103.- EXORCISTA FALLIDO
El grupo apostólico llega a una hermosa ciudad amurallada. Con bellas casas y una imponente sinagoga. Grande es también la fuente adornada con leones de cuyas numerosas bocas, sale agua fresca y abundante.
Jesús entra en un día de mercado. Ya no trae la mano vendada, pero sí se le ve una costra negruzca. Lo apóstoles ya no muestran señales de lo que les pasó. Caminan ligeros y comentando entre sí.
Andrés exclama:
– ¡Ésta es una ciudad de refugio!
Pedro le replica:
– ¡Que vayan a respetar el refugio y la santidad del lugar!… ¡Qué inocente eres hermano!
Jesús camina entre los dos Judas. Delante de Él, van Santiago y Juan. Y detrás lo siguen los demás.
Todo va bien hasta que entran en una hermosa plaza, donde están: la fuente, la sinagoga, los mercaderes. Hay mucha gente y un grupo muy numeroso de fariseos, saduceos, con su porción de rabíes, está apoyado contra el ancho y bello portal lleno de esculturas y frisos de la rica sinagoga.
Parecen lobos que husmean el aire o perros rabiosos en espera de su presa… Y lo detectan… Al punto señalan a Jesús y a los apóstoles.
– Juan, volviéndose a Jesús, dice desalentado:
– ¡Ay de nosotros, Señor! ¡Están aquí!
Éste le responde tranquilo:
– No tengas miedo. Sigue adelante. Si alguien no se siente con valor para hacer frente a esos desgraciados, que regrese al albergue. Estoy decidido a hablar en esta antigua ciudad levítica y de refugio.
Todos protestan:
– Maestro, ¿Cómo puedes pensar que te vamos a dejar solo? Que nos maten si quieren, pero participamos de tu suerte.
Jesús va y se pone contra una pared y su hermosa voz llena toda la plaza de Quedes. Pronto se ve rodeado de gente…
Varios dicen:
– ¡Oh! ¡Es el Rabí Galileo! Vamos a escucharlo. Tal vez haga algún milagro.
– ¡Qué bien habla! ¡No como esas zorras astutas y esos gavilanes voraces! –dice otro señalando a los Judíos.
El sinagogo va por Él:
– Te lo ruego. Entra en la sinagoga y enseña allí. Nadie más que Tú, tiene el derecho. Ven y la Palabra de Dios esté en mi casa, así como está en tus labios. Soy Matías…
– Gracias, justo de Israel. La paz esté siempre contigo.
Jesús pasa entre la multitud que lo sigue hasta la sinagoga y ante los enfurecidos fariseos que tienen que quedarse en la puerta, porque la gente de Quedes, no los mira con buenos ojos.
Jesús ocupa su lugar junto al sinagogo y sigue hablando a la gente, que lo escucha muy atenta.
Los fariseos sueltan una carcajada de burla Y la gente protesta.
El sinagogo estaba concentrado oyendo a Jesús, se pone de pie e impone silencio, amenazando con echar fuera a los perturbadores.
Jesús dice en voz alta:
– Déjalos. Mejor invítalos a que expongan sus objeciones.
Los enemigos de Jesús, dicen cargados de ironía:
– ¡Oh! ¡Bien, bien! Déjanos acercarnos a Ti. Te queremos hacer algunas preguntas.
Y la gente, con miradas hostiles y uno que otro epíteto apropiado, los deja pasar. Jesús les pregunta con dureza:
– ¿Qué queréis saber?
El Fariseo Simón, pregunta:
– Afirmas ser el Mesías. ¿Estás seguro?
Jesús con los brazos cruzados en el pecho, mira al que habló con tal imperio, que la ironía se le va junto con la voz y enmudece.
El otro retoma la pregunta y dice:
– No puedes pretender que se te crea, confiando en tu Palabra. Cualquiera puede mentir aún de buena fe. Para creer tenemos necesidad de pruebas. Danos las pruebas de que Eres lo que afirmas ser.
Jesús afirma cortante:
– Israel está llena de ellas.
El Fariseo Uriel dice:
– ¡Oh! ¡Esas!… son cosas pequeñas que cualquier santo puede hacer. Ya han sido hechas y lo serán, mientras haya justos en Israel… ¡No está dicho que las hagas por ser santo y porque Dios te ayude! Se dice que Satanás te ayuda. Queremos otras pruebas que Satanás no pueda dar…
Un escriba afirma:
– ¡Sí! ¡La muerte vencida!…
Jesús confirma:
– Ya la tuvisteis.
– Eran apariencias de muerte. Muéstranos un cadáver corrupto, que vuelva a la vida y se rehaga. Esto, para tener la certeza de que Dios está contigo. Dios es el Único que puede devolver el aliento al fango, que se va a convertir en polvo.
Jesús dice:
– Jamás se pidió esto a los profetas, para creer en ellos.
– Tú Eres más que un Profeta. Por lo menos así lo dices; pues te crees el Hijo de Dios… ¡Ah! ¡Ah! ¿Por qué entonces no obras como Dios? ¡Ea, pues! ¡Danos una señal! ¡Una señal!
Otro fariseo grita furioso:
– ¡Claro! ¡Una señal del Cielo que te señale como Hijo de Dios! Y entonces te adoraremos.
Uriel dice con sarcasmo:
– ¡Muy bien! ¡Muy bien, Simón! ¡No queremos caer en el pecado de Aarón! ¡No adoramos al Becerro de oro, pero podremos adorar al Cordero de Dios! ¿No lo Eres? ¡Que el Cielo nos indique que lo eres! –y ríe.
Sadoc grita:
– Déjame hablar a mí; Sadoc el Escriba de Oro. ¡Óyeme Jesús! Muchos Mesías que no lo fueron, te han precedido. ¡Basta de engaños! Una señal de que eres lo que afirmas, si Dios está contigo, no te la puede negar. Y nosotros creeremos en Ti y te ayudaremos. De otro modo, no olvides lo que te espera, según el mandamiento de Dios.
Jesús levanta su mano herida y la muestra bien a su interlocutor:
– Sadoc, ¿Ves esta señal? Tú me la hiciste y has puesto el dedo en otra señal. Y cuando la veas clavada en la Carne del Cordero, te llenarás de júbilo. Mírala, ¿La ves? La verás también en el Cielo, cuando te presentes a dar cuenta de tu vida. Porque Yo te juzgaré…
Y será con mi cuerpo glorificado, allá arriba. Con las señales de mi ministerio y vuestro. Con las de mi amor y con las de vuestro Odio. La verás también tú, Uriel. Y tú, Simón. Y la verán Annás y Caifás. Y muchos otros en el último día. Día de Ira. Día Terrible. Y por eso preferiréis estar en lo profundo. Porque mi Señal en la mano herida os flechará más, que el Fuego del Infierno.
Los fariseos gritan a coro:
– ¡Oh, esas son palabras y blasfemias!
– ¿Tú en el Cielo en Cuerpo?
– ¡Blasfemo!
– ¡Tú, Juez en lugar de Dios!
– ¡Anatema caiga sobre Ti!
– ¡Tú, Insultador del Pontífice!
– Mereces que se te lapide… -gritan en coro, Fariseos, Saduceos y Doctores.
De nuevo se pone de pie el sinagogo. Es majestuoso como otro Moisés y grita:
– ¡Quedes es una ciudad de refugio y ciudad levítica! Tened respeto.
– ¡Esos son cuentos de viejas que no sirven para nada!…
– ¡Bocas blasfemas!… ¡Vosotros sois unos pecadores y no Él! Yo lo defiendo. No ha dicho nada fuera del orden. Explica a los profetas y nos trae la promesa. Y vosotros lo interrumpís. Le ponéis lazos, para que caiga. Lo ofendéis. No lo permito. Está bajo la protección del viejo Matías de la estirpe de Leví por padre y de Aarón por madre. Salid y dejad que enseñe a mi vejez y a todos los que deseamos oírlo. –y lo toma del brazo como para defenderlo.
Los fariseos insisten:
– ¡Qué nos dé una señal verdadera y nos iremos convencidos!
Jesús dice:
– No pierdas la tranquilidad, Matías. Voy a hablar ahora. Ésta es la profecía que os voy a dar, en lugar de la que quería explicar de Habacuc: A esta generación perversa y adúltera, sólo se le dará la señal de Jonás…
Vámonos. La paz sea con vosotros.
Sale por una puerta lateral que da a una calle silenciosa, entre huertos y casas y se aleja con los apóstoles.
Pero el sinagogo y otros que no han quedado satisfechos, lo siguen hasta el albergue y le dicen:
– Maestro, tenemos ansia de tu Palabra. ¡Tan bella que es la profecía de Habacuc! ¿Porque hay quién te odia, deberán quedarse sin conocerte los que te aman y creen en la verdad?
Jesús lo mira y dice:
– No, padre. No es justo castigar a los buenos con los malos. Escuchad pues…
Jesús habla de la profecía de Habacuc a la gente reunida en un gran patio en el albergue y terminan cantando la plegaria del Profeta. Luego Jesús los bendice y se despide.
Cuando se quedan solos, Pedro dice:
– Yo quisiera saber quién fue el que nos los echó encima. Parecen adivinos…
Iscariote, pálido, da un paso adelante y se arrodilla a los pies de Jesús.
Y dice contrito:
– Maestro, yo soy el culpable. Hable en aquel poblado con uno de ellos de quién fui huésped….
Pedro lo increpa:
– ¿Cómo?… ¡Qué penitencia, ni qué nada! ¡Tú eres…!
Jesús interrumpe:
– ¡Silencio, Simón de Jonás! Tu hermano se ha acusado sinceramente. Respétalo por haberse humillado. No te aflijas Judas. Te perdono. Tú sabes que te perdono. De ahora en adelante, sé más prudente. Ahora vámonos. Caminaremos mientras haya luna…
La semana siguiente, Jesús y los apóstoles bajan de la barca en Cafarnaúm y se encuentran con un grupo de niños que inmediatamente rodean a Jesús.
Y con Mannaém y otros discípulos que los están esperando.
– ¡La paz sea contigo, Maestro! –dice con voz fuerte Mannaém.
Viene espléndidamente vestido como siempre, trae en la cintura una magnífica espada, que provoca la admiración temerosa de los niños; quienes ante este gallardo caballero vestido de púrpura; con un arma formidable que resplandece en oro y piedras preciosas; se apartan atemorizados.
Esto favorece que Jesús pueda abrazarlo y besarlo. Al igual que a los pastores.
Mannaém dice:
– Maestro, vine aquí pensando que tu viaje a Judea está próximo y aparte de que quería estar contigo, vine para protección tuya, Señor. Si no es demasiada soberbia el pensarlo. Hay mucha efervescencia contra Ti en Israel. Es doloroso decirlo, pero no creo que lo ignores.
Y mientras caminan hacia la casa, Mannaém continúa dando sus noticias:
– La efervescencia e interés acerca de tu Persona ha llegado a todas partes. Las nuevas de lo que haces, penetran hasta las inmundas murallas de Maqueronte y Herodes tiembla de miedo…
Herodías se retuerce en sus lechos, temerosa de que seas el Rey Vengador de sus muchos crímenes. Toda la corte se estremece de miedo. Desde que cayó la cabeza de Juan, parece como si un fuego consumiera las entrañas de sus asesinos. No gozan ni siquiera de la mísera paz de antes. Paz de cerdos satisfechos de crápulas que buscan silencio a los reproches de su conciencia en la embriaguez e inmoralidad. No pueden tener paz y se sienten perseguidos.
Se odian después de sus amores; satisfechos el uno de la otra. Se echan en cara el haber cometido el crimen que los perturba. Que ha sobrepasado toda medida. Salomé, como si estuviera poseída por un demonio, está bajo un erotismo que degradaría a una esclava de las minas.
El palacio huele peor que una cloaca.
Muchas veces Herodes me ha preguntado por Ti y siempre le respondo lo mismo: ‘Para mí es el Mesías. El Rey de Israel de la única estirpe: la de David. Es el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios; predicho por los Profetas. Es el Verbo de Dios, el que por ser el Mesías, tiene el derecho de reinar sobre todo ser viviente.’
Y él se muere de pavor. Tomándote como el Vengador. Algunos cortesanos, tratando de consolarlo, le han dicho que eres Juan o Elías. Y con esto lo hacen temblar más de horror y grita: ‘¡No puede ser Juan! A él lo mandé decapitar.
Y su cabeza la tiene bien guardada Herodías. Tampoco es el Mesías, ¿Quién lo afirma? ¿Quién se atreve a decirme que Él es el Rey de la única estirpe real? ¡Yo soy el rey! Y no otros. El Mesías fue muerto por Herodes el Grande, ahogado por un mar de sangre. Fue degollado como un corderito… ¿Oyes como llora? Su balido me grita siempre, dentro de la cabeza, junto con el rugido de Juan: “No te es lícito…” ¿Qué no me es lícito? Todo me es lícito, porque soy el rey. ¡Qué traigan vino y mujeres!
Si Herodías rehúsa mis abrazos, que dance Salomé, para despertar mis sentidos adormecidos con tus temerosas noticias.’
Y se embriaga entre las adulaciones de la corte; mientras que su insensata mujer aúlla sus blasfemias contra el Mártir y sus amenazas contra Ti. Y en las que lanza Salomé: reconoce lo que significa haber nacido del pecado de dos sensuales. De haber cooperado con un crimen, alcanzándolo con entregar su cuerpo a las ansias de un desenfrenado.
Después Herodes vuelve en sí y quiere saber cosas de Tu Persona y quisiera verte. Y por esto permite que venga a Ti, con la esperanza de yo te lleve a él… Cosa que jamás haré. Para no llevar tu Santidad a un antro de fieras inmundas.
Herodías quisiera tenerte a su alcance para golpearte. Herirte. Lo dice con su estilo en las manos. Salomé te vio en Tiberíades y enloqueció por Ti…
¡Esto es el palacio, Maestro! Estoy ahí, porque así me entero de lo que piensan acerca de Ti…
Jesús contesta:
– Te lo agradezco y el Altísimo te bendice por ello. También esto es servir al Eterno en sus decretos.
– Lo había pensado y por eso vine.
– Mannaém, ahora que estás aquí; necesito pedirte algo. Yo necesito ir con éstos por caminos desconocidos dónde no me podrán hacer ningún mal. Las mujeres están indefensas y quien las acompaña, tiene un corazón amable y acostumbrado a ofrecer la otra mejilla. No vas a bajar conmigo a Jerusalén, sino con ellas. Tu presencia será una protección segura. Comprendo que es un sacrificio, pero estaremos juntos en Judea. No me lo niegues, amigo mío.
Mannaém dice con una sonrisa:
– Señor, cualquier deseo tuyo es una orden para tu siervo. Estoy al servicio de tu Madre y de las condiscípulas. Desde este momento hasta que tú quieras.
– Gracias. También esta obediencia tuya se escribirá en el Cielo. Ahora vamos a curar a los enfermos que me esperan.
Días después…
Jesús, con Pedro, Santiago y Juan; bajan del Tabor, donde tuvo lugar la Transfiguración. Y van al encuentro de los demás discípulos.
Al salir del bosque entran en un llano que desciende suavemente, hasta encontrarse con el camino principal. Ven al grupo de discípulos a los que se han agregado viajeros curiosos, escribas y dan señales de excitación.
Pedro exclama señalándolos:
– ¡Ay de mí! ¡Escribas!… ¡Y ya están disputando!
Y baja los últimos metros de mala gana. Los que están abajo los ven y corren hacia ellos.
– Estábamos a punto de irnos al lugar indicado. Pero los escribas nos han detenido con sus disputas y las súplicas de un padre adolorido.
Jesús pregunta:
– ¿Porqué disputabais entre vosotros?
– A causa de un endemoniado. Los escribas se burlaron de nosotros, porque no pudimos curarlo. Judas de Keriot se puso al frente; pero ha sido inútil. Entonces dijimos, ‘Hacedlo vosotros.’ Y nos contestaron que no eran exorcistas.
Por casualidad venían otros escribas y entre ellos hay dos exorcistas, pero tampoco ellos pudieron hacer nada. Aquí está el padre que ha venido a suplicarte. ¡Escúchalo!
El hombre se adelanta y se arrodilla ante Jesús:
– Maestro, iba a Cafarnaúm a llevarte a mi hijo, para que lo liberes. Es presa de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, no emite más que gritos roncos, como una bestia a la que se degüella. El espíritu lo echa por tierra y él se revuelca rechinando los dientes, espumando como un caballo que mordiera el freno. Se hiere y se expone a morir ahogado, quemado o hecho pedazos.
Porque el espíritu varias veces lo ha arrojado al agua, al fuego o por las escaleras hacia abajo. Tus discípulos hicieron la prueba, pero no lo lograron. ¡Oh, Señor Bueno! ¡Ten piedad de mí y de mi hijo!
La mirada en el rostro de Jesús relampaguea…
Y grita:
– ¡Oh, Generación Perversa! ¡Oh, Turba satánica! ¡Legión rebelde! ¡Pueblo del Infierno, incrédulo y cruel! ¿Hasta cuando deberé estar en contacto contigo? ¿Hasta cuando tendré que soportarte?
Es tan imponente, que invade un silencio absoluto y cesan las indirectas de los escribas.
Jesús dice al padre:
– Levántate y tráeme aquí a tu hijo.
Va y regresa con todos en cuyo centro viene un jovencito como de trece años, buen mozo, pero con mirada un poco tonta. En su frente se ve una larga herida y más abajo, una antigua cicatriz.
En cuanto ve a Jesús que lo mira con sus ojos magnéticos, emite un grito ronco. Contuerce todo el cuerpo, se echa por tierra, espumeando y girando los ojos hasta que se le ve el bulbo blanco, en una típica convulsión epiléptica.
Jesús da unos pasos acercándose y dice:
– ¿Desde cuando le sucede esto? Habla fuerte para que todos oigan.
El padre contesta:
– Desde pequeño. Cuando el espíritu lo asalta, busca hacerle todo el mal posible, para matarlo. Está lleno de cicatrices y de quemaduras. Nadie ha podido curarlo. Yo creo que Tú si puedes. Ten piedad de nosotros y socórrenos.
– Si puedes creer de este modo, todo me es posible; porque todo se concede a quien cree.
– ¡Oh, Señor! ¡Sí creo! Pero si no fuere suficiente, auméntame la Fe para que sea perfecta y obtenga el milagro. –suplica el hombre de rodillas.
Llorando, cerca de su hijo que tiene convulsiones cada vez más violentas.
Jesús se yergue. Retrocede dos pasos.
Y en voz alta dice:
– ¡Espíritu maldito que haces sordo y mudo al niño y lo atormentas: Yo te lo mando! ¡Sal de él y no vuelvas a entrar!
El niño tirado por tierra, da tremendos brincos formando una especie de arco con su cuerpo, hacia atrás. Lanza gritos espeluznantes que no son humanos. Después del último brinco en que se revuelca pegando con la frente y la boca, contra una piedra saliente de la hierba, que se tiñe de sangre, se queda inmóvil.
Muchos gritan.
– ¡Ha muerto!
Otros compadecen:
– ¡Pobre muchacho! ¡Pobre padre!
Los escribas se guiñan los ojos y dicen:
– ¡Qué si te ha ayudado el Nazareno!
– Maestro, ¿Qué pasa?
– ¡Esta vez Belzebú te ha hecho pasar un mal rato!…
Y ríen venenosos.
Jesús no responde a nadie. Ni siquiera al padre que ha volteado a su hijo y le limpia la sangre de la frente y de la boca gimiendo, invocando a Jesús, el cual se inclina y toma de la mano al jovencillo.
Éste abre los ojos con un largo suspiro, como si despertase de un sueño. Se sienta y sonríe. Su mirada ya no refleja estupidez. Jesús tira de él hacia Sí, lo pone de pie y lo entrega a su padre.
La gente grita de entusiasmo y los escribas huyen perseguidos por las risas y burlas de la multitud.
Jesús dice a sus discípulos:
– Vámonos.
Y despide a la muchedumbre.
Cuando van caminando, comentan lo sucedido.
Simón, su primo exclama:
– ¡Eras Tú el que hacías falta! – porque también se ha integrado al grupo de los discípulos.
Salomón el barquero comenta:
¡Pero ni siquiera viendo que sus mismo exorcistas no podían hacer nada, se persuadieron aquellos tercos!… ¡Y eso que emplearon las fórmulas más duras! –Y mueve la cabeza.
Hermas responde:
– Quedó descartado toda clase de sortilegio diabólico del poder de Jesús, al decir que se sintieron invadidos por una paz profunda, cuando el Maestro obró el milagro. Pues cuando sale de un poder malo, lo sienten que les turba.
Varios dicen al mismo tiempo:
– ¡Pero qué espíritu tan terco! ¡No se quería ir!
– Pero, ¡Cómo! ¿No lo tenía siempre consigo?
– ¿Era un espíritu arrojado?
– ¿Perdido?
– ¿O bien el niño era tan santo que por sí mismo lo arrojaba?
Jesús responde:
– Muchas veces he explicado que cualquier enfermedad que es una molestia y un desorden, puede ocultar a Satanás y éste utilizarla. Crearla; para hacer que blasfemen contra Dios. El niño estaba enfermo. No era un poseído. Es un alma pura… Por esto la libré del astutísimo demonio que quería dominarla para hacerla impura.
Judas de Keriot pregunta:
– ¿Y por qué si era una enfermedad, nosotros no pudimos hacer nada?
Tomás observa:
– ¡Cierto! ¡se comprende que los exorcistas no pudieran hacer nada, tratándose de una enfermedad! Pero nosotros…
Y Judas, quién probó muchas veces y solo obtuvo que el jovencito aumentase sus convulsiones y sus auto agresiones, agrega:
– Hasta parece que nosotros le causábamos mayor mal. ¿Recuerdas Felipe? Tú que me ayudaste, oíste y viste los gestos burlones que me hacía. Hasta me gritó: ‘¡Lárgate! ¡Lárgate! ¡Tú eres un pecador! ¿Quieres que recite tus pecados?… ¡Entre tú y yo, tú eres más demonio que yo!’
Esto hizo reír mucho a los escribas y aumentaron sus burlas detrás de nosotros.
Jesús lo mira fijamente:
– ¿Te desagradó? –pregunta Jesús como si lo dicho por Judas, fuera algo sin importancia…
– ¡Claro! A nadie le gusta que se burlen de uno. Y no es bueno si se trata de tus apóstoles. Se pierde autoridad.
– Cuando se tiene a Dios consigo, tiene uno autoridad. Aún cuando el mundo se burle, Judas de Simón.
– ¡Está bien! Pero aumenta al menos en tus apóstoles el poder; para que no nos sucedan ciertas cosas.
– Que aumente el poder no es justo, ni útil. Lo debéis hacer por vosotros mismos. Se debió a vuestra insuficiencia que no pudisteis. Y también por haber disminuido con elementos no santos; cuanto os había dado… Esperando de este modo, conseguir triunfos mayores.
Iscariote pregunta:
– ¿Lo dices por mí, Señor?
Jesús responde:
– Tú lo sabrás. Estoy hablando a todos.
Bartolomé pregunta:
– ¿Entonces qué cosa es necesaria para vencer a esta clase de demonios?
– La Oración y el Ayuno, no más. Orad y ayunad. No solo con el cuerpo. Ayuno. Es útil que vuestro orgullo ayune de satisfacciones.
El orgullo satisfecho hace apática la inteligencia y el corazón. Y la oración se hace tibia, inerte. Así como cuando se ha comido demasiado, el cuerpo se hace pesado, somnoliento.
Vamos ahora a descansar. Tenemos que preparar nuestro viaje a Judea…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
102.- LEPROSO ESPIRITUAL
Al día siguiente…
Al amanecer. En una hermosa mañana primaveral, la aurora tiñe de rosa el cielo e ilumina las hermosas colinas. Los discípulos se están reuniendo a la entrada del pueblo, mientras esperan a los retrasados.
Mateo dice frotándose las manos:
– Es el primer día que no hace frío, después de la granizada.
Andrés exclama:
– ¡Ya era tiempo! Estamos en el mes de Adar.
Cada quién va dando diferentes impresiones respecto a esto y al viaje que continúa.
Juan dice:
– Lo que os ruego es que no mostréis fastidio; falta de ganas o algo semejante. Jesús está muy afligido. Ayer por la noche lloró. Yo lo vi cuando preparábamos la cena. En la terraza no estaba orando como creímos. Estaba llorando.
Todos le preguntan:
– ¿Por qué?
– ¿Se lo preguntaste?
– Sí. Pero lo único que me dijo fue:
– “Ámame, Juan”
Santiago dice:
– Tal vez sea por los de Corozaím.
Zelote, que acaba de llegar dice:
– El maestro se acerca con Bartolomé. Vamos a su encuentro.
Van, pero continúan con su charla.
Mateo dice:
– O es por Judas… Ayer estuvieron solos.
Felipe observa:
– ¡Tienes razón! Judas dijo que no se sentía bien y que no quería a nadie consigo.
Juan suspira:
– ¡No quiso quedarse ni con el Maestro! ¡Yo me hubiera quedado de muy buena gana!
Todos los demás dicen:
– ¡También yo!
Tadeo asegura:
– Ese hombre no me gusta. Está enfermo; embrujado, loco o endemoniado. No sé. Pero algo tiene.
Tomás afirma:
– Y sin embargo no lo vas a creer. En el regreso fue ejemplar. Siempre defendió al Maestro y a sus intereses como nadie de nosotros lo ha hecho. Lo vi con mis propios ojos. Lo oí con mis orejas. Espero que no dudaréis de mi palabra.
Andrés pregunta:
– ¿Crees que no confiamos en ti? ¡Claro hombre que nos fiamos! Y nos gusta que Judas sea mejor que nosotros. Pero lo estás viendo. Es muy raro… ¿Sí o no?
– ¡Oh! ¡Raro si lo es! Tal vez sufra por cosas íntimas. Tal vez porque no pudo hacer el milagro. Es orgulloso aunque con un buen fin. Pero se preocupa mucho de ser alguien. De que se le alabe…
Pedro dice:
– ¡Uhmmm! ¡Tal vez así será! El hecho es que el Maestro está triste. Miradlo. Ya no parece el hombre que conocimos. Pero, ¡Vive el Señor que si logro descubrir quién es el que lo hace sufrir!… ¡Basta! Sé lo que haré…
Jesús, que estaba conversando con Bartolomé, los ve y apresura el paso sonriente, para encontrarlos.
Saluda:
– La paz sea con vosotros. ¿Estáis todos?
Andrés explica:
– Falta Judas de Simón… Creía que estaba contigo, porque en la casa donde tenía que dormir, me dijeron que no llegó y que todo estaba en orden.
Jesús arruga por un instante el entrecejo, se concentra dentro de Sí, bajando la cabeza…
Luego dice:
– No importa. Vámonos. Diréis a los de las últimas casas que vamos a Giscala. Si Judas nos busca, que se lo digan. Vámonos.
Todos presienten tempestad, pero obedecen sin replicar.
Jesús continúa hablando con Bartolomé, reanudando la conversación que sostenían antes:
– ¡Oh! ¡Si viviera todavía el sabio! Era bueno, pero también era un hombre de carácter. No hubiera perdido el buen sentido. Te hubiera reconocido por sí mismo.
– ¡No te enfades Bartolomé! Bendice al Altísimo que se lo llevó a su eterna paz. De esta forma el espíritu del sabio Hillel, no conoció el odio tan grande que se me tiene.
– ¡Señor mío, no solo Odio!…
– ¡Más odio que amor y así será siempre!
– No te pongas triste. Te defenderemos.
– No es la muerte lo que me angustia… ¡Es ver los pecados de los hombres!
– ¿La muerte? ¡No! No hables de ella. No llegarán a tanto, porque tienen miedo…
– El odio será más fuerte que el miedo, Bartolomé. Cuando haya muerto. Cuando esté lejos. Cuando esté en el Cielo santo, di a los hombres que: ‘Él sufrió más por vuestro odio, que por la muerte…’
– ¡Maestro! ¡Maestro! ¡No hables así! Nadie te odiará hasta el punto de matarte. Puedes siempre impedirlo; Tú que Eres Poderoso…
Jesús sonríe con una tristeza tan grande, que hasta parece cansado. Con paso lento sube por el camino montañoso.
La tristeza, el dolor y el desconsuelo en la Voz de Jesús es tan apabullante, que Bartolomé se siente herido en el corazón.
Y con tono cariñoso le dice:
– Maestro, ¿Qué te pasa? ¿Qué quieres que haga por Ti, el viejo Nathanael?
– Nada Bartolomé. Tus oraciones… Ofrécelas para que vea bien lo que tengo que hacer. Nos están llamando. Esperemos aquí…
Esperan bajo un grupo de árboles.
El grupo de apóstoles dobla la curva y dicen:
– Maestro. Judas nos viene siguiendo a la carrera…
– Esperémoslo…
Todos se quedan bajo la arboleda unos minutos después, llega Judas jadeante:
– Maestro, me retrasé… Me quedé dormido y …
Andrés pregunta sorprendido:
– ¿En dónde, si no te encontré en la casa?
Judas se desconcierta y por un momento no sabe qué responder…
Pero rápido replica:
– ¡Oh! Me desagrada que os enteréis de mi penitencia. Estuve en el bosque toda la noche… Orando y haciendo penitencia. Al amanecer el sueño me venció. Soy un débil y… Pero el Altísimo Señor tendrá compasión de su pobre siervo. ¿No es verdad, Maestro? Me desperté tarde y todo amodorrado…
Santiago de Zebedeo observa:
– De veras que tienes cara de cansado…
Judas ríe con todo el cinismo del mundo y dice:
– ¡Oh, claro! Pero el corazón está más alegre. La oración hace bien. De la penitencia brota un corazón contento. Da humildad y generosidad. Maestro, perdona a tu tonto Judas. –y se arrodilla a los pies de Jesús.
Jesús lo mira con infinita compasión y dice:
– Está bien. Levántate y vámonos.
– Dame la paz con un beso. Será la señal de que me has perdonado mi malhumor de ayer. Es verdad que no quise… Pero era porque quería orar.
– Hubiéramos podido hacerlo juntos.
Judas se acerca a besarlo y dice riendo despreocupado:
– No. No hubieras podido estar conmigo esta noche… Y menos estar en donde yo estuve… – Su sarcasmo pasa desapercibido para todos sus compañeros; menos para su Maestro.
Judas, que pasó la noche en brazos de un par de prostitutas y rememora los placeres disfrutados… Sonríe con escarnio satisfecho…
Pedro exclama muy sorprendido:
– ¡Oh, qué cuentos! ¿Por qué? Siempre ha estado con nosotros y nos ha enseñado a orar…
Todos se echan a reír, menos Jesús que mira fijamente a Judas que lo ha besado y lo mira con ojos alegres y maliciosos. Como si lo desafiara.
Con mucho cinismo se atreve a repetir:
– ¿No es verdad que no hubieras podido estar conmigo esta noche?
Jesús responde tajante:
– No. No hubiera podido. Y nunca podré condividir los brazos entre mi espíritu y mi Padre, con un tercero todo carne y sangre cómo eres tú. Y en los lugares a donde vas… Amo la soledad poblada de ángeles; para olvidar que el hombre es hedor de carne corrompida por los sentidos, por el oro, por el mundo y por Satanás.
Los ojos de Judas dejan de reír…
Responde seco:
– Tienes razón. Tu espíritu ha visto la verdad. ¿A dónde vamos ahora?
– Vamos a Giscala.
Y siguen por el camino montañoso. Entran en el poblado y todos ejercen su ministerio. Sanan a los enfermos y socorren a los pobres.
Al final del día, Judas da cuenta de lo repartido y dice a Jesús:
– … Y aquí tienes mi ofrenda. Juré dártela esta noche para los pobres, como penitencia. No es gran cosa y así me quedo sin dinero. Convencí a mi madre de que me mande con frecuencia por medio de muchos amigos que tenemos. Las otras veces cuando me despedía, me traía mucho dinero. Pero esta vez, como tenía que andar dando vueltas por los montes, solo con Tomás, tomé solo lo suficiente para el viaje. Lo prefiero de este modo.
Solo que deberé pedirte permiso algunas veces para separarme por unas horas, para ir a ver a mis amigos. Todo lo he arreglado, Maestro. ¿Puedo seguir teniendo la bolsa? ¿Aún me tienes confianza?… –pregunta con ansiedad.
Jesús contesta:
– Judas, esto lo dices porque quieres. No comprendo por qué lo digas. Ten en cuenta que Yo no he cambiado en nada… Porque espero que el que cambie, seas tú. Que vuelvas a ser el discípulo de otros tiempos. Que te hagas un hombre recto. Por esto pido y sufro.
– Tienes razón, Maestro. Con tu ayuda lo lograré. Por otra parte… No son más que defectos de juventud. Cosas fútiles. Sirven más bien para poder comprender a mis semejantes y poder ayudarlos mejor.
– ¡De veras Judas, que tu moral es muy rara! Jamás se ha visto que un médico se enferme voluntariamente, para poder decir: ‘Ahora sé curar mejor a los enfermos de este mal’ ¿Así pues, Yo soy un incapaz?
– ¿Quién lo ha dicho, Maestro?
– Tú… Como no cometo pecados; por lo tanto, no sé curar a los pecadores.
– Tú eres Tú. Nosotros no somos Tú y tenemos necesidad de la experiencia, para poder hacer algo…
– Es una vieja idea tuya. La misma de hace veinte lunas. Con la diferencia de que entonces pensabas que debía pecar, para ser capaz de redimir. Realmente me admiro de que no hayas tratado de corregir este… Defecto mío, según tu modo de pensar. Y dotarme con esta… Capacidad, para comprender a los pecadores.
– Te burlas, Maestro. Y me gusta. Me dabas pena… Estabas tan triste y que sea yo quien te hace ponerte de buen humor, me halaga. Pero nunca he pensado convertirme en tu pedagogo. Por otra parte lo estás viendo… He corregido mi manera de pensar. Tanto que ahora afirmo que esta experiencia, solo a nosotros nos es necesaria. A nosotros los pobrecitos hombres. Tú eres el Hijo de Dios, ¿No es verdad? Posees pues una sabiduría que no tiene necesidad de experiencias.
– Pues bien. Ten en cuenta que también la inocencia es sabiduría mucho mayor; que el conocimiento vil y peligroso del pecador. Donde la ignorancia santa del mal limitaría la capacidad de poderse guiar y de guiar. Ayudan los ángeles cuyo auxilio jamás está lejos de un corazón puro; al que guían por el sendero justo y a acciones justas.
El pecado no aumenta el saber. No es luz. No es guía. Jamás lo será. Es corrupción. Es ceguera. Es caos. De manera que el que lo comete conocerá su sabor y además, perderá la capacidad de saber muchas otras cosas espirituales y no tendrá jamás al ángel de Dios, espíritu de orden y de amor, para que lo guíe. Sino que tendrá al ángel de Satanás, que lo llevará a un desorden siempre mayor, por el odio insaciable que devora a estos espíritus diabólicos.
– Bien. Maestro óyeme… Si alguien quiere volver a tener como guía a los ángeles, ¿Basta el arrepentimiento o permanece el veneno del pecado, aunque uno se haya arrepentido y haya sido perdonado?… ¿Sabes? Por ejemplo, uno que se haya entregado al vino; aunque jura no volverse a embriagar. Y lo jura con verdadera voluntad, de no volver a hacerlo. Siente sin embargo el estímulo de beber… Y sufre…
– Ciertamente que sufre. Por eso no debería haberse hecho esclavo de ese vicio. Pero sufrir no es pecar. Es expiar. Así como un borracho arrepentido no comete ningún pecado. Antes bien, conquista méritos si resiste heroicamente al estímulo y no bebe más licor… De igual modo el que ha pecado; si se arrepiente y se resiste a cualquier estímulo, conquista méritos y no le falta la ayuda sobrenatural para poder resistir. No es pecado ser tentados. Más bien es una batalla que lleva a la victoria. Créeme también que Dios no tiene sino el deseo de perdonar; de ayudar al extraviado si se arrepiente…
Por unos minutos, Judas no habla.
Luego se inclina. Toma la mano de Jesús y se la besa encorvado, diciendo:
– Yo ayer brinqué las trancas. Te insulté, Maestro. Te dije que terminaría por odiarte… ¡Oh! ¡Cuántas blasfemias dichas!… ¿Se me perdonarán?…
– El pecado más grande, es desesperar de la Misericordia Divina… Judas, ya lo he dicho: ‘Cualquier pecado contra el Hijo del Hombre, será perdonado’ el hijo del Hombre vino a perdonar, a curar, a salvar, a llevar al Cielo. ¡Oh, Judas! ¿Por qué quieres perder el Cielo? ¡Judas! ¡Judas! ¡Mírame! ¡Lávate el alma en el amor que sale de mis ojos!…
– ¿No te causo ningún asco?
– Sí. Pero el amor es mayor que la repugnancia, Judas. ¡Pobre leproso espiritual! El mayor de todo Israel. Ven a invocar la salvación de quién te la puede dar….
– Dámela, Maestro.
Jesús advierte:
– No. No así. En ti no existe el verdadero arrepentimiento y una voluntad decidida. Tan solo existe el esfuerzo de un amor que sobrevive, debido a tu vocación pasada. Existe algo de arrepentimiento, pero es del todo humano. Esto no es malo. Es el primer paso hacia el bien. cultívalo. Auméntalo. Injértalo en lo sobrenatural. ¡Ámame de verdad! Trata de volver a ser lo que eras cuando te acercaste a Mí. ¡Por lo menos eso!
Haz que ese arrepentimiento no sea un palpitar transitorio, emotivo. Un sentimentalismo muerto. Sino un verdadero arrepentimiento activo; que te arrastre hacia el bien. Judas, Yo lo espero. Sé esperar. Yo ruego. Soy Yo quién suplo en esta espera, a tu ángel que está disgustado de ti.
Mi compasión, mi paciencia, mi amor, siendo perfectos; son superiores a los de los ángeles y pueden seguir estando a tu lado, en medio de los hedores insoportables de lo que fermenta en tu corazón; para poder ayudarte…
Judas realmente está conmovido. Con labios temblorosos y con una voz que traiciona su sentimiento; pálido pregunta:
– Pero, ¿Entonces es verdad que sabes lo que hice?
– Todo, Judas. ¿Quieres que te lo diga? O ¿Prefieres que te libre de esta humillación?
– ¡Es que no lo puedo creer! ¡Eh!… ¡No es otra cosa!…
– Pues bien. Ya que no crees, vamos a la verdad. Esta mañana ya has mentido varias veces, por el dinero y por el modo como pasaste la noche… Ayer por la noche buscaste sofocar con la lujuria todos tus sentimientos, tus odios, tus remordimientos, tu…
Judas se lleva las manos al rostro:
– ¡Basta! ¡Basta! ¡Por caridad no prosigas o huiré de tu Presencia!
– Más bien deberías asirte a mis rodillas, pidiéndome perdón.
– ¡Sí, sí! ¡Perdón! ¡Perdón, Maestro mío! ¡Perdón! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame! ¡Es más fuerte que yo! ¡Todo es más fuerte que yo!…
Jesús lo toma entre sus brazos, derramando sobre la cabeza de Judas cuantiosas lágrimas y orando en silencio.
Los demás, unos cuantos metros atrás, se han detenido con prudencia y comentan:
– ¿Lo estáis viendo?…
– Tal vez Judas tiene serios problemas…
– Y esta mañana abrió su corazón al Maestro.
– ¡Es un tonto! Yo lo hubiera hecho inmediatamente.
– Tal vez se trata de cosas penosas.
– Ciertamente no será porque su madre no sea buena.
– ¡Esa mujer es una santa!
– ¿Qué otra cosa penosa puede haber?…
– Tal vez intereses que no van bien…
– ¡Oh, no! Gasta y hace limosnas con dinero propio.
– ¡Bueno! ¡Negocios suyos! Lo importante es que esté de acuerdo con el Maestro.
– Y parece que sí. Hace tiempo que van hablando y en calma.
– ¡Ahora se han dado el abrazo!… ¡Muy bien!…
– La razón es que él es muy capaz y tiene muchas amistades. Está bien que se ponga de acuerdo. Que sea nuestro amigo, sobre todo del Maestro.
Jesús se vuelve y los llama.
Todos corren.
– Venid. La ciudad está cercana. Tenemos que atravesarla para ir a la tumba de Hillel. Atravesémosla juntos. –dice Jesús sin dar ninguna explicación.
Los apóstoles se miran entre sí; como queriendo descubrir lo sucedido entre Jesús y Judas. Más si éste último tiene una cara tranquila, Jesús no tiene su rostro luminoso… Más bien está serio.
Entran en Giscala que es una ciudad grande y hermosa. Parece ser un gran centro rabínico, porque hay muchos doctores con grupos de discípulos, que escuchan sus lecciones. Muchos se quedan viendo cuando pasan los apóstoles y sobre todo el Maestro. Algunos se hacen señas. Otros llaman a Judas de Keriot. Como él camina al lado de Jesús, ni siquiera se digna voltear a verlos.
Salen del otro lado de la ciudad y llegan hasta donde está la tumba de Hillel.
– ¡Qué desvergüenza!
– ¡Nos está provocando!
– ¡Es un profanador!
– Díselo, Uziel.
– No. No me contamino. Díselo tú Saúl, que no eres más que un discípulo.
– No. Digámoslo a Judas. Voy a llamarlo.
Y el joven se acerca a Judas:
– Ven. Los rabíes quieren hablarte.
Judas replica:
– No voy. Me quedo donde estoy. No me molestéis.
Saúl va y refiere la respuesta de Judas.
Entretanto, Jesús ora junto al sepulcro de Hillel, en medio de los suyos.
Los rabíes se acercan despacio, como serpientes cautelosas y dos vejetes le jalan el vestido a Judas.
Éste se vuelve y pregunta con coraje:
– ¿Qué se os ofrece? ¿Ya no es posible ni siquiera orar?
– Permítenos una palabra… Luego te dejamos.
Simón Zelote y Tadeo, se voltean y hacen señas a los rabíes, pidiendo silencio. Judas se parta unos pasos.
– ¿Qué queréis?
El más viejo murmura algo que solo Judas oye.
Su rostro cambia y dice airado:
– No. Dejadme en paz, corazones venenosos. No os conozco y no quiero más tratos con vosotros.
Una risa llena e ironía brota del grupo rabínico.
Y se escucha una amenaza:
– ¡Cuidado con lo que haces, estúpido!
– No yo, sino vosotros. Idlo a decir a los demás. A todos. ¿Comprendido? ¡Dirigíos a quien queráis, pero no a mí! ¡Demonios! –y los deja plantados.
Habló en voz tan alta, que los apóstoles admirados, voltean.
Jesús se mantiene orando imperturbable y no voltea ni siquiera ante la burla y la amenaza, que repercuten en el silencio del santo lugar.
– ¡Nos volveremos a ver, Judas de Simón! ¡Nos volveremos a ver!
Judas vuelve y hace a un lado a Andrés que se había acercado a Jesús. Y como si buscara protección, toma la punta del manto de Jesús entre sus manos.
Los rabíes vuelven su rabia contra Jesús. Se acercan con los puños amenazadores. Aúllan llenos de odio:
– ¡Qué estás haciendo aquí, Anatema de Israel!… ¡Lárgate de aquí! ¡No perturbes los huesos del hombre justo! A los que no eres digno de acercarte. Se lo diremos a Gamaliel y te castigará.
Jesús se vuelve y los mira de uno por uno…
– ¿Por qué nos miras así, endemoniado?
– Para grabarme vuestras caras y vuestros corazones. Mi discípulo os volverá a ver, como también Yo.
– ¡Bueno! ¡Ya nos has visto!… ¡Ahora lárgate! Si estuviera Gamaliel, no lo hubiera permitido.
– El año pasado estuve con él.
– ¡No es verdad, mentiroso!
– Preguntádselo. Y como es honrado, dirá que sí. Amo y venero a Hillel. Respeto y honro a Gamaliel. Son dos hombres en que se refleja el origen del hombre por su modo santo de proceder y por su sabiduría. Cosas que recuerdan que el hombre fue hecho a semejanza de Dios…
Lo interrumpen varios cómo energúmenos:
– ¿En nosotros no, verdad?
– En vosotros está ofuscada por intereses y por el odio.
¡Oídlo! ¡En casa ajena habla así y ofende! ¡Largo de aquí! ¡Corruptor de los mejores de Israel! O cogeremos piedras. Aquí no está Roma para defenderte,
Jesús pregunta con mansedumbre:
– ¿Por qué me odiáis? ¿Por qué me perseguís? ¿Qué mal os he hecho? He hecho favores a algunos de vosotros. A todos respeto. ¿Por qué sois crueles conmigo?…
Les habla humilde, suavemente, con pena amorosa. Su mansedumbre es una petición de amor que es tomada por ellos como una señal de debilidad y de miedo. Se envalentonan y pasan a la obra. La primera piedra pega a Santiago de Zebedeo. Rápido, éste la devuelve contra los judíos.
Mientras los demás apóstoles se estrechan alrededor de Jesús….
Pero son doce contra más de un centenar…
Otra pedrada golpea a Jesús en la mano, cuando ordena a los suyos que no reaccionen. Del dorso de su mano empieza a brotar sangre.
Jesús se endereza imponente. Los atraviesa con sus ojos que parecen centellear. Otra pedrada, saca sangre a la sien de Santiago de Alfeo. Entonces Jesús usa su poder para paralizar a los enemigos en defensa de sus apóstoles; que mansamente soportan las pedradas.
La Presencia y la Majestad de Jesús es pavorosa.
Y con voz atronadora les dice:
– Me voy. Pero tened en cuenta que Hillel, jamás hubiera aprobado lo que acabáis de hacer. Me voy. Pero recordad que ni siquiera el Mar Rojo detuvo a los israelitas en el camino que Dios les había trazado. Todo se allanó ante la Voluntad de Dios que pasaba. Y esto mismo sucederá conmigo…
Lentamente, pasa en medio de los paralizados rabíes y sus discípulos. Continúa su camino despacio, seguido por sus apóstoles, en medio del silencio estupefacto de todos los hombres…
Al día siguiente continúa su marcha por el camino montañoso. La mañana es fría. Jesús lleva su mano vendada y Santiago de Alfeo, su frente. Andrés cojea mucho. Santiago de Zebedeo no trae su alforja, pues la lleva su hermano Juan.
Por dos veces, Jesús ha preguntado a Andrés:
– ¿Podrás caminar, Andrés?
– Sí, Maestro. Camino mal por las vendas y porque el dolor es fuerte. ¿Y cómo estás de tu mano?
– Una mano no es una pierna. Basta con no tocarla y no hace daño.
Pedro dice preocupado:
– ¡Uhmm! No creo que no duela mucho. Mira qué hinchada está. Llegó hasta el hueso… ¡Si tuviéramos del ungüento que prepara tu Mamá! Así te va a doler mucho…
Jesús responde:
– No, Simón. Tú me quieres mucho y tu amor es un buen ungüento.
– ¡Oh! ¡Si así fuera, ya te hubieras curado! Todos sufrimos al ver cómo te trataron. Y algunos hasta lloraron…
Pedro mira a Juan y a Andrés.
– Ved. Estoy mucho más contento que ayer; porque hoy sé que sois muy obedientes y que me amáis. Todos. –y Jesús los mira con dulzura y alegría.
Tadeo exclama:
– Pero ¡Qué hienas! ¡Jamás había visto un odio semejante! ¡Tenían que ser Judíos!
Jesús pregunta:
– No, hermano. No tiene nada que ver el lugar. El odio es igual en todas partes. Recuerda que hace meses me arrojaron de Nazareth y también intentaron apedrearme. ¿Ya lo olvidaste?
Y con estas palabras consuela a los que son de Judea.
Y tanto los consuela que Judas dice:
– ¡Pero esto sí que lo diré! No estábamos haciendo ningún mal. No nos defendimos. Y desde que Él empezó a hablar, lo hizo pacíficamente. Y luego la emprendieron a pedradas contra nosotros. Como si fuéramos sierpes. ¡Lo diré!
Andrés pregunta:
– ¿Pero a quién si todos son iguales?
– Sé a quién. Apenas vea a Esteban o a Hermas, se los contaré. Lo sabrá inmediatamente Gamaliel. Y en Pascua lo diré a quién se debe. Diré: ‘No es justo obrar así. Vuestra rabia os empuja a hacer esto. Sois vosotros los culpables. No Él.
Felipe aconseja sabiamente:
– ¡Será mejor que no te acerques a estos tipos!… ¡Me parece que ellos también tienen algo contra ti!…
– Es verdad. Es mejor que no los vuelva a ver. Es mejor, pero sí se lo diré a Esteban. Él es bueno y no envenena.
Calmado y persuasivo, Jesús replica:
– No te preocupes, Judas. No vas a cambiar nada. He perdonado. No pensemos más en ello.
Dos veces encuentran arroyos. Tanto Andrés como los dos Santiagos, se echan agua en el lugar golpeado…
Jesús no. Sigue tranquilo como si no sintiese dolor. Y sin embargo debe dolerle mucho porque cuando se sientan a comer, pide a Andrés que le parta el pan. O cuando se tiene que desatar las sandalias, pide a Mateo que lo haga…
Cuando van por un atajo pendiente, se resbala y pega contra un tronco. No reprime un lamento y la venda se tiñe de sangre. Tanto, que cuando llegan al siguiente poblado, se detienen a pedir agua y bálsamo, para curarle la mano.
Al retirarle las vendas, se ve muy hinchada, cárdena en el dorso, con la herida rojiza en el centro. Todos miran la mano herida y hacen sus comentarios.
Juan se retira un poco para esconder su llanto y Jesús lo llama:
– Ven aquí. No es gran cosa. No llores.
Juan responde:
– Lo sé. Si me hubiera tocado a mí, no lloraría. Pero te tocó a Ti. No dices cuanto te duele esta mano, que no ha hecho más que hacer beneficios.
Y tomando la mano herida de Jesús, la acaricia con la punta de sus dedos. La voltea dulcemente para besarle la palma y apoyar su mejilla.
Y exclama sorprendido:
– ¡Está caliente!… ¡Oh! ¡Cuánto debe dolerte!… –y lágrimas de compasión caen sobre ella.
Luego le cura la herida y le venda la mano…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA