Al día siguiente, Jesús y los suyos van caminando por las colinas. Águilas o buitres revolotean en lo alto, sobre las crestas de los montes y descienden en busca de presa. Se traba una pelea entre dos buitres, que luchan perdiendo plumas en un duelo feroz. Que termina con la derrota y la fuga de uno que tal vez va a morir en algún picacho, pues ya no se le ven fuerzas para seguir volando. Los apóstoles lo ven…
Tomás comenta:
– Le hizo mal su glotonería.
Mateo agrega:
– La glotonería y la terquedad siempre hacen mal. Como les sucedió a aquellos tres de ayer… ¡Misericordia Eterna! ¡Qué mala suerte!
Andrés pregunta:
– ¿Jamás se curarán?
– Pregúntaselo al Maestro.
Jesús, al ser interrogado, responde:
– Sería mejor preguntar si se convertirán. Porque en verdad os digo que es preferible morir leproso y santo, que ser sano y pecador. La lepra del cuerpo se queda en la tierra, en la tumba. Pero la lepra del pecado en el alma muerta, permanece en la eternidad.
Zelote dice:
– Me gustó mucho tu discurso de anoche.
Judas dice:
– A mí, no. Fue demasiado claro y directo, para muchos de Israel.
Jesús pregunta:
– ¿Te encuentras entre ellos?
– No, Maestro.
– Y entonces, ¿Por qué te sientes ofendido?
– Porque te puede causar algún mal.
– ¿Debería entonces, para no ir al encuentro de ningún mal, pactar y ser cómplice de pecadores?
– No quiero decir esto. Ni Tú lo podrías hacer. Pero es mejor callar. No enemistarte con los grandes.
– Callar es consentir. Yo no apruebo a las culpas. Ni de grandes, ni de pequeños…
– Pero, ¿No estás viendo lo que le pasó al Bautista?
– Su gloria.
Judas lo mira estupefacto:
– ¡¿Su gloria?! A mí me parece que es su ruina.
– Persecución y muerte porque somos fieles a nuestro deber. Son la gloria del hombre. El mártir siempre es glorioso.
– Pero con la muerte, él mismo se obstaculiza de ser maestro, causa dolor a sus discípulos y padres. Él escapa de todo dolor; pero deja a otros en sufrimientos mayores. El bautista no tiene padres, es verdad. Pero siempre no deja de tener deberes para con sus discípulos.
– Sería lo mismo aunque tuviese padres. La vocación es más que la sangre.
– ¿Y el cuarto Mandamiento?
– Viene después de los que hablan de Dios.
– Tú mismo viste ayer como sufre una madre…
– ¡Mamá! ¡Ven aquí!
María acude rápida a la llamada de Jesús y le pregunta:
– ¿Qué quieres, Hijo mío?
– Mamá. Judas de Keriot está defendiendo tu causa, porque te ama y me ama.
– ¿Mi causa? ¿De qué se trata?
– Trata de persuadirme a que tenga una prudencia mayor, para que no me suceda lo que le ha pasado a nuestro pariente, el Bautista. Y me dice que es necesario tener piedad de la propia madre; no exponiéndonos a peligros por causa de ella. Porque así lo ordena el cuarto Mandamiento. ¿Tú que dices? Te cedo la palabra, Mamá. Para que amaestres a este Judas nuestro.
María dice dulce y firmemente:
– Yo digo que no amaría a mi Hijo como Dios. Que llegaría hasta a pensar que he vivido engañada, en lo que se refiere a su Naturaleza; si viese que se rebaja en su Perfección, al colocar en igual nivel su pensamiento y las consideraciones humanas, perdiendo así las sobrehumanas, esto es: Redimir. Tratar de redimir a los hombres, porque los ama y por Gloria de Dios, a costa de procurarse dolores y rencores.
Lo amaría, sí. Pero como a un hijo descarriado por alguna fuerza maligna. Lo amaría por piedad, porque es mi hijo. Porque sería un desgraciado. Pero no más con la plenitud de amor con que lo amo, ahora que lo veo fiel al Señor.
– Pero si le sucede alguna desgracia, ¿No llorarías?
– Derramaría todas mis lágrimas. Pero derramaría lágrimas y sangre, si lo viera perjuro para con Dios.
– Esto disminuirá mucho las culpas de los que lo perseguirán.
– ¿Por qué?
– Porque tanto tú como Él, casi los justifican.
– No te engañes. Las culpas serán siempre las mismas a los ojos de Dios. Bien sea que juzguemos que eso es inevitable o que se piense en Israel que ningún hombre cometería ofensa alguna contra el Mesías.
– ¿Ningún hombre de Israel? ¿Y si fuesen gentiles? ¿No sería lo mismo?
– No. Para los gentiles solo sería otro pecado más, como los que cometen sus semejantes. Israel sabe Quién es el Mesías, Quién es Jesús.
– Muchos en Israel no lo saben.
– No lo quieren saber. Israel es incrédulo a propósito. Y por esto, a la falta de caridad une la incredulidad y se cierra a toda esperanza. Pisotear las tres virtudes principales, Judas, no es una culpa pequeña. Es muy grave. Espiritualmente es más grave que el acto material que se comete contra mi Hijo.
Judas, que ya no tiene argumentos, se inclina a amarrarse una sandalia y se queda atrás.
Jesús dice:
– Aquella ciudad es Sicaminón. Estaremos allí al atardecer. Ahora descansemos, porque la bajada es difícil…
Después de dejar Sicaminón, el grupo apostólico llega a Tiro. Desde la barca, Jesús habla a un grupo de pescadores.
Un pescador de Israel pregunta:
– Maestro, ¿Cómo debemos comportarnos con estos paganos? A todos los conocemos por la pesca. El trabajo en común hace a todos iguales. ¿Pero qué hacemos con los demás?
Jesús contesta:
– El trabajo en común hace a todos iguales. Tú lo has dicho. Y un origen común, ¿No serviría para unir? Dios creó tanto a los israelitas, como a los fenicios. El Paraíso fue hecho para todos los hijos del hombre. El Hijo del Hombre vino a llevar al Paraíso a todos los hombres. El objetivo es conquistar el Cielo y dar alegría al Padre. Encontraos pues en el mismo camino y amaos espiritualmente, así como os amáis por razón de trabajo.
– Isaac nos ha contado muchas cosas, pero queremos saber más. ¿Sería posible tener a un discípulo, aunque fuese de vez en cuando?
Judas, que no soporta a Juan de Endor, ve la oportunidad de deshacerse de él y sugiere:
– Mándales a Juan de Endor, Maestro. Es muy capaz para hacerlo y está acostumbrado a vivir con paganos.
Jesús responde seco:
– No. Juan se queda con nosotros. –y volviéndose a los pescadores, les pregunta- ¿Cuándo termina la temporada de la pesca del púrpura?
– Cuando lleguen las borrascas de Otoño. El mar se pone muy agitado.
– Entonces, ¿Regresaréis a Sicaminón?
– Sí. Y a Cesárea. Abastecemos a muchos romanos.
– Entonces podréis encontraros con los discípulos. Entretanto, perseverad.
– Hay a bordo de mi barca, un sujeto que yo no quería y lo acepté porque vino en tu Nombre.
– ¿Quién es?
– Un joven pescador de Ascalón.
– Tráelo.
El hombre va y regresa con un jovencito avergonzado de ser objeto de tanta atención.
El apóstol Juan lo reconoce:
– Es uno de los que nos dieron pescado, Maestro. –y se levanta a saludarlo- ¡Viniste, Ermasteo! ¿Estás aquí solo?
– Solo. Fui a Cafarnaúm… Me quedé en la playa, esperando.
– ¿Qué cosa?
– Ver a tu Maestro.
– ¿No es todavía el tuyo? ¿Por qué andas con rodeos, amigo? Ven a la Luz que te está esperando. Mira cómo te observa y sonríe.
– ¿Cómo me tratará?
Juan llama a Jesús y éste se levanta y va hasta donde están.
Juan le dice:
– No se atreve a acercarse, porque es extranjero.
Jesús dice:
– Para Mí, no existen extranjeros. ¿Y tus compañeros? ¿No erais muchos?… No te pongas colorado. Sólo tú has sabido perseverar. Pero aún solo por ti, soy feliz. Ven conmigo.
Jesús vuelve a su lugar con su nueva conquista.
Y le dice a Judas de Keriot:
– A éste, sí que se lo daremos a Juan de Endor.
Mientras tanto la gente de Sicaminón espera a que regrese el Maestro.
Las discípulas aprovecharon para lavar los vestidos polvorientos y sudados. Y sobre la playa se ve una alegre exposición de ropa, que se seca al viento. Cuando cae la tarde, los recogen y los doblan.
María de Alfeo dice:
– Llevemos pronto los vestidos a María, pues desde ayer está encerrada en aquella habitación sin aire, esperando que se sequen.
Susana responde:
– Lo bueno es que jamás se queja. ¡No pensaba que fuese tan buena!
– Tan humilde y modesta. ¡Pobre hija! Era exactamente el demonio que la atormentaba, el que la hacía que hiciera cosas malas. ¡Ahora que Jesús la liberó, ha vuelto a ser la antigua niña!
Y charlando entre sí, llevan a casa los vestidos lavados. En la cocina, Martha se da prisa en preparar los alimentos y la Virgen lava las verduras y las pone a hervir para la cena.
Susana le da los vestidos a Martha y dice:
– Mira. Todo está seco, limpio y doblado. ¡Vaya que les hacía falta! ¡Ve a donde está Magdalena y dale sus vestidos!
Poco después las hermanas regresan juntas y Magdalena dice sonriendo:
– Muchas gracias. El sacrificio más duro para mí, fue el de no cambiarme durante varios días. Ahora me siento toda fresca y limpia.
Martha le dice:
– Ve a sentarte allá afuera. Te hace falta aire, después de tanto tiempo encerrada.
Magdalena responde:
– Por esta vez así fue. Pero nos haremos una alforja igual que los demás y ya no tendremos ninguna molestia.
– ¿Cómo? ¿Piensas seguirlo igual que nosotras?
– ¡Claro! A menos que Él me ordene lo contrario. Voy a la playa a sentarme a esperarlos. Regresan esta tarde, ¿No?
La Virgen contesta:
– Así lo espero. Estoy preocupada porque fue a Fenicia. Pero me consuelo al pensar que está con los apóstoles y en que tal vez los fenicios serán mejores que otros. También lo están esperando muchos enfermos.
Martha dice:
– Más curaciones, que enseñanza.
– El hombre difícilmente es todo espiritual. Siente con más fuerza los gritos de la carne y sus necesidades.
– Muchos, después del milagro, nacen a la vida del espíritu.
– Sí, Martha. Y por esto mi Hijo hace tantos milagros. Por su Bondad hacia el hombre, pero también para atraerlo con este medio, a su camino; que de otro modo, muchos no lo seguirían.
Magdalena regresa diciendo:
– Ya están llegando cinco barcas que partieron ayer.
María de Alfeo, sale con los cántaros mientras dice:
– Estarán cansados y muertos de sed. Voy a traer más agua fresca de la fuente.
La Virgen dice:
– Vamos al encuentro de Jesús. Venid.
Costeando la playa, las barcas llegan a un dique y atracan. Cuando los viajeros desembarcan:
La Virgen saluda a Jesús:
– Dios te bendiga, Hijo mío.
Jesús responde:
– Dios te bendiga, Mamá. ¿Estuviste preocupada? En Sidón no estuvo quién buscábamos. Fuimos hasta Tiro y ahí lo encontramos. Ven Ermasteo. – y volviéndose hacia Juan de Endor- Mira Juan. Este joven quiere aprender. Te lo confío.
Juan de Endor responde:
– No permitiré que se desilusione. ¡Gracias, Maestro! Hay muchos que te están esperando. También hay enfermos.
– Los curaré primero, antes de la cena, para que así felices, regresen a su hogar. Y decid a quién me espera que les hablaré al anochecer.
Se separan. Jesús se va con Juan de Endor y con Ermasteo hacia la ciudad.
Los otros cuentan lo que vieron u oyeron, mientras caminan por la playa, hacia la casa. Están contentos como los niños cuando vuelven a ver a su mamá.
También Judas de Keriot está feliz. Muestra todas las limosnas que los pescadores de púrpura les dieron y un pequeño paquete con esta preciosa materia.
Judas dice:
– Esto es para el Maestro. Si no la lleva Él, ¿Quién puede llevarla? Me llamaron aparte y me dijeron: “Tenemos en la barca preciosas madréporas y una perla. ¡Un tesoro! No sé cómo nos llegó una fortuna tan grande. Gustoso te la damos para el Maestro. Ven a verla.” Fui con ellos. El Maestro se había retirado a orar. Eran bellísimos corales y una perla muy hermosa.
Yo les dije: ‘no os privéis de esto. El Maestro no usa joyas. Mejor dadme un poco de esa púrpura, para que adorne su vestido. Tenían este montoncito y quisieron dármelo todo. –Se vuelve hacia María- Madre, ten. Haz una bella labor a nuestro Señor. Pero lo haces, ¿Eh? Si la ve querrá que se venda para los pobres y a nosotros nos gusta verlo vestido como se merece. ¿No es verdad?
Pedro confirma:
– ¡Oh, claro que sí! Yo sufro cuando lo veo tan sencillo en medio de los ostentosos fariseos. Ellos son peores que esclavos y todos adornados de flecos brillantes. Lo miran como a un pobre indigno de ellos.
Andrés dice a su hermano:
– ¿Viste que carcajadas lanzaron aquellos de Tiro, cuando nos despedimos de los pescadores?
Santiago de Zebedeo agrega:
– Yo dije: ‘Avergonzaos vosotros, perros. Vale más un hilo de su vestidura, que todas vuestras baratijas.’
Tadeo propone:
– Ya que Judas pudo conseguir esto, a mí me gustaría que se la preparases para la Fiesta de los Tabernáculos.
La Virgen dice:
– Jamás he hilado púrpura. Pero trataré… – tocando el hilo sedoso de hermoso color.
Magdalena, que es perito en estas preciosidades, dice:
– Mi nodriza es experta. La veremos en Cesárea. Te enseñará. Aprenderás al punto, porque todo lo haces bien. Yo le haré un galón para el cuello, para las mangas y para los bordes inferiores del vestido. Púrpura en lino blanquísimo o en lana purísima, con palmas y rosas, como están en los mármoles del Santo y con el nudo de David en el centro. Tal como en el Templo. Se verá muy hermoso.
Martha agrega:
– Nuestra madre hizo aquel diseño, bello en realidad, en el vestido de Lázaro, cuando fue a Siria a tomar posesión de sus tierras. Lo conservo porque fue el último trabajo de nuestra madre. Te lo enviaré.
La Virgen contesta:
– Y yo rogaré por vuestra madre.
Mientras tanto en la ciudad. Han llegado a las chozas. Los apóstoles se desparraman para juntar a los que quieren ver al Maestro y a los enfermos.
Más tarde, después de que Jesús los ha curado a todos y les habla de La Fe Verdadera y Sobrenatural.Después de cenar, se retiran a descansar.
Antes del amanecer, la luna llena brilla en todo su esplendor y la comitiva apostólica avanza silenciosamente a lo largo de la costa. El silencio es profundo y solo se escucha el rumor de las olas en la playa.
Santiago que va en medio de María de Alfeo y de Susana, dice a su madre:
– Jesús me prometió subir al Monte Carmelo sólo conmigo y decirme una cosa solo a mí.
María de Alfeo dice:
– ¿Qué te querrá decir hijo? Me lo dices después, ¿Eh?
Santiago responde sonriente:
– Mamá, si fuese un secreto, no te lo diré.
– Para la mamá no hay secretos.
– En realidad no los tengo. Pero si Jesús me quiere allá arriba solo, señal es de que no quiere que nadie sepa lo que me dirá. Y tú mamá, eres mi querida mamá a quién amo tanto; pero Jesús está sobre el amor que te tengo y también su voluntad. Cuando llegue el momento le preguntaré si puedo decirte sus palabras. ¿Contenta?
– Te olvidarás de preguntarlo…
– No, mamá. Jamás te olvido aunque estés lejos.
– Querido. ¡Dame un beso, hijo mío! –María de Alfeo está conmovida, pero no acaba con su curiosidad y después de un rato vuelve al asalto- dijiste ‘su voluntad’ Entonces has comprendido que quiere anunciarte alguna voluntad suya. ¡Ea! Al menos esto si me lo podrás decir. Te lo dijo delante de los demás
Santiago sonríe con dulzura y dice:
– En realidad estábamos solo Él y yo.
– Pero, ¿Qué te dijo?
– No me dijo gran cosa, mamá. Me recordó las palabras y la oración de Elías en el Carmelo: “De los profetas del Señor, soy el único que he quedado. Escúchame para que este pueblo reconozca que Tú eres el Señor, Dios.”
– ¿Y qué quiso decir?
– ¡Cuántas cosas quieres saber, mamá! Ve con Jesús y te las dirá. La curiosidad es un defecto. Una cosa inútil, peligrosa y hasta cierto punto, dolorosa. Haz un buen acto de mortificación…
– ¡Ay de mí! El Bautista ha sido apresado. Jesús… ¡Hummm!… ¡Ay de mí! ¿No habrá querido decir que tu hermano será metido en prisión? ¡Tal vez hasta sentenciado a muerte!
– Judas no es ‘todos los profetas’ mamá. Aún cuando ante los ojos de tu amor, cada hijo tuyo representa el mundo…
– Pienso también en los demás porque… Porque entre los profetas futuros, ciertamente estáis vosotros. Entonces, si solo quedas tú, señal es de que mi Judas… ¡Oh!
Y María de Alfeo deja repentinamente a Santiago y a Susana. Y rápida como si fuera una jovencita, corre sin hacer caso a las preguntas de Tadeo y llega hasta el grupo donde viene Jesús.
Toda jadeante dice:
– Jesús mío. Venía hablando con mi hijo… de lo que le dijiste en el Carmelo… de Elías… de los Profetas… le dijiste que se quedará solo. Y ¿Qué será de Judas? Es mi hijo, ¿Sabes? –dice con todo el aliento que se le va, por la angustia y por la carrera.
Jesús contesta:
– Lo sé María. Y sé que también estás contenta de que sea mi apóstol. Tú tienes los derechos de madre y Yo, los de Maestro y Señor.
– Es verdad… Es verdad… ¡Pero Judas es mi hijo!… –y María, en un vislumbrar del futuro, se pone a llorar.
– ¡Oh! ¡Qué lágrimas inútilmente derramadas! Todo se excusa a un corazón de madre. Acércate, María. No llores. Otra vez te consolé. Entonces te prometí que ese dolor tuyo te proporcionaría muchas gracias de parte de Dios…
Jesús pone su brazo sobre la espalda de su tía y la acerca a Sí, mientras dice a los que venían con Él:
– ‘Adelantaos’
Luego, solo a María Cleofás vuelve a hablar:
– Y no mentí. Alfeo murió invocándome. Y por esto, todas sus deudas ante Dios, quedaron anuladas. Esta conversión para con el Pariente Incomprendido, para con el Mesías, la obtuvo tu dolor, María. Ahora este otro dolor, obtendrá que el inseguro Simón y el obstinado José; imiten a tu Alfeo.
– Sí, pero… ¿Qué harás a Judas, a mi Judas?
– Lo amaré mucho más de lo que lo amas ahora.
– ¡No, no! Hay una amenaza en esas palabras. ¡Oh, Jesús! ¡Oh, Jesús!…
La Virgen se acerca para consolar a su cuñada del dolor cuyo motivo no conoce.
Y al saberlo, porque María de Alfeo, llorando más fuerte al verla a su lado, se lo dice y llorando le suplica:
– Dile tú que no sea la muerte para mi Judas…
La Virgen palidece todavía más… Y dice:
– ¿Cómo puedo pedir esto, si ni siquiera pido para que mi hijo se salve de la muerte? María, di conmigo: “Que se haga tu voluntad, Padre. En el cielo, en la tierra y en el corazón de las madres.” Hacer la voluntad de Dios a través de la suerte de los hijos, es el martirio redentor de las madres. El tormento de las madres es el de verse separadas de los hijos…
El llanto de María, tan fuerte en los albores del amanecer, hace que todos se acerquen para saber lo que ha pasado. Y cuando se enteran, la turbación se propaga…
Santiago de Alfeo se acusa:
– ¡Me desagrada haber causado tanto dolor! Intuyó mucho más de cuanto le dije… ¡Créeme, Jesús!…
Jesús responde:
– Lo sé. Lo sé. María se está elaborando a sí misma… Y esto fue un golpe más fuerte que el escoplo. Sin embargo le quita un gran peso.
Tadeo, con acento severo dice:
– ¡Valor, mamá! ¡Deja de llorar! Me entristece que sufras como una pobrecita mujer que ignora la seguridad del Reino de Dios. No te pareces en nada a la madre de los jóvenes Macabeos. –a su madre, abrazándola. La besa en la cabeza, en sus cabellos entrecanos y añade- Pareces una niña miedosa.
¡Mamá, mamá! Deberías llorar si se te dijese que yo sería traidor a Jesús. Uno que lo abandonase. Un cobarde, renegado, un condenado. Entonces sí que deberías llorar. Y llorar lágrimas de sangre. Pero si Dios me ayuda, no te daré jamás este dolor, madre mía. Quiero estar contigo por toda la eternidad…
Primero el reproche, luego las caricias, terminan con las lágrimas de María de Alfeo, que está avergonzada de su debilidad.
Y siguen avanzando por la playa…
HERMANO EN CRISTO JESUS: