71.- EGOISMO DESENFRENADO
Al día siguiente…
En la casa de Caná, la alegría es igual con la llegada de Jesús, que cuando se realizaron las nupcias en las que obró el milagro del vino. Da las gracias a Susana por la hospitalidad que le dio a Aglae. Están solos debajo del emparrado cargado de racimos de uvas que se van poniendo negras. Los demás descansan en la amplia cocina.
Susana le dice:
– Maestro, la mujer era muy buena. No fue en realidad un peso. Me ayudó a lavar la ropa. A limpiar la casa, para la Pascua, como si hubiese sido una esclava. Y trabajó como tal, para ayudarme a terminar los vestidos para la fiesta. Delante de la familia, hablaba muy poco. Era muy parca en el comer. Se levantaba antes que todos.
Y encontraba yo siempre el fuego prendido y la casa barrida. Cuando estábamos solas, me preguntaba de Ti y me pedía que le enseñase Salmos de nuestra religión. Y me decía: ‘Para saber orar como ora el Maestro’ ¿Y ya acabó de penar? Porque sufría mucho. De todo tenía miedo. Suspiraba y lloraba. ¿Es ahora feliz?
Jesús responde:
– Sí. Sobrenaturalmente feliz. Libre de temores. En paz. Nuevamente te doy las gracias por el bien que hiciste.
– ¡Oh, Señor mío! ¿Cuál bien? No le di más que amor en tu Nombre, porque yo no sé hacer otra cosa. Era una pobre hermana mía. La comprendí. Y por agradecimiento al Altísimo, que me ha mantenido en su Gracia, le di amor.
– E hiciste más que si hubieras predicado en Bel-Nidrasc. Ahora tienes a otra. ¿Ya la reconociste?
– Y por estos rumbos… ¿Quién no la conoce?
– Todos. Es verdad. Pero vosotros y estos lugares no conocéis a la segunda María que permanecerá fiel siempre a su vocación. Siempre. Haz el favor de creerlo.
– Tú lo dices. Tú lo sabes. Lo creo.
– También di: ‘Amo’ sé que es más fácil compadecer y perdonar a uno que ha faltado siendo uno de los nuestros, que no a alguien que tenga la excusa de ser pagano. Pero si fue grande el dolor de ver que un familiar apostate, más fuerte será la compasión y el perdón. Yo perdoné en nombre de todo Israel. –Termina Jesús, recalcando las últimas palabras.
– Yo perdonaré por mi parte, pues un discípulo debe de hacer lo que hace el Maestro.
– Has dicho bien y Dios se alegra de ello. Vamos con los demás. Ya va a oscurecer. Será dulce el descanso en el silencio de la noche.
Entran en la cocina donde están preparados los alimentos y las bebidas para la cena. Susana se abre paso con sus juveniles mejillas arreboladas.
Invita:
– ¿Quieren mis hermanas venir conmigo a la habitación de arriba? Debemos preparar pronto las mesas, para que luego extendamos los lechos para los hombres. Puedo hacerlo yo sola, pero me tardaría mucho.
Magdalena y Martha dicen:
– Vamos.
La Virgen agrega:
– Yo voy, Susana.
Susana objeta:
– Tú no. Descansa María. – Se dirige a las hermanas- Basta con nosotras. Y así servirá para que nos conozcamos, porque el trabajo hermana mucho.
Se van.
Jesús, después de haber bebido agua fresca de frutas, va a sentarse junto a su Madre, con los apóstoles y los de casa, bajo el fresco emparrado, dejando que la dueña anciana, dirija las sirvientas, para dejar listo todo.
De la habitación de arriba, se oyen las voces de las tres discípulas que preparan las mesas. Susana les cuenta el milagro sucedido en su matrimonio…
María Magdalena dice:
– Cambiar el agua en vino es una cosa grande. Pero cambiar a una pecadora en discípula, es mucho mayor. Quiera Dios que haga yo como aquel vino y sea siempre mejor.
Susana contesta:
– No lo dudes. Él cambia todo en algo mejor. Aquí estuvo una que era para remate, pagana. Y la convirtió en el corazón y a la fe. ¿Puedes dudarlo tú que eres de Israel?
Las dos hermanas dicen al mismo tiempo:
– ¿Una?
– ¿Joven?
– Joven y muy hermosa.
Magdalena pregunta:
– ¿Y donde está ahora?
– Solo el Maestro lo sabe.
Martha comenta:
– ¡Ah! ¡Entonces es de la que te hablé, María! Lázaro estaba con Jesús aquella tarde. ¡Qué perfume había en aquella habitación! Los vestidos de Lázaro se impregnaron de él, por muchos días.
Y con todo, Jesús dice que el corazón de la convertida es más grande con su perfume de arrepentimiento. Quién sabe a donde se habrá ido. Me imagino que a algún lugar solitario…
Magdalena suspira:
– Ella en un lugar solitario y además extranjera. Yo aquí, donde me conocen. Su expiación en la soledad. La mía en vivir entre el mundo que me conoce. No envidio su suerte porque estoy con el Maestro; pero espero poder imitarla algún día, para estar sin nada que me distraiga de él.
– Lo abandonarías.
– No. Pero Él dice que se va y entonces mi espíritu lo seguirá. Con Él puedo desafiar al mundo. Sin Él, tendría miedo de los hombres. Pondré un desierto entre el mundo y yo.
– ¿Y Lázaro y yo que haremos?
– Lo que hicisteis cuando estabais afligidos: amaros y amarme. Y sin rubor alguno porque aunque estaréis solos, sabréis que estaré con el Señor y os amaré con Él.
Pedro, que alcanzó a escucharla, dice:
– María es decidida y franca en sus decisiones.
Zelote añade:
– Es una espada afilada como su padre. Tiene la cara de su madre; pero de su padre el espíritu indómito.
Y esa mujer de espíritu indómito, baja ahora rápida a decirles a todos, que las mesas están preparadas y que pueden subir a cenar. Más tarde, después de la cena…
La campiña se cobija con el manto oscuro y sereno de la noche sin luna. La débil claridad de los astros, dibuja apenas los contornos de las plantas y lo blanco de las casas. Ninguna otra cosa. Las aves nocturnas vuelan alrededor de la casa de Susana, en busca de insectos. Rozando en su vuelo a las personas que están sentadas en la terraza, alrededor de una lámpara de aceite que arroja una luz amarillenta en las caras que están con Jesús.
Martha, a quién los murciélagos infunden mucho miedo, lanza un grito cada vez que alguno de ellos, le pasa cerca.
Jesús está muy ocupado con las mariposillas que atrae la flama. Con su mano las aleja para que no se quemen.
Tomás dice:
– Son unos animalillos muy estúpidos. Tanto unos como otros. Ésos se mueren por los insectos y éstos por la llama, que se imaginan que es un sol y se queman. No tienen ni rastro de seso.
Judas de Keriot responde:
– Son animales. ¿Quieres que raciocinen?
– No. Querría al menos que tuviesen instinto… ¡Qué si son estúpidos!
Jesús dice:
– No, Tomás. No son más que los hombres. También éstos se parecen muchas veces a los murciélagos. Rozan como ebrios las cosas que no sirven sino para causar dolor. Mira, mi hermano atrapó uno. Dámelo.
Santiago de Alfeo, a cuyos pies cayó el murciélago, que atolondrado por el golpe, se remueve con movimientos torpes, lo toma con sus dedos por una de sus alas y como si fuese un trapo sucio, lo pone sobre las rodillas de Jesús.
Tomás reafirma:
– Ved al imprudente. Soltémoslo y veréis que volverá sin arrepentirse y chocará otra vez.
Judas dice:
– Un animal feo, Maestro. Yo mejor lo mataría.
Jesús objeta:
– No. ¿Por qué? Él también tiene vida y la defiende.
– No lo creo. O no sabe que la tiene o no la defiende. ¡La pone en peligro!
– ¡Oh, Judas, Judas! ¡Qué severo serías con los pecadores, con los hombres! También los hombres saben que tienen una y otra vida… Y no titubean en poner en peligro las dos.
– ¿Tenemos dos vidas?
– La del cuerpo y la del espíritu. Lo sabes bien.
– ¡Ah! Pensé que aludías a la Reencarnación. Hay quién cree en ello.
– No existe la reencarnación, pero sí existen dos vidas. Y con todo, el hombre las pone en peligro. Si fueses Dios, ¿Cómo juzgarías a los hombres, que además del instinto, tienen la razón?
– Severamente. A menos que se tratase de alguien que estuviese dañado en la cabeza.
– ¿No tendrías en cuenta las circunstancias que hacen enloquecer moralmente?
– No.
– Así pues. Tú no tendrías piedad de alguien que conoce a Dios y a la Ley. Y que sin embargo pecan.
– No la tendría. Porque el hombre DEBE saber controlarse.
– ¡Debería!
– DEBE, Maestro. Es una vergüenza imperdonable que un adulto caiga en ciertos pecados; sobre todo si ninguna fuerza le empuja.
– Según tú. ¿Cuáles serían esos pecados?
– Ante todo, los de los sentidos. Es un degradarse sin remedio… –María Magdalena inclina la cabeza y Judas prosigue implacable- Es también corromper a los demás. Porque el cuerpo del impuro exhala un hedor que atolondra a los más puros y los arrastra a cometer los mismos…
Mientras Magdalena inclina más y más su cabeza…
Pedro interviene interrumpiendo a Judas:
– ¡Oh! ¡Ra! ¡Ra! ¡Ra! No seas tan severo Judas. La primera que cometió esta imperdonable vergüenza, fue Eva. Y no me vas a decir que el hedor impuro que exhalaba algún lujurioso la corrompió. Por mi parte, ten muy en cuenta que nada se agita en mí, aunque me siente junto a un lujurioso. Eso es cosa suya…
– La cercanía siempre ensucia. Si no a la carne, al alma. ¡Y esto es peor todavía!…
– ¡Me pareces un Fariseo! Pero entonces según esto, sería necesario estar dentro de una torre de cristal y quedarse allí encerrado.
Zelote interviene:
– Simón, no te hagas ilusiones de que esto te serviría de algo. En la soledad, las tentaciones son más fuertes.
Pedro contesta:
– ¡Oh, bien! serían sueños. ¡Ningún mal!
Judas pregunta:
– ¿Ningún mal? ¿No saben que la tentación lo lleva a uno a pensar? ¿Y que el pensamiento busca un pretexto para satisfacer de cualquier modo el instinto que aúlla? ¿Y que la excusa aplana el camino para un refinamiento del pecado, en el que el sentido se une al pensamiento?
Pedro responde:
– De esto no sé nada, querido Judas. Tal vez porque nunca he pensado detenidamente como dices, en ciertas cosas. Me parece que nos hemos ido muy lejos de los murciélagos y que es muy bueno que no seas Dios.
De otro modo te quedarías tú solo en el Paraíso, con tu ceño fruncido y severo. ¿Qué dices de esto, Maestro?
– Digo que es una cosa muy buena, no ser muy absolutos. Porque los ángeles del Señor, escuchan las palabras de los hombres y las consignan en sus libros eternos. Y podría ser muy desagradable que en alguna ocasión se le dijese a uno: ‘Te sucedió como juzgaste.’
Digo que si el Señor me mandó, es porque quiere perdonar todas las culpas de las que el hombre se arrepiente, pues sabe que el hombre es muy débil por causa de Satanás.
Judas, respóndeme: ¿Admites que Satanás puede apoderarse de un alma de tal modo que ejerza sobre ella una coerción que disminuya su pecado ante los ojos de Dios?
– No lo admito. Satanás no puede atacar sino la parte inferior.
Zelote y Bartolomé, exclaman al mismo tiempo:
– ¡Blasfemas, Judas de Simón!
– ¿Por qué? ¿En qué?
Bartolomé responde seco:
– Haces mentiroso a Dios y al Libro. En él está escrito que Lucifer atacó también la parte superior. Y Dios por boca de su Verbo lo ha dicho muchísimas veces.
– También está escrito que el hombre tiene libre arbitrio. Esto significa que Satanás no puede hacer violencia a la libertad humana del pensamiento y del sentimiento. Ni siquiera Dios lo hace.
Zelote replica:
– Dios no, porque es orden y lealtad. Pero Satanás sí. Porque es desorden y Odio.
– El odio no es el sentimiento opuesto a la lealtad. Te equivocaste.
Zelote confirma:
– No me he equivocado; porque si Dios es lealtad y por esto no falta a su Palabra que dio de dejar libre al hombre en sus acciones. El Demonio no puede mentir a esto, porque no prometió al hombre libertad de arbitrio. Sin embargo es cierto que él es Odio y por esto se arroja contra Dios y contra el hombre.
Y se arroja asaltando la libertad del ser humano, además de atacar su carne. Y arrastra esta libertad de pensamiento a la esclavitud, haciendo que el hombre cometa acciones que si estuviese libre de él, no las haría.
– No lo admito.
Tadeo grita exasperado:
– ¿Entonces los endemoniados? Niegas la evidencia.
– Los endemoniados son sordos, mudos o locos. Pero no lujuriosos.
Tomás pregunta irónico:
– ¿Tienes presente tan solo este vicio?
– Porque es el más difundido y el más bajo.
– ¡Ah! Pensé que era el que conocías mejor. –dice Tomás riéndose.
De un brinco, Judas se pone de pie. Está rojo de ira. Pero se domina, baja los escalones y se va a los campos.
A esto sigue un prolongado silencio.
Y después Andrés comenta:
– Su idea no está del todo equivocada. Se podría decir que Satanás se apodera sólo de los sentidos: de los ojos, del oído, del habla y del cerebro. Pero entonces Maestro, ¿Cómo se explicarían ciertas maldades y perversiones? ¿No son acaso posesiones? Un Doras, por ejemplo…
Jesús dice:
– Un Doras, como tú lo dices, para no faltar a la caridad a nadie y de esto, Dios te recompense. O bien una María, como todos y ante todo ella; pensamos después de haber oído las alusiones claras y anti-caritativas de Judas; son y fueron poseídos completamente por Satanás que extiende su poder.
Hay posesiones más tiránicas y sutiles, de las que se libran solo los que no han llegado a tal degradación del espíritu, que pueden acoger la invitación que les hace la Luz.
Doras no era un lujurioso. Era soberbio avaro y envidioso, pero no supo ir a su Libertador. En esto consiste la diferencia.
Mientras los familiares de los lunáticos, los mudos, los sordos o ciegos por obra del Demonio los buscan y se preocupan de traerlos a Mí. Los poseídos en su espíritu no lo hacen; porque es el espíritu el que trata de buscar la Verdad y es amordazado por la negación y la incredulidad.
Por esto aquellos que quieren, se arrepienten y son perdonados, además de la libertad que recobran. El primer paso para liberarse de la posesión del Demonio, es el querer.
Y ahora vamos a descansar. María, tú que sabes que cosa es el ser poseído; ruega por los que se entregan al enemigo con un egoísmo desenfrenado y pleno conocimiento de que lo que hacen está mal, pero no les importa. Y prevarican, cometiendo pecados y causando dolor.
María Magdalena contesta:
– Sí, Maestro mío y sin rencor.
– La paz sea con todos. Dejemos aquí la causa de tan gran discusión. Que se queden las tinieblas aquí afuera, en la noche. Nosotros entremos a dormir, bajo la mirada de los ángeles.
Jesús pone el murciélago sobre un banco y todos se retiran…
HERMANO EN CRISTO JESUS: