, no le hace caso y agarrándose fuertemente ante el embate de una nueva ola…

Pedro dice para sí mismo:

–           Eso lo veremos. – Y abriendo la portezuela grita- ¡Santiago! ¡Juan! ¡Venid aquí!

Cierra tras de sí la portezuela y con ayuda de los apóstoles baja al hombre herido.

A la pálida luz de las lámparas que se bambolean, los apóstoles preguntan:

–                     ¿Estás herido?

–                     Yo no. La sangre es de éste. Rogad para que… ¡Síntica! Ven aquí y ayúdame a curarlo. Tiene la cabeza abierta…

Síntica deja de sostener a Juan de Endor que sufre mucho y se acerca hasta la mesa en donde han puesto al herido.

La joven griega lo mira y exclama:

–                      ¡La herida es muy profunda!  Es igual a la que vi en dos esclavos a los que había golpeado su dueño y al otro, que lo había golpeado una enorme roca en Craparola. Es necesaria mucha agua para lavar la herida y detener la sangre…

Pedro grita:

–           Si solo necesitas agua, es lo que sobra en este momento. Ven Santiago y ayúdame. Con un cubo, los dos lo haremos pronto…

Van y regresan empapados.

Síntica le pone lienzos mojados, para lavar la herida en la nuca y aparece el daño infligido en el cráneo, en toda su horrorosa realidad… Desde la sien hasta la nuca, el hueso está al descubierto.

El herido abre sus ojos sin expresión y se le oye roncar… el miedo instintivo a la muerte se ha apoderado de él…

Síntica trata de consolarlo:

–           ¡Bueno! ¡Bueno! ¡Te vas a curar! – Y se lo dice en griego, porque el hombre herido habló en esta lengua.

El hombre está semiinconsciente y la mira sorprendido. Y al escuchar su lengua materna, un atisbo de sonrisa se dibuja en sus labios. Busca la mano de Síntica… En los umbrales del sufrimiento, instintivamente busca la caricia maternal de la mujer que le ha hablado con ternura…

Cuando Síntica ve que la hemorragia se detiene, dice con fe:

–           Voy a ungirlo con el ungüento de María.

Mateo está palidísimo, tanto por la sangre como por el bamboleo del barco y objeta:

–                     Eso es para los dolores reumáticos de Juan…

Síntica explica:

–                     ¡Oh, lo hizo María con sus manos! Se lo aplicaré rogando a Jesús… Rogad también vosotros. El Padre Celestial nos escuchará… Y no le puede hacer ningún mal. El aceite es medicina…

Mateo encoge los hombros y Síntica va hacia la alforja de Pedro. Saca un recipiente que parece de bronce. Lo abre y toma un poco de ungüento. Lo calienta entre sus manos y lo pone sobre un trozo de lino doblado, que pone sobre la cabeza del herido y lo recuesta sobre su manto doblado como si fuera una almohada.  Y se sienta junto a él, orando mientras el herido parece adormecerse.

La acompañan en la oración todos los demás, mientras arriba la nave, sigue siendo fuertemente atacada por el mar; que sube y baja con el vaivén de las olas.

Después de un rato, se abre la portezuela y entra un marinero…

Pedro pregunta:

–                     ¿Qué sucede?

El marino responde:

–                     Estamos en peligro. Vengo a tomar incienso y las oblaciones para un sacrificio…

–                     ¡Déjate de esas cosas!

–                     Es que Nicomedes quiere hacer un sacrificio a Venus. ¡Estamos en su mar!…

Pedro dice despacio:

–                     ¡Qué está loco como él! -Luego agrega con voz fuerte-  Vengan todos. Vayamos al puente. Tal vez podamos hacer algo… –Y mirando a Síntica agrega- ¿Tienes miedo de quedarte sola con el herido y éstos dos?

Los dos, son Mateo y Juan de Endor que están absolutamente mareados…

Y Síntica responde:

–          ¡No! No. Id si os parece…

Mientras el grupo sube por el puente, se encuentran con el cretense que está esperando el incienso desesperado.

Lleno de rabia y a gritos dice:

–          ¿Acaso no estáis viendo que sin un milagro divino, naufragamos? ¡Es la primera vez!…  ¡La primera vez desde que navego que sucede esto!

Judas de Alfeo dice en voz baja:

–          Ahora fíjate que va a decir, que somos nosotros la causa…

En realidad, el cretense grita como un aullido:

–          ¡Malditos israelitas! ¿Qué maldición pesa sobre vosotros? ¡Perros hebreos, me habéis traído la mala suerte! ¡Largo de aquí! ¡Que ahora voy a sacrificar a la Venus Naciente!…

Pedro dice:

–          No. Mejor nosotros sacrificamos…

–          ¡Largaos! ¡Sois unos paganos! ¡Sois unos demonios!  ¡Sois…!

–          ¡Oye! ¡Te juro que si nos dejas, verás el prodigio!

–          ¡No! ¡Largo!

Nicomedes enciende el incienso y lo arroja al mar como puede. Y también un líquido que ya había ofrecido en un pebetero y ante un altar, sobre la cubierta…

Pero el mar rechaza el incienso y parece enfurecerse más…  y una ola arrastra tras de sí todas las tablas donde se había erigido el altar a Afrodita y se había ofrecido el sacrificio. Y por un verdadero milagro, no arrastra también a Nicomedes…

Pedro dice:

–                     ¡Qué buena respuesta te ha dado tu diosa! Ahora nos toca a nosotros… También nosotros tenemos una Mujer Pura, hecha de espuma del mar y después… Canta Juan, el mismo canto de ayer. Nosotros te seguimos…

Nicomedes grita furioso:

–           ¡Sí, probad! Pero si el mar se enfurece más, os arrojo a todos vosotros como víctimas propiciatorias para Afrodita…

–           Está bien. Aceptamos. ¡Vamos Juan!

Juan empieza a cantar y es seguido por todos los demás… Hasta Pedro que generalmente no canta porque siente que es bastante desentonado, agrega su voz con el ritmo de los remos del día anterior.

El cretense los mira con los brazos cruzados sobre el pecho y una sonrisa entre airada e irónica.  Después que termina el canto, los apóstoles oran con los brazos abiertos. Recitan el Pater Noster, como Jesús se los enseñara y lo cantan en arameo. Continúan con unos salmos de alabanza, que entonan triunfales y con las voces a todo pulmón… Y así se alternan unos con otros, a pesar de las olas que los bañan una y otra vez…

Ellos no se agarran de nada para sostenerse. Se sienten seguros, como si una fuerza invisible los asegurara al puente…

Las olas van disminuyendo de violencia, paulatinamente y aunque no ceden totalmente, ni el viento disminuye su aullido; la furia del mar que barría el puente sí se ha calmado. Las olas continúan azotando el puente, pero cada vez con menor intensidad…

El cretense y todos sus marinos no salen del estupor…

Pedro lo mira, pero no deja de orar…

Juan sonríe y canta con más fuerza… Los otros lo secundan venciendo el fragor del océano embravecido, que poco a poco se va calmando más y más…

Finalmente Pedro pregunta:

–           ¿Tienes algo que replicar?

El cretense pregunta pasmado:

–                     ¿Qué habéis dicho? ¿Qué fórmula empleasteis?

–                     La del Dios Verdadero y la de su Esclava…  Endereza la vela y prepara todo.  Aquello que se ve allá… ¿No es una isla?

–                     Sí. Es Chipre. El mar está todavía más tranquilo en este canal…En medio de la tormenta fuimos arrojados hasta acá…  ¡Extraño! ¿Cuál es  la Estrella que adoráis y a la que estabais alabando? ¡Siempre es Venus!… O ¿No?

–                     No hay nada de Venus.  Nosotros sólo adoramos a Dios. Le cantamos a María de Nazareth, la Madre de Jesús; que es el Mesías de Israel…

–                     ¿Y qué fue lo otro? ¿Estabais cantando en hebreo? ¿No es así?

–                     No. Hablamos en nuestro dialecto: el arameo. En la lengua de nuestro lago y de nuestra patria… Pero no podemos enseñártela a ti que eres pagano.  Es algo que dijimos a Yeové y sólo los creyentes pueden saberlo… Adiós Nicomedes. Y no lamentes lo que se ha ido al fondo. Un sortilegio menos… Que no te traerá infortunio… Adiós, ¿Eh?

–                     No… Pero perdonadme… Os he insultado.

–                     ¡No te preocupes por ello…!  Son cosas de tu culto por… Venus… Vamos muchachos a donde están los demás…

Y muy feliz y contento, Pedro se dirige al camarote donde dejó a Síntica.

El cretense los sigue preguntando:

–           ¡Por favor escuchadme! ¿Ya murió el herido?

Pedro lo mira y sonríe:

–           ¡Imposible! Creo que te lo devolveremos más sano de lo que estaba… Es algo que… ¡Tal vez también lo atribuyas a nuestros sortilegios! ¿Eh?

–           ¡Oh, Perdonad! Por favor, ¡Perdonadme! Decidme dónde puedo aprenderlos, para servirme de ellos… Os pagaré…

–           Lo siento, Nicomedes. ¡Adiós! No tenemos permitido vender a los paganos las cosas sagradas… ¡Qué te vaya bien amigo! Cuando conozcas al Dios Verdadero, también sabrás el secreto de su Poder…  ¡Que Dios te bendiga con su Luz y que te vaya muy bien!

Pedro, sonriente y acompañado de todos los suyos regresa al camarote, ante un mar plácido iluminado por la luna que con sus destellos plateados ilumina todo lo que toca y también parece sonreír…

Al día siguiente, el mar y el cielo les regalan paisajes maravillosos. El crepúsculo es hermosísimo cuando llegan a la ciudad de Seleucia. La nave, con sus velas desplegadas se dirige veloz hacia la lejana ciudad.

En la cubierta, están los marinos que ya se encuentran relajados por las magníficas condiciones de la travesía y los pasajeros que ya contemplan cercana su meta; junto a un Juan de Endor que sigue flaco y pálido y tambien el marinero herido. Tiene la cabeza vendada y sonríe feliz, tanto a sus bienhechores como a sus compañeros marinos, que lo miran con asombro y lo felicitan por haber regresado al puente.

El cretense deja por unos momentos su puesto, que entrega al jefe de la tripulación mientras se acerca a saludar a su marino convaleciente…

Y dice a los apóstoles:

–                ¡Querido Demetrio! Me alegro mucho de ver que estás cada día mejor. Nunca pensé que pudieras sobrevivir al golpe del palo y al del hierro. No cabe duda que éstos,-señala a los apóstoles- Te han engendrado otra vez a la vida. Porque ya habías muerto, cuando caíste prensado bajo todas las mercancías y luego por las olas que te arrastraron y te hubieran llevado al reino de Neptuno, entre las nereidas y los tritones; cuando este hombre santo te rescató.  Y luego te han curado con sus maravillosos ungüentos… ¡Déjame ver la herida!…

El marino se suelta la venda y muestra la cicatriz. Una señal roja que va de la sien a la nunca. Nicomedes la toca con la punta de los dedos muy ligeramente y exclama asombrado:

–           ¡Hasta el hueso está soldado! ¡De veras que te ha amado la Venus marina! Y quiere verte sobre las olas del mar y caminando dichoso, sobre las playas de Grecia. Que Eros te sea propicio ahora que desembarcaremos en Seleucia y haga que olvides esta desgracia y el terror de Thanatos, en cuyos brazos estuviste ayer.

La expresión en la cara de Pedro, manifiesta claramente  lo que piensa sobre este discurso mitológico. Recargado sobre un mástil, apenas puede contenerse para replicarle a Nicomedes sobre su paganismo.

Los demás apóstoles también manifiestan claramente su desprecio y optan por voltear a mirar el mar, ignorando totalmente al cretense.

El hombre lo nota y trata de disculparse:

–           ¡Es nuestra religión! Así cómo vosotros tenéis la vuestra, nosotros creemos en la nuestra… –Y decide cambiar de tema- Venid a la proa, para que podáis admirar la ciudad que se aproxima… ¿La conocéis?

Zelote responde tajante:

–           Yo vine una vez; pero el viaje lo hice por tierra.

–           ¡Ah! ¡Entonces sabes bien que el verdadero puerto de Antioquía es Seleucia, que está junto a la desembocadura del Orontes! Y que es posible viajar por su curso en barcas pequeñas, hasta llegar a Antioquía. ¡Oh! ¡Podréis admirar todas las grandiosas obras que han hecho los romanos en Seleucia y Antioquía! Un puerto con tres dársenas, que es uno de los mejores. Tiene canales, rompeolas, diques. Cosa igual no hay en Palestina y es porque Siria es la mejor provincia del imperio…

El entusiasmo por los romanos no encuentra eco en nadie y sus palabras caen envueltas con un silencio glacial. Aún Síntica que por ser griega, siente menos desprecio que los demás, se mantiene callada y hierática, como una diosa pagana.

El cretense lo nota y dice:

–           ¡Qué queréis! ¡Hablando en plata, yo siempre gano con los romanos!…

La respuesta de Síntica es dura como un sablazo:

–           ¡Y el oro quita el filo a la espada, al honor nacional y a la libertad!

Lo ha dicho de tal manera y con un latín tan puro, que el otro se queda callado. Luego Nicomedes pregunta con timidez:

–           ¿Eres griega?

–           Lo soy. Pero tú amas a los romanos. Por eso te hablo en la lengua de tus patrones, no en la mía, la de la patria mártir.

El cretense ya no sabe qué decir. Los apóstoles están contentos por la lección dada majestuosamente por Síntica.

Después de un largo silencio pregunta a Pedro:

–           ¿Ya saben cómo ir de Seleucia a Antioquía?

Pedro contesta muy serio:

–           Con los pies.

–           Ya es tarde. Será de noche cuando desembarquemos.

–           Buscaremos una posada.

–           ¡Claro! Pero podríais dormir aquí hasta mañana…

Tadeo, que ya vio los preparativos para honrar a los dioses en cuanto lleguen al puerto, contesta rápido:

–           No es necesario. Muchas gracias por tu gentileza. Pero es mejor que descendamos. ¿Verdad Simón?

–           Así es. También nosotros tenemos que presentar nuestras plegarias… Tú a tus dioses y nosotros a nuestro Dios.

–           Haced como os plazca. Quería honrar al hijo de Teófilo y agradaros a ustedes por él.

Zelote contesta:

–           También nosotros por el Hijo de Dios, al persuadirte que sólo hay un Dios Verdadero. Pero tú eres inconmovible como una piedra.  Estamos pues, iguales.  Ojalá qué un día te encontremos y ya no seas tan cerrado…

Nicomedes encoge los hombros, con un gesto de indiferencia irónica y sólo dice:

–           Adiós.

Y se va hacia el puente de mando para tomar el timón, pues ya están muy cerca del atracadero.

Pedro dice:

–           Vamos a tomar nuestro cargamento. No veo la hora de alejarnos de este asqueroso pagano. Juan… Síntica… En cuanto bajemos con la carga, vendremos por ustedes…

Y los ocho apóstoles se van ligeros a hacer lo que han dicho.

Los dos que se quedan observan los diques y la sinfonía de silbidos con que se trasmiten las órdenes para que el navío quede a punto para el desembarco.

Juan de Endor dice muy triste:

–           Síntica, cada vez damos un paso más hacia lo desconocido. Otro paso que nos aleja del dulce pasado. Otra agonía… no creo que aguante…

Síntica está muy pálida y tambien agobiada por la tristeza, pero es siempre la mujer fuerte que da fuerzas a los que ama:

–           Es verdad, Juan. Otro golpe que destroza el corazón. Otra agonía… Pero no digas: ‘Otro paso más hacia lo desconocido’ No está bien. Conocemos nuestra misión. Jesús nos lo dijo. Y nos estamos uniendo a la Voluntad de Dios, que sólo Él sabe por qué lo está permitiendo…

Ni siquiera debemos decir: ‘Otro golpe’ Nosotros seguimos fieles a su voluntad. El golpe abate. Nosotros nos unimos.  Nos vemos libres de los placeres sensibles de nuestro amor por Él, por nuestro Maestro. Y nos reservamos las delicias suprasensibles, haciendo que nuestro amor y obligación se trasladen a un plan superior. ¿No estás convencido de ello? ¿Sí?

Juan asiente en silencio con un gesto afirmativo.

–           Entonces no debes decir ‘otra agonía’ Decir agonía significa que la muerte está cerca. Pero nosotros al llegar a un plano espiritual por nuestros propósitos, no morimos, sino que ‘vivimos’. Porque lo espiritual es eterno. Por esta razón subimos a una vida mejor, anticipo de la vida verdadera del Cielo. ¡Ea, ánimo! ¡Olvida que eres el Juan inútil! Y piensa que eres el hombre destinado al Cielo. Reflexiona, reacciona y medita… Y espera solo en ser el ciudadano de aquella patria inmortal.

Los apóstoles ya tienen la carga lista para desembarcar, cuando la nave entra majestuosa, al lugar donde va a atracar. Se acercan los dos que están sufriendo el dolor infinito del alejamiento del que ya aman con todo su ser.

Nicomedes se acerca a despedirlos y Pedro dice:

–          Adiós y muchas gracias.

–          ¡Salve hebreos! También yo os las doy. Si os apresuráis, encontrareis alojamiento…  Hasta la vista…

Después de bajar la carga, los diez descienden y cargados con sus fardos, se alejan en busca del albergue…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

92.- VÍCTIMAS PROPICIATORIAS

En Ptolemaide, Pedro y su grupo se dirigen hacia el muelle menor que tiene forma de arco y semeja una segunda dársena más estrecha, debido a las barcas de pesca. Llega hasta una en particular. Es grande y se ve bastante buena. Se detiene, mira y grita.

Desde el fondo se levanta un marinero y se acerca al borde diciendo:

–           ¿De veras quieres partir? Ten en cuenta que la vela no te servirá hoy. No hay viento y tendrás que hacerlo a fuerza de remos.

Pedro contesta:

–           Con este frío, esto nos servirá para entrar en calor y para tener buen apetito.

El marinero cuestiona:

–           ¿Eres de veras eres capaz de navegar?

–           ¡Bah! ¡Hombre! ¿Todavía no era capaz de pronunciar la palabra ‘mamá’ cuando ya mi padre me había puesto en las manos las cuerdas y las farcias del navío. Allí crecieron mis dientes de leche.

–           Es que, ¿Sabes? Esta barca es todo lo que poseo…

–           Desde ayer me lo has estado repitiendo… ¿No sabes otra canción?

–           Lo que sé es que si te vas a pique, estoy arruinado y…

–           El arruinado seré yo, porque pierdo la piel, ¡Y no tú!

–           Es que la barca constituye toda mi riqueza, mi pan y mi alegría. Es el patrimonio de mi esposa y la dote de mi hija…

¡Uff!… Oye, no me sigas molestando porque mis nervios estan a punto de reventar… Te he dado tanto que casi te pagué la barca. No te escatimé nada, ¡Ladrón marino que eres!… Te demostré que sé remar y sé gobernar la vela mejor tú. Hicimos un contrato ante dos testigos y ya…  ¡Basta! Cangrejo peludo, déjame entrar…

–           Pero al menos dame otra garantía…  ¡Si mueres, quién me paga la nave!

–           ¿La nave? A esta calabaza sin pulpa la llamas nave. ¡Oh, miserable y orgulloso tenías que ser! Te daré otras cien dracmas… Junto con todo lo que ya te dí, puedes comprarte otras tres mejores que ésta.

Te dejo empeñada mi carreta y no quiero que te pases de listo con mi burro Antonio. Pues él solo vale diez veces más que tu barca. Pero ten en cuenta que son una garantía y que cuando regrese me los devolverás. ¿Has entendido?

El barquero asiente satisfecho y se apresura a meter en la barca, el telar que Tadeo puso en el suelo. Luego ayudado por otros tres y los apóstoles, suben y acomodan todo el cargamento que traen en la carreta de forma que quede en equilibrio y que tengan paso libre para las maniobras.  Por último suben las alforjas y las cosas personales.

Luego Pedro dice:

–           ¿Ves vampiro que si sé hacerlo? Lárgate ahora y que te vaya bien…

Y junto con Andrés, pone el remo contra el muelle y empieza a separarse. Cuando llega a la corriente, le entrega el timón a Mateo diciendo:

–           Tú puedes hacerlo muy bien. Te traerá recuerdos de cuando nos sorprendías en la pesca. –Y se sienta en la proa sobre una banquita, junto a su hermano.

Frente a él estan sentados Santiago y Juan de Zebedeo, que bogan rítmicamente. La barca se desliza veloz y sin problemas pese al cargamento y oyen las alabanzas por su paso ligero y por el perfecto bogar, que les lanzan los marineros de las grandes naves cuando navegan junto a ellas.

Pronto dejan atrás los diques y llegan a mar abierto.

Ptolemaida está extendida, hermosa y blanca sobre la ribera. En la barca el silencio es completo y solo se oye el chasquido de los remos contra el agua. Poco a poco, el puerto se va perdiendo en la distancia y Pedro dice:

–           Sí. Había un poco de viento… Ahora no hay absolutamente nada… ¡Ni un soplo!

Santiago de Zebedeo comenta:

–           ¡Con tal de que no vaya a llover!

–           ¡Humm! Y parece que sí…

Una llovizna fina y tupida los cubre.

Tadeo dice a Síntica:

–           Cubríos y da el huevo a Juan es la hora…

Santiago dice:

–           Con un mar asi, nada se puede mover en el estómago…

Andrés:

–           ¿Qué estará haciendo Jesús?

Pedro:

–           ¡Sin vestidos y sin dinero!

Tadeo:

–           ¿Dónde estará ahora?

Juan de Zebedeo:

–           Sin duda rogando por nosotros.

–           Está bien. ¿Pero dónde?

Nadie puede responder la pregunta. Y sólo Dios conoce la respuesta.

La barca avanza fatigosamente, bajo un cielo plomizo; sobre un mar de color ceniciento y bajo una finísima lluvia que parece neblina y produce un cosquilleo prolongado. Los montes se ven envueltos en un manto amarillento. Pero el mar tiene una rara fosforescencia que es molesta de mirar.

Pedro que es incansable en el remo extiende su brazo señalando a lo lejos y dice:

–           En aquel poblado vamos a detenernos, para comer y descansar.

Los demás asienten.

Y cuando llegan, es un montón de casas de pescadores que estan montadas sobre una saliente del monte.

Pedro refunfuña:

–           Aquí no podemos desembarcar. No hay fondo. –un suspiro- ¡Bueno! Comeremos aquí…

Todos comen con buen apetito, mientras la llovizna se calma y luego arrecia… Un hombre está en la playa y se dirige hacia una pequeña barca.

Pedro se pone las dos manos en torno a los labios, formando un embudo y grita:

–           ¡Oye, tú! ¿Eres pescador?

La respuesta llega débil en la distancia:

–           ¡Sí!

–           ¿Qué tiempo vamos a tener?

–           Dentro de poco, mar picado. Si no eres de por aquí, te aconsejo que te vayas inmediatamente más allá del promontorio. Allí las olas son menores, sobre todo junto a la ribera y puedes ir porque el mar es muy profundo. Pero vete al punto.

–           Gracias. ¡La paz sea contigo!

–           ¡Paz y buena suerte contigo!

Pedro se vuelve hacia sus compañeros y dice:

–           ¡Ánimo! Y que Dios esté con nosotros.

Andrés toma el remo y empieza a bogar mientras dice:

–           No cabe duda que lo está. Y Jesús ruega por nosotros.

Los demás también toman los remos y empiezan a bogar. Olas gigantescas están empezando a formarse y rechazan a la barca en su intento por avanzar. La lluvia aumenta implacable, junto con un viento que azota las espaldas de los navegantes.

Simón de Jonás le grita unos pintorescos epítetos, porque es un viento contrario que no solo no ayuda, sino que entorpece los esfuerzos de los marineros y trata de lanzarlos contra los escollos del promontorio que no está lejos.

La barca trata de deslizarse en la curva de este golfo miniatura, de color negruzco cual tinta. Todos continúan bogando fatigosamente, concentrando todos sus esfuerzos por avanzar, bañados por la molesta lluvia. Juan de Endor y Síntica, están sentados en el centro junto al mástil de la vela. Detrás los hijos de Alfeo y en la popa, Mateo y Simón, que luchan por mantener derecho el timón, a cada golpe del oleaje.

Es un trabajo arduo dar la vuelta al promontorio y finalmente lo logran. Los remadores extenuados, logran al fin descansar un poco y se preguntan si sería prudente refugiarse en el poblado que se ve más allá del promontorio… La idea de ‘Que se debe obedecer al Maestro, aun cuando el sentido común diga lo contrario’ prevalece. “Él dijo que se debe llegar a Tiro en un solo día…” Todos están de acuerdo en esto y deciden seguir la travesía…

Después de decidir esto y continuar navegando con el mar picado… De improviso el mar se calma y todos notan el fenómeno…

Santiago de Alfeo dice:

–           El premio de haber obedecido…

Pedro confirma:

–           Sí. Satanás se ha largado porque no logró hacernos desobedecer…

Mateo dice:

–           Llegaremos a Tiro en la noche. Este mal tiempo nos ha detenido mucho…

Simón Zelote dice:

–           No importa. Iremos a dormir y mañana buscaremos la nave.

Juan de Endor:

–           ¿La podremos encontrar?

Tadeo dice con aplomo:

–           Jesús lo dijo. Claro que la encontraremos…

Andrés propone:

–           Podemos levantar la vela hermano.  El viento que está soplando nos ayuda y avanzaremos más ligeros…

La vela se infla lo suficiente para que los remadores sientan un poco de alivio. La barca se desliza veloz hacia el Istmo de Tiro, que se ve blanquear en lontananza cuando los últimos rayos del sol casi han desaparecido.

La noche los alcanza y lo más extraño, después de tanta neblina, le firmamento estrellado, se adorna con una claridad extraordinaria. La Osa Mayor resalta en una bóveda celeste que viste al mar con un reflejo plateado iluminado por la luna…

Juan de Zebedeo admira todo y ríe. Y siguiendo el ritmo de su remo, con su voz de tenor empieza a cantar:

“Salve estrella matutina,

Jazmín de la noche,

Luna Dorada de mi Cielo

Santa Madre de Jesús…

En Ti el navegante espera,

El que sufre, el que muere, en Ti piensa,

Brilla siempre, Estrella santa, Estrella pía,

Sobre quien te ama, ¡Oh, María!

Santiago su hermano dice:

–           ¿Pero qué dices? ¡Nosotros hablamos de Jesús y tú hablas de María!

–           Él está en Ella. Y Ella en Él. Él existe porque Ella ha existido.  Déjame cantar…

Y todos se dejan seducir y llevar por su canto y lo acompañan en una alabanza maravillosa… De esta manera llegan a Tiro y sin ninguna dificultad desembarcan en el pequeño puerto que está al sur del istmo.

Mientras Pedro y Santiago se quedan en la barca para cuidar el cargamento, todos los demás van a buscar una fonda para poder descansar.

Al día siguiente, luce una mañana esplendorosa con un cielo despejado, adornado por unos cuantos cirros muy blancos como la espuma de las olas que revientan en la playa…

Pedro se levanta del lugar en donde pasó la noche y viendo a Santiago que también se ha despertado, le dice:

–           Creo que ya es hora de que nos vayamos. ¡Hum!… Dime Santiago, ¿No te parece que en verdad es cómo si lleváramos dos víctimas al sacrificio? A mí, sí.

Santiago de Alfeo contesta:

–           También a mí, Simón. De mi parte agradezco al Maestro la confianza que ha depositado en nosotros. Pero no me gusta que se haya sufrido tanto… Jamás había visto ni imaginado siquiera, una cosa tan dolorosa…  El Sufrimiento en Jesús era tan grande… Y en estos dos… Sentí que casi era como si se me partiera también a mí el corazón…

–           Todos los sentimos, hasta el corazón de paloma de mi Porfiria… Y tampoco yo lo había experimentado así… pero… ¿Sabes? Estoy seguro de que el Maestro nunca lo hubiera hecho, si el Sanedrín no hubiera metido sus narices…

–           Él ya lo dijo… ¿Quién lo habrá comunicado al Sanedrín? Eso es lo que yo quisiera saber…

¿Qué quién? ¡Dios Eterno, no me dejes hablar ni pensar!… Le he hecho esta promesa para que no me siga trepanando el cerebro esta idea. Ayúdame Santiago a no pensar… Mejor hablemos de otra cosa…

–           ¿De qué? ¿Del tiempo?

–           si así lo quieres…

–           Porque yo no entiendo nada de mar…

Pedro se queda mirando el mar y dice:

–           Pienso que vamos a tener un buen baile.

Santiago mira a los enormes barcos y dice:

–           ¡Nooo! Las olas son pequeñas y me hacen reir. Ayer estaba un poco enfurecido. ¡Qué hermoso será ver este mar desde lo alto de la nave! También le gustará a Juan y lo impulsará a que cante. ¿Cuál será la nave?

Poco a poco, el puerto se llena de gente y de movimiento.

Y Pedro  contesta:

–           Ahora lo averiguo.  Espera…  – y saltando de la barca se dirige hacia un marinero ocupado en otra barca cercana…  – ¡Oye! ¿Sabes si se encuentra en el puerto el navío de…? Espera, voy a leer su nombre…  –y sacando un pergamino que trae en la cintura- Sí. Es Nicómedes Filadelfo de Filipo; cretense de Paleocastro…

El marinero se admira:

–           ¡Oh! ¡El famoso navegante! ¿Y quién no lo conoce? Es el más conocido desde el Golfo de las Perlas hasta las Columnas de Hércules… Y aun más allá; hasta los fríos mares en los que la noche puede durar meses enteros. ¿Sí eres marinero, cómo es posible que no lo conozcas?…

–           Es así. No lo conozco; pero ando en su busca porque conocemos a nuestro amigo Lázaro de Teófilo, que en un tiempo fue gobernador de Siria…

–           ¡Ah! Cuando yo navegaba… Ahora estoy viejo, pero entonces él estaba en Antioquía… ¡Qué tiempos aquellos!… ¿Lázaro es amigo tuyo? …Y buscas a Nicómedes el cretense. Entonces puedes ir seguro. ¿Ves aquel navío? El más grande y que tiene muchas banderolas flotando al viento… Ese es el suyo. Va a zarpar antes del mediodía… él no tiene miedo al mar.

Santiago empieza a decir:

–           No hay porqué temerlo. No es un gran… –pero una enorme ola le quita la palabra bañándolos desde la cabeza hasta los pies.

Pedro refunfuña, mientras se seca la cara:

–           Ayer estaba calmado y hoy demasiado intranquilo.  Un tonto bravucón, ¿No? Prefiero mi lago…

El marinero dice:

–           Os aconsejo que entréis en la dársena. Allá se están yendo todos. Llevad vuestra barca, podréis guardarla hasta vuestro regreso… Por una cuota diaria, te la cuidarán…

–           Gracias amigo. Allá vienen mis compañeros y la guardaremos donde dices…

Pedro sale al encuentro del grupo apostólico.

Y Andrés le pregunta ansioso:

–           ¿Dormiste bien hermano?

–           Como un niño en la cuna.  Ni arrullo, ni canciones me faltaron…

Tadeo agrega sonriente:

–           Y por lo visto también acabas de bañarte…

–           El mar se encargó de lavarnos y quitarnos el sueño que quedaba, ¿Verdad Santiago?

Santiago, igual de mojado que Pedro, asiente con una carcajada…

Y luego dice:

–           Pero ya sabemos con quién debemos ir…

Juan de Endor comenta:

–           Entonces tendremos danza en el canal de Chipre.

Mateo dice preocupado:

–           ¡Ah! ¿Sí?

–           Sí. Pero Dios nos ayudará.

El marinero de Tiro dice:

–           ¡Oigan! Se dice que en Israel ha nacido un nuevo Profeta que predica el amor. ¿Es verdad?

Pedro contesta:

–           Sí. ¡Y los milagros que hace! Resucita los muertos, cura a los enfermos, convierte a los ladrones y da órdenes al mar, para tranquilizarlo.

–           ¡Oh! ¿Pero es verdad todo eso?…

–           No dudes. Todos nosotros hemos sido testigos de eso…

–           ¡Oh! ¿Dónde?…

–           En el lago de Genesareth.  Ven conmigo a la barca y mientras vamos al depósito te contaré…

Y Pedro da instrucciones a Andrés y a Santiago de Zebedeo para llevar la barca a la dársena, mientras le habla de Jesús al marinero de Tiro…

Zelote observa:

–           ¿Ya vísteis a Pedro? Mientras dirige las maniobras, evangeliza. Y Pedro dice que no sabe hacer nada. Tiene el arte de hacer todas las cosas a las buenas y así logra más que todos juntos…

Juan de Endor confirma:

–           Lo que más me gusta de él es su franqueza.

Mateo añade:

–           Y su constancia.

Santiago de Alfeo agrega:

–           Y su humildad. Ya se fijaron que nunca se enorgullece de ser la ‘cabeza’. Trabaja más que todos y se preocupa por todos y cada uno de nosotros. Más que de sí mismo.

Síntica concluye:

–           A su modo es muy virtuoso. Y un excelente hermano…

Y ya no pueden seguir comentando, porque Pedro regresa diciendo:

–           Ya está todo arreglado. Dejaremos la barca y hay que llevar el cargamento hasta el navío que está allá…

Todos toman los cofres y las  cajas y se van a través del Istmo hasta el muelle grande y el de Tiro los sigue acompañando y ayudando… Llegan hasta la nave del cretense que ya está empezando las maniobras para partir…

Y Pedro grita a los de a bordo para que bajen la escalerilla…

El jefe de la tripulación responde…

–           No se puede. ¡Ya está cargado…!

El marinero de Tiro les grita, señalando a Pedro:

–           ¡Tiene unas cartas que entregar a Nicómedes!

–           ¿Cartas? ¿De quién?…

–           De Lázaro de Teófilo… El que fue gobernador de Antioquía…

–           ¡Ah! ¡Espera! ¡Se lo voy a decir al patrón!…

Pedro dice a Zelote y a Mateo:

–           Ahora os toca. Yo soy un pobre maleducado para tratar con personajes como ese…

Mateo objeta:

–           ¡No! Tú eres el jefe y lo haces muy bien.

Y Simón:

–           Te ayudaremos si es necesario. Pero estamos seguros de que todo lo resolverás perfectamente…

Se asoma un hombre moreno y vestido como egipcio. Delgado, hermoso, musculoso y elegante. Mientras se asoma por la baranda, ordena que bajen la escalerilla y el jefe de la tripulación grita. :

–           ¡Que suba el que trae las cartas!

Pedro, que ya se ha cambiado el vestido  y ahora trae el manto; sube con toda dignidad, seguido por Mateo y Zelote.

Cuando aborda la nave saluda muy ceremonioso:

–           Que la paz sea contigo.

El cretense lo mira y dice:

–           Salve. ¿Dónde está la carta?

Pedro le extiende el pergamino. El cretense rompe el sello y extiende el pergamino. Lo lee y dice:

–           ¡Sean bienvenidos los enviados de la familia de Teófilo! Los cretenses no olvidan jamás que fue bueno y caballeroso.  Pero daos prisa, porque estamos listos para zarpar. ¿Traéis mucho equipaje?

Pedro señala en el muelle y dice:

–           Lo que está allí.

–           ¿Sois…?

–           Diez.

–           Está bien. Daremos un lugar especial a la mujer y vosotros os arreglaréis cómo podáis…  ¡Daos prisa! Debemos zarpar antes de que el viento arrecie y esto llegará después de la siesta…

Con silbidos que rasgan el aire, señala a los marineros el lugar donde acomodarán el cargamento y suben los apóstoles, Juan de Endor y Síntica. Cuando todos han abordado, Izan velas y cierran todo. Empieza a moverse el navío para salir del puerto y las velas se hinchan ante el fuerte viento que sopla. Y balanceándose la nave de un lado a otro, emprenden el camino hacia Antioquía…

Pese al fuerte viento, Juan y Síntica permanecen en la cubierta y contemplan cómo van alejándose de la costa… De la tierra palestinense. Y los dos se abrazan llorando…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

 

91.- COMERCIO MALDITO…

Después de la  Fiesta de las Encenias, en la casa de Nazareth; Simón de Alfeo y su familia llegan de visita.

Simón pregunta:

–                     ¿Dónde está tu Madre?

Jesús contesta:

–                     Está haciendo el pan. Pero ahora viene…

Los hijos no esperan y van detrás de su abuela al cuarto del horno. Y una chiquita como de cinco años, regresa diciendo:

–                     María está llorando.

Jesús explica:

–                     Llora porque me voy… Pero tú vendrás a hacerle compañía, ¿Verdad? Te enseñará a bordar y se sentirá contenta. ¿Me lo prometes?

El pequeño Alfeo dice:

–                     También yo vendré ahora que mi padre me lo permite. –mientras da una mordida a su torta que le acaban de dar.

Simón se pone colorado de vergüenza ante las palabras de su hijo.

Jesús hace como si no se diera cuenta.

Simón cobra ánimos y pregunta a Jesús, que por qué no están presentes todos los apóstoles.

Jesús contesta:

–                     Juan, Santiago, Mateo y Andrés, están en el huerto jugando con Marziam.  Simón de Jonás está por llegar. Los otros se me unirán en el momento oportuno. Así se decidió.

–                     ¿Todos?

–                     Todos.

–                     ¿También Judas de Keriot?

–                     También él…

Simón le ruega:

–                     Jesús. Ven conmigo un momento. –Y se lo lleva hasta el borde del manantial, apartándolo para que nadie los escuche- Pero, ¿Sabes bien quién es Judas de Simón?

–                     Es un hombre de Israel, ni más ni menos.

–                     ¡Oh! No vas a decirme que…

Está a punto de acalorarse y levantar la voz; pero Jesús lo aplaca interrumpiéndolo. Y poniéndole una mano en la espalda le dice:

–                     Es tal cual lo hacen las ideas que imperan y los que lo tratan. Porque por ejemplo; si aquí hubiese encontrado corazones rectos y ánimos sinceros, no hubiera tenido oportunidad de PECAR. (Jesús recalca sus palabras)

Pero no los encontró. Al revés. Encontró un elemento completamente humano; en el que su modo de pensar se encontró a sus anchas; en el mundo que sueña. Trabaja para Mí, cual si fuera Rey de Israel, en el SENTIDO HUMANO, de la palabra. De igual modo como tú me sueñas. Como querrías verme. Como querrías trabajar tú y contigo José y todos los demás de Nazareth, excepto tres o cuatro.

Le cuesta trabajo formarse, porque todos vosotros contribuís a deformarlo. Y esto cada vez más. Es el más débil de mis apóstoles. Por ahora no es más que un débil. Tiene impulsos buenos. Tiene buena voluntad. Me ama.No como debería ser, pero no deja de amarme.

Vosotros no lo ayudáis a limpiar las partes buenas, de las no buenas que forman su modo de ser. Antes bien, cada vez más se las aumentáis; echando en ellas vuestra incredulidad y limitaciones humanas. Pero regresemos. Los demás ya han entrado…

Simón lo sigue un poco apenado. Están ya casi en el umbral cuando detiene a Jesús y le dice:

–                     Hermano mío. ¿Estás enojado contra mí?

–                     No. Pero trato de formarte también a ti, como formo a todos los demás discípulos. ¿No dijiste que querías serlo?

–                     Sí Jesús. Pero las otras veces no hablabas de este modo. Ni siquiera cuando nos reprendías. Eras más dulce…

–                     ¿Y para qué ha servido? Un tiempo lo fui. Hace dos años que lo he sido… Os habéis aprovechado de mi paciencia y bondad. O bien, habéis afilado las garras, las zarpas. El amor que os di, os sirvió para que me hicierais el mal.  ¿No es verdad?…

–                     Sí, pero… ¿Ya no vas a ser bueno?

–                     Seré justo y aun así seré siempre el que no merecéis; vosotros israelitas que no queréis reconocer en Mí. Al Mesías Prometido.

Llega maría. En su rostro se ven claras las señales de las lágrimas y se reúnen con todos los demás. En ese momento, se oye el ruidoso campaneo de una carreta, que trae aparejos y los cascabeles de una estrepitosa fiesta.

Los niños de Simón abren la puerta, curiosos por averiguar quién está haciendo tanto escándalo y aparece el rostro alegre de Simón-Pedro, que está conduciendo la carreta jalada por un borriquillo que está lleno de sonajas y listones y es el causante de todo el alboroto.

También viene una tímida Porfiria, que sonríe sentada desde un montón de cajas de diversos tamaños, como si viniera en un trono.

Pedro la ayuda a bajar y saluda a todos.

Luego dice a Jesús:

–                     Aquí me tienes Maestro. Traje a mi mujer.

Santiago de Zebedeo, toma la rienda del borriquillo y levantando una hilera de sonajas pregunta riendo:

–                     ¿Dónde lo encontraste tan adornado?

Pedro contesta:

–                     ¡Uff! ¡Qué bien! Tengo las orejas que me revientan. –Y sin más, corta todos los cordones con que están amarradas las sonajas al aparejo.

Andrés pregunta:

–                     Pero, ¿Entonces para qué las pusiste?

–                     Para que todo Nazareth supiera que yo había llegado. Y vaya que si lo logré… Ahora las quito, para que toda Nazareth no nos oiga cuando nos vayamos… Las cajas están vacías, pero las llenaremos con las cosas que vamos a empacar. Y quien nos vea, no se sorprenderá de ver a una mujer sentada sobre ellas a mi lado.

Ese que ahora está lejos y que tanto se gloría de tener buen sentido y mucho sentido práctico, podría comprobar que cuando yo quiero,  también lo tengo…

Andrés lo mira extrañado y dice:

–                     Perdona hermano… Pero no entiendo para qué es todo esto…

–                     ¿Qué? ¿Por qué? ¿No sabes?… Maestro…

Jesús interviene:

–                     Te esperaba para hablarles a todos. Venid todos al taller. Obraste bien al hacer de este modo, Simón de Jonás…

Simón de Alfeo llama a toda su familia y dice:

–                     Nosotros nos despedimos… Después volveremos a vernos… Gracias por todo Jesús.

Y se van, mientras Porfiria, Marziam, Síntica y las dos Marías regresan a la cocina…

Jesús dice a sus apóstoles:

–                     Los llamé porque quiero que me ayudéis a llevar lejos, muy lejos; a Síntica y a Juan de Endor. Después de la Fiesta de los Tabernáculos lo decidí. Habéis visto que no es posible tenerlos con nosotros. Y mucho menos aquí, porque los que los odian, podrán hacer que pierdan su paz.

Como de costumbre, Lázaro de Betania me ha ayudado en todo esto. Ellos están sobre aviso. Simón Pedro, lo sabe desde hace pocos días y ahora os estáis enterando vosotros.

Esta noche dejaremos Nazareth… Partiremos con la primera vigilia e iremos por el camino de Sephoris. Ya debiéramos haber partido, pero imagino que Simón de Jonás encontró algunas dificultades para conseguir la carreta…

Pedro exclama:

–                     ¡Qué si no! Ya estaba perdiendo la esperanza. se la compré a un sucio griego de Tiberíades… Será muy útil…

–                     Sí que lo será. Sobre todo a Juan de Endor.

–                     ¿Dónde está que no lo veo?

–                     En su habitación con Síntica.

–                     ¿Y qué le ha parecido todo esto?

–                     Muy penoso. Lo mismo que a ella.

Juan observa:

–                     Y también a Ti Maestro. En tu frente tienes una arruga que antes no estaba y tus ojos están muy tristes.

–                     Es verdad. He sufrido mucho. Pero hablemos de lo que se debe hacer. Partiremos como el que huye cuando es culpable. Sin embargo nosotros lo que haremos, es para impedir que otro haga el mal a quien no tendría la fuerza para soportarlo.

Iremos por el camino de Séforis. y pasaremos una noche cuando hayamos llegado a la mitad del camino. Trataremos de llegar a Yaftael en una sola jornada. ¿Crees que el borrico aguante?

–                     ¡Qué si no! Ese griego apestoso me lo vendió caro, pero el animal es muy bueno y fuerte.

–                     ¡Qué bien!…Después iremos a Ptolemaide y nos separaremos. Vosotros bajo las órdenes de Pedro, que es vuestro jefe y a quién obedeceréis ciegamente; iréis por mar hasta Tiro. Allí encontraréis un navío que estará por partir para Antioquia. Subiréis y daréis esta carta al dueño de la nave. Es de Lázaro de Teófilo. Al llegar a Antioquia, iréis inmediatamente a Filipo y daréis esta carta al superintendente de Lázaro.

Zelote dice:

–                     Maestro, él me conoce y no creerá que soy un siervo.

–                     Mejor. Con Filipo no es necesario ocultar nada. Él sabe que debe recibir y dar hospitalidad a dos amigos de Lázaro y ayudarlos en todo. Así se le ha escrito. Vosotros sólo los acompañáis. No más. Lázaro los ha llamado ‘sus queridos amigos de Palestina’ Y lo sois. Unidos por la fe y por lo que vais a hacer. Descansaréis hasta que la nave haya regresado a Tiro y de allí vendréis en barca hasta Ptolemaide. De allí me alcanzaréis en Aczib…

Juan dice con tristeza:

–                     ¿Por qué no vienes con nosotros, Señor?

–                     Porque  me quedo a orar por vosotros. Y sobre todo por esos pobrecitos. Me quedo a orar. Así empieza mi tercer año de Evangelización.

Empieza con una despedida muy triste, como el primero y el segundo. Empieza con una gran Oración y Penitencia, como el primero… Porque éste tiene dificultades más dolorosas y más grandes que el primero. Entonces me preparaba para convertir al mundo. Ahora me preparo a una obra mucho mayor y más importante todavía.

Escuchadme y tened en cuenta que si en el primer año fui el Rabí, el sabio que invoca la Sabiduría con su Humanidad Perfecta y perfección intelectual. Que si en el segundo, fui el Salvador y Amigo; el Misericordioso que pasa acogiendo, perdonando, compadeciendo, soportando.

En el tercero, seré el Dios Redentor y Rey. El Justo. No os sorprendáis si en Mí viereis formas nuevas. Si en el Cordero viereis resplandecer al Fuerte.

¿Cómo ha respondido Israel a mi invitación amorosa? ¿A mis brazos que le he abierto diciéndole: “Ven? Te amo. Te perdono.” Con dureza y obstinación cada vez mayores. Con la mentira. Con asechanzas.

He llamado a todas sus clases y hasta e inclinado mi frente hasta el polvo. Y sobre la Santidad que se humilla… Escupe.

Lo invité a santificarse y me responde haciéndose amigo del Demonio.

En nada he dejado de cumplir con mi deber y a esto lo llama: ‘Pecado.’

Me he callado y dice que mi silencio es prueba de culpabilidad.

He hablado. Y a mi Palabra la llama: ‘Blasfemia’

¡Ahora, Basta!

No me dejan respirar. No me ha dado ninguna alegría. Ésta consistía en hacer que creciera Yo en la vida del espíritu de los recién nacidos a la Gracia. Les ponen asechanzas y me los debo quitar del pecho, causando en ellos la angustia que sienten los hijos al verse separados de sus padres y viceversa. Para ponerlos a salvo del Israel Maligno.

Los poderosos de Israel quisieran impedirme que Yo salve. Que Yo sea la alegría de los que salvo.

¡Ahora Basta!

Yo sigo mi camino cada vez más duro. Cada vez, más bañado de lágrimas… Me voy… pero ninguna de mis lágrimas caerá en vano. Gritan a mi Padre…

Y después un llanto más fuerte gritará. Me voy. Quién me ama que me siga y que tenga valor, porque las horas de dureza se acercan. No me detengo. Nada puede detenerme. También ellos no se detendrán. Pero, ¡Ay de ellos! ¡Ay de ellos! ¡Ay de aquellos para quienes el Amor se convierte en Justicia!…La señal de los Nuevos Tiempos, será una señal de una severa Justicia.

Jesús parece un Arcángel que estuviera a punto de castigar. Sus ojos son dos zafiros centelleantes. Hasta su voz resuena como un bronce golpeado.

Los ocho apóstoles están pálidos… Y como que se han empequeñecido con el miedo. Jesús los mira con piedad y con amor.

Y les dice:

–                      No os lo digo a vosotros, amigos míos. Estas amenazas no son contra vosotros. Sois mis apóstoles. Yo os elegí. -La voz es ahora dulce y tierna y concluye- Vámonos allá. Hagamos que los dos perseguidos, piensen que los amamos más que a nosotros mismos. Os recuerdo que creen que parten para prepararme el camino en Antioquia. Venid.

Cuando llega la noche, el dolor callado hace que todos cenen sin ganas y en silencio. María de Alfeo entra con una palangana de peras asadas en el horno, con mantequilla, miel y especias.

Y dice:

–                     ¡Ha comenzado a llover! Tendremos un viaje húmedo y frío.

Pedro contesta:

–                     ¡Es mejor asi! Nadie habrá por los caminos y los curiosos estarán resguardados en sus casas…

María dice a Síntica:

–                     Cuando estén instalados en Antioquía. Unge a Juan con el bálsamo que te enseñé a preparar. Allá podrás encontrar lirios, alcanfor, dictamo, resina, laurel y claveles; artemisia y mirra… He oído que Lázaro tiene en Antigonia jardines de esencias…

Zelote que los conoce y los ha visto, exclama:

–                     ¡Y qué jardines! ¿Puedo afirmar que a Juan le va a caer muy bien aquel lugar y será beneficioso tanto para su alma, como para su cuerpo. Es mucho mejor que Antioquía. Ese lugar está protegido de los vientos y el aire suave, desciende de los bosques de plantas resinosas que hay en las pendientes de la pequeña montaña que defiende de los vientos marítimos, pero no impide que las sales de la brisa marina lleguen hasta allí.

Es un lugar tranquilo y muy bello… Con unos inmensos jardines que albergan miles de pájaros de diferentes especies y que anidan en los diferentes árboles de maderas preciosas…

En fín, ya lo podrán corroborar cuando lleguen allí…

Cuando la cena termina, María recoge las peras que quedaron y las envasa para entregárselas a Andrés. Éste las empaca para los viajeros y después que regresa dice:

–                     Está lloviendo cada vez más fuerte…

Pedro indica:

–                      Voy a preparar la carreta. Venid y ayudadme a subir los cofres y todos los enseres que han sido empacados.

Todos se aprestan y rápido todo está listo para partir… Luego lo cubren con un toldo, para protegerse de la lluvia y Juan de Endor, Síntica y Santiago, suben a la carreta. El apóstol toma las riendas y avanzan silenciosos por una vereda entre los huertos.

Nazareth está sumida en la oscuridad y duerme tranquila bajo la tupida lluvia helada de esta noche invernal, que apaga los sollozos de los dos desterrados, que viajan sobre el camino lodoso. Los sigue el grupo apostólico.

A la mitad del camino llegan a una casa donde el pastor Isaac ha hecho labor apostólica y los hospedan sin hacerles preguntas.  Una anciana y un niño les brindan hospedaje en una noche lluviosa y al día siguiente les ofrecen un desayuno calientito, con la leche recién ordeñada y al despuntar el día, vuelven a emprender la marcha.

El viento es tan  fuerte que se siente cortante en las caras e hincha los mantos. Pedro detiene la carreta y se quita su manto para ponérselo a Juan de Endor.

El hombre protesta:

–                     Pero ¿Por qué? Yo tengo mi manto…

Pedro dice:

–                     Porque yo tengo mucho calor guiando al borrico. Y el frío me sirve de estímulo. Además, María me hizo tantas recomendaciones en Nazareth, que si te enfermas no voy a ser capaz de mirarla al rostro…

En un paraje muy lodoso y para que no se atasque, Pedro le pone por delante con una vara, pan y pedazos de manzana que el pobre asno quisiera comer y trata de alcanzar. Pero que no se le conceden hasta que tiene que descansar.

Mateo observa lo que Pedro ha hecho y le dice bromeando:

–                     ¡Eres un sinvergüenza, Simón de Jonás!

Pedro contesta riendo:

–                     Sólo hago que animal cumpla con su deber y con mucha dulzura. Si no hiciere esto tendría que usar la cuarta y no me gusta hacerlo. Por esto lo trata como trataría a mi querida barca. ¡No soy Doras! ¿Entendido? Quería ponerle Doras cuando lo compré, pero luego que oí su nombre… ¡Me gustó! Y se lo dejé…

Todos preguntan curiosos:

–                     ¿Cómo se llama?

Pero suelta la carcajada y dice:

–                     ¡Adivinad!

Salen a relucir los nombres más extraños, entre ellos los de los fariseos más furibundos y encarnizados; pero Pedro niega siempre. Y todos se dan por vencidos.

Finalmente Pedro dice riendo:

–                     Se llama Antonio. ¿Acaso no está bonito? ¡El de ese maldito romano! ¡Se ve que el griego que me lo vendió, tenía su rencor con Antonio!

Todos sueltan la risa. Y Juan de Endor da la explicación:

–                     Será uno de los que sufrieron los impuestos, después de la muerte de César. ¿Es viejo?

–                     Tendrá unos setenta años y habrá pasado por todos los oficios. Ahora tiene una fonda en Tiberíades.

Y siguen conversando…

Más tarde…

Jesús, con sus ocho apóstoles ha llegado a un camino escarpado y lleno de curvas que serpentean por la montaña. Llegan a una población que se cobija bajo una pendiente escarpada, que da la impresión que está a punto de deslizarse con todas las casas hacia el valle.

Santiago de Zebedeo comenta:

–                     Está muy bien construida. Está sobre la roca.

–                     Como Ramot. –confirma Síntica, que recuerda ese lugar.

Jesús confirma:

–                     Mucho más. Aquí, la roca forma parte de las casas; no solo es su base. Más bien se parece a Gamala. ¿Os acordáis de ella?

Andrés dice:

–                     Sí. Y también nos acordamos de los cerdos.

Simón Zelote agrega:

–                     De allí partimos para Tariquea, al Tabor, a Endor…

Juan de Endor suspira y dice:

–                     Parece que mi destino es traeros a la mente cosas penosas.

Judas Tadeo objeta con fuerza:

–                     ¡No! ¡Imposible! Nos has brindado una amistad y no más.

Y todos hacen coro manifestando que son del mismo parecer.

–                     Y con todo… no se me ha amado. Nadie me lo dice. Yo estoy acostumbrado a reflexionar. A reunir todos los hechos en un solo cuadro. Esta partida… No estaba prevista. Y la decisión de ella no es espontánea…

Jesús pregunta con una dulzura triste:

–                     ¿Por qué hablas así, Juan?

–                     Porque es la verdad. Nadie me ha querido. A ninguno de los otros discípulos se le ha escogido para ir a tierras lejanas.

Santiago de Alfeo está afligido, por lo que se desenvuelve en la mente de Juan de Endor y pregunta:

–                     ¿Y qué dices de Síntica?

–                     Síntica viene para que no se me mande solo… Piadosamente se hace esto para que no me dé cuenta de la realidad.

Jesús objeta:

–                     ¡No, Juan!

–                     ¡Sí, Maestro! ¿Ves? Aún podría decirte el nombre de mi verdugo. ¿Sabes dónde lo leo? Al mirar a estos ocho hombres buenos. Sólo al pensar en que los otros no están; leo su nombre. El que fue causa de que me encontraras, es también el que quisiera que me encontrase con Belzebú. Me ha arrojado a esta hora.

Lo mismo que a Ti, Maestro. Porque sufres como yo y tal vez más. Me ha arrastrado a estos momentos, para que me deje llevar por el odio y la desesperación. Porque es malo. Es cruel. Es envidioso. Y algo más… Es Judas de Keriot. El alma oscura entre tus siervos que son luz…

–                     No hables así, Juan. No es el único que falta. Todos estuvieron ausentes para las Encenias, menos Zelote, que no tiene familia. En estos tiempos no se puede venir desde Keriot en unos cuantos días. Hay como trescientos Km. de camino. Era razonable que fuera a ver a su madre. Como también Tomás lo hace. Bartolomé no ha venido porque es viejo y tampoco ha venido Felipe, para que lo acompañe…

–                     Sí. Los otros tres no están… Pero, ¡Oh, Buen Jesús! Tú conoces los corazones, porque eres el Santo. Pero no eres el único en conocerlos. También los perversos conocen a los perversos; porque en ellos se ven reflejados.

Yo fui un perverso. Me he mirado. Me he contemplado en Judas. Pero lo perdono. Le perdono que me mande a morir a tierras lejanas y que me aleje de Ti; porque por él vine a Ti. Por otra parte, que Dios le perdone… el resto…

Jesús no desmiente a Juan… Se queda callado.

Los apóstoles se miran entre sí; mientras que empujan la carreta por el sendero resbaloso. El camino es horrible hasta un tercio del mismo. Hasta cuando cerca del valle, se bifurca.

Cuando llegan a este punto; Pedro mira a Jesús, que se ha puesto muy pálido.

Y le pregunta:

–                     ¿Te sientes mal?

–                     No, Simón. Quiero hablar con ellos a solas… -y señala a Juan y a Síntica.

Que intuyen que el momento de la despedida ha llegado y están pálidos, igual que Él. Los dos se estrechan a Él y luego…

Juan se sienta a la izquierda de Jesús…

–                     No hables así, Juan. No es el único que falta. Todos estuvieron ausentes para las Encenias, menos Zelote, que no tiene familia. En estos tiempos no se puede venir desde Keriot en unos cuantos días. Hay como trescientos Km. de camino. Era razonable que fuera a ver a su madre. Como también Tomás lo hace. Bartolomé no ha venido porque es viejo y tampoco ha venido Felipe, para que lo acompañe…

–                     Sí. Los otros tres no están… Pero, ¡Oh, Buen Jesús! Tú conoces los corazones, porque eres el Santo. Pero no eres el único en conocerlos. También los perversos conocen a los perversos; porque en ellos se ven reflejados.

Yo fui un perverso. Me he mirado. Me he contemplado en Judas. Pero lo perdono. Le perdono que me mande a morir a tierras lejanas y que me aleje de Ti; porque por él vine a Ti. Por otra parte, que Dios le perdone… el resto…

Jesús no desmiente a Juan… Se queda callado.

Los apóstoles se miran entre sí; mientras que empujan la carreta por el sendero resbaloso. El camino es horrible hasta un tercio del mismo. Hasta cuando cerca del valle, se bifurca.

Cuando llegan a este punto; Pedro mira a Jesús, que se ha puesto muy pálido.

Y le pregunta:

–                     ¿Te sientes mal?

–                     No, Simón. Quiero hablar con ellos a solas… -y señala a Juan y a Síntica.

Que intuyen que el momento de la despedida ha llegado y están pálidos, igual que Él. Los dos se estrechan a Él y luego…

Juan se sienta a la izquierda de Jesús…

Bastó que la Voz del Salvador llegase a donde tu ser languidecía, para que te levantaras y te sacudieras de cualquier carga. Para que vinieras a Mí, ¿No es así? Eres pues, un recto de corazón. Mucho; mucho más que otros que no han pecado como tú. Pero que sí han cometido pecados peores, porque a sabiendas y voluntariamente los han querido…

Vosotros; flores triunfales mías como Salvador, sed benditos. Habéis reflejado el amor en este mundo entorpecido. En este mundo enemigo que tan solo da de beber amarguras y disgustos a vuestro Salvador. ¡Gracias! En las horas más duras de este año, siempre he pensado en vosotros y de esta forma he podido consolarme, sostenerme.

En las que me esperan y que serán más amargas todavía, os tendré con mayor razón presentes. Hasta la muerte, conmigo estaréis por toda la eternidad. Os lo prometo.

Os encargo mis intereses más amados. Esto es, el abrir camino a mi Iglesia en el Asia Menor. A donde no puedo ir porque acá en Palestina se encuentra el lugar de mi misión.

Y porque la mentalidad de los grandes de Israel, buscaría hacer el mal por todos los medios. ¡Oh! ¡Si tuviera otros Juanes y otras Sínticas, en otras naciones en las que mis apóstoles encontrasen el terreno preparado; para arrojar en ellas la semilla, cuando llegue la Hora!…

Rogad por Mí. Por el Hijo del Hombre que va a enfrentarse a todos sus tormentos de Redentor. Os digo que mi Humanidad va a ser torturada por toda clase de amarguras inimaginables… Rogad por Mí. Me harán falta vuestras plegarias… Serán una caricia. Serán una muestra de vuestro amor. Serán una ayuda para que no llegue a decir: “Que todo el Género Humano es  una creación de Satanás”

Adiós Juan. Démonos el beso de despedida. Adiós, Síntica. Esperadme con vuestro espíritu. Iré a vosotros. Estaré con vosotros en vuestras fatigas y en vuestras almas. Porque si el amor que tengo por el Hombre, hizo que encerrase mi Naturaleza Divina en Carne mortal, sin embargo no me quitó la libertad.

Soy Libre de ir por todas partes como Dios. Y de ir a donde está quien me merece. Adiós hijos míos. El Señor sea con vosotros…

Salta de la carreta y haciendo una señal de adiós a sus apóstoles. Se va corriendo por el camino por el que venían; como si fuese un ciervo perseguido…

Los ocho apóstoles se quedan atónitos, al ver al Maestro que se aleja…

Juan dice en voz baja:

–                     Iba llorando…

Pedro dice con tristeza:

–                     Se fue… Y no nos queda más que seguir adelante…

Y tomando las riendas arrea al borrico.

Mientras tanto, Jesús ha detenido su carrera. Se apoya contra el tronco de un árbol y luego se deja caer sobre la hierba.

Se queda inerte. Extendido. Con un llanto silencioso. Producido por un inmenso dolor. De este modo llora por largo tiempo. Luego se sienta y con la cabeza entre las rodillas, llama con todo su corazón a su lejana Madre…

–                     ¡Oh, Madre mía! ¡Eterna Dulzura mía! ¡Oh, Madre!… ¡Cómo quisiera tenerte junto a Mí! ¿Por qué no te tengo siempre?… ¡Tú que eres el único consuelo de Dios!  -sigue llorando.

Después de un rato en que el llanto sigue fluyendo amargamente:

–                     Y ¿Por qué? ¿Por quién? ¿Por qué tuve que causarles este dolor? ¿Por qué he tenido que causármelo a Mí Mismo; cuando ya el mundo me tiene harto de él?… ¡Judas!…

Levanta la cabeza y mira con ojos dilatados hacia el horizonte… Su rostro refleja un intenso sufrimiento.

Y luego, como si respondiese a Alguien; dice poniéndose de pié:

–                     Soy Hombre, Padre. Soy el Hombre. La virtud de la amistad que he conservado; se ve herida y traicionada. Se retuerce; se lamenta dolorosamente… Y la actual tentación de no amar… De no tolerar más a mi lado al hombre sucio; falaz, que se llama Judas. Que es causa del dolor que bebo. Que tortura corazones a quienes había dado la paz. Es  muy fuerte…

¡Oh, Padre mío! Ahora mis fuerzas se hayan cansadas por la falta de amor… En el desierto, Yo sabía que después de terminada la tentación, se iría. Como lo hizo. Y que los ángeles, vendrían a consolar a tu Hijo… Por ser el Hombre. Por ser objeto de las tentaciones del Demonio.

Pero ahora no cesará… Vendrá el Mundo con todo su Odio. Y será cada vez más poderoso. Más tortuoso en el pérfido; en el Traidor… ¡En el Vendido a Satanás!… ¡¡¡Padre!!!…

Es un grito preñado de dolor…  ¡Y de Miedo!….  Un grito que ruega… Y que continúa su dolorosa plegaria…

–                     ¡Padre!… ¡Lo sé!… Lo estoy viendo… Mientras aquí sufro y te ofrezco mis sufrimientos por su conversión; él se está vendiendo para ser más grande que Yo… ¡MÁS QUE EL HIJO DEL HOMBRE!…

Ya no le bastan los incentivos repugnantes y blasfemos de la mentira. De la falta de amor…  De sed de sangre, de ambición de dinero, de soberbia y de lujuria… ¡Ahora se entrega a Satanás para hacer grandes prodigios!…

¡Padre! ¡Oh, Padre mío! ¡Yo lo amo!… Todavía lo amo…. ¡Es un Hombre!… ¡Es uno de aquellos por los cuales te dejé!… ¡Por mi Humillación!… ¡Sálvalo!… ¡Oh, Señor Altísimo!… ¡Un milagro!… ¡Un milagro para Jesús de Nazareth; el Hijo de María de Nazareth; nuestra Eterna Amada!… ¡La salvación de Judas!…

Ha vivido a mi lado… ¡Ha bebido mis palabras!… Ha partido conmigo el pan… ¡Que no sea él,  mi Traidor!… No te pido que no sea yo traicionado… Esto tiene que ser así y lo será… Para que por medio de mi dolor de un traicionado; se cancelen todas las mentiras.

Como por el de verme vendido; toda avaricia. Como por la angustia de que me blasfemen, sean reparadas todas las blasfemias. Y por el de no haberme creído, se dé fe a los que sin ella viven y vivirán.

Como por mis tormentos; sean limpias todas las culpas del hombre… ¡Pero te ruego que no sea él!…  ¡Judas!…  ¡Mi apóstol, mi amigo!… ¡Multiplica mis tormentos, pero dame el alma de Judas!… ¡Oh, no! ¡El Cielo está cerrado!… ¡El cielo está Mudo!… ¡Oh! ¿Es este el Horror que me acompañará hasta la Muerte?…

Jesús ha vuelto a arrodillarse y ora con el rostro pegado a la Tierra, mientras el crepúsculo desciende; en el corto día invernal…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

 

 

 

 

 

90.- ENVIADOS A ANTIOQUÍA

El sol ya está en su cenit, cuando Pedro llega solo y sin que nadie lo espere a la casa de Nazareth. Viene cargado de canastos y paquetes.

María lo recibe alegremente y Pedro la saluda muy respetuoso.

Luego pregunta:

–                     ¿Dónde están el maestro y Marziam?

María contesta solícita:

–                     Están por el borde, arriba de la gruta. Como quién va a la casa de Alfeo. Creo que Marziam está cortando uvas y Jesús está meditando. Ahora los voy a llamar.

Pedro dice:

–                     Yo lo hago.

–                     Entonces quítate eso de encima. Vienes cargadísimo de cosas.

–                     No, no. Es una sorpresa para el niño. Me encanta ver su cara de asombro, cuando registra con ansia… y su dicha. ¡Oh, pobre niño mío!

Y se va con premura hacia el huerto.

Grita a todo pulmón:

–                     La paz sea contigo, Maestro. ¡Marziam!

Marziam lo escucha sorprendido y dice a Jesús:

–                     ¡Maestro! Creo que mi padre nos está llamando.

Jesús se sorprende y dice:

–                     Yo no oí nada.

Pedro vuelve a gritar y Marzíam corre a recibirlo pleno de júbilo.

Pedro lo encuentra y lo levanta en el aire, mientras todos los demás ríen al presenciar el cariñoso abrazo. Y luego se acercan.

Marziam pregunta:

–                     ¿Y mamá?

–                     Esa Porfiria no dejaba de decirme: ‘Vete a ver a Marziam’ y te mandó un montón de cosas… Se levantó muy temprano a cocinarte las empanadas que tanto te gustan… Con miel y…

Marziam exclama:

–                     ¡Oh, las empanadas!…  –Pero al punto guarda silencio.

Pedro confirma:

–                     Sí. Porfiria las preparó con higos secos al horno, mantequilla, aceitunas y manzanas. También te manda un pan con mantequilla, quesos de tus ovejitas y te tejió un vestido que no deja pasar el agua… ¿Por qué lloras?

Marziam dice sollozando:

–                     Porque hubiese preferido que ella viniese… La quiero mucho, ¿Sabes?

–                     ¡Divina Misericordia! ¡Si ella lo oyese, se derretiría cómo la manteca!… ¿Quién lo hubiera imaginado?

María dice:

–                     Marziam tiene razón. Podías haberla traído. Hace tiempo que quiere verla. Nosotras las mujeres somos así con nuestros hijos…

Pedro exclama:

–                      ¡Iré por ella! Descansaré un poco… ¡E iré por ella!…

Marziam dice:

–                     ¡Qué bonito! ¡Estaré con mis dos mamás!

Todos entran en la casa y Pedro descubre sus tesoros:

–                     Pescado seco en escabeche y fresco. Le gustará a María… Este queso suave que te gusta mucho, Maestro. Estos huevos los traje de Caná para Juan.

Y también hay uvas que me dio Susana, donde pernocté. –Abre un tarrito de miel- ¡Y también esto! Mira Marziam, qué color dorado tan hermoso. Parece como si hubiera sido hecho con los cabellos de María… –y levanta la miel que corre en dorados hilillos.

María dice:

–                     ¿Por qué tantas cosas? ¡Te has sacrificado Simón!

Pedro protesta:

–                     ¿Sacrificado? ¡No! He tenido buenas pescas y nada cuesta cuando se causa alegría al dar algo…  Además, las Encenias ya están a la puerta y debemos hacer un banquete. Es la costumbre, ¿No? –Mira a Marziam y dice- ¿No quieres probar la miel?

Marziam contesta muy serio:

–                     No puedo.

–                     ¿Por qué? ¿Estás enfermo?

–                     No. Pero no puedo comérmela.

–                     Pero, ¿Por qué?

El niño se pone rojo, pero no contesta. Mira a Jesús y no dice una palabra.

Jesús sonríe y dice:

–                     Marziam hizo un voto, para obtener un favor.  Durante cuatro semanas, no puede probar la miel.

–                     Está bien. Se la comerá después. Da lo mismo. Toma el tarro… Pero mira. Apenas si lo puedo creer…

El niño lo toma entre sus manos y se va, con su tarrito.

Jesús dice:

–                      Ha sido muy generoso Simón. Quién desde su niñez se habitúa a la penitencia, encontrará fácil el camino de la virtud durante toda su vida.

Pedro le mira alejarse. Está sorprendido. Luego pregunta:

–                     ¿No está simón Zelote?

–                     Está en casa de María de Alfeo. Pronto regresará. Esta noche dormiréis juntos en el taller de mi padre José. Ven conmigo, Simón Pedro.

Jesús se lo lleva hacia el huerto, mientras Síntica y María guardan todos los envoltorios traídos por Pedro.

Pedro dice a Jesús:

–                     Maestro, vine a verte a Ti y al niño. He pensado mucho desde que llegaron a Cafarnaúm tres zánganos venenosos… A los que dije más mentiras, que peces hay en el mar. Ahora deben estar llegando a Getsemaní, pensando que se encontrarán con Juan de Endor.  Y luego irán a casa de Lázaro para encontrar a Síntica y a Ti. ¡Qué les aproveche la caminata!… Pero luego regresarán y…  ¡Maestro! Te quieren dar unos dolores de cabeza, por estos infelices…

Jesús contesta tranquilo:

–                     Desde hace meses preví esto. Cuando regresen, éstos ya no estarán aquí; ni en ningún lugar de Palestina. ¿Ves estos cofres? Son para ellos. Mira esos vestidos doblados cerca del telar que hice para Síntica. También son para ellos. ¿Te sorprende?

Pedro mira a Jesús totalmente asombrado.

Y exclama:

–                     Sí, Maestro. Pero, ¿A dónde los mandas?

–                     A Antioquía.

Pedro lanza un chiflido que es más que elocuente…

Y luego pregunta:

–                     ¿A casa de quién? ¿Cómo se irán?

–                     A una casa de Lázaro. La última que tiene allí, donde su padre gobernó en nombre de Roma. Se irán por mar…

–                     Está bien. Porque si Juan tuviese que irse por sus propios pies…

–                     Por mar. También yo tengo mucho gusto en hablarte de ello. Escucha. Dos o tres días después de la Fiesta de las Encenias, partiremos sin que nadie lo note junto con algunos de los apóstoles: Yo, tú; Andrés, Santiago, Juan y mis primos; acompañando a Síntica y a Juan de Endor.

Iremos a Ptolemaide. De allí en barca los acompañaras a Tiro. En ese lugar subiréis a algún barco que vaya a Antioquía, cómo si fueseis prosélitos que regresan a su casa. Luego regresaréis y me encontraréis en Aczib. Estaré arriba del monte diariamente. Por lo demás, el Espíritu Santo os guiará…

–                     ¿Cómo? ¿No vienes con nosotros?

–                     Lo sabrían todos al punto. Quiero que el corazón de Juan esté tranquilo.

–                     ¿Y cómo lo voy a hacer? Jamás he ido hasta allá…

–                     No eres un niño. y dentro de poco tendrás que ir mucho más allá de Antioquía. Confío en ti. Mira cuánto te aprecio…

–                     ¿Y Felipe y Bartolomé?

–                     Nos saldrán al encuentro en Jotapata. Evangelizando mientras llegamos. Les escribiré y les llevarás la carta.

–                     Y esos dos, ¿Saben ya su destino?

–                     No. Quiero que disfruten la fiesta tranquilamente.

–                     ¡Hum! ¡Pobrecitos! Piensa que si a uno lo tienen que perseguir criminales de corazón…

–                     No te ensucies la boca, Simón de Jonás.

–                     Está bien maestro. Oye… ¿Pero cómo voy a hacer para llevar estos cofres? ¡Y también llevar a Juan! Me parece que está muy enfermo…

–                     Alquilaremos un asno.

–                     Dirás una carreta.

–                     Sí. Una carreta estará bien.

–                     ¿Y quién la guiará?

–                     Si Judas de Simón aprendió a remar; Simon de Jonas aprenderá a guiar. No creo que sea tan dificil guiar a un asno con la rienda. En la carreta pones los cofres y a los dos que enviaras. Y nosotros iremos a pie… Sí. de este modo hay que hacerlo, créemelo.

–                     Y ¿Quien nos proporciona la carreta? Ten en cuenta que no quiero que nadie note la partida…

Pedro se pone a pensar…  Y encuentra la solución…

Pregunta:

–          ¿Tienes dinero?

–          Si. Todavía queda mucho de las perlas de Misace.

–          Entonces todo esta arreglado. Dame un poco de dinero. Encontrare un asno y una carreta. Luego regalaremos el asno a algún pobrecito y venderemos la carreta. ¿Deberé volver por mi mujer?

–          Si. Es lo mas conveniente.

–          Asi se hara. ¡Y esos dos pobrecitos!  Me desagrada que Juan se vaya… ¡Es tan poco lo que va a durar! Hubiera podido morir aquí como Jonas…

–          No se lo habrían permitido… El mundo odia a quien se redime…

–          Se va a apenar mucho…

–          Yo inventare una excusa para que su partida no sea dolorosa…

–          ¿Cuál?

–          La misma que sirvió para enviar lejos a Judas de Simon: la de trabajar para Mi.

–          ¡Ah! Solo que en Juan hay santidad y en Judas, una grandiosa soberbia.

–          Simon, no murmures.

–          ¡Mas difícil que hacer cantar a un pescado! Es verdad, Maestro. No es murmuración… pero creo que ya estoy oyendo que llego Simon Zelote con tus primos… Vamos a saludarlos.

–          Vamos y ¡Cuidado con chistar algo a alguien!

–          ¿Me lo pides? No puedo guardar la verdad cuando hablo. Pero se callar completamente cuando quiero.  Y ahora quiero. Lo juro por mi mismo. Ire hasta Antioquia, ¡A la punta del mundo! ¡Oh! ¡No veo la hora de estar de regreso! No dormire hasta que todo haya concluido.

Mas tarde, estan todos sentados a la mesa, terminando de comer. Sintica se levanta y trae la fruta para terminar la cena: manzanas, nueces, uvas y almendras. Las lámparas estan encendidas, pues ya ha anochecido.

Pedro mira a Marziam y dice:

–          Este año prenderemos una mas. Por ti, hijo mio. Es la primera vez que la encenderemos por un niño. Traeré a Porfiria y sera muy feliz…

Zelote dice:

–          El año pasado pasado era yo quien suspiraba, junto con Maria de Alfeo y Salome. Y la madre de Tomas y Maria de Simon en la casa de Keriot… ¡Oh, la madre de Judas! Este año tendra a su hijo… pero tal vez no sea feliz… Bueno. No hablemos de esto… Nosotros estuvimos en la casa de Lazaro… ¡Cuantas luces! Parecia un cielo de oro y fuego… Este año Lazaro tiene a su hermana… Se que ellos estan suspirando pro ti, Jesus… Y el año que viene, ¿En donde estaremos?…

Juan de Endor, en voz muy baja dice:

–          Yo estare muy lejos…

Pedro se voltea a mirarlo, porque lo tiene a su lado. Pero Jesus lo esta mirando…  Se refrena y es Marziam el que pregunta:

–          ¿Dónde estaras?

Juan de Endor  contesta:

–          Por la misericordia de Dios, espero estar en el seno de Abraham.

–          ¿Quieres morirte? ¿No quieres evangelizar? ¿No te desagrada morir sin haberlo hecho?

–          La Palabra del señor debe salir de labios santos.  Mucho ha sido el que se me permitiese oírla y que ella me redimiese. Me habría gustado… Pero es muy tarde…

Marziam pregunta a Maria:

–          ¡Por que mama no has puesto en la mesa las empanadas con miel? A Jesus le gustan y a Juan le harian mucho bien para su garganta. Y tambien a mi padre le gustan mucho…

Pedro concluye:

–          Y tambien a ti…

–          Para mi… es como si no existiesen… Lo prometi…

Maria lo acaricia y dice:

–          Por eso no las puse…

El niño objeta:

–          No, no. Las debes traer y dárselas a todos.

Sintica toma una bandeja y las trae de la cocina. Marziam toma la bandeja y empieza a distribuir. La mas bonita y dorada, que es una obra de arte de la pastelería, la da a Jesus. La segunda a la Virgen. Despues a Pedro y luego a Simon. Y finalmente a Sintica.

Cuando le toca a Juan de Endor, que esta enfermo y ha sido su pedagogo, le dice:

–          A ti te doy la tuya y la mia. Y además un beso, por todo lo que me enseñas. –Regresa a su lugar y se cruza de brazos.

Pedro, al ver que su hijo adoptivo no toma nada para si;  dice feliz:

–          Me muero de alegria con esto. –y le ofrece a Marziam un pedacito mientras dice- Toma al menos esto. ¡Vamos! Es de la mia, para que no te mueras de ganas. Sufres mucho… Lo veo… Y Jesus te lo permite…

Marziam contesta muy serio:

–          Si no sufriese, no tendría merito. Como sabia que me costaría mucho; por eso lo ofreci como sacrificio. Y por otra parte estoy muy contento. Desde que lo hice, me parece que estoy lleno de miel… Siento su sabor por todas partes… hasta me parece que respiro su olor por el aire…

–          Aunque te mueras de ganas…

–          No. Es porque se que Dios me dice: ‘Haces bien, hijo mio’

–          El Maestro te ama tanto, que te habría contentado aunque no hubieras hecho este sacrificio…

–          Si. Pero no es justo. Porque El me ama, no debo aprovecharme de ello… Si en el Cielo habrá una recompensa por cada vaso de agua ofrecido en su Nombre, tambien lo sera por cada empanada y un poco de miel que me privo en favor de un hermano, ¿Verdad Maestro?

Jesus responde:

–          Hablas como un sabio. Hubiera concedido lo que me pediste por la pequeña Raquel, sin que hubieras ofrecido ningún sacrificio; porque era cosa buena y mi Corazon lo deseaba. Pero lo hice con mas alegria con tu ayuda… La Comunión de  los Santos es este obrar continuo para ayudar a los hermanos. Todo sacrificio ofrecido puede traer paz  o servir para un milagro, para alguien que no conocemos; pero que Dios conoce y al que su amor Infinito quiere ayudar… Nada se pierde en la Economia del Amor Universal…

Marziam contesta resuelto:

–          Entonces no esta mal que yo haga siempre sacrificios, para cuando seamos perseguidos.

Pedro pregunta alarmado:

–          ¿Perseguidos?

–          Si. No recuerdas que Jesus un dia dijo: ‘Sereis perseguidos por mi causa’ Tu tambien me lo dijiste, cuando por primera vez viniste a evangelizar a Betsaida, en el verano.

Pedro comenta admirado:

–          Este muchacho se acuerda de todo.

Terminan de cenar y Jesus se pone de pie. Ora por todos, bendice y da gracias. Las mujeres ponen todo en orden y Jesus empieza a tallar un pedazo de madera que ante los ojos admirados de Marziam, se va convirtiendo en un cordero…

Dos semanas después…

La mañana invernal se baña en el agua que cae del cielo. Jesús está en su taller trabajando en pequeños objetos que complementan un telar, magníficamente provisto.

María entra con un tarro lleno de leche espumosa y dice:

–           Bébela Hijo. Hay mucha humedad y mucho frío. Y estás trabajando desde la madrugada…

Jesús se sienta en al banco y bebe la leche que le ha traído su Madre…

Y comenta:

–           Sí. Pero ya terminé todo. Estos ocho días de fiesta no me dejaron trabajar como lo hubiese deseado…

María acaricia el telar  y Jesús le pregunta sonriente:

–           ¿Lo bendices, Mamá?

María responde:

–           No. Lo acaricio porque Tú lo hiciste. Al modelarlo lo has bendecido, desde que lo creaste en tu pensamiento. Le servirá mucho a Síntica, es muy experta en tejer y con él atraerá a mujeres casadas y solteras jóvenes. ¿Qué otra cosa hiciste? Veo virutas de olivo cerca del horno…

Jesús contesta:

–           Algo que le servirá mucho a Juan de Endor. Es un cofrecito para sus stylus y una pequeña mesa para escribir. Y estos pequeños armarios, para que ponga en ellos sus libros… Los hice porque Simón de Jonás va a traer una carreta y podremos cargar con ellos cuando se vayan… Y así podrán comprobar en todas estas pequeñas cosas, cuanto los he amado…

–           Sufres mucho al desprenderte de ellos y alejarlos… ¿Verdad?

–           Sufro. Infinitamente… Por Mí y por ellos…  Es un sufrimiento que está clavado en mi corazón y que me entristeció, aún la Fiesta de las Luces… Es un sufrimiento que hubiese preferido experimentar Yo sólo…

Jesús llora amargamente…

María lo acaricia en su mano para consolarlo…

Jesús continúa:

–           Cómo Dios, fueron mis primeras conquistas paganas… ¡Los amo!… Y tengo que desprenderme de ellos por… –un sollozo corta la frase.

María lo observa impotente y las lágrimas también ruedan por sus pálidas mejillas…

Sigue un prolongado silencio interrumpido solo por los sollozos angustiosos de los dos…

Luego Jesús pregunta:

–           ¿Ya se levantó Juan?

María responde:

–           Sí. Lo oí que tosía. Tal vez está en la cocina bebiendo su leche. ¡Pobre Juan!

Todavía no lo sabe, ¿Verdad?

Jesús se yergue:

–           Voy a decírselo… Debo decírselo. Con Síntica será más fácil. Pero para él… Mamá… Vete con Marziam. Despiértalo y orad juntos, mientras hablo con él… Será como si le estrujara las entrañas… Puedo matarlo o paralizarlo en su vida espiritual… –La voz se le apaga. Y se dobla sobre Sí Mismo. Implora- ¡Padre mío!… ¡Qué dolor, Padre mío! Voy…

Y Jesús sale verdaderamente abatido.

Encuentra a Síntica que viene hacia la cocina con un haz de leña para alimentar el fuego y que le saluda sin imaginar nada del drama de su Maestro.

Jesús responde a su saludo de manera automática… Pero inmediatamente se yergue majestuoso y recupera su donaire natural. Camina resuelto hasta la puerta de la habitación que fuera de José y se asoma preguntando:

–           ¿Puedo entrar?

Juan de Endor contesta afable:

–           ¡Maestro! ¡Siempre lo puedes! Estaba escribiendo lo que dijiste ayer sobre la prudencia y la obediencia. Quiero que lo veas, por si olvidé algo… Mi memoria está cada vez peor y…

Jesús toma los pergaminos y los lee…

Luego dice:

–           Lo transcribiste perfecto… No te has equivocado en nada. Posees la prudencia y Yo también… Por esto te aparté de las fatigas del apostolado que sobrellevan los otros discípulos y te traje aquí; para que estés descansado y en paz…

–           Gracias, Maestro. Espero no decir una barbaridad… En esta casa he experimentado lo que es el Cielo… Tu Madre es la Esposa de Dios y una verdadera diosa… Ella está llena de la Gracia de Dios y es la Mujer Perfecta… Su bondad y su Pureza, transfunden todo lo que toca…

–           Lo sé. Ella fue mi Maestra y es mi jardín de delicias… Es la Dulzura de Dios en este planeta lleno de tanta amargura y dolor…

Todas tus discípulas son maravillosas y me han hecho reconciliarme con la mujer. Te confieso que a Síntica es a la que más quiero, porque además de su sabiduría perfecta, comparto con ella igualdad de condición: ella esclava y yo galeoto. Esto me permite una confianza que no puedo tener con las demás. Ella es un refugio, un descanso…

Ya soy viejo y la respeto y la admiro. La amo como a la hija inteligente y estudiosa que me hubiera gustado tener. Su afecto maternal me consuela y me cura de todo el mal que por la mujer llegó a mi vida. Sobre mi alma que va al encuentro con la muerte, siento el rocío de su amor y capto en ella la perfección de la mujer. Y por esto perdono todo el mal que de la mujer me vino… Siento que por ella perdonaría inclusive a la desventurada que fue mi esposa y a la que maté, junto con su amante: el romano que era mi amigo y que me traicionó…

–           Me alegro que hayas encontrado todo esto en Síntica. Será una buena compañera tuya para el resto de la vida… Y juntos haréis mucho bien, porque Yo os uniré…

Jesús escudriña de nuevo a Juan.

Y éste sonríe mientras dice:

–           Señor, trataremos de servirte lo mejor que podamos.

–           Estoy seguro de que lo haréis, no importa el lugar a donde os envíe y aunque no os agradase…

Juan se sobresalta. Palidece. Y su único ojo se clava escudriñador en Jesús…

Que lo abraza y lo mantiene junto a sí, cómo suele hacer con Juan el apóstol…

Jesús, pálido por el dolor que sabe que va a proporcionar, dice:

–           También ahora Dios te confía una misión delicada y santa. Una misión que es una señal de su amor y que tú eres el único que sería capaz de llevar a cabo. Cualquier otro la rechazaría y tampoco tendría las cualidades para realizarla. Tu nombre es Juan y como tal, eres precursor de mi doctrina… Prepararás los caminos de tu Maestro y serás cómo Él…

Juan se estremece e intenta zafarse del abrazo de Jesús para mirarle a la cara. Pero no lo logra porque Jesús lo retiene suave pero firmemente, mientras el Maestro continúa diciendo:

–           Yo no puedo ir tan lejos… Hasta Siria… Hasta Antioquía…

Juan se zafa de los brazos de Jesús  y grita:

–           ¡Señor!… ¡Hasta Antioquía!… Dime que he entendido mal… ¡Dímelo por favor!

Está de pié… Con una súplica reflejada en su único ojo que resalta en su cara de color ceniciento y en sus labios y en sus manos que también están extendidas y temblorosas…  Mientras su cabeza se inclina doblegada por la fatal noticia…

Jesús también se levanta y abre sus brazos para acoger al viejo pedagogo, mientras confirma:

–           Hasta Antioquía, en casa de Lázaro… Con Síntica, partiréis mañana…

Juan, con un desconsuelo absoluto,  con su flaca cara bañada de lágrimas, exclama sollozante:

–           ¡¿Ya no me quieres más contigo?! ¿Qué fue lo que hice que te pudo haber desagradado tanto, Señor?…

Y su voz se rompe en un estallido de sollozos que destrozan su corazón y rompen las entrañas, mientras se interrumpen por los accesos de tos; que ni siquiera las caricias de Jesús logran consolar…

El pobre viejo exclama:

–           ¡Me arrojas! ¡Me hechas fuera! ¡No te veré más!…

Jesús está sufriendo visiblemente y con el rostro desencajado ora ferviente… Sale despacio y ve en la puerta de la cocina a María y a Marziam, que está espantado por el llanto dolorosísimo de Jesús…

Más allá, también está Síntica, sorprendida y asustada…

Jesús dice:

–           ¡Madre! Ven aquí… Un momento…

María se acerca ligerita y pálida…

Y los dos se acercan y se inclinan sobre el pobre Juan de Endor que llora como si fuese un niño indefenso…

Y que clama angustiosamente:

–           ¡Me echa fuera!… ¡Moriré sólo y lejos!… ¿Por qué no esperar otro mes y dejarme morir aquí?… ¿Por qué este castigo? ¿¡Qué pecado cometí!? ¿Qué molestias te causé? ¿Por qué darme esta tranquilidad y luego condenarme?…

Y Juan se retuerce sobre la mesa llorando y jadeante…

Jesús le pone la mano sobre su flaca espalda y le dice sollozando:

–           ¿Y puedes creer que si Yo hubiera podido, no te hubiera mantenido junto a Mí?…  ¡Oh, Juan! En los caminos del señor se encuentran necesidades absolutas. Yo soy el primero en sufrir por esto. Yo que llevo conmigo mi dolor y el de todo el Mundo… Mírame Juan… Yo no te odio, ni estoy cansado de ti… Ven a mis brazos y siente cómo palpita de dolor mi corazón…

Escúchame Juan…

Es la última expiación que Dios te impone para abrirte las Puertas del Cielo… –Jesús lo levanta y lo abraza- Escucha… Mamá… Sal un momento…

María se retira y Jesús continúa:

–           Ahora que estamos solos, escúchame Juan… TU SABES QUIEN SOY… ¿Crees firmemente que sea Yo el Redentor?…

Juan suspira y responde:

–                       ¿Y cómo no voy a creerlo? Por esto querría estar contigo siempre, hasta la muerte…

Jesús confirma:

–           Hasta la muerte… ¡Horrible será!…

–           Lo he dicho por la mía… ¡La mía!

–           La tuya será placentera. La consolaré con mi Presencia… Que te infundirá la        certeza de que Dios te ama; de que te ama Síntica; además de la alegría de haber preparado el triunfo del Evangelio en Antioquía. ¡Pero mi muerte! Me verías reducido a un montón de carne llagada, escupida, abandonada al ludibrio de una multitud feroz. Me verías morir suspendido en una Cruz, como si fuera un criminal… ¿Podrías soportarlo?

Juan, a cada palabra de Jesús grita:

–           ¡No! ¡No! ¡NO!…

Su ‘No’ es duro, sin réplica… Y añade:

–           Volvería a odiar al hombre…  Más entonces ya estaré muerto; porque Tú eres joven y…

–           Y solamente veré otras Encenias más…

Juan lo mira aterrado…

Jesús continúa:

–           Te lo he dicho en secreto para explicarte y una de las razones por las que te mando lejos es ésta…  No serás el único a quién trataré así… A todos a los que no quiero que lleguen a sentirse inferiores ante la realidad; los alejaré de antemano.  ¿Te parece que esto no sea una prueba de amor?…

No. Mi Dios Mártir… Pero entretanto yo debo dejarte y… Moriré lejos…

–           por la Verdad que Soy Yo, te prometo que estaré inclinado sobre tu almohada, cuando llegue tu agonía…

–           Pero, ¿Cómo va a ser esto, si estaré muy lejos? Y Tú estás diciendo que no puedes ir hasta allá… Lo dices para consolarme y que me vaya tranquilo…

–           Juana de Cusa que estaba agonizando a los pies del Líbano, me vio y Yo estaba muy lejos… Ella no me conocía… Y con todo, la volví a traer a esta pobre vida  de la tierra…

Tú eres una alegría mía y llevarás el encargo de decir a los vivientes en el seno de Abraham: “La Hora de señor ha llegado. Así como ahora viene la Primavera sobre la Tierra, así también ahora despunta la del Paraíso.”

Iré varias veces a ti, antes de esto. Me sentirás siempre junto a ti… Puedo hacerlo y lo haré… Tendrás al Maestro en ti, como ni ahora lo tienes…  porque el Amor puede comunicarse a quien ama… Y tan sensiblemente que llegará no sólo al corazón; sino a los mismos sentidos… ¿Te sientes ahora más tranquilo, Juan?

–           Sí, Señor mío. ¡Pero qué dolor!

–           No te rebelas. ¿Verdad?

–           ¿Rebelarme? Jamás. Te perdería completamente. Solamente digo: “Padre mío. Hágase tu voluntad”

–           Sabía qué me ibas a comprender.

Jesús lo besa en las mejillas flacas y bañadas por las lágrimas, que no han dejado de manar…

Y Juan dice:

–           ¿Me permites hablar con el niño? Lo quiero mucho…

–           Sí. Lo llamaré al punto. También llamaré a Síntica. Va a sufrir muchísimo… Debes ayudarla, tú que eres el hombre…

–           Sí Señor. Lo haré…

Jesús sale y llama a Marziam y a la joven griega…

Cuando la doncella entra, lo ve llorando y Juan le dice:

–           Nos mandan lejos. ¿No lo sabías? Nos mandan a Antioquía.

Síntica responde con serenidad:

–           ¿Y qué? ¿Acaso no ha dicho que donde hay dos o tres reunidos en su Nombre, también Él estará en medio de ellos? ¡Ánimo, Juan! Posiblemente hasta ahora siempre has elegido tu suerte y por esto te asusta que alguien te imponga su voluntad.

Por mi parte, estoy acostumbrada a aceptar la voluntad de otros…  Jamás me rebelé contra la esclavitud déspota, sino hasta cuando quisieron esclavizar mi alma. ¿Acaso podría rebelarme contra esta dulce esclavitud de amor que no daña; sino que nos eleva y nos da el título de siervos suyos?

¿Tienes miedo del mañana porque estás enfermo? Yo trabajaré por ti. ¿Tienes miedo de quedarte solo?  Jamás te abandonaré. Puedes estar seguro de ello. No tengo otro objetivo en mi vida que amar a Dios y al prójimo.  Tú eres el prójimo que Dios me confía… ¡Piensa ahora si no te voy a querer!

Jesús dice:

–                      No tendréis necesidad de trabajar para vivir, porque estaréis en una casa de Lázaro. Os aconsejo que busquéis un modo de enseñar, para que os atragáis a la gente.

Tú como maestro y tú cómo mujer, con quehaceres de tu sexo. Esto servirá al apostolado y para que paséis felices el día.

Síntica responde con firmeza:

–           Así se hará Señor.

Juan pregunta:

–           ¿Cómo iremos a Antioquía?

Jesús contesta:

–           Por mar. ¿Tienes miedo?

–           No, Señor. Tú nos mandas y eso nos protegerá.

–           Iréis con los dos Simones, mis hermanos y los hijos de Zebedeo, Andrés y Mateo. Hasta Ptolemaide en carreta, con los cofres y el telar que te hice Síntica y con algunos objetos que serán muy útiles a Juan.

Un sollozo contenido rompe la voz de Síntica al decir:

–           ¿Cuándo partiremos?

–           En cuanto lleguen los apóstoles. Tal vez mañana.

Síntica se dobla por la ola de dolor que la envuelve… Pero se levanta con heroísmo y dice con serenidad:

–           Me había imaginado algo, al ver los cofres y los vestidos… Y preparé mi corazón para la separación…  ¡Era un sueño demasiado hermoso el vivir aquí!…  Entonces si me permites, voy a poner en orden todo lo necesario en los cofres… Dame tus libros, Juan…

Juan de Endor responde:

–           Tómalos… Pero dame ese pergamino que está amarrado con el cordón azul…

En ese preciso instante, entra Marziam con su tarro de miel y le dice al anciano maestro:

–           Ten Juan… Te la comerás por mí.

Juan protesta:

–           Pero, ¡No muchacho! ¿Por qué?

Marziam dice muy serio:

–           Porque Jesús dijo que una cucharada de miel ofrecida en sacrificio, puede traer paz y esperanza a un afligido. Tú lo estás. Te doy toda la miel para que te consueles…

Es un gran sacrificio jovencito.

–           ¡No lo es! En la Oración que Jesús nos enseñó, decimos: ‘No nos lleves  a la tentación; sino líbranos del Mal.’ Este vaso es una tentación para mí y puede ser un mal; porque por él puedo quebrantar mi promesa. Si ya no lo veo… Será mucho más fácil y Dios me ayudará por este nuevo sacrificio.  Pero ya no lloréis… Ni tú tampoco Síntica…

De hecho, la griega ha estado llorando silenciosamente, mientras recoge los libros de Juan. Ella sale con los pergaminos y María con el tarro de miel.

Juan se queda con Jesús, que sentado a su lado y con el niño en los brazos, está calmado pero totalmente abatido.

Juan extiende un pergamino hacia Marziam y dice:

–           Mira jovencito. Estas son las palabras del Maestro que dijo cuándo no estabas presente y algunas otras… Las estuve copiando para ti; porque tienes toda la vida por delante y siempre podrás evangelizar…  Yo ya no puedo hacerlo más… Me quedaré sin sus palabras… – Un sollozo dolorosísimo corta la frase y el hombre vuelve a llorar desconsolado.

Marziam, dulce y virilmente, le abraza por el cuello y le dice:

–           Ahora seré yo quien escriba por ti y te las mandaré… ¿Verdad Maestro?

Jesús confirma.

–           Así será. Y será una gran caridad hacerlo.

–           Lo haré. Y cuando yo no esté, Simón zelote lo hará, porque me quiere y también a ti te quiere mucho. No llores más. Luego iré a verte… En realidad, no estarás tan lejos…

–           Estaré demasiado lejos… Nos separarán demasiadas millas… Pronto moriré…

–           Nos escribiremos…  Cuando se leen las páginas sagradas es como estar con  Dios. Será cómo cuando se lee una carta de la persona que más amamos…

Y Marziam junto con Jesús, se esfuerzan en consolar al anciano exgaleote…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA