Archivos diarios: 28/10/12

92.- VÍCTIMAS PROPICIATORIAS

En Ptolemaide, Pedro y su grupo se dirigen hacia el muelle menor que tiene forma de arco y semeja una segunda dársena más estrecha, debido a las barcas de pesca. Llega hasta una en particular. Es grande y se ve bastante buena. Se detiene, mira y grita.

Desde el fondo se levanta un marinero y se acerca al borde diciendo:

–           ¿De veras quieres partir? Ten en cuenta que la vela no te servirá hoy. No hay viento y tendrás que hacerlo a fuerza de remos.

Pedro contesta:

–           Con este frío, esto nos servirá para entrar en calor y para tener buen apetito.

El marinero cuestiona:

–           ¿Eres de veras eres capaz de navegar?

–           ¡Bah! ¡Hombre! ¿Todavía no era capaz de pronunciar la palabra ‘mamá’ cuando ya mi padre me había puesto en las manos las cuerdas y las farcias del navío. Allí crecieron mis dientes de leche.

–           Es que, ¿Sabes? Esta barca es todo lo que poseo…

–           Desde ayer me lo has estado repitiendo… ¿No sabes otra canción?

–           Lo que sé es que si te vas a pique, estoy arruinado y…

–           El arruinado seré yo, porque pierdo la piel, ¡Y no tú!

–           Es que la barca constituye toda mi riqueza, mi pan y mi alegría. Es el patrimonio de mi esposa y la dote de mi hija…

¡Uff!… Oye, no me sigas molestando porque mis nervios estan a punto de reventar… Te he dado tanto que casi te pagué la barca. No te escatimé nada, ¡Ladrón marino que eres!… Te demostré que sé remar y sé gobernar la vela mejor tú. Hicimos un contrato ante dos testigos y ya…  ¡Basta! Cangrejo peludo, déjame entrar…

–           Pero al menos dame otra garantía…  ¡Si mueres, quién me paga la nave!

–           ¿La nave? A esta calabaza sin pulpa la llamas nave. ¡Oh, miserable y orgulloso tenías que ser! Te daré otras cien dracmas… Junto con todo lo que ya te dí, puedes comprarte otras tres mejores que ésta.

Te dejo empeñada mi carreta y no quiero que te pases de listo con mi burro Antonio. Pues él solo vale diez veces más que tu barca. Pero ten en cuenta que son una garantía y que cuando regrese me los devolverás. ¿Has entendido?

El barquero asiente satisfecho y se apresura a meter en la barca, el telar que Tadeo puso en el suelo. Luego ayudado por otros tres y los apóstoles, suben y acomodan todo el cargamento que traen en la carreta de forma que quede en equilibrio y que tengan paso libre para las maniobras.  Por último suben las alforjas y las cosas personales.

Luego Pedro dice:

–           ¿Ves vampiro que si sé hacerlo? Lárgate ahora y que te vaya bien…

Y junto con Andrés, pone el remo contra el muelle y empieza a separarse. Cuando llega a la corriente, le entrega el timón a Mateo diciendo:

–           Tú puedes hacerlo muy bien. Te traerá recuerdos de cuando nos sorprendías en la pesca. –Y se sienta en la proa sobre una banquita, junto a su hermano.

Frente a él estan sentados Santiago y Juan de Zebedeo, que bogan rítmicamente. La barca se desliza veloz y sin problemas pese al cargamento y oyen las alabanzas por su paso ligero y por el perfecto bogar, que les lanzan los marineros de las grandes naves cuando navegan junto a ellas.

Pronto dejan atrás los diques y llegan a mar abierto.

Ptolemaida está extendida, hermosa y blanca sobre la ribera. En la barca el silencio es completo y solo se oye el chasquido de los remos contra el agua. Poco a poco, el puerto se va perdiendo en la distancia y Pedro dice:

–           Sí. Había un poco de viento… Ahora no hay absolutamente nada… ¡Ni un soplo!

Santiago de Zebedeo comenta:

–           ¡Con tal de que no vaya a llover!

–           ¡Humm! Y parece que sí…

Una llovizna fina y tupida los cubre.

Tadeo dice a Síntica:

–           Cubríos y da el huevo a Juan es la hora…

Santiago dice:

–           Con un mar asi, nada se puede mover en el estómago…

Andrés:

–           ¿Qué estará haciendo Jesús?

Pedro:

–           ¡Sin vestidos y sin dinero!

Tadeo:

–           ¿Dónde estará ahora?

Juan de Zebedeo:

–           Sin duda rogando por nosotros.

–           Está bien. ¿Pero dónde?

Nadie puede responder la pregunta. Y sólo Dios conoce la respuesta.

La barca avanza fatigosamente, bajo un cielo plomizo; sobre un mar de color ceniciento y bajo una finísima lluvia que parece neblina y produce un cosquilleo prolongado. Los montes se ven envueltos en un manto amarillento. Pero el mar tiene una rara fosforescencia que es molesta de mirar.

Pedro que es incansable en el remo extiende su brazo señalando a lo lejos y dice:

–           En aquel poblado vamos a detenernos, para comer y descansar.

Los demás asienten.

Y cuando llegan, es un montón de casas de pescadores que estan montadas sobre una saliente del monte.

Pedro refunfuña:

–           Aquí no podemos desembarcar. No hay fondo. –un suspiro- ¡Bueno! Comeremos aquí…

Todos comen con buen apetito, mientras la llovizna se calma y luego arrecia… Un hombre está en la playa y se dirige hacia una pequeña barca.

Pedro se pone las dos manos en torno a los labios, formando un embudo y grita:

–           ¡Oye, tú! ¿Eres pescador?

La respuesta llega débil en la distancia:

–           ¡Sí!

–           ¿Qué tiempo vamos a tener?

–           Dentro de poco, mar picado. Si no eres de por aquí, te aconsejo que te vayas inmediatamente más allá del promontorio. Allí las olas son menores, sobre todo junto a la ribera y puedes ir porque el mar es muy profundo. Pero vete al punto.

–           Gracias. ¡La paz sea contigo!

–           ¡Paz y buena suerte contigo!

Pedro se vuelve hacia sus compañeros y dice:

–           ¡Ánimo! Y que Dios esté con nosotros.

Andrés toma el remo y empieza a bogar mientras dice:

–           No cabe duda que lo está. Y Jesús ruega por nosotros.

Los demás también toman los remos y empiezan a bogar. Olas gigantescas están empezando a formarse y rechazan a la barca en su intento por avanzar. La lluvia aumenta implacable, junto con un viento que azota las espaldas de los navegantes.

Simón de Jonás le grita unos pintorescos epítetos, porque es un viento contrario que no solo no ayuda, sino que entorpece los esfuerzos de los marineros y trata de lanzarlos contra los escollos del promontorio que no está lejos.

La barca trata de deslizarse en la curva de este golfo miniatura, de color negruzco cual tinta. Todos continúan bogando fatigosamente, concentrando todos sus esfuerzos por avanzar, bañados por la molesta lluvia. Juan de Endor y Síntica, están sentados en el centro junto al mástil de la vela. Detrás los hijos de Alfeo y en la popa, Mateo y Simón, que luchan por mantener derecho el timón, a cada golpe del oleaje.

Es un trabajo arduo dar la vuelta al promontorio y finalmente lo logran. Los remadores extenuados, logran al fin descansar un poco y se preguntan si sería prudente refugiarse en el poblado que se ve más allá del promontorio… La idea de ‘Que se debe obedecer al Maestro, aun cuando el sentido común diga lo contrario’ prevalece. “Él dijo que se debe llegar a Tiro en un solo día…” Todos están de acuerdo en esto y deciden seguir la travesía…

Después de decidir esto y continuar navegando con el mar picado… De improviso el mar se calma y todos notan el fenómeno…

Santiago de Alfeo dice:

–           El premio de haber obedecido…

Pedro confirma:

–           Sí. Satanás se ha largado porque no logró hacernos desobedecer…

Mateo dice:

–           Llegaremos a Tiro en la noche. Este mal tiempo nos ha detenido mucho…

Simón Zelote dice:

–           No importa. Iremos a dormir y mañana buscaremos la nave.

Juan de Endor:

–           ¿La podremos encontrar?

Tadeo dice con aplomo:

–           Jesús lo dijo. Claro que la encontraremos…

Andrés propone:

–           Podemos levantar la vela hermano.  El viento que está soplando nos ayuda y avanzaremos más ligeros…

La vela se infla lo suficiente para que los remadores sientan un poco de alivio. La barca se desliza veloz hacia el Istmo de Tiro, que se ve blanquear en lontananza cuando los últimos rayos del sol casi han desaparecido.

La noche los alcanza y lo más extraño, después de tanta neblina, le firmamento estrellado, se adorna con una claridad extraordinaria. La Osa Mayor resalta en una bóveda celeste que viste al mar con un reflejo plateado iluminado por la luna…

Juan de Zebedeo admira todo y ríe. Y siguiendo el ritmo de su remo, con su voz de tenor empieza a cantar:

“Salve estrella matutina,

Jazmín de la noche,

Luna Dorada de mi Cielo

Santa Madre de Jesús…

En Ti el navegante espera,

El que sufre, el que muere, en Ti piensa,

Brilla siempre, Estrella santa, Estrella pía,

Sobre quien te ama, ¡Oh, María!

Santiago su hermano dice:

–           ¿Pero qué dices? ¡Nosotros hablamos de Jesús y tú hablas de María!

–           Él está en Ella. Y Ella en Él. Él existe porque Ella ha existido.  Déjame cantar…

Y todos se dejan seducir y llevar por su canto y lo acompañan en una alabanza maravillosa… De esta manera llegan a Tiro y sin ninguna dificultad desembarcan en el pequeño puerto que está al sur del istmo.

Mientras Pedro y Santiago se quedan en la barca para cuidar el cargamento, todos los demás van a buscar una fonda para poder descansar.

Al día siguiente, luce una mañana esplendorosa con un cielo despejado, adornado por unos cuantos cirros muy blancos como la espuma de las olas que revientan en la playa…

Pedro se levanta del lugar en donde pasó la noche y viendo a Santiago que también se ha despertado, le dice:

–           Creo que ya es hora de que nos vayamos. ¡Hum!… Dime Santiago, ¿No te parece que en verdad es cómo si lleváramos dos víctimas al sacrificio? A mí, sí.

Santiago de Alfeo contesta:

–           También a mí, Simón. De mi parte agradezco al Maestro la confianza que ha depositado en nosotros. Pero no me gusta que se haya sufrido tanto… Jamás había visto ni imaginado siquiera, una cosa tan dolorosa…  El Sufrimiento en Jesús era tan grande… Y en estos dos… Sentí que casi era como si se me partiera también a mí el corazón…

–           Todos los sentimos, hasta el corazón de paloma de mi Porfiria… Y tampoco yo lo había experimentado así… pero… ¿Sabes? Estoy seguro de que el Maestro nunca lo hubiera hecho, si el Sanedrín no hubiera metido sus narices…

–           Él ya lo dijo… ¿Quién lo habrá comunicado al Sanedrín? Eso es lo que yo quisiera saber…

¿Qué quién? ¡Dios Eterno, no me dejes hablar ni pensar!… Le he hecho esta promesa para que no me siga trepanando el cerebro esta idea. Ayúdame Santiago a no pensar… Mejor hablemos de otra cosa…

–           ¿De qué? ¿Del tiempo?

–           si así lo quieres…

–           Porque yo no entiendo nada de mar…

Pedro se queda mirando el mar y dice:

–           Pienso que vamos a tener un buen baile.

Santiago mira a los enormes barcos y dice:

–           ¡Nooo! Las olas son pequeñas y me hacen reir. Ayer estaba un poco enfurecido. ¡Qué hermoso será ver este mar desde lo alto de la nave! También le gustará a Juan y lo impulsará a que cante. ¿Cuál será la nave?

Poco a poco, el puerto se llena de gente y de movimiento.

Y Pedro  contesta:

–           Ahora lo averiguo.  Espera…  – y saltando de la barca se dirige hacia un marinero ocupado en otra barca cercana…  – ¡Oye! ¿Sabes si se encuentra en el puerto el navío de…? Espera, voy a leer su nombre…  –y sacando un pergamino que trae en la cintura- Sí. Es Nicómedes Filadelfo de Filipo; cretense de Paleocastro…

El marinero se admira:

–           ¡Oh! ¡El famoso navegante! ¿Y quién no lo conoce? Es el más conocido desde el Golfo de las Perlas hasta las Columnas de Hércules… Y aun más allá; hasta los fríos mares en los que la noche puede durar meses enteros. ¿Sí eres marinero, cómo es posible que no lo conozcas?…

–           Es así. No lo conozco; pero ando en su busca porque conocemos a nuestro amigo Lázaro de Teófilo, que en un tiempo fue gobernador de Siria…

–           ¡Ah! Cuando yo navegaba… Ahora estoy viejo, pero entonces él estaba en Antioquía… ¡Qué tiempos aquellos!… ¿Lázaro es amigo tuyo? …Y buscas a Nicómedes el cretense. Entonces puedes ir seguro. ¿Ves aquel navío? El más grande y que tiene muchas banderolas flotando al viento… Ese es el suyo. Va a zarpar antes del mediodía… él no tiene miedo al mar.

Santiago empieza a decir:

–           No hay porqué temerlo. No es un gran… –pero una enorme ola le quita la palabra bañándolos desde la cabeza hasta los pies.

Pedro refunfuña, mientras se seca la cara:

–           Ayer estaba calmado y hoy demasiado intranquilo.  Un tonto bravucón, ¿No? Prefiero mi lago…

El marinero dice:

–           Os aconsejo que entréis en la dársena. Allá se están yendo todos. Llevad vuestra barca, podréis guardarla hasta vuestro regreso… Por una cuota diaria, te la cuidarán…

–           Gracias amigo. Allá vienen mis compañeros y la guardaremos donde dices…

Pedro sale al encuentro del grupo apostólico.

Y Andrés le pregunta ansioso:

–           ¿Dormiste bien hermano?

–           Como un niño en la cuna.  Ni arrullo, ni canciones me faltaron…

Tadeo agrega sonriente:

–           Y por lo visto también acabas de bañarte…

–           El mar se encargó de lavarnos y quitarnos el sueño que quedaba, ¿Verdad Santiago?

Santiago, igual de mojado que Pedro, asiente con una carcajada…

Y luego dice:

–           Pero ya sabemos con quién debemos ir…

Juan de Endor comenta:

–           Entonces tendremos danza en el canal de Chipre.

Mateo dice preocupado:

–           ¡Ah! ¿Sí?

–           Sí. Pero Dios nos ayudará.

El marinero de Tiro dice:

–           ¡Oigan! Se dice que en Israel ha nacido un nuevo Profeta que predica el amor. ¿Es verdad?

Pedro contesta:

–           Sí. ¡Y los milagros que hace! Resucita los muertos, cura a los enfermos, convierte a los ladrones y da órdenes al mar, para tranquilizarlo.

–           ¡Oh! ¿Pero es verdad todo eso?…

–           No dudes. Todos nosotros hemos sido testigos de eso…

–           ¡Oh! ¿Dónde?…

–           En el lago de Genesareth.  Ven conmigo a la barca y mientras vamos al depósito te contaré…

Y Pedro da instrucciones a Andrés y a Santiago de Zebedeo para llevar la barca a la dársena, mientras le habla de Jesús al marinero de Tiro…

Zelote observa:

–           ¿Ya vísteis a Pedro? Mientras dirige las maniobras, evangeliza. Y Pedro dice que no sabe hacer nada. Tiene el arte de hacer todas las cosas a las buenas y así logra más que todos juntos…

Juan de Endor confirma:

–           Lo que más me gusta de él es su franqueza.

Mateo añade:

–           Y su constancia.

Santiago de Alfeo agrega:

–           Y su humildad. Ya se fijaron que nunca se enorgullece de ser la ‘cabeza’. Trabaja más que todos y se preocupa por todos y cada uno de nosotros. Más que de sí mismo.

Síntica concluye:

–           A su modo es muy virtuoso. Y un excelente hermano…

Y ya no pueden seguir comentando, porque Pedro regresa diciendo:

–           Ya está todo arreglado. Dejaremos la barca y hay que llevar el cargamento hasta el navío que está allá…

Todos toman los cofres y las  cajas y se van a través del Istmo hasta el muelle grande y el de Tiro los sigue acompañando y ayudando… Llegan hasta la nave del cretense que ya está empezando las maniobras para partir…

Y Pedro grita a los de a bordo para que bajen la escalerilla…

El jefe de la tripulación responde…

–           No se puede. ¡Ya está cargado…!

El marinero de Tiro les grita, señalando a Pedro:

–           ¡Tiene unas cartas que entregar a Nicómedes!

–           ¿Cartas? ¿De quién?…

–           De Lázaro de Teófilo… El que fue gobernador de Antioquía…

–           ¡Ah! ¡Espera! ¡Se lo voy a decir al patrón!…

Pedro dice a Zelote y a Mateo:

–           Ahora os toca. Yo soy un pobre maleducado para tratar con personajes como ese…

Mateo objeta:

–           ¡No! Tú eres el jefe y lo haces muy bien.

Y Simón:

–           Te ayudaremos si es necesario. Pero estamos seguros de que todo lo resolverás perfectamente…

Se asoma un hombre moreno y vestido como egipcio. Delgado, hermoso, musculoso y elegante. Mientras se asoma por la baranda, ordena que bajen la escalerilla y el jefe de la tripulación grita. :

–           ¡Que suba el que trae las cartas!

Pedro, que ya se ha cambiado el vestido  y ahora trae el manto; sube con toda dignidad, seguido por Mateo y Zelote.

Cuando aborda la nave saluda muy ceremonioso:

–           Que la paz sea contigo.

El cretense lo mira y dice:

–           Salve. ¿Dónde está la carta?

Pedro le extiende el pergamino. El cretense rompe el sello y extiende el pergamino. Lo lee y dice:

–           ¡Sean bienvenidos los enviados de la familia de Teófilo! Los cretenses no olvidan jamás que fue bueno y caballeroso.  Pero daos prisa, porque estamos listos para zarpar. ¿Traéis mucho equipaje?

Pedro señala en el muelle y dice:

–           Lo que está allí.

–           ¿Sois…?

–           Diez.

–           Está bien. Daremos un lugar especial a la mujer y vosotros os arreglaréis cómo podáis…  ¡Daos prisa! Debemos zarpar antes de que el viento arrecie y esto llegará después de la siesta…

Con silbidos que rasgan el aire, señala a los marineros el lugar donde acomodarán el cargamento y suben los apóstoles, Juan de Endor y Síntica. Cuando todos han abordado, Izan velas y cierran todo. Empieza a moverse el navío para salir del puerto y las velas se hinchan ante el fuerte viento que sopla. Y balanceándose la nave de un lado a otro, emprenden el camino hacia Antioquía…

Pese al fuerte viento, Juan y Síntica permanecen en la cubierta y contemplan cómo van alejándose de la costa… De la tierra palestinense. Y los dos se abrazan llorando…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

 

91.- COMERCIO MALDITO…

Después de la  Fiesta de las Encenias, en la casa de Nazareth; Simón de Alfeo y su familia llegan de visita.

Simón pregunta:

–                     ¿Dónde está tu Madre?

Jesús contesta:

–                     Está haciendo el pan. Pero ahora viene…

Los hijos no esperan y van detrás de su abuela al cuarto del horno. Y una chiquita como de cinco años, regresa diciendo:

–                     María está llorando.

Jesús explica:

–                     Llora porque me voy… Pero tú vendrás a hacerle compañía, ¿Verdad? Te enseñará a bordar y se sentirá contenta. ¿Me lo prometes?

El pequeño Alfeo dice:

–                     También yo vendré ahora que mi padre me lo permite. –mientras da una mordida a su torta que le acaban de dar.

Simón se pone colorado de vergüenza ante las palabras de su hijo.

Jesús hace como si no se diera cuenta.

Simón cobra ánimos y pregunta a Jesús, que por qué no están presentes todos los apóstoles.

Jesús contesta:

–                     Juan, Santiago, Mateo y Andrés, están en el huerto jugando con Marziam.  Simón de Jonás está por llegar. Los otros se me unirán en el momento oportuno. Así se decidió.

–                     ¿Todos?

–                     Todos.

–                     ¿También Judas de Keriot?

–                     También él…

Simón le ruega:

–                     Jesús. Ven conmigo un momento. –Y se lo lleva hasta el borde del manantial, apartándolo para que nadie los escuche- Pero, ¿Sabes bien quién es Judas de Simón?

–                     Es un hombre de Israel, ni más ni menos.

–                     ¡Oh! No vas a decirme que…

Está a punto de acalorarse y levantar la voz; pero Jesús lo aplaca interrumpiéndolo. Y poniéndole una mano en la espalda le dice:

–                     Es tal cual lo hacen las ideas que imperan y los que lo tratan. Porque por ejemplo; si aquí hubiese encontrado corazones rectos y ánimos sinceros, no hubiera tenido oportunidad de PECAR. (Jesús recalca sus palabras)

Pero no los encontró. Al revés. Encontró un elemento completamente humano; en el que su modo de pensar se encontró a sus anchas; en el mundo que sueña. Trabaja para Mí, cual si fuera Rey de Israel, en el SENTIDO HUMANO, de la palabra. De igual modo como tú me sueñas. Como querrías verme. Como querrías trabajar tú y contigo José y todos los demás de Nazareth, excepto tres o cuatro.

Le cuesta trabajo formarse, porque todos vosotros contribuís a deformarlo. Y esto cada vez más. Es el más débil de mis apóstoles. Por ahora no es más que un débil. Tiene impulsos buenos. Tiene buena voluntad. Me ama.No como debería ser, pero no deja de amarme.

Vosotros no lo ayudáis a limpiar las partes buenas, de las no buenas que forman su modo de ser. Antes bien, cada vez más se las aumentáis; echando en ellas vuestra incredulidad y limitaciones humanas. Pero regresemos. Los demás ya han entrado…

Simón lo sigue un poco apenado. Están ya casi en el umbral cuando detiene a Jesús y le dice:

–                     Hermano mío. ¿Estás enojado contra mí?

–                     No. Pero trato de formarte también a ti, como formo a todos los demás discípulos. ¿No dijiste que querías serlo?

–                     Sí Jesús. Pero las otras veces no hablabas de este modo. Ni siquiera cuando nos reprendías. Eras más dulce…

–                     ¿Y para qué ha servido? Un tiempo lo fui. Hace dos años que lo he sido… Os habéis aprovechado de mi paciencia y bondad. O bien, habéis afilado las garras, las zarpas. El amor que os di, os sirvió para que me hicierais el mal.  ¿No es verdad?…

–                     Sí, pero… ¿Ya no vas a ser bueno?

–                     Seré justo y aun así seré siempre el que no merecéis; vosotros israelitas que no queréis reconocer en Mí. Al Mesías Prometido.

Llega maría. En su rostro se ven claras las señales de las lágrimas y se reúnen con todos los demás. En ese momento, se oye el ruidoso campaneo de una carreta, que trae aparejos y los cascabeles de una estrepitosa fiesta.

Los niños de Simón abren la puerta, curiosos por averiguar quién está haciendo tanto escándalo y aparece el rostro alegre de Simón-Pedro, que está conduciendo la carreta jalada por un borriquillo que está lleno de sonajas y listones y es el causante de todo el alboroto.

También viene una tímida Porfiria, que sonríe sentada desde un montón de cajas de diversos tamaños, como si viniera en un trono.

Pedro la ayuda a bajar y saluda a todos.

Luego dice a Jesús:

–                     Aquí me tienes Maestro. Traje a mi mujer.

Santiago de Zebedeo, toma la rienda del borriquillo y levantando una hilera de sonajas pregunta riendo:

–                     ¿Dónde lo encontraste tan adornado?

Pedro contesta:

–                     ¡Uff! ¡Qué bien! Tengo las orejas que me revientan. –Y sin más, corta todos los cordones con que están amarradas las sonajas al aparejo.

Andrés pregunta:

–                     Pero, ¿Entonces para qué las pusiste?

–                     Para que todo Nazareth supiera que yo había llegado. Y vaya que si lo logré… Ahora las quito, para que toda Nazareth no nos oiga cuando nos vayamos… Las cajas están vacías, pero las llenaremos con las cosas que vamos a empacar. Y quien nos vea, no se sorprenderá de ver a una mujer sentada sobre ellas a mi lado.

Ese que ahora está lejos y que tanto se gloría de tener buen sentido y mucho sentido práctico, podría comprobar que cuando yo quiero,  también lo tengo…

Andrés lo mira extrañado y dice:

–                     Perdona hermano… Pero no entiendo para qué es todo esto…

–                     ¿Qué? ¿Por qué? ¿No sabes?… Maestro…

Jesús interviene:

–                     Te esperaba para hablarles a todos. Venid todos al taller. Obraste bien al hacer de este modo, Simón de Jonás…

Simón de Alfeo llama a toda su familia y dice:

–                     Nosotros nos despedimos… Después volveremos a vernos… Gracias por todo Jesús.

Y se van, mientras Porfiria, Marziam, Síntica y las dos Marías regresan a la cocina…

Jesús dice a sus apóstoles:

–                     Los llamé porque quiero que me ayudéis a llevar lejos, muy lejos; a Síntica y a Juan de Endor. Después de la Fiesta de los Tabernáculos lo decidí. Habéis visto que no es posible tenerlos con nosotros. Y mucho menos aquí, porque los que los odian, podrán hacer que pierdan su paz.

Como de costumbre, Lázaro de Betania me ha ayudado en todo esto. Ellos están sobre aviso. Simón Pedro, lo sabe desde hace pocos días y ahora os estáis enterando vosotros.

Esta noche dejaremos Nazareth… Partiremos con la primera vigilia e iremos por el camino de Sephoris. Ya debiéramos haber partido, pero imagino que Simón de Jonás encontró algunas dificultades para conseguir la carreta…

Pedro exclama:

–                     ¡Qué si no! Ya estaba perdiendo la esperanza. se la compré a un sucio griego de Tiberíades… Será muy útil…

–                     Sí que lo será. Sobre todo a Juan de Endor.

–                     ¿Dónde está que no lo veo?

–                     En su habitación con Síntica.

–                     ¿Y qué le ha parecido todo esto?

–                     Muy penoso. Lo mismo que a ella.

Juan observa:

–                     Y también a Ti Maestro. En tu frente tienes una arruga que antes no estaba y tus ojos están muy tristes.

–                     Es verdad. He sufrido mucho. Pero hablemos de lo que se debe hacer. Partiremos como el que huye cuando es culpable. Sin embargo nosotros lo que haremos, es para impedir que otro haga el mal a quien no tendría la fuerza para soportarlo.

Iremos por el camino de Séforis. y pasaremos una noche cuando hayamos llegado a la mitad del camino. Trataremos de llegar a Yaftael en una sola jornada. ¿Crees que el borrico aguante?

–                     ¡Qué si no! Ese griego apestoso me lo vendió caro, pero el animal es muy bueno y fuerte.

–                     ¡Qué bien!…Después iremos a Ptolemaide y nos separaremos. Vosotros bajo las órdenes de Pedro, que es vuestro jefe y a quién obedeceréis ciegamente; iréis por mar hasta Tiro. Allí encontraréis un navío que estará por partir para Antioquia. Subiréis y daréis esta carta al dueño de la nave. Es de Lázaro de Teófilo. Al llegar a Antioquia, iréis inmediatamente a Filipo y daréis esta carta al superintendente de Lázaro.

Zelote dice:

–                     Maestro, él me conoce y no creerá que soy un siervo.

–                     Mejor. Con Filipo no es necesario ocultar nada. Él sabe que debe recibir y dar hospitalidad a dos amigos de Lázaro y ayudarlos en todo. Así se le ha escrito. Vosotros sólo los acompañáis. No más. Lázaro los ha llamado ‘sus queridos amigos de Palestina’ Y lo sois. Unidos por la fe y por lo que vais a hacer. Descansaréis hasta que la nave haya regresado a Tiro y de allí vendréis en barca hasta Ptolemaide. De allí me alcanzaréis en Aczib…

Juan dice con tristeza:

–                     ¿Por qué no vienes con nosotros, Señor?

–                     Porque  me quedo a orar por vosotros. Y sobre todo por esos pobrecitos. Me quedo a orar. Así empieza mi tercer año de Evangelización.

Empieza con una despedida muy triste, como el primero y el segundo. Empieza con una gran Oración y Penitencia, como el primero… Porque éste tiene dificultades más dolorosas y más grandes que el primero. Entonces me preparaba para convertir al mundo. Ahora me preparo a una obra mucho mayor y más importante todavía.

Escuchadme y tened en cuenta que si en el primer año fui el Rabí, el sabio que invoca la Sabiduría con su Humanidad Perfecta y perfección intelectual. Que si en el segundo, fui el Salvador y Amigo; el Misericordioso que pasa acogiendo, perdonando, compadeciendo, soportando.

En el tercero, seré el Dios Redentor y Rey. El Justo. No os sorprendáis si en Mí viereis formas nuevas. Si en el Cordero viereis resplandecer al Fuerte.

¿Cómo ha respondido Israel a mi invitación amorosa? ¿A mis brazos que le he abierto diciéndole: “Ven? Te amo. Te perdono.” Con dureza y obstinación cada vez mayores. Con la mentira. Con asechanzas.

He llamado a todas sus clases y hasta e inclinado mi frente hasta el polvo. Y sobre la Santidad que se humilla… Escupe.

Lo invité a santificarse y me responde haciéndose amigo del Demonio.

En nada he dejado de cumplir con mi deber y a esto lo llama: ‘Pecado.’

Me he callado y dice que mi silencio es prueba de culpabilidad.

He hablado. Y a mi Palabra la llama: ‘Blasfemia’

¡Ahora, Basta!

No me dejan respirar. No me ha dado ninguna alegría. Ésta consistía en hacer que creciera Yo en la vida del espíritu de los recién nacidos a la Gracia. Les ponen asechanzas y me los debo quitar del pecho, causando en ellos la angustia que sienten los hijos al verse separados de sus padres y viceversa. Para ponerlos a salvo del Israel Maligno.

Los poderosos de Israel quisieran impedirme que Yo salve. Que Yo sea la alegría de los que salvo.

¡Ahora Basta!

Yo sigo mi camino cada vez más duro. Cada vez, más bañado de lágrimas… Me voy… pero ninguna de mis lágrimas caerá en vano. Gritan a mi Padre…

Y después un llanto más fuerte gritará. Me voy. Quién me ama que me siga y que tenga valor, porque las horas de dureza se acercan. No me detengo. Nada puede detenerme. También ellos no se detendrán. Pero, ¡Ay de ellos! ¡Ay de ellos! ¡Ay de aquellos para quienes el Amor se convierte en Justicia!…La señal de los Nuevos Tiempos, será una señal de una severa Justicia.

Jesús parece un Arcángel que estuviera a punto de castigar. Sus ojos son dos zafiros centelleantes. Hasta su voz resuena como un bronce golpeado.

Los ocho apóstoles están pálidos… Y como que se han empequeñecido con el miedo. Jesús los mira con piedad y con amor.

Y les dice:

–                      No os lo digo a vosotros, amigos míos. Estas amenazas no son contra vosotros. Sois mis apóstoles. Yo os elegí. -La voz es ahora dulce y tierna y concluye- Vámonos allá. Hagamos que los dos perseguidos, piensen que los amamos más que a nosotros mismos. Os recuerdo que creen que parten para prepararme el camino en Antioquia. Venid.

Cuando llega la noche, el dolor callado hace que todos cenen sin ganas y en silencio. María de Alfeo entra con una palangana de peras asadas en el horno, con mantequilla, miel y especias.

Y dice:

–                     ¡Ha comenzado a llover! Tendremos un viaje húmedo y frío.

Pedro contesta:

–                     ¡Es mejor asi! Nadie habrá por los caminos y los curiosos estarán resguardados en sus casas…

María dice a Síntica:

–                     Cuando estén instalados en Antioquía. Unge a Juan con el bálsamo que te enseñé a preparar. Allá podrás encontrar lirios, alcanfor, dictamo, resina, laurel y claveles; artemisia y mirra… He oído que Lázaro tiene en Antigonia jardines de esencias…

Zelote que los conoce y los ha visto, exclama:

–                     ¡Y qué jardines! ¿Puedo afirmar que a Juan le va a caer muy bien aquel lugar y será beneficioso tanto para su alma, como para su cuerpo. Es mucho mejor que Antioquía. Ese lugar está protegido de los vientos y el aire suave, desciende de los bosques de plantas resinosas que hay en las pendientes de la pequeña montaña que defiende de los vientos marítimos, pero no impide que las sales de la brisa marina lleguen hasta allí.

Es un lugar tranquilo y muy bello… Con unos inmensos jardines que albergan miles de pájaros de diferentes especies y que anidan en los diferentes árboles de maderas preciosas…

En fín, ya lo podrán corroborar cuando lleguen allí…

Cuando la cena termina, María recoge las peras que quedaron y las envasa para entregárselas a Andrés. Éste las empaca para los viajeros y después que regresa dice:

–                     Está lloviendo cada vez más fuerte…

Pedro indica:

–                      Voy a preparar la carreta. Venid y ayudadme a subir los cofres y todos los enseres que han sido empacados.

Todos se aprestan y rápido todo está listo para partir… Luego lo cubren con un toldo, para protegerse de la lluvia y Juan de Endor, Síntica y Santiago, suben a la carreta. El apóstol toma las riendas y avanzan silenciosos por una vereda entre los huertos.

Nazareth está sumida en la oscuridad y duerme tranquila bajo la tupida lluvia helada de esta noche invernal, que apaga los sollozos de los dos desterrados, que viajan sobre el camino lodoso. Los sigue el grupo apostólico.

A la mitad del camino llegan a una casa donde el pastor Isaac ha hecho labor apostólica y los hospedan sin hacerles preguntas.  Una anciana y un niño les brindan hospedaje en una noche lluviosa y al día siguiente les ofrecen un desayuno calientito, con la leche recién ordeñada y al despuntar el día, vuelven a emprender la marcha.

El viento es tan  fuerte que se siente cortante en las caras e hincha los mantos. Pedro detiene la carreta y se quita su manto para ponérselo a Juan de Endor.

El hombre protesta:

–                     Pero ¿Por qué? Yo tengo mi manto…

Pedro dice:

–                     Porque yo tengo mucho calor guiando al borrico. Y el frío me sirve de estímulo. Además, María me hizo tantas recomendaciones en Nazareth, que si te enfermas no voy a ser capaz de mirarla al rostro…

En un paraje muy lodoso y para que no se atasque, Pedro le pone por delante con una vara, pan y pedazos de manzana que el pobre asno quisiera comer y trata de alcanzar. Pero que no se le conceden hasta que tiene que descansar.

Mateo observa lo que Pedro ha hecho y le dice bromeando:

–                     ¡Eres un sinvergüenza, Simón de Jonás!

Pedro contesta riendo:

–                     Sólo hago que animal cumpla con su deber y con mucha dulzura. Si no hiciere esto tendría que usar la cuarta y no me gusta hacerlo. Por esto lo trata como trataría a mi querida barca. ¡No soy Doras! ¿Entendido? Quería ponerle Doras cuando lo compré, pero luego que oí su nombre… ¡Me gustó! Y se lo dejé…

Todos preguntan curiosos:

–                     ¿Cómo se llama?

Pero suelta la carcajada y dice:

–                     ¡Adivinad!

Salen a relucir los nombres más extraños, entre ellos los de los fariseos más furibundos y encarnizados; pero Pedro niega siempre. Y todos se dan por vencidos.

Finalmente Pedro dice riendo:

–                     Se llama Antonio. ¿Acaso no está bonito? ¡El de ese maldito romano! ¡Se ve que el griego que me lo vendió, tenía su rencor con Antonio!

Todos sueltan la risa. Y Juan de Endor da la explicación:

–                     Será uno de los que sufrieron los impuestos, después de la muerte de César. ¿Es viejo?

–                     Tendrá unos setenta años y habrá pasado por todos los oficios. Ahora tiene una fonda en Tiberíades.

Y siguen conversando…

Más tarde…

Jesús, con sus ocho apóstoles ha llegado a un camino escarpado y lleno de curvas que serpentean por la montaña. Llegan a una población que se cobija bajo una pendiente escarpada, que da la impresión que está a punto de deslizarse con todas las casas hacia el valle.

Santiago de Zebedeo comenta:

–                     Está muy bien construida. Está sobre la roca.

–                     Como Ramot. –confirma Síntica, que recuerda ese lugar.

Jesús confirma:

–                     Mucho más. Aquí, la roca forma parte de las casas; no solo es su base. Más bien se parece a Gamala. ¿Os acordáis de ella?

Andrés dice:

–                     Sí. Y también nos acordamos de los cerdos.

Simón Zelote agrega:

–                     De allí partimos para Tariquea, al Tabor, a Endor…

Juan de Endor suspira y dice:

–                     Parece que mi destino es traeros a la mente cosas penosas.

Judas Tadeo objeta con fuerza:

–                     ¡No! ¡Imposible! Nos has brindado una amistad y no más.

Y todos hacen coro manifestando que son del mismo parecer.

–                     Y con todo… no se me ha amado. Nadie me lo dice. Yo estoy acostumbrado a reflexionar. A reunir todos los hechos en un solo cuadro. Esta partida… No estaba prevista. Y la decisión de ella no es espontánea…

Jesús pregunta con una dulzura triste:

–                     ¿Por qué hablas así, Juan?

–                     Porque es la verdad. Nadie me ha querido. A ninguno de los otros discípulos se le ha escogido para ir a tierras lejanas.

Santiago de Alfeo está afligido, por lo que se desenvuelve en la mente de Juan de Endor y pregunta:

–                     ¿Y qué dices de Síntica?

–                     Síntica viene para que no se me mande solo… Piadosamente se hace esto para que no me dé cuenta de la realidad.

Jesús objeta:

–                     ¡No, Juan!

–                     ¡Sí, Maestro! ¿Ves? Aún podría decirte el nombre de mi verdugo. ¿Sabes dónde lo leo? Al mirar a estos ocho hombres buenos. Sólo al pensar en que los otros no están; leo su nombre. El que fue causa de que me encontraras, es también el que quisiera que me encontrase con Belzebú. Me ha arrojado a esta hora.

Lo mismo que a Ti, Maestro. Porque sufres como yo y tal vez más. Me ha arrastrado a estos momentos, para que me deje llevar por el odio y la desesperación. Porque es malo. Es cruel. Es envidioso. Y algo más… Es Judas de Keriot. El alma oscura entre tus siervos que son luz…

–                     No hables así, Juan. No es el único que falta. Todos estuvieron ausentes para las Encenias, menos Zelote, que no tiene familia. En estos tiempos no se puede venir desde Keriot en unos cuantos días. Hay como trescientos Km. de camino. Era razonable que fuera a ver a su madre. Como también Tomás lo hace. Bartolomé no ha venido porque es viejo y tampoco ha venido Felipe, para que lo acompañe…

–                     Sí. Los otros tres no están… Pero, ¡Oh, Buen Jesús! Tú conoces los corazones, porque eres el Santo. Pero no eres el único en conocerlos. También los perversos conocen a los perversos; porque en ellos se ven reflejados.

Yo fui un perverso. Me he mirado. Me he contemplado en Judas. Pero lo perdono. Le perdono que me mande a morir a tierras lejanas y que me aleje de Ti; porque por él vine a Ti. Por otra parte, que Dios le perdone… el resto…

Jesús no desmiente a Juan… Se queda callado.

Los apóstoles se miran entre sí; mientras que empujan la carreta por el sendero resbaloso. El camino es horrible hasta un tercio del mismo. Hasta cuando cerca del valle, se bifurca.

Cuando llegan a este punto; Pedro mira a Jesús, que se ha puesto muy pálido.

Y le pregunta:

–                     ¿Te sientes mal?

–                     No, Simón. Quiero hablar con ellos a solas… -y señala a Juan y a Síntica.

Que intuyen que el momento de la despedida ha llegado y están pálidos, igual que Él. Los dos se estrechan a Él y luego…

Juan se sienta a la izquierda de Jesús…

–                     No hables así, Juan. No es el único que falta. Todos estuvieron ausentes para las Encenias, menos Zelote, que no tiene familia. En estos tiempos no se puede venir desde Keriot en unos cuantos días. Hay como trescientos Km. de camino. Era razonable que fuera a ver a su madre. Como también Tomás lo hace. Bartolomé no ha venido porque es viejo y tampoco ha venido Felipe, para que lo acompañe…

–                     Sí. Los otros tres no están… Pero, ¡Oh, Buen Jesús! Tú conoces los corazones, porque eres el Santo. Pero no eres el único en conocerlos. También los perversos conocen a los perversos; porque en ellos se ven reflejados.

Yo fui un perverso. Me he mirado. Me he contemplado en Judas. Pero lo perdono. Le perdono que me mande a morir a tierras lejanas y que me aleje de Ti; porque por él vine a Ti. Por otra parte, que Dios le perdone… el resto…

Jesús no desmiente a Juan… Se queda callado.

Los apóstoles se miran entre sí; mientras que empujan la carreta por el sendero resbaloso. El camino es horrible hasta un tercio del mismo. Hasta cuando cerca del valle, se bifurca.

Cuando llegan a este punto; Pedro mira a Jesús, que se ha puesto muy pálido.

Y le pregunta:

–                     ¿Te sientes mal?

–                     No, Simón. Quiero hablar con ellos a solas… -y señala a Juan y a Síntica.

Que intuyen que el momento de la despedida ha llegado y están pálidos, igual que Él. Los dos se estrechan a Él y luego…

Juan se sienta a la izquierda de Jesús…

Bastó que la Voz del Salvador llegase a donde tu ser languidecía, para que te levantaras y te sacudieras de cualquier carga. Para que vinieras a Mí, ¿No es así? Eres pues, un recto de corazón. Mucho; mucho más que otros que no han pecado como tú. Pero que sí han cometido pecados peores, porque a sabiendas y voluntariamente los han querido…

Vosotros; flores triunfales mías como Salvador, sed benditos. Habéis reflejado el amor en este mundo entorpecido. En este mundo enemigo que tan solo da de beber amarguras y disgustos a vuestro Salvador. ¡Gracias! En las horas más duras de este año, siempre he pensado en vosotros y de esta forma he podido consolarme, sostenerme.

En las que me esperan y que serán más amargas todavía, os tendré con mayor razón presentes. Hasta la muerte, conmigo estaréis por toda la eternidad. Os lo prometo.

Os encargo mis intereses más amados. Esto es, el abrir camino a mi Iglesia en el Asia Menor. A donde no puedo ir porque acá en Palestina se encuentra el lugar de mi misión.

Y porque la mentalidad de los grandes de Israel, buscaría hacer el mal por todos los medios. ¡Oh! ¡Si tuviera otros Juanes y otras Sínticas, en otras naciones en las que mis apóstoles encontrasen el terreno preparado; para arrojar en ellas la semilla, cuando llegue la Hora!…

Rogad por Mí. Por el Hijo del Hombre que va a enfrentarse a todos sus tormentos de Redentor. Os digo que mi Humanidad va a ser torturada por toda clase de amarguras inimaginables… Rogad por Mí. Me harán falta vuestras plegarias… Serán una caricia. Serán una muestra de vuestro amor. Serán una ayuda para que no llegue a decir: “Que todo el Género Humano es  una creación de Satanás”

Adiós Juan. Démonos el beso de despedida. Adiós, Síntica. Esperadme con vuestro espíritu. Iré a vosotros. Estaré con vosotros en vuestras fatigas y en vuestras almas. Porque si el amor que tengo por el Hombre, hizo que encerrase mi Naturaleza Divina en Carne mortal, sin embargo no me quitó la libertad.

Soy Libre de ir por todas partes como Dios. Y de ir a donde está quien me merece. Adiós hijos míos. El Señor sea con vosotros…

Salta de la carreta y haciendo una señal de adiós a sus apóstoles. Se va corriendo por el camino por el que venían; como si fuese un ciervo perseguido…

Los ocho apóstoles se quedan atónitos, al ver al Maestro que se aleja…

Juan dice en voz baja:

–                     Iba llorando…

Pedro dice con tristeza:

–                     Se fue… Y no nos queda más que seguir adelante…

Y tomando las riendas arrea al borrico.

Mientras tanto, Jesús ha detenido su carrera. Se apoya contra el tronco de un árbol y luego se deja caer sobre la hierba.

Se queda inerte. Extendido. Con un llanto silencioso. Producido por un inmenso dolor. De este modo llora por largo tiempo. Luego se sienta y con la cabeza entre las rodillas, llama con todo su corazón a su lejana Madre…

–                     ¡Oh, Madre mía! ¡Eterna Dulzura mía! ¡Oh, Madre!… ¡Cómo quisiera tenerte junto a Mí! ¿Por qué no te tengo siempre?… ¡Tú que eres el único consuelo de Dios!  -sigue llorando.

Después de un rato en que el llanto sigue fluyendo amargamente:

–                     Y ¿Por qué? ¿Por quién? ¿Por qué tuve que causarles este dolor? ¿Por qué he tenido que causármelo a Mí Mismo; cuando ya el mundo me tiene harto de él?… ¡Judas!…

Levanta la cabeza y mira con ojos dilatados hacia el horizonte… Su rostro refleja un intenso sufrimiento.

Y luego, como si respondiese a Alguien; dice poniéndose de pié:

–                     Soy Hombre, Padre. Soy el Hombre. La virtud de la amistad que he conservado; se ve herida y traicionada. Se retuerce; se lamenta dolorosamente… Y la actual tentación de no amar… De no tolerar más a mi lado al hombre sucio; falaz, que se llama Judas. Que es causa del dolor que bebo. Que tortura corazones a quienes había dado la paz. Es  muy fuerte…

¡Oh, Padre mío! Ahora mis fuerzas se hayan cansadas por la falta de amor… En el desierto, Yo sabía que después de terminada la tentación, se iría. Como lo hizo. Y que los ángeles, vendrían a consolar a tu Hijo… Por ser el Hombre. Por ser objeto de las tentaciones del Demonio.

Pero ahora no cesará… Vendrá el Mundo con todo su Odio. Y será cada vez más poderoso. Más tortuoso en el pérfido; en el Traidor… ¡En el Vendido a Satanás!… ¡¡¡Padre!!!…

Es un grito preñado de dolor…  ¡Y de Miedo!….  Un grito que ruega… Y que continúa su dolorosa plegaria…

–                     ¡Padre!… ¡Lo sé!… Lo estoy viendo… Mientras aquí sufro y te ofrezco mis sufrimientos por su conversión; él se está vendiendo para ser más grande que Yo… ¡MÁS QUE EL HIJO DEL HOMBRE!…

Ya no le bastan los incentivos repugnantes y blasfemos de la mentira. De la falta de amor…  De sed de sangre, de ambición de dinero, de soberbia y de lujuria… ¡Ahora se entrega a Satanás para hacer grandes prodigios!…

¡Padre! ¡Oh, Padre mío! ¡Yo lo amo!… Todavía lo amo…. ¡Es un Hombre!… ¡Es uno de aquellos por los cuales te dejé!… ¡Por mi Humillación!… ¡Sálvalo!… ¡Oh, Señor Altísimo!… ¡Un milagro!… ¡Un milagro para Jesús de Nazareth; el Hijo de María de Nazareth; nuestra Eterna Amada!… ¡La salvación de Judas!…

Ha vivido a mi lado… ¡Ha bebido mis palabras!… Ha partido conmigo el pan… ¡Que no sea él,  mi Traidor!… No te pido que no sea yo traicionado… Esto tiene que ser así y lo será… Para que por medio de mi dolor de un traicionado; se cancelen todas las mentiras.

Como por el de verme vendido; toda avaricia. Como por la angustia de que me blasfemen, sean reparadas todas las blasfemias. Y por el de no haberme creído, se dé fe a los que sin ella viven y vivirán.

Como por mis tormentos; sean limpias todas las culpas del hombre… ¡Pero te ruego que no sea él!…  ¡Judas!…  ¡Mi apóstol, mi amigo!… ¡Multiplica mis tormentos, pero dame el alma de Judas!… ¡Oh, no! ¡El Cielo está cerrado!… ¡El cielo está Mudo!… ¡Oh! ¿Es este el Horror que me acompañará hasta la Muerte?…

Jesús ha vuelto a arrodillarse y ora con el rostro pegado a la Tierra, mientras el crepúsculo desciende; en el corto día invernal…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA