110.- LA PASCUA DE SANGRE17 min read

Sabea del Carmelo se calla por un momento…

Y para consternación de los escribas, fariseos y saduceos, que insisten ante Jesús para que la exorcice del implacable espíritu profético que los está avasallando… Ella parece haber hecho una pausa, únicamente para continuar con más fuerza           …

Y da un grito que hace estremecer:

–      ¡Horror! La Voz da luz. La luz da vista… ¡Horror! ¡Yo veo!…

Su grito parece un aullido. Se retuerce como si estuviera viendo un horrible espectáculo, que le torturase el corazón y se rehusara a verlo. De la espalda se le cae el manto. Le queda solo la vestidura marfileña, que tiene por fondo el negro tronco.

A la luz del crepúsculo agonizante, su cara adquiere un aspecto trágico e imponente. Su rostro está esculpido por el dolor.

Se retuerce las manos mientras repite llorando:

–          ¡Veo! ¡Veo! Veo los crímenes de este Pueblo mío. Soy impotente para detenerlos. Veo el corazón de mis compatriotas y no lo puedo cambiar. ¡Horror! ¡Horror! Satanás ha abandonado sus lugares y ha venido a vivir a su corazón.

Los escribas ordenan a Jesús:

–                       ¡Hazla callar!

Jesús contesta:

–                       Prometisteis que la dejaríais hablar…

La mujer continúa:

–                       ¡Inclínate a tierra, al lodo! ¡Oh, Israel! ¡Que todavía sabes amar al Señor! Cúbrete de ceniza. Vístete de cilicio. ¡Por ti! ¡Por ellos! ¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Sálvate! Veo a una ciudad que en tumulto, va a cometer un crimen.

¡Oigo! ¡Oigo los gritos de los que con odio invocan su sangre sobre sí! Veo levantar la Víctima en la Pascua de Sangre.

Y que corre esa Sangre. Y que esa Sangre grita, más que la sangre de Abel.

Mientras se abren los cielos, la Tierra se sacude y el sol se oscurece. ¡Esa Sangre no pide venganza, sino piedad por su Pueblo Asesino! ¡Piedad por nosotros!…

¡Jerusalén, conviértete! ¡Esa Sangre…! ¡Esa Sangre…! ¡Un río…! ¡Un río que lava el mundo curándolo de todos los males; borrando toda Culpa!…

¡Pero para nosotros…!

¡Para nosotros de Israel, esa Sangre es Fuego!… Para nosotros es un cincel que escribe sobre los hijos de Jacob, el nombre de los Deicidas y la Maldición de Dios… ¡Jerusalén, ten piedad de ti misma y de nosotros!

Los escribas gritan.

–                       ¡Hazla callar! ¡Te lo ordenamos!

Mientras la mujer solloza cubriéndose la cara.

Jesús dice:

–                       No puedo imponer silencio a la verdad.

Los escribas acosan a Jesús:

–                       Ciertamente es una loca que delira.

–                       ¿Qué Maestro eres si tomas por verdad, las palabras de una demente?

–                       ¿Qué Mesías eres si no sabes hacer callar a una mujer?

–                       ¿Qué Profeta eres si no sabes poner en fuga al demonio? ¡Y otras veces lo has hecho!

–                       Lo ha hecho, sí. Pero ahora no le conviene. Es todo un juego preparado para atemorizar a las turbas.

Jesús responde:

–                       ¿Habría Yo escogido esta hora? ¿Este lugar? ¡Este puñado de hombres!… Cuando podría haberlo hecho en Jericó, cuando me han seguido cinco mil y tal vez más de cinco mil personas. Y me han circundado, ¿Cuando el recinto del Templo ha sido estrecho, para dar cabida a todos los que querían oírme?

¿Puede el demonio decir palabras sabias? ¿Quién de vosotros, con el corazón en la mano, puede afirmar que de los labios de ella ha brotado algún error? ¿No resuenan en sus labios femeninos las terribles palabras de los Profetas? ¿No percibís el alarido de Jeremías y el llanto de Isaías y de los otros profetas?

¿No percibís la Voz de Dios a través de esta mujer?

La Voz que quiere ser oída, para vuestro bien? No me escucháis a Mí. Podéis pensar que hablo en mi favor. Pero ésta que me es desconocida, ¿Qué favor puede esperar de estas palabras? No recogerá más que vuestro desprecio.

Vuestras amenazas; tal vez vuestra venganza. ¡NO! ¡Que no le impongo silencio! Antes bien; para que estos pocos la oigan… Y para que vosotros podáis así enmendaros, le ordeno: ¡Habla! ¡Habla te lo digo, en el Nombre del Señor!…

Es Jesús ahora el que parece majestuoso. Es el Mesías de las horas del Milagro. Con sus grandes ojos magnéticos; en los que una chispa de azul desprendida de la hoguera que está entre ella y Él, hace más brillantes.

La mujer por el contrario, oprimida por el Dolor, causa menor impresión. Sigue con la cabeza inclinada. Con la cara cubierta por sus manos, sobre las que caen sus negros cabellos, que se han soltado y que tanto delante como en la espalda; parecen como un velo de luto sobre su vestido blanco.

Jesús insiste:

–                       ¡Habla, te lo ordeno! Tus palabras de dolor no dejan de tener su fruto. Sabea de la estirpe de Aarón, ¡Habla!…

La mujer obedece:

–                       ¡Oh, Jordán; sagrado río de nuestros padres! Eres un río de paz y conoces muchos dolores. ¡Oh, Jordán que en las negras horas de tempestad, sobre tus crecidas aguas, algunas veces el tierno arbusto en que había un nido; lo arrastras vertiginoso hacia el abismo mortal del mar salado y no tiene piedad del par de pajarillos que sigue con su vuelo piando de dolor, su nido que has destruido!

De igual modo verás, ¡Oh, sagrado Jordán!  Azotado por la Ira Divina.

 

Arrancado de sus casas, de su altar; caminar a la ruina, sumergiéndose en la muerte más espantosa; al Pueblo que no quiso al Mesías. Pueblo mío, ¡Sálvate! ¡Cree en tu Señor! ¡Sigue a tu Mesías! Reconócelo por lo que Es. No es Rey de pueblos y de ejércitos. ¡Es Rey de almas!

De tus almas. De todas las almas. Descendió a reunir a las almas justas. ¡Y volverá a subir para conducirlas al Reino Eterno! ¡Vosotros que todavía podéis amar, estrechaos al Santo! ¡Vosotros a quienes os preocupa el destino de la patria, uníos al Salvador!

¡Que no perezca toda la descendencia de Abraham! ¡Huid de los falsos profetas, de bocas mentirosas y de corazones de rapiña, que tratan de apartaros de la Salvación! Salid de las Tinieblas que se alzan a vuestro alrededor. ¡Escuchad la Voz de Dios!

Los grandes a quienes hoy teméis; son ya polvo en el Decreto de Dios. Uno solo es el Viviente.

Los lugares donde mandan y desde donde oprimen, son ya ruinas. Uno solo perdura.

Jerusalén, ¿Dónde están los orgullosos hijos de Sión de los que te glorías? ¡Míralos! ¡Oprimidos, encadenados caminan hacia el destierro! Por entre los escombros de tus  palacios; entre el hedor de los muertos que degolló la espada, que mató el hambre.

¡El furor de Dios se abate sobre Ti! ¡Oh, Jerusalén que rechazas a tu Mesías! Le golpeas en el Rostro, en el corazón. Toda la hermosura que había en Ti, se ha marchitado. Muerta está para ti toda esperanza. Profanados están el Templo y el altar…

Los escribas gritan:

–                       ¡Hazla callar! ¡Blasfema! Te decimos que la hagas callar…

Sabea:

–                                   … arrancado el Efod. No sirve más…

Sadoc insiste:

–                       ¡Tú eres culpable si no le impones silencio!

Sabea continúa:

–                       …porque no reina más. Hay otro Pontífice Eterno. Es Santo. Dios lo ha enviado como Rey-Sacerdote para siempre. Lo envió quien toma las injurias hechas al Mesías por suyas y las venga. Otro Pontífice; el Verdadero; el Santo, Ungido de Dios.

Y por su Sacrificio, en lugar de aquel en cuya frente la tiara es una deshonra, porque cobija pensamientos criminales…

–                       ¡Cállate, maldita! ¡Cállate o te golpeamos!

Los escribas la maldicen atrozmente, pero ella parece no oír.

El pueblo se arremolina:

–                       Dejadla hablar, vosotros locuaces. Dice la verdad. Así es. No hay más santidad entre vosotros. Uno solo es el Santo y vosotros lo maltratáis.

Los escribas opinan que es mejor callarse.

La mujer continúa con su voz cansada y dolorosa:

–                       Había venido para traernos la Paz y lo combatiste. La salud y te burlaste de Él. El amor y lo odiaste. Milagros y has dicho que eran del demonio. Sus manos curaron tus enfermos y tú se las perforaste. Te trajo la Luz y lo cubriste con salivazos y con suciedades en su Rostro. Te trajo la Vida y le diste la muerte.

¡Llora tu error Israel! Y no impreques al Señor cuando vayas al destierro que no tendrá fin, como en otro tiempo. ¡Oh, Israel!… ¡Recorrerás toda la tierra, como un pueblo vencido y maldito; perseguido por la Voz de Dios y con las mismas palabras que se dijeron a Caín!

 

No podrás reconstruir un nido sólido, sino hasta que reconozcas junto con los otros pueblos, que éste es Jesús, el Mesías, el Señor, el hijo del Señor…

La voz de Sabea se apaga envuelta por el dolor y la fatiga. Parece como si agonizara. Pero aún no ha terminado.

Se reanima a una última orden:

–                     ¡A tierra, Pueblo que todavía sabes amar! ¡Cúbrete de ceniza! ¡Vístete de cilicio! ¡El Furor de Dios está suspendido sobre vosotros, como una nube preñada de granizo y rayos, sobre un campo maldito!

La mujer cae de rodillas con los brazos extendidos hacia Jesús y grita:

–                       ¡Paz, Paz! ¡Oh, Rey de Justicia! ¡Paz!, ¡Oh, Adonaí Grande y Poderoso a quién ni siquiera el Padre resiste! ¡Por tu Nombre! ¡Oh, Jesús Salvador y Mesías Redentor! ¡Rey, Dios tres veces Santo; alcánzanos la Paz!

Y se tira sacudida por los sollozos, con la cara sobre la hierba.

Los escribas rodean a Jesús.

Lo llevan aparte, lejos de los demás y con voz amenazante le dicen:

–                       Lo menos que puedes hacer, es curarla. Porque si en verdad quieres decir que no está poseída por un demonio, no puedes negar que sea una enferma.

Sadoc insinúa:

–                       ¡Mujeres!… y mujeres sacrificadas por el destino. Su vitalidad debe mostrarse por cualquier parte. Y divagan. Y dicen cosas irreales sobre todo a Ti, que eres joven y muy bello…

Jesús increpa:

–                       ¡Cállate, boca de serpiente! Tú mismo no crees en lo que dices.

Jesús lo ha ordenado con tal fuerza, que le corta las palabras en los labios del escriba flaco y narigudo que al principio se había burlado de la mujer como de una falsa profetiza.

El escriba que fue a encontrarlo en el camino y  le hizo la propuesta a Jesús, se dirige al escriba que lo ha insultado:

–                       No ofendamos al Maestro, Sadoc. Lo elegimos por Juez de un caso que no podíamos resolver.

–                       Los demás lo atacan al punto:

–                       ¡Cállate Yoel, llamado Alamot hijo de Abdías! ¡Sólo un mal nacido como tú, puedes decir esas palabras!

El escriba se pone rojo por la ofensa, pero se domina y con dignidad responde:

–                       Si mi nacimiento no puede aceptarse, eso no quita que mi inteligencia sea clara antes bien; el prohibirme muchos placeres, me ha hecho un hombre de sabiduría. Si fuerais santos no me humillaríais. Sino respetaríais al sabio.

Sadoc dice:

–                       ¡Bueno! Hablemos de lo que nos preocupa. Maestro, tienes obligación de curarla. Porque con su delirio espanta a la gente y ofende al sacerdocio, a los fariseos y a nosotros.

Jesús pregunta dulcemente:

–                       Si os hubiera alabado, ¿Me diríais que la curase?

Sadoc replica:

–                       No. Porque haría que la gente nos respetase. Este pueblo de cabrones que nos odia en su corazón y se befa de nosotros cuando puede. – sin percatarse de la trampa.

Jesús pregunta otra vez con dulzura:

–                       ¿Pero no continuaría siendo una enferma? ¿No debería curarla?

Parece un estudiante que preguntase al profesor lo que debe hacer.

Los escribas están tan cegados por la ira, que no comprenden que se están descubriendo…

–                       En tal caso, no. ¡Más bien tendrías que dejarla que delirase!  Hacer todo lo posible para que la gente le creyese profetisa. ¡Honrarla! ¡Señalarla!

–                       ¿Y si no fuesen cosas verdaderas?

–                       ¡Oh, Maestro! Si quita lo que dice contra nosotros, lo demás serviría de mucho para levantar el orgullo de Israel contra el romano. A sujetar el orgullo del pueblo contra nosotros.

Jesús replica secamente:

–                       Pero no se le puede intimar: ‘Habla de este modo’  Ni tampoco, ‘No digas esto…’

–                       ¿Y por qué no?

–                       Porque el que delira habla sin saber lo que dice.

Varios escribas dicen:

–                       ¡Con dinero y alguna que otra amenaza!…

–                       ¡Se podría obtener todo!

–                       También así se comportaban los profetas…

Jesús pregunta perplejo:

–                       No veo claro, en verdad…

Sadoc y Cananías dicen:

–                       ¡Ah! ¡Es porque no sabes leer entre líneas!

–                       Y porque no todo se dejó escrito en papel.

Jesús cambia el tono de su voz y empieza su contraataque:

–                     El espíritu profético no conoce imposición alguna, escriba. Viene de Dios. Y a Dios no se le compra, ni se le atemoriza.

El escriba le replica:

–                       Pero esta no es una profetisa. Ya no es tiempo de profetas.

–                       ¿Ya no es tiempo de profetas? ¿Y por qué no?

–                       Porque no nos lo merecemos. Estamos muy corrompidos.

–                       ¿De veras? ¿Y lo dices tú? ¡Tú que hace unos instantes la juzgabas digna de castigo porque afirmaba lo mismo!

El escriba Sadoc queda desorientado.

Simón otro escriba, viene en su ayuda:

–                       El tiempo de los profetas terminó con Juan.

Nahúm otro fariseo apoya:

–                       Y no hay necesidad de ellos.

Jesús dice:

–                       ¿Cómo es posible?

–                       Porque Tú estás para hablarnos de la Ley y hablarnos de Dios.

–                       También en tiempos de los profetas existía la Ley y la sabiduría hablaba de Dios. Y con todo, los había.

Sadoc interviene:

–                       ¿Pero qué profetizaban? ¡Tú venida!

Nahúm declara:

–                       Ya estás aquí. Ya no sirven para nada.

–                       Una y mil veces me habéis preguntado vosotros, como también los sacerdotes y los fariseos, si Soy Yo el Mesías o no. Y porque lo he afirmado me llamáis blasfemo, loco. Y habéis tomado piedras para arrojármelas, ¿No acaso eres tú Sadoc, a quién llaman el Escriba de Oro? –pregunta Jesús al viejo narigudo.

Sadoc contesta:

–                       ¿Lo soy y qué?

–                       Pues bien. Tú exactamente tú has sido siempre el primero, tanto en Giscala, como en el Templo, en volverte violento contra Mí. Te perdono. Te lo recuerdo sólo porque dijiste que no puedo ser Yo el Mesías. Te recuerdo la apuesta que te hice en Quedes. Dentro de poco verás que se cumple parte de ella.

Cuando la luna brille en el invierno te daré la prueba. La primera. La otra, la tendrás cuando el grano de trigo sacuda sus espigas al soplo de los vientos del Nisán, el año entrante.

A los que dicen que los profetas son inútiles, respondo: ¿Quién es el que va a poner límites al Altísimo?

En verdad, en verdad os digo que mientras exista el hombre habrá profetas. Son las teas en medio de las tinieblas del mundo. Son los hornos entre el hielo del mundo. Son las voces que recuerdan a Dios y sus verdades que el tiempo olvida y el descuido arrastra.

Los profetas traen directamente al hombre la Voz de Dios. Provocando sacudidas de emoción en los olvidadizos, en  los apáticos hijos del hombre. Tendrán otros nombres, pero tendrán igual misión e igual suerte en el dolor humano y en el gozo inimaginable. ¡Ay si no existieran estos espíritus que el mundo odiará, pero a quienes Dios amará sobre manera!

¡Ay si no padeciesen y no perdonasen! ¡Si no amasen y no trabajasen para obedecer al Señor! ¡El mundo perecería en las tinieblas, en el hielo, en un sopor de muerte, en una idiotez; en una ignorancia salvaje y brutal! Por esto Dios seguirá suscitándolos.

¿Quién podrá decir a Dios que no lo haga? ¿Tú Sadoc? O ¿Tú Nahúm? O ¿Tú Elquías? En verdad os digo que ni siquiera los espíritus de Abraham, de Jacob, de Moisés, de Elías y de Eliseo, podrían decir a Dios que no lo hiciera. Y sólo Dios sabe cuan santos fueron y en medio de qué luces eternas se encuentran.

Sadoc exclama:

–                       ¡Entonces no quieres curar a la mujer!

Elquías pregunta:

–                       ¿Ni siquiera condenarla?

Jesús responde:

–                       No.

–                       ¿La consideras cómo profetisa?

–                       Inspirada, sí.

–                       Eres un demonio como ella. Vámonos. No nos conviene perder el tiempo con los demonios.

Y al decir esto, Sadoc da un empujón de cargador a Jesús, haciéndolo a un lado. Está más que furioso.

Muchos lo siguen. Otros se quedan. Entre estos últimos al que llamaron Yoel Alamot.

Jesús señala a los que se van…

Y a los que se quedan,  les pregunta:

–                       ¿Y vosotros no los seguís?

Yoel Alamot contesta:

–                       No, Maestro. Nos vamos porque ya es de noche. Pero queremos decirte que aceptamos tu decisión. Dios puede todo. Es verdad.

El de más edad apoya:

–                       Y puede suscitar almas para nosotros que caemos en muchas culpas, para que nos llamen a la justicia.

Jesús dice:

–                       Dijiste bien. Y esta humildad tuya, es mucho más grande a los ojos de Dios, que tu saber.

–                       Entonces acuérdate de mí cuando estés en tu Reino.

–                       Sí, Jacob.

–                       ¿Cómo sabes mi nombre?

Jesús sonríe sin responder.

 

–                       Maestro, acuérdate también de nosotros.  –dicen otros dos.

Yoel Alamot, añade:

–                       Bendigamos al Señor que nos dio esta hora.

Jesús responde:

–                       ¡Bendigamos al Señor!

Se saludan.  Se separan.

Jesús se reúne con sus apóstoles. Y con ellos va a donde está la mujer que ha regresado a su postura inicial, sentada sobre la raíz del roble.

Sus padres le preguntan con ansias:

–                       ¿Nuestra hija tiene un demonio? Eso dijeron aquellos antes de irse.

Jesús contesta:

–                       No. Estad tranquilos. Amadla porque su destino es muy amargo. Como el de todos sus semejantes… Los verdaderos profetas de Dios…

–                       Añadieron que esa había sido tu opinión…

–                       Mintieron. Yo no miento. Estad tranquilos.

Juan de Éfeso se acerca con Salomón y otros discípulos y dice:

–                       Maestro. Sadoc ha amenazado a éstos. Te lo aviso.

 

–                       ¿A éstos o a ésta?

–                       A éstos y a ella. ¿No es verdad?

El anciano replica:

–                       Sí. Nos dijeron a mí y a mi esposa que si no procuramos hacer callar a nuestra hija, ¡Ay de nosotros! Y a Sabea le dijeron: “Si hablas te denunciaremos al Sanedrín”

Prevemos que días negros se cernirán sobre nosotros. Pero estamos tranquilos por lo que dijiste y aguantaremos lo que nos venga. Pero por ella, ¿Qué podemos hacer Señor?…

Jesús piensa…

Luego dice:

–                       ¿No tenéis parientes que vivan lejos de Betlequi?

–                       No, Maestro.

–                       Os mandaré con la madre de un discípulo mío que sabe lo que es tener un hijo perseguido. Le diréis que se le de hospedaje en mi Nombre. –luego dice a Sabea- escucha: vas a ir a donde te envío. Continúa sirviendo al Señor en justicia y obediencia. Te bendigo mujer. Quédate en paz.

Sabea responde:

–                       Sí, Señor y Dios mío…  ¿Cuándo deba hablar, lo podré hacer?

–                       El espíritu que te ama te guiará según las circunstancias. No tengas miedo de su Amor. Sé humilde, casta, sencilla y sincera. Y Él no te abandonará. Quédate en paz.

La bendice y se va con sus apóstoles…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

 

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