115.- LA DISCÍPULA IMPERIAL
Jesús está en Bethania, en el jardín de Lázaro. Y se despide de su madre y de las discípulas. La gente que lo buscó en Jerusalén y que no quiere irse sin oírlo, lo busca aquí. Es tanta, que ordena que la junten en el huerto que está entre la casa de Lázaro y de Simón Zelote.
Jesús mira a su Madre que se va y con esa mirada le da seguridad, la consuela, la llena de caricias… A esa Madre que está llena de ansiedad por su Hijo Perseguido.
María se une con los que regresan a Galilea.
Zelote observa:
– Les ha dolido la separación.
Jesús contesta:
– Pero está bien que se hayan ido, Simón.
– ¿Prevés días tristes?
– Por lo menos agitados. Las mujeres no pueden soportar las fatigas como nosotros. Además de que el número de judías y de galileas es igual. Conviene que se separen y por turno estarán conmigo. Y por turno se alegrarán de poder servirme. Lo que será un consuelo.
Entretanto la gente sigue aumentando. Hay de todas las castas y condiciones.
Judas de Keriot está feliz y dice a Jesús:
– ¡Mira! Hay también sacerdotes. Han venido muchos sinedristas y un grupo de herodianos. Y allá están las romanas. Están apartadas. ¿Quieres que las vaya a saludar?
– No. No han venido para que se las conozca. Quieren pasar como anónimas, porque desean oír la Palabra del Rabí. Y por tales debemos tomarlas.
– Como quieras, Maestro. Lo hacía… para recordarle a Claudia su promesa.
– No hay necesidad. Y aunque la hubiera, no debemos convertirnos en limosneros. ¿Me lo crees? Una Fe heroica se forma en medio de las dificultades.
– Era por Ti, Maestro.
– Y por tu perpetua idea de un triunfo humano. Judas, no te formes ilusiones, ni respecto a mi modo futuro de obrar, ni respecto a las promesas que oíste. Tú crees solo en lo que te dices a ti mismo. Pero ninguna cosa podrá cambiar el Pensamiento de Dios, que es el que Yo sea Redentor y Rey de un Reino espiritual.
Judas no replica.
Jesús se va a hablar con quién lo espera… Toma su lugar en medio de los apóstoles, casi a sus pies está Lázaro en su litera.
En primera fila, los Fariseos y los del Templo.
Jesús les pide que dejen pasar tres camillas con enfermos, pero no los cura inmediatamente.
Las romanas están atrás, mezcladas con los campesinos y las discípulas judías.
Jesús empieza a hablar del Reino. Del Padre y de cómo todos los hombres son llamados por Él y como muchos lo rechazan…
– … “Para ellos es inútil que haya venido y lo han convertido en causa de pecado. Porque me persiguen y persiguen a los que me siguen. Está dicho: ‘Muchos vendrán del Oriente y el Occidente. Y se sentarán con Abraham y Jacob en el reino de los Cielos; pero los hijos de este reino serán arrojados a las tinieblas exteriores’
Uno de los sinedristas enemigos grita:
– ¿Los hijos de Dios a las tinieblas? ¡Blasfemas!
Es el primer chisguete de veneno de estas serpientes que por un tiempo habían callado. Pero que no pueden seguir conteniendo la ponzoña que los corroe.
Jesús replica:
– ¡No los hijos de Dios!
– ¡Lo acabas de decir! ‘Los hijos de este reino serán arrojados a las tinieblas exteriores.’
– Y lo repito. Los hijos de este reino. Del reino donde la carne, la sangre, la avaricia, el fraude, la lujuria, el crimen; son los que mandan. Pero esto no es mi Reino. Mi reino es de la Luz. El vuestro es de las Tinieblas. Al de la Luz vendrán de Oriente y de Occidente; del Norte y del Sur; los corazones rectos. Aún aquellos que siendo paganos, idólatras a quienes Israel desprecia.
Y vivirán en una santa comunión con Dios, al haber aceptado su luz en espera de ascender a la Verdadera Jerusalén; no hay lágrimas, ni dolor. Y sobre todo, donde no existe la mentira, la que ahora gobierna al Mundo de las Tinieblas y da de comer a sus hijos de modo que no pueda caber ni una migaja de luz divina. ¡Oh, que vengan los nuevos hijos, al lugar que pertenece a los hijos renegados! ¡Que vengan! ¡Y de cualquier parte que vinieren, Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos!
Elquías el Fariseo grita:
– ¡Has hablado para insultarnos!
Jesús responde:
– Para decir la verdad.
– Tu poder está en la lengua, nueva serpiente; con la que seduces a las multitudes y las descarrías.
– Mi potencia está en el Poder que me viene de ser una sola cosa con mi Padre.
Los sacerdotes aúllan:
– ¡Blasfemo!
– ¡Salvador! -Jesús se vuelve hacia un enfermo y le dice- Tú que estás aquí a mis pies. ¿Cuál es tu mal?
– Desde niño tengo la columna vertebral quebrada. Hace treinta años que estoy así.
– ¡Levántate y camina! Y tú mujer, ¿De qué estás enferma?
– Tengo paralizadas las piernas desde que di a luz a ese muchacho que está con mi marido. –y señala a un joven como de unos dieciséis años.
– También tú levántate y alaba al Señor. ¿Y ese muchacho por qué no camina por sí solo?
Los que están junto a él responden:
– Porque nació tonto, ciego, sordo y mudo. Sólo es un animal que respira.
– En el Nombre de Dios alíviate de tus males. ¡Lo quiero!
Al final de este tercer milagro se vuelve hacia sus enemigos y los interpela:
– ¿Y ahora qué decís?
Los fariseos contestan:
– Son unos milagros de los que se puede dudar.
– ¿Por qué no curas a tu amigo y protector, si todo lo puedes?
– ¡Porque Dios no quiere!
– ¡Ah, ahora si metes a Dios! ¡Una excusa fácil! Si te traemos a dos enfermos ¿Los curarías?
– Si son dignos, sí.
– ¡Espera un momento! -y se van ligeros haciéndose señas.
Varios aconsejan:
– ¡Maestro, ten cuidado! Te quieren poner una trampa.
Jesús hace un gesto como diciendo: ‘Dejadlos que hagan lo que quieran…’ Y se inclina a acariciar a unos niños.
Las mujeres veladas aprovechan la confusión para ponerse atrás, a la espalda de Jesús…
Los del Templo regresan con dos que parecen estar muy enfermos.
Sobre todo uno que gime en su camilla, bajo su manto.
El otro, aparentemente menos grave, es un esqueleto que respira dificultosamente.
– ¡Aquí están nuestros amigos! Cúralos. Realmente están enfermos. ¡Sobretodo éste! -y señalan al que se queja.
Jesús los mira. Luego mira a los judíos… Es una mirada que atraviesa a sus enemigos y se yergue majestuoso.
Abre los brazos y grita:
– ¡Mentirosos! ¡Este no está enfermo! Os lo digo, ¡Descubridlo! O realmente será un cadáver dentro de unos instantes, por el engaño qué queréis hacer a Dios.
El fingido enfermo da un salto gritando:
– ¡No, no! ¡No me castigues! ¡Vosotros malditos, recoged vuestros dineros! –y los arroja a los pies de los fariseos, huyendo lo más rápido que le ayudan sus piernas…
La gente ríe, chifla, aplaude….
El otro enfermo dice:
– ¿Y yo, Señor? A mí me pusieron aquí a la fuerza, desde esta mañana… Yo no sabía que estaba en manos de tus enemigos…
– ¡Tú hijo, mío! ¡Sé sano y sé bendito!… –y le impone sus manos sobre la cabeza.
El hombre se descubre el cuerpo y se busca algo… Luego se pone de pie y grita con todas sus fuerzas:
– ¡Mi pie! ¡Mi pie! ¿Quién Eres que devuelves lo perdido? -y cae a los pies de Jesús.
Luego se levanta y pega un brinco sobre el lecho donde estaba y grita:
– La enfermedad me roía los huesos. El médico me había amputado la pierna, hasta la rodilla. ¡Mirad, mirad las cicatrices! Estaba muriendo… ¡Y ahora! ¡Ahora estoy curado!… ¡Mi pie! ¡Mi pie está bien!… Ya no siento nada de dolor. ¡Estoy sano!… ¡Madre! ¡Madre, mía! Voy a darte la alegre noticia…
La gratitud lo hace volver a brincar y se postra a los pies de Jesús besándoselos y diciendo:
– ¡Tú Eres Dios! ¡Tú Eres Dios, Hijo del Dios Altísimo! Te adoro, Señor mío y Dios mío… -llora de felicidad.
Jesús le acaricia los cabellos y le ordena:
– Puedes irte a donde está tu madre. Y sé bueno. –luego mira a sus enemigos y les grita- ¿Y ahora? ¿Qué os debería hacer? Vosotros que lo habéis visto todo, ¿Qué pensáis?
La multitud grita:
– ¡Que se les lapide por haber ofendido a Dios!
– ¡A la muerte!
– ¡Basta de andar poniendo trampas al Santo!
– ¡Sois unos malditos!
Y se inclinan a tomar piedras.
Jesús dice:
– Esto es lo que piensan. Esta es su respuesta. La mía es diferente: os ordeno que os vayáis. No quiero ensuciarme con castigaros. El Altísimo pensará en ello. Él es mi defensa contra los impíos.
Los culpables en lugar de quedarse callados, pese al temor que sienten a la gente, no vacilan en insultarlo:
– ¡Nosotros somos judíos y poderosos! Nosotros te ordenamos que te largues de aquí.
– Te prohibimos enseñar.
– Te arrojamos fuera. ¡Lárgate!
– Estamos cansados de Ti.
– Tenemos el poder en las manos y lo empleamos.
– Y seguiremos haciendo lo mismo. ¡Maldito!
– Te seguiremos persiguiendo. ¡Usurpador!…
Y continuarían gritando insultos, si la mujer velada. La más alta, no se hubiera adelantado para interponerse entre Jesús y sus enemigos.
Y levantándose el velo, grita:
– ¿Quién es el que se olvida que es esclavo de Roma? – Rápidamente se lo baja y regresa al lugar en donde estaba.
Es Claudia y en su voz resuena todo el poder imperial…
Los fariseos se calman de golpe.
Elquías, a nombre de todos y con un servilismo asqueroso se inclina profundamente ante ella y dice:
– ¡Domina, perdón! Pero Él perturba el viejo espíritu de Israel. Tú que eres poderosa deberías impedirlo. Deberías decirle al justo y noble Procónsul, que lo impida. ¡A él a quién deseamos salud y muchos años de vida!…
La patricia responde orgullosa e imperiosa:
– Eso no nos importa. ¡Basta con que no perturbe el orden de Roma y no lo hace!
Luego se vuelve y dice algo en voz baja a sus compañeras y se aleja hacia un grupo de árboles que hay en el fondo del sendero, detrás del cual desaparece.
Luego todos ven su carro cubierto, que lleva las cortinas cerradas.
Elquías pregunta volviendo al ataque:
– ¿Estás contento de que nos hayan ofendido?
La gente grita. José, Nicodemo, el hijo de Gamaliel y los demás que en el Templo son amigos de Jesús, se separan e intervienen.
Y la disputa se desarrolla entre los amigos y los enemigos de Jesús.
Un escriba dice furioso:
– ¡Basta de ver a las multitudes fascinadas detrás de Él!
– ¡Debemos defendernos! –grita otro.
Varios sacerdotes dicen:
– ¡Somos nosotros los poderosos!
– ¡Sólo nosotros!
– ¡Sólo a nosotros se nos debe escuchar y seguir!
Otro, rojo de ira como un guajolote, ordena:
– ¡Largo de aquí!
Y otro más:
– ¡Jerusalén es nuestra!
José de Arimatea, contesta:
– ¡Sois unos perjuros!
Nicodemo añade:
– ¡Unos ciegos!
El hijo de Gamaliel:
– Las multitudes os abandonan porque lo merecéis.
La gente les grita:
– Sed santos si queréis que se os ame.
– El poder no se conserva abusando de él.
– ¡El poder se apoya en la estima que el pueblo tenga de su gobernante!
Jesús mira al grupo enemigo y dice:
– ¡Silencio! La tiranía, la imposición no pueden cambiar el cariño, la manifestación de gratitud por el bien recibido. Recojo lo que he dado: Amor. Vosotros al perseguirme no hacéis otra cosa que aumentar este amor, que me compensa del que no me tenéis. ¿Con toda vuestra sabiduría no comprendéis que perseguir una doctrina sólo sirve para aumentar su poder…?
Sobre todo si corresponde a la realidad que enseña ¡Oh, Israel! ¡Escucha un vaticinio mío! ¡Cuánto más persigáis al Rabí de Galilea y a sus seguidores; tratando de aplastar con la fuerza su doctrina que es divina; tanto más ayudaréis a que prospere y a que se extienda por el mundo!
Cada gota de sangre de los mártires que hiciereis esperando triunfar. Cada lágrima de los santos que aplastaréis, será semilla de futuros seguidores míos. Seréis vencidos cuando creáis haber triunfado.
Idos. También Yo me voy. Los que me aman que me busquen más allá de los confines de la Judea… Yo los bendigo en el Nombre del Señor.
Se despide de Lázaro y de los demás y sigue su camino…
Semanas después…
Jesús está con los suyos en el vado del Jordán en donde fuera bautizado por Juan el Bautista.
Ya cae el crepúsculo, después de una jornada de trabajo evangelizador poco a poco, los apóstoles se reúnen alrededor de Jesús, a comentar los acontecimientos del día.
El Maestro pregunta:
– ¿Dónde están, Pedro y Judas de Keriot?
Andrés contesta:
– Se fueron a la población cercana. Dijeron que iban de compras.
Simón Zelote dice sonriente:
– Judas está de fiesta, ¡Hizo milagros!
Juan agrega:
– También Andrés. Le curó a un pastor su pierna rota y le regalaron una oveja de recuerdo y en agradecimiento. Se la daremos a Ananías. La leche hace bien a los ancianos…
Llegan Pedro y Judas que dice:
– Mira. No compramos sino lo necesario. Pobre pero limpio. Así como te gusta. ¿Qué hiciste en la mañana, Maestro?
Jesús les cuenta…
Desde que salieron de Jerusalén, Judas se ha portado bien y ha vuelto a ser el joven alegre de los primeros días.
Jesús dice:
– Debo mandar a algunos de vosotros a Bethania, para que digan a las hermanas de Lázaro, que lleven a Egla a casa de Nique. Mucho me lo pidió. Ella que es viuda y sin hijos, la amará mucho y la joven es huérfana. Quisiera también ir Yo. Sería un descanso para el corazón amargado…
En la casa de Lázaro el corazón del Mesías sólo encuentra amor. Pero es muy largo el viaje que quiero hacer antes de Pentecostés.
Judas dice entusiasta:
– Mándame, Señor. Y conmigo alguien de buenas piernas. Iremos a Bethania y luego a Keriot. Y allí nos encontraremos.
Los demás, que no quieren separarse del Maestro, no muestran el menor deseo.
Jesús piensa, mira a Judas y está dudoso de asentir.
Judas insiste:
– Sí, Maestro. Di que sí. Dame ese gusto.
Jesús suspira y dice:
– Eres el menos apto de todos para ir a Jerusalén.
– ¿Por qué Señor? ¡La conozco mejor que cualquier otro!
– ¡Precisamente por eso!… No solo la conoces, sino que penetra en ti mejor que en cualquier otro.
– Maestro, te doy mi palabra de que no me detendré en Jerusalén y no veré a nadie de Israel por mi voluntad… Pero déjame ir. Te esperaré en Keriot y…
– ¿Pero no vas a hacer presión para que me tributen honores humanos?
– No, Maestro. Te lo prometo.
Jesús vuelve a pensar…
Judas pregunta:
– ¿Por qué titubeas tanto, Maestro? ¿Desconfías tanto de mí?…
– Eres un débil, Judas. Y cómo te alejas de la Fuerza, caes. ¡Desde hace varios días eres tan bueno! ¿Por qué quieres buscar la intranquilidad y causarme dolor?
– No, Maestro. No es esto lo que quiero. ¡Llegará el día en que estaré sin Ti! ¿Y entonces? ¿Cómo podré comportarme si no estoy preparado?
Varios dicen:
– Judas tiene razón.
Jesús dice:
– Está bien. Vete con mi hermano Santiago.
Los otros respiran aliviados.
Santiago lo siente en el alma, pero dócilmente dice:
– Sí Señor. Bendícenos para partir.
Simón Zelote siente compasión por él e interviene:
– Maestro, los padres con gusto sustituyen a sus hijos por darles gusto. A éste lo tomé por hijo mío, junto con Judas Tadeo. Ya pasó el tiempo, pero mi decisión es la misma. Acepta mi petición… Mándame con Judas de Simón. Soy viejo; pero resisto como un joven y Judas no tendrá que lamentarse de mí.
Santiago de Alfeo protesta:
– No. No es justo que te sacrifiques apartándote por mí, del Maestro. Yo sé que te duele no ir con él…
Zelote concluye:
– El dolor se mitiga con el placer de dejarte con el Maestro. Me contarás luego lo que os pasó y lo que hicisteis… Por otra parte, voy gustoso a Bethania.
Jesús acepta:
– Está bien. Iréis los dos. Antes de que os vayáis… Ven Judas… Tengo algo que decirte.
Los demás comprenden que debe ser algo importante y se concentran en encargos para Zelote.
Mientras Jesús y Judas se retiran hasta un árbol cercano.
Jesús le toma las manos y le habla muy de cerca. Parece como si quisiera infundirle su propio pensamiento.
Mirándolo a los ojos, le dice:
– Judas… ¡No te hagas el mal! ¡No te hagas el mal, Judas mío! ¿No es verdad que desde hace días te sientes tranquilo y feliz? ¿Libre del pólipo de ti mismo que es peor que ese otro ‘pensamiento’ humano; que es un fácil señuelo de Satanás y del Mundo? ¿Verdad que te sientes así?…
Judas afirma con un movimiento de cabeza y el Maestro prosigue:
– Pues bien. Conserva esta paz, tu bienestar. No te hagas daño, Judas. Lo estoy leyendo en ti. ¡Eres tan bueno en este momento!… ¡Oh, si pudiese a costa de toda mi sangre, mantenerte así! Destruir hasta el último baluarte en que se anida un gran enemigo tuyo. ¡Hacer de todo tu ser un espíritu! ¡Espíritu en la inteligencia! ¡Espíritu en el amor! ¡Espíritu nada más!
Judas, que está enfrente de Jesús y cuyas manos están sujetas por las del Maestro, queda como atolondrado.
Con voz entrecortada pregunta.
– ¿Dañarme? ¿Último baluarte? ¿Cuál es…?
– ¿Qué cuál? ¡Tú lo conoces y sabes que te hace mal! Cultivar pensamientos de grandeza humana y amistades que supones que te serán útiles, para conseguir esta grandeza. Israel no te ama. Créemelo. Te odia como me odia a Mí. Y odia a quién no tiene la apariencia de un probable vencedor.
Y exactamente como tú no ocultas tu pensamiento de querer serlo, te odia. No creas sus palabras mentirosas; ni sus falsas preguntas hechas con la excusa de interesarse en tus cosas, para ayudarte. Te rodean para hacerte mal, para saber y luego causarte daño.
No te lo pido por Mí; sino solo por ti. Yo, sea lo que fuere según ellos, seré siempre el Señor… Podrán atormentar mi Cuerpo, Matarlo. Pero no más… ¡Pero tú!… ¡Pero tú!… ¡Oh, Judas! ¡A ti te matarán el alma!…
¡Huye de la Tentación, amigo mío! Prométeme que huirás de ella. Regala a tu pobre Maestro Perseguido, preocupado; esta promesa que le dará la paz.
Jesús tiene a Judas entre sus brazos y le habla casi al oído…
– Yo sé que debo padecer y morir. Sé que mi corona será la de un mártir. Sé que mi púrpura será la de mi propia Sangre. Por esto vine, porque por medio de este martirio, redimiré a la Humanidad…
Y amor sin límites es lo que me empuja desde hace tiempo a ello. Pero no quisiera que uno de los míos fuese a perderse. Todos los hombres me son caros, porque en ellos está la imagen y semejanza de mi Padre: el alma inmortal que Él creó.
Pero vosotros, amados y muy amados; sangre de mi sangre; pupila de mis ojos… No. No. ¡Perdidos, no! ¡No habrá tormento igual que el de un elegido mío se pierda!
Aun cuando Satanás me clavase sus uñas infernales de azufre y me mordiese y me estrujase en ellas; él, el Pecado, el Horror, el Asco, ¡No habrá tormento igual al mío!…
¡Judas! ¡Judas! ¡Judas mío!… ¿Quieres que pida al Padre padecer tres veces mi horrenda Pasión y que de las tres, dos sean solo por salvarte a Ti? Dímelo amigo y lo haré.
¡Pediré que se multipliquen hasta lo indecible mis sufrimientos por ello! Te amo, Judas. Mucho es lo que te amo. Quisiera… quisiera darme Yo Mismo a ti. Convertirte en Mí, para que tú mismo luches porque te salves…
Judas contesta:
– No llores, Maestro. No digas esas palabras. También yo te amo. Me entregaría yo mismo para verte respetado, fuerte, temido, vencedor. Tal vez no te amo perfectamente. Tal vez no pienso como se debe. Tal vez abuse. Pero todo lo que soy lo empleo por el ansia de verte amado. Te juro…
Por Yeové te juro, que no iré a ver a ningún escriba, ni fariseo, ni saduceo, ni sacerdotes. Dirán que estoy loco, pero no importa. Me basta con que no estés preocupado por mí. ¿Estás contento ahora? Dame un beso, Maestro. Que sea tu bendición y me sirva de protección.
Se besan mutuamente en la mejilla.
Jesús está muy triste. Suelta sus brazos en un gesto de derrota. Respira profundo… se rehace pronto y aparenta ser el mismo cuando regresan ante los demás. Bendice a los dos que se van…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
114.- UN CRIMEN EN LA PASCUA
Al día siguiente…
En el amanecer de un hermoso día. Jesús está solo en la terraza del palacio de Lázaro. Mira el Gólgota…
Su mirada, llena de valor varonil, está llena de reflexión. No muestra miedo. Es la mirada de un héroe que contempla el campo de su última batalla. Luego se voltea a contemplar las colinas que dan al sur de la ciudad y murmura:
– ¡La casa de Caifás!
Y con la mirada parece seguir todo un itinerario desde allí, hasta Getsemaní y luego al Templo. Sigue más allá de las murallas de la ciudad, en dirección al Calvario…
El sol que ya se levanta en el horizonte, ilumina con sus rayos toda la ciudad.
En el portón de palacio se oyen fuertes golpes. Leví abre y escucha el Nombre de Jesús, que repiten tanto hombres como mujeres.
Se apresura a bajar diciendo:
– Aquí estoy. ¿Qué se os ofrece?
Hay una confusión. Hablan al mismo tiempo los apóstoles y los discípulos, entre los que viene Jonás; el que cuida el Getsemaní.
Y no se comprende nada.
Jesús ordena que no hablen. Se acerca y pregunta:
– ¿Qué pasa?
Pedro aclara el asunto:
– Llegó Jonás. Fueron muchos a buscarte al Getsemaní. ¿Qué hacemos? ¡Tenemos que celebrar la Pascua!
Jonás, el custodio del Getsemaní está espantadísimo y dice:
– Así es. Hasta me maltrataron porque dije que no estabas y no sabía cuándo regresarías. ¡No me vayas a hacer algún mal, Maestro! Tú sabes que siempre te he recibido con cariño y esta noche padecí por Ti… pero… pero…
Jesús dice con dulzura:
– ¡No tengáis miedo! De hoy en adelante no correrás ningún peligro por Mí. No me hospedaré más en tu casa. Me limitaré a pasar sólo cuando vaya a orar… Eso no puedes impedírmelo…
Pero Magdalena, con su fuerte y melodiosa voz, grita:
– ¿Desde cuándo tú Jonás, te has olvidado de que eres un criado y que solo por condescendencia nuestra, permitimos que te creas el dueño del olivar? Sólo nosotros podemos decir al Rabí: “No vengas más porque puedes hacer daño a nuestras posesiones”… Pero no lo decimos. Somos amigos del Amor. ¡Déjalos que vayan! ¡Que destruyan! ¿Qué importa? Basta con que nos ame y no le pase nada a Él.
Jonás se ve preso entre el miedo a los enemigos y el que tiene a su excitada patrona. Dice en voz baja:
– ¿Y si a mi hijo le hacen algún daño?
Jesús lo consuela:
– No tengas miedo. Te lo aseguro. No me hospedaré más. ¡No, Magdalena! ¡Es mejor así! ¡Déjame! ¡Te agradezco tu generosidad!… Todavía no es mi Hora… ¿Fueron los Fariseos, verdad?
– Y sinedristas, herodianos y saduceos… Y soldados de Herodes. No puedo sacudirme el terror que traigo… He venido corriendo a avisarte.
Jesús dice sonriendo con bondad:
– Regresa tranquilo a tu casa. Mandaré a recoger las alforjas.
Jonás se inclina ante Magdalena y ésta le dice:
– Diré a Lázaro que para el banquete de la Fiesta… Vaya a buscar buenos y gordos pollos a Getsemaní.
– Ni siquiera tenemos un gallinero, patrona.
– ¡Tú, Marcos y María, son tres magníficos capones!
Todos se ríen por la salida irónica y significativa de Magdalena que está enojada, al ver el miedo en sus trabajadores.
Jesús dice:
– ¡No te intranquilices! ¡Paz! ¡Paz! No todos tienen tu corazón intrépido.
Juan dice:
– ¡Ay, no! ¡Y es una desgracia!
Judas dice en voz baja:
– Veremos si cuando se acerquen los guardias del Templo y sigue siendo tan valiente…
Hay un murmullo entre los hombres…
Magdalena lo oye y responde:
– ¡Claro que lo veremos! ¡Nada me hará retroceder con tal de que pueda servir a mi Maestro! Sí, servirlo. ¡Se sirve en las horas de peligro, hermanos! En las otras… ¡Oh! ¡En las otras, eso no es servir!… ¡Es gozar!… ¡Y al Mesías no se le sigue para gozar!
Los hombres sienten la puya y bajan la cabeza.
Magdalena se acerca a Jesús:
– ¿Qué quieres que se haga, Maestro? Es la Parasceve. ¿Dónde celebras la Pascua? Ordena… Y si he encontrado gracia ante tus ojos; permite que te ofrezca esta casa y mandaremos traer a nuestro hermano…
– Gracia has encontrado ante los ojos del Padre y ante su Hijo… Acepto. Pero déjame que como buen israelita, vaya al Templo a sacrificar el cordero…
Varios preguntan:
– ¿Y si te apresan?
– No lo harán. Osan hacerlo en la noche. En la oscuridad como los rufianes. Pero no en medio de las turbas que me veneran. ¡No me hagáis aparecer como un cobarde!
Judas grita:
– ¡Y además, ahora está Claudia! ¡El Rey y el Reino ya no están en peligro!…
Jesús le dice:
– ¡Judas, por favor no hagas que se derrumbe en ti! ¡No los pongas en peligro, dentro de ti! Mi Reino no es de este mundo. No soy un rey como los que tienen sus tronos en la tierra.
Mi Reino es del espíritu. Si lo envileces al compararlo con un reino humano, lo pones en peligro y lo haces que se derrumbe en ti.
– Pero Claudia…
– Claudia es una pagana. Aún ignora muchas cosas del espíritu. Ya es mucho si intuye y apoya a quién toma como un Sabio… Muchos en Israel, ni siquiera por eso me toman… ¡Pero tú no eres un pagano, amigo mío!… Tu providencial encuentro con ella, procura que no se te convierta en daño. Así como también procura que los dones de Dios que se te dan; sirvan para robustecer tu Fe y tu voluntad de servir al Señor. Y no se conviertan en ruina espiritual.
– ¿Y cómo puede suceder eso?
– Fácilmente. No solo en ti… Si se concede un don a cualquier hombre para ayudar su debilidad y en lugar de servirle para querer los bienes sobrenaturales o sencillamente los morales, lo hace que se apegue más a los apetitos humanos y lo separa del camino recto; entonces el don es un mal.
La venida de Claudia debe hacerte considerar lo siguiente: si una pagana ha visto la grandeza de mi Doctrina y la necesidad de que triunfe; tú y todos los discípulos con mayor fuerza, debéis sentir todo esto. Y por lo tanto entregaros a ello de corazón. Pero siempre en el sentido espiritual. ¡Siempre!…
Vámonos al Templo a demostrar que quien está cierto de Obedecer al Altísimo; no tiene miedo y no es un cobarde. Vamos. A quien se quede le dejo mi paz….
Jesús baja el último tramo de la escalinata. Atraviesa el vestíbulo y sale con sus discípulos a la calle repleta de gente.
Cuando llega al recinto del Templo y entra en él, desde los primeros pasos que da, fácil es comprender la mala voluntad que se le tiene. Ojeadas. Órdenes a los guardias, para que vigilen al ‘Perturbador’. Órdenes dadas en voz alta para que todos las oigan. Palabras de desprecio y hasta empujones intencionales a los discípulos.
Los brillantes fariseos, escribas y doctores están llenos de Odio y lo manifiestan de una manera brutal.
Jesús pasa sereno como si nadie lo mirase. Es el primero en saludar, apenas descubre a quién está revestido de alguna dignidad sagrada o es superior a Él en la jerarquía hebrea.
Si no se le responde, no por eso se conturba. Su rostro se ilumina cuando lo aparta de uno de estos soberbios y la dirige hacia los humildes. Muchos de ellos fueron huéspedes del banquete del día anterior y gracias al óbolo recibido, pueden ahora celebrar una Pascua, como tal vez no la habían celebrado en la Gran Fiesta de los Ácimos.
El pueblo lo mira con amor y admiración.
El rumor de lo sucedido el día anterior es como una ola que va cubriéndolo todo:
– ¡Pensadlo! Ayer nos reunió. Nos dio de comer. Nos vistió, nos curó y muchos han encontrado trabajo y ayuda con los discípulos ricos. En verdad que todo nos ha venido como una gran bendición por su causa. ¡Qué Dios lo salve siempre!
Un escriba, rechinando los dientes de rabia, dice a otro:
– ¡Apuesto a que compra de este modo a la plebe, Él sedicioso que es; para echárnosla encima!
Un fariseo contesta señalando a Jesús a quien sigue el pueblo:
– ¡Dices bien! Pero si moviéramos un solo dedo, nos harían pedazos.
Y de esta manera, se tragan su rabia y su impotencia, para destruir al que se ha convertido en su mortal enemigo.
Por la noche, la cena se desarrolla según el rito…
Jesús está feliz, en medio de sus discípulos fieles. Una vez que han bebido el último cáliz. Cantado el último Salmo; todos se reúnen a su alrededor adorándole y disfrutando de su Presencia en este día sagrado.
De pronto se oyen golpes en el portón, la alarma brota entre los presentes:
– ¿Quién es?
– ¿Quién puede ser en la noche de Pascua?
– ¿Soldados? ¿Fariseos? ¿Herodianos?
Mientras aumenta la excitación aparece Leví, el custodio del palacio:
– Perdona, Rabí. Hay allí un hombre que quiere verte. Está en la puerta. Parece que está muy afligido.
Pedro grita:
– ¡Vamos que esta noche no es noche para hacer milagros! Que regrese mañana.
Jesús replica:
– ¡No! Cualquier noche es noche para hacer milagros y para mostrar misericordia…
Jesús que se pone de pie y va hacia el portón, acompañado de Leví.
En el atrio semioscuro se ve un hombre anciano presa de la agitación.
Jesús se le acerca.
El hombre le dice:
– Espera, Maestro. Tal vez he tocado a un muerto y no quiero contaminarte. Soy pariente de Samuel el prometido de Analía. Estábamos cenando. Samuel bebía y bebía… Como no debe hacerse. Hace tiempo que parece estar un poco fuera de sí. ¡El remordimiento, Señor! Medio ebrio, decía: ‘De este modo no me acuerdo de haberle dicho que lo odio. ¡Porque sabedlo vosotros! ¡Yo he maldecido al Rabí! ¡Mi iniquidad es demasiado grande, no merezco perdón! Tengo que beber para no recordar.
Porque está dicho que quien maldice a su Dios, será reo de pecado y de su muerte.’ De este modo deliraba cuando entró en la casa un pariente de la madre de Analía, para preguntarle porqué la repudió.
Él ha mentido diciendo que Analía lo abandonó para convertirse en tu discípula. Y no admite que la verdadera razón es que se comprometió, con una rica heredera.
Semiebrio, Samuel le contestó con malas palabras. El otro lo amenazó con llevarlo ante el magistrado por el daño que causa a la honra de la familia. Samuel le dio unas bofetadas. Fue él quien empezó. Se liaron a golpes… Yo ya estoy viejo igual que mi hermana y mis criados. ¿Qué podíamos hacer nosotros cuatro y las dos hermanas pequeñas de Samuel?
Gritamos y tratamos de separarlos, pero Samuel tomó el hacha con que partimos la leña y le pegó con ella en la cabeza. No se la abrió porque le pegó con la parte posterior, no con el filo. El otro vaciló y cayó por el suelo… No gritamos más, para no atraer a la gente… Nos encerramos aterrorizados en la casa…
Está muriendo. Yo me vine corriendo a llamarte. Sus familiares lo buscarán y van a encontrarlo muerto en nuestra casa… Y Samuel, según la Ley, debe morir…
Señor, ya estamos deshonrados… ¡Pero que esto no suceda! ¡Ten piedad de mi hermana, Señor! él te maldijo… Pero su madre te ama. ¿Qué debemos hacer?
– Espérame un momento. Voy contigo.
Jesús regresa a la sala y dice:
– Judas de Keriot, ven conmigo.
Judas se levanta inmediatamente y pregunta:
– ¿A dónde, Señor?
– Lo sabrás. Todos vosotros quedaos en paz. Pronto regresaremos.
Salen de la casa y van por las calles solitarias y oscuras. Pronto llegan.
Judas pregunta perplejo:
– ¿La casa de Samuel? ¿Por qué?…
– Silencio, Judas. Te traje conmigo porque tengo confianza en tu buen juicio.
Entran y suben a la habitación a donde llevaron al herido.
Judas exclama:
– ¡Un muerto, Maestro! ¡Nos contaminamos!
Jesús responde:
– No está muerto. ¿Ves que está respirando y oyes que agoniza? Ahora lo voy a sanar.
– ¡Sí le han pegado en la cabeza! ¡Aquí se ha cometido un crimen! ¿Quién fue? ¡Y en el día de la Pascua! -Judas está espantadísimo.
– Él fue. –dice Jesús señalando a Samuel que se ha arrinconado en un ángulo, lleno de espanto.
Temblando de terror, con la extremidad de su manto sobre la cabeza, para no ver y para que no lo vean. Fuera de su madre, todos lo miran aterrorizados; pues sobre él pesa la férrea sentencia de muerte de la Ley de Israel.
Jesús continúa:
– ¿Ves a que conduce un primer pecado? A esto, Judas. Comenzó por ser perjuro con Analía, luego con Dios. Luego calumnió, mintió, blasfemó, se embriagó y ahora es un homicida. De este modo se convierte el hombre en posesión de Satanás. Tenlo presente, Judas… No lo olvides.
Los gestos de Jesús son terribles al señalar a Samuel.
Luego mira a su madre que trata de levantarse a duras penas; sacudida por un temblor, como si también ella estuviera próxima a morir.
Y con una tristeza desgarradora dice:
– De este modo Judas, mueren las madres, sin otra arma que la del crimen del hijo. ¡Pobres madres!… Me causan compasión. Tengo piedad de ellas, Yo el Hijo que no verá a alguien que se compadezca de su Madre…
Jesús llora.
Judas lo mira estupefacto, sin saber qué decir.
Jesús se inclina sobre el herido, le pone su mano sobre la cabeza. Ora.
El herido abre los ojos, parece como si estuviera ebrio. Mira sorprendido… Vuelve completamente en sí. Se sienta, apoyando los puños contra el suelo.
Mira a Jesús, pregunta:
– ¿Quién eres?
– Jesús de Nazareth.
– ¡El Santo! ¿Por qué estás junto a mí? ¿Dónde estoy? ¿Dónde está mi hermana y su hija? ¿Qué pasó? –trata de recordar.
– Oye. Tú me llamas Santo. ¿Crees que lo sea?
– Sí, Señor. Eres el Mesías del Señor.
– ¿Mi Palabra es sagrada para ti?
– Sí.
Jesús se pone de pie. Su gesto es imperioso:
– Entonces… -Jesús se pone de pie. Su gesto es imperioso- Entonces Yo como Maestro y Mesías, te ordeno que perdones. Viniste aquí y se te ofendió.
El hombre recuerda:
– ¡Ah, Samuel! ¡Sí!… ¡Lo denun…! -dice incorporándose.
– ¡No! ¡Perdona en Nombre de Dios! Por esto te he curado. Quieres mucho a la madre de Analía, porque sufre mucho. La de Samuel sufrirá mucho más. Perdona.
El hombre vacila un poco. Mira con rencor al que lo hirió. Mira a su madre angustiada. Mira a Jesús… No sabe que decidir…
Jesús abre sus brazos, lo atrae sobre su pecho diciéndole:
– Perdona por el amor que me tienes.
El hombre se pone a llorar.
¡Estar entre los brazos del Mesías, sentir su aliento sobre sus cabellos y un beso donde antes había sido herido!… llora…llora…
Jesús pregunta:
– Es verdad, ¿O no? ¿Perdonas por el amor que me tienes? ¡Oh, Bienaventurados los misericordiosos! ¡Llora! ¡Llora sobre mi pecho! ¡Destruye con tus lágrimas cualquier rencor! Para que así se haga nuevo, puro, tu corazón. Bueno y compasivo como debe serlo un hijo de Dios…
El hombre levanta su cara y entre lágrimas dice:
– ¡Sí! ¡El amarte es algo muy dulce! ¡Tiene razón Analía! ¡Ahora la comprendo!… –se vuelve a la madre- Mujer, no llores más. Lo que pasó, pasó. Nadie sabrá nada por mi boca. Quédate con tu hijo y ojala que pueda hacerte feliz. Hasta pronto. Me voy a mi casa. –y trata de irse.
Jesús le dice:
– Me voy contigo. ¡Adiós madre! ¡Adiós, Abraham! ¡Adiós muchachos!
Ni una palabra a Samuel, que a su vez tampoco sabe decir nada.
Su madre le quita el manto de la cabeza. Y presa de emoción por lo pasado, le grita:
– ¡Da las gracias a tu Salvador, corazón de piedra! ¡Dale las gracias, hombre desvergonzado!
Jesús dice:
– Déjalo mujer. Sus palabras no tendrían ningún sabor. El vino lo ha entorpecido y su corazón está cerrado. Ruega por él. ¡Adiós!
Desciende y se junta en la calle con Judas y con el otro hombre.
Despide al viejo Abraham que quiere besarle las manos y bajo los primeros rayos de la luna, regresa a casa.
– ¿Vives lejos?
– A los pies del Monte Moria.
– Entonces tenemos que separarnos.
– ¡Señor, me has conservado la vida y así puedo vivir con mis hijos y con mi esposa! ¿Qué cosa debo hacer por ti?
– Ser bueno. Perdona y no digas nada. Nunca, ni por cualquier razón. ¿Me lo prometes?
– ¡Lo juro por el Sagrado Templo! Aunque me duele que no podré decir que me has salvado la vida.
– Sé un hombre justo y te salvaré el alma. Esto sí que lo podrás decir. ¡Adiós! ¡La paz sea contigo!
El hombre se arrodilla, saluda y se separan.
Cuando se quedan a solas, Judas exclama:
– ¡Qué cosas! ¡Qué cosas!
Jesús contesta:
– ¡Sí! ¡Horribles! ¡Judas, tú tampoco dirás palabra alguna!
– No, Señor. Pero, ¿Por qué quisiste que viniera contigo?
– El hombre se sirve fácilmente de la mentira. No sabe que al obrar así se pone en el sendero del mal. Basta el primer paso. Un paso. Para no poderse librar más. Es un laberinto… Una trampa en descenso…
Quise que meditaras hasta donde puede conducir la mentira, la ambición de dinero, la embriaguez, las prácticas inertes de una religión que no se vive, que no se siente espiritualmente. ¿Para Samuel qué significaba el simbólico banquete? ¡Nada! Una ocasión para embriagarse. Un Sacrilegio. Y en medio de él se convirtió en homicida.
Y en el porvenir muchos serán como él. Y todavía con el sabor del Cordero en su lengua… Y no de un cordero físico, sino del Cordero Divino, irán a cometer crímenes.
¿Por qué? ¿Cómo es posible? ¿No te lo preguntas? Yo Mismo te lo estoy diciendo: porque se habrán preparado para aquella hora. Con muchas acciones cometidas por distracciones al principio; por terquedad después. Tenlo siempre presente, Judas.
– Así lo haré, Maestro. ¿Qué vamos a decir a los demás?
– Que había un hombre muy grave. Es la verdad.
Atraviesan rápidos por una calle y llegan al Palacio de Lázaro…
HERMANO EN CRISTO JESUS: