60.- LOS PROFETAS AL REVÉS
Los apóstoles, obedientes a las órdenes recibidas; van llegando uno tras otro; en la puerta de la ciudad.
Jesús llega un poquito después…
Mateo dice al verlo:
– El Maestro debió haber tenido buena suerte. Mirad como sonríe…
Le salen al encuentro y se van juntos por el camino principal.
Jesús les pregunta:
– Y bien. ¿Qué tal os fue? ¿Qué hicisteis?
Judas de Keriot y Bartolomé responden:
– Muy mal.
– Tuvimos que huir.
Jesús pregunta:
– ¿Por qué? ¿Qué os sucedió?
Judas está irritado:
– Que por poco nos apedrean. Tuvimos que escapar. ¡Vámonos de este país de bárbaros! Regresemos a donde nos aman. Aquí no hablo más. Yo no quería hablar… Pero luego me dejé convencer y Tú no me entretuviste. Y Tú lo sabes todo…
Jesús lo mira sorprendido y pregunta:
– Pero, ¿Qué te pasó?
– Me fui con Mateo, Santiago y Andrés. Nos fuimos a la Plaza de los Juicios, porque allí hay gente que escucha, mientras tenga tiempo que perder.
Habíamos decidido que hablaría Mateo, el más apto para hablar a publicanos y a sus clientes.
Él comenzó diciendo a dos que litigaban por un campo; de una herencia embrollada:
“No odiéis por lo que muere y por lo que no podéis llevaros a la otra vida. Amaos para poder gozar de los bienes eternos; que se obtienen tan solo con sujetar las malas pasiones y de este modo ser vencedores y poseedores del bien”
Así dijiste, ¿No es verdad? Y luego continuó, mientras dos o tres, se acercaron a oírlo: Escuchad a la Verdad que enseña esto al mundo, para que el mundo tenga paz. Sois testigos de que se sufre por esto; por este interés desmesurado de las cosas que perecen. Pero la Tierra no lo es todo.
Existe también el Cielo y en el Cielo está Dios. Así como en la Tierra está ahora su Mesías; que nos mandó a anunciaros que el tiempo de la Misericordia ha llegado. Y que no hay pecador que pueda decir: ‘Yo no seré escuchado’ porque si alguien se arrepiente verdaderamente, se le escucha, es amado y se le invita al reino de Dios.
Ya se había juntado mucha gente. Unos escuchaban con respeto. Otros hacían preguntas, perturbando a Mateo.
Yo no vuelvo a dar respuestas, para no echar a perder el discurso. Hablaré y responderé en particular. Que conserven en su cabeza lo que queramos decir y que se callen.
Pero Mateo quiso responder al punto… Y también a nosotros nos hacían preguntas.
Había quién sonreía maliciosamente y decía:
– ¡He aquí a otro loco! Claro que viene de la guarida de Israel.
– Los judíos son una grama que se extiende a todas partes. ¡He aquí sus eternas fábulas!
– Ellos tienen como cómplice a Dios. ¡Oídlos! Está en el filo de la espada y en el veneno de su lengua. ¡Oíd! ¡Oíd! Ahora sacan a relucir a su Mesías.
– Otro frenético que nos atormentará como en siglos anteriores.
– ¡Que mueran Él y su raza!”
Entonces perdí la paciencia e hice a un lado a Mateo que continuaba hablándoles como si nada; como si estuvieran brindándole honores.
Y comencé a hablar. Tomé a Jeremías como punto de mi discurso:
“He aquí que suben las aguas del Septentrión y se convertirán en un torrente que inunda…
A su estruendo, el castigo de Dios caerá sobre vosotros, raza perversa.
Hará estrépito como torrentes de agua. Y por su parte habrá armas y habrá soldados de la tierra y honderos celestiales.
Todo bajo las órdenes de los jefes del pueblo de Dios; para castigar vuestra terquedad.
A su estruendo perderéis toda fuerza. Caerán orgullosos corazones, brazos, cariños, ¡Todo!
¡Seréis exterminados, vanguardia de la isla del pecado!
¡Puerta del Infierno!
Os habéis hecho orgullosos porque Herodes os ha reconstruido la ciudad?
Pero, ¡Seréis arrasados hasta que os hagáis calvos sin esperanza!
Seréis castigados en vuestras ciudades y poblados; en los valles y en las llanuras. La profecía no ha muerto todavía…
Y ya no pude continuar… porque nos arrojaron.
Y solo por una caravana que iba pasando por una calle, pudimos salvarnos. Porque las piedras comenzaron a volar y dieron contra camellos y camelleros. Se trabó una riña y pudimos huir. Luego nos quedamos quietos en un patio de las afueras de la ciudad. ¡Ah! Pero no vuelvo más por aquí…
Nathanael exclama:
– ¡Oye!… Pero perdona… los ofendiste. ¡La culpa es tuya! ¡Ahora comprendo porqué llegaron a tan hostiles medios, para arrojarnos!
Se vuelve hacia Jesús y agrega:
Escucha, Maestro. Nosotros; esto es: Pedro, Felipe y yo, fuimos en dirección de la torre que da al mar. Allí había marineros y dueños de naves que cargaban sus mercancías para Chipre, Grecia y hasta lugares más lejanos todavía.
Maldecían contra el sol, el polvo, el cansancio. Blasfemaban contra los profetas y el Templo. Y contra todos nosotros. Yo me quería retirar, pero Simón no quiso.
Pedro dijo:
– No. Al revés. Son exactamente estos pecadores a quienes debemos acercarnos. El Maestro lo haría y también nosotros debemos hacerlo.
Felipe y yo dijimos:
– Habla tú entonces.
– ¿Y si no sé hacerlo? –contestó Simón Pedro.
– Entonces te ayudaremos.
Simón fue sonriente hacia dos que sudando se habían sentado sobre un gran fardo que no lograban llevar a la nave y dijo:
– Está pesado, ¿No es verdad?…
Uno de ellos contestó:
– Más que pesado, es que estamos cansados. Debemos terminar pronto la carga, porque el patrón lo ha ordenado. Quiere zarpar en las horas de bonanza; porque esta noche el mar estará intranquilo y es menester haber pasado los escollos para no peligrar.
– ¿Escollos en el mar?
– Sí. Allí donde el agua está bullendo. Lugares peligrosos. Los arrecifes…
– Corrientes… ¿No? ¡Entiendo! El viento del sur da vuelta por la punta y se encuentra con la corriente…
– ¿Eres marinero?
– Pescador de agua dulce. Pero el agua siempre es agua y el viento, viento. La he bebido más de una vez y la carga se me ha ido al fondo varias veces. Es un trabajo hermoso, pero duro.
En todas las cosas hay siempre su lado bello y su lado feo. Ningún lugar está hecho solo de malos… ni ninguna raza es toda cruel. Con un poco de buena voluntad, se pone uno siempre de acuerdo y se encuentra que por todas partes, hay gente buena.
¡Ea! Os quiero ayudar.
Y Simón llamó a Felipe diciendo:
¡Se necesitan fuerzas! Coge tú de allí y yo de acá. Y esta buena gente nos lleva allá a su nave, a las bodegas.
Los filisteos no querían… pero después consintieron.
Puesta en su lugar la carga; Simón se puso a alabar la nave, como solo él sabe hacerlo. A alabar el mar… la ciudad hermosa, vista desde el mar. A interesarse en la navegación marina de ciudades de otras naciones…
Y todos a su alrededor le agradecen y lo alaban; hasta que uno le preguntó:
– ¿De dónde eres tú?…. ¿Nilótico?
– No. Del mar de Galilea. Como veis; no soy un tigre.
– Es verdad. ¿Buscas trabajo?
– Sí.
El patrón dice:
– Yo te contrato, si quieres. Veo que eres un marinero capaz.
– Yo al revés. Te contrato a ti.
– ¿A mí?… Pero, ¿No has dicho que andas en busca de trabajo?
– Es verdad. Mi trabajo es llevar hombres al Mesías de Dios. Tú eres un hombre fuerte y por lo tanto, un trabajo mío.
– Pero… ¡Yo soy filisteo!
– ¿Y qué? ¿Eso qué significa?
– Quiere decir que nos odiáis. Nos perseguís desde tiempos remotos… Lo han gritado siempre vuestros jefes…
– Los Profetas… ¿No es así? Pero ahora los profetas son voces que no gritan más. Ahora existe sólo el Único, Grande y Santo Jesús. Él no grita… Sino que llama con voces de Amigo…
Y así estuvo hablando Simón; bonachón e inspirado al mismo tiempo. Todos le escuchaban con atención y respeto. Sí, ¡Con respeto!…
Ya casi terminaba, cuando de una calle, salió un grupo de personas armadas con bastones y piedras, que gritaban y vociferaban.
Y cuando nos vieron, nos reconocieron como forasteros… Y por el vestido… ¡Ahora entiendo! Como forasteros de tu misma raza, Judas.
Y como a tales nos tomaron…. Si no nos hubieran protegido los del navío; no lo estuviéramos contando.
Nos subieron en una lancha y nos llevaron por el mar. Nos hicieron bajar en la playa, cerca de los jardines del sur. Y de allí nos venimos junto con los que cultivan las flores, para los ricos de acá.
Pero tú Judas; echaste a perder todo… ¿Es esa, una nueva manera de decir insolencias?
Judas responde con altivez:
– Es la verdad.
Nathanael replica severamente:
– Hay que saber usarla. Tampoco Pedro dijo mentira alguna. ¡Pero supo hablar!
Pedro dice con sencillez:
– ¡Oh, yo!… Traté de ponerme en el lugar del Maestro, pensando: ‘Él se portaría, así… muy dulce’. Entonces yo…
Judas dice muy digno:
– Yo prefiero los modales majestuosos. Son más propios de reyes.
Simón Zelote lo reprende:
– Tu acostumbrada idea. Estás equivocado Judas. Hace un año que el maestro te está corrigiendo este modo de pensar; pero no le haces caso. Tú también estás obstinado en el error; como los filisteos sobre los que te arrojaste.
Judas replica altanero:
– ¿Cuándo se me ha corregido por eso? Cada quién tiene su modo de ser y debe usarlo.
Simón Zelote tiene hasta un sobresalto al escuchar esto…
Mira a Jesús que calla y que le responde con una sonrisa de aprobación.
Santiago de Alfeo dice con calma:
– Esta no es una razón. Nosotros… ¿No estamos aquí para corregirnos, antes que para corregir? El Maestro ha sido primero nuestro Maestro. No lo habría sido si no hubiese querido que cambiásemos nuestras costumbres e ideas.
Judas insiste:
– Era ya Maestro por la sabiduría.
Tadeo replica muy serio:
– ¿Era?… ¡Es!
– ¡Oh! ¡Cuántas cavilaciones! Es. Sí. Es…
Santiago de Alfeo aconseja con dulzura:
– Y también es Maestro de todos los demás; no solo por la sabiduría. Su enseñanza se dirige a todo lo que hay en nosotros. Él es Perfecto. Nosotros imperfectos. Esforcémonos pues por serlo y mejorarnos siempre más…
Judas replica a la defensiva:
– No veo la falta que he cometido. Es que éstos son una raza maldita. Todos son perversos…
Tomás interrumpe:
– ¡Oye! No. No puedes afirmar eso. Juan fue a los de la clase ínfima: los pescadores que llevan el pescado al mercado. Y mira este saco húmedo… Es del pescado más sabroso. Gastaron su ganancia en dárnoslo.
Por miedo de que el de la mañana no estuviese fresco por la tarde, volvieron al mar y nos llevaron con ellos.
Me parecía estar en el Lago de Galilea. Y te aseguro que si el lugar parecía recordarlo, lo parecían más las barcas llenas de caras atentas.
Mucho más lo recordaba Juan. Parecía otro Jesús. Las palabras de su boca sonriente, le salían dulces como la miel. Su cara brillaba como otro sol. ¡Cómo se parecía a Ti, Maestro! Era como estarte oyendo a Ti.
Yo estaba conmovido. Estuvimos tres horas en el mar, en espera de que las redes extendidas sobre las boyas; estuvieran llenas de peces… Y fueron tres horas llenas de felicidad…
Querían verte, pero Juan dijo: ‘Os doy la cita en Cafarnaúm…’ Como si estuviera, en la plaza de la ciudad.
Y aun así, prometieron ir y tomaron nota. Tuvimos que luchar para que no nos cargasen con más pescado. Nos dieron hasta del más fino. Vamos a cocinarlo. Esta noche tendremos un gran banquete; para reponernos del ayuno de ayer.
Judas pregunta turbado:
– Pero, ¿Tú qué dijiste pues?
Juan responde:
– Nada especial. Sólo hablé de Jesús…
Tomás explica:
– A la manera como tú hablaste… También Juan citó a los profetas. Pero los puso al revés.
Judas replica sorprendido:
– ¿Al revés? ¿Acaso los puso de cabeza?…
– Sí. Tú de los profetas extrajiste aspereza y él, dulzura… Porque la misma aspereza de ellos es amor. Exclusivo. Violento, si quieres… Pero siempre amor por las almas que querrían que fuesen fieles al Señor.
No sé si lo has pensado tú, alumno de los escribas más famosos.
Porque yo sí, aunque sea orfebre. También el oro se bate y se pone al fuego, pero para hacerlo más bello. No por odio, sino por amor. Así hacen los profetas con las almas.
Yo lo entiendo; probablemente porque soy orfebre. Mira que los profetas que a ti te dieron de palos; a nosotros nos dieron un pescado exquisito.
Judas guarda silencio, totalmente desconcertado.
Jesús pregunta a sus primos y a Zelote:
– ¿Y vosotros?
Santiago de Alfeo explica:
– Fuimos por donde están los astilleros; los calafateadores. También nosotros preferimos ir a donde están los pobres.
Pero también había ricos filisteos, que vigilaban la construcción de sus navíos.
No sabíamos quién debía hablar y lo decidimos como los niños: con puntos. Judas sacó siete dedos, yo cuatro y Simón dos. Le tocó pues a Judas.
Todos preguntan curiosos:
– ¿Y qué fue lo que dijiste?
Tadeo refiere:
– Me di a conocer francamente por lo que soy. Les dije que les rogaba por su gran hospitalidad, a que acogiesen la palabra de un peregrino que venía con ellos, como un hermano. Luego hablé del Profeta Sofonías y del Amor del Pastor Supremo…
Me entendieron. Nos preguntaron…
Simón refirió su curación, mi hermano Santiago; tu bondad para con los pobres. La prueba aquí está. Cinco gruesas bolsas para los pobres que encontremos por el camino. Tampoco a nosotros los profetas nos hicieron ningún mal…
Judas traga saliva, pero permanece mudo.
Jesús dice consoladoramente:
– Pues bien. Otra vez Judas lo hará mejor. Él creyó hacerlo bien de ese modo. Como obró con fin honesto, no cometió ningún pecado. También con él estoy contento. Hacerla de apóstol, no es fácil.
Se aprende después. Una cosa me desagrada y es no haber tenido antes ese dinero y no haberos encontrado. Me hubieran servido para socorrer a una familia muy desgraciada.
Zelote dice:
– Todavía podemos regresar. Aún es temprano. Pero; perdona, Maestro. ¿Cómo la encontraste?… ¿Tú que hiciste? ¿De veras nada? ¿No evangelizaste?
– ¿Yo? He paseado. Con el silencio dije a una prostituta: ‘Deja tu pecado’. También encontré a un niño, pilluelo como el que más y lo evangelicé. Intercambiamos regalos. Le di la hebilla que María Salomé me puso en el vestido y él me dio este trabajo suyo… -Jesús saca del bolsillo el muñeco caricaturesco…
Todos lo miran admirados y sueltan la carcajada.
Jesús continúa:
– Luego fui a ver los primorosos tapetes que hacen en un taller de Ascalón para venderlos en Egipto y otras muchas partes…
Consolé a una niña sin padre y le curé a su madre.
Pedro dice asombrado:
– ¿Y te parece poco?
– Sí. Porque tenía necesidad de dinero y no lo tuve.
Tomás dice:
– Vayamos nosotros. Los que no molestamos a nadie.
Santiago de Zebedeo le dice con burla:
– ¿Y tus pescados?
– El pescado aquí está. Vosotros que tenéis encima el anatema, id a la casa del viejo que nos hospeda y comenzad a prepararlo. Nosotros vamos a la ciudad.
Jesús dice:
– Sí. Os mostraré el lugar de lejos. Habrá gente. Yo no voy. Me entretendrán… No quiero disgustar al que nos da hospedaje faltando a su invitación. La descortesía es una acción que falta siempre a la caridad.
Judas de Keriot baja más la cabeza y se pone morado como una berenjena. Cambia tantas veces de color; cuantas veces ha caído en esa falta.
Jesús continúa:
– Iréis a esa casa y buscaréis a la niña. No hay más que ella. No os equivocaréis. Le daréis esta bolsa y le diréis: ‘Esta te la manda Dios, porque has sabido creer. Para ti, tu mamá y tus hermanitos.’ No digáis más. Y regresaos al punto. Vámonos.
El grupo se divide: con Jesús y a la ciudad, van Juan, Tomás y los primos.
Los otros regresan a la casa del hortelano.
HERMANO EN CRISTO JESUS: