95.- TESTIMONIO APOSTOLICO
El sábado en la casona de Antioquía, se han reunido toda la familia de Filipo y los siervos; junto con todos los habitantes de Antigonia, Síntica y Juan de Endor.
Filipo ha pedido a los apóstoles que antes de irse les dirijan el Mensaje del Maestro de Nazareth y el primero que empieza a hablar es Pedro:
– Me dijisteis que en la Pascua oísteis que algunos hablaban con fe y otros con desprecio de Maestro. Y también me dijisteis que por la gran fidelidad que sentís por la casa de Lázaro pudisteis resistir a la mala impresión que os trataron de causar los grandes de Israel.
Pero ser docto, no quiere decir ser santo, ni poseer la verdad. Y la Verdad es ésta: Jesús de Nazareth es el Mesías Prometido. El Salvador de quién hablan los Profetas, el último de los cuales duerme en el seno de Abraham, después del glorioso martirio que sufrió por causa de la justicia. Juan Bautista dijo y aquí hay algunos que lo oyeron: “He aquí al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”
Entre los más humildes, como los que están aquí presentes y que oyeron sus palabras, creyeron en ellas; porque la humildad sirve para llegar a la Fe. Pero difícilmente los soberbios son capaces de desprenderse de los fardos que cargan y aunque oigan, no escuchan y aunque vean, no reconocen. Dios siempre premia el saber creer, aun contra todas las apariencias. Os exhorto pues a ser humildes y a tener un fe pronta, para que forméis parte del ejército del Señor que conquistaréis el Reino de los Cielos…
Pedro hace una señal a Simón Zelote y éste continúa:
– No hemos venido aquí a juzgar a Jerusalén; nos lo prohíbe la caridad, que es la virtud principal. No miremos los corazones de los demás; sino el nuestro y llenémoslo de esa fe de la que habló Simón Pedro. Y vistámonos de fiesta, porque en el Mesías está consumada nuestra esperanza. El Mesías, el Santo de Dios está verdaderamente entre nosotros, para que nuestras tierras y nuestros valles canten un hosanna al Hijo de David, al Altísimo que ha enviado a su Verbo, como lo había prometido a los patriarcas y a los profetas.
Yo que os hablo era un leproso condenado a morir en una muerte cruel; rodeado por la soledad, cual si fuera una fiera. Alguien me dijo: “Ve al Rabbi de Nazareth y te curarás” Tuve fe y fui. Me curé no solo en el cuerpo, sino tambien en el corazón. De este modo, no me veo más separado de los hombres y al no odiar, tampoco de Dios.
De proscrito, rebelde y enfermo; me convertí en siervo del Mesías con un corazón nuevo. Me llamó a la misión de ir entre los hombres, para que los amara en su Nombre y para que los instruyese en lo único que es necesario saber: Que Jesús de Nazareth es el Salvador y que son bienaventurados los que crean en Él.
Zelote voltea y mira a Santiago de Alfeo y éste prosigue:
– Soy pariente del Nazareno. Mi padre y el suyo fueron hermanos carnales. Pero no puedo llamarme hermano, sino siervo; porque la paternidad de José el hermano de mi padre, fue una paternidad espiritual nacida del corazón.
Y os digo que en verdad, el Verdadero Padre de Jesús nuestro Maestro, es el Altísimo a quién adoramos.
Él ha querido que su divinidad una y trina, se encarnase en la Segunda Persona y viniera a la Tierra a encarnarse en el seno purísimo de la Virgen de Israel; permaneciendo siempre unida a los que viven en el Cielo.
Porque Dios, el Infinitamente Poderoso puede hacerlo y lo hace por el amor que tiene para sus creaturas.
Jesús de Nazareth es nuestro hermano, porque nació de una mujer y es como uno de nosotros. Es nuestro Maestro, porque es el sabio por excelencia. Es la Palabra misma de Dios que ha venido a hablarnos, para que pertenezcamos a Dios. Es nuestro Dios, siendo una sola cosa con el Padre y el Espíritu Santo con quienes siempre está unido por el Amor, por el Poder y por la Naturaleza Divina.
Estas cosas que el Justo José que fue mi pariente pudo conocer, sean vuestra herencia. Cuando el mundo trate de arrebatárselos al decir que “Es un hombre cualquiera”, contestad: ‘¡No! Es Dios el Hijo de Dios. Es el Retoño del tronco de Jesé.
Es la Estrella de Jacob. Es la Vara que se yergue en Israel. Es el Dominador.” No permitáis que os hagan cambiar de opinión. Esto es la fe.
Santiago mira a Andrés y con un gesto le cede la palabra.
El siempre tímido Andrés parece convertirse en un gigante, cuando su cara se ilumina y sus palabras resuenan vigorosas como una campana…
Andrés confirma y dice:
– Efectivamente, esto es la Fe. Yo soy un pobre pescador del lago de Galilea. En las noches silenciosas cuando pescaba, monologaba así: ‘¿Cuándo vendrá? ¿Viviré todavía? Según la profecía faltan muchos años…’ Para el hombre, unas cuantas decenas de años son siglos. Y me preguntaba a mí mismo: ‘¿Cómo vendrá? ¿A dónde llegará? ¿De quién?’ Mi ignorancia humana me hacía imaginar gloria de reyes, palacios regios, cortejos, trompetas, poder y majestad. Y me decía: ‘¿Quién podrá mirar a este gran Rey?’ Me lo imaginaba más formidable que el Mismo Yeové en el Sinaí…
Me decía yo: “Los hebreos vieron que en el monte había truenos y relámpagos. Y no quedaron reducidos a ceniza, porque el Eterno estaba detrás de las nubes. Pero nosotros lo miraremos con nuestros ojos mortales y moriremos…”
Yo era discípulo del Bautista. Cuando no tenía que pescar, iba a verlo con otros compañeros. Era un día como éste con su luna… Las riberas del Jordán rebosaban de gente que se estremecía bajo las palabras del Bautista. Yo había visto a un hermoso joven, pausado que venía por un sendero. Su vestidura era sencilla y su mirada dulce. Parecía como si pidiera amor, como si lo diera. Por un instante sus ojos azules se posaron en mí y experimenté algo inaudito. Algo así, como si acariciaran mi alma. Fue como si un ángel me hubiese tocado y por un momento me sentí tan lejano de la tierra y tan diverso que dije: ¡Voy a morir! ¡Dios está llamando mi alma!
Pero no morí y me quedé extático, contemplando a aquel joven desconocido que había puesto sus ojos sobre el Bautista. Y que cuando Juan lo sintió, se volvió, corrió hacia Él. Hablaron entre sí y como la voz de Juan era un continuo retemblar, pudimos comprender lo que decía, pues deseábamos con todo el ansia saberlo.
Mi corazón me decía que no era igual que todos los demás. Entre sí se dijeron: ‘Debes bautizarme’… ‘Por ahora hagamos así. Hay que cumplir con todo lo prescrito…’
Juan había dicho antes: “Vendrá quién no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias.” Y también había dicho: “En medio de vosotros. En medio de Israel; hay alguien a quien no conocéis. Tiene en sus manos el ventilador. Limpiará su era y quemará las pajas con un fuego que jamás se apaga.”
Tenía ante mí a un bello joven del pueblo; de aspecto suave y humilde. Y con todo sentí que era Él, a Quien ni el Santo de Israel, el último Profeta, el Precursor, era digno de desatar su calzado. Pensé que Era a quién no conocíamos. Pero no sentí miedo.
Más bien, cuando Juan después del trueno terrible de Dios; después del grandísimo resplandor de la Luz en forma de una hermosa paloma, dijo: “He aquí al Cordero de Dios…” Y yo grité en medio de mi corazón que rebosaba de alegría al contemplar a ese joven de dulce y humilde aspecto: “¡CREO!” Y por esta Fe soy su siervo… Si la tuviereis, tendréis paz y consuelo…
Andrés mira a Mateo y con su mirada le dice: “¡Mateo, ahora te toca a ti proclamar las maravillas del Señor!”
Y Mateo dice:
– Yo no puedo hablar como Andrés. Él siempre ha sido un hombre recto y yo era un pecador. Por esto mis palabras no resuenan con el tímpano de la alegría, pero sí tienen la esperanza de un Salmo.
Yo era realmente un gran pecador. Mi vida transcurría en medio del error. La corteza de mi insensibilidad había aumentado y con ella me sentía contento. Sólo cuando algún fariseo o el sinagogo, me echaban en cara mis errores y me decían que algún día me presentaría ante el Juez Inexorable, sentía un poco de temor… Pero tornaba a decirme: “¡Qué importa! ¡Ya estoy condenado! Démosle rienda suelta a todo lo que queramos… ¡Oh, cuerpo mío!” Y cada vez me hundía más en el abismo del pecado.
Hace dos primaveras que un Desconocido llegó a Cafarnaúm. Y para mí también lo era, cómo para todos los que ignoraban su misión. Pocos lo conocían. Éstos a quienes estáis viendo y otros pocos. Me atrajo su aspecto viril y al mismo tiempo casto. Esto último fue lo que más me impresionó. Veía que era un hombre austero, pero que siempre estaba pronto a hacer caso a los niños. Algo así como las abejas que van en busca de las flores. En los juegos de los niños encontraba su placer… También me llamó la atención su poder. Hacía milagros y me dije: “Es un exorcista. Un santo” Pero me sentía muy avergonzado ante Él… Y trataba de huir de su Presencia…
Él me buscaba. O al menos así me lo parecía. No pasó ni una vez cerca de mi banco, sin que me mirara con esa mirada dulce y en cierto punto hasta triste. Y cada vez mi conciencia se estremecía y sentía que despertaba de su sopor.
Cómo la gente alababa mucho sus palabras, tuve deseos de oírlo. Y un día me escondí detrás de la esquina de una casa y oí que hablaba de que la caridad, atrae el perdón de nuestros pecados y desde aquella tarde, en mi corazón nació el deseo de que Dios perdonara mis pecados. Yo hacía cosas en secreto… Pero Él sabía que era yo, porque Él como Dios, lo sabe todo. Otra vez, lo oí explicar el capítulo 52 de Isaías y decía que en su reino, en la Jerusalén Celestial, no habrá inmundos, ni incircuncisos del corazón. Y prometió que esta ciudad celestial, de la que habló tantas bellezas, que sentí nostalgia de ella; sería para todo el que a Él viniera.
Y la siguiente vez, su mirada ya no fue de tristeza, sino de llamamiento y de orden. Me atravesó el corazón y vi el estado de mi alma. La cauterizó. Tomó en su puño mi pobre alma enferma. La taladró con su amor que no espera… Y me encontré de repente con un alma nueva. Y fui a Él arrepentido y confiado… No esperó a que yo le dijese: ¡Señor, ten piedad! Se me quedó mirando y me dijo: ¡Sígueme!…
Él venció a Satanás, dentro de mi corazón de pecador. Que lo sepa todo aquel que se sienta turbado dentro de su corazón. Él es el Salvador al que no hay que esquivar. Al contrario, entre más pecadores nos sintamos, tanto más hay que acudir a Él con humildad. Con arrepentimiento…
Santiago de Zebedeo, ahora es tu turno…
Santiago dice:
– También Yo estuve con Andrés en el Jordán. Pero yo lo vi, hasta que las palabras del Bautista nos lo señalaron. Al punto creí y cuando se fue, después de su maravillosa manifestación, me quedé como quién después de haber contemplado el sol en su zenit, se le encierra dentro de una oscura cárcel. Me moría por encontrar el sol. El mundo estaba sin luz, después que apareció la Luz de Dios y se me había desaparecido.
Estaba solo entre los hombres. Cuando comía me sentía con hambre. Nada me atraía, ni dinero, ni cariños, ni trabajo. Todo me parecía vacío, opaco, oscuro sin Él. Y lloraba como el niño que ha perdido a su madre. Mi alma suplicaba: ¡Regresa, Cordero del Señor! ¡Oh, Altísimo, así como enviaste a Rafael para que guiase a Tobías, manda a tu ángel para que me lleve a encontrarle…!
Pasaron muchos días que para mí fueron como siglos… Apresaron a Juan y lo vi venir un día por el camino que viene del desierto. No lo reconocí al punto.
Simón de Jonás, ha dicho que son necesarias la fe y la humildad para reconocerlo. Simón Zelote ha confirmado la absoluta necesidad de la Fe, para reconocer en Jesús de Nazareth, al que está en el Cielo y en la Tierra. Simón Zelote tuvo necesidad de una gran fe, dado el estado miserable de su penosa enfermedad. Por eso ha afirmado que la Fe y la esperanza son indispensables, para alcanzar al hijo de Dios.
Santiago el hermano del Señor, ha mencionado el poder de la fortaleza para conservar lo que se ha encontrado. La fortaleza que impide que las asechanzas del demonio y de Satanás, aplasten nuestra fe.
Andrés ha dicho que es necesario conjugar la Fe con una santa sed de justicia, tratando de conocer y retener la verdad, defendiéndola; no por orgullo humano de ser doctos, sino por el deseo de conocer y amar a Dios. Quien se instruye en la Verdad, encuentra a Dios.
Mateo, en otro tiempo pecador. Nos ha mostrado cómo es necesario despojarse de los sentidos por un reflejo de Dios que es Pureza Infinita. Lo que más llamó la atención a Mateo, cuando todavía estaba envuelto por el pecado, fue la ‘casta virilidad’ del Desconocido que se había presentado en Cafarnaúm. Como primer paso se abstuvo de todo lo que no estaba bien. Y de este modo limpió el camino para llegar a Dios y a la resurrección de la virtud en su corazón. De la continencia, pasó a la misericordia y de ésta a la contrición. Cuando Dios le dijo: ‘Sígueme’ él dijo ‘Voy’ pero ya su corazón había dicho primero ‘Voy’ y el Salvador lo había estado llamando desde la primera vez que la virtud del Maestro llamó su atención.
Imitad para evitar el mal y encontrar el Bien. Por mi parte les digo que cuanto más el hombre se esfuerza en vivir para el espíritu, se prepara mejor para reconocer al Señor; para lo cual la vida angelical sirve muchísimo.
Entre nosotros los discípulos, Juan fue el que lo reconoció inmediatamente, pese a la ausencia y por la virtud con la que se encuentra dotado. Aun cuando Jesús había hecho una gran penitencia y su rostro estaba demacrado, lo reconoció mejor que Andrés. Por lo cual yo os digo: ‘Sed castos, para que podáis reconocerlo’
Santiago mira a Judas Tadeo y el apóstol sonríe…
Tadeo prosigue:
– Sí. Sed castos para poder reconocerlo; pero también para poderlo conservar en vosotros con su sabiduría y con su amor. Isaias dijo: “No toquéis lo que es impuro… Purificaos vosotros, quienes cargáis los vasos del Señor.” En realidad cualquier alma que se hace discípulo, es semejante a un vaso lleno del Señor y el cuerpo en el que está, es cómo el que carga el vaso sagrado. Y no puede estar Dios dónde hay impureza.
Mateo dijo cómo el Señor ha dicho que nada inmundo o profano habrá en la Jerusalén Celestial. Es menester no ser inmundos acá abajo, ni alejarse de Dios; para poder entrar. Infelices los que dejan todo para la última hora en que esperan arrepentirse. No siempre tendrán tiempo de hacerlo. Así como los que ahora lo calumnian, no tendrán tiempo de crearse un corazón propio para el momento de su triunfo y no gozarán de sus frutos.
Tanto los que esperan, como los que temen ver en el Rey santo y humilde a un monarca terrenal, no estarán preparados para aquella hora. Se verán envueltos en el engaño, desilusionados por lo que se habían imaginado, pues Dios no piensa como ellos.
La humillación de ser Hombre, pesa sobre Él. Esto debemos recordarlo. Isaías dice que todos nuestros pecados pesan sobre la Persona Divina que se ha revestido de carne humana. Cuando pienso que el Verbo de Dios tiene junto a Sí, como una costra sucia, toda la miseria del Género Humano; siento una gran compasión y trato de comprender el sufrimiento que debe padecer su alma sin culpa.
Es como el asco que una persona sana sentiría al verse cubierta de todo lo sucio, de todo lo inmundo, de un leproso.
Verdaderamente que es el traspasado por nuestros pecados; el llagado con todas las concupiscencias del hombre. Su alma que vive entre nosotros, debe estremecerse ante toda la miseria que contempla. Y sin embargo Él no dice nada. No abre su boca para decir: “Me causáis asco”
La abre sólo para decir: “Venid a Mí, para que os quite vuestras culpas” Es el Salvador. Llevado de su infinita bondad ha querido ocultar su belleza, la que según dijo Andrés, si se hubiera aparecido tal como está en el Cielo, no habría convertido en cenizas. Más ahora se ha hecho atractiva, como la de un manso cordero, para que todos puedan acercarse a Él. Para que todos puedan salvarse.
Su estado de humillación durará hasta que cumplido su término de vivir entre los hombres pecadores, sea levantado sobre la multitud de los rescatados, en el triunfo de su santa realeza. ¡Un Dios que saborea la muerte, para salvarnos a la vida!
Que estas consideraciones os ayuden a amarlo sobre todas las cosas. Él es el Santo, puedo afirmarlo como Santiago también, pues crecimos junto con Él. Y afirmo que estaré siempre pronto a dar mi vida por proclamar esta fe, para que los hombres crean en Él y tengan la vida eterna.
Juan de Zebedeo, sólo faltas tú. Te toca hablar…
El joven Juan. El discípulo predilecto de Jesús, toma la palabra y dice:
– ¡Qué bellos son sobre los montes, los pies del mensajero que anuncia la felicidad y predica la salud! Del que dice a Sión: “Reinará tu Dios”
Hace dos años que estos pies caminan incansables por los montes de Israel llamando a sus ovejas para que formen la grey de Dios, confortando, sanando, perdonando, dando paz… Su Paz.
En verdad que me quedo asombrado de que los collados no revienten de alegría y cómo las aguas de nuestra patria no se estremezcan, al sentir la caricia de sus pies. Pero lo que más me asombra es el ver que no griten de alegría los corazones y que llevados por el júbilo no canten: ¡Sea Alabado el Señor! ¡El Esperado ha llegado! ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor! El que derrama Gracias y bendiciones, paz y salud. Y llama a su Reino abriendo el camino, derramando amor con sus acciones, con su palabra, con su mirada, con su aliento.
¿Qué le pasa a este mundo para que esté ciego a la Luz que vive entre nosotros? ¿Qué lastres impiden a las almas que no vean esta Luz? ¿Qué montañas de pecado tiene sobre sí, para que esté tan oprimido, aplastado, ciego, encadenado, paralizado, de modo que queda inerte el Salvador?
¿Qué cosa es el Salvador? Es la Luz fundida con el Amor. Mis hermanos han alabado al Señor. Han traído a la memoria sus obras, han señalado las virtudes para poder llegar a Él.
Yo os digo: Amad. No hay virtud mayor, ni más semejante a su Naturaleza. Si amáis podréis practicar todas las virtudes sin fatiga; comenzando por la castidad. No será gravoso ser castos, porque amando a Jesús, a ningún otro ser amaréis inmoderadamente. Seréis humildes porque veréis en Él sus infinitas perfecciones. Creeréis, porque siempre se le cree al ser amado y sentiréis el dolor que salva: el arrepentimiento por los dolores causados y que Él no merecía. Y seréis fuertes. ¡Oh, sí! ¡El que está unido con Jesús es fuerte contra cualquier cosa! Os veréis llenos de Esperanza, porque no dudaréis de su Corazón que os ama, como sólo Él lo hace. Seréis sabios.
Amadle a Él, que anuncia la verdadera felicidad, que predica la salvación y que es incansable en reunir a sus ovejas, por sus senderos llenos de paz.
Existe su Reino que no es de este mundo, como en realidad existe Dios. Dejad cualquier camino que no sea el suyo y caminad hacia la Luz. No seáis como el mundo que no quiere verla. Que no quiere reconocerla y la rechaza. Dirigíos a vuestro Padre que es el Padre de las Luces; que es Luz ilimitada, por medio de su Hijo que es la Luz del mundo; para que podáis saber lo que es Dios en el abrazo del Paráclito, que es el brillar de luces en una sola beatitud de Amor, que une los Tres en Uno.
¡Oh, Infinito océano de Amor en donde la tempestad no existe y dónde no hay Tinieblas! ¡Acógenos! ¡A todos! ¡Tanto a los inocentes como a los que se han convertido! ¡En tu Paz! ¡Por toda la eternidad! ¡Para la gloria eterna de nuestro Señor Jesús, Salvador que ama al hombre, hasta el sublime aniquilamiento de Sí Mismo!
Juan, con los brazos abiertos, entrega a Dios a todas las ovejas que lo están escuchando…
Después de un prolongado silencio, donde los oyentes han quedado arrebatados junto con Juan que subiendo en las alas del Amor llevó su apasionamiento en la Oración…
Filipo pregunta:
– ¿Y Juan el Pedagogo, no va a hablar?
Pedro contesta:
– Os hablará siempre, cuando nosotros ya no estemos. Dejadlo que goce de su paz. Y dejadnos a nosotros, unos minutos para despedirnos de él…
Salen todos los demás y vuelven a quedar solos los diez… Reina un profundo silencio y todos están pálidos. Los apóstoles, porque saben lo que va a suceder y los discípulos porque lo presienten.
Pedro dice:
– Oremos… –Recita despacio el Pater Noster y luego pone las manos sobre las dos cabezas inclinadas de Síntica y Juan de Endor. Y agrega- Ha llegado el momento de despedirnos, hijos… ¿Qué queréis que diga al Señor en vuestro nombre? Pues Él estará ansioso de saber cómo os encontráis…
Síntica cae de rodillas, cubriéndose la cara con las manos y Juan de Endor la imita.
Pedro los acaricia y se muerde los labios intentando contenerse para no llorar…
Juan levanta su cara destrozada por un dolor desgarrador y dice sollozando:
– Comunicarás al Maestro que hacemos su Voluntad…
Y Síntica agrega:
– Y que nos ayude a realizarla hasta el final…
El llanto les impide decir nada más.
Pedro dice:
– Está bien. Démonos el beso de despedida. Este momento tenía que llegar… –Pedro no dice nada más, porque brota el llanto incontenible…
Síntica suplica:
– Bendícenos.
– No. Yo no. Mejor uno de los hermanos de Jesús.
– No. Tú eres el jefe. Los bendeciremos dándoles el beso.
Tadeo se arrodilla y dice:
– Bendícenos a todos. Tanto a los que partimos, como a los que se quedan.
Y los demás apóstoles también se arrodillan.
Pedro tiene la voz ronca por el llanto y pronuncia la Bendición Mosaica sobre todos los arrodillados. Luego se inclina y besa en la frente a Síntica, como si fuese su hermana. Levanta y abraza y besa a Juan de Endor y sale de la habitación mientras los demás se despiden de los discípulos que se quedan…
Afuera, ya los está esperando el carro.
Y Filipo los acompaña y los despide.
Dice a Pedro:
– Comunicarás al patrón que no se preocupe por los dos recomendados.
Berenice la esposa de Filipo, en voz baja dice a Zelote:
– Dile a María que me ha parecido sentir la paz de Euqueria desde que se hizo discípula. –Y añade en voz alta- Decid al Maestro, a María y a todos que los amamos…
Y se cruzan los saludos:
– ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Oh, no los veremos más! ¡Adiós hermanos! ¡Adiós!…
La carreta parte veloz y en el pavimento se oyen los cascos del caballo. Los dos discípulos corren hacia el camino. Pero la carreta ha dado la vuelta en la curva y ya no la ven… Ha desaparecido…
Dos gritos angustiados se cruzan en los dos que se miran con los ojos llenos de lágrimas:
– ¡Síntica!
– ¡Juan!
– ¡Estamos solos!
¡Dios está con nosotros!… Ven pobre Juan. El sol desciende y te puede hacer daño permanecer afuera. Ven. El viento está muy frío…
– El sol se me ha ocultado para siempre… Sólo en el Cielo volverá a levantarse…
Síntica lo abraza estrechamente, como si fuera una mamá amorosa. Entran a la sala donde estaban antes. Se sientan junto a una mesa y lloran con un llanto desgarrado y desconsolador…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
94.- PEDAGOGOS DE ANTIGONIA
Al amanecer del día siguiente, el sol ilumina la belleza de Antioquía, que se despierta alegre y entusiasta en todos sus habitantes. Los diez ya están listos para continuar su viaje…
Y el fondero dice a Pedro:
– En el mercado podréis encontrar alguna carreta; pero si queréis la mía, os la doy en recuerdo de Teófilo. Lo que soy y lo que tengo ahora, se lo debo a él. Me defendió, porque era un hombre de corazón recto y hay cosas que no pueden olvidarse.
Pedro contesta:
– Sucede que por varios días tendríamos que usar tu carro… Y ¿Quién lo va a guiar? Apenas si puedo arrear una carreta tirada por un asno… ¡Pero caballos!
– ¡Es lo mismo, hombre! No te voy a dar un potranco indómito, sino un sesudo caballo de tiro, bueno y manso como un cordero. Así llegaréis pronto y sin fatigaros. Si partís después del desayuno, a eso de las tres de la tarde estaréis en Antioquía. Tanto más que el caballo conoce el camino muy bien.
Cuando ya no lo necesites, me lo devuelves y no te cobraré nada; pues yo estoy muy agradecido con el hijo de Teófilo, al que le dirás lo mucho que lo recuerdo y que todavía me considero siervo suyo…
– Bueno. Está bien. Acepto.
– Te la presto con mucho gusto. Espérame. Voy a preparar la carreta.
El fondero se va y Pedro desahoga sus más íntimos pensamientos:
– ¡Qué doloroso es todo esto! ¡Qué doloroso! Cómo quisiera encontrar la manera de aliviar tanto sufrimiento… Pero en cuanto consiga saber quién es la causa de todo este dolor, dejo de llamarme Simón de Jonás si no le retuerzo el pescuezo… Bien. No lo mataré, Pero le haré pagar todo el sufrimiento que está causando al arrebatarles la vida a estos pobrecitos…
Santiago de Alfeo objeta:
– Estoy de acuerdo contigo. Es un gran dolor; pero Jesús dice que se deben perdonar las ofensas…
– Si me las hubieran hecho a mí las tendría que perdonar y podría. Estoy sano y soy fuerte. Si alguien me ofende, tengo fuerzas para reaccionar, aun al dolor. Pero ¡Ese pobrecito de Juan! No. No puedo perdonar la ofensa que le hicieron a él; a quién ha redimido el Señor. A él que va muriendo, presa de tanta aflicción…
Andrés dice con mucha tristeza:
– Yo me pongo a pensar en la hora en que lo tendremos que dejar…
Mateo confirma:
– Igual yo. Es algo que no se me quita de la cabeza y aumenta conforme se acerca el momento…
Pedro decide:
– Hagámoslo lo más pronto posible.
Zelote dice calmado:
– No, Simón. Perdona si te digo que estás equivocado. Tu amor por el prójimo se está desviando y esto no debe suceder. –Le pone una mano sobre la espalda.
– ¿Por qué me dices eso, Simón? Tú eres culto y eres bueno. Muéstrame dónde estoy equivocado y si logro ver mi error, te daré la razón.
– Tu amor se está desviando porque se está convirtiendo en egoísmo.
– ¿Cómo? ¿Me duele la suerte de ellos y soy egoísta?
– sí, hermano. Porque por exceso de amor.- Y todo exceso es un desorden que lleva al pecado y es algo despreciable- No quieres sufrir tú, por no ver sufrir… Y esto es egoísmo…
Pedro inclina la cabeza y reconoce:
– ¡Es verdad! ¡Tienes razón! Te agradezco que me lo hayas advertido. Está bien, no tendré prisa. ¿Y qué hacemos?
Propongo algo. Vamos con ellos hasta la casa de Filipo y nos quedamos allí. Luego los acompañamos hasta Antigonia. Es un lugar bueno y muy bello… Los acompañamos y cuando se hayan adaptado, nos venimos. Será algo doloroso, pero procuraremos apoyarnos mutuamente. A menos que Jesús te haya dado otras órdenes…
– ¡Oh, no! Él me dijo: ‘Haz bien todo, con amor. Sin negligencia y sin prisa. Y haz cómo mejor te parezca.’ Hasta ahora me parece haberlo hecho, sólo me identifiqué un poco, cuando le dije a Nicomedes que era pescador, pero si no lo hubiera hecho, no me hubiera dejado permanecer en el puente…
Tadeo trata de consolarlo:
– No te hagas escrúpulos tontos, Simón. Son tentaciones el Demonio para quitarte la paz.
Juan el apóstol confirma:
– ¡Oh, sí! ¡De veras que es así! Creo que está cerca de nosotros como nunca; poniéndonos obstáculos y miedos para que perdamos el valor en el obrar. –Y en voz baja concluye- Creo que ha estado tratando de arrastrarlos a la desesperación, al retenerlos en Palestina… Y ahora que escapan a sus asechanzas, se venga en nosotros… Lo siento a nuestro alrededor cual serpiente escondida entre la hierba. Desde hace meses que lo siento así… Pero ved al fondero que ya viene trayendo consigo a Juan y a Síntica. Luego os diré el resto, si os interesa…
En el patio viene una gran carreta tirada por un robusto y hermoso caballo al que guía el fondero acompañado por los dos discípulos.
Síntica pregunta:
– ¿Ya es hora de partir?
Pedro contesta:
– Sí. ¿Estás mejor Juan? ¿Vienes bien abrigado?
Juan de Endor dice:
– Sí. Me envolví bien y el bálsamo me hizo sentir mucho mejor.
– Entonces vámonos.
Despues de subir el cargamento y a Juan y a Síntica. Pedro se apresta para guiar al caballo, que en realidad es muy dócil… Y salen por el ancho portón. Siguiendo las instrucciones recibidas del fondero, atraviesan por una hermosa plaza y toman el camino que va a lo largo de los muros, flanqueando un canal profundo y siguiendo el curso del río que está bordeado de altísimos árboles y arbustos llenos de flores…
Síntica exclama:
– ¡Cuantos mirtos!
Y Mateo:
– Y laureles.
Juan de Endor declara:
– Cerca de Antioquía hay un santuario dedicado a Apolo. Y es un bosque que tiene jardines bellísimos.
Tadeo contesta:
– Tal vez los vientos trajeron las semillas hasta acá.
Zelote confirma:
– Tal vez fue así. Pues es un lugar que tiene una gran variedad de bellas plantas…
Juan de Endor pregunta:
– Tú que has estado aquí, ¿Crees que pasaremos cerca de Dafne?
– Sí. Y veréis uno de los valles más hermosos del mundo. Haciendo a un lado el culto obsceno, que degenera en orgías sin nombres, es un valle paradisíaco. ¡Oh, cuánto bien podréis hacer aquí! Os deseo que así cómo es fértil este suelo, también lo sean los corazones… –Zelote trata de consolar a los dos perseguidos…
Juan baja la cabeza y Síntica suspira… El caballo ha tomado su paso y Pedro no habla mirando al caballo que en realidad conoce muy bien el camino. De esta forma llegan hasta un puente, donde hay una arboleda y deciden detenerse allí, para comer y descansar. Es ya el mediodía y ¡Qué hermoso es todo lo que les rodea!…
Pedro dice:
– Por mi parte prefiero este lugar al mar…
Zelote dice:
– ¡Qué tempestad!
Juan apóstol sonríe y dice:
– El Señor rogó por nosotros. Yo lo sentí junto a nosotros, cuando orábamos en la cubierta del barco…
Varios dicen al mismo tiempo:
– ¿Dónde estará?
– No puedo quitarme la idea de la cabeza, de que no se llevó nada…
– Ni vestidos, ni alforja, ni dinero, ni comida…
– Si se moja, ¿Con qué se cambiará?
– ¿Qué comerá?
– ¡Es muy capaz de ayunar!…
Santiago de Alfeo dice sin vacilar:
– Y puedes estar seguro de que lo hace por ayudarnos…
Tadeo confirma:
– Y también por alguien más… Desde hace tiempo nuestro hermano está muy preocupado y creo que se mortifica continuamente para vencer al mundo…
Santiago de Zebedeo dice:
– Querrás decir al demonio que está en el mundo…
– Es lo mismo…
Andrés comenta:
– Pero no lo logrará. Anidan en mi corazón miles de temores…
Juan de Endor comenta con amargura:
– ¡Oh! Ahora que estemos lejos, todo mejorará…
Tadeo replica inmediatamente:
– No te lo creas. Tú y ella no son nada en comparación de ‘los grandes errores’ que según los poderosos de Israel, ha cometido el mesías.
Juan de Endor lo mira con angustia:
– ¿Estás seguro? En medio de mis sufrimientos, tengo tambien este dolor clavado. El que haya sido participante de causar algún mal a Jesús porque me aceptó. Si estuviese seguro que no es así, sufriría yo menos.
Tadeo lo mira fijamente y le pregunta:
– ¿Me tienes confianza, Juan?
– ¡Qué si te tengo!
– Entonces en Nombre de Dios, bajo mi palabra te aseguro que tú no has causado ningún dolor a Jesús, salvo de haber tenido que enviarte acá, para ser su misionero. Tú nada tienes que ver con sus dolores pasados, presentes o futuros.
Después de muchos días oscuros, una primera sonrisa ilumina el rostro macilento de Juan de Endor que dice:
– ¡Cómo me siento aliviado! El día me parece más luminoso; más soportable mi desgracia y más tranquilo el corazón. ¡Gracias, Judas de Alfeo! ¡Gracias!
Vuelven a subir a la carreta. Pasan el puente y retoman el camino a Antioquía que atraviesa fertilísimos campos. Pedro toma confianza al ver que puede ser un hábil auriga y que el caballo es muy dócil, bajo el mando de su rienda…
Simón Zelote extiende el brazo y señalando exclama:
– ¡Ved allí! Ahí está Dafne con su templo y sus bosques. Y en aquella explanada está Antioquía, con sus torres y sus murallas. Entraremos por la puerta que está cerca del río. La casa de Lázaro no está lejos de allí. Las mejores propiedades fueron vendidas y esa es la única que queda. En un tiempo fue el lugar donde se quedaban los siervos y los clientes de Teófilo, con sus grandes caballerizas y graneros. Ahora vive allí Filipo. Es un buen viejo, muy fiel a Lázaro. Os gustará mucho el lugar. Iremos juntos a Antigonia, donde vivía Euqueria con sus hijos cuando eran pequeñuelos.
Pedro pregunta:
– La ciudad está muy fortificada, ¿Verdad?
– así es. Sus murallas son muy altas y anchas. Tienen más de cien torres, que como gigantes se levantan sobre los muros y tienen fosos profundos que no pueden atravesarse. Ved. Ahí está la puerta por donde entraremos. Pedro, es mejor que te pares y que entres teniendo al caballo por el freno. Yo te guío porque conozco el camino…
Pasan la puerta que está custodiada por los romanos.
Juan el apóstol dice:
– Aquí mandaron a aquel soldado Alejandro, el de la Puerta de los Peces… Jesús se pondría muy contento si lo encontráramos…
Pedro contesta:
– Lo buscaremos. Pero por ahora date prisa…
Juan obedece y tan solo mira con atención a cada uno de los soldados romanos. Siguen caminando y pronto llegan a una gran muralla que tiene un enorme portón….
Zelote ordena:
– ¡Espera! Detente.
Pedro dice:
– Simón, hazme el favor de ser tú el que hable ahora.
– Lo haré si asi lo quieres…
Zelote llama al portón y se hace reconocer, diciendo que es un enviado de Lázaro. Entra solo y más tarde regresa con un anciano alto y majestuoso que no deja de hacer inclinaciones y que ordena a un siervo que abra el portón para que entre el carruaje y toda la comitiva apostólica.
En un extenso patio rodeado por un pórtico de columnas de mármol, la carreta se detiene. En los ángulos del patio hay enormes árboles de plátanos y otros en el centro, que protegen y dan sombra a un pozo y a un estanque en el que calman la sed los caballos.
El anciano dice al siervo:
– Cuida del caballo y llévalo al establo. –Y volviéndose a los recién llegados agrega- Por favor entrad y que sea bendito el Señor que me envía a sus siervos y a los amigos de mi dueño. Dad órdenes que yo vuestro siervo os escucho para obedecerlas.
Pedro se ruboriza porque el anciano se dirigió a él y ante él se inclinó. Y no sabe qué responder…
Zelote viene en su ayuda:
– Los discípulos del Mesías de Israel, de quién te habla Lázaro de Teófilo y quienes desde hoy, estarán en tu casa para servir al Señor, sólo necesitan descanso… ¿Quisieras por favor mostrarnos, en donde podremos quedarnos?
– ¡Oh! Siempre hay habitaciones preparadas para los peregrinos, como acostumbraba mi señora Euqueria. Venid…
Y se encaminan por un corredor que llega hasta el interior de la Casa Grande, lugar donde habita siempre la familia. Hay otro pequeño y hermoso patio, lo atraviesan y llegan hasta una escalinata que sube y llega a otra galería porticada, donde hay habitaciones a ambos lados.
El anciano se detiene y dice:
– Aquí podréis quedaros. ¡Ojalá os brinde un buen descanso! Voy a dar órdenes para que os traigan agua y todo lo necesario para estéis cómodos. Que Dios esté con vosotros…
El hombre se va y ellos abren las habitaciones que escogen. Por la ventana aparecen las murallas y las torres de Antioquía y los hermosos jardines que rodean la casa. Allá bajo, desde el patio, por donde suben los rosales trepadores y que debido a la estación ahorita no están tan orgullosos de sus flores…
Y todos se tumban agradecidos a Dios, en unos acogedores lechos que los harán reponer sus fuerzas para ver lo que les traerá el nuevo día…
Al día siguiente después de haberse aseado todos; están reunidos, felices y descansados en el comedor, para degustar un delicioso desayuno…
Mientras sirven la leche caliente y unas tortas de miel y mantequilla, Filipo el anciano dice:
– Mi hijo Tolmai ha venido a la ciudad a hacer sus compras de la semana. Hoy a eso de las doce, regresará a Antigonia. El día es tibio; ¿Queréis ir con él, según deseabais?
Pedro contesta:
– Iremos sin duda alguna. ¿Cuándo dijiste?
– A eso de las doce. Podréis regresar mañana, si os parece. O bien, la tarde anterior al sábado, que es cuando todos los siervos hebreos o prosélitos que han abrazado la fe, llegan para las ceremonias del sábado.
– Así haremos. Nadie impide que el lugar les sirva a éstos para evangelizar.
– No me desagrada. Aun cuando los pierda, pues es un lugar magnífico. Podréis hacer mucho bien entre los siervos, algunos de los cuales son los que dejó el patrón Teófilo. Otros son una muestra del buen corazón de la patrona Euqueria, que los rescató de un dueño cruel. Ésta es la razón por la que no todos son israelitas; pero tampoco paganos.
Pero tampoco aseguro que todos estén circuncidados. No tengáis repugnancia de ellos… Están todavía muy lejos de la justicia de Israel. Los santos del Templo se escandalizarían de esto… Ellos que son los perfectos…
Pedro dice:
– ¡Bueno! ¡Bueno!… Ahora podrán adelantar en sabiduría y bondad, al aspirar el aroma de los enviados del Señor… – Pedro se vuelve hacia Síntica y hacia Juan de Endor. Y agrega- ¿Habéis oído lo que tenéis que hacer?
Síntica promete:
– Lo haremos. No desilusionaremos al Maestro. Voy a prepararlo todo… Y consagraremos esas almas…
Juan de Endor pregunta a Filipo:
– ¿Crees que en Antigonia puedo hacer algún bien, enseñando cómo pedagogo?
– Y mucho. Hace tres lunas que murió el viejo Plauto y los niños gentiles no tienen escuela. Por lo que toca a los hebreos, no tienen maestro, porque todos los nuestros huyen de ese lugar, porque está muy cerca de Dafne. Y todos tenemos una gran necesidad de encontrar uno que… Bueno, que sea como Teófilo,… Sin ser severo con los paganos… Por… Por…
Pedro concluye:
– Esto es… Sin farisaísmo…
– Bueno, así es… No quiero criticar… Pero tampoco vale la pena maldecir… Es mejor ayudar… Como hacia la patrona Euqueria, que llevaba la Ley con su sonrisa y mejor que cualquier rabí…
Juan de Endor exclama entusiasmado:
– ¡Para esto me envió el Maestro! Yo soy quien tiene todos los requisitos… ¡Oh! ¡Cumpliré su voluntad hasta el último momento de mi vida! Ahora creo que al haberme escogido para esto, es una prueba de predilección… ¡Oh, Síntica! Me siento muy feliz… ¡Creo que debemos quedarnos y anunciar la Buena Nueva del Evangelio de Jesús! Tenemos mucho trabajo aquí…
Pedro exclama aliviado:
– ¡Señor Altísimo, te alabo, te doy gracias y te bendigo! Sufrirá todavía, pero no como antes… ¡Oh!, ¡Qué alivio!… – Luego, en pocas palabras, le explica a Filipo la razón de todo esto y de su alegría… Y agrega- Debes saber que Juan ha sido objeto de persecución por parte de ‘Los severos de Israel’ cómo los has llamado…
Filipo sonríe y responde:
– ¡Oh, comprendo! Un político perseguido cómo… cómo… –y mira a Zelote.
Simón confirma:
– Sí. Cómo yo y peor todavía. Porque además de que no es de la misma raza, él es partidario del Mesías. Por esto te digo que tanto él como ella, confían en tu palabra… ¿Comprendes?
– Lo comprendo. Procuraré ser sensato…
– ¿Cómo los vas a presentar ante los demás?
– Cómo a dos pedagogos que Lázaro el hijo de Teófilo recomendó para la educación de los niños y de las niñas. He visto que Síntica trae unos bordados tan primorosos… Se hacen muchas labores en Antioquía y se venden bien; pero no son tan finas… Ayer le vi un magnífico trabajo que me recordó la maestría de mi patrona Euqueria… Y sé que muchos buscarán estas labores…
Pedro exclama jubiloso:
– ¡Una vez más! ¡Bendito y alabado sea el Señor!
Tadeo interviene diciendo:
– Sí. Esto nos calma el dolor que sentíamos al tener que partir…
– ¡Cómo! ¿Tan pronto vais a partir?
– Tenemos que hacerlo. La Tempestad nos estorbó. En los primeros días de Scebat, tenemos que estar con el Maestro. Nos está esperando.
En ese preciso momento, la mujer de Filipo lo llama y los apóstoles se retiran a la terraza a sentir un poco el sol de la mañana y hacer plan para el viaje de regreso…
Santiago de Alfeo dice a Pedro:
– Podemos partir el día siguiente al sábado. ¿Qué os parece?
Pedro contesta:
– Por mi parte, ¡Ni hablar! Todos los días estoy pensando solo en Jesús y en que no tiene vestidos con qué cambiarse, pues nosotros traemos s alforja. Y lo mismo me pasa cuando voy a dormir… Tengo esta preocupación constante… Es algo que me inquieta el alma…
Andrés dice:
– ¡Oigan! ¿Sabría esto el Maestro? Hace días que me pregunto, cómo sabía que encontraríamos al cretense. Y ¡Cómo ha proveído para que Juan y Síntica encontraran una ilusión en un trabajo que los estaba esperando precisamente a ellos! Qué cómo… cómo… En una palabra, hay cosas que no me puedo explicar…
Zelote explica:
– Estoy convencido de que el cretense se detendrá algún tiempo en Seleucia. Tal vez Lázaro se lo dijo a Jesús y por esto se decidió que partiese sin esperar a la Pascua…
Santiago de Alfeo pregunta:
– ¡Exacto! ¿Y cómo hará Juan para la Pascua?
Mateo responde:
– Como todos los demás israelitas.
– No. Sería lo mismo que entrar en la boca del lobo…
– ¡No, hombre! ¿Quién va a encontrarlo en medio de tanta gente?
A Pedro se le escapa:
– Iscar… –Pero se detiene- ¡Oh! ¿Pero qué he dicho?- Y se aflige y se pone colorado- No os fijéis en ello. Es una burla mía…
Tadeo le pone una mano en el hombro y con una sonrisa un poco seria le dice:
– ¡No te preocupes! Todos pensamos lo mismo, aunque no lo digamos a nadie. Bendigamos al Eterno que ha quitado este pensamiento de la cabeza de Juan…
Todos se quedan callados. Pero para todos, que son verdaderos israelitas, es una preocupación el pensar cómo podrá Juan de Endor celebrar la Pascua en Jerusalén y vuelven sobre lo mismo…
Mateo dice:
– Pienso que Jesús tomará sus providencias. Tal vez Juan no lo sepa. No tenemos más que preguntárselo…
Juan el apóstol suplica:
– No lo hagáis. No pongamos preocupaciones y espinas en donde apenas ha vuelto la paz.
Santiago de Alfeo propone:
– Lo mejor será preguntárselo al Maestro.
Andrés pregunta:
– ¿Qué os parece? ¿Cuándo lo veremos?
Santiago de Zebedeo contesta:
– ¡Oh! Si partimos al día siguiente al sábado, cuando la luna esté por desaparecer sin duda estaremos en Ptolemaide…
Tadeo dice:
– Si encontramos la nave.
Y su hermano confirma:
– Y si no hay tempestad…
Zelote pregunta a Pedro:
– Por lo que se refiere a naves, siempre hay alguna que esté partiendo para Palestina. Pagando, podemos bajar en Ptolemaide, aun cuando la nave vaya a Yoppe. ¿Tenemos todavía dinero, Simón?
Pedro contesta:
– Sí. Aunque el cretense me juró no cobrar más de lo justo, teniendo en cuenta que le debía favores a Lázaro. Sólo me falta pagar lo de la barca y el establo de Antonio. No toco el dinero de Juan y Síntica, aun cuando ya no tengamos para comer.
Haces bien. Juan está muy enfermo y cree que puede trabajar como profesor. Pero por mi parte creo que está tan enfermo, que no lo podrá hacer…
Santiago de Zebedeo dice:
– También soy del mismo parecer. Más que hacer labores, Síntica va a tener que hacer ungüentos…
Juan dice:
– ¡Oh! ¡Pero ese ungüento es maravilloso!… Curó al marinero griego y Síntica me dijo que lo usará para penetrar en las familias de acá…
Mateo proclama:
– ¡Muy buena idea! Un enfermo curado significa nuevos discípulos junto con sus familiares… El ungüento de María será motivo para nuevos milagros…
Pedro exclama:
– ¡Ah, eso no!
Andrés y los demás protestan:
– ¿Por qué no? ¿Acaso no has visto cómo los milagros llevan al Señor?
– ¡Sois unos tontuelos! ¡Parece que caéis de las nubes! ¿Acaso no veis lo que le hacen a Jesús? ¿Se ha convertido el corazón de Elí de Cafarnaúm, después del milagro de su nieto? ¡Doras!… (Tanto en Bien como en mal) ¿Oseas de Corozaím? ¿Melquías de Betsaida? Y perdonadme vosotros de Nazareth, ¿Acaso se convirtió vuestra ciudad con los milagros hechos y con el de vuestro sobrino, el hijo de Simón cuando fue curado?
Nadie se atreve a replicar. La verdad es muy amarga…
Después de un largo silencio, Juan dice:
– Todavía no hemos encontrado a Alejandro, el soldado romano. Jesús le había dicho…
Zelote responde:
– Lo diremos a los que se quedan y hasta les servirá de acicate en la vida…
En ese momento entra Filipo diciendo:
– Mi hijo está listo. Hizo todo pronto y prepara los regalos para los sobrinos, junto con la madre de ellos…
Pedro dice:
– Tu nuera es buena, ¿Verdad?
– Muy buena. Es mi consuelo, después que perdí a mi José. Es como una hija. Era la esclava de Euqueria y ella la había educado. Es una gran señora. Antes de vuestra partida, pasad al comedor para comer algo… Los demás ya lo están haciendo.
– Iremos inmediatamente. Gracias Filipo por tu gentileza…
Más tarde llegan a Antigonia. La ciudad que está resguardada con sus hermosos jardines, de las corrientes de aire por los montes que la rodean…
Los jardines de Lázaro están al sur y se llega a ellos por una vereda que por ahora no tiene muchas flores y a cuya vera están las casitas de los jardineros. En sus umbrales se asoman las caras sonrientes de mujeres curiosas y de niños, que manifiestan la diversidad de diferentes razas y culturas.
Tolmai el nieto de Filipo, hace con su fuete una especie de señal, porque todos los moradores empiezan a salir de sus casas y siguen por el sendero a las dos carretas que avanzan hasta detenerse en una plazuela de la cual parten muchos senderos, como si fueran los rayos de una rueda hacia los diferentes campos y plantíos llenos de árboles de preciosas maderas o resinas orientales de inapreciable valor.
Verdor de aceites y aromas exquisitos, balsámicos y resinosos. Por todas partes hay colmenas, estanques de regadío y muchas palomas. Las gallinas rascan el suelo, cuidadas por algunas niñas.
Tolmai sigue haciendo chasquidos con el fuete, hasta que se reúnen todos los súbditos de aquel pequeño reino familiar. Cuando han llegado todos a la confluencia de las veredas, empieza a hablar:
– Filipo nuestro jefe y padre de mi padre; manda y recomienda a estos santos de Israel, que han venido acá por voluntad de nuestro amo y señor, Lázaro de Bethania, ¡Qué Dios esté siempre con él y con su casa! Mucho nos quejábamos de que nos hacían falta las voces de los rabíes. Y he aquí que Dios y nuestro amo, nos han proporcionado por lo que suspiraba nuestro corazón. En Israel se ha levantado el Prometido de las Naciones. Ya lo sabíamos por las fiestas que se celebran en el Templo y en la casa de Lázaro. Pero ahora nos ha llegado verdaderamente el tiempo de la Gracia, porque el Rey de Israel ha pensado en sus pequeños siervos y ha mandado a sus ministros para traernos su mensaje. Estos son sus discípulos y dos de ellos se van a quedar aquí entre nosotros, para enseñarnos la sabiduría con la cual aprenderemos a ir al cielo y también la necesaria para estar aquí en la tierra.
Juan, maestro y discípulo de Cristo enseñará a nuestros hijos todo lo necesario para llegar a Dios. Síntica, discípula y maestra de la aguja; enseñará la ciencia del Amor de Dios y el arte del trabajo femenil a nuestras niñas. Aceptadlos como una bendición del Cielo y amadlos, como los ama Lázaro y Euqueria y las hijas de Teófilo, nuestras amadas dueñas
Martha y María, discípulas de Jesús de Nazareth, el Prometido Rey de Israel.
Todo el grupo lo ha escuchado absorto, luego se escucha un murmullo y finalmente, todos se inclinan profundamente.
Tolmai hace las presentaciones:
– Simón de Jonás, el jefe de los enviados del Señor. Simón el Cananeo, amigo de nuestro patrón. Santiago y Judas, hermanos del Señor. Santiago y Juan. Andrés y Mateo. -Y luego dirigiéndose a los apóstoles- Ana mi mujer, de la tribu de Judá, cómo lo fue tambien, mi madre. José mi hijo, consagrado al Señor… Teoqueria, que es muy inteligente y ama a Dios como una verdadera israelita. Nicolás y Dositeo, el tercer hijo que está casado con Hermione desde hace varios años. Ven aquí mujer…
Se acerca una joven morena con un niño en los brazos…
Tolmai dice:
– Ésta es hija de un prosélito y de una griega. Mi hijo la conoció en Alejandroscene de Fenicia, un día que fue por negocios… Se enamoró de ella y Lázaro no se opuso. Hasta dijo: ‘Mejor así. Que no algo peor’ Y no lo es. Yo quería sangre de Israel…
La pobre Hermione, como una acusada baja la cabeza. Dositeo y Ana, madre y suegra, la miran con ojos compasivos…
Juan, aunque es el más joven; cree que hay que cambiar y trata de animar a los presentes:
– En el reino del Señor no hay griegos, romanos o fenicios. Sino sólo los hijos de Dios. Cuando por medio de éstos dos, -Señala a Síntica y a Juan de Endor- Hayan conocido la Palabra de Dios, su corazón se abrirá a las nuevas luces. Y esta mujer, dejará de ser una extranjera, para convertirse en discípula de nuestro Señor Jesucristo, cómo lo somos todos, inclusive yo.
Hermione levanta la cabeza y sonríe a Juan y en las caras de Dositeo y de toda la familia, se pinta una expresión de gratitud.
Tolmai continúa:
– Y que así sea. Porque fuera de su raza, no tengo nada que reprochar mi nuera. El niño que tiene en sus brazos se llama Alfeo, en recuerdo de su abuelo que fue prosélito. Y esa pequeñuela con ojos de cielo y guedejas de ébano, es Mírtica. Tiene el nombre de la madre de Hermione. Y éste niño se llama Lázaro, es el primogénito porque así lo quiso nuestro patrón y aquel que es mi hijo, también se llama Hermas.
Y el quinto será llamado Tolmai y la sexta Anna; para decir al Señor y al mundo; que nuestro corazón se ha abierto a las nuevas ideas.
Tolmai baja la cabeza y calla.
Luego de un lapso continúa:
– Aquí tenéis prosélitos romanos, que la caridad de Euqueria arrebató del yugo cruel y del gentilismo: Lucio, Marcelo y Solón, hijo del Elateo.
Síntica observa:
– Ese es un nombre griego.
– De Tesalónica. Esclavo de un siervo de Roma. – Y es notorio el desprecio con qué lo dice- Euqueria lo aceptó junto con su padre que estaba moribundo. Eran días terribles. El padre de Solón murió pagano. Pero él se ha hecho prosélito…. Priscila, preséntate con tus hijos…
Una mujer alta y delgada, de aspecto aquilino avanza, empujando a una niña y a un niño… La soberbia inherente a todos los seres humanos, se manifiesta en cuanto se presenta la mínima oportunidad…
Tolmai explica:
– Esta es la mujer de Solón. Es liberta de una mujer romana que hace tiempo murió. Priscila es experta en perfumes y junto con ella, hay un buen grupo de prosélitos romanos. Tecla es la mujer de Marcelo y su único pesar es ser estéril. También ella es hija de prosélitos. Y ella los niños lo son… Todos estos son como colonos y aquí viven, ayudando junto con los jardineros… Venid…
Y lleva a los apóstoles recorriendo las extensas posesiones. Los jardineros les explican sus trabajos y sus cultivos.
Las niñas regresan a donde están las gallinas.
Y Tolmai dice:
– Las tenemos aquí, para que se coman los gusanos, antes de que se siembre.
Juan de Endor sonríe, al ver a las gallinas y dice:
– Se parecen a las que yo tenía en otros tiempos…
Se inclina y les echa pedazos de pan, que ha sacado de su alforja. Y lo sigue haciendo hasta que una gallina le arrebata el pedazo de pan, de sus manos.
Pedro sonríe al ver que Juan de Endor se está divirtiendo con las gallinas. Le da a Mateo un codazo y…
Juan dice:
– Se parecen a las que yo tenía en otros tiempos.
Pedro contesta:
– Menos mal.
Mientras Juan sigue divirtiéndose con los pollos y Síntica está hablando en griego, con Solón y Hermione.
Cuando regresan a la casa de Tolmai, éste les dice:
– Éste es el lugar. Si queréis enseñar, hay mucho trabajo. Quedaos aquí…
Juan de Endor suplica dulcemente a la griega, como un niño:
– ¡Sí, Síntica! ¡Aquí!… ¡Es mucho más hermoso! Antioquía me mata con sus recuerdos…
Síntica asiente:
– ¡Claro que sí! ¡Cómo quieras!… Con tal de que te sientas bien y estés contento… Para mí todo es igual y nunca miro para atrás… Sólo hacia adelante. ¡Está bien Juan! ¡Nos quedaremos aquí!… Hay niños, flores, palomas y gallinas; para nosotros, pobres seres. Y para nuestra alma existe la alegría de servir al Señor. – Se vuelve hacia los apóstoles y pregunta- ¿Qué os parece a vosotros?
Juan dice:
– Pensamos como tú.
Pedro ratifica:
– Entonces todo está decidido.
Juan de Endor, palidece:
– ¡Oh! ¡No partáis! ¡No os veré más! ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué?…
– No nos vamos a ir ahora. Estaremos hasta… Hasta que estés… – Pedro no termina la frase… Y para disimular su llanto; abraza a Juan para consolarlo…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA