89.- AMIGOS PODEROSOS19 min read

En una noche oscura de Diciembre; fría y con vientos fuertes. Por las calles desiertas camina Jesús de Nazareth. Su alta figura se pierde en la noche sin estrellas. Llega hasta su casa y piensa con tristeza:

–                     Es muy tarde. Esperaré al alba, para llamar.

Está a punto de irse cuando oye el rítmico rumor del telar. Sonríe y dice:

–                     Todavía no se ha acostado. Está tejiendo. Debe ser ella… con ese ritmo suele trabajar…

Llama a la puerta. Cesa el ruido del telar y la voz argentina pregunta:

–                     ¿Quién llama?

–                     Yo, Mamá.

–                     ¡Hijo mío! –un dulce grito de alegría.

La puerta se abre y los dos se abrazan en el umbral. Y entran felices a la casa.

María dice en voz baja:

–                     Todos duermen. Estaba despierta. Desde que regresaron Santiago y Judas Tadeo, diciendo que venías detrás de ellos, todos los días hasta muy noche te he esperado. ¿Tienes frío, Jesús? Sí. Estás helado. Ven. Todavía está encendida la hoguera. Echaré un poco más de leña. Te calentarás. – lo conduce de la mano como si todavía fuese un pequeñín.

A la luz de las llamas, María mira a Jesús que extiende sus manos para calentárselas.

–                     ¡Oh! ¡Qué pálido estás! No estabas así cuando te dejé… Cada vez te pones más flaco y amarillo, Hijo mío. En otros tiempos tenías color de leche y de rosa. Ahora pareces color marfil viejo. ¿Qué te ha pasado, Hijo mío? ¿Siempre los Fariseos?

–                     Sí. Y algo más. Pero ahora me siento feliz contigo. Este año celebraremos aquí las Encenias, Mamá. Llego a la edad perfecta contigo. ¿Estás contenta?

–                     Sí. Pero la edad perfecta para Ti, corazoncito mío, está todavía lejos. Eres joven y para siempre mi Niño. Mira. Aquí hay leche caliente…  ¿Quieres beberla aquí o allá?

–                     Allá, mamá. Ya me calenté. Me la beberé, mientras cubre el telar.

Regresan a la habitación y Jesús pregunta:

–                     ¿Qué estabas haciendo?

–                     Trabajaba.

–                     Lo veo. Pero, ¿En qué? Te apuesto a que te estabas fatigando por Mí. Déjame ver…

María se pone más roja que la tela que está en el telar y que Jesús mira sorprendido…

–                     ¡Púrpura!…  ¿Quién te la dio?

–                     Judas de Keriot. La obtuvo de los pescadores de Sidón, me parece. Quiere que te haga un vestido regio. ¡Claro que te hago el vestido! Pero Tú no tienes necesidad de púrpura para ser rey.

Jesús mueve la cabeza y dice:

–                     Judas es más terco que un mulo.

Y es el único comentario sobre la púrpura regalada.

Jesús bebe despacio su leche y luego dice:

–                        ¿Con todo lo que te dio, alcanza para un vestido?

–                     ¡Oh, no, Hijo! Podrá ser para los ribetes del dobladillo del vestido y del manto. No alcanzará para más.

–                     Está bien. Ahora comprendo por qué lo haces con cintas abajo. Mamá, la idea me está gustando. De esta parte pondrás tiras y un día querré que las uses para un hermoso vestido. Todavía hay tiempo. No te canses mucho.

–                     Trabajo siempre que estoy en Nazareth.

–                     Así es. Y los otros, ¿Que han estado haciendo?

–                     Instruyéndose.

–                     Mejor dicho: los has estado instruyendo tú… ¿No es así?

–                     ¡Oh! ¡Los tres son buenos! Sin contarte a Ti; no he tenido discípulos más dóciles y atentos. He buscado los medios para que Juan se vigorice. Está muy enfermo. No resistirá mucho…

–                     Lo sé. Para él es un bien; él mismo lo desea. Espontáneamente ha comprendido el valor del sufrimiento y de la muerte. ¿Qué hay de Síntica?

–                     Da pena tener que alejarla. Vale por cien discípulas en santidad y en capacidad de comprender lo sobrenatural.

–                     Lo comprendo; pero debo hacerlo.

–                     Lo que haces, Hijo. Siempre está muy bien hecho.

–                     Vámonos a acostar. Bendíceme, Madre… Como cuando era pequeño.

–                     Bendíceme, hijo. Soy tu discípula.

Se besan Madre e hijo. Prenden una lamparita. Y cada uno se retira a descansar.

Al día siguiente, Juan de Endor va a lavarse en el estanque y se encuentra con Jesús que ya regresa también de su aseo matinal.  Y exclama lleno de júbilo:

–                     ¡Maestro! ¡Oh, Maestro! ¡Maestro mío!

Marziam lo escucha y sale corriendo del cuarto de María, vestido con una tuniquilla corta y con los pies descalzos.

Y grita lleno de alegría:

–                     ¡Jesús está aquí!

Estos gritos despiertan también a Síntica que se ha dormido en el que era el taller de José. Se viste con premura y sale al huerto, donde Jesús tiene en brazos a Marzíam que está castañeteando los dientes por el frío.

Cómo hace un fuerte viento muy helado, Jesús los invita a entrar en la casa, al calor del fuego de la cocina; donde María ya está preparando el desayuno.

Los dos discípulos se postran, lo saludan y lo contemplan extáticos, mientras Jesús se sienta con Marziam sobre las rodillas y la Virgen viste al niño con las ropas calientes.

Jesús levanta su mirada y les dice sonriente:

–                     Os había prometido que vendría. También Simón Zelote vendrá hoy o tal vez mañana. Y estaremos juntos por varias semanas. ¿Cuántas cosas habéis aprendido en estos días que habéis estado con mi Madre?

Tanto Síntica como Juan de Endor responden enfáticos:

–                     La Sabiduría de Dios es luminosa cuando la explica la santa Virgen de Dios.

Jesús responde muy feliz:

–                     Lo sé. Los corazones más duros comprenden más fácilmente la sabiduría de Dios sobrenaturalmente luminosa, si mi Madre la explica. Vosotros no tenéis un corazón duro y por esto sacáis más provecho de su enseñanza.

María dice con dulzura:

–                     Pero ahora estás tú aquí, Hijo. Y la maestra se hace discípula.

Jesús objeta:

–                     ¡No! Tú sigues siendo la maestra. Te escucharé como ellos. En estos días seré solo ‘el Hijo’. No más. Tú serás la Madre y Maestra de los cristianos. Desde ahora lo eres. Yo tu Primogénito y primer Discípulo. Éstos, y con ellos Simón cuando llegue y luego los demás… ¿Comprendes, Madre? El mundo está aquí…

El mundo del mañana en el pequeño y puro israelita que ni siquiera se da cuenta de lo que es hacerse cristiano. –Y abraza estrechamente a Marziam. Luego prosigue- El viejo mundo de Israel, representado en Zelote. La Humanidad en Juan de Endor y los gentiles en Síntica.

Y todos vienen a ti, santa Madre que alimentas con la sabiduría y con la vida al mundo y a los siglos. Los patriarcas y los profetas suspiraron por ti, pues de tu seno fecundo nacería el que Es el alimento del Hombre. Te buscarán todos los ‘míos’ para obtener el perdón; para que los instruyas, los defiendas, los ames y los protejas, como otros tantos Marziam. ¡Y dichosos los que lo hicieren! Porque no se podrá perseverar en el Mesías, si la gracia no tiene tu ayuda; directamente de ti, la Madre llena de gracia.

María se ruboriza al oir las alabanzas de su Hijo y se ve como una rosa esplendorosa, que resalta más con el vestido de humilde y tosca lana oscura.

Más tarde…

En Diciembre anochece pronto y la familia se reúne para cenar. Mientras María trabaja en el telar y Síntica elabora un primoroso bordado. Jesús y Juan de Endor conversan entre sí. Marziam está terminando de lijar dos arcones que están en el suelo del taller. El niño emplea todas sus fuerzas hasta que Jesús se levanta y le dice:

–                     Ya basta. Todo está pulido y mañana daremos el barniz. Marziam, pon todo en su lugar; porque mañana volveremos a trabajar.

Marziam guarda todo y Juan de Endor recoge las virutas y el aserrín para echarlas al fuego. Todo está ya limpio y en orden, cuando se oye que tocan a la puerta de la calle y luego se percibe la voz ronca de Zelote que saluda a quién le abrió:

–                     Te saludo, Madre de mi señor y bendigo vuestra bondad que me concede el vivir bajo vuestro techo.

Los tres van a saludar al recién llegado y Jesús dice:

–                     La paz sea contigo Simón…

Simón, al mismo tiempo que entrega un gran fardo que trae, responde:

–                     ¡Maestro bendito! He llegado tarde porque…

Se dan el beso de paz y Simón prosigue:

–                     Estuve en casa de la viuda del carpintero y tu ayuda llegó a tiempo. El pequeño carpinterito se industria en trabajar pequeñas cositas y siempre te está recordando. Todos te bendicen. Luego fui a Tiberíades para las compras que me encargaste…

Luego algunos me entretuvieron porque pensaron que yo era un emisario y me secuestraron durante tres días. Querían saber muchas cosas y no me querían creer que nos habías despedido a todos y que Tú te habías ido por tu lado, al retirarte en lo más duro del invierno.

Fueron a la casa de Pedro y de Felipe y cuando se persuadieron de que era verdad, me dejaron libre. Por eso me retrasé.

Jesús responde:

–                     No importa. Aún tenemos bastante tiempo para estar juntos.  Te agradezco todo… –Y volviéndose hacia la Virgen, agrega-  Mamá, mira con Síntica lo que hay en el envoltorio y dime si te parece suficiente o hace falta alguna otra cosa…

Simón pregunta:

–                     Y tú Maestro, ¿Qué has hecho?

–                     Dos cofres y alguna que otra cosilla, para no estar de ocioso y porque serán muy útiles. He dado algunas caminatas y me he sentido muy feliz en mi casa…

Se oyen los gritos de alegría de Marziam que ve que surgen telas, lanas, velos y cinturones, hilos, etc.

Y el niño pregunta curioso:

–                     ¿Te vas a casar Jesús?

Todos sueltan la risa y Jesús pregunta:

–                     ¿Qué te hace sospecharlo?

–                     Estos vestidos que son de hombre y de mujer. Los dos cofres que hiciste y todos tus aprestos y los de la novia. ¿Puedes presentármela?

–                     ¿De veras quieres conocer a mi novia?

–                     ¡Claro que sí! Debe de ser muy hermosa. ¿Cómo se llama?

–                     Por ahora es un secreto, porque tiene dos nombres. Un día los conocerás.

–                     ¿Me vas a invitar a las bodas? ¿Cuándo será? ¿Dentro de un mes?

–                     ¡Oh! ¡Falta mucho más!

–                     ¿Entonces por qué has trabajado con tanta prisa que hasta te salieron ampollas en las manos?

–                     Me salieron porque hacía mucho tiempo que no trabajaba con ellas. Mira niño, la ociosidad es muy peligrosa.

–                     ¡Pero tú no has estado de ocioso!

–                     No. Pero me he ocupado de otros trabajos que no son manuales. Y ¡Mira lo que les ha costado a estas manos el tiempo que no han trabajado! – y Jesús muestra las palmas enrojecidas y con ampollas.

Marziam se las besa diciendo:

–                     Así me hacía mi mamá cuando me lastimaba, porque el amor es un buen médico.

–                     Sí. El amor cura muchas cosas. Ven Simón; dormirás en el taller…

La siguiente semana, Jesús sale de la casa con Marziam tomado de la mano y también acompañados de Simón Zelote. Y llegan hasta una humilde casita que está en medio de los campos preparados para la siembra y huertos de frutales que ahora están sin hojas…

Entran y Jesús saluda:

–                     La paz sea contigo Juana. ¿Estás mejor hoy? ¿Han venido a ayudarte?

Le contesta una anciana a quien rodea más de media docena de niños desde dos años hasta diez:

–                     Sí, Maestro. Me dijeron que regresarán para sembrar. Que la cosecha llegará tarde, pero que llegará una vez más.

–          Claro que llegará. Será un milagro de la tierra y de la semilla. Y será un milagro completo. Tus campos serán los mejores de la región. Y estos pajaritos que te rodean tendrán abundancia de trigo para llenar sus estómagos. No llores más. El año que viene todo mejorará. Pero te seguiré ayudando. Esto es, te ayudará quién tiene tú mismo nombre y que nunca se cansa de ser buena. Mira, te traje esto. –Le da una bolsa con monedas de oro-  Con esto te sostendrás, hasta que empiece la cosecha.

La anciana toma la bolsa juntamente con la mano de Jesús y con sus lágrimas baña la mano del Señor.

Luego pregunta:

–                     Dime quién es esa buena creatura, para que diga su nombre al Creador.

–          Una discípula mía y hermana tuya. Yo y el Padre que está en los cielos, sabemos quién es.

–                     ¡Oh, Eres Tú!

–          Yo soy pobre, Juana. Doy lo que me dan. De mi parte sólo puedo ofrecer milagros. Me desagrada no haber estado enterado antes de tu desgracia. Tan pronto como me la dijo Susana, he venido. Un poco tarde, pero de este modo brillará más la obra de Dios.

–          Tarde, sí. La muerte llegó y segó vidas. Segó las de los jóvenes, pero no la mía que es inútil. Ni la de éstos que son muy pequeños para valerse por sí mismos. Se llevó a los que podían trabajar. Maldita esa luna de Enul, preñada de malos presagios.

–          No maldigas el planeta. No tiene nada que ver con esto. Mira, ¿Ves este niño? También él perdió a su padre y a su madre. Y ni siquiera puede vivir con su abuelo. Pero Dios tampoco lo abandona y jamás lo abandonará mientras sea bueno. ¿No es así Marziam?

Marziam dice que sí con la cabeza. Y se pone a charlar con los pequeñuelos que le han rodeado. Los que son más pequeños en edad, pero lo sobrepasan en estatura y que están frente a él, les dice:

–          De veras que Dios no abandona. Yo puedo decirlo. Mi abuelo rogó por mí y estoy seguro que mi padre y mi madre todavía lo hacen, desde la otra vida.  Dios siempre escucha las plegarias, porque es muy Bueno y siempre escucha las oraciones de los justos, estén vivos o muertos.

Jesús está callado, escuchando lo que dice su pequeño discípulo a los huerfanitos.

Marziam prosigue su lección:

–                     ¿Queréis mucho a vuestra abuelita?

Los niños contestan a coro:

–                     ¡¡¡SI!!!

–          Así está bien. No debemos hacer llorar a los ancianos. A nadie se debe hacer llorar, porque a quien no los respeta, Dios lo hace llorar. Jesús quiere mucho a los niños y a los ancianos y los acaricia. Porque los niños son inocentes, y los ancianos sufren mucho por muchas cosas. Jesús siempre dice que quién no honra al anciano es un perverso completo. Igual que el que maltrata a los niños y es porque tanto unos como otros no pueden defenderse. Por esto, amad mucho a vuestra viejecita abuelita.

El niño más grande dice:

–                     Algunas veces yo no la yudo…

–          ¿Por qué? Te comes el pan que ella te da con su fatiga. ¿No te duelen sus lágrimas cuando la afliges? Y tú, mujer… (La ‘mujer’ tiene al máximo nueve años y está tan flaca, pálida y delgaducha, como todos los demás) ¿La ayudas?

Los hermanitos la defienden inmediatamente:

–          ¡Raquel es buena! Hasta muy noche se pone a hilar la lana y el estambre. Y hasta se ha enfermado con calenturas, por trabajar cuando moría nuestro padre en el campo por la fatiga para que estuviese listo para ser sembrado.

Marziam dice gravemente:

–                     Dios te lo premiará.

Raquel dice con sencillez:

–                     Ya me lo premió al aliviar de sus penas a la abuela.

Jesús interviene:

–                     ¿No pides otra cosa?

–                     No señor. ¡Muchas Gracias!

–                     ¿Estás curada?

–          No Señor. Pero no importa. Ahora que la abuela ha sido socorrida y consolada, ya no me importa morir.

–                     Pero la muerte es fea…

–          Así cómo Dios me ayuda en la vida, me ayudará en la muerte. E iré a donde está mi mamá. ¡No llores abuelita! A ti también te quiero mucho… Si tú quieres que me cure, pediré al Señor que me alivie… Pero no llores madrecita mía… –Y la niña abraza a la ancianita que se ha puesto muy triste.

Marziam mira a Jesús y suplica:

–          ¡Cúrala señor! Por mi causa hiciste que mi abuelo se sintiese feliz. Haz también ahora a esta anciana feliz….

Jesús pregunta:

–                     El favor se obtiene con sacrificios. ¿Cuál vas a hacer para obtenerlo?

Marziam piensa… Busca lo que puede costarle más…

Luego sonriente dice:

–                     No tomaré miel durante toda una luna.

–                     ¡Es poco! ¡La de Casleu ya está muy avanzada!

–                     Digo luna por decir cuatro fases. Y en estos días viene la Fiesta de las Luces y las empanadas de miel.

–                     Es verdad. Entonces Raquel se curará por mérito tuyo. Adiós Juana. Antes de irme, regresaré a verte. Adiós Raquel. Mi bendición quede en todos vosotros junto con mi paz. Ahora vámonos.

Y al salir los acompañan las bendiciones de la anciana y de todos los niños. Marziam se pone a brincar como un cabrito y a correr por delante.

Zelote, con una amplia sonrisa dice a Jesús:

–                     Su primer sermón y su primer sacrificio. Promete mucho. ¿No te parece así, Maestro?

–                     Sí. Muchas veces ya me ha predicado también a Judas de Simón.

–                     Al que le parece que el Señor haga hablar a los niños. Tal vez para impedir que se vengue…

–                     Que se vengue, no lo creo. No llegará hasta ese extremo. Pero sí tendrá reacciones violentas. Quien merece que se le regañe no ama la verdad… Y sin embargo hay que decirla… -Jesús lanza un profundo suspiro.

–                     Maestro, dime la verdad. Lo alejaste y tomaste la decisión de mandar a todos a su casa para las Encenias, para impedir que Judas estuviese ahora en Galilea. No te pido, ni quiero que me digas el porqué. Está bien que Judas no esté con nosotros. Me basta con saber que he adivinado.

Todos pensamos así. ¿Sabes? El mismo Tomás me dijo: “Me voy sin protestar porque comprendo que hay por debajo un motivo muy serio. El Maestro obra bien en hacer lo que hace. Los amigos de Judas: Nahúm, Sadoc, Yocana, Eleazar ben Annás, Simón… ¡Humm! ¡Demasiados, poderosos y similares!…” Tomás no es tonto. No es malo. Al contrario. Es muy bueno y te aprecia sinceramente…

–                     Lo sé. Es verdad lo que os habéis imaginado. Y pronto conoceréis la razón.

–                     No te la estamos pidiendo.

–                     Pero os pediré vuestra ayuda y os lo diré.

Marziam regresa corriendo:

–                     Maestro. Vino tu primo Simón a buscarte.

Zelote toma a Marziam de la mano y dejan solo a Jesús, que apresura el paso y encuentra a Simón, jadeante, apoyado en un tronco y con cara de angustia.

Al ver a Jesús, levanta los brazos y luego baja la cabeza, sin fuerzas.

Jesús llega y le pone una mano en la espalda.

Le pregunta:

–                     ¿Has venido a hacerme feliz con tus palabras de cariño, que hace mucho tiempo espero?

Simón baja mucho más la cabeza, pero no dice nada.

–                     Habla. ¿Acaso soy un extraño para ti? ¿Verdad que no? Tú siempre eres mi buen hermano Simón. Y Yo para tú; soy el pequeño Jesús; que cargabas en tus brazos con mucho trabajo, con tanto amor. Eso era cuando regresamos a Nazareth.

Simón se cubre la cara con las manos y cae de rodillas:

–                     ¡Oh, Jesús mío! Yo he sido el culpable… ¡Cuánto he sido castigado!

–                     Levántate. Somos parientes. ¡Ea! ¿Qué quieres?

–                     Mi hijo está… -el llanto le impide hablar.

–                     ¿Tu hijo? ¿Y qué…?

–                     Está muriéndose. Y con él también el amor de Salomé… Me quedo con dos remordimientos: el de perder a mi hijo y también a ella. Tú Eres el único que puede impedir mi desgracia. No es… No puede ser verdad, lo que me contó Judas. Me refiero a tu apóstol; no a mi hermano… Y Alfeo se me muere…

–                     Vete a tu casa, Simón. Tu hijo está curado.

–                     ¡Tú!… ¡Tú!… ¿Has hecho a favor mío;  a pesar de que te ofendí creyendo a aquella víbora? ¡Oh, Señor! ¡No soy digno de tanto! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! ¿Dime qué quieres que haga para reparar mis ofensas? Para decirte que te amo.

–                     No te preocupes de lo que pasó. Ni siquiera me acuerdo. Haz también tú lo mismo. Olvida las palabras de Judas de Keriot. ¡Es un muchacho! Te voy a pedir tan solo que no repitas ni ahora, ni nunca, tales palabras a mis discípulos; a mis apóstoles y mucho menos a mi Madre.

Esto te lo pido. Ahora vete tranquilo, Simón;  a tu casa. No tardes en gozar de la alegría que llena tu hogar. Vete.

Lo besa y lo empuja suavemente. Simón se va. Lo bendice. Y luego, en un mudo soliloquio; por su rostro pálido corren lágrimas y una sola palabra brota de sus labios trémulos:   “JUDAS”… 

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

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