Jesús está en Bethania, en el jardín de Lázaro. Y se despide de su madre y de las discípulas. La gente que lo buscó en Jerusalén y que no quiere irse sin oírlo, lo busca aquí. Es tanta, que ordena que la junten en el huerto que está entre la casa de Lázaro y de Simón Zelote.
Jesús mira a su Madre que se va y con esa mirada le da seguridad, la consuela, la llena de caricias… A esa Madre que está llena de ansiedad por su Hijo Perseguido.
María se une con los que regresan a Galilea.
Zelote observa:
– Les ha dolido la separación.
Jesús contesta:
– Pero está bien que se hayan ido, Simón.
– ¿Prevés días tristes?
– Por lo menos agitados. Las mujeres no pueden soportar las fatigas como nosotros. Además de que el número de judías y de galileas es igual. Conviene que se separen y por turno estarán conmigo. Y por turno se alegrarán de poder servirme. Lo que será un consuelo.
Entretanto la gente sigue aumentando. Hay de todas las castas y condiciones.
Judas de Keriot está feliz y dice a Jesús:
– ¡Mira! Hay también sacerdotes. Han venido muchos sinedristas y un grupo de herodianos. Y allá están las romanas. Están apartadas. ¿Quieres que las vaya a saludar?
– No. No han venido para que se las conozca. Quieren pasar como anónimas, porque desean oír la Palabra del Rabí. Y por tales debemos tomarlas.
– Como quieras, Maestro. Lo hacía… para recordarle a Claudia su promesa.
– No hay necesidad. Y aunque la hubiera, no debemos convertirnos en limosneros. ¿Me lo crees? Una Fe heroica se forma en medio de las dificultades.
– Era por Ti, Maestro.
– Y por tu perpetua idea de un triunfo humano. Judas, no te formes ilusiones, ni respecto a mi modo futuro de obrar, ni respecto a las promesas que oíste. Tú crees solo en lo que te dices a ti mismo. Pero ninguna cosa podrá cambiar el Pensamiento de Dios, que es el que Yo sea Redentor y Rey de un Reino espiritual.
Judas no replica.
Jesús se va a hablar con quién lo espera… Toma su lugar en medio de los apóstoles, casi a sus pies está Lázaro en su litera.
En primera fila, los Fariseos y los del Templo.
Jesús les pide que dejen pasar tres camillas con enfermos, pero no los cura inmediatamente.
Las romanas están atrás, mezcladas con los campesinos y las discípulas judías.
Jesús empieza a hablar del Reino. Del Padre y de cómo todos los hombres son llamados por Él y como muchos lo rechazan…
– … “Para ellos es inútil que haya venido y lo han convertido en causa de pecado. Porque me persiguen y persiguen a los que me siguen. Está dicho: ‘Muchos vendrán del Oriente y el Occidente. Y se sentarán con Abraham y Jacob en el reino de los Cielos; pero los hijos de este reino serán arrojados a las tinieblas exteriores’
Uno de los sinedristas enemigos grita:
– ¿Los hijos de Dios a las tinieblas? ¡Blasfemas!
Es el primer chisguete de veneno de estas serpientes que por un tiempo habían callado. Pero que no pueden seguir conteniendo la ponzoña que los corroe.
Jesús replica:
– ¡No los hijos de Dios!
– ¡Lo acabas de decir! ‘Los hijos de este reino serán arrojados a las tinieblas exteriores.’
– Y lo repito. Los hijos de este reino. Del reino donde la carne, la sangre, la avaricia, el fraude, la lujuria, el crimen; son los que mandan. Pero esto no es mi Reino. Mi reino es de la Luz. El vuestro es de las Tinieblas. Al de la Luz vendrán de Oriente y de Occidente; del Norte y del Sur; los corazones rectos. Aún aquellos que siendo paganos, idólatras a quienes Israel desprecia.
Y vivirán en una santa comunión con Dios, al haber aceptado su luz en espera de ascender a la Verdadera Jerusalén; no hay lágrimas, ni dolor. Y sobre todo, donde no existe la mentira, la que ahora gobierna al Mundo de las Tinieblas y da de comer a sus hijos de modo que no pueda caber ni una migaja de luz divina. ¡Oh, que vengan los nuevos hijos, al lugar que pertenece a los hijos renegados! ¡Que vengan! ¡Y de cualquier parte que vinieren, Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos!
Elquías el Fariseo grita:
– ¡Has hablado para insultarnos!
Jesús responde:
– Para decir la verdad.
– Tu poder está en la lengua, nueva serpiente; con la que seduces a las multitudes y las descarrías.
– Mi potencia está en el Poder que me viene de ser una sola cosa con mi Padre.
Los sacerdotes aúllan:
– ¡Blasfemo!
– ¡Salvador! -Jesús se vuelve hacia un enfermo y le dice- Tú que estás aquí a mis pies. ¿Cuál es tu mal?
– Desde niño tengo la columna vertebral quebrada. Hace treinta años que estoy así.
– ¡Levántate y camina! Y tú mujer, ¿De qué estás enferma?
– Tengo paralizadas las piernas desde que di a luz a ese muchacho que está con mi marido. –y señala a un joven como de unos dieciséis años.
– También tú levántate y alaba al Señor. ¿Y ese muchacho por qué no camina por sí solo?
Los que están junto a él responden:
– Porque nació tonto, ciego, sordo y mudo. Sólo es un animal que respira.
– En el Nombre de Dios alíviate de tus males. ¡Lo quiero!
Al final de este tercer milagro se vuelve hacia sus enemigos y los interpela:
– ¿Y ahora qué decís?
Los fariseos contestan:
– Son unos milagros de los que se puede dudar.
– ¿Por qué no curas a tu amigo y protector, si todo lo puedes?
– ¡Porque Dios no quiere!
– ¡Ah, ahora si metes a Dios! ¡Una excusa fácil! Si te traemos a dos enfermos ¿Los curarías?
– Si son dignos, sí.
– ¡Espera un momento! -y se van ligeros haciéndose señas.
Varios aconsejan:
– ¡Maestro, ten cuidado! Te quieren poner una trampa.
Jesús hace un gesto como diciendo: ‘Dejadlos que hagan lo que quieran…’ Y se inclina a acariciar a unos niños.
Las mujeres veladas aprovechan la confusión para ponerse atrás, a la espalda de Jesús…
Los del Templo regresan con dos que parecen estar muy enfermos.
Sobre todo uno que gime en su camilla, bajo su manto.
El otro, aparentemente menos grave, es un esqueleto que respira dificultosamente.
– ¡Aquí están nuestros amigos! Cúralos. Realmente están enfermos. ¡Sobretodo éste! -y señalan al que se queja.
Jesús los mira. Luego mira a los judíos… Es una mirada que atraviesa a sus enemigos y se yergue majestuoso.
Abre los brazos y grita:
– ¡Mentirosos! ¡Este no está enfermo! Os lo digo, ¡Descubridlo! O realmente será un cadáver dentro de unos instantes, por el engaño qué queréis hacer a Dios.
El fingido enfermo da un salto gritando:
– ¡No, no! ¡No me castigues! ¡Vosotros malditos, recoged vuestros dineros! –y los arroja a los pies de los fariseos, huyendo lo más rápido que le ayudan sus piernas…
La gente ríe, chifla, aplaude….
El otro enfermo dice:
– ¿Y yo, Señor? A mí me pusieron aquí a la fuerza, desde esta mañana… Yo no sabía que estaba en manos de tus enemigos…
– ¡Tú hijo, mío! ¡Sé sano y sé bendito!… –y le impone sus manos sobre la cabeza.
El hombre se descubre el cuerpo y se busca algo… Luego se pone de pie y grita con todas sus fuerzas:
– ¡Mi pie! ¡Mi pie! ¿Quién Eres que devuelves lo perdido? -y cae a los pies de Jesús.
Luego se levanta y pega un brinco sobre el lecho donde estaba y grita:
– La enfermedad me roía los huesos. El médico me había amputado la pierna, hasta la rodilla. ¡Mirad, mirad las cicatrices! Estaba muriendo… ¡Y ahora! ¡Ahora estoy curado!… ¡Mi pie! ¡Mi pie está bien!… Ya no siento nada de dolor. ¡Estoy sano!… ¡Madre! ¡Madre, mía! Voy a darte la alegre noticia…
La gratitud lo hace volver a brincar y se postra a los pies de Jesús besándoselos y diciendo:
– ¡Tú Eres Dios! ¡Tú Eres Dios, Hijo del Dios Altísimo! Te adoro, Señor mío y Dios mío… -llora de felicidad.
Jesús le acaricia los cabellos y le ordena:
– Puedes irte a donde está tu madre. Y sé bueno. –luego mira a sus enemigos y les grita- ¿Y ahora? ¿Qué os debería hacer? Vosotros que lo habéis visto todo, ¿Qué pensáis?
La multitud grita:
– ¡Que se les lapide por haber ofendido a Dios!
– ¡A la muerte!
– ¡Basta de andar poniendo trampas al Santo!
– ¡Sois unos malditos!
Y se inclinan a tomar piedras.
Jesús dice:
– Esto es lo que piensan. Esta es su respuesta. La mía es diferente: os ordeno que os vayáis. No quiero ensuciarme con castigaros. El Altísimo pensará en ello. Él es mi defensa contra los impíos.
Los culpables en lugar de quedarse callados, pese al temor que sienten a la gente, no vacilan en insultarlo:
– ¡Nosotros somos judíos y poderosos! Nosotros te ordenamos que te largues de aquí.
– Te prohibimos enseñar.
– Te arrojamos fuera. ¡Lárgate!
– Estamos cansados de Ti.
– Tenemos el poder en las manos y lo empleamos.
– Y seguiremos haciendo lo mismo. ¡Maldito!
– Te seguiremos persiguiendo. ¡Usurpador!…
Y continuarían gritando insultos, si la mujer velada. La más alta, no se hubiera adelantado para interponerse entre Jesús y sus enemigos.
Y levantándose el velo, grita:
– ¿Quién es el que se olvida que es esclavo de Roma? – Rápidamente se lo baja y regresa al lugar en donde estaba.
Es Claudia y en su voz resuena todo el poder imperial…
Los fariseos se calman de golpe.
Elquías, a nombre de todos y con un servilismo asqueroso se inclina profundamente ante ella y dice:
– ¡Domina, perdón! Pero Él perturba el viejo espíritu de Israel. Tú que eres poderosa deberías impedirlo. Deberías decirle al justo y noble Procónsul, que lo impida. ¡A él a quién deseamos salud y muchos años de vida!…
La patricia responde orgullosa e imperiosa:
– Eso no nos importa. ¡Basta con que no perturbe el orden de Roma y no lo hace!
Luego se vuelve y dice algo en voz baja a sus compañeras y se aleja hacia un grupo de árboles que hay en el fondo del sendero, detrás del cual desaparece.
Luego todos ven su carro cubierto, que lleva las cortinas cerradas.
Elquías pregunta volviendo al ataque:
– ¿Estás contento de que nos hayan ofendido?
La gente grita. José, Nicodemo, el hijo de Gamaliel y los demás que en el Templo son amigos de Jesús, se separan e intervienen.
Y la disputa se desarrolla entre los amigos y los enemigos de Jesús.
Un escriba dice furioso:
– ¡Basta de ver a las multitudes fascinadas detrás de Él!
– ¡Debemos defendernos! –grita otro.
Varios sacerdotes dicen:
– ¡Somos nosotros los poderosos!
– ¡Sólo nosotros!
– ¡Sólo a nosotros se nos debe escuchar y seguir!
Otro, rojo de ira como un guajolote, ordena:
– ¡Largo de aquí!
Y otro más:
– ¡Jerusalén es nuestra!
José de Arimatea, contesta:
– ¡Sois unos perjuros!
Nicodemo añade:
– ¡Unos ciegos!
El hijo de Gamaliel:
– Las multitudes os abandonan porque lo merecéis.
La gente les grita:
– Sed santos si queréis que se os ame.
– El poder no se conserva abusando de él.
– ¡El poder se apoya en la estima que el pueblo tenga de su gobernante!
Jesús mira al grupo enemigo y dice:
– ¡Silencio! La tiranía, la imposición no pueden cambiar el cariño, la manifestación de gratitud por el bien recibido. Recojo lo que he dado: Amor. Vosotros al perseguirme no hacéis otra cosa que aumentar este amor, que me compensa del que no me tenéis. ¿Con toda vuestra sabiduría no comprendéis que perseguir una doctrina sólo sirve para aumentar su poder…?
Sobre todo si corresponde a la realidad que enseña ¡Oh, Israel! ¡Escucha un vaticinio mío! ¡Cuánto más persigáis al Rabí de Galilea y a sus seguidores; tratando de aplastar con la fuerza su doctrina que es divina; tanto más ayudaréis a que prospere y a que se extienda por el mundo!
Cada gota de sangre de los mártires que hiciereis esperando triunfar. Cada lágrima de los santos que aplastaréis, será semilla de futuros seguidores míos. Seréis vencidos cuando creáis haber triunfado.
Idos. También Yo me voy. Los que me aman que me busquen más allá de los confines de la Judea… Yo los bendigo en el Nombre del Señor.
Se despide de Lázaro y de los demás y sigue su camino…
Semanas después…
Jesús está con los suyos en el vado del Jordán en donde fuera bautizado por Juan el Bautista.
Ya cae el crepúsculo, después de una jornada de trabajo evangelizador poco a poco, los apóstoles se reúnen alrededor de Jesús, a comentar los acontecimientos del día.
El Maestro pregunta:
– ¿Dónde están, Pedro y Judas de Keriot?
Andrés contesta:
– Se fueron a la población cercana. Dijeron que iban de compras.
Simón Zelote dice sonriente:
– Judas está de fiesta, ¡Hizo milagros!
Juan agrega:
– También Andrés. Le curó a un pastor su pierna rota y le regalaron una oveja de recuerdo y en agradecimiento. Se la daremos a Ananías. La leche hace bien a los ancianos…
Llegan Pedro y Judas que dice:
– Mira. No compramos sino lo necesario. Pobre pero limpio. Así como te gusta. ¿Qué hiciste en la mañana, Maestro?
Jesús les cuenta…
Desde que salieron de Jerusalén, Judas se ha portado bien y ha vuelto a ser el joven alegre de los primeros días.
Jesús dice:
– Debo mandar a algunos de vosotros a Bethania, para que digan a las hermanas de Lázaro, que lleven a Egla a casa de Nique. Mucho me lo pidió. Ella que es viuda y sin hijos, la amará mucho y la joven es huérfana. Quisiera también ir Yo. Sería un descanso para el corazón amargado…
En la casa de Lázaro el corazón del Mesías sólo encuentra amor. Pero es muy largo el viaje que quiero hacer antes de Pentecostés.
Judas dice entusiasta:
– Mándame, Señor. Y conmigo alguien de buenas piernas. Iremos a Bethania y luego a Keriot. Y allí nos encontraremos.
Los demás, que no quieren separarse del Maestro, no muestran el menor deseo.
Jesús piensa, mira a Judas y está dudoso de asentir.
Judas insiste:
– Sí, Maestro. Di que sí. Dame ese gusto.
Jesús suspira y dice:
– Eres el menos apto de todos para ir a Jerusalén.
– ¿Por qué Señor? ¡La conozco mejor que cualquier otro!
– ¡Precisamente por eso!… No solo la conoces, sino que penetra en ti mejor que en cualquier otro.
– Maestro, te doy mi palabra de que no me detendré en Jerusalén y no veré a nadie de Israel por mi voluntad… Pero déjame ir. Te esperaré en Keriot y…
– ¿Pero no vas a hacer presión para que me tributen honores humanos?
– No, Maestro. Te lo prometo.
Jesús vuelve a pensar…
Judas pregunta:
– ¿Por qué titubeas tanto, Maestro? ¿Desconfías tanto de mí?…
– Eres un débil, Judas. Y cómo te alejas de la Fuerza, caes. ¡Desde hace varios días eres tan bueno! ¿Por qué quieres buscar la intranquilidad y causarme dolor?
– No, Maestro. No es esto lo que quiero. ¡Llegará el día en que estaré sin Ti! ¿Y entonces? ¿Cómo podré comportarme si no estoy preparado?
Varios dicen:
– Judas tiene razón.
Jesús dice:
– Está bien. Vete con mi hermano Santiago.
Los otros respiran aliviados.
Santiago lo siente en el alma, pero dócilmente dice:
– Sí Señor. Bendícenos para partir.
Simón Zelote siente compasión por él e interviene:
– Maestro, los padres con gusto sustituyen a sus hijos por darles gusto. A éste lo tomé por hijo mío, junto con Judas Tadeo. Ya pasó el tiempo, pero mi decisión es la misma. Acepta mi petición… Mándame con Judas de Simón. Soy viejo; pero resisto como un joven y Judas no tendrá que lamentarse de mí.
Santiago de Alfeo protesta:
– No. No es justo que te sacrifiques apartándote por mí, del Maestro. Yo sé que te duele no ir con él…
Zelote concluye:
– El dolor se mitiga con el placer de dejarte con el Maestro. Me contarás luego lo que os pasó y lo que hicisteis… Por otra parte, voy gustoso a Bethania.
Jesús acepta:
– Está bien. Iréis los dos. Antes de que os vayáis… Ven Judas… Tengo algo que decirte.
Los demás comprenden que debe ser algo importante y se concentran en encargos para Zelote.
Mientras Jesús y Judas se retiran hasta un árbol cercano.
Jesús le toma las manos y le habla muy de cerca. Parece como si quisiera infundirle su propio pensamiento.
Mirándolo a los ojos, le dice:
– Judas… ¡No te hagas el mal! ¡No te hagas el mal, Judas mío! ¿No es verdad que desde hace días te sientes tranquilo y feliz? ¿Libre del pólipo de ti mismo que es peor que ese otro ‘pensamiento’ humano; que es un fácil señuelo de Satanás y del Mundo? ¿Verdad que te sientes así?…
Judas afirma con un movimiento de cabeza y el Maestro prosigue:
– Pues bien. Conserva esta paz, tu bienestar. No te hagas daño, Judas. Lo estoy leyendo en ti. ¡Eres tan bueno en este momento!… ¡Oh, si pudiese a costa de toda mi sangre, mantenerte así! Destruir hasta el último baluarte en que se anida un gran enemigo tuyo. ¡Hacer de todo tu ser un espíritu! ¡Espíritu en la inteligencia! ¡Espíritu en el amor! ¡Espíritu nada más!
Judas, que está enfrente de Jesús y cuyas manos están sujetas por las del Maestro, queda como atolondrado.
Con voz entrecortada pregunta.
– ¿Dañarme? ¿Último baluarte? ¿Cuál es…?
– ¿Qué cuál? ¡Tú lo conoces y sabes que te hace mal! Cultivar pensamientos de grandeza humana y amistades que supones que te serán útiles, para conseguir esta grandeza. Israel no te ama. Créemelo. Te odia como me odia a Mí. Y odia a quién no tiene la apariencia de un probable vencedor.
Y exactamente como tú no ocultas tu pensamiento de querer serlo, te odia. No creas sus palabras mentirosas; ni sus falsas preguntas hechas con la excusa de interesarse en tus cosas, para ayudarte. Te rodean para hacerte mal, para saber y luego causarte daño.
No te lo pido por Mí; sino solo por ti. Yo, sea lo que fuere según ellos, seré siempre el Señor… Podrán atormentar mi Cuerpo, Matarlo. Pero no más… ¡Pero tú!… ¡Pero tú!… ¡Oh, Judas! ¡A ti te matarán el alma!…
¡Huye de la Tentación, amigo mío! Prométeme que huirás de ella. Regala a tu pobre Maestro Perseguido, preocupado; esta promesa que le dará la paz.
Jesús tiene a Judas entre sus brazos y le habla casi al oído…
– Yo sé que debo padecer y morir. Sé que mi corona será la de un mártir. Sé que mi púrpura será la de mi propia Sangre. Por esto vine, porque por medio de este martirio, redimiré a la Humanidad…
Y amor sin límites es lo que me empuja desde hace tiempo a ello. Pero no quisiera que uno de los míos fuese a perderse. Todos los hombres me son caros, porque en ellos está la imagen y semejanza de mi Padre: el alma inmortal que Él creó.
Pero vosotros, amados y muy amados; sangre de mi sangre; pupila de mis ojos… No. No. ¡Perdidos, no! ¡No habrá tormento igual que el de un elegido mío se pierda!
Aun cuando Satanás me clavase sus uñas infernales de azufre y me mordiese y me estrujase en ellas; él, el Pecado, el Horror, el Asco, ¡No habrá tormento igual al mío!…
¡Judas! ¡Judas! ¡Judas mío!… ¿Quieres que pida al Padre padecer tres veces mi horrenda Pasión y que de las tres, dos sean solo por salvarte a Ti? Dímelo amigo y lo haré.
¡Pediré que se multipliquen hasta lo indecible mis sufrimientos por ello! Te amo, Judas. Mucho es lo que te amo. Quisiera… quisiera darme Yo Mismo a ti. Convertirte en Mí, para que tú mismo luches porque te salves…
Judas contesta:
– No llores, Maestro. No digas esas palabras. También yo te amo. Me entregaría yo mismo para verte respetado, fuerte, temido, vencedor. Tal vez no te amo perfectamente. Tal vez no pienso como se debe. Tal vez abuse. Pero todo lo que soy lo empleo por el ansia de verte amado. Te juro…
Por Yeové te juro, que no iré a ver a ningún escriba, ni fariseo, ni saduceo, ni sacerdotes. Dirán que estoy loco, pero no importa. Me basta con que no estés preocupado por mí. ¿Estás contento ahora? Dame un beso, Maestro. Que sea tu bendición y me sirva de protección.
Se besan mutuamente en la mejilla.
Jesús está muy triste. Suelta sus brazos en un gesto de derrota. Respira profundo… se rehace pronto y aparenta ser el mismo cuando regresan ante los demás. Bendice a los dos que se van…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA