76.- EVANGELIO DE JUDAS
Al día siguiente…
En un crucero de la llanura de Esdrelón, los discípulos están alrededor de una fogata que resplandece en las primeras sombras de la noche.
Se oye la voz dulce de Jesús:
– ¿Qué estáis haciendo amigos, alrededor de la hoguera?
Los apóstoles dan un salto por la sorpresa, pues no lo vieron llegar y se olvidan del fuego para aclamarlo. Parece como si hubiese pasado un siglo sin que lo viesen.
Y luego dicen
– Arreglamos una dificultad entre dos hermanos de Yesrael. Y quedaron tan contentos que cada uno nos regaló un cordero. Pensamos en cocinarlo y dárselo a los campesinos de Doras. Miqueas los degolló y los preparó. Ahora los estamos cocinando. Tu madre, con María y Susana, fueron a decirles a los de Doras, que viniesen al caer la tarde; cuando el mayordomo se encierra en la casa a emborracharse. Las mujeres llaman menos la atención. Decidimos reunirnos aquí esta noche, para decir algo más para el alma…
Jesús pregunta:
– ¿Quién iba a hablar?
Pedro dice:
– Bueno… Todos un poco. Así a la buena. No somos capaces de mayor cosa. Tanto más que Juan, Zelote y Tadeo, no quieren hablar. Y tampoco Judas de Simón. Bartolomé busca la manera de no hacerlo. También por esto nos hemos peleado.
– ¿Y por qué esos cinco no quieren hablar?
– Juan y Simón dicen que no está bien que siempre ellos hablen… Tadeo, porque quiere que yo lo haga, pues dice que de otro modo, jamás empezaré… Bartolomé, porque tiene miedo de hablar mucho, como si fuera un rabí y de no saber convencerlos. Comprendes que son excusas…
– Y tú, Judas de Simón, ¿Por qué no quieres hablar?
– Por las mismas razones que los demás. Todas son justas…
– Muchas razones y no se ha dicho ni una. Ahora Yo soy el Juez y con sentencia inapelable. Tú Pedro, hablarás como dice Tadeo; que ha dicho justamente. Y tú también Judas de Simón, hablarás. De este modo una de las muchas razones que Dios conoce y también tú, dejarán de existir.
Judas replica:
– Maestro, piénsalo. No se trata de nada…
Pedro lo interrumpe:
– ¡Oh, Señor! ¿Hablar yo, estando tú presente? No lo lograré. Tengo miedo de que te rías de Mí…
– No quieres estar solo. No quieres estar conmigo. ¿Qué es lo que quieres?
– Tienes razón. Pero, ¿Qué diré?
– Mira a Andrés que viene con los corderos. Ayúdalo y mientras los cocinas, pensamos. Cualquier cosa nos puede dar pie para hablar.
Pedro pregunta incrédulo:
– ¿Hasta un cordero sobre las llamas?
– Hasta eso. Obedece.
Pedro da un suspiro que causa lástima, pero no replica. Va al encuentro de Andrés y su cara refleja una gran preocupación…
Jesús dice:
– Vamos al encuentro de las mujeres, Judas de Simón. –dirigiéndose a los campos muertos de Doras.
Después de unos minutos y sin ningún preámbulo, Jesús dice:
– Un buen discípulo no desprecia, lo que el maestro no desprecia.
Judas responde:
– Maestro, no desprecio. Pero como Bartolomé, siento que no seré entendido y prefiero callar.
– Nathanael lo hace por miedo de no realizar mi deseo de iluminar y consolar corazones. Él también hace mal, porque le falta confianza en el Señor. Pero tú haces peor. Porque en ti no es miedo de que no se te entienda, sino desdén de hacerte entender de pobres campesinos ignorantes de todo, menos de la virtud; en lo que ciertamente superan a muchos. No has entendido nada todavía.El Evangelio es exactamente la Buena Nueva llevada a los pobres, a los enfermos, a los esclavos, a los abandonados. Después será también de todos. Pero se ha dado para que los infelices de toda clase de infortunios, tengan ayuda y consuelo.
Judas baja la cabeza y no responde nada.
Encuentran a las mujeres y Jesús saluda:
– ¡Madre! La paz sea con vosotras.
La Virgen responde amorosa.
– Hijo mío, fui a ver a aquellos pobrecitos. Pero tuve una buena noticia. Doras ha dejado estas tierras y las toma Yocana. No es un paraíso, pero ya no es el infierno. El mayordomo lo dijo hoy a los campesinos. Doras ya se fue.
Se llevó en sus carros hasta el último grano de trigo y dejó a todos sin comer. Y como el mayordomo de Yocana tiene comida solo para los suyos; los de Doras se hubieran quedado sin comer. Han sido realmente una providencia los corderitos.
Susana dice indignada:
– También es providencial que ya no pertenezcan a Doras. Vimos sus chozas… ¡Qué horrorosas pocilgas!
María Cleofás añade:
– ¡Todos esos pobrecitos son felices!
Jesús dice:
– También Yo estoy contento. Estarán mejor que antes.
Regresan todos al lugar donde se cocinan los corderos, en medio de espesas columnas de humo.
Pedro sigue pensando… y dando vueltas a su espitón.
Los demás preparan todo. Llegan alrededor de veinte campesinos, ¡Tan flacos y harapientos! Pero ¡Tan felices!
Jesús los recibe:
– La paz sea con vosotros. Bendigamos juntos al Señor por habernos dado un mejor patrón. Bendigámoslo rogando por la conversión del que nos hizo sufrir tanto. ¿No es verdad?
Mientras ellos llorando de alegría, se arrodillan y le besan las manos.
El más anciano dice:
– No pido más al Altísimo. Me dio más de lo que le había pedido.
Un poco cohibidos al principio, los campesinos paulatinamente se sienten a sus anchas y sobre un gran pan que les sirve de plato, les sirven las porciones de cordero. Ellos comen gustosos y tranquilos en medio de su sencillez; calmando toda el hambre que acumularon, mientras cuentan los últimos sucesos.
El fuego ilumina esta reunión. Terminan de comer y de los dos corderos, solo quedan los huesos descarnados y un fuerte olor a grasa que sigue quemándose sobre la leña, que poco a poco se va apagando.
Y en su lugar, entran los rayos luminosos de la luna. Es la hora de hablar.
Los ojos azules de Jesús buscan a Judas de Keriot, que recargado en un árbol; se hace el desentendido, ante el mudo llamado del Maestro.
Entonces Jesús lo llama con voz fuerte:
– ¡Judas!
Como alumno remolón, Judas se levanta y se acerca.
Jesús le dice:
– No te separes. Te ruego que hables por Mí. Estoy muy cansado. Si esta noche no hubiera llegado, deberías haber hablado.
Judas objeta:
– Maestro, no sé qué decir. Hazme por lo menos las preguntas.
– No Soy Yo quién te las debe hacer. –se vuelve hacia los campesinos- Os toca a vosotros. ¿Tenéis deseos de oír algo o de que se os explique algo?
Se miran entre sí. No saben qué decir.
Al fin, uno de ellos se decide:
– Hemos conocido el Poder y la Bondad del Señor, pero sabemos poco de su Doctrina. Ahora estamos con Yocana, tal vez podamos aprender algo más. Tenemos muchísimos deseos de conocer cuáles son las cosas indispensables que deben hacerse para obtener el Reino que promete el Mesías. ¿Podremos obtenerlo con la nada que podemos hacer?
Judas responde:
– Cierto es que os encontráis en condiciones muy duras. Todo lo que hay en vosotros y a vuestro alrededor, se conjura para separaros del Reino. La falta de libertad impide que podáis venir al Maestro cuando queráis.
La condición de siervos de un patrón que si no es una hiena como Doras; pero que por lo que se ve, es un perro guardián que a sus siervos tiene prisioneros. Los sufrimientos y las humillaciones en que os veis; todo esto, son circunstancias desfavorables para que elijáis el Reino.
En vosotros no pueden existir más que resentimientos, críticas o venganzas contra quienes os tratan tan cruelmente. La cosa mínima y necesaria es amar a Dios y al prójimo. Sin esto no hay salvación.
Debéis vigilar porque vuestro corazón viva en una sumisión pasiva a la voluntad de Dios, que se manifiesta en vuestra suerte.
Y soportando pacientemente al patrón; sin permitir siquiera a vuestro pensamiento la libertad de un juicio que no pueda ser benévolo para con él, ni de agradecimiento para con vuestro… para con vuestra… En una palabra: no debéis reflexionar en vuestro estado, para que no tengáis rebeliones en vuestro corazón. Rebeliones que matarían el Amor.
Quien no tiene amor, no tiene salvación, porque no obedece al primer precepto. Yo estoy seguro de que os podréis salvar, porque veo en vosotros la buena voluntad, junto con una mansedumbre de corazón; lo cual es un buen augurio para que mantengáis lejos de vosotros el Odio y el espíritu de venganza. Por lo demás, la Misericordia de Dios es tan grande, que os perdonará todo lo que ahora falta a vuestra perfección.
Judas ha terminado.
Sigue un silencio profundo.
Jesús tiene la cabeza muy inclinada y no se puede ver la expresión de su rostro.
Pero las de los demás son claras y elocuentes. Las caras de los campesinos reflejan mucho más su estado de envilecimiento…
Las de los apóstoles y las de las mujeres, una sorpresa aterrada.
El más viejo de los siervos responde humildemente:
– Trataremos de que en nosotros no se levante ningún pensamiento que no sea de paciencia y de perdón.
Otro campesino dice:
– Ciertamente será difícil llegar a la perfección del Amor. Sobre todo para nosotros, que ya es mucho que no nos hayamos convertido en asesinos de nuestros torturadores. El corazón sufre, sufre, sufre. Y si no odia, le cuesta mucho trabajo amar. Así como le cuesta crecer a los niños débiles y macilentos.
Pedro dice para consolarlos:
– Pero no, hombre…Yo por mi parte creo que por el hecho de haber sufrido tanto, sin haberos convertido en asesinos y vengativos; tenéis un corazón más arraigado en el amor que nosotros. Amáis y ni siquiera os dais cuenta de que lo estáis haciendo.
Mirad la llama de fuego… empieza por una chispa. Siempre se empieza por las cosas más pequeñas. Y la llama se levanta, se hace grande, hermosa, útil. Nosotros somos la leña.
Por nosotros mismos no podemos encendernos. Por nuestra parte se exige que no estemos muy cargados de cosas de la carne y de la sangre. Y debemos desear arder; porque si permanecemos inertes, nos puede destruir nuestra fragilidad humana y el Demonio.
Más si nos entregamos al fuego del Amor y le rogamos al Altísimo que Él nos llene con su Amor y lo aumente siempre más…
Y Pedro sigue enseñando como el amor es la clave para alcanzar el Cielo y qué fácil es crecer en él, cuando dejamos que sea Dios el que haga arder la leña…
Jesús tiene levantada la cabeza. Está escuchando son los ojos cerrados y con un bosquejo de sonrisa en los labios…
Todos los demás, miran a Pedro admirados y el miedo ha desaparecido.
Solamente Judas, se ha volteado ligeramente y mira hacia lo alto de la montaña. Sin que él mismo sepa porqué, siente su corazón lleno de ira y una mirada de odio satánico enciende sus ojos.
Es como una sombra fugaz que descompone la belleza de su rostro y lo vuelve demoníaco. Pero es solo por unos momentos.
Cuando vuelve su cara hacia el grupo, todo esto ha desaparecido y solo queda su sonrisa llena de soberbia y la autocomplacencia de sentirse superior.
Cuando Pedro termina, los campesinos están consolados y contentos. Y dicen que así será muy fácil seguir la Doctrina del Amor.
Judas está amoscado.
Los demás están sorprendidos y miran a Pedro con un nuevo respeto.
Jesús abre sus ojos, están radiantes.
Alarga el brazo y lo pone sobre la espalda de Pedro.
Y dice:
– Es verdad. Encontraste las palabras que hacían falta. La obediencia y el amor te las presentaron. La humildad y el deseo de dar consuelo a los hermanos, harán a éstos, otras tantas estrellas en su cielo oscuro. ¡Dios te bendiga, Simón de Jonás!
– Dios te bendiga, Maestro mío. ¿Tú no hablas?
– Mañana entrarán en su nueva dependencia. Bendeciré su entrada con mi Palabra. –y volviéndose a los campesinos, los despide- Ahora id en paz y Dios sea con vosotros.
HERMANO EN CRISTO JESUS: