99.- JUEGO DE LA NIGROMANCIA12 min read

Pedro va caminando con Jesús y los demás en grupo lo siguen. Sólo faltan Tomás y Judas.

Pedro dice:

–                     Por lo que a mí toca, me basta con estar contigo y verte menos triste. Y… no tengo ninguna prisa por encontrarme con Judas de Simón. ¡Ojala que ya no lo encontrásemos!… ¡Hemos estado tan bien ahora!

Jesús amonesta:

–                     ¡Simón! ¡Simón! ¿Es ésta tu caridad fraterna?

–                     Señor, ¡Esto es lo que pienso!

Pedro lo ha dicho con tanta vehemencia que Jesús apenas puede contener la risa. ¿Cómo se puede contradecir a un hombre franco y leal? Jesús prefiere guardar silencio y admirar el panorama que los rodea.

Después de un tiempo, Pedro pregunta:

–                     ¿No vamos a Nazareth?

–                     Sí que iremos. Mi madre estará contenta de enterarse del viaje de Juan y de Síntica.

–                     Al menos a Ella, ¿La habrán dejado en paz?…

–                     Lo sabremos.

–                     ¿Por qué están tan enfurecidos? Hay tantos como Juan en Judea y sin embargo… Aún más; por desprecio a Roma son protegidos y ocultados.

–                     Ten en cuenta que no es por Juan; sino porque se trata de una acusación contra Mí. Por esto lo hacen.

–                     ¡Nunca lo encontrarán! ¡Hiciste bien en mandarnos solos por mar!… Una barca por varias millas y luego el barco. ¡Oh, todo estuvo bien! ¡Espero que se lleven un buen chasco!

–                     Se lo llevarán.

–                     Tengo deseos de ver a Judas de Keriot; para estudiarlo como se estudia el cielo, en que soplan los vientos. Para ver si…

–                     ¡En resumidas cuentas!…

Pedro se pega en la frente y dice:

–                     Tienes razón. Es un clavo que tengo dentro.

Para distraerlo, Jesús llama a todos los demás y hace notar los daños causados por el granizo y el frío, cuando ya casi el invierno se va.

Todos creen ver en ello una señal del castigo divino; contra la proterva Palestina, que se niega a acoger al Señor. Los más doctos citan hechos semejantes, que los más jóvenes escuchan admirados.

Jesús dice:

–                     Es efecto de la luna y de lejanos vientos. En las regiones hiperbóreas se ha producido un fenómeno, cuyas consecuencias padecen regiones enteras.

Juan pregunta:

–                     ¿Entonces por qué hay campos tan hermosos?

–                     El granizo es así.

Felipe comenta:

–                     ¿No será un castigo para los peores?

–                     Podría serlo, pero de hecho no lo es. ¡Ay, si lo fuese!

Andrés pregunta:

–                     Se quedaría seca y destruida casi toda nuestra patria. ¿Verdad Señor?

Bartolomé contesta:

–                     En las profecías está dicho por medio de símbolos, que vendrá el mal a quién no acoja al Mesías. ¿Acaso pueden mentir los profetas?

Jesús dice:

–                     No, Bartolomé. Lo que se dijo, sucederá. Pero el Altísimo es tan infinitamente Bueno, que espera todavía mucho más; antes de castigar. Sed buenos también vosotros sin desear castigo alguno para los duros de corazón o de mente. Desead su conversión; no su castigo. Vamos a contemplar el mar desde ese montículo…

Unos días después el cielo está despejado en el Valle del Kisón. Un viento helado cabalga a través de las colinas septentrionales y hace mucho frío. Los ocho apóstoles van bien envueltos en sus mantos que solo dejan ver un pedazo de nariz y los ojos entumecidos.

Santiago de Zebedeo pregunta:

–                     ¡Oh! ¿Qué le pasa a Simón de Jonás, que va corriendo y gritando como un desesperado en día de tempestad? –señalando a Pedro, que dejando a Jesús, corre por el camino, gritando y diciendo algo que el viento no deja percibir.

Apresuran el paso y ven que Pedro va por una vereda que viene de Séforis y por la que vienen a lo lejos dos viajeros que al acercarse más descubren que son Tomás y Judas.

Varios apóstoles dicen:

–                     ¿Qué hacen por estos rumbos?

Alcanzan a Jesús que está tan pálido, que Juan le pregunta:

–                     ¿Te sientes mal?

Jesús le sonríe y mueve la cabeza negando; mientras saluda a los dos recién llegados.

Abraza primero a Tomás, que alegre y contento como siempre le dice:

–                     Solo me hiciste falta Tú, para ser completamente feliz. Mis padres te agradecen que me hayas enviado por algún tiempo. Mi padre estaba un poco enfermo y tuve que trabajar. Estuve en casa de mi hermana gemela y vi a mi sobrinito. Luego llegó Judas y me ha hecho dar vueltas como una tórtola en tiempo de amores, de arriba a abajo. Él te lo contará porque ha trabajado por diez y merece que lo escuches.

El turno es ahora de Judas, que pacientemente ha esperado y que se acerca triunfante y muy alegre.

Jesús lo atraviesa con su mirada de zafiro; lo besa y Judas también lo besa.

Jesús le dice:

–                     ¿Y tu madre se sintió feliz de que estuvieses con ella? ¿Está bien esa santa mujer?

Judas contesta muy contento:

–                     Sí, Maestro. Te bendice porque le enviaste a su Judas. Quería mandarte unos regalos, ¿Pero cómo iba a poder traértelos, si andaba de un lado para otro, por montes y valles? Puedes estar tranquilo, Maestro. Todos los grupos de discípulos que visité, trabajan santamente. La idea se propaga cada vez más. Personalmente quise informarme de su repercusión entre los más poderosos escribas y fariseos.

A muchos  ya los conocía y a muchos los he conocido ahora por amor a Tí. Fui a ver a los Saduceos, Herodianos… ¡Oh! ¡Te aseguro que mi dignidad ha sido pisoteada!… ¡Pero por amor a Ti, esto y más haré! Muchos me han rechazado y anatematizado.

Pero también logré suscitar simpatías en algunos que tenían prejuicios contra Ti. No quiero que me alabes. Me basta haber cumplido con mi deber y agradezco al Eterno por haberme ayudado siempre. Tuve que hacer algunos milagros en determinados casos. Me dolió, porque merecían rayos y no bendiciones. Pero dices que hay que amar y ser pacientes…

Lo hice para honra y gloria de Dios y para alegría tuya. Espero que muchos obstáculos desaparecerán para siempre, tanto más que di mi palabra de honor, de que ya no estaban contigo aquellos dos que te hacen tanta sombra. Después me vino el escrúpulo de haber afirmado lo que no sabía con certeza. Entonces quise informarme por mí mismo, para no caer en mentira; cosa que por otra parte me hubiera indispuesto con los que se pueden convertir.

¡Imagínate! ¡También hablé con Annás y Caifás!… ¡Oh! ¡Quisieron reducirme a cenizas con sus reproches!… Pero me porté tan humilde. Emplee mi elocuencia de tal forma que terminaron diciéndome: “Bueno, si la cosas son así. Nosotros las conocíamos de otro modo. Los Jefes del Sanedrín que podían saberlas bien, no las han contado al revés y…

Zelote lo interrumpe con energía:

–                     No estarás insinuando que José y Nicodemo han sido unos mentirosos…

Judas replica:

–                     ¿Y quién lo está diciendo? Antes bien; José me vio cuando salía de la casa de Annás y me preguntó: “¿Por qué estás tan cambiado?” Le conté todo y como siguiendo su consejo y el de Nicodemo; tú Maestro, habías alejado de Ti al galeote y a la griega.

Porque lo hiciste, ¿No es verdad? –pregunta Judas mirando fijamente a Jesús, con sus ojos brillantes, fosfóricos y oscurecidos.

Parece como si quisiera leer lo que Jesús ha hecho…

Jesús, que lo tiene frente a Sí; muy cerca, responde:

–                     Te ruego que prosigas tu relato, que me interesa mucho. Es una relación exacta que puede servir de mucho.

–                     Bien. Decía yo que Annás y Caifás, han creído. Lo que es mucho para nosotros, ¿No es verdad? Y luego, ¡Oh! ¡Ahora los voy a hacer reír! ¿No sabéis que los rabinos me tomaron y me hicieron pasar otro examen, como el que hace un menor para convertirse en mayor de edad?… ¡Qué examen!… ¡Bien! Los persuadí y me dejaron ir.

Entonces vino la sospecha y el temor de haber afirmado algo que no es verdad. Pensé en ir a traer a Tomás y en volver a recorrer los lugares donde estaban los discípulos y donde era posible que estuvieran Juan y la griega. Estuve en casa de Lázaro, de Mannaém; en el palacio de Cusa; en los jardines de Juana, en Aguas Hermosas; en casa de Nicodemo; de José de Arimatea…

–                     Pero no los viste, ¿Verdad?…

–                     No. Me convencí de que no los encontraría. Pero, ¿Sabes? Quería estar seguro. En una palabra: inspeccioné todos los lugares en donde podrían estar. Y cuando no los encontraba en un lugar. –Tomás es testigo-  Yo decía: “Sean dadas las gracias al Señor, ¡Oh, Eterno! ¡Haz que jamás los encuentre!” ¡De veras! Y mi alma suspiraba… El último lugar fue Esdrelón… ¡Ah! ¡A propósito!… Ismael ben Fabi, que está en su palacio de la campiña de Meggido, tiene deseos de que seas su huésped. Pero si yo fuera tú, no iría.

–                     ¿Por qué? Sin duda alguna que iré. También yo tengo deseos de verlo. En lugar de ir a Séforis, iremos a Esdrelón. Y pasado mañana, que es la vigilia del sábado, a Meggido y de allí, a la casa de Ismael.

–                     ¡No Señor! ¿Por qué? ¿Crees que te quiere?

–                     Pero si fuiste a verlo hiciste que se pasara a mi lado… ¿Por qué no quieres que vaya?

–                     No fui a verlo. Estaba en sus campos y me reconoció. Yo… ¿No es verdad Tomás? Yo quise huir cuando lo vi. Pero no pude porque me llamó por mi nombre. Yo… yo no puedo menos que aconsejarte que no vayas, por ningún motivo a casa de algún fariseo, escriba o bichos semejantes. No sacas nada a tu favor. Estemos entre nosotros, solos con el pueblo y basta.

También Lázaro, Nicodemo y José… Será un sacrificio… Es mejor hacer así para no crear celos, envidias, críticas… Se habla en las sobremesas y ellos tienen todas tus palabras. Volvamos a Juan… Ahora iba a Sicaminón; aun cuando Isaac a quién encontré en los confines de Samaría, me juró que no lo ha visto desde Octubre.

Jesús dice serio:

–                     E Isaac te dijo la pura verdad. Pero lo que me aconsejas acerca de escribas y fariseos, contradice lo que dijiste antes. Tú me has defendido, ¿No es verdad? Has dicho: “Muchos obstáculos que había contra Ti, han sido abatidos.” ¿No es así?

Judas confirma:

–                     Sí, Maestro.

–                     Entonces, ¿Por qué no puedo terminar por defenderme a Mí Mismo? Así pues, iremos a casa de Ismael ben Fabi. Tú regresa y se lo avisas. Irán contigo Andrés, Simón Zelote y Bartolomé. En cuanto a Sicaminón, te aseguramos que Juan de Endor no está en ningún lugar a donde pensabas ir. Ni entre los discípulos, ni en ninguna casa conocida.

Jesús ha hablado con tono tranquilo… natural.

Pero tal vez hay algo en ese tono, que turba a Judas y qué le hace cambiar por un momento de color.

Jesús lo abraza como para besarlo.

Y mientras lo tiene así, en voz baja le dice:

–                     ¡Infeliz! ¡Qué has hecho de tu alma!…

Judas se turba:

–                     ¡Maestro!… yo…

–                     ¡Vete! ¡Hueles más a Infierno que el mismo Satanás!… ¡Cállate!… Y arrepiéntete, si puedes…

Judas…

Cualquiera hubiera escapado por donde hubiera podido, ante la mirada y el tono divino…

Pero él, aunque siente un  escalofrío de terror; se yergue más alto y desvergonzadamente dice en voz alta:

–                     Gracias, Maestro. Te ruego que antes de que vaya; me escuches dos palabras en secreto.

Todos se retiran unos cuantos metros.

Con tono falso y dolorido, Judas reclama:

–                     ¿Por qué señor, me has dicho esas palabras? Me has causado un gran dolor.

–                     Porque son verdad. Quien comercia con Satanás, toma su olor…

–                     ¡Ah!… ¿Es por lo de la nigromancia? ¡Qué susto me diste! ¡Fue solo un juego! ¡Sólo una travesura de niño curioso! Me sirvió para ir a ver algunos saduceos y para perder las ganas de ella. Puedes ver que puedes absolverme tranquilamente. Son cosas inútiles cuando se tiene tu poder. Tenías razón. ¡Ea! ¡Maestro! ¡Mi pecado es tan pequeño!… Y Tu Sabiduría es tan grande. Pero, ¿Quién te lo dijo?

Jesús lo mira severo pero no le responde.

A Judas lo recorre un escalofrío de terror…

Y pregunta un poco atemorizado:

–                     ¿De veras has visto en mi corazón el pecado?…

Pero una sombra cruza por su mirada y una sonrisa burlona y diabólica, distorsiona la belleza de su rostro.

Se sobrepone al miedo y mira a Jesús con una falaz expresión de inocencia…

Jesús lo mira con dolor y le dice:

–                     ¡Y me has dado asco! ¡Vete y no hables más!

Le vuelve la espalda y va a donde están los discípulos a quienes ordena cambiar de ruta. Se despide de Bartolomé, Simón y Andrés, que se unen a Judas.

Y todos quedan ignorantes de lo que ha pasado.

Jesús con los restantes, avanza hacia el Esdrelón…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: