El grupo apostólico va caminando rodeado por un grupo de personas. Los lugareños van informando.
Uno de ellos dice:
– Sí. Nadie lo ha podido curar. Está más que loco. Es tan violento que se ha vuelto el terror de todos. Sobre todo de las mujeres, a las que sigue con muecas obscenas. ¡Ay si logra tomar a alguna de ellas!
Otro comenta:
– Nunca se sabe dónde se mete.
Otro más, añade:
– De improviso sale cual sierpe por los montes, por los bosques, en los surcos, por los prados… las mujeres tienen mucho miedo. Un día, una joven que regresaba del río, se vio perseguida por él. Solo Dios sabe lo que pasó. Porque ella también perdió la razón y al poco tiempo se suicidó.
Otro agrega:
– El otro día mi cuñado fue al lugar que escogió para su sepulcro y el de su familia, porque se le había muerto su suegro; a preparar todo para su sepultura. Pero tuvo que huir porque ahí estaba ese hombre. Estaba desnudo, aullaba como siempre y comenzó a arrojarles piedras. tuvo que enterrar a su muerto en mi sepulcro.
El primero que habló, dice:
– Una vez Daniel, Tobías y varios más, lo apresaron. Para llevarlo a Jerusalén. Iba amarrado como un bulto. ¡Qué viaje!… Te lo aseguro porque yo también fui. Yo ya no tengo necesidad de viajar al Infierno, para saber lo que pasa allí. Pero no sirvió para nada…
Jesús pregunta:
– ¿Fue igual que antes?
– ¡Peor!… Después los estuvo esperando escondido entre el cañaveral y el fango del río. Y cuando los dos subieron a su barca para ir a pescar o para ir al otro lado, no sé bien… Con una fuerza sobrehumana, levantó en lo alto la barquichuela y la volcó. No murieron por puro milagro. Pero todo lo que había en la barca, se perdió. Y la misma barca quedó con la quilla rota y los remos hechos pedazos.
– ¿Pero cuando lo llevasteis a los sacerdotes?…
El hombre contesta:
– ¡Pero qué dices!… Se necesitaría… – No se atreve a seguir hablando y el hombre calla.
– ¿Qué cosa?… sigue.
Silencio.
– Habla. No tengas miedo. No te acusaré.
– Bien. decía… No quisiera pecar… decía… que… ciertamente el sacerdote lo hubiese logrado, si hubiese sido…
Jesús completa:
– Si hubiese sido santo. Es lo que quieres decir y no te atreves. Yo te digo: trata de no juzgar. Pero es verdad lo que dices. Desgraciadamente es verdad.
Jesús calla y suspira.
Sigue un breve silencio embarazoso y después…
Alguien se atreve a decir:
– Si lo encontramos, ¿Lo curarías? ¿Librarías a estas comarcas?
– ¿Esperas que Yo pueda hacerlo? ¿Por qué?
– Porque Tú eres Santo.
– Santo es Dios.
– Y Tú eres su Hijo.
– ¿Cómo lo sabes?
– ¡Hey! ¡Todos lo dicen! ¡Curaste a dos ciegos en Pela! Y lo sabemos…
Pedro le pregunta:
– ¿Lo harás Maestro?
– Lo haré si lo encontramos.
Ya se ven las primeras casas del poblado, cuando de repente se escucha un grito:
– ¡Largo! ¡Váyanse de aquí! ¡Regresen… o los mato!
Todos gritan:
– ¡Ahí está el poseído!
Todos se han quedado paralizados y algunos tratan de huir.
Jesús dice:
– No tengáis miedo. Quedaos y veréis.
Jesús lo ha dicho con tanto aplomo; que los más valerosos obedecen y caminan detrás de Él. Jesús camina con majestad imperturbable. Lo siguen los apóstoles y detrás de ellos, los demás.
El hombre grita:
– ¡Largo de aquí!
Es un grito gutural que penetra hasta los huesos y eriza los cabellos y la piel. Parece el gruñido de un animal feroz. Es como un aullido que es imposible que salga de una garganta humana.
– ¡Largo de aquí! ¡Retrocede o te mato! ¿Por qué me persigues? ¡No te quiero ver!
El hombre da saltos. Su cuerpo moreno, está desnudo. Su barba y cabellos hirsutos y desordenados, están llenos de tierra y hojarasca. Sus ojos de mirada torva, están inyectados de sangre y se ven rojos y fulgurantes; como si fueran a salir de sus órbitas. De su boca escurre espuma sanguinolenta, porque el hombre se ha golpeado con una piedra puntiaguda. Y dice:
– ¿Por qué no te puedo matar? ¿¡Quién ata mis fuerzas!? ¿Tú? ¡Tú!
Jesús lo mira fijamente y continúa avanzando.
El hombre se tira al suelo. Se retuerce, se muerde, espumea. Parece un ataque de epilepsia. Se golpea con la piedra. De repente, se levanta. Señala a Jesús a quién mira con el rostro desencajado y dice:
– ¡OID! ¡Oíd! ¡Este que se acerca es…!
Jesús lo interrumpe con imperio:
– ¡Cállate, Demonio! ¡Te lo ordeno!
– ¡No, no, no! ¡No me callo! ¿Qué hay entre nosotros y Tú? ¿Por qué no nos ayudas? ¿No te bastó con habernos arrojado a los Infiernos? ¿No te basta haber venido para arrancarnos de las manos a los hombres? ¿Por qué nos arrojas allá abajo?…
¡Déjanos vivir dentro de nuestras presas! Nos pertenecen, porque ellos nos han escogido a nosotros. Tú eres Grande y Poderoso… Pasa y conquista si puedes. Pero a nosotros, déjanos hacer lo que queramos. Para destruir y hacer el mayor daño posible. ¡Para eso estamos!
¡Oh, Mal…! ¡No! ¡No puedo decirlo! ¡No quieres que te lo diga! ¡No puedo maldecirte!… ¡Ahgggg!…¡Te Odio! ¡Te persigo! ¡Te espero para atormentarte!
¡Te Odio y Odio a Aquel de Quién procedes! ¡Y Odio al que es vuestro Espíritu! ¡Odio al Amor!… ¡Yo que soy el Odio!… No puedo más… ¡Pero te espero, Mesías! Te espero. ¡Te veré muerto!…!
Oh!… ¡Qué momentos de alegría suprema! -suelta una carcajada escalofriante- ¡Noooo!… ¡No de alegría!… ¿Muerto, Tú? ¡No! ¡No muerto!… ¡Yo seré el Vencido! ¡Siempre Vencido! ¡Para siempre Vencido!…
Jesús ordena:
– ¡Cállate! ¡Te lo ordeno!
El paroxismo ha llegado a su punto álgido.
Jesús continúa avanzando hacia el poseído. Dominándolo con su impresionante mirada en sus bellísimos ojos azules, que parecen zafiros centelleantes.
Ha quedado solo. Porque los apóstoles y los pobladores se han detenido unos treinta metros atrás. Cuando está a unos dos metros de distancia frente al hombre, se detiene…
Con los gritos, mucha gente del poblado se ha acercado y miran incrédulos la escena que se está desarrollando ante sus ojos. Prontos a huir, si es necesario…
Después de que Jesús intimida al poseído para que ya no hable más, éste no lo hace. Jesús mira fijamente al enfermo. Levanta sus brazos y los extiende hacia el endemoniado y va a hablar…
¡Entonces los gritos se vuelven verdaderamente infernales!… El hombre se retuerce. Salta a la derecha, a la izquierda. Pareciera que quiere huir o arrojarse contra Él, pero no puede. Está enclavado en el piso y fuera de los movimientos desesperados que hace; no pasa nada más.
Cuando Jesús extiende sus brazos como si conjurase; el hombre aúlla más fuerte que nunca. Y después de lanzar injurias, blasfemias y carcajadas espeluznantes; se pone a llorar y a suplicar:
– ¡En el Infierno no! ¡No en el Infierno! ¡No me mandes allí!… ¡Mi vida es horrible aún es esta cárcel humana! Yo quiero recorrer el mundo y destruir todo lo que has creado. Pero, ¡Allá, allá, allá!… ¡No, no, no! ¡Déjame afuera!…
– ¡Sal de este hombre! ¡Te lo ordeno!
– ¡No!
– ¡Sal!
– ¡No!
– ¡Sal!
– ¡No!
– ¡Sal en el Nombre del Dios Verdadero!
– ¡Oh!… ¿Por qué me vences? Pero no salgo, ¡NO! Tú Eres el Mesías, el Hijo de Dios; pero yo soy…
– ¿Quién Eres?
– ¡Soy Belcebú!… Soy Belcebú, el Dueño del Mundo. ¡Y no me doblego! ¡TE DESAFÍO, OH MESÍAS!…
El poseído se ha puesto rígido; como hierático…
Y mira a Jesús con unos ojos rojos y fosforescentes. Apenas mueve los labios, murmurando palabras ininteligibles y se pone las manos en la espalda; con los antebrazos pegados al cuerpo.
Jesús también se ha detenido. Con los brazos cruzados sobre el pecho; Él también mueve los labios y dice palabras tan queditas, que nadie las puede oír.
Los presentes expectantes, hablan entre sí:
– ¡No puede!
– Si puede. Vas a ver. ¡Es el Mesías!
– No. Vence el Otro.
– ¡Es muy fuerte!
– No vence.
– Si vence.
Jesús abre los brazos. Su rostro resplandece con una impresionante majestad.
Su Voz parece un trueno:
– Sal. Te lo digo por última vez. ¡Sal, Satanás!… ¡Yo Soy Quien manda!
– ¡Aaaaaaah! -Es un alarido aterrador. Larguísimo. Horripilante. Indescriptible. Que luego se convierte en palabras- Salgo, sí. ¡Me vences! Pero me vengaré. Tú me arrojas… Pero recuerda que tienes un Demonio a tu lado. (Judas) ¡Lo es por su propia voluntad! ¡Por sus pecados me pertenece! En él entraré para poseerlo; para revestirlo de mi poder… Y tus órdenes serán incapaces de arrebatármelo, porque será mío por su voluntad…
En todos los tiempos. En todos los lugares, me hago hijos. Yo, el Autor del Mal. Y como Dios se engendró a sí Mismo, yo también de mí mismo me engendro.
Y en la plenitud de los tiempos, te arrebataré Uno… (El Anticristo) Con el cual te venceré y entonces mi venganza será completa.
Me concibo en el corazón del hombre y este me pare. Pare un nuevo Satanás, que es él mismo. Y me lleno de júbilo… ¡Oh, gozo inmenso por tener tanta descendencia!
Tú y los hombres encontrarán siempre a estos hijos míos, que son otros tantos ‘yo’. ¡Me voy! ¡Oh, Mesías! A tomar posesión de mi nuevo reino, como me lo ordenas y te dejo esta piltrafa humana. Te dejo esto… (Lo dice con infinita aversión)- Una limosna de Satanás para Ti, Dios. Y me tomo ahora miles y miles. Los encontrarás cuando seas un deshecho asqueroso de carne arrojado a los perros…
Y me tomaré en los siglos futuros, miles y millones que serán mis instrumentos y tu tortura. ¿Crees que vencerás con levantar tu señal? Los míos la abatirán y me apoderaré de lo que será lo más precioso para Tí y que habrás levantado con tu Muerte. (La Iglesia) ¡Y entonces yo te venceré!… ¡Ah!… ¡Aaaaaaaag!… ¡No te venzo!… ¡Pero cuánto tormento te doy y te daré, a Tí y a los tuyos!…
Se oye un fragor como de un rayo; pero no se ve nada de luz, ni del retumbar del trueno. Solo un chasquido seco, desgarrador.
El hombre cae como si estuviera muerto. Y un árbol que estaba junto a los apóstoles, cae con su tronco desgajado, como si una sierra fulmínea, lo hubiera derribado. El grupo apostólico apenas si alcanza a separarse a tiempo. Los del poblado huyen despavoridos.
Jesús se inclina sobre el hombre y lo toma de la mano.
Llama a los demás:
– Venid. No tengáis miedo.
La gente está espantada. Pero regresa.
Jesús dice:
– Está curado. Traed unos vestidos.
Un vecino, va a traerlos a la carrera.
El hombre, poco a poco vuelve en sí. Abre los ojos y se encuentra con la mirada de Jesús. Se sienta. Con su mano libre se seca el sudor, la sangre, la baba. Se mira a sí mismo con asombro… ve que está desnudo. Que hay gente. Se avergüenza…
Se encoge y pregunta:
– ¿Qué ha pasado? ¿Quién Eres? ¿Por qué estoy aquí? ¿Desnudo?…
Jesús lo tranquiliza:
– Calma amigo. Ahora te traen vestidos y regresarás a tu casa.
– ¿De dónde he venido? ¿Y Tú, de dónde vienes?
Habla con una voz cansada y débil; como de quien está enfermo.
Jesús contesta:
– Yo vengo del mar de Galilea.
Llegan los vestidos que echan sobre el curado y una pobre vieja llorando, lo estrecha contra su corazón.
– ¡Hijo mío!
– ¡Mamá! ¿Por qué me abandonaste tanto tiempo?
La mujer llora mucho más fuerte. Lo besa, lo acaricia y antes de que pueda contestar.
Jesús le ordena con sus ojos y le inspira unas palabras, más adecuadas al momento:
– Has estado muy enfermo, hijo mío. Alaba a Dios que te curó y a su Mesías, que lo hizo en nombre de Dios.
– ¿Cómo se llama?
– Jesús de Nazareth. Pero su Nombre es Bondad. Bésale las manos, hijo. Y dile que te perdone lo que hiciste y dijiste…
Jesús la interrumpe para impedir palabras imprudentes:
– Claro que habló en medio de su fiebre. No era él el que hablaba. Y por eso no tengo nada que reprocharle. Que ahora sea bueno y que no peque más. Que sea continente.
Jesús hace hincapié en esta palabra.
El hombre baja su cabeza, lleno de vergüenza.
Pero lo que Jesús no dice, lo dicen los demás.
Entre ellos, los incansables fariseos:
– ¡Lo mereciste! Y mereciste encontrarte con Ese, que es el padre de los demonios.
El hombre grita aterrorizado:
– ¿Endemoniado yo?
La anciana grita:
– ¡Malditos! ¡No tenéis compasión, ni respeto! ¡Víboras odiosas! ¡También tú, inútil sinagogo!… ¡Soberano de los demonios es el Santo!
– ¿Y cómo no quieres que tenga dominio sobre ellos, si es su rey y padre…?
– ¡Sacrílegos! ¡Blasfemos! Sois una…
Jesús interviene:
– Silencio mujer. ¡Sé feliz con tu hijo! No injuries. De mi parte, no me preocupo de ello. Id todos en paz. A los buenos llegue mi bendición. –y dice a los apóstoles- Vámonos.
El curado le pregunta:
– ¿Puedo seguirte?
– No. Quédate. Sé un testigo mío. Y sé la alegría de tu madre. Puedes irte.
Entre gritos, aplausos y burlas; Jesús atraviesa la población y luego se encamina a la arboleda, junto al río.
Pedro le pregunta:
– Maestro, ¿Por qué el espíritu inmundo te hizo tanta resistencia?
– Porque era un espíritu completo.
– ¿Qué significa eso?
– Escuchadme: Hay quién se entrega a Satanás abriendo la puerta a un vicio capital. Pero hay quién con dos; quién con tres; quien con siete. Cuando alguien abre su corazón a los siete vicios capitales; entonces entra en él, un espíritu completo. Entra Satanás, el Príncipe Negro.
Bartolomé pregunta:
– Pero ese hombre es joven todavía. ¿Cómo pudo ser presa de Satanás?
– ¡Oh, amigos! ¿Sabéis porqué caminos llega Satanás? son tres en general sus caminos más trillados y uno nunca falla. Tres: los sentidos, el dinero y la soberbia de la inteligencia.
El de los sentidos nunca falla. Es el mensajero de las otras concupiscencias. Pasa sembrando su veneno y todo lo hace ver de color rosa. Por eso os digo: sed dueños de vuestro cuerpo. Que este dominio sea el principio de cualquier otra cosa.
Así como esta esclavitud es el principio de todas las demás: el esclavo de la lujuria se convierte en ladrón, estafador, cruel, homicida; con tal de servir a su deseo. La misma sed de dominio tiene parentesco con la carne. ¿No os parece? Meditadlo y veréis que así es.
Por la carne, Satanás entró en el hombre y es feliz al prolificar, legiones de demonios menores.
Judas dice:
– Tú dijiste que María Magdalena tuvo siete demonios y no cabe duda que eran demonios de lujuria. Y con todo, la liberaste muy fácilmente.
– Sí, Judas. Tienes razón. Pero ella quería liberarse del que la dominaba. QUERIA. La voluntad lo es todo.
Mateo pregunta:
– Maestro, ¿Por qué vemos que muchas mujeres son presa de Satanás y de este demonio en particular?
– Mira Mateo. La mujer no es igual al hombre en su formación y en sus reacciones con respecto a la culpa del principio. El hombre tiene otras metas en lo que desea. Sea bueno completamente o no tanto… La mujer tiene una sola: el amor.
El hombre está formado de otro modo. La mujer es sensible y más, porque ha sido destinada a engendrar. Sabes bien que toda perfección produce un aumento de sensibilidad.
Un oído perfecto, oye lo que se le escapa a otro menos perfecto y goza menos. Dígase lo mismo de la vista, del gusto, del olfato.
La mujer debía ser la dulzura de Dios en la tierra. Debía ser el Amor. La encarnación de este Fuego que mueve a Aquel que Es. La manifestación, la testigo de este amor. Dios la dotó de un espíritu extraordinariamente sensible, para que cuando llegase a ser madre, supiese y pudiese abrir a sus hijos los ojos del corazón, para que viese con amor a Dios y a sus semejantes; para que éstos pudiesen entender y obrar.
Piensa en la orden que Dios se dio a Sí Mismo: “Hagamos a Adán, una compañera…” Dios que es Bondad, quiso hacer una buena compañera a Adán. Quién es bueno, ama.
La compañera de Adán debía ser capaz de amar, para hacer feliz a Adán, en su estadía en el Paraíso. Debía ser tan capaz de amar de tal modo; que debía ser la segunda después de Dios, así como su colaboradora y ayudante en amar al hombre, criatura de Dios. De tal modo que en las horas en que la Divinidad no se manifestase a su criatura; el hombre, al oír la voz de Eva, no se sintiese infeliz por la falta de amor. Satanás conocía esta perfección.
Muchas cosas sabe Satanás. Él es el que habla por los labios de los adivinos; que dice mentiras mezcladas con verdad. Y si dice estas verdades que odia, porque es la Mentira. Lo hace solo para seducirlos con la quimera de que no es la Oscuridad, la que habla. Sino la luz.
Satanás: astuto, tortuoso, cruel. Se ha arrastrado y ha entrado en esta perfección. Y allí ha dado su mordida y dejado su veneno.
La perfección de la mujer en el amar, se ha convertido en instrumento de Satanás para dominar a la mujer y al hombre. Y de esta forma propagar el Mal.
Juan dice:
– ¿Y entonces nuestras madres?
– Juan, ¿Tienes miedo de ellas? No todas las mujeres son instrumentos de Satanás. Perfectas por su sentimiento, son siempre excesivas en el obrar: ángeles si quieren ser de Dios; demonios si quieren ser de Satanás. las mujeres santas y entre ellas tu madre, quieren ser de Dios y son ángeles.
Andrés pregunta:
– Maestro, ¿No te parece injusto el castigo que recibió la mujer? El hombre también pecó.
– ¿Qué vamos a decir del premio? Está escrito que por la mujer volverá el Bien al Mundo y Satanás será vencido. Como primera condición no juzguéis jamás las obras de Dios. Pensad que como el Mal entró por la mujer; es justo que por la mujer entre el Bien en el Mundo.
Hay que borrar la página que escribió Satanás y lo haré por el llanto de una mujer.
Y como Satanás aullará por toda la eternidad. Ved que la voz de una mujer, cantará para siempre su Magnificat, a fin de acallar sus aullidos.
Pedro pregunta:
– ¿Cuándo?
– En verdad os digo que su voz ya bajó del Cielo, donde por la Eternidad cantaba su Aleluya.
– ¿Será más grande que Judith?
– Más noble que cualquier mujer.
– ¿Qué hará?
– Vencerá a Eva en su Triple Pecado: Obediencia absoluta. Pureza absoluta. Humildad absoluta. Con esto se erguirá Reina y Triunfante.
– Pero, ¿No es tu Madre la más grande, porque te engendró?
– Grande es el que hace la Voluntad de Dios. Por esta razón María es grande. Todos sus otros méritos, le vienen de Dios. Por eso es suyo y por eso es Bendita.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA