118.- EL EMBAJADOR16 min read

En el siguiente poblado, al igual que en todos los demás, Jesús habla a la gente y se despide de ellos. Como no hay ningún enfermo a quién se deba curar, Jesús pasa en medio de la gente extática y bendice a uno por uno. Emprende su caminata bajo un sol que se entibia bajo los frondosos árboles y el aire de los montes. Detrás en grupo, los apóstoles conversan animadamente…

Bartolomé dice:

–                       ¡Qué discursos! ¡Hacen a uno temblar!

Andrés suspira:

–                       Están llenos de tristeza. ¡Lo hacen a uno llorar!

Judas de Keriot exclama:

–                       Es su despedida. Tengo razón yo. Va derecho a su trono.

Pedro advierte:

–                       ¿Trono? ¡Uhm!…  Me parece que sus discursos hablan más bien de persecuciones,  que de honores.

Judas grita alborozado:

–                       ¡No, hombre! Ya se acabó el tiempo de las persecuciones. ¡Ah, que si soy feliz!

Juan suspira y dice:

–                       ¡Me alegro por ti! Qué bien que te sientas así… A mí me gustaban más los días en que éramos unos desconocidos hace dos años. O cuando estábamos en Aguas Hermosas. Tengo miedo por los días que se nos vienen encima…

Judas dice con suficiencia:

–                       Porque tienes un corazón de cervatillo. Pero yo veo ya en el futuro: cortejos, cantores, pueblo postrado; honores que tributarán otros pueblos… Está escrito…

Y mientras los once apóstoles sienten su corazón abrumado por los más negros presentimientos…

Judas exulta de gozo y canta en su corazón el Salmo 71 (El Rey de la Paz) y lo invade una felicidad extasiada… Siente como si lo acompañaran los coros angelicales y con su bien timbrada voz y el entusiasmo que lo domina…

Su júbilo es tan intenso, que los versos que lo componen vibran en su corazón y los empieza a cantar en voz baja y melodiosa:

–                       … 3. Traigan los montes paz al pueblo y justicia los collados. 4. El hará justicia a los humildes del pueblo, salvará a los hijos de los pobres, y aplastará al opresor.

  5. Durará tanto como el sol, como la luna de edad en edad; 6. Caerá como la lluvia en el retoño, como el rocío que humedece la tierra. 7. En sus días florecerá la justicia y dilatada paz hasta que no haya luna 8. Dominará de mar a mar, desde el Río hasta los confines de la tierra.

 9. Ante él se doblará la Bestia, sus enemigos morderán el polvo; 10. Los reyes de Tarsis y las islas traerán tributo. Los reyes de Sabá y de Seba pagarán impuestos; 11. Todos los reyes se postrarán ante él y le servirán todas las naciones.

  12. Porque él librará al pobre suplicante, al desdichado y al que nadie ampara 13. Se apiadará del débil y del pobre, el alma de los pobres salvará. 14. De la opresión, de la violencia, rescatará su alma; su sangre será preciosa ante sus ojos.

     15. Y mientras viva se le dará el oro de Sabá. Sin cesar se rogará por él, todo el día se le bendecirá.

16. Habrá en la tierra abundancia de trigo, en la cima de los montes ondeará como el
Líbano al despertar sus frutos y sus flores, como la hierba de la tierra

17. ¡Sea su nombre bendito para siempre, que dure tanto como el sol! ¡En él se bendigan todas las familias de la tierra, dichoso le llamen todas las naciones!

18. ¡Bendito sea Yahveh, Dios de Israel, el único que hace maravillas! 19. ¡Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria! ¡Amén! ¡Amén!

Y está tan emocionado que poco a poco ha levantado su voz, haciendo que sus apesadumbrados  compañeros lo miren sorprendidos…  Pero se congratulan entre sí, al ver al joven y siempre altivo apóstol; tan alegre y gentil como un niño pequeño, que hubiese recibido el mejor de los regalos…

Ninguno imagina lo que está sucediendo dentro de la mente y el corazón de Judas de Keriot  y sólo Tadeo mueve la cabeza; pensando que el feliz trovador, está más perturbado de lo que nadie pueda sospechar…

El joven apóstol está inspirado… Judas acaricia su sueño tan anhelado…

Y continúa diciendo:

–                       Todos los ejércitos de la tierra bajo el dominio de la paz y del amor… Y los Ejércitos Celestiales honrando al Mesías… ¡Oh, es la hora!…

Y vendrán los camellos de Madián y las turbas de todas partes. Y no serán los tres pobres Reyes Magos; sino una muchedumbre, desde todos los confines del Universo…

Israel grande como Roma… Más que Roma… Roma, rindiendo tributo a Israel… Israel avasallando al mundo entero… ¡Oh!…

La gloria de los Macabeos;  de Salomón; han quedado atrás. Y no serán nada… ¡Todas las glorias!…

Él, Rey de reyes y Señor de señores… Amo y Señor de toda la Creación… Y nosotros sus amigos…

Oh, Altísimo Dios! ¿Quién me dará fuerzas para aquella hora?…

Y Judas sueña despierto… 

¡Jesús Reinará en lo espiritual y…! ¡Oh, sueño maravilloso; él como Príncipe y embajador, gobernará en la administración del Reino!…

¡Si viviese todavía mi padre!… ¡Vería en mis manos el Poder más absoluto!…

Judas está exaltado. Irradia pensando en el futuro, en el que sueña que vivirá… ¡Y él será el Primer Ministro del futuro reino del Mesías…!

Todos sus soberbios amigos del Gran Consejo, estarán de rodillas también ante el nuevo sacerdocio… ¡Y él será el hombre más poderoso del mundo!…

Jesús va muy adelante…

El futuro rey según Judas, se detiene…  Y sediento, toma con sus manos agua de un riachuelo y la bebe como lo hace el pajarillo del bosque.

Luego se vuelve y dice:

–                       Aquí hay frutos silvestres. Recojámoslos para calmar el hambre…

Zelote pregunta:

–                       ¿Tienes hambre, Maestro?

Jesús confiesa humildemente:

–                       Sí.

Felipe pregunta:

–                       ¿Por qué no quisiste detenerte en Hebrón?

–                       Porque Dios me llama a otra parte. No lo sabéis.

Los apóstoles se encogen de hombros y empiezan a recoger frutillas de los árboles silvestres.

Siguen caminando y llegan a Beter. A las posesiones de Cusa, donde están los jardines de rosales de Juana.

El guardián reconoce al Señor y abre los canceles. Un intenso aroma de rosas frescas y de esencia de rosas llena el aire del crepúsculo.

El guardián dice:

–                       Mi patrona está con los trabajadores y con los que trabajan en la esencia… Voy a llamarla. Espérame, Señor.

Jesús objeta:

–                       No. Voy Yo Mismo. Dios te bendiga y te de su paz.

Levantando la mano, lo bendice.

Lo deja y se dirige hacia el tinglado bajo y largo donde están los cortadores.

Los niños lo ven:

–                       ¡Llegó Jesús!  -y se lanzan a sus brazos.

Juana grita:

–                       ¡El Señor!

Y cae de rodillas en donde está. Luego se levanta y corre a postrarse y a besarle los pies.

–                       La paz sea contigo Juana. ¿Querías hablarme? Heme aquí…

–                       Sí, Señor.

Juana se pone pálida y seria.

Jesús lo nota y dice:

–                       Levántate. ¿Está bien Cusa?

–                       Sí, Señor mío.

–                       Y la pequeña María, ¿Dónde está que no la veo?

–                       También está bien Señor. Fue con Esther a traer medicinas, para un sirviente enfermo.

–                       ¿Por el siervo me mandaste llamar?

–                       No, Señor… Por… Ti.

Es evidente que Juana no quiere hablar en presencia de todos los que le rodean.

Jesús lo comprende y dice:

–                       Está bien. vamos a ver tus rosales…

–                       Estás cansado, Señor. Tendrás apetito… sed. –se vuelve y dice al mayordomo- Jonathás prepara todo para el Señor y para quienes vinieron con Él.

Jesús toma de la mano al pequeño Matías y se van caminando por la avenida que divide el jardín.

Mientras los apóstoles son llevados adentro de la casa; Juana lleva a Jesús hasta donde solo hay rosales y árboles.

Las rosas que mañana se habrán abierto completamente y que caerán bajo las tijeras de los cortadores, esparcen un fuerte perfume antes de ser bañadas por el rocío.

Se detienen ante una gran piedra que hace de silla y sirve para que sobre ella, pongan los cortadores los cestos. Se ven rosas y pétalos tirados sobre la hierba y la piedra; restos del trabajo de ese día.

Juana los retira con la mano y dice:

–                       Siéntate, Maestro. Debo hablarte largamente.

Jesús se sienta y Matías se pone a jugar con un nido de grillos que está al pie del roble y saca con un palito…

Después de algunos momentos de silencio, Jesús pregunta:

–                       Juana, estoy aquí para escucharte. ¿No hablas?

Y deja de mirar al niño para mirar a la discípula que está delante de Él, seria y silenciosa.

–                       Sí, Maestro… Pero es muy difícil… Y creo que te voy a hacer sufrir.

–                       Habla con sencillez y confiadamente.

Juana se sienta sobre la hierba y está abajo, respecto de Jesús que está sentado sobre la piedra; austero y rígido, pero a la vez cercano como Dios y como amigo, con la Bondad en su mirada. Juana lo mira en el crepúsculo suave de la tarde de Mayo.

Suspira y dice:

–                       Señor mío, antes de hablar… Tengo necesidad de preguntarte. De conocer tu pensamiento. De comprender si me he equivocado en entender tus palabras. Soy una mujer y una mujer tonta. Tal vez soñé… Y solo ahora conozco la realidad de las cosas como las dices. Como las preparas, como las quieres que sean para tu Reino… Tal vez Cusa tiene razón… Y yo estoy equivocada.

–                       ¿Te ha regañado Cusa?

–                       Sí y no, Señor. Sólo me dijo aprovechando su derecho de marido; que si los últimos hechos son como lo hacen pensar… Debo dejarte. Porque él es un dignatario de la corte de Herodes y no puede permitir que su mujer conspire contra el rey.

Jesús la mira sorprendido y le pregunta:

–                       Pero, ¿Cuándo has conspirado?… ¿Quién piensa en hacer daño a Herodes?…  Su pobre trono tan despreciable, vale menos que este asiento entre los rosales. Aquí si me siento; en el suyo, jamás… Tranquiliza a Cusa. Ni el trono de Herodes, ni siquiera el de César me interesan para nada. ¡No son estos mis tronos, ni éstos mis reinos!

–                       ¡Oh, sí Señor! ¡Bendito seas! ¡Qué paz me das! Hace días que sufro por esto… Maestro mío, santo y divino. Querido Maestro mío, mi Maestro de siempre. Como te entendí, te vi, te he amado. Como en el que he creído, tan alto, superior a la tierra. Así… así… divino Señor mío y Rey Celestial.

Y Juana toma una mano de Jesús. Le besa respetuosamente el dorso, poniéndose de rodillas como en adoración.

Jesus le pone la otra mano sobre su cabeza y pregunta:

–                       ¿Pero qué pasó? ¿Qué ha sido capaz de turbarte y de empañar en ti la limpidez de mi figura moral y espiritual? Habla…

–                       Maestro, los humos del error, de la soberbia, de la ambición, de la testarudez; se levantaron como fumarola de fétidos cráteres y te han empañado en el concepto en el que te tenían algunos…algunas… Y lo mismo quería suceder en mí. Pero yo soy tu Juana. Tu beneficiada. ¡Oh, Dios!… ¡No me había extraviado! Por lo menos así lo espero, conociendo cuán bueno es Dios.

Pero quién no es más que una pequeñez de corazón que lucha por formarse, puede muy bien morir por un desengaño. Quien trata de salir de un pantano de fango y lucha en un mar de fuerzas violentas, por llegar al puerto… A la playa para purificarse, conocer los lugares de paz, de justicia… El cansancio puede vencerlo si pierde la confianza en esta playa, en estos lugares… Y dejar que las corrientes y el fango lo arrebaten.

Sentía dolores, me sentía torturada al pensar en la ruina de las almas para las que impetro tu luz. Las almas que instruimos para la Luz eterna, son mucho más queridas que los cuerpos que damos a luz. Ahora comprendo que significa ser madre de un cuerpo humano y madre de un alma.

Lloramos por la criaturita que se nos muere, pero es solo nuestro dolor. Por un alma que tratamos de que crezca en tu Luz y que se muere, se sufre no solo por nosotros sino contigo, con Dios… Porque en el dolor que experimentamos con la muerte espiritual de un alma, está también tu dolor… Tu Infinito Dolor como Dios… No sé si me explico bien…

–                       ¡Y muy bien! Pero habla con orden, si quieres que te consuele.

–                       Sí, Maestro. Enviaste a Simón Zelote y a Judas de Keriot a Bethania, ¿No es verdad? Fue por esa niña hebrea que las romanas te regalaron y que tú enviaste a Nique…

–                       Así fue. ¿Y qué?…

–                       Ella quiso despedirse de sus buenas patronas y Simón y Judas la acompañaron a la Torre Antonia. ¿Lo sabías?

–                       Sí. ¿Y luego?

–                       Maestro, debo darte un dolor… Maestro, bueno y santo…  ¿Verdad que solo eres un Rey del espíritu y que no piensas en reinos terrenales?

–                       Exacto Juana. ¿Cómo puedes pensarlo de otro modo?

–                       No puedo pensarlo Maestro, para tener nuevamente la alegría de verte Divino, solo divino. Pero porque Eres Tal, debo darte un dolor… ¡Oh, Maestro!…  El hombre de Keriot no te entiende y no entiende a quien te respeta como a un sabio, a un gran filósofo… A la Virtud viviente sobre la tierra. Y que solo por esto te admira y dice ser tu protectora.

Es extraño que haya paganos que comprendan lo que un apóstol tuyo no ha comprendido, después de estar  tanto tiempo contigo…

–                       Lo ciega su ser humano. Su amor humano.

–                       Lo excusas… Pero te causa daño, Maestro. Mientras Simón habló con Plautina, con Lidia y con Valeria. Judas habló con Claudia, en tu Nombre, como tú embajador. Le quiso arrancar la promesa de un restablecimiento del reino de Israel… Claudia le hizo muchas preguntas… Y él habló demasiado.  Ciertamente tu apóstol piensa que está en los umbrales de su necio sueño, donde éste se cambia en realidad, Maestro.

Claudia está irritada por esto. Es hija de Roma… Y nieta de Augusto. Lleva el imperio en sus venas. ¿Se puede por ventura pretender que ella, hija de los Claudios, combata contra Roma?

Se sintió tan airada que duda de Ti; de la santidad de tu Doctrina. Ella no puede comprender la Santidad de tu Origen… Pero llegará a hacerlo, porque hay en ella buena voluntad. Llegará cuando esté segura acerca de tus intenciones. Por ahora apareces a sus ojos como un Rebelde. Un usurpador; un ambicioso; un falso…

Plautina y las otras mujeres han tratado de disuadirla…  Pero ella quiere una respuesta inmediata que salga de Ti.

–                       Dile que no tema. Yo Soy Rey de reyes. El que los crea y juzga. Y que no tendré otro trono que no sea el del Cordero. Primero Inmolado y luego triunfante en el Cielo. Hazle saber esto al punto.

–                       Sí, Maestro. Iré yo personalmente. Antes de que salgan de Jerusalén. Porque Claudia está tan indignada, que no quiere quedarse un momento más en la Torre Antonia… ‘Para no encontrarse… con los enemigos de Roma.’ Dice.

–                       ¿Quién te lo dijo?

–                       Plautina y Lidia. Vinieron aquí. Y Cusa estaba presente… Y luego, él me puso el dilema: ¡O Tú eres el Mesías espiritual o yo debo de abandonarte!

Jesús sonríe cansadamente. Su rostro está pálido por lo que acaba de oír de Juana. Y pregunta:

–                       ¿No viene Cusa aquí?

–                       Mañana sábado vendrá.

–                       Yo lo tranquilizaré. No temas. Que nadie se preocupe de nada. Ni Cusa por su puesto en la corte; ni Herodes de una eventual usurpación; ni Claudia por amor de Roma. Ni tú tengas miedo de ser engañada; ni de que vayas a separarte… Nadie debe de temer… Sólo Yo debo temer… y sufrir…

–                       Maestro, no quería darte este dolor. Pero quedarme callada habría sido un engaño… ¿Cómo te vas a conducir con Judas?… Tengo miedo por Ti… siempre por Ti… De sus reacciones…

–                       Me comportaré lealmente. Le haré comprender que sé todo y que desapruebo sus acciones y su terquedad.

–                       Me odiará porque comprenderá que te enteraste por mí…

–                       ¿Te aflige eso?

–                       Que me odiases Tú me afligiría, no él. Soy una mujer, pero con mayor valor que él para servirte. Te sirvo porque te amo, no para obtener honores de Ti. Si el día de mañana perdiese por tu causa las riquezas, el amor de mi esposo y aún la libertad y la vida; te amaría mucho más… Porque entonces no tendría a quién amar, más que a Tí… Y solo te tendría a Ti para que me amaras.  –dice Juana impulsivamente poniéndose de pie.

También Jesús se pone de pie y dice:

–                       Sé bendita Juana, por estas palabras. Quédate en paz. Ni el Odio, ni el amor de Judas, pueden alterar lo que está escrito en el Cielo… Mi Misión se realizará como está decidido. No tengas jamás remordimientos. Quédate tranquila como Matías, que después de haber hecho la casa más hermosa para su grillo, se ha quedado dormido y sonríe…

Jesús lo toma en sus brazos… Y se dirigen despacio hacia la casa…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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