92.- VÍCTIMAS PROPICIATORIAS16 min read

En Ptolemaide, Pedro y su grupo se dirigen hacia el muelle menor que tiene forma de arco y semeja una segunda dársena más estrecha, debido a las barcas de pesca. Llega hasta una en particular. Es grande y se ve bastante buena. Se detiene, mira y grita.

Desde el fondo se levanta un marinero y se acerca al borde diciendo:

–           ¿De veras quieres partir? Ten en cuenta que la vela no te servirá hoy. No hay viento y tendrás que hacerlo a fuerza de remos.

Pedro contesta:

–           Con este frío, esto nos servirá para entrar en calor y para tener buen apetito.

El marinero cuestiona:

–           ¿Eres de veras eres capaz de navegar?

–           ¡Bah! ¡Hombre! ¿Todavía no era capaz de pronunciar la palabra ‘mamá’ cuando ya mi padre me había puesto en las manos las cuerdas y las farcias del navío. Allí crecieron mis dientes de leche.

–           Es que, ¿Sabes? Esta barca es todo lo que poseo…

–           Desde ayer me lo has estado repitiendo… ¿No sabes otra canción?

–           Lo que sé es que si te vas a pique, estoy arruinado y…

–           El arruinado seré yo, porque pierdo la piel, ¡Y no tú!

–           Es que la barca constituye toda mi riqueza, mi pan y mi alegría. Es el patrimonio de mi esposa y la dote de mi hija…

¡Uff!… Oye, no me sigas molestando porque mis nervios estan a punto de reventar… Te he dado tanto que casi te pagué la barca. No te escatimé nada, ¡Ladrón marino que eres!… Te demostré que sé remar y sé gobernar la vela mejor tú. Hicimos un contrato ante dos testigos y ya…  ¡Basta! Cangrejo peludo, déjame entrar…

–           Pero al menos dame otra garantía…  ¡Si mueres, quién me paga la nave!

–           ¿La nave? A esta calabaza sin pulpa la llamas nave. ¡Oh, miserable y orgulloso tenías que ser! Te daré otras cien dracmas… Junto con todo lo que ya te dí, puedes comprarte otras tres mejores que ésta.

Te dejo empeñada mi carreta y no quiero que te pases de listo con mi burro Antonio. Pues él solo vale diez veces más que tu barca. Pero ten en cuenta que son una garantía y que cuando regrese me los devolverás. ¿Has entendido?

El barquero asiente satisfecho y se apresura a meter en la barca, el telar que Tadeo puso en el suelo. Luego ayudado por otros tres y los apóstoles, suben y acomodan todo el cargamento que traen en la carreta de forma que quede en equilibrio y que tengan paso libre para las maniobras.  Por último suben las alforjas y las cosas personales.

Luego Pedro dice:

–           ¿Ves vampiro que si sé hacerlo? Lárgate ahora y que te vaya bien…

Y junto con Andrés, pone el remo contra el muelle y empieza a separarse. Cuando llega a la corriente, le entrega el timón a Mateo diciendo:

–           Tú puedes hacerlo muy bien. Te traerá recuerdos de cuando nos sorprendías en la pesca. –Y se sienta en la proa sobre una banquita, junto a su hermano.

Frente a él estan sentados Santiago y Juan de Zebedeo, que bogan rítmicamente. La barca se desliza veloz y sin problemas pese al cargamento y oyen las alabanzas por su paso ligero y por el perfecto bogar, que les lanzan los marineros de las grandes naves cuando navegan junto a ellas.

Pronto dejan atrás los diques y llegan a mar abierto.

Ptolemaida está extendida, hermosa y blanca sobre la ribera. En la barca el silencio es completo y solo se oye el chasquido de los remos contra el agua. Poco a poco, el puerto se va perdiendo en la distancia y Pedro dice:

–           Sí. Había un poco de viento… Ahora no hay absolutamente nada… ¡Ni un soplo!

Santiago de Zebedeo comenta:

–           ¡Con tal de que no vaya a llover!

–           ¡Humm! Y parece que sí…

Una llovizna fina y tupida los cubre.

Tadeo dice a Síntica:

–           Cubríos y da el huevo a Juan es la hora…

Santiago dice:

–           Con un mar asi, nada se puede mover en el estómago…

Andrés:

–           ¿Qué estará haciendo Jesús?

Pedro:

–           ¡Sin vestidos y sin dinero!

Tadeo:

–           ¿Dónde estará ahora?

Juan de Zebedeo:

–           Sin duda rogando por nosotros.

–           Está bien. ¿Pero dónde?

Nadie puede responder la pregunta. Y sólo Dios conoce la respuesta.

La barca avanza fatigosamente, bajo un cielo plomizo; sobre un mar de color ceniciento y bajo una finísima lluvia que parece neblina y produce un cosquilleo prolongado. Los montes se ven envueltos en un manto amarillento. Pero el mar tiene una rara fosforescencia que es molesta de mirar.

Pedro que es incansable en el remo extiende su brazo señalando a lo lejos y dice:

–           En aquel poblado vamos a detenernos, para comer y descansar.

Los demás asienten.

Y cuando llegan, es un montón de casas de pescadores que estan montadas sobre una saliente del monte.

Pedro refunfuña:

–           Aquí no podemos desembarcar. No hay fondo. –un suspiro- ¡Bueno! Comeremos aquí…

Todos comen con buen apetito, mientras la llovizna se calma y luego arrecia… Un hombre está en la playa y se dirige hacia una pequeña barca.

Pedro se pone las dos manos en torno a los labios, formando un embudo y grita:

–           ¡Oye, tú! ¿Eres pescador?

La respuesta llega débil en la distancia:

–           ¡Sí!

–           ¿Qué tiempo vamos a tener?

–           Dentro de poco, mar picado. Si no eres de por aquí, te aconsejo que te vayas inmediatamente más allá del promontorio. Allí las olas son menores, sobre todo junto a la ribera y puedes ir porque el mar es muy profundo. Pero vete al punto.

–           Gracias. ¡La paz sea contigo!

–           ¡Paz y buena suerte contigo!

Pedro se vuelve hacia sus compañeros y dice:

–           ¡Ánimo! Y que Dios esté con nosotros.

Andrés toma el remo y empieza a bogar mientras dice:

–           No cabe duda que lo está. Y Jesús ruega por nosotros.

Los demás también toman los remos y empiezan a bogar. Olas gigantescas están empezando a formarse y rechazan a la barca en su intento por avanzar. La lluvia aumenta implacable, junto con un viento que azota las espaldas de los navegantes.

Simón de Jonás le grita unos pintorescos epítetos, porque es un viento contrario que no solo no ayuda, sino que entorpece los esfuerzos de los marineros y trata de lanzarlos contra los escollos del promontorio que no está lejos.

La barca trata de deslizarse en la curva de este golfo miniatura, de color negruzco cual tinta. Todos continúan bogando fatigosamente, concentrando todos sus esfuerzos por avanzar, bañados por la molesta lluvia. Juan de Endor y Síntica, están sentados en el centro junto al mástil de la vela. Detrás los hijos de Alfeo y en la popa, Mateo y Simón, que luchan por mantener derecho el timón, a cada golpe del oleaje.

Es un trabajo arduo dar la vuelta al promontorio y finalmente lo logran. Los remadores extenuados, logran al fin descansar un poco y se preguntan si sería prudente refugiarse en el poblado que se ve más allá del promontorio… La idea de ‘Que se debe obedecer al Maestro, aun cuando el sentido común diga lo contrario’ prevalece. “Él dijo que se debe llegar a Tiro en un solo día…” Todos están de acuerdo en esto y deciden seguir la travesía…

Después de decidir esto y continuar navegando con el mar picado… De improviso el mar se calma y todos notan el fenómeno…

Santiago de Alfeo dice:

–           El premio de haber obedecido…

Pedro confirma:

–           Sí. Satanás se ha largado porque no logró hacernos desobedecer…

Mateo dice:

–           Llegaremos a Tiro en la noche. Este mal tiempo nos ha detenido mucho…

Simón Zelote dice:

–           No importa. Iremos a dormir y mañana buscaremos la nave.

Juan de Endor:

–           ¿La podremos encontrar?

Tadeo dice con aplomo:

–           Jesús lo dijo. Claro que la encontraremos…

Andrés propone:

–           Podemos levantar la vela hermano.  El viento que está soplando nos ayuda y avanzaremos más ligeros…

La vela se infla lo suficiente para que los remadores sientan un poco de alivio. La barca se desliza veloz hacia el Istmo de Tiro, que se ve blanquear en lontananza cuando los últimos rayos del sol casi han desaparecido.

La noche los alcanza y lo más extraño, después de tanta neblina, le firmamento estrellado, se adorna con una claridad extraordinaria. La Osa Mayor resalta en una bóveda celeste que viste al mar con un reflejo plateado iluminado por la luna…

Juan de Zebedeo admira todo y ríe. Y siguiendo el ritmo de su remo, con su voz de tenor empieza a cantar:

“Salve estrella matutina,

Jazmín de la noche,

Luna Dorada de mi Cielo

Santa Madre de Jesús…

En Ti el navegante espera,

El que sufre, el que muere, en Ti piensa,

Brilla siempre, Estrella santa, Estrella pía,

Sobre quien te ama, ¡Oh, María!

Santiago su hermano dice:

–           ¿Pero qué dices? ¡Nosotros hablamos de Jesús y tú hablas de María!

–           Él está en Ella. Y Ella en Él. Él existe porque Ella ha existido.  Déjame cantar…

Y todos se dejan seducir y llevar por su canto y lo acompañan en una alabanza maravillosa… De esta manera llegan a Tiro y sin ninguna dificultad desembarcan en el pequeño puerto que está al sur del istmo.

Mientras Pedro y Santiago se quedan en la barca para cuidar el cargamento, todos los demás van a buscar una fonda para poder descansar.

Al día siguiente, luce una mañana esplendorosa con un cielo despejado, adornado por unos cuantos cirros muy blancos como la espuma de las olas que revientan en la playa…

Pedro se levanta del lugar en donde pasó la noche y viendo a Santiago que también se ha despertado, le dice:

–           Creo que ya es hora de que nos vayamos. ¡Hum!… Dime Santiago, ¿No te parece que en verdad es cómo si lleváramos dos víctimas al sacrificio? A mí, sí.

Santiago de Alfeo contesta:

–           También a mí, Simón. De mi parte agradezco al Maestro la confianza que ha depositado en nosotros. Pero no me gusta que se haya sufrido tanto… Jamás había visto ni imaginado siquiera, una cosa tan dolorosa…  El Sufrimiento en Jesús era tan grande… Y en estos dos… Sentí que casi era como si se me partiera también a mí el corazón…

–           Todos los sentimos, hasta el corazón de paloma de mi Porfiria… Y tampoco yo lo había experimentado así… pero… ¿Sabes? Estoy seguro de que el Maestro nunca lo hubiera hecho, si el Sanedrín no hubiera metido sus narices…

–           Él ya lo dijo… ¿Quién lo habrá comunicado al Sanedrín? Eso es lo que yo quisiera saber…

¿Qué quién? ¡Dios Eterno, no me dejes hablar ni pensar!… Le he hecho esta promesa para que no me siga trepanando el cerebro esta idea. Ayúdame Santiago a no pensar… Mejor hablemos de otra cosa…

–           ¿De qué? ¿Del tiempo?

–           si así lo quieres…

–           Porque yo no entiendo nada de mar…

Pedro se queda mirando el mar y dice:

–           Pienso que vamos a tener un buen baile.

Santiago mira a los enormes barcos y dice:

–           ¡Nooo! Las olas son pequeñas y me hacen reir. Ayer estaba un poco enfurecido. ¡Qué hermoso será ver este mar desde lo alto de la nave! También le gustará a Juan y lo impulsará a que cante. ¿Cuál será la nave?

Poco a poco, el puerto se llena de gente y de movimiento.

Y Pedro  contesta:

–           Ahora lo averiguo.  Espera…  – y saltando de la barca se dirige hacia un marinero ocupado en otra barca cercana…  – ¡Oye! ¿Sabes si se encuentra en el puerto el navío de…? Espera, voy a leer su nombre…  –y sacando un pergamino que trae en la cintura- Sí. Es Nicómedes Filadelfo de Filipo; cretense de Paleocastro…

El marinero se admira:

–           ¡Oh! ¡El famoso navegante! ¿Y quién no lo conoce? Es el más conocido desde el Golfo de las Perlas hasta las Columnas de Hércules… Y aun más allá; hasta los fríos mares en los que la noche puede durar meses enteros. ¿Sí eres marinero, cómo es posible que no lo conozcas?…

–           Es así. No lo conozco; pero ando en su busca porque conocemos a nuestro amigo Lázaro de Teófilo, que en un tiempo fue gobernador de Siria…

–           ¡Ah! Cuando yo navegaba… Ahora estoy viejo, pero entonces él estaba en Antioquía… ¡Qué tiempos aquellos!… ¿Lázaro es amigo tuyo? …Y buscas a Nicómedes el cretense. Entonces puedes ir seguro. ¿Ves aquel navío? El más grande y que tiene muchas banderolas flotando al viento… Ese es el suyo. Va a zarpar antes del mediodía… él no tiene miedo al mar.

Santiago empieza a decir:

–           No hay porqué temerlo. No es un gran… –pero una enorme ola le quita la palabra bañándolos desde la cabeza hasta los pies.

Pedro refunfuña, mientras se seca la cara:

–           Ayer estaba calmado y hoy demasiado intranquilo.  Un tonto bravucón, ¿No? Prefiero mi lago…

El marinero dice:

–           Os aconsejo que entréis en la dársena. Allá se están yendo todos. Llevad vuestra barca, podréis guardarla hasta vuestro regreso… Por una cuota diaria, te la cuidarán…

–           Gracias amigo. Allá vienen mis compañeros y la guardaremos donde dices…

Pedro sale al encuentro del grupo apostólico.

Y Andrés le pregunta ansioso:

–           ¿Dormiste bien hermano?

–           Como un niño en la cuna.  Ni arrullo, ni canciones me faltaron…

Tadeo agrega sonriente:

–           Y por lo visto también acabas de bañarte…

–           El mar se encargó de lavarnos y quitarnos el sueño que quedaba, ¿Verdad Santiago?

Santiago, igual de mojado que Pedro, asiente con una carcajada…

Y luego dice:

–           Pero ya sabemos con quién debemos ir…

Juan de Endor comenta:

–           Entonces tendremos danza en el canal de Chipre.

Mateo dice preocupado:

–           ¡Ah! ¿Sí?

–           Sí. Pero Dios nos ayudará.

El marinero de Tiro dice:

–           ¡Oigan! Se dice que en Israel ha nacido un nuevo Profeta que predica el amor. ¿Es verdad?

Pedro contesta:

–           Sí. ¡Y los milagros que hace! Resucita los muertos, cura a los enfermos, convierte a los ladrones y da órdenes al mar, para tranquilizarlo.

–           ¡Oh! ¿Pero es verdad todo eso?…

–           No dudes. Todos nosotros hemos sido testigos de eso…

–           ¡Oh! ¿Dónde?…

–           En el lago de Genesareth.  Ven conmigo a la barca y mientras vamos al depósito te contaré…

Y Pedro da instrucciones a Andrés y a Santiago de Zebedeo para llevar la barca a la dársena, mientras le habla de Jesús al marinero de Tiro…

Zelote observa:

–           ¿Ya vísteis a Pedro? Mientras dirige las maniobras, evangeliza. Y Pedro dice que no sabe hacer nada. Tiene el arte de hacer todas las cosas a las buenas y así logra más que todos juntos…

Juan de Endor confirma:

–           Lo que más me gusta de él es su franqueza.

Mateo añade:

–           Y su constancia.

Santiago de Alfeo agrega:

–           Y su humildad. Ya se fijaron que nunca se enorgullece de ser la ‘cabeza’. Trabaja más que todos y se preocupa por todos y cada uno de nosotros. Más que de sí mismo.

Síntica concluye:

–           A su modo es muy virtuoso. Y un excelente hermano…

Y ya no pueden seguir comentando, porque Pedro regresa diciendo:

–           Ya está todo arreglado. Dejaremos la barca y hay que llevar el cargamento hasta el navío que está allá…

Todos toman los cofres y las  cajas y se van a través del Istmo hasta el muelle grande y el de Tiro los sigue acompañando y ayudando… Llegan hasta la nave del cretense que ya está empezando las maniobras para partir…

Y Pedro grita a los de a bordo para que bajen la escalerilla…

El jefe de la tripulación responde…

–           No se puede. ¡Ya está cargado…!

El marinero de Tiro les grita, señalando a Pedro:

–           ¡Tiene unas cartas que entregar a Nicómedes!

–           ¿Cartas? ¿De quién?…

–           De Lázaro de Teófilo… El que fue gobernador de Antioquía…

–           ¡Ah! ¡Espera! ¡Se lo voy a decir al patrón!…

Pedro dice a Zelote y a Mateo:

–           Ahora os toca. Yo soy un pobre maleducado para tratar con personajes como ese…

Mateo objeta:

–           ¡No! Tú eres el jefe y lo haces muy bien.

Y Simón:

–           Te ayudaremos si es necesario. Pero estamos seguros de que todo lo resolverás perfectamente…

Se asoma un hombre moreno y vestido como egipcio. Delgado, hermoso, musculoso y elegante. Mientras se asoma por la baranda, ordena que bajen la escalerilla y el jefe de la tripulación grita. :

–           ¡Que suba el que trae las cartas!

Pedro, que ya se ha cambiado el vestido  y ahora trae el manto; sube con toda dignidad, seguido por Mateo y Zelote.

Cuando aborda la nave saluda muy ceremonioso:

–           Que la paz sea contigo.

El cretense lo mira y dice:

–           Salve. ¿Dónde está la carta?

Pedro le extiende el pergamino. El cretense rompe el sello y extiende el pergamino. Lo lee y dice:

–           ¡Sean bienvenidos los enviados de la familia de Teófilo! Los cretenses no olvidan jamás que fue bueno y caballeroso.  Pero daos prisa, porque estamos listos para zarpar. ¿Traéis mucho equipaje?

Pedro señala en el muelle y dice:

–           Lo que está allí.

–           ¿Sois…?

–           Diez.

–           Está bien. Daremos un lugar especial a la mujer y vosotros os arreglaréis cómo podáis…  ¡Daos prisa! Debemos zarpar antes de que el viento arrecie y esto llegará después de la siesta…

Con silbidos que rasgan el aire, señala a los marineros el lugar donde acomodarán el cargamento y suben los apóstoles, Juan de Endor y Síntica. Cuando todos han abordado, Izan velas y cierran todo. Empieza a moverse el navío para salir del puerto y las velas se hinchan ante el fuerte viento que sopla. Y balanceándose la nave de un lado a otro, emprenden el camino hacia Antioquía…

Pese al fuerte viento, Juan y Síntica permanecen en la cubierta y contemplan cómo van alejándose de la costa… De la tierra palestinense. Y los dos se abrazan llorando…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

 

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: