87.- NO TODO EL QUE ME DICE SEÑOR…

En Naím, en casa de Daniel el resucitado, Jesús ha sido invitado a celebrar el matrimonio y están en el banquete de bodas.

Entran siete escribas y fariseos.

Y la madre los invita a pasar y les pide perdón por no poder ofrecerles algo más digno de ellos.

El Fariseo Ismael dice:

–                     Está el Maestro, mujer. Esto da valor a una cueva. Tu casa vale más que esto. Paz a ti y a tu casa. –es el fariseo más importante.

Todos están comiendo y disfrutando de la fiesta.

Y un fariseo llama la atención de Jesús, para preguntarle si estaba al corriente de la enfermedad de Daniel…

Jesús contesta:

–                     Venía de Endor por casualidad. Porque había querido contentar a Judas de Keriot y ni siquiera habíamos planeado pasar por Naím…

Un escriba pregunta sorprendido:

–                     ¡Ah! ¿No habías ido a propósito a Endor?

–                     No. No tenía el menor deseo de ir allá.

–                     ¿Y entonces por qué fuiste?

–                     Ya lo dije. Porque Judas de Simón quería ir.

El Fariseo Ismael ben Fabi, pregunta:

–                     ¿Y por qué este capricho?

–                     Porque quería ver la gruta de la maga.

–                     Tal vez les habías hablado de ella…

–                     ¡Nunca! Ni tenía porqué.

–                     Quiero decir, tal vez explicaste con este episodio, otros sortilegios; para iniciar a tus discípulos en…

–                     ¿En qué? Para iniciar en la santidad, no hay necesidad de peregrinaciones.

–                     Pero los milagros que ahora los discípulos realizan son tan prodigiosos y …

–                     Y son la manifestación de la Voluntad de Dios. No otra cosa. Serán santos y harán más milagros con la Oración, el sacrificio y la obediencia a Dios. Y no con otra cosa…

–                     ¿Estás seguro? –pregunta un escriba con la mano en el mentón, mirando a Jesús de arriba abajo.

Su tono es muy irónico y con cierto dejo de compasión. Lo que esconden estas dos palabras, se clava en el corazón de Jesús como una puñalada.

Pero sin manifestarlo, dice:

–                     Les di estas armas y estas enseñanzas. Pero si alguno de ellos, pues son muchos; se corrompe con prácticas indignas, por soberbia u otro vicio, no seré Yo el culpable de haberle dicho eso. Puedo orar para ver que el que falta se redima. Puedo imponerme duras penitencias expiatorias; para obtener que Dios lo ayude con luces particulares de sabiduría; a fin de que reconozca su error.

Puedo arrojarme a sus pies para suplicarle con todo mi amor de hermano, Maestro y amigo, que deje la culpa. Nunca pensaré que me rebajaría al hacer esto, porque el precio de un alma es tal, que merece que se sufra cualquier humillación, para conquistarla. Pero más no puedo.

Y si a pesar de todo persevera en la culpa; de mis ojos y de corazón de Maestro y amigo traicionado e incomprendido, correrán lágrimas y sangre.

¡Qué dulzura y qué tristeza se notan en la voz y en el semblante de Jesús!

Los escribas y fariseos se miran entre sí. Es un intercambio de miradas…  Pero no replican nada a lo que Jesús acaba de decir.

Después de un momento de silencio se vuelven hacia Daniel, con una avalancha de preguntas simultáneas:

–                     ¿Te acuerdas de lo que es la muerte?

–                     ¿Qué sintió al volver a la vida?

–                     ¿Y qué vio entre el espacio entre la muerte y la vida?

–                     ¿Qué sintió al regresar a la vida?

–                     ¿Qué recuerdos tienes del otro mundo?

–                     ¿Estás seguro de haber muerto?

–                     ¿Pero no te acuerdas de haber muerto?

El joven se impacienta:

–                     Os dije que no. – y añade- ¿Qué queréis decir con todas esas preguntas? ¿Qué todo un pueblo se haya imaginado que yo me había muerto? ¿Inclusive mi madre y mi prometida que moría de dolor y yo mismo, a quien vendaron y embalsamaron?

¿Y que en realidad no me había muerto? ¿Qué os parece? ¿Creéis que en Naím, todos hayan sido unos niños o unos estúpidos, con ganas de hacer una jugarreta? Mi madre en pocas horas encaneció.

Mi prometida tuvo que medicinarse porque el dolor y la alegría, casi le quitaron el juicio. ¿Y todavía dudáis? ¿Y qué objeto tenía que hubiéramos hecho esta comedia?

Los de Naím dicen a coro:

–                     ¿Por qué lo hubiéramos hecho?

–                     ¡Es verdad lo que dice Daniel!

Jesús no habla. Juega con el mantel como si nada le interesara.

Los fariseos no saben qué decir…

De pronto, cuando la conversación y los argumentos parecen haber acabado, dice mirando a Daniel:

–                     La razón es la siguiente. Éstos… -y señala a los escribas y fariseos- Quieren concluir que tu resurrección no fue sino un plan perfecto, llevado a cabo para aumentar la estimación que la gente tiene por Mí. Según ellos, sería Yo quién ideó el plan y vosotros los que lo realizasteis. Para hacer mentir a Dios y mentir al prójimo.

Dejo los embustes a los desvergonzados. No tengo necesidad de recurrir a brujerías o a engaños, para ser lo que Soy. ¿Por qué queréis negar a Dios el poder de restituir el alma a un cuerpo? Si Él la da cuando se forma el cuerpo y crea las almas; una por una, ¿No podrá devolverla logrando que regrese al cuerpo, porque se lo pide su Mesías?

¿Y conseguir de este modo que el hecho sea un incentivo, para que mucha gente se acerque a la Verdad? ¿Podéis afirmar que Dios no tiene poder para hacer milagros? ¿Por qué queréis negarlo?

–                     ¿Eres Tú Dios?

–                     Yo Soy Quien Soy. Mis milagros y mi Doctrina dicen Quién Soy yo.

–                     Pero entonces, ¿Por qué éste no recuerda nada, cuando los espíritus evocados saben decir lo que hay en el más allá?

–                     Porque esta alma santificada por la penitencia de una primera muerte, habla la verdad. Entretanto que lo que dicen los nigromantes, no es verdad.

–                     Pero Samuel…

–                     Samuel vino por orden de Dios. No por el mandato de la adivina, a comunicar al perjuro de la Ley, la sentencia del Señor. De aquí que nadie pueda reírse de sus Mandamientos.

–                     ¿Y entonces por qué tus discípulos lo hacen?

Es la voz arrogante del fariseo Ismael, que en ella ha puesto todo el énfasis posible y que llama la atención de los apóstoles. Pues al oír que se habla de ellos, ponen atención a lo que escuchan.

–                     ¿En qué quebrantan los discípulos los Mandamientos? Dilo. Si tu acusación es verdadera los amonestaré para que no hagan cosas contrarias a la Ley.

El Fariseo Ismael ben Fabi, prosigue implacable:

–                     En qué lo hagan lo sé y lo saben muchos. Pero Tú que resucitas muertos y que eres un Profeta, descúbrelo. No te lo diremos nosotros. Tienes ojos, ¿O no? Para ver muchas cosas que hacen tus discípulos, cuando no deben hacerlas u omiten cuando debían ponerlas en práctica. Pero Tú no te cuidas de esto.

–                     ¿Queréis señalarme algunas?

–                     ¿Por qué tus discípulos no observan las tradiciones de los antiguos? Entraron a la sala a comer y no se purificaron las manos.

Si los fariseos hubiesen dicho: ‘Y antes degollaron a unos ciudadanos’ No hubieran provocado un horror tan grande…

–                     Lo observasteis, es verdad… ¡Hipócritas! Bien dijo de vosotros el Profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. Por esto me honran enseñando doctrinas y mandamientos humanos.” Vosotros, mientras despreciáis los Mandamientos de Dios, os aferráis a tradiciones humanas. A lavar jarras, copas, las manos y cosas semejantes. Pero justificáis a un hijo ingrato y avaro al decirle que aprovechándose de haber ofrecido algo, no tiene obligación de dar pan a quién lo engendró. Ni ofrecerle ayuda alguna.

Y os escandalizáis de alguien que no se lava las manos. Alteráis y violáis la Palabra de Dios; para obedecer palabras que creasteis y las constituisteis un precepto. Por esto os proclamáis más justos que Dios. Y os arrogáis el derecho de legisladores, cuando Dios lo es de su Pueblo. Vosotros…

Y continuaría de no ser porque el grupo de sus enemigos, se sale bajo la granizada de acusaciones. Al salir chocan con los que se habían congregado al oír el tono de la voz de Jesús.

Él, que se había puesto de pie; se sienta nuevamente y dice:

–                     Escuchadme y comprended lo siguiente. No hay nada externo al hombre que si entra en él, pueda contaminarlo. Pero lo que sale del hombre, eso sí lo contamina. Quien tiene orejas para escuchar, emplee su inteligencia para comprender y su voluntad para actuar. Ahora vámonos. Vosotros los de Naím, perseverad en el bien y mi paz esté siempre con todos vosotros.

Se levanta y se despide particularmente de los anfitriones. Luego sale y continúa su camino… Las primeras sombras de la tarde bajan a esconder la palidez de Jesús que está afligido por tantas cosas.

Regresa a Endor. Se hospedan en unos pesebres llenos de heno. Después de cenar leche recién ordeñada y pan, con los estómagos llenos. Los apóstoles caen en la cuenta de su mutismo.

Él cenó solo un poco de leche que tomó de un solo trago y está serio.

Andrés es el primero en preguntar:

–                     ¿Qué te pasa, Maestro? Me parece que estás triste o cansado…

Jesús contesta:

–                     Creo que lo estoy.

–                     ¿Por qué? ¿A causa de los Fariseos? Ya te habrás acostumbrado… ¿O no? Yo casi ya…

–                     ¿Recuerdas cómo me portaba al principio con ellos? Siempre repiten las mismas canciones…

Parte por convicción y parte, por tranquilizar a  Jesús, Pedro dice:

–                     Las serpientes solo pueden silbar y ninguna de ellas será capaz de cantar como un ruiseñor. Termina uno por no hacerles caso.

–                     De este modo se pierde el control y cae uno en sus cascabeles. Os ruego que no os acostumbréis jamás a las voces del Mal, como si fueran voces inofensivas.

Mateo dice:

–                     Está bien. pero si solo por eso estás triste, haces mal. Tú ves cómo te ama la gente.

Haciendo gala de una hipocresía magistral, Judas dice:

–                     ¿Por eso estás así de triste? Dímelo Maestro Bueno. ¿O acaso te contaron mentiras? ¿Te insinuaron calumnias, sospechas, qué sé yo; contra nosotros que te amamos? –lo pregunta muy solícito y cariñoso, mientras le pasa un brazo sobre los hombros de Jesús que está sentado en el heno a su lado.

Jesús vuelve su rostro en dirección a Judas. En sus ojos fulgura un relámpago a la tenebrosa luz de la lámpara de aceite que está en el suelo, en medio de todos.

Jesús mira fijamente a Judas de Keriot, luego dice despacio:

–                     ¿Y crees que Yo soy un tonto que tomo por verdaderas, las insinuaciones de cualquiera; hasta el punto de que me quite la tranquilidad? Son las realidades, Judas de Simón; las que me turban. 

Y su mirada sigue clavada cual una sonda, en las pupilas de Judas.

Iscariote insiste con aire seguro:

–                     ¿Qué realidades te perturban ahora?

–                     Las que veo en el fondo de los corazones. Y leo en las frentes DESTRONIZADAS. –Jesús pone énfasis en ésta última palabra.

Todos se alborotan:

–                     ¿Destronizadas por qué? ¿Qué quieres decir con eso?

–                     Un rey pierde el trono cuando se hace indigno de estar en él. Y se le quita como primera cosa, la corona que tiene en la frente; el lugar más noble del hombre. El único animal que tiene la frente levantada hacia el Cielo.

Cada hombre es rey de su alma y su trono está en el cielo. Cuando un hombre prostituye su alma y se convierte en un bruto, en demonio; se destrona. El mundo está lleno de frentes destronizadas, que ya no se levantan al Cielo; sino que están doblegadas hacia el abismo. Doblegadas con la palabra que Satanás esculpió en ellas.

¿Queréis conocerla? Lo que se lee en las frentes es: “VENDIDO” Y para que no tengáis duda sobre quién es el comprador, os digo que es Satanás mismo el que lo proclama por sí mismo, con los que tienen comercio directo con él o por medio de sus siervos que hay en el mundo.

Id a descansar ahora. Voy a salir a orar…

Al día siguiente…

El día está gris y lluvioso. Lodo y nubes. Silencio y neblina. El horizonte desaparece entre la niebla. Pasan por una vereda entre dos campos sembrados recientemente.

Jesús se detiene a acariciar a dos pequeñuelos, un niño como de cuatro años y una niña de siete; vestidos con harapos y con sus caritas llenas de tristeza y sufrimiento. Los mira fijamente mientras los acaricia. Y luego se apresura a ir a una bella casa que está cercana.

Una mujer lo saluda con alegría y corre a avisar al patrón. Un hombre viejo y obeso sale a la puerta.

Lo saluda:

–                     Es un gran honor verte, Maestro.

–                     La paz sea contigo. La lluvia está cayendo y la lluvia está cerca. Te pido un refugio y un pan para mí y para mis discípulos.

–                     Entra; Maestro. Mi casa es tuya. –y con mucha cortesía, sostiene la puerta abierta, inclinándose mientras pasa Jesús.

Pero luego cambia el tono y dice enojado:

–            ¿Todavía estás aquí? ¡Lárgate! ¿Entendiste? Lárgate. No hay nada para ti.

Una vocecita temblorosa por el llanto, responde:

–                     Piedad, señor. dame al menos un pan para mi hermanito. Tenemos hambre…

Jesús se asoma al umbral con el rostro cambiado.

Enérgico pero con tristeza pregunta:

–                     ¿Quién tiene hambre?

–                     Mi hermano y yo, Señor. Danos solo un pan y nos vamos.

Jesús sale y dice:

–                     Acércate.

–                     Tengo miedo.

–                     Ven aquí. Te lo mando. ¡No tengas miedo de Mí!

Los dos niños se adelantan temblando. A Jesús lo miran con temor. Al dueño, con terror.

Éste dice:

–                     Son unos vagabundos, Maestro. Y ladrones. Hace poco encontré a esa niña raspando la prensa de las aceitunas. Quería entrar a robar. No son de este lugar.

Jesús no parece hacerle caso. Mira detenidamente las caritas demacradas. Su mirada está llena de tristeza y de dulzura; pero sonríe para darles valor.

Y pregunta:

–                     ¿Es verdad que querías robar? Dímelo.

–                     No, Señor. pedí un poco de pan, porque tengo hambre. No me lo dieron. Ví un pedazo que estaba tirado en el suelo, junto a la prensa. Y quise recogerlo. Tengo hambre, Señor. ¡Oh! ¿Por qué no nos echaron al sepulcro con mi mamá?…

La niña llora sin consuelo y el hermanito la imita.

Jesús dice abrazándola:

–                     No llores. ¿De dónde eres?

–                     De la llanura de Esdrelón.

–                     Es muy lejos. ¿Hace mucho tiempo que murió tu madre? ¿No tienes padre?

–                     Mi padre murió, porque lo mató el sol; cuando era la cosecha del trigo. Y mi mamá murió la luna pasada… Ella y el niño que nació. –el llanto es mayor.

–                     ¿No tienes ningún familiar?

–                     ¡Venimos de muy lejos! No éramos pobres… Mi papá tuvo que meterse a servir…

–                     ¿Quién era el dueño?

–                     El Fariseo Ismael ben  Fabi.

–                     ¡El Fariseo Ismael ben Fabi!… (La expresión de Jesús es indescriptible al repetir este nombre) ¿Te viniste porque quisiste o porque te arrojaron?

–                     Me arrojaron, Señor. él dijo: “¡A la calle, perros hambrientos!”

Jesús se vuelve hacia el vejete:

–                     Y tú Jacob. ¿Por qué no has dado pan a estos niños?  ¿Por qué no los ayudaste?

–                     Pero, Maestro, ¡Apenas si alcanza para mí! Y tenerlos en casa… éstos son como animales errantes, si se les hace buena cara nunca se van.

–                     ¿Y te falta lugar y alimento para éstos infelices? La cosecha de tus trigales, la abundancia del vino, del aceite y de los huertos; todo lo que te ha hecho famoso este año. ¿Por qué te vinieron? ¿Te puedes acordar? Tuviste caridad conmigo, me diste pan y refugio. Me habías oído hablar y me creíste. Llevado de tu dolor, me abriste el corazón y tu casa.

Y Yo al salir, ¿Qué te dije esa mañana? “Jacob, has comprendido la Verdad, procura ser siempre misericordioso y tendrás misericordia. Por el pan que diste al Hijo del Hombre, estos campos te darán abundancia.” Lo has visto. Eres el más rico de la región este año. ¿Y niegas un pan a dos niños?

–                     Pero Tú eres el Rabí…

–                     Por lo mismo podría convertir estas piedras en pan. Éstos no pueden hacerlo. Ahora te digo: verás un nuevo milagro y te desagradará mucho… Y cuando lo veas, golpéate el pecho diciendo: ‘Me lo merecí’

Jesús se vuelve a los niños diciendo:

–                     No lloréis. Id a ese árbol y tomad frutos.

La niña replica:

–                     Si no tiene ni siquiera hojas, Señor.

–                     Ve.

La niña va y regresa con grandes manzanas frescas hermosas en su faldita.

–                     Comed y venid conmigo. –y a los apóstoles- llevaremos a estos dos pequeñuelos a Juana de Cusa. Ella se acuerda siempre de los beneficios recibidos y tiene misericordia por amor de quién la tuvo para ella. Vámonos.

El viejo no sabe qué hacer…

Y apenado, trata de obtener perdón:

–                     Ya es casi de noche, maestro. Viene la lluvia. Vuelve a entrar a mi casa. Te daré pan también para éstos.

–                     No es necesario. No me lo das por amor. Sino por miedo del castigo que te dije.

–                     ¿No es éste el milagro, que dijiste? –señala las manzanas que ávidamente comen los niños.

Jesús está muy enojado:

–                     No.

–                     ¡Oh, Señor! ¡Ten piedad! ¡Lo he comprendido! Me quieres castigar en los campos. ¡Piedad, Señor!…

–                     No todos los que me llaman: ¡Señor! ¡Señor!… podrán tenerme a su lado. Porque no con palabras, sino con acciones se da prueba del amor y del respeto. Se te compadecerá como antes. Adiós, Jacob.

–                     Yo te amo Señor.

–                     No es verdad. Sólo te amas a ti mismo. Cuando me ames como he enseñado, el Señor regresará. Adiós, Jacob.

Jesús ya no le hace caso y empieza a caminar.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

 

 

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