113.- UNA ALIANZA PROTECTORA12 min read

Las primeras vanguardias del ejército miedoso, sacan precavidos las cabezas por portón. Y al ver que no hay nadie, sienten el valor de salir y de llamar a los demás.

Magdalena con Juana, Anastásica y Elisa; van en la primera fila con Jesús y va guiando por calles secundarias a sus huéspedes. Avanzan seguidos por todas las mujeres. Detrás de ellas, los menos valerosos… Luego las romanas; que decididas a no separarse tan pronto de Jesús; por órdenes de Magdalena, van detrás con Sara y Marcela; para que su presencia pase lo más desapercibida posible.

Jonathás va caminando junto a ellas, a quienes habla casi como si fueran criadas de las discípulas más ricas.

Claudia se aprovecha para decirle:

–                       Oye, te voy a pedir un favor. Ve a llamar al discípulo que trajo la noticia. Dile que venga y dile que lo haga de modo que no llame la atención. ¡Ve!

Las vestiduras no son gran cosa. Pero su modo de hablar es imperioso.

Jonathás abre tamaños ojos.

Se acerca más para ver la cara de quién le ha hablado. Pero lo único que ve es el fulgor de unos ojos muy imperiosos. Intuye que no se trata de una criada. Se inclina y obedece.

Alcanza a Judas de Keriot, que va hablando animadamente con Esteban  y con Timoneo… Y le jala del vestido.

Judas dice:

–                       ¿Qué quieres?

Jonathás dice:

–                       Quiero decirte una cosa.

–                       Dila.

–                       No puedo. Ven conmigo. Te necesitan, por lo que parece para una limosna.

La excusa es buena.

Judas deja a sus compañeros y alegre se va con Jonathás.

Está ya en la última fila y éste dice a Claudia:

–                       Oye. He aquí al hombre que deseabas.

–                       Muchas gracias por tu servicio. –Le dice sin levantarse el velo. Y dirigiéndose a Judas-  Haz el favor de escucharme por un momento.

Judas, que oye una voz fina y delicada. Que ve dos ojos brillantes bajo el sutil velo; se imagina que se trata de alguna aventura y sin pestañear, acepta al punto.

El grupo de las romanas se divide. Con Claudia se quedan Plautina y Valeria. Los demás siguen su camino.

Claudia mira a su alrededor y al no ver a nadie, se hace a un lado el velo…

Judas la reconoce y después de un instante de admiración, se inclina y saluda a la romana:

–                       ¡Domina!

Claudia dice:

–                       Así es. Enderézate y escucha. Tú quieres al Nazareno. Te preocupas por su bien. Te felicito. Es un hombre virtuoso, pero sin defensa. Nosotras lo veneramos como a un hombre Grande y Justo. Y algo más Los judíos no lo veneran. Lo odian. Lo sé. Escucha bien lo que te voy a decir, para que te comportes de este modo.

Quiero protegerlo. No como la lujuriosa de hace unos momentos; sino honesta y virtuosamente. Cuando comprendas que hay algún peligro para Él; ven a verme o mándame algún recado. Claudia puede todo sobre Poncio. Alcanzará la protección a favor de ese Justo, ¿Comprendiste?

Judas está boquiabierto, ni en sus más locos sueños hubiera imaginado la escena que está viviendo… ¡Y nada menos que con la esposa del Procónsul!

Judas pregunta admirado:

–                       SÍ, Domina. Que nuestro Dios te proteja. Tan pronto como pueda, vendré personalmente… ¿Pero cómo haré?…

–                       Pregunta siempre por Álbula Domitila. Es una amiga íntima mía. Y nadie se extrañará de que hable con judíos. Pues es la que tiene a cargo mis liberalidades. Pensarán que eres un cliente. ¿Acaso te humilla esto?

–                       No, Domina. Servir al Maestro… Y alcanzar tu protección es una honra.

–                       Os protegeré. Soy mujer, pero soy de los Claudios. Puedo más que todos los grandes de Israel. Porque detrás de mí, está Roma.

La nieta de Augusto le da a Judas unas grandes y pesadas bolsas repletas de monedas de oro y agrega:

–                       Mientras tanto, ten para los pobres del Mesías. Es nuestro óbolo. Quisiera estar esta noche con los discípulos. Consígueme esta honra y yo te protegeré…

En un tipo como Iscariote, las palabras de la patricia hacen un efecto prodigioso. ¡Se eleva hasta el Séptimo Cielo!…

Y asombrado pregunta:

–                       ¿De veras lo ayudarás?

–                       Sí. Merece que su Reino se funde; porque es un Reino de virtud. Bienvenido en contra de las sucias olas que cubren los reinos de hoy en día. Y que me provocan náuseas…  Roma es grande; pero el Rabí es mucho mayor.

Tenemos las águilas como insignias en nuestras banderas y la orgullosa sigla… Pero sobre ellas se posarán los genios y su santo Nombre. Roma será grande sin duda; lo mismo que la tierra cuando pondrán ese Nombre en sus insignias y su Señal. Tanto sobre sus lábaros, sus templos; como sobre sus arcos y sus columnas…

Judas no sabe qué responder. Sueña extático…  Acaricia las pesadas bolsas que le han dado. Lo hace maquinalmente. Con la cabeza dice que sí. Que sí…

Claudia dice:

–                       Bueno. Vamos a alcanzarlos. Somos aliados, ¿No es verdad? Aliados en proteger a tu Maestro, al Rey de los corazones honrados.

Rápida se baja el velo. Y esbelta, casi corriendo alcanza a sus compañeros.

La siguen las demás y Judas que jadea no tanto por la carrera; sino por lo que oyó. Llegan al palacio de Lázaro, cuando los últimos están entrando en él. Entran también ellos y cierran el portón.

Magdalena y Martha guían a los huéspedes a un amplio salón y ordena a los siervos que preparen todo para la cena, con los alimentos que trajeron los criados de Juana.

Judas llama a pedro aparte y le dice algo al oído.

Pedro abre tamaños ojos y se sacude la mano, como si se quemara…

Totalmente pasmado exclama:

–                       ¡Rayos y ciclones; pero qué estás diciendo!

–                       ¡Mira y piensa! ¡No tengas miedo! ¡Ya no estés preocupado!

–                       ¡Demasiado grande! ¡Demasiado! ¿Cómo dijo? ¿Qué nos protege?… ¡Qué Dios la bendiga! Pero, ¿Quién es?…

–                       Aquella. La vestida de color de tórtola del campo. La alta y delgada. Ahora nos está mirando.

Pedro mira a la mujer alta, de cara regular y seria. De ojos dulces pero imperiosos:

–                       ¿Y cómo hiciste para hablar con ella? No tuviste…

–                       ¡Nada!

–                       ¡Y sin embargo no te gustaba acercarte a ellos! Como a mí tampoco. Como a todos…

–                       Es verdad. Pero lo he superado por amor al Maestro. Como también he superado las ganas de romper con los del Templo. ¡Y todo por el Maestro!

Todos vosotros, incluso mi madre pensáis, que soy un doble. No hace mucho; tú mismo me echaste en cara ciertas amistades mías. Pero si no las mantuviese y con gran dolor en el alma, no estaría al tanto de lo que pasa.

No está bien ponerse vendas en los ojos y cera en las orejas, por temor de que el mundo entre en nosotros por ellos. Cuando se tiene algo grande como lo que tenemos nosotros, hay que vigilar con ojos y orejas del todo limpios. Velar por Él, por su bien. Por su Misión… ¡Porque funde este bendito Reino!…

Muchos de los apóstoles y algunos de los discípulos se han acercado y escuchan aprobando con la cabeza. Porque no se puede decir que Judas esté equivocado…

Pedro, que es un hombre humilde, lo reconoce y dice;

–                       ¡Tienes razón! ¡Perdona mis reproches! Vales más que yo. Sabes hacer bien las cosas. ¡Oh! ¡Ve pronto a decirlo al Maestro! A su madre, a la tuya. ¡Estaba tan angustiada!…

Judas dice.

–                       Porque malas lenguas, algo le han dicho… Por ahora no digas nada. Después. Más tarde… ¿Ves? Se sientan a la mesa y el Maestro hace señal de que nos acerquemos…

La cena es ligera. Las mujeres comen en silencio.

Juana y Magdalena están entre las romanas y se pasan palabras secretas, envueltas en una sonrisa. Parecen niñas, jugando en las vacaciones…

Después de la cena, Jesús ordena que pongan las sillas en forma de cuadrado y que se sienten porque quiere hablarles. Se pone en el centro y comienza a hablar…

–                       … Por esto procurad amar en realidad al Dios Verdadero; llevando una vida que se haga digna de que la consigáis, en la futura. ¡Oh! ¡Vosotros que amáis las grandezas! ¿Qué grandeza mayor que la de llegar a ser hijos de Dios? ¡Y por lo tanto ser dioses! Sed santos. ¿Queréis fundar un Reino, también en la Tierra?

Si os comportáis como santos, lo lograréis. Porque la misma autoridad que nos domina, no lo podrá impedir. Pese a sus legiones, porque los persuadiréis como Yo, a que sigan la Doctrina Santa, sin usar la violencia. He persuadido a las mujeres romanas, de que aquí existe la Verdad…

Las romanas al verse descubiertas, exclaman:

–                       ¡Señor!…

–                       Así es. Escuchad y no lo olvidéis. Os digo a todos las leyes de mi Reino….

Jamás os he dicho que sea cosa fácil el ser míos. El pertenecerme quiere decir vivir en la Luz  en la Verdad.Pero también comer el pan de la lucha y de las persecuciones. Ahora seréis más fuertes en el amor y más decididos en la lucha y en las persecuciones.

Tened confianza en Mí. Creed en Mí por lo que soy: Jesús el Salvador…  Ya es de noche. Mañana es la Parasceve. Podéis iros. Purificaos. Meditad. Celebrad una santa Pascua….

¡Mujeres de raza diversa pero de corazón recto, podéis iros! En nombre de los pobres con los que me identifico; os bendigo por el óbolo generoso y os bendigo por vuestra buena voluntad y vuestras buenas intenciones para conmigo, que vine a traer el amor y la paz a la tierra. ¡Podéis iros! Juana y cuantos no tenéis miedo, ¡Podéis iros!

Un ruido de admiración atraviesa la reunión.

Entretanto las romanas, puestas en la bolsa las tablillas enceradas que Flavia escribía; mientras Jesús hablaba. Salen a excepción de Egla; que se queda con Magdalena. Todas a un mismo tiempo se despiden.

Tanta es la sorpresa, que casi todos se quedan como paralizados.

Cuando se oye el ruido del portón que se cierra, sobreviene un rumor:

–                       ¿Quiénes son?

–                       ¿Cómo es posible que estuvieran entre nosotros?

–                       ¿Qué hicieron?

Judas grita:

–                       ¿Cómo sabes Señor, que nos dieron una buena limosna?

Jesús aplaca la confusión con un ademán y responde:

–                       Son Claudia y sus damas. Mientras que las otras mujeres de Israel; temerosas de que sus maridos se enojaran o porque como ellos; no se atreven a seguirme.

Las despreciadas romanas con santas mañas, procuran venir para aprender la Doctrina que si por ahora aceptan desde un punto de vista humano, es algo que las eleva…

Esta jovencita, esclava de raza judía, es la flor que Claudia ofrece a mis ejércitos al devolverla a la libertad y al entregarla a la Fe en Mí… En cuanto a que sepa lo de la limosna… ¡Oh, Judas! Tú menos que nadie debería de preguntar eso. Sabes bien que veo en los corazones.

 

–                       ¿Entonces habrás visto que he dicho la verdad de que había asechanzas y de que las descubrí, al hacer hablar?… ¡A ciertos tipos culpables!

–                       Es así como tú dices.

–                       Dilo más fuerte para que mi madre lo oiga… ¡Madre! Soy un muchacho, ¡Pero no estúpido!… Madre, hagamos las paces… Comprendámonos. Amémonos. Unidos en el servicio a nuestro Jesús.

Judas, humilde y cariñoso; va a abrazar a su madre que dice:

–                       ¡Sí, hijito!… ¡Sí!… ¡Por ti! Por el Señor. Por tu pobre mamacita.

Entretanto la sala se llena de comentarios y muchos concluyen que fue una cosa imprudente haber aceptado a las romanas. Y reprochan la conducta de Jesús.

Judas oye. Deja a su madre y corre en defensa de su Maestro.  Repite la conversación que tuvo con Claudia y termina diciendo:

–                       No es una ayuda despreciable. Aún sin haberla tenido antes, nos hemos visto perseguidos. Dejémosla que haga como quiera. Pero tened presente que es mejor que nadie lo sepa. Pensad que si es peligroso para el Maestro; no menos lo es para nosotros; que seamos amigos de paganos.

El Sanedrín, que en el fondo teme a Jesús por un temor supersticioso, de no levantar la mano contra el ungido de Dios; no tendrá ningún escrúpulo de matarnos como a perros, a nosotros que valemos un comino.

En vez de poner esas caras de escándalo; recordad que hace poco no erais más una parvada de palomas espantadas. Y bendecid al Señor que nos ayuda con medios imprevistos… Ilegales si queréis; pero buenos para fundar el Reino del Mesías.

¡Podremos todo si Roma nos defiende!  ¡Oh! ¡No tengo temor alguno! ¡Hoy ha sido un gran día! Más que por otra cosa, por ésta… ¡Ah! ¡Cuando seas el Jefe! ¡Qué autoridad tan dulce, tan fuerte, tan bendita! ¡Qué paz habrá! ¡Qué Justicia! ¡El Reino Fuerte y Benigno del Mesías! ¡El Mundo que se acerca, poco a poco!…

¡Las Profecías que se cumplen! Multitudes, naciones… ¡El Mundo a tus pies! ¡Oh, Maestro! ¡Maestro mío! Tú Rey, ¡Nosotros tus ministros!… ¡En la tierra Paz! ¡En el Cielo, Gloria!… ¡Jesús de Nazareth! Rey de la estirpe de David. Mesías Salvador. ¡Yo te saludo y te adoro!…

Judas está extasiado… se postra.

Y continúa:

¡En la Tierra! ¡En el Cielo y hasta en los Infiernos, tu Nombre es conocido! Infinito es tu Poder. ¿Qué fuerza puede oponérsete? ¡Oh, Cordero! ¡Oh, León! Sacerdote y Rey Santo, Santo, Santo…

Y se queda inclinado hasta la Tierra, en una sala muda de estupor…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

 

 

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