80.- UNA LECCIÓN DE CARIDAD22 min read

Mannaém ha comprendido la verdad de la vida y de la muerte. Y ve la verdadera grandeza escondida, bajo las apariencias pobres…

Al día siguiente, Jesús está trabajando con alegría en la carpintería. Está terminando una rueda. Un niño delgadito y de cara triste, lo ayuda llevándole lo que necesita para realizar su trabajo. Mannaém, testigo inútil pero entusiasta; está sentado en un banco, cerca de la pared.

Jesús se quitó su vestido blanco de lino y se puso uno negro que le llega a la mitad de las espinillas. Es ropa de trabajo, limpio pero remendado, que al parecer era propiedad del difunto. Jesús anima con sus palabras y con su sonrisa al niño. Le enseña lo que se debe hacer para preparar bien la cola y para pulir la superficie del cofre.

Mannaém se ha puesto de pie y pasa un dedo sobre las molduras del cofre al que el niño saca lustre con un líquido y dice:

–                      Terminaste pronto, Maestro.

Con su hermosa voz de tenor, Jesús contesta:

–                     Ya casi estaba terminado.

–                     Yo quería tener este artefacto, pero ya vino el comprador que lo adquirió… Le quitaste las ilusiones… esperaba poder llevarse todo y recuperar no solo el dinero prestado… Pero no le quedó más que irse con sus cosas y basta.

Si fuera al menos uno que creyese en Ti… Tendría un valor ilimitado para él. –y suspirando agrega- ¿Me escuchaste?…

–                     Déjalo en paz. Por otra parte aquí hay madera y la mujer estará feliz en usarla y en sacar provecho. Dime que te haga un cofre y te lo hago…

Mannaém pega un brinco de felicidad y pregunta:

–                     ¿De veras, Maestro? ¿De veras quieres seguir trabajando?

Jesús sonríe con ganas y dice:

–                     Hasta que se acabe la madera. Soy un obrero concienzudo.

–                     ¡Un cofre que me des Tú! –Mannaém parece un niño con un juguete nuevo- ¡Oh! ¡Qué reliquia! ¿Qué meteré dentro?

–                     Todo lo que quieras Mannaém. No será más que un cofre.

–                     ¡Pero fue obra tuya! –dice maravillado.

–                     ¿Y qué? Mi Padre hizo al hombre. A todos los hombres. Y sin embargo el hombre y los hombres, ¿Qué han metido dentro de sí?

Jesús habla mientras sigue trabajando. Va de aquí para allá. Buscando los instrumentos necesarios. Apretando tornillos. Taladrando, torneando, cepillando, según es necesario a lo que hace.

Mannaém contesta:

–                     Hemos metido el pecado. Es verdad.

–                     ¿Lo ves? Y sabes que el hombre que Dios creó, es mucho más que un cofre que Yo haga. No confundas jamás el objeto con las acciones. Hazte de mi trabajo, sólo una reliquia para tu alma.

–                     ¿En otras palabras?

–                     En otras palabras, da a tu espíritu la enseñanza que brota de lo que hago.

–                     Caridad. Humildad. Laboriosidad…. Estas virtudes, ¿No es así?

–                     Sí. Y en lo futuro, obra tú en igual modo.

–                     Sí, Maestro. Pero, ¿Me haces el cofre?

–                     Te lo hago. Pero recuerda que como tú lo verás siempre como una reliquia, haré que lo pagues por lo que vale. Así se podrá decir que al menos en una ocasión, estuve lleno hasta de dinero. Pero tú sabes para quién… Para estos huerfanitos.

–                     Pídeme lo que quieras. Te lo daré. Así por lo menos tendrá alguna justificación mi ociosidad. Mientras Tú, Hijo de Dios, trabajas.

–                     Está dicho: ‘Comerás tu pan, bañado con el sudor de tu frente.’

Mannaém objeta con énfasis:

–                     ¡Pero eso se dijo por el hombre culpable! ¡No contra Ti!

–                     ¡Oh! Un día seré el Culpable y tendré sobre Mí, todos los pecados del Mundo. Los llevaré conmigo, en mi primera partida.

–                     ¿Y piensas que el mundo no pecará más?

–                     Debería no hacerlo… pero siempre pecará. Por esto el peso que tendré sobre Mí, será tal; que me hará pedazos el corazón. Tendré los pecados desde Adán hasta ahora y los de esa Hora, hasta los del último siglo. Todo lo descontaré por el hombre.

–                     Y el hombre no te entenderá y mucho menos te amará… ¿Crees que Corozaím se convierta con esta lección silenciosa y santa que estás dando con tu trabajo, para socorrer a una familia?

–                     No se convertirá. Dirá: ‘Prefirió trabajar para pasar el tiempo y ganarse unos centavos.’ Yo no tenía dinero. Lo había dado todo. Siempre doy cuanto tengo, hasta el último céntimo.  He trabajado para dar dinero.

–                     ¿Y para que comieses tú y Mateo?

–                     Para eso, Dios proveyó.

–                     A nosotros nos diste de comer.

–                     Así es.

–                     ¿Cómo lo hiciste?

–                     Pregúntaselo al dueño de la casa.

–                     Se lo preguntaré tan pronto regresemos a Cafarnaúm.

La sonrisa de Jesús ilumina su rostro hermosísimo y su barba rubia.

Se hace un silencio. Tan solo se escucha el chirrido del tornillo, que une las dos partes de la rueda.

Mannaém pregunta:

–                     ¿Qué piensas hacer para el sábado?

–                     Ir a Cafarnaúm a esperar a los apóstoles. Hemos convenido en reunirnos cada viernes por la tarde y pasar juntos el sábado. Después les daré órdenes y si Mateo ya está curado; serán seis las parejas que irán a evangelizar. Si no… ¿Quieres ir con ellos?

–                     Prefiero estar contigo, Maestro… Pero, ¿Me permites darte un consejo?

–                     Dilo. Si es atinado lo aceptaré.

–                     Nunca estés solo. Tienes muchos enemigos, Maestro.

–                     Lo sé. ¿Pero crees que los apóstoles harían mucho en caso de peligro?

–                     Creo que te aman.

–                     Ciertamente. Pero de nada serviría. Los enemigos, si tuvieran intención de apresarme; vendrían con mayores fuerzas que las de los apóstoles.

–                     No importa. No estés solo.

–                     Dentro de dos semanas muchos discípulos se me unirán. Los preparo para mandarlos también a ellos a evangelizar. Ya no estaré solo. Puedes estar tranquilo.

Mientras ellos hablan, muchas personas curiosas de Corozaím vienen a fisgar y luego se van sin decir nada.

Mannaém los ve y dice:

–                     Se quedan sorprendidos al verte trabajar.

–                     Sí. Pero no son lo bastante humildes para decir: ‘¿Nos das una lección?’ Los mejores que tenía aquí, están con los discípulos; menos un viejo que ya murió. No importa. La lección es siempre lección.

–                     ¿Qué dirán los apóstoles cuando sepan que te pusiste a trabajar?

–                     Son once. Porque Mateo ya dio su juicio. Serán once pareceres diferentes y en general chocarán entre sí. Pero me darán oportunidad para adoctrinarlos.

–                     ¿Me permitirás asistir a la lección?

–                     Si quieres quedarte…

–                     Pero yo soy discípulo y ellos son apóstoles.

–                     Lo que hace bien a los apóstoles, lo hace también al discípulo.

–                     Ellos se sentirán incómodos, de que se les llame la atención en mi presencia.

–                     Les servirá para que sean humildes. Quédate Mannaém. Me alegra que estés conmigo.

–                     Y yo me quedo de muy buena gana.

Se asoma la viuda y dice:

–                     La comida está lista, Maestro. Tú trabajas demasiado.

–                     Me gano el pan, mujer. Y luego… Mira, aquí tienes otro cliente. También él quiere un cofre. Y pagará muy bien. Se te acaba la madera. –dice Jesús quitándose un delantal roto que se había puesto.

Se dirige a la salida para lavarse en una jofaina que la mujer le llevó al huerto. Ella, con una de esas sonrisas que florecen después de mucho tiempo de llanto, dice:

–                     En el cuarto ya no hay madera. Mi casa está llena de tu Presencia y el corazón repleto de paz. Ya no tengo miedo al mañana, Maestro. Y Tú puedes estar tranquilo, que jamás te olvidaremos.

Y entran en la cocina.

Al atardecer, Jesús junto con Mannaém, sale de la casa de la viuda y dice:

–                     La paz sea contigo y con los tuyos. Nos volveremos a ver después del sábado. Adiós Josesito.  Mañana descansa y juega, porque después me ayudarás. ¿Por qué lloras?

–                     Tengo miedo de que no regreses más…

–                     Siempre digo la verdad. ¿Te desagrada tanto que me vaya?

El niño asiente con la cabeza.

Jesús lo acaricia diciendo:

–                     Un día pasa pronto. Mañana quédate con tus hermanitos. Yo estaré con mis apóstoles y les hablaré. Estos días te he estado enseñando a trabajar. Ahora voy con ellos a enseñarles a predicar y a ser buenos. No estarías a gusto conmigo, en medio de tantos hombres.

El niño replica:

–                     ¡Oh! ¡Lo estaré si estoy contigo!

–                     Entendí, mujer. Tu hijo hace como muchos y son los mejores. No me quiere dejar. ¿Tendrías desconfianza en dejármelo hasta mañana?

–                     ¡Oh, Señor! ¡Te los puedo dar a todos! Contigo están seguros como en el cielo. Este niño era el que siempre estaba con su papá y es el que ha sufrido más. En un momento se encontró solo, ¿Ves? No hace más que llorar y penar. –y le dice al niño- No llores hijito mío. Pregúntale al Señor si no es verdad lo que digo. –se vuelve a Jesús- Maestro, para consolarlo le digo, que su padre no ha muerto; sino que solo fue lejos y por un tiempo.

–                     Es verdad. Es así como dice tu mamá, Josesito.

–                     Pero hasta que no me muera me lo encontraré. Soy pequeño. ¿Cuánto deberé esperar, para que me haga viejo como Isaac?

–                     ¡Pobre niño! No te preocupes, el tiempo pasa veloz.

El niño dice:

–                     No, Señor. Hace tres semanas que no tengo a  mi papá. Y me parece mucho, mucho tiempo. No puedo vivir sin él. – y llora silenciosa pero amargamente.

La mujer dice:

–                     ¿Lo ves? Así siempre hace y sobre todo cuando no hay nada que lo distraiga completamente. El sábado le es un tormento. Tengo miedo de que se me muera.

–                     No. Tengo otro niño huérfano. Estaba flacucho y triste. Ahora vive con una buena mujer de Betsaida. Tiene la seguridad de no estar separado de sus padres y con esto ha reflorecido en su cuerpo y en su corazón. Así le pasará al tuyo. Estará más tranquilo con lo que le diré. Con el tiempo que es un buen médico y con verte más tranquila, sin preocupación por lo que tendrán que comer. Adiós mujer. Va a ocultarse el sol y debo irme. Ven, José. Despídete de tu mamá, tus hermanitos y tu abuelita. Y luego alcánzame corriendo.

Jesús se va.

Mannaém le dice:

–                     ¿Y qué vas a decir a los apóstoles?

–                     Que tengo conmigo a un viejo discípulo y a uno nuevo.

Se dirige a Corozaím. Está llena de gente.

Un grupo de hombres detiene a Jesús, diciéndole:

–                     ¿Ya te vas? ¿No te quedas el sábado?

–                     No. Voy a Cafarnaúm.

–                     Sin habernos dicho una sola palabra durante toda la semana. ¿No somos dignos de ella?

–                     ¿No os he dado la mejor predicación durante seis días?

Varios preguntan al mismo tiempo:

–                     ¿Cuándo?

–                    ¿A quién?

–                     A todos. Desde el banco de la carpintería. Durante estos días he predicado que al prójimo, se le debe amar y ayudar en todos modos. Especialmente dónde hay personas débiles, como viudas y huérfanos. Hasta pronto, vosotros de Corozaím. En el sábado meditad en esta lección que os di.

Y Jesús reemprende la marcha sin esperar contestación.

Pero el niño lo alcanza corriendo y hace que se despierte en ellos la curiosidad. Y lo vuelven a detener.

–                     ¿Le quitaste ya su hijo a la mujer? ¿Para qué?

–                     Para enseñarle a creer que Dios es Padre y que en Dios encontrará también a su padre muerto. Y también para que aquí haya alguien que crea en lugar del viejo Isaac.

–                     Con tus discípulos hay tres que son de Corozaím.

–                     Con los mío. No aquí. Este estará aquí. Hasta pronto. –y tomando de la mano al niño, entre Él y Mannaém, se va rápido por la campiña en dirección a Cafarnaúm.

Llegan cuando ya los apóstoles están ahí.

Sentados en la terraza, a la sombra del emparrado, cuentan a Mateo que todavía no está curado, sus hazañas.

Se voltean al oír el ruido de pasos en la escalera y ven la rubia cabellera de Jesús, que va emergiendo sobre la barda de la terraza. Corren hacia Él que los recibe con una sonrisa y se quedan como estatuas cuando ven que detrás de Él, viene un niño pobre.

La presencia de Mannaém, con su vestido blanco de lino muy fino; adornado con un cinturón adornado con oro y piedras preciosas. Cubierto con un manto rojo fuego tan brillante, que parece de seda y le cae sobre la espalda como una cauda. Lleva un turbante de viso sostenido con una delgada lámina de oro burilada, que le pasa por la mitad de la ancha frente; dándole el aire de un rey egipcio; impide la avalancha de preguntas.

Pero con los ojos las hacen muy claras.

Pero se reponen de la sorpresa y después de haberse saludado recíprocamente y ya sentados alrededor de Jesús; los apóstoles le preguntan señalando al niño:

–                     ¿Y éste?

Jesús contesta:

–                     Éste es mi última conquista. Josesito, carpintero como el José que fue mi padre. Por esto lo quiero muchísimo, como él a Mí también, ¿No es verdad chiquito? Ven aquí. Te presento a estos amigos míos, de los que has oído hablar tanto. Éste es Simón-Pedro, el hombre más bueno con los niños que puedas imaginar. Y éste es Juan: un niño grande que te hablará de Dios, en medio de los juegos.

Y éste es Santiago su hermano, serio y bueno como un hermano mayor. Éste es Andrés, hermano de Simón-Pedro; estarás muy bien con él, porque es paciente como un cordero.

Aquí tienes a Simón Zelote: a éste le gustan mucho los niños que no tienen padre. Y creo que giraría por toda la tierra para buscarlos, si no estuviese conmigo. Éste es Judas de Simón y junto a él, Felipe de Betsaida y Nathanael. ¿Ves como te miran? Ellos también tienen niños y les gustan mucho los niños. Éstos son mis hermanos, Santiago y Judas: aman todo lo que amo y por eso te amarán.

Ahora vamos con Mateo que tiene fuertes dolores en el pie y con todo, no guarda rencor por los niños que juegan irreflexivamente y que le hirieron, con una piedra picuda. ¿No es verdad, Mateo?

El apóstol sonríe:

–                     Así es, Maestro. ¿Es hijo de la viuda?

–                     Sí. Es muy listo, pero está muy triste.

Mateo lo acaricia atrayéndolo hacia sí, mientras dice.

–                     ¡Pobre niño! Te llamaré a Santiaguito y jugarás con él.

Jesús termina la presentación con Tomás, que práctico como siempre, la concluye ofreciendo al niño, un racimo de uvas arrancado del emparrado.

Jesús dice:

–                      Ahora sois amigos.

Se sienta, mientras el niño come sus uvas y charla con Mateo.

Pedro pregunta:

–                     ¿En dónde estuviste toda la semana?

–                     En Corozaím, Simón de Jonás.

–                     Esto ya lo sé, ¿Pero qué hiciste? ¿Estuviste en la casa de Isaac?

–                     Isaac el viejo, ya murió.

–                     ¿Y entonces?

–                     ¿No te lo contó Mateo?

–                     No. Solo dijo que estuviste en Corozaím, desde el día que nos fuimos.

–                     Mateo es mejor que tú. Sabe callar y tú no sabes refrenar tu curiosidad.

–                     No solo la mía. La de todos.

–                     Pues bien. Fui a Corozaím a predicar la Caridad con la práctica.

Varios le preguntan al mismo tiempo:

–                     ¿La caridad con la práctica?

–                      ¿Qué quieres decir?

Jesús aclara:

–                     En Corozaím hay una viuda con cinco niños y con su madre enferma. Su marido murió repentinamente en el taller de carpintería y dejó tras de sí, miseria y trabajos sin terminar. Corozaím no ha sabido tener una brizna de compasión, por esta familia infeliz. Fui a terminar los trabajos y…

–                     ¡¡¿Queeé?!!

Surge una gritería. Quién pregunta. Quién protesta. Quién reprende a Mateo por haberlo permitido. Quién admira. Quién critica. Y por desgracia quienes protestan o critican, son la mayoría.

Jesús deja que termine la borrasca como empezó.

Y por toda respuesta añade:

–                     Y mañana regresaré allí. Terminaré un trabajo. Espero que al menos vosotros comprendáis. Corozaím es un hueso de fruta cerrado, sin semilla. Por lo menos vosotros sed huesos de fruta con ella. Tú muchachito, dame la nuez que te dio Simón y también tú escucha…

¿Veis esta nuez? La tomo porque no tengo otros huesos de fruta en la mano. Pero para que entendáis la parábola. Imaginaos los huesos de piñón o palma. Los más duros. Los de las aceitunas, por ejemplo. Son cofrecitos cerrados, sin hendiduras. Durísimos, compactos por todas partes. Parecen cajitas mágicas que solo con fuerza, pueden abrirse. Y sin embargo cuando se arrojan en tierra.

Sencillamente sobre la tierra y si algún caminante lo oprime al pisarlo, lo suficiente para que entre un poco en el suelo, ¿Qué sucede? La cajita se abre y echa raíces y hojas. ¿Cómo lo logró? Nosotros tenemos que emplear el martillo. Y sin embargo, sin golpes; el hueso se abrió. ¿Tiene algo mágico esa semilla? No. Lo que tiene dentro es una pulpa. ¡Oh! ¡Una cosa débil respecto a la dura cáscara! Y con todo, alimenta algo todavía más pequeño: la semilla.

Esta es la poderosa palanca que forcejea, abre; produce la planta con raíces y hojas. Haced la experiencia de enterrar huesos de fruta y esperad. Veréis que unos nacen y otros no. Sacad los que no nacieron. Abridlos con el martillo y veréis que están semivacíos. No es pues, la humedad del suelo; ni el calor, los que hacen abrir el hueso. Sino la pulpa y algo más: la fuerza de la pulpa. El germen que hinchándose, hace de palanca y abre.

Ésta es la parábola. Apliquémosla a nosotros mismos. ¿Qué hice que no estuviera bien? ¿Nos hemos entendido tan poco, como para no comprender que la hipocresía es un pecado y que la palabra es viento, si no es la fuerza de la acción? ¿Acaso no os he dicho siempre: ‘Amaos los unos a los otros’? El Amor es el precepto de la gloria. Yo que predico, ¿Puedo faltar a la Caridad? ¿Daros el ejemplo de un Maestro Mentiroso? ¡No! ¡Jamás!

¡Amigos míos! Nuestro cuerpo es el hueso duro en el que está encerrada la pulpa: el alma. ‘Y en ella el germen que Yo deposité y que se compone de varios elementos; pero el principal es la Caridad.

La caridad que no se hace sólo con palabras o dinero. La caridad se hace con la sola caridad. Y no os parezca un juego de palabras. Yo no tenía dinero y las palabras no eran suficientes para el caso que se me presentaba. Se trataba de siete personas sentadas en el Umbral del Hambre y de la angustia.

La desesperación extendía sus negras alas, para asirlas y ahogarlas. El mundo egoísta y duro, se retiraba ante esta desgracia. El mundo mostró que no había entendido al Maestro, en sus predicaciones. El Maestro evangelizó con las obras.

Tengo capacidad y libertad de hacerlo y tenía la obligación de amar, por el mundo;  a estos pobrecitos, que el mundo no quiere. Esto hice. ¿Podréis criticarme nuevamente?

¿O debo ser Yo quién os critique delante de un discípulo que no se acobardó de meterse entre el aserrín y las virutas, por no abandonar al Maestro?

Y estoy seguro de que se convenció más de Mí, viéndome inclinado, trabajando sobre la madera; de lo que se hubiera persuadido viéndome sobre un trono o ante la presencia de un niño, que ha experimentado lo que Soy; no obstante su ignorancia; la desventura que lo oprime y su absoluta falta de conocimiento del Mesías, como Tal…

¿No respondéis? No os apenéis sólo cuando levanto mi Voz, para corregir ideas equivocadas. Lo hago por amor. Si no… Meted en vosotros el germen que santifica y que abre el hueso. De otro modo, seréis siempre seres inútiles.

Lo que hago debéis hacerlo con prontitud también vosotros… Ningún trabajo, por amor del prójimo; para llevar a Dios un alma; os debe pesar. El trabajo, cualquiera que sea; jamás humilla. Pero sí humillan las acciones bastardas; la falsedad; las acusaciones mentirosas; la dureza; las vejaciones; las usuras; las calumnias; la lujuria.

Éstas matan al hombre y con todo; las hacen sin experimentar vergüenza; aún aquellos que quieren ser llamados perfectos. Y que ciertamente se han sentido mal al verme trabajar con la sierra y el martillo…

¡Oh, hombre! ¡Criatura que deberías ser luz y verdad! ¡Cuán tenebroso y mentiroso eres! Pero vosotros al menos comprended qué cosa es el bien. Qué cosa sea la caridad. Qué la obediencia. En verdad os digo que los fariseos son muchos y que no faltan entre los que me rodean.

Varios dicen al mismo tiempo:

–                     ¡No, Maestro!

–                     ¡No lo digas!…

–                     Nosotros, porque te amamos, no nos gustan ciertas cosas…

–                     Porque todavía no habéis entendido nada. Os hablé de la fe y de la esperanza. Y pensaba que no era necesario volver a hablaros de la caridad. Porque tanto fluye de Mí, que deberíais estar saturados. Pero comprendo que la conocéis solo de nombre. Sin conocer su naturaleza y forma, igual que conocéis la luna.

Y Jesús da una larga explicación de los que es la Caridad, practicada a través de Dios… luego exhorta:

No rechacéis a Dios, ni siquiera en las cosas más mínimas. Rechazar a Dios, es no ayudar al prójimo por orgullo pagano. Mi doctrina es un yugo que domina al linaje humano culpable. Es un mazo que destroza la corteza dura, para libertar al espíritu. Es un yugo y un mazo.

Pero quién la acepta, no siente el cansancio que emana en las otras doctrinas humanas y en todo lo humano. Aún el que se hace golpear, no siente el dolor de haber sido fracturado en su ‘yo’ humano. Sino que experimenta una sensación de libertad.

¿Por qué queréis libraros de ella, para cambiarla por lo que es plomo y dolor? Todos tenéis vuestros dolores y vuestras fatigas.

Todos los hombres tienen dolores y fatigas superiores quizás a sus fuerzas humanas. Desde el niño como éste que lleva sobre su espaldita un gran fardo que lo dobla y que le quita la sonrisa infantil de sus labios y la despreocupación de su edad. Hasta el viejo que se dobla ante la tumba, con todos los desengaños, fatigas, fardos y heridas, de su larga vida.

Pero en mi Doctrina y en mi Fe, está el alivio de estos pesos agobiadores. Por esto se le llama la Buena Nueva. Y quién la acepta y la obedece, será bienaventurado desde la tierra, porque tendrá a Dios como su ayuda.

Por qué queréis, ¡Oh, hombres! Estar fatigados y tristes, cansados, hastiados, desesperados. ¿Cuándo podíais ser aliviados y confortados? ¿Por qué queréis, vosotros apóstoles míos, sentir el cansancio de la misión, sus dificultades, dureza; cuando si tenéis la confianza de un niño, podéis tener solo una pronta diligencia; una luminosa facilidad para realizarla?

Y comprender y sentir que ella es dura solo para los impenitentes que no conocen a Dios. Ahora estáis tristes. Vuestra aflicción tuvo un principio muy lamentable. Estáis tristes ante mi humillación, como si fuese un crimen cometido contra Mí Mismo.

Ahora estáis tristes porque habéis entendido que me causasteis dolor y porque todavía estáis muy lejos de la perfección. Tened tan solo la humildad gozosa de aceptar la reprensión y confesar que os equivocasteis, prometiendo dentro de vuestro corazón, el desear la perfección por un fin sobrehumano. Luego venid a Mí. Yo os sostengo, comprendo y compadezco.

Venid a Mí, apóstoles míos. Venid a Mí, todos los hombres que sufrís por los dolores materiales, morales y espirituales; que Yo os confortaré.

Tomad sobre vosotros mi Yugo, no es un peso; es un sostén. Abrazad mi Doctrina como si fuese una esposa amada. Imitad a vuestro Maestro que hace lo que enseña. Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón. Encontraréis descanso para vuestras almas, porque mansedumbre y humildad conceden reinar en la Tierra y en el Cielo.

Os lo dije ya: que los verdaderos triunfadores son los que conquistan el Amor. Nunca os impondría algo que fuese superior a vuestras fuerzas, porque os amo y os quiero conmigo en mi Reino. Esforzaos por ser semejantes a Mí y como mi Doctrina enseña. No tengáis miedo porque mi yugo es dulce y su peso es ligero… y la gloria de que gozaréis si me sois fieles, será infinitamente grande, ilimitada, eterna….

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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